KARMA PARTE 2
Rachel.
Espinas se perpetúan en mi pecho cuando se cierra la puerta que no dejo de mirar perpetuando el vacío que me abruma. «Va a volver», siempre lo hace y por ello actúo como si nada bañándome antes de meterme en la cama.
Acomodo las almohadas de mala gana con una horrible sensación de tristeza que me hace lanzarle codazos al cabezal.
—¡Me quitó la placa! —le grito a mi propio vientre— ¡Nada de estar extrañando a nadie!
—¿Llamo a su psiquiatra? —pregunta Ivan en la puerta— Ya me da miedo trabajar para usted.
—¡Trae la comida y dejate de tonterias! —lo regaño pidiendo la bolsa que tiene.
Las papas huelen delicioso y les hecho ketchup atiborrandome con rabia mientras alcanzo las mejores partes del pollo.
—¿Me llevo la parte del coronel?
—¿Cuál parte del coronel? —hablo con la boca llena— Gracias a Dios se fue, porque te hubieses ganado una sanción por parte mía al creer que esto es comida suficiente para compartir.
—Es un pollo entero.
—Pues parece una maldita paloma —muevo las manos para que se salga—. Vete que quiero comer sola.
Que se cojan a Christopher por machista, «Se me eriza la piel», por posesivo. Que martirio un hombre que a cada nada te esté follando...
Me meto el muslo de pollo a la boca... Cansa dormir y despertar con jadeos sexuales en mi oído los cuales son el pan de cada día todas las mañanas. Agota tener que cambiar mis bragas a cada nada ya que siempre estoy llena de él...
Como todo dejando el cubo de lado recibiendo la llamada de mis padres que no han dejado de insistir.
No les basta escucharme, exigen videollamadas asegurándose de que esté bien bancandome dos horas de regaños llenos de preocupación paterna.
Según Luisa, aunque los padres lo nieguen, siempre tienen un hijo favorito y para mi amiga yo soy la hija favorita de mi papá.
Rara vez hubieron castigos «No me los buscabas». Y que a cada nada obtuviera reconocimientos hizo que Rick tuviera fotos mías en todos lados. Por su parte, Sam se ganó eso por parte de mi madre al ser una genia que te hace sentir como una descerebrada.
—Voy para Londres —empieza mi papá—. Me voy a quedar allá hasta que los mellizos tengan uno o dos años.
—Papá no es necesario, estoy bien. Tu me enseñaste a ser fuerte y a no abandonar a los camaradas, así que ahora te aguantas.
Lo oigo tomar una bocanada de aire y lo imagino caminando por la sala.
—¿Por qué tiene que ser tan perfecta, teniente James? —susurra con dulzura— Hija, cuidate por favor. En verdad no quiero volver a perderte, ni a ti ni a mis nietos.
—No pasará, así que tranquilos —me despido—. Dile a todos que los quiero.
Cuelgo metiéndome bajo las sábanas. No apago la tele, no es que hayan cosas buenas por ver y termino agendando una cita por la web para que mi obstetra me haga una visita domiciliaria mañana.
Mi cuerpo está programado para largas sesiones de sexo nocturno y me cuesta desconectarme por un par de horas. Estoy inquieta, con rabia y estrés, solo logro desconectarme por un par de minutos y cuando reacciono en la mañana lo primero que hago es voltearme en busca del abdomen esculpido que no está.
Reviso el móvil y no ha llamado. El humor me cambia en segundos y prefiero cumplir con mi rutina de ejercicios tragando hotcakes mientras troto en la corredora.
—La malteada —le pido a Iván que me la pasa. Acomodo la pajilla dejando que la acidez de las moras me apaguen la sed—. Ve por más hotcakes.
—Ya se los comió todos...
—Pues trae pan tostado —ordeno— con mantequilla.
—Su obstetra llegó —avisa Miranda deteniendo mi rutina de ejercicio.
La doctora Ana se muestra cariñosa como siempre. Me pesa y luego toma las medidas cumpliendo con el protocolo.
—Esta barriga creció sobremanera —anota—. Típico de los embarazos múltiples, las punzadas las voy a estudiar, programaré una ecografía para la próxima semana y quiero que empieces la preparación prenatal. Separaré un puesto para ti y el coronel.
—No creo que sea necesario tanta gente.
—Si lo es, estos nenes son un milagro y necesitan dedicación por parte de ambos —recoge sus cosas—. Hay que saber cuidarlos y prevenir juntos ya que no se hicieron solos.
Siento que no acepta refutas y en vez de alegar recibo mi pan tostado con mantequilla.
—¿Ya se movieron? —pregunta.
—No —parpadeo— ¿Tienen que moverse ya?
—Si —hace cálculos—, cada embarazo es diferente. Unas tardan más, otras menos.
La despido recibiendo las indicaciones finales. Los Morgan no me hablan, pero parece que medio Londres si quiere hacerlo llenándome el buzón. Andres es uno de los que más llama pidiéndome que me haga cargo de los temas que me compete por ser la "Esposa de Christopher".
—Se largó —soy sincera con el abogado.
—Rachel, es el patrimonio que heredarán tus hijos y todo es de ambos, así que hazte cargo.
Me condena a un día lleno de números y citas en las cuales visito las empresas donde es accionista, los bancos donde guarda el dinero, le doy el visto bueno a las remodelaciones del apartamento y ordeno mejoras para el edificio donde vivía.
Me reúno con los administradores de las cadenas hoteleras de la familia Hars, que ahora son de Christopher, y en varias ocasiones se me van los ojos con lo billonaria que soy.
—Señora Morgan, ¿Qué le apetece?
