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CAPÍTULO 9

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Dejándose llevar. 

Christopher.

El móvil no para de sonar, pero estoy demasiado cómodo para alcanzarlo y no me apetece escuchar la chillona voz de la madre superiora. De seguro quiere que aconseje algún idiota y mi cabeza no está para pendejos.

Necesito dormir la resaca que me esta partiendo la cabeza. 

—Señor —tocan la puerta— El ministro está en la línea, quiere saber si ya se fue al templo y no sé qué decirle.

Vuelven tocar.

—¿Señor?

—¡Un segundo! —quito las sabanas de mala gana «¡Alex es un puto fastidio»

Me levanto y.... «¿Qué diablos?» Tengo la verga envuelta en látex.

Mis ojos viajan a la persona que yace en mi cama, esta tapada de pies a cabeza soltando pequeños sollozos. 

—La fiesta terminó muñequita —le tomo los pies— Recoge tus cosas y lárgate.

Si es Angela la mato, sabe que tiene prohibido venir aquí.

Vuelven a sollozar.

—Oye la regla es largarse cuando salga el sol, se lo dejo claro a todas.

Sigue tapada, debo irme y no voy a dejar a una extraña en mi cama.

—¡Fuera! —bajo la sabana.

—¡Puedo explicarlo! —exclama Gema tapándose las tetas.

La ira se eleva a niveles cósmicos, tenso los músculos y vuelvo a mirarme la polla. Solo tiene la falda puesta y las bragas en la mano. 

—¡¿Que mierda haces aquí?! —le rugo.

—Cálmate —llora— Todo tiene una explicación.

Me tomo la cabeza entre las manos, no puedo creer que el alcohol haya dado para tanto. Abren la puerta de golpe dándole paso a Liz. 

—Despertaste al dragón querida amiga —se deja caer al lado de Gema.

—¿Que paso anoche?

—No te esponjes —se ríe Liz— Nos divertimos como los adultos que somos.

—¿Adultos? —increpo sin entender una mierda— Eres la hija de Marie —regaño a Gema— Seria la última mujer que tocaría.

—Hey, hey aguanta el carro amigo —se levanta Liz— Le rompiste el coño, al menos trátala bien.

Reparo la cama hay una leve mancha de sangre «¡Maldita sea»

—No te enojes Chris —súplica Gema— Solo fue una noche de copas.

Alzo la mano para que se calle, no la creí capaz de tanto. Es libre de revolcarse con quien se le dé la gana, pero no conmigo, no estoy para soportar las represalias de nadie. 

—Voy a ducharme y cuando salga no quiero verlas en mi casa.

—Pero aún no me entregan el piso.

—¡Debiste pensar en eso antes de meterte como una puta barata en mi cama!

—¡Espera! —me grita Liz.

La ignoro adentrándome en el baño. Arrojo el látex a la basura, eso me pasa por alcahueta, no estaba en la obligación de hospedar a nadie.

No me acuerdo de nada y no soy de los que tienen lagunas mentales, mi último recuerdo es cuando bebí la copa que me dio Liz, de ahí para allá no tengo más que fragmentos poco visibles. 

Algo tenía el trago, siempre amanezco con resaca, pero nunca olvido lo que hago.

Me acerco al espejo revisándome las pupilas dilatas «Es demasiado temprano para tener tanto calor»  La maldita me drogo. 

Tomo una ducha rapido. Me visto y recojo mis cosas tapándome los ojos con lentes de sol 

—Chris —Gema sale de su habitación cuando me ve en el pasillo— ¿Sigues enojado?

La ignoro buscando a la ramera que desayuna cereal en el comedor.

—Desayuna y veras que se te pasa...

Barro con el plato poniéndola de pie. 

—Agradece que no tengo tiempo para abrirte expediente y echarte a patadas del comando. 

Se zafa de mi agarre encarándome con osadía. 

—Conmigo no rey —gruñe— En noches como las de ayer, no hay rango ni autoridad. Todos disfrutamos, incluso tú que te corriste hundiéndosela a mi amiga.

—¡Liz! —interviene Gema.

—Las cosas como son —alza las manos a la defensiva.

Contengo las ganas de pegarle dos tiros. 

—¡Lárguense!

—¡Christopher! —súplica Gema— Déjame hablar.

Los escoltas me llevan al centro mientras la madre superiora empieza a llamarme y Alex tampoco me da tregua insistiendo con un centenar de mensajes. 

Bloqueo el numero de Alex antes de bajarme de la camioneta calles antes del centro. La cabeza no deja de martillarme y dicho dolor aumenta cuando veo la fila de hombres con traje y corbata haciendo fila en la entrada. 

—¿Padre? —me reconoce uno.

«Lo que faltaba»

—Buenos días —lo saludó desde lejos.

