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CAPÍTULO 66

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¡Impacto, fuego y dolor!

Rachel.

Un olor putrefacto invade mis fosas nasales, no tengo idea de donde viene ¿Es a mi entorno?, ¿Yo? Me hundo en la silla sintiéndome débil, sucia y dolorida. Me trago los gritos de rabia.

La desesperación y la angustia que desencadena este asqueroso estado.

Ángela llora desconsoladamente a mis pies y mi cabeza repite una y otra vez su diagnóstico médico «Aborto, violación, huesos rotos» A pocos metros yace el cuerpo de Elliot cubierto de sangre, cuervos pican y comen del hoyo que tiene en la frente. Picotean y picotean sacando carne, salpicando sangre y empeorando la peste.

Pienso en las personas que dejo y ahora lo lloran. En el fondo yo también lo lloro porque estuvo para mí cuando más lo necesite.

Me duele Angela que vivió lo peor que le puede pasar a una mujer. Lamento sus golpes, heridas y maltratos. Lamento que haya perdido a su bebé y que yo no pueda tener uno jamás. Los recuerdos me hunden, los planes a futuro y aquella suplica clamando perdón por algo que no hice.

«—¡Meredith! —le aclamo a mi compañera—. Detenlo, maldita sea ya está.... —me ahogo en llanto— ¡Por Dios estoy suplicando!»

El dolor se enciende desatando la ira reprimida.

«—Joder no sé qué te hice, pero lo siento ¿Vale? —lloro retorciéndome con la cercanía de la aguja— ¡Lo siento!»

Reparo la piel marcada por la aguja viviendo la ansiedad de la abstinencia, la depresión, opresión y ganas de morir. Veo a Meredith pidiéndome perdón, a Bratt llorando, familias desconsoladas. Martha Lewis amenazando.

De la nada me veo en un escenario totalmente diferente. Meredith y Martha ahora son cadáveres, aberraciones que me persiguen mientras yo me pregunto quién las mató cargada de un no sé qué, que absorbe mi esencia. El rostro del asesino aparece sonriente, orgulloso y tranquilo entre la multitud.

Me mira, lo miro y con el corazón desbocado, llegó al borde de un abismo y caigo al vacío con mil cosas en la cabeza, no me explico de donde surge el fuego que me consume, el suelo me espera y...

—¡Rachel! —me sacuden los hombros— ¡Abre los ojos!

Acato la orden encontrándome con Christopher sentado en la orilla de la cama.

—Solo son pesadillas —aclara, pero estoy demasiado cansada para responder. Los ojos se me cierran solos y vuelvo a hundirme en la cama, a fundirme en pesadillas y sueños.

Duermo, pero no descanso y tampoco quiero abrir los ojos, sé que al despertar seré ese ser insaciable que nada le basta. El cuerpo me duele, las extremidades me pesan y sigo fundida negándome a enfrentar la realidad. Pero todo tiene un límite y el mío llega a su fin cuando los síntomas me abruman aclamando la droga.

«Éxtasis, heroína, cocaína, PCB, Ketamina» Repite mi cerebro «Éxtasis, heroína, cocaína, PCB, Ketamina»

Abro los ojos y no estoy en casa. Saco los pies de la cama y por el entorno deduzco que me encuentro en un Jet el cual ya no está en movimiento. Camino despacio posándome en el umbral de la alcoba y veo a Christopher de espalda pegado el teléfono. La puerta de la aeronave está abierta y hay varios mapas en la mesa.

No llamo su atención, solo me deshago de la ropa y entro a la ducha tardando más de lo que debería.

Me siento tan abrumada, apagada y rabiosa, me veo como uno de esos judíos que vivieron barbaridades por culpa de un resentido y lo peor es que no veo luz ni esperanza. No es como en años pasados que quería salir y salvarme.

Esta vez es diferente, lo único que deseo es flotar en medio de alucinógenos, drogarme y drogarme hasta morir como Daniel. Desfallecer disfrutando la mierda que me desgracio.