—James —corrijo, pero la gente sigue llamándome igual, cuando entro, cuando salgo y elevandome la confianza con tantas atenciones; «¿Que necesita? ¿Qué le traemos? ¿Qué no le gusta?» En el hotel recibo manjares mientras me informan las cifras e inconscientemente miro mi móvil a cada nada.
Regreso cansada a la casa y el penthouse huele a soledad, no está Hodor, no está Christopher y tiro mi cartera con rabia antes de buscar comida en la nevera con lágrimas en los ojos.
Mi ideal de matrimonio no era comer helado sola en la barra de la cocina. Reviso el chat y los últimos mensajes fueron"Contestame" . Subo a los anteriores y hay una línea con lo mismo. Es increíble la capacidad que tiene un mensaje de demostrarte el desespero de una persona y él lo estaba. Siento cierta desazón al imaginarlo y paso la noche leyendo libros sobre maternidad enfocándome en el movimiento prenatal.
Anoto todo lo que tengo que hacer y a la mañana siguiente salgo de compras con Luisa y Lulú. Necesito una colección de canciones estimulantes.
—Lo que te faltó fue decirle "Oye, ve y buscate otra" —se queja Lulú—. Es que yo a un marido así lo acompaño hasta comprar el pan, pero no, tú tienes que andar de bruta buscándote que le meta el armamento a quién sabe quién —llama la atención de varios—. Y tratas mal a tu suegro. Puedes coquetearle, sacarle dinero o propiedades con la excusa de los nietecitos, pero no, aquí la caballota con cerebro de burra quiere tirarse el matrimonio con el que siempre soñó.
—Fue un matrimonio a la fuerza.
—No pos, que me fuercen a mí también ¡Déjate de mojigaterías que ni te crees! —eleva la voz— ¡Qué sacrificio ser la esposa de un millonario vergón!
Me pone peor.
—A los hombres hay que mimarlos, demostrar que te importa. Preparale unos taquitos para que sepa que su esposa quiere satisfacerlo —sigue—. Eso los calma, les quita el enojo y les hace sentir tu amor.
—Apoyo a Lulú —secunda Luisa arrastrando la carreola de Payton—. Te amo, pero él tiene la razón al exigirte que cuides el embarazo. Christopher necesita a su esposa y entiendo todo lo que está pasando, pero debes ordenar las prioridades —me reprende—. El matrimonio lo estás dañando tú, no él porque te está cuidando como tiene que hacerlo.
—Casados es cuando más hay que enamorarse —añade Lulú—. Es que la única forma de no irme a México odiandote es que le eches ganas al matrimonio y al embarazo.
—Me quitó la placa...
—¿Y qué pasa? —se enoja Luisa atravesando la carreola— Si eres una teniente, pero por estar pensando solo en el trabajo no has notado lo que significan esos niños para él aunque no lo demuestre.
Avanzo huyendo de los regaños, de esos comentarios que joden porque sabes que en cierto modo tienen razón. Cambio el tema dejando que Luisa me hable de Gema. Para mi mala suerte, esa payasa recibió picotazos en la cara y las manos, pero se está recuperando en la casa.
Entramos a la tienda para bebés y los corajes se van con los dos pisos llenos de todo tipo de cosas para recién nacidos.
—Esto es lo que tienes que estar haciendo —me dice Luisa—, escogiendo cosas para tus hijos.
Paso las manos por los pijamas diminutos, «Es demasiado pronto para comprar» Peroooo...
Hay tantas cosas hermosas que termino escogiendo medias, gorros, camisas, sábanas, sonajeros...Mi tarjeta no tiene límite ni yo tampoco a la hora de elegir lo que me gusta y es que puedo gastar lo que quiera sin preocuparme por una libra.
—Recupera tu hogar —me advierte Lulú cuando la dejo con Luisa en la peluquería—. Actúa como la mujer casada que eres y dejate de burradas.
Llego a casa con un montón de bolsas que pese a tener escoltas me cuesta sacar del ascensor y la poca emoción que traía se va con la presencia de Marie Lancaster limpiando la pecera.
—¿Qué haces aquí? —entro con mis bolsas y ella se sacude las rodillas al levantarse ignorando lo que acabo de preguntar.
—Miranda, ¿Si acomodaste la ropa de Christopher como te pedí? Estaba vuelta un desastre.
No me agrada esta señora y estoy en una etapa donde no quiero cruzarmela.
Miranda no contesta y ella trata de irse a la alcoba.
—No quiero visitas ahora Marie —hablo otra vez—, por favor retirate.
Repara las bolsas que cargan los escoltas negando como la típica abuela regañona.
—Tu amante ataca a mi hija y tú despilfarras el dinero de mi hijo. Tu sinvergüenzura...
—Legalmente esta es mi casa y en mi casa no me apetece que me insulten —la corto—. Por años fuiste la que mandaba, pero ahora mando yo y por eso quiero que te vayas...
Sigue con la toalla en las manos reparando como luzco y lo que cargo.
—No te acostumbres que lo que facil llega facil se va —advierte—. Y al final quedan los que realmente están para él...
—Tyler, saca a esta señora de mi casa —demando siguiendo a mi alcoba y la anciana cree que no la van a sacar.
—La señora dio una orden — el escolta cumple con su trabajo mientras me voy a destapar lo que traje.
Compré muchas cosas y cada que saco algo es como si no lo hubiese visto nunca. Busco el móvil para enviarle fotos a Alex, pero recuerdo el altercado, así que sigo viendo mis cosas hasta que recibo una llamada de Angela.
—Se te extraña —es lo primero que dice— ¿Cómo estás?
—Genial —siento que miento.