—Estamos listos para la reunión —dice otro.

«Alcohólicos anónimos»

—Sí, hijo —fuerzo mi mejor sonrisa— Iré a cambiarme y vendré por ustedes.

El monaguillo abre la puerta de la iglesia e inmediatamente la madre corre a mi sitio.

—¡Padre por Dios! —exclama con el rosario en la mano— Pensé que le había pasado algo, anoche fui a su casa y nadie me abrió.

—Fui a visitar a un amigo.

—¿De la capilla?

—Un nómada que conocí en Croacia vino a Londres y necesitaba de mi consuelo.

—Entiendo.

—Iré a cambiarme para la reunión con los borrachos.

—Alcohólicos querrá decir —me corrige— Dejan de ser borrachos cuando buscan la guía de Dios.

—Es tan sabia, madre.

Sonríe, agradezco que no entienda el sarcasmo.

La ira no cesa y debo tomar media tableta de analgésicos para calmar la rabia. 

Me siento como un idiota, en pocas palabras fui manoseado y violado por una lesbiana y una mocosa jugando a ser mujer. Salgo listo para la reunión y... 

—Padre, padre —niegan al pie de la escalera— A los feligreses no les gusta esperar.

—¿Qué haces aquí? —paso de largo.

—Tampoco me alegra verte —Patrick me sigue— Pero Gauna me envió a vigilarte la espalda ya que no te estás tomando enserio el papel.

—No lo aprobé, así que devuélvete por donde viniste.

—Olvídalo, de ahora en adelante seré el asistente de la parroquia —me muestra una agenda— El que había tuvo un leve accidente esta mañana.

Procuro no explotar. Este papel cada vez me gusta menos. 

—Vas una hora tarde a tu reunión —abre la agenda— Y no es en esa dirección. 

Obvio no, el camino que llevo es el de los baños escolares.

—Christopher es solo un operativo, concéntrate —me reclama.

—No tengo tiempo para tus consejos.... 

—¿Es cierto lo que me comentó Tyler? —pregunta cuando estamos por llegar.

—¿También eres cotillo?

—Te llamé esta mañana y me dijo que no podías contestar porque Gema te... 

Pateo la maceta que se me atraviesa «Tiene las horas contadas»

—Una palabra más —lo señalo— Y te juro que...

—No me amenaces —rueda los ojos— Más bien preocúpate por el ministro, estaba muy cabreado después de escuchar la noticia.

«Voy a bombardearle el culo a todos»

Abro las puertas del salón parroquial, hay una rueda de hombres con pésimo aspecto.

—Que el señor esté con ustedes —saluda Patrick con una sonrisa exagerada.

—¿Y José? —pregunta uno de los borrachos.

—José no nos acompañara por un tiempo —tomamos asiento— Estoy a cargo de sus quehaceres.

—Una semana de cambios —dice otro.

—Los cambios son buenos —abro mi biblia, la resaca mezcla las palabras, siento que las letras bailan sobre la hoja— Empecemos.

Todos se quedan en silencio a la espera de mis instrucciones. 

—Como nuevo me gustaría saber sus, nombres, edad, a que se dedican y... Cosas que me ayuden a solucionar su problema.

—Oremos primero —se levanta Patrick y todos lo siguen.

Duro tres horas escuchando la vida miserable que llevan, minutos eternos oyendo estupideces sobre la iluminación y el buen camino, unos lloran, otros se las dan de héroe diciendo que pueden controlarlo.

Patrick propone un ejercicio de cara a cara donde terminan elogiándose uno al otro.

Suprimo los bostezos y elevo una alabanza cuando termina la sesión.

—Quieto padre —me regaña Patrick cuando intento levantarme— Aun falta un grupo.

«Malditos» Estoy que me caigo del sueño.

—Es el programa de rehabilitación a —revisa la agenda— ¿prostitutas.?

—¿Que?

Acerca la hoja volviendo a leer, pero se le descuelga la mandíbula cuando entra un grupo de mujeres con vestidos y minifaldas. 

—¡Cristo!

Rubias, castañas, morenas y pelirrojas. Delgadas, exuberantes, robustas y menudas.

Acomodo el culo en la silla «Por fin algo que me gusta»

—La bendición padre —se inclina una morena con tetas de infarto.

Paso saliva, el vestido blanco dibujas las líneas de su panty rojo. Me clava los ojos a la espera de una respuesta.

—Dios te bendiga, hija —se me hincha la polla y pongo la biblia encima.

Arman una fila frente a mí, todas sonrientes y bonitas.

Patrick no deja de sonreír.

—¡Bienvenidas! —las invito a que tomen asiento.

«Diez» Puedo con diez.

—¿Oramos? —pregunta una.

—Sí —susurra Patrick.

Se ponen de pie a la espera de que hagamos lo mismo. No puedo levantarme la erección es demasiado notoria.