Mi llanto está cargado de profundo resentimiento, porque pese a que fueron pocos días, para mí es como si hubiese sido una eternidad. Los intestinos se me contraen y termino vomitando baba con tintes de sangre y ahí queda la poca fuerza que me queda, la humillación llega a tal grado que las rodillas se me doblan y caigo sobre mi propio vomito, asqueada mareada y temblorosa.

Para el que ya fue dependiente, el HACOC no es droga, es el veneno mortal que llega a matarte poco a poco ya que a la primera no pudo. No es un alucinógeno común y su periodo de abstinencia tampoco. Esta mierda te acaba como una enfermedad terminal.

Poco a poco voy tomando fuerza para levantarme, me termino de bañar, me lavo la boca, me envuelvo en un albornoz y salgo encontrándome con Christopher recostado al lado del umbral con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Todo bien? —pregunta serio.

—Lárgate y déjame sola —paso de largo acostándome en la cama. Me jode el que vean mi aspecto asqueroso.

— Partiremos en veinte minutos —avisa.

—Fuera —ni me inmuto en mirarlo.

—Vístete —arroja una mochila en la cama —. Carezco de paciencia así que obviemos la pataleta...

—¡Vete a joder a la perra que siempre andas reluciendo! —le grito— ¡O a la madre que siempre atropellas, a mi déjame en paz que no me interesa ni tu lastima, ni tu ayuda!

Abre la maleta sacando no sé qué.

—¡Aparte de pendejo sordo! —pateo todo y me quita las sábanas con brusquedad, con un jalón me lleva al borde de la cama poniéndome de pie y abriéndome la bata a la fuerza dejándome desnuda. En mi estado no es mucho lo que puedo forcejear y por más que intento apartarlo terminó estrujada cuando me coloca las bragas, el vaquero y la playera.

Me mete la cabeza en una sudadera que me queda enorme. Lo empujo con una patada cuando intenta ponerme los zapatos y me retuerce el tobillo poniéndome a chillar, amarra las zapatillas con fuerza antes de levantarse mientras yo me retuerzo de dolor en la cama.

—Péinate que pareces una loca —espeta recogiendo lo que tiré.

—¡Loca tu madre hijo de puta! —vuelvo a meterme en las sabanas con todo y zapatos.

¡No soporto esto! Esta tristeza cargada de dolor y resentimiento, la depresión de mierda que me hunde y me hunde recordándome que soy una pila de estiércol.

Vuelve a ponerme de pie, descargo la ira arrancando el diamante que me cuelga. Se lo estrello en los pies y lo único que hace es tomar una bocanada de aire.

—¡A otra con tu lastima, asesino! —rompo a llorar— ¡No me mires, no me toques, solo vuelve a tu vida perfecta y deja que me revuelque en mi mierda sin nadie que me joda!

Toque fondo, me deje hundir y este es el resultado. Prepara todo mientras yo me aíslo en la cama ocultando mi cara entre las rodillas. El apaga las luces se engancha el equipaje y me baja a la fuerza llevándome con él.

Forcejeo, pero de nada me sirve, el sol matutino recae sobre mi cara mientras cierra la puerta y vuelve arrastrarme con él a través de la pista desolada la cual tiene una clara advertencia que hasta este punto se puede volar.

Un hombre moreno nos espera al lado de una camioneta Dodge Ram de vidrios polarizados, se apresura ayudar con el equipaje mientras Christopher me mete en el vehículo a las malas ¡Es un puto animal!

—¿Trajiste lo que te pedí? —indaga el coronel.

—Todo está adentro, señor —contesta el moreno, despliegan un mapa sobre el capo y yo no me molesto en saber dónde estoy sencillamente porque me da igual morir aquí o en Londres.

El coronel se pone al volante cuando los dolores empeoran volviéndome un ovillo en el asiento.

Para el dependiente la droga es como un analgésico, como la solución a todos lo que te agobia, y el alucinógeno es lo único que quiero ahora. ¿Para qué vivir en esta realidad de mierda si puedo flotar en una nube olvidándome de todo?