—Me gusta oír eso —contesta— y lamento ser inoportuna, pero el coronel no ha llegado al comando hoy y tampoco contesta el móvil.
Las orejas se me empiezan a calentar.
—Cuando está contigo no lo hace y lo requerimos con urgencia, ¿Me lo pasas? —añade.
—No está conmigo —quiero colgar ya—. Lo siento.
—Perdón...
—Buscalo en otro lado.
—Vale...
—¡Angela! —el llamado sale por impulso— ¿A qué hora se fue ayer?
—Eh, no sé si fue —capto que miente—. A lo mejor oí mal y si se quedó. Parker me requiere, hablamos luego...
Ella cuelga dejándome una angustia horrible y mecánicamente mis dedos marcan su número temiendo a que se haya repetido lo de Olimpia. Las llamadas se van al buzón de voz las veces que lo intento y termino llamando a Make.
—¿Christopher está bien? —pregunto sin tibubeos— No contesta el móvil.
—Si, es lo único que tengo permitido decir, mi teniente.
No quiero empezar a creer mierdas que solo me complican la existencia. Mis interacciones con los mellizos no funcionan, pese a la música, las campanas y los ejercicios. Lo único que piden es comida en los cuatro días que pasan sin que su padre se moleste en contactarnos, «Tampoco lo llamo». Me es más fácil atiborrarme de todo lo que se me atraviesa y tocarme todas las malditas noches.
Alex también tomó distancia y me mantengo en el Penthouse leyendo libros de maternidad y columnas sobre lo buen soldado que soy. «Buen soldado y mala madre porque no consigo que mis hijos se muevan».
—Haz que suene bien —regaño a Ivan antes de llenarme la boca de galletas—. Este libro confirma que la campana nunca falla.
Estamos aprovechando el poco sol y yasco acostada junto a la ventana con mi escolta moviendo una campanilla sobre mi abdomen, «No funciona». Mi obstetra dice que les de tiempo, pero a mi me estresa.
—Le llegó esto —Dalton me entrega la invitación a la conmemoración de Olimpia la cual es mañana.
De pie leo la programación, tengo un genio que no me lo soporto ni yo misma. «Debo decir unas palabras», por ende, me muevo al despacho en busca de un buen espacio para hacerlas.
Muevo la silla del escritorio encendiendo la laptop, algo frío me toca el codo y volteo a ver el marco con foto que me remueve.
Él y yo en la selfie que nos tomamos en Cadgwith. Nunca me había sentado aquí y al no notar esa imagen en el escritorio me demuestra lo desatenta que he estado con los pequeños detalles.
El llanto me toma con tanta fuerza que debo bajar el portaretratos. Dañé esta mierda porque Christopher nunca se ha demorado tanto en buscarme, ni cuando me fui a Phoenix . Ahora los mellizos tampoco se mueven y reconozco no ir al hospital por temor a lo que me puedan a decir y por miedo a que mis actos ahora tengan consecuencias.
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Con una toalla en la cabeza elijo uno de mis vestidos de luto, negro y entubado en las piernas. Deslizo la tela en mis muslos, siempre me ha gustado la forma en que me marca las curvas sin verse atrevido.
—¡Ivan! —llamo a mi escolta ya que Miranda se fue de compras— Ayudame a subir esto que se encogió con la lavadora.
Se posa a mi espalda tratando de cerrar la cremallera, no puede e intenta ponerme la rodilla en la espalda desistiendo cuando lo miro.
—Esto no le cabe —reprocha— ¿Cuantos meses es que tiene? ¿Seis?
—Si me cabe —lo acomodo— Es que no lo estás cerrando bien...
Vuelvo a acomodarlo, pero al tarado se le deslizan los dedos.
—Así no, idiota —enfurezco—. Es una prenda, no un costal de papas.
—En vez de quejarse, asimile que esta panzona y no le queda —sigue—. Me echa la culpa a mí, pero no a la tragadera que mantiene.
—¿Quién te preguntó? —le muestro la puerta— ¡Fuera de aquí!
Me quito el vestido e intento ponerme otro que no me queda, el tercero menos y termino desarmando el closet peleando con los miles de vestidos de luto que tengo y ahora no me quedan.
Carezco de tiempo ahora y lo único medio acorde es un vestido oliva holgado que me regaló mamá, «No me gusta» ya que no tiene figura por ningún lado. Me peino y maquillo montándome en los tacones de diez centímetro para no verme tan mal.
Abordo el ascensor con mis escoltas dejando que me lleven a una de las propiedades de la ministra. La casa mantiene las puertas abiertas recibiendo gente, todos están de luto y la única rara soy yo con este vestido verde.
Alex hace de cuenta que no entré enfocándose en lo que le dice Leonel y paseo la mirada por el entorno buscando no sé qué... La foto de la viceministra se mantiene en la mitad de la sala y me es inevitable detallar el espacio lleno de mujeres delgadas con ropa ajustada y yo...
—Este vestido me queda horrible, ¿Cierto?
—Si —contesta Ivan— y se le están hinchando los tobillos con esos zapatos..
Tiene razón, la espalda me está doliendo también y hace un calor horrible. Mis amigas se acercan con sus parejas y no sé por qué las reparo de pies a cabeza comparándolas como me veo ahora.
—¿Por qué no vienes de negro? — pregunta Brenda— Olimpia era un alto mandatario.
En la FEMF se trata de rendir el mayor respeto posible a las figuras públicas luciendo de luto o el uniforme de gala.
—No entré en los vestidos que tenía...
—Y optaste por parecerte a una aceituna — habla Simon y todas mis amigas se vuelven hacia él al mismo tiempo.