—A Dios no le importa en qué posición oremos —dice Patrick— Lo importante es hacerlo con el corazón.

Inclinamos la cabeza elevando la oración. Las horas siguientes no son para nada aburridas.

Resulta y pasa que el centro brinda charlas sobre educación sexual sana. Es un espacio que les permite desahogarse con el fin de ser instruidas por el centro. 

Temo a moverme cuando una cuenta la historia de un candente trió con la que fue su compañera.

Otra pone las cosas más calientes.

—Era un jamaiquino —relata— Todo un caballero en público, pero cuando cerrábamos las puertas se volvía un sádico pervertido, usaba fustas, látigos y anillos. Me nalgueaba hasta dejarme la cola adormecida, luego me abría de piernas sobre su regazo y me masajeaba la vagina hasta dejarme húmeda y dispuestas —suspira— Me éxito fácil, padre.

Patrick tose, es la misma morena de tetas grandes.

—Me esposaba a la cama y me lamia come perro sediento, colocaba pinza en mis pezones y tiraba de ellos con fuerza —se tapa la cara.

—No te avergüences —la animo ansioso de oír el final.

—Cuéntanos cómo te hacía sentir eso —habla Patrick.

—Excitada —levanta la cara mirándome a los ojos— Muy excitada, sin quererlo me convertí en una ninfómana adicta al sadomasoquismo. Me gusta que me ahorquen y escupan.. 

«Que rico»

—Ok —me aclaro la garganta.

Miro a Patrick para que diga algo, pero esta embelesado con una rubia mal sentada que está dando una estupenda vista de sus bragas.

—El tiempo terminó —Alexandra se asoma en la puerta, trae el hábito de monja— Hace una hora.

—Abusamos del tiempo —dice una acomodándose la falta.

«Yo quisiera abusar de otra cosa» Codeo a Patrick que sigue en estado de shock. Alexandra le clava los ojos y temo que le broten llamas de fuego.

—Amor.... Hermana —balbucea.

—Es todo por hoy señoritas —ordena Alexandra— Señor Patterson, ¿Me permite un segundo?

—Si.

Le hago señas para que note la ereccion que tiene y este se tapa tratando de seguir a su esposa. Las mujeres empiezan a abandonar la sala. Todas menos una.  

«No me tientes, por favor» Es la misma morena del relato anterior. 

—¿Puedo preguntarle algo?

—Por supuesto hija —lucho por no mirarle los pechos.

—¿Alguna vez ha hecho algo prohibido o incorrecto?

—A veces, el demonio suele poner obstáculo.

—¿En qué sentido?

—En todos.

Se levanta y no hace el más mínimo intento de acomodarse el vestido.

—Interesante —se muerde la punta del dedo acercándose con cautela— ¿Es usted virgen padre?

Contengo la carcajada.

—Por supuesto, tengo un voto de celibato.

—Que mal —se me apoya en las rodillas— Se está perdiendo de muchas cosas buenas.

Se posa a centímetros de mi boca y tenso los músculos para no ponerla en cuatro y darle lo que busca.

— Debería follarme y dejar de ser un desperdicio de belleza masculina.

«¡Dios bendito!» Aparta la biblia de mi entrepierna. 

—Déjeme liberarlo de esa presión —lleva las manos a ella y...

Cae al piso cuando me levanto.

—Con esa actitud nunca podrás superarte —le digo— Es pecado tentar a un hijo de Dios...

—No se haga el santo —me señala la entrepierna— Se le paro.

—Para nada, es así por naturaleza —me encamino a puerta— Reza cinco avemarías para que el señor te perdone.

«Menuda mierda esto»  Me apresura a la casa tirando la biblia cuando entro. La ropa me estorba y empiezo a quitarme la camisa mientras subo a mi alcoba. 

Vuelvo a llenarme de paciencia cuando veo Gema sentada en la orilla de mi cama con un estúpido muñeco verde en las piernas.

—Vete —exijo molesto. 

—Sorry —se tapa la cara con el muñeco— Shrek y yo estamos arrepentidos.

—No quiero verte Gema.

—No me iré sin que me dejes explicarte como fueron las cosas. No seas exagerado, te tiras a una diferente cada que te embriagas. Simplemente haz de cuenta que soy una de la tantas.

—Eso eres, porque ni siquiera me acuerdo.

—Auch —se decepciona— No use palabras tan crudas coronel que fue mi primera vez

Deja el muñeco de lado. 

—No me gusta que te enojes conmigo —se lanza contra mi pecho— Te quiero y odio que te molestes por una tontería.

Posa la barbilla en el centro de mis pectorales.

—¿Qué debo hacer para que me perdones? ¿Lavo tu ropa, limpio tus zapatos, le doy la vuelta al mundo mientras dibujo graffitis que digan lo siento?