—Tomate esto —Christopher abre la maleta que hay atrás ofreciéndome una botella de agua. La recibo y la abro vaciándola en el interior del vehículo mientras él se aferra al volante sin mirarme.

—Si tienes más puedes usarlas para lavarte la polla —dejo caer la botella vacía.

Estoy tan débil que terminó rendida en la silla. Las pesadillas vuelven y termino dando saltos involuntarios en el asiento, Angela y Elliot siguen presentes al igual que Meredith y Martha.

Las horas pasan al igual que los kilómetros ¡Menuda tortura! El dolor se aísla dándole paso a las náuseas.

—¡Para! —logro decir cuando me abarca la oleada de vómito. Frena y salgo a trompicones vaciando todo en plena carretera. Es como una resaca de mil días que me deja arrodillada y con las manos en el asfalto (Ni para sostenerme tengo fuerza)

Christopher sale y trato de levantar la mano poniendo distancia, pero no me hace caso y termina poniéndome de pie.

—Tómatela —insiste con otra botella de agua.

—¡No me jodas! —me aparto y me vuelve a tomar estrellándome contra la camioneta.

—¡No soy tu puto niñero, ni tu maldita enfermera! —me grita— ¡Así que empínate esta porquería o te la meto con sonda!

—¡Vete a la mierda! —trato de huir, me vuelve a tomar y le entierro una cachetada que termina arañándole la mejilla.

Me toma del cuello resoplando en mi rostro.

—No me busques que yo no soy Stefan—advierte—. Créeme que a las malas terminaras más jodida de lo que ya estas.

—¿Qué? ¿Me vas a matar? —lo provoco—. Hazlo de una vez y nos ahorramos el paseíto.

No tiene quiebre, ni brecha en la fría mascara que se carga, sé lo que hizo, pero quiero saber si decirlo le dolerá o levantara, aunque sea una pizca de remordimiento, como una prueba de fuego donde sabre qué diablos soy ahora, si queda algo de mi antigua yo.

Me mete al auto y estrella la puerta, vuelve al volante y sinceramente no sé de qué va todo esto. No entiendo porque tanto egoísmo al no dejarme morir ó si solo soy entretenimiento.

—Mi destino no es problema de nadie y mucho menos tuyo, Christopher —le digo cuando arranca— ¿Para qué fingir que es tu problema si no lo es? ¡¿Por qué mierdas no dejas que haga lo que se me dé la gana como siempre lo haces tú?!

No me mira, no me habla, solo se pasa las manos por el arañazo sin perder de vista la carretera.

Las horas pasan y mi crisis empeora. Tiene que parar una y otra vez cuando el vómito llega y en últimas no arrojó nada, son solo amagos de mi cuerpo pegándose de todo para torturarme, aclama y aclama lo mismo. La misma salida la misma solución.

Paramos en una estación donde aprovecho para lavarme la boca y echarme agua en el cuello y la cara. Christopher no deja de joder y no me deja ni respirar, siempre me está mirando, siguiéndome con los ojos a ver que hago ¡No entiende que me jode porque siento asco de mí misma y que por ende no me gusta que me reparen!

La travesía empieza de nuevo con mil discusiones en el camino y por más que lo insulto me ignora, se aguanta las malas palabras como si fueran algo del día a día.

Detiene el auto en un restaurante ubicado a la orilla del camino.

—No tengo hambre —digo.

—Sería una buena respuesta si te hubiese preguntado —me saca del vehículo echándole mano a otra botella de agua, ya me duelen los brazos de tantos estrujones.

El sitio está repleto de gente y me es inevitable sentir y creer que todos me miran. Christopher se sienta a mi lado mientras el mesero toma la orden, pone los cubiertos y avisa que en diez minutos traerá todo. El ruido me molesta y el que Christopher se pegue al móvil lo empeora, noto que Gema lo llama y el imbécil contesta.

—¿Cómo estás ogro gruñón? —capto el saludo de la otra línea.