—Está embarazada, idiota —lo regaña Laila con el brazo vendando por la herida que le propinaron—. Hermosamente embarazada...
—¿Por qué lo regañas? —se mete Parker— Dijo la verdad y lo atacas como si ella no lo supiera.
Los ojos se me llenan de lágrimas en segundos.
—Es este vestido el que me hace ver así —refuto— ¿No ves el modelo? ¿El corte?
—No he dicho que te veas mal —vacila el alemán—...Miller solo hizo...
—Cállate —lo reprende Angela.
—Necesito espacio —me alejo—. Luego los busco, tengo entrevistas que dar.
Siento que me miran con pesar. Gema aparece con lentes oscuros acompañada de su madre y hasta ella se ve bien con la cara picoteada mientras que yo muero de calor y no soporto el dolor que tengo en la espalda.
«En cinco días me engorde horrible» No estaba así de panzona.
—Tenga esto, teniente —una periodista me ofrece un mini ventilador—. Los calores del embarazo son del asco...
—Gracias —se lo entrego a Ivan para que se encargue dando atención a las preguntas hasta que...
La mayoría se voltean en dirección al auto que se estaciona y es Christopher quien baja peinándose el cabello con las manos, «Maldita sea». Mi sentimentalismo crece, siento que se me metio agua en la nariz y debo fijar los pies en el piso para no moverme de mi puesto cuando entra llenando el lugar con su presencia.
Las lágrimas quieren desbordarse y mi tórax actúa como la primera vez que lo vi.
—Perdone teniente, pero el coronel Morgan es un bombom—comenta la reportera y las mujeres de mi alrededor no la desmienten.
—¿Seguirás con la entrevista o me puedo ir? —contesto a punto de llorar.
—No se moleste —dice en tono de broma.
Ni a mi dirección mira el imbécil, simplemente se encarga de lo suyo luciendo un impecable traje negro a la medida que le acentúa el porte y los ojos claros. Ivan sostiene el mini ventilador y ni con eso se me pasa el calor.
Parece que tiene un letrero el cual dice "Ofrezcanse" y me da rabia que las otras mujeres no respeten actuando como si fuera un hombre soltero a la hora de hablarle y acercarse, entre esas una capitana que mordisquea un plato de bocadillos mientras entabla conversación.
—Si quiere los bocadillos que se está comiendo esa mujer solo digalo y deje tanta miradera que me da pena ajena —se queja Ivan—. Tyler le trajo frituras en el bolso.
Mi otro escolta se acerca a abrir el bolso que...
—No quiero frituras —me cansan—. No ando pensando en comida todo el tiempo, ¿Qué les pasa?
Me trago el resto del regaño cuando me piden que diga un par de palabras en nombre de Olimpia y Dalton me ayuda a subir a la mini tarima donde doy un discurso corto en el cual no me concentro, ya que a Christopher no se le dejan de acercar hablándole al oído y lo que me enerva es que se niega a mirar a mi dirección. Él y el ministro se mantienen distantes como si solo fueran ellos dos y no tuvieran dos descendientes en camino.
Termino con mis palabras y con el enojo en potencia. Mujeres aquí y allá, insinuaciones, comentarios... El humor no me favorece y bajo cansada después de decir lo que tenía que decir.
—Una familia de la realeza quiere hablar con los Morgan y contigo —me avisa Gauna mostrando a las personas que acaban de entrar—. Al parecer, la viceministra les aseguró rescatar a su hijo.
Son dos ancianos y cuatro mujeres de cabello cobrizo. Christopher y Alex permanecen en la mitad del vestíbulo dando a entender que me están esperando y sin decir nada me acerco a ellos mientras los reyes empiezan a moverse a nuestro punto.
Las mujeres se enfocan en los hombres que tengo a cada lado como siempre y no sé qué me enciende cuando no son capaces de obviar la mirada de arriba abajo como si los Morgan no fueran de este planeta. Se concentran en el coronel que está a mi izquierda y....
—Teniente Rachel Morgan —me presento extendiendo la mano para saludar—. Él es mi esposo, el coronel Christopher Morgan y este es mi suegro, el Ministro Alex Morgan, ¿En qué podemos ayudarlos?
¿Qué dije?
—Gusto en conocerlos —habla el caballero dándole paso a las debidas presentaciones—. Un hecho lamentable lo de la viceministra.
—Hicimos lo que pudimos.
—Fuimos los más afectados ya que la viceministra quería indagar sobre la desaparición de nuestro hijo, el príncipe Cedric Skagen —explican—. Su vicio por el juego lo alejó de nuestras tierras y Olimpia tenía ciertas sospechas, pero no nos alcanzó a comentar ya que desapareció.
—Retomar los asuntos de Olimpia tomará tiempo —aclara Alex— en medio de un proceso donde se debe esperar a la persona que tomará su lugar, mientras tanto es una tarea para el sistema judicial de cada zona.
Enfocan la mirada en mí como si fuera a dar una respuesta distinta.
—Se dice que usted puede también....
—Como dijo el ministro, retomar los asuntos de Olimpia tomarán tiempo —secundo—. Lo ideal es que ahora acudan al ente judicial de su país.
Asienten resignados.
—Entendemos, nuestras tierras estarán eternamente agradecidas si logran hacer algo antes —dice la que parece ser la reina—. Lo único que anhelamos es que nuestro hijo esté bien. Si tienen novedades no duden en comentarnos.
—Buena fortuna para su familia —culmina el hombre intentando posar las manos en mi vientre, pero Christopher y Alex detienen las manos al mismo tiempo dejando al rey confundido—. Les daré mi bendición.