—Solo vete y llévate el estúpido muñeco.

—Es para ti —vuelve a tomarlo — Es Shrek, el ogro gruñón que tiene tu mismo genio.

—En verdad quiero descansar —la aparto tirándome en la cama— Cierra la puerta y cuida que nadie te vea salir, no quiero problemas con la madre superiora.

Me tapo la cara con la almohada y se acuesta a mi lado. 

—Prométeme que no seguirás enojado, ¿Sí? Liz sólo quería ayudarme.

—No me interesa. 

Me arrebata la almohada dejándola de lado. 

—No actúes como un idiota, te estoy hablando y quiero al menos un poco de atención.

—¿Pues adivina qué? —increpo— No me interesa dártela.

—¡No seas tan hijo de puta!

—¡Largo! —le doy la espalda buscando la forma de dormir. 

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—Dijiste su nombre —susurran en mi hombro cuando despierto. 

—¿Que? —me muevo desorientado.

—Que dijiste su nombre, fuerte y claro—Gema sigue a mi lado— ¡Rachel!

—Ándate a tu casa y deja de joderme.

—¿Tanto te dolió? Evades el tema como si se tratara de algún ritual satánico.

—Lárgate Gema. 

—Dime la verdad. 

La aniquilo con los ojos, tiene el cabello revuelto y una mejilla rosada por la fricción de las sabanas.

—Te puse a dudar ogro desgraciado —insiste — No dijiste nada, pero fue divertido verte la cara "Don seguro" 

—Perderás los ojos si sigues jodiéndome.

—Solo fue una bromita —apoya la cabeza en mi brazo— Dime, ¿Qué fue lo que más te mato? ¿El físico o la personalidad?

—No tengo idea de lo que hablas.

—Le pediré a mi médico que te recete un tratamiento para la memoria.

Se aparta.

—No dijiste su nombre —se acuesta a medio lado— Pero creo que anoche escuche el nombre de Bratt mientras follábamos.

Suprimo la risa.

—Creo que la disputa no fue porque le quitaste a Rachel —se me acerca al oído— Lo amabas y odiabas verlo con otra.

La tomo del cuello poniéndola contra la cama. 

—Esa crema protectora que tienes en el baño no lo hace ver muy masculino coronel.

—Mi hombría quedó más que demostraba anoche.

Le hago cosquillas como en los viejos tiempos donde la ponía a suplicar perdón. 

—¡Basta! —se toma el estómago —. Harás que me orine.

Me empuja subiéndose a horcajadas sobre mi cintura inmovilizándome sin dejar de sonreír. Surge un leve recuerdo de anoche, ella moviéndose sobre mí, besándome con premura. 

—Gema...

Le aparto el cabello de la cara, los ojos rasgados aumentan lo exótico de su belleza y no doy pie para quitarla. Creo que me gusta y la reacción de mi miembro me dice que no será tan fácil apartarla.

Giro quedando sobre ella que se aferra a mis hombros mientras la beso. Vuelve amoverse y yo la abrazo profundizando el momento, dejando que nuestras lenguas se toquen con suavidad. 

Bajo las copas del sostén, los pezones morenos quedan expuestos bajo mi boca. Los besos ubicando la mano en la curva de sus caderas hondeando para que sienta lo duro que estoy... 

—Con punto G —me entrega un preservativo y medio me aparto a colocarlo dejando mi miembro en su  entrada. 

Tiembla aferrada a la piel de mis brazos cuando me arrodillo frente a ella ubicando mi miembro en su entrada. El pecho se le mueve rápido y yo trato de lanzar la primera arremetida, pero la siento demasiada estrecha y la cara de dolor me limita. 

—¡Despacio! —suplica mientras me acomodo. 

El glande se me hincha al sentir la humedad, la palabra "Despacio" no está en mi diccionario sexual. Insisto y se aparta con miedo. 

—No puedo —jadea— Sigue doliendo.

Hago acopio de mi autocontrol e intento no entrar a la fuerza dejando la mitad de mi miembro afuera.

—Respira, dejare que te adaptes poco a poco.

Frunce los labios y cierra los ojos. Apoyo las palmas a ambos lados de su cabeza entrando con lentitud haciendo lo posible por no enterrarla toda, los músculos ceden ante la presión, pero a ella le sigue doliendo.


—¡Chris! —susurra aferrándose a la tela de la sabanas mientras a mí me tiemblan los brazos lidiando con la tensión. 

 La beso trazando círculos que la hagan correrse sin tanta tortura. Mi glande se hincha, el clímax aísla el dolor y su cuerpo se va tensando mientras me muevo lo que más puedo. 

La fricción de nuestros sexos la va calentando, soltando al punto de que su coño me aprieta el miembro con la llegada de su orgasmo. 

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