Empiezan hablar y si antes no tenía hambre ahora menos viendo cómo contesta con monosílabos. "Si, no, ok" Tardan y procede con el "Aja, bien, como sea, obviamente"

¿Qué tanta mierda le dice como para tardar tanto?

—De haber sabido que ibas hablar con tu zorra me hubiese quedado en el auto —espeto con rabia, detesto que enfoque la atención en otra mujer que está mucho mejor que yo.

Me ignora, sigue hablando como si nada y la ira es tanta que prefiero apartar la cara evitando enterrarle otro guantazo. Cuelga cuando llega la comida y no me molesto en mirar el plato, solo lo aparto demostrando que no me interesa.

—Come —empieza con las exigencias y ni caso le hago.

Sigue con los suyo acabando con su plato mientras el mío sigue tal cual.

—No nos vamos de aquí hasta que no comas —insiste.

—Sigue hablando con tu zorra y no me jodas.

—Eres un grano en el culo—se inclina la bebida cuando me acerco a su oído, tantos a los que puedo manipular para obtener lo que quiero y me toca aguantar a este.

—Entiende que me valen las órdenes de un asesino —le susurro—. Así que deja de perder el tiempo y llévame a Londres.

Toma mi plato como si no pasara nada metiéndose cuatro cucharadas rápidas a la boca. Mastica sin tragar y de un momento a otro me toma del mentón abriéndome la boca a la fuerza con un agarre tan brusco que me impide cerrar la mandíbula, sus labios tocan los míos cuando trata de pasarme la comida como si fuera un maldito pájaro, le aruño las manos y una arcada se apodera de mi garganta cuando escupe los alimentos en mi boca.

—¡¿Qué te pasa animal?! —chillo.

Logro apartarlo y vuelve a meterse otras dos cucharadas repitiendo todo tomándome del cuello.

—¡Basta! —lo regaño— ¡Christopher, la gente nos está mirando!

No miento, hay un montón de comensales observando los métodos medievales de este troglodita.

—¡Come! —exige rabioso y tomo el cubierto con tal de no pasar por otro espectáculo ¡Por poco me arranca la mandíbula! Me clava la mano en el hombro ardiendo de rabia—. No quiero que quede nada en el plato ¿Me entiendes? Y si vuelves agredirme te coloco una camisa de fuerza.

La comida entra a la fuerza, pero con suerte no la vomito, de hecho, se siente bien tener algo que no sea ácido en el estómago.

—Ahora el agua —me planta la botella en las narices. Tomo la mitad y mi estómago siente el alivio de inmediato, como si tuviera un 2% más de energía.

Volvemos al auto y desfallezco en la silla durmiendo toda la tarde, es como si hubiese corrido durante días y tampoco es que quiera mantenerme consciente con el ser insensible que cargo al lado.

Despierto con el sonido de la lluvia azotando las ventanas. La radio habla del mal tiempo anunciando una tormenta eléctrica y Christopher mantiene la mirada fija en la carretera adentrándose en una vía rural. Cuatro horas donde solo veo vacas mientras la lluvia se torna fuerte mientras los rayos impactan en el asfalto.

No veo rumbo, ni señales de nada. El asiento me estorba y él debe disminuir la velocidad cuando las llantas se deslizan en el asfalto. El locutor de la emisora aconseja que lo mejor es mantenerse en casa.

El coronel empieza a buscar alojamiento en el GPS y lo único que le muestra es una casa a doce kilómetros, la lluvia se torna violenta y nos vemos obligados a pedir refugio en el único sitio que mostró el GPS, de hecho, no es una casa es una cabaña de aislamiento espiritual que está a cuatro kilómetros de la carretera. Hay una luz encendida y sé que estamos perdiendo el tiempo, en este tipo de sitios están prohibidas las parejas (No es que él y yo lo seamos, pero supongo que muchos lo pueden entender así)

Christopher me entrega mi mochila y saca la suya, hay un portón el cual no le permite la entrada a la camioneta y alcanzo a mojarme en el corto camino a la entrada. Es él quien toca la puerta mientras yo me apoyo en las paredes de madera. Nos abre una monja que ronda los treinta, tiene una biblia en la mano y un rosario en el cuello.