—No la necesitan —contesta fríamente el coronel y el hombre se retira con su familia mientras que el coronel hace lo mismo buscando la salida junto al ministro.
Esto es cansino. Este distanciamiento el cual creí que solo me daría paz, pero me está dando más ataques de rabia que otra cosa.
—Alex —lo llama Marie cerca del auto de Gema y él intenta acudir al llamado...
—Ministro —le digo—, me duele mucho la espalda ¿Puede acompañarme a casa?
Chtristopher aborda su auto largandose como si nada y su padre tarda en responder, «Ha de estar atorándose con el orgullo».
—Si puedes —culmino y me señala una de sus camionetas antes de apoyar la mano entre mis omoplatos para que suba.
Actúa como el máximo jerarca que siempre demuestra seriedad y es raro sentirlo así, porque desde que supo sobre mi embarazo no ha dejado de hablarme con dulzura. Traigo a mi cabeza lo que le dije y siento que actué como una mala agradecida, ya que para bien o para mal se ha esmerado para que reciba lo que necesito.
Llegamos y su escolta me abre la puerta para que baje mientras que él no se detiene a ver si lo hago o no.
—Compré cosas para los bebés —comento negándome a bajar— ¿Quieres ver?
—Tengo cosas que hacer —contesta.
—Es que no sé si compré bien el material, ya sabes, eso de las telas que causan alergia...
Oculto la sonrisa cuando abre la puerta para salir queriendo tener el control de todo como siempre. Subimos directo a la alcoba y lo primero que mira son los paquetes de Doritos, papas y palomitas que tengo en la mesita de noche.
—Eso es de los escoltas —miento metiendo todo en la cajonera.
Saco las bolsas esparciendo lo que compré en la cama, él sigue serio, pero un atisbo de ilusión sobresale cuando le muestro los pijamas pares. Sé que le cuesta romper el hielo y por eso tomo la iniciativa.
—¿Qué tal? —pregunto y se frota el mentón sonriente— ¿Te gusta?
—Esos son muy pequeños y los bebés crecen muy rápido —las toma extendiendo los bracitos—. Siento que mis nietos no van a caber aquí.
—Claro que sí —le muestro más.
—¿Qué es eso de allá? —pide ver el semanario y se lo muestro haciéndolo sonreír mientras mira todas las piezas acogiendo esos gestos que muy poco se le ven a los Morgan— Hay que comprar más cosas.
Le hablo sobre que no me ha funcionado la estimulación y se las da de sabiondo asegurando que no lo estoy haciendo bien. Que repare todo con esmero me da a entender la emoción que le causa, revisando hasta de donde viene la ropa.
—Quiero que tengan lo mejor —expone—. Les traeré más cuando vuelva...
Le pone tanta dedicación a esto que resulta poco creíble que me haya apagado el móvil cuando lo llamé.
—¿Por qué no son así con todo? —pregunto— No solo con lo que les interesa.
—Porque en este mundo solo importamos nosotros —contesta—. Nada Rachel, nada vale más que la vida de un Morgan y por eso no la exponemos ante nadie.
—No son buenas personas...
—¿Y quién te dijo que solo lo bueno vale? —contesta— Míranos; inteligentes, audaces, capaces de lograr lo que queramos. La FEMF es lo que es gracias a nosotros y el CCT era lo que era gracias a Reece.
Doblo la ropita que tengo en las piernas.
—Sabemos lo que somos y por eso siempre vamos por lo que nos merecemos —continúa—. Vamos por la supremacía porque nos salva de muchas cosas como tener la habilidad de evadir los errores y Olimpia se equivocó provocando a los rusos, así como te equivocaste tú también, pero con la gran diferencia de que tu supremacía sí da para que no termines como ella.
Siento que lo último me duele de una forma indirecta, como si hubiera un filo detrás de eso.
—¿Qué me quieres decir?
—Que ser grande conlleva a que tengas rasguños dolorosos y no heridas mortales como Olimpia—posa la mano en mi rodilla.
—¿Por qué tengo a tus nietos? —pregunto y sacude la cabeza.
—Porque dos veces te di la espalda creyendo que no eras para tanto y dos veces me demostraste que no eras para tanto, sino que eras para mucho —confiesa—. Dos veces me gritaste "Merezco que hasta la maldita luna se mueva por mí".
Me hace reir y sujeta mi nuca dándome un beso en la frente.
—Acabaste con una jodida isla estando embarazada y te odio como nuera y máma de mis nietos, pero como ministro y teniente tienes mi respeto —termina.
—Otro te quiero por parte de un Morgan —sonrío y rueda los ojos recordandome a su hijo.
Lo abrazo dejando que me estreche contra él.
—Discúlpame por lo que dije en la pista —sigo contra su hombro—. Te queremos mucho.
—Lo sé —responde.
Se queda conmigo y accede a que hagamos una videollamada con mi familia donde les muestro todo lo que tengo, como siempre sobran las palabras de cariños por parte de los James.
El ministro intenta que sus nietos se muevan siguiendo las indicaciones de los libros, pero ni así funciona. Ambos le escribimos a mi doctora quien me recuerda que lo mejor es tener paciencia. Alex se va no sin antes preguntarme si quiere que vayamos a Hong Kong, pero yo confío en la doctora Anna.
—No puedo acompañarte al control prenatal, con lo de Olimpia no tengo tiempo para nada —revisa su agenda—. Sara está en Madrid y tampoco puede.
—Les contaré todo, no se preocupen.
—Es mejor que lo grabes —propone.
—Trataré —digo para que se vaya tranquilo.
A la mañana siguiente Dalton me despierta para la cita mientras que en la sala Ivan tiene puesto el atuendo que le pedí para mi curso. Si es en pareja supongo que debo llevar a una pareja y obviamente no le dije nada al coronel.
Me entrega mi batido y juntos nos vamos al centro de preparación prenatal del hospital militar. Ivan sostiene mi bolso, mi vaso y mi colchón. Me emociona compartir con otros padres y avanzo a mi sala sonriente hasta que...
Paso saliva con la presencia del coronel que aparenta todo menos estar contento, repara a Ivan acercándose con pasos firmes que lo dejan frente a mí. «Huele a loción de afeitar mezclada con perfume masculino», el cabello le cae en la frente sin fijador y el reloj de oro blanco le brilla en la muñeca.
—¿Qué haces vestido así? —le pregunta a Ivan y este intenta hablar, pero no lo dejo.
—Quería estar cómodo —contesto— ¿Cuál es el problema?
Preparo mis cosas reparando al coronel de reojo, vino en sudadera y no deja de pasarse los dedos por el cabello, «Que se vaya». Las otras parejas ya están en su lugar y de mala gana viene a mi puesto luciendo la ropa deportiva que carga, me enciende las ganas al tiempo que me entra el maldito sentimentalismo. «¿Y si conoce a alguien más?» Está demasiado serio y frío.
—Bienvenidos todos —llega la instructora encendiendo el sonido—. Hoy tenemos una nueva pareja de hermosos papás, ellos son Rachel y Christopher que esperan a sus primeros mellizos.
—¡Bienvenidos a esta hermosa experiencia! —dicen todos.
—¿Quieren contarnos algo de ustedes?
Todas se ven tan dulces con esposos tipo Bratt y Stefan y yo con un témpano de hielo que ni es capaz de quitarse los lentes. Mejor, así no me adentro en tentaciones calenturientas.
—Soy de Phoenix, estoy recién casada con el señor aquí presente—empiezo—. Tengo quince semanas de embarazo y vine a aprender todo lo que me quieran enseñar.
Miran al coronel.
—Vine porque creí que sería fundamental y ya vi que es una payasada, por ende, no me voy a presentar porque no voy a volver.
Las parejas se miran entre ellos y suplico porque no se lo tomen en serio.
—Empecemos con preguntas relámpagos repasando lo aprendido y así nuestros nuevos compañeros se ponen al día —propone la encargada— ¿Cada cuánto se alimenta un recién nacido?
Alzo la mano de inmediato.
—Entre ocho y doce veces al día —respondo— o las veces que lo requiera sin necesidad de forzarlo.
—Muy bien Rachel —continúan con las preguntas y casi en todas alzo la mano feliz de saber.
Los otros papás refuerzan lo que sé mientras que el coronel parece una momia a mi lado.
—Christopher, respondeme la última —le hablan— ¿Qué hacemos cuando nuestro bebé se despierta a medianoche?
—De aquí a que lo note ya la empleada lo habrá callado—contesta con simpleza—. Le preguntaré qué hará cuando la contrate.
—¿Y si tu empleada no puede?
—Busco otra —responde.
—¿A las dos de la mañana?
—Si.
—Contesta qué harías tú —la mujer se sienta en el borde de la mesa— si estuvieras solo sin que nadie te ayude. Cuéntame, ¿Qué medidas vas a tomar?
—Esperaré a que se canse de llorar y deje de joder.
Finjo que no oí lo que dijo y creo que la encargada hace lo mismo sacando el material que usará. «Qué vergüenza», tantos hombres y me toca el menos paternal.
—Uno de los temas que trataremos hoy es un tema pedido por todos los papitos miedosos —continúa— y es el temor a lastimar a nuestros bebés en la práctica sexual, ¿Quiénes se han abstenido por eso?
Todos levantan la mano y por inercia me miro con el coronel que arruga las cejas. Creo que ni hemos sopesado nada de eso.
—Aprenderemos qué poses son las más aptas y cómodas, el sexo no daña a nuestros bebés, pero hay ciertas posturas que pueden maltratarlos.
Da una introducción del tema soltando cosas que ni sabía que eran perjudiciales. «Estoy haciendo todo mal».
—Hay que estar tranquilos, un pene promedio mide de 15 a 18 centímetros —comenta—. No afectará con las poses más cómodas para hacer el amor.
Acomoda una manta en el centro.
—Christopher y Rachel, como son nuevos les toca la demostración...
—No soy apto para demostraciones porque no hago el amor —me pellizco el puente de la nariz con la respuesta del coronel— y tampoco me mide quince centímetros.
—¿Ah, no? —pregunta la instructora.
—No, de hecho tengo...
—¡No le vas a decir cuánto tienes! —me ofusca que ande diciendo el tamaño de mis cosas— A nadie le interesa.
Las otras embarazadas me miran y procuro calmarme dejando que sigan con la clase. Si con el físico lo rondan, con el tamaño lo raptan.
—Hagamos las poses entre todos, así no discutimos —pide la mujer—. Caballeros, al piso por favor...
—No te quites los lentes —le pido y es lo primero que hace consiguiendo que choque con la mirada plateada que me altera las hormonas.
Se acuesta con el brazo bajo la nuca y sigo las instrucciones quedando sobre él, mis rodillas están a cada lado de manera que quedo abierta de piernas encima de él sintiéndola cuando me siento en su entrepierna, «Que rico». Se le mueve la manzana de Adán y nos miramos a los ojos cuando empiezo a moverme automáticamente.
—Levántate — advierte, pero parece que tuviera una barra de acero abajo y recalco más, satisfaciendo a mi clítoris...
—Rachel, no es necesario sentarse directamente —me dice la instructora—. Puedes elevarte para que tu pareja esté más cómoda.