—Lamentamos incomodar, pero mi hermana y yo llevamos todo el día en la carretera y no tenemos sitio donde descansar —explica el coronel.

—Lo siento —la mujer se arregla los lentes—. Este sitio no está designado para eso.

—Quedarnos en el auto con semejante tormenta puede ser peligroso —saca los dotes del padre Santiago—. Mi hermana necesita una cama y yo puedo pagar por la estadía.

Saca un fajo de billetes y...

—El dinero es lo de menos —habla la mujer—. No es por ser odiosa, pero solo cuento con una cama extra y en caso de quedarse usted tendría que dormir en el auto...

—No puedo perderla de vista, está enferma y... —trata de no alterarse—. Debe estar bajo mi supervisión en todo momento.

La mujer mira a uno y luego al otro y tal como lo intuí se conmueve con mi aspecto abriendo la puerta para que pasemos justo cuando un rayo impacta en uno de los árboles.

El sitio es una alcoba con cocina la cual tiene dos camas de un solo cuerpo, la iluminación es con lámparas de gas y tiene una enorme cruz de madera pegada a la pared.

—¿Seguro que son hermanos? —pregunta la mujer un tanto dudosa—. Esto es un lugar consagrado el cual no se puede profanar con los actos de la carne y tampoco puede darles paso a las parejas que no se conservan como lo demandan las escrituras.

Se enfoca en mí a la espera de una respuesta y contemplo la idea de tumbar el teatro, sería una buena forma de quitármelo de encima; Pero es mejor dormir aquí y no en la camioneta.

—Es mi hermano mayor —aseguro sin tanto rodeo.

—Confió en tu palabra —responde la mujer—. Puedes dormir en la cama vacía y a tu hermano puedo acomodarle sabanas y cojines en el piso.

Doy las gracias, pregunto por el baño y entro asearme y a cambiarme. Christopher entra después mientras la devota le acomoda un espacio al lado de mi cama. Como era de esperarse él no disimula el disgusto al ver lo que la monja logró arreglar para él. Su majestad no está acostumbrado a las incomodidades. Se cambia y deja el equipaje en el baño, solo guarda la billetera, el reloj y el móvil bajo uno de los cojines y el arma bajo mi cama.

Mi cama rechina con cada movimiento y Christopher se acuesta mientras la monja termina su oración frente a la cruz. Una hora después apaga las lámparas acostándose con todo y habito.

—Buenas noches —nos dice.

—Buenas noches —respondo mientras Christopher reluce sus malos modales.

Los minutos pasan y yo no me hayo en ninguna posición, los dientes me castañean por el frio, el colchón es duro y de tanto dormir ya no tengo sueño. Me corro al borde de la cama fijándome en Christopher que esta acostado sobre su espalda con un brazo sobre los ojos y el otro escondido bajo la sabana.

—¿Qué pasa? —pregunta en un susurro.

—Tengo frio —miro la cama que está a menos de cuatro metros.

Él se quita el brazo de la cara apartando las sabanas.

—Ven aquí —me abre espacio a su lado, tengo rabia, pero en el fondo sé que su cercanía puede distraerme.

Bajo con cautela mientras él extiende el brazo para que me acueste, nos acomodamos de medio lado y siento su dureza enseguida. El empalme me maltrata la espalda cuando me abraza.

—¿Ibas a masturbarte cuando yo me durmiera? —susurro.

—No —susurra también—. Estaba por hacerlo cuando me miraste.

—Menudo enfermo.

—Hace frio, soy un hombre y tengo mis necesidades.

—Tienes un problema, aunque no lo quieras reconocer.

—A mí me gusta mi problema —admite y me volteo para encararlo.

Estoy jodida y hecha mierda, pero eso no logra que mis ojos dejen de distraerse con su atractivo, la luz que proyectan los relámpagos me permite detallarlo y voy acercando la cara hasta que mi nariz roza la suya, huele a colonia y a crema dental. Deja que le dé un beso casto en los labios y alzo