—Por supuesto —dejo la mano a un lado de su cara ansiando la boca que se humedece.
El que aparte la mirada es como echarle limón a la herida, yo bien hormonal con delirios ninfomaniacos y varios días sin sexo encima del hombre más sexy del planeta.
Nos mandan a poner de pie y quedar de frente es lo peor, así como deslizar la pierna sobre sus muslos practicando las distintas opciones, «De lado, en cuatro, de pie». Poses simple para quienes ya han estado en todos los modos. ¿Qué pose no he hecho con él?
Su maldita seriedad solo me pone más cachonda, ese rostro inexpresivo que solo me antoja más «Quiero besarlo». El aliento mentolado me incita a hacerlo y...
—Vamos a la siguiente parte —proponen transformando el ejercicio—. Trabajaremos en la comunicación con sus bebés.
Siento que tengo las hormonas al cien y el corazón quebrantado.
—El siguiente ejercicio es para entablar contacto emocional con sus hijos —indica—. Es importante tener una conexión emocional con esos seres hermosos que vienen de nosotros, así que busquemos la capacidad de transmitir nuestros pensamientos y vibras.
Dan instrucciones de cómo ubicarse mientras la mujer se pasea por la sala. Quedo entre las piernas de Christopher que pone una mínima distancia para no tener contacto directo.
—Cierren los ojos y enfoquense en las personitas que tienen en el vientre —inicia—. Mentalmente sientan la alegría de tenerlos, de procrearlos.
Sigo las instrucciones concentrándome en el ejercicio de relajación, la música es suave al igual que el olor a lavanda.
—Toquenlos, papás y mamás posen las manos en el vientre.
El tacto del coronel se desliza por mis costillas hasta el abdomen dándome esa indescriptible sensación de paz. Dejo mis manos sobre las suyas siguiendo el proceso.
—Mentalmente diganles lo mucho que los aman —siguen—, cuán felices los hacen...
Lo hago perdiéndome en la nada, sintiendo esa felicidad de saber que no podía, pero que fue posible. Reitero mi amor una y otra vez en mi cabeza en tanto siento los latidos del corazón del coronel a mi espalda. Su calor apagando el frío y las inquietudes.
—¿Los deseaban? ¿Los planearon?
No, pero son una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
—Acerquense más a su pareja que todo en conjunto es mejor —pide y mermo todo tipo de espacio corriendome hacia atrás. Tengo su pecho pegado a mi espalda, mis manos sobre las suyas en tanto su aliento calienta mi cuello... Desliza la mano derecha hacia el centro y...
Algo me golpea doblemente adentro conmocionando todo con el tumulto de cosas que se me atascan en las vías respiratorias.
—Oh, por Dios —dos toneladas de felicidad absoluta inundan hasta mi última neurona—. Amor, se me movió algo dentro...
Volteo a ver al hombre que tengo a la espalda el cual está como una estatua.
—Algo se me movió adentro, ¿Lo sentiste? —estoy anonadada— ¡Maldita sea, dime que lo sentiste!
—Que yo sepa no he perdido la sensibilidad en la mano—se ofende y me doy la vuelta yéndome contra él, posando la mano en su cuello.
—Se movieron nuestros bebés —reitero sin creerlo— ¿Seguro que lo sentiste?
Asiente y el impulso hace que una mi boca a la suya mientras lo rodeo con piernas y brazos en tanto nuestras lenguas se tocan y sus manos se mantienen a ambos lados de mi cintura «¡Tengo la felicidad a mil!» Las ilusiones en el cielo mientras lo sigo besando hasta que...
—Tengo que irme ya —sutilmente me aparta buscando la manera de ponerse de pie.
—No hemos acabado —dice la instructora.
—Yo si —le entra afán de un momento a otro el cual me hace recoger las cosas a mí también.
Toma sus pertenencias con rabia yéndose al pasillo, huyendole no sé a qué, pero lo sigo queriendo saber qué diablos le sucede.
—¿Qué pasa?
—No debí venir, eso pasa —contesta.
—¿Por qué?
—¡Porque no quiero verte ni tener que lidiar con esta maldita relación a medias! —se sincera.
—No es así —retrocede cuando avanzo.
—Fracasé en mi intento de abrir la maldita grieta la cual te haría entender que eres como yo —espeta cargado de toda esa furia que lo corroe— Por eso es que eres así de intermitente, porque no has experimentado ni vivido las mierdas que me sacan los demonios que tengo dentro y por eso no nos comprendemos, porque sentimos las cosas de forma diferente. No sabes lo que es tocar fondo con el maldito miedo de perder a alguien y no conoces el instinto posesivo el cual te grita que no eres capaz de ver a esa persona con alguien más.
Siento que no tengo respuestas.
—Llevas años amándome de la misma forma y eso ya no es suficiente para mí. —continúa—. No en este modo donde cada vez te demuestro que soy peor que los hombres que tanto quieres matar.
—Hay diferencias entre ellos y tú...
—No, no hay nada —declara—. Quieres hallar esa diferencia, pero no la hay y el día que quieras volver a buscarme es porque asimilas y entiendes que te has casado con el más malo de los tres.
—¿Y si no quiero que seas el más malo de los tres?
—Me demostraras que debo buscar a alguien que esté a mi nivel y el de mis hijos —contesta dándome la espalda—. Y no te privaré de que los veas, confío en que así como quieres que todo el mundo esté bien también querrás que ellos tengan la familia que se merecen conmigo y con quien vuelva mierda el mundo igual que yo con tal de que tengan la grandeza que se merecen.
Aborda el ascensor y solo se voltea a oprimir el botón que cierra las puertas dejándome envuelta en un montón de dudas.
Christopher Morgan ahora si puede vivir sin mí y la respuesta es simple aunque no la haya dicho; «Los hijos». Estaba aferrado a mí, pero ahora no soy la única que importa y cuando dividimos las prioridades somos capaces de resistir la pérdida de una, ya que como bastón tendremos la otra y él no tiene una sino dos.
«Me alegra dárselo» y que no sea yo la única cosa que lo hace feliz.
Vuelvo a casa abrazando la almohada cuando me tiro a la cama. Sigo siendo furor en todos lados y algo dentro de mí me dice que aunque esté aquí, en casa, no servirá de nada porque en este juego de la ley y la mafia a cada nada se ataca o se hiere.
Evoco la frialdad del coronel la cual me hace apretar las telas de las sábanas. Siento que en cualquier momento me va a llegar una demanda de divorcio y tengo que estar preparada para eso, ya que lo noté hastiado y cansado.
Dejo que Sara venga por mí a la mañana siguiente ya que quiere consentirme con un desayuno gourmet en uno de sus restaurantes. Luzco un vestido blanco corto con sandalias de tacón amarradas a las piernas, planche mi cabello dejándolo suelto y opte por un maquillaje suave. Aunque mi suegra insiste en que me veo hermosa yo me siento como un manatí.
No duro mucho en el restaurante, tengo que firmar unos documentos en el BHP y cuando termino con lo que se requiere decido darme un vuelta por Portobello, compro lo que necesito y vuelvo a la camioneta que avanza mientras mantengo la vista en la ventana hasta que...
—Detente —le ordeno a Dalton y mi cuello se gira extrañado por lo que acaba de ver.
—Estoy...
—Que te detengas —vuelvo a exigir abriendo la puerta mientras para. «No vi mal». El deportivo del coronel está a pocos metros e identifico la placa que me hace mirar a todos lados y al no hallarlo avanzo calle arriba a la zona comercial ignorando a los escoltas.
Me siento como una estupida que no sabe ni qué busca, pero lo hallo cuando veo al coronel sonriente en una de las mesas de cafeterías al aire libre y no está solo.
Una mujer de cabello corto le habla con desparpajo mientras él responde con la misma actitud metiendole la cereza de un cóctel en la boca. Siento que mis ojos son llamas de fuego, que por mi sangre corre lava caliente con la imagen de él aproximándose a los labios de ella y mientras sucede parece que intentan quitarme un órgano vital.
El mundo se enmudece, mi vista se oscurece y algo se abre en mi tórax mientras mis piernas se mueven a pasos agigantados con una ardiente llama caliente quemándome todo el cuerpo. No oigo, no capto, solo soy yo queriendo acabar con todo.
Él se levanta cuando me ve intentando detenerme, pero para mí es como si hubiese puesto el control de mi vida en cámara lenta. Su acompañante saca un arma apuntándome.
—¡Bajala! —le exijo a ella. Yo voy por él, no por la mujer— ¡Bajala!
Christopher se me atraviesa y no sé de adónde saco la fuerza para mandarlo al otro lado en tanto la amante sigue con el cañón arriba y antes de que ponga el dedo en el gatillo yo ya la tengo en el suelo con mi rodilla sobre su boca partiéndole los dientes.
—¡Si te digo que la bajas, la bajas! —le grito— ¡O eres veloz para disparar o atenta para captar una orden!
Mando el arma a otro lado zafándome del coronel que me toma y lo empiezo a empujar presa del llanto «Es un maldito canalla» «Un maldito cobarde». No oigo nada, solo me veo en la penumbra, en el desespero que me acorrala y que me enceguece.
—¡La besaste! —le reclamo— ¡La besaste!
No paro de recopilar lo que vi; él con alguien más, él haciendo por otra todo lo que hace por mí, él perdido y enamorado de otra que no soy yo. Yo sin él, él sin mí y una vida separados que me abre más lanzándome a un abismo el cual no sabía que existía.
—¡Escúchame! —sujeta mi cara— Estoy en un operativo Rachel...
Aparto sus manos llevándolo contra la baranda.
—¡No me estás escuchando!
—¡No me importa! —sentencio con braveza— ¡No tocas, no besas y no ves por otros ojos que no sean los mios!
Me desconozco, no sé lo que he hecho y por qué estoy actuando así bajo esta furia animal que no permite y que no lo acepta con otra persona que no sea yo. Mis ojos se encuentran con los suyos y sigo con las manos sobre su cuello.
—Estoy trabajando —reitera y mi cerebro lo pasa por alto y solo repite que no puede hacerlo, que no puede posar sus malditos labios en otro lado que no sea en mi cuerpo.
Sujeta mis manos y los dientes me castañean de lo temblorosa que estoy. Siento que soy una llama de fuego, una mujer sin sentido, sin control, sin frenos, porque podría acabarlo ya mismo.
—¿En que me has convertido? —retrocedo y él no me contesta.
Patrick y Angela están esposando a la mujer en el piso y al parecer solo vinieron los tres porque no veo a ningún otro miembro del comando. Dalton estaciona la camioneta y me apresuro a abordarla con miedo de mi misma.
—Rachel, puedo jurarte que solo estábamos trabajando —intenta explicarme Angela, pero yo solo quiero irme al Penthouse.
¿Qué acabo de hacer? ¿Cómo acabo de reaccionar así? Rechazo los cuidados de Ivan y de Dalton. Estoy distante, sorda y en medio de una crisis de rabia la cual siento que sólo cesará con una sola cosa...
Continuará con Karma parte 3.
***
Nos vemos pronto.
con amor.
Eva.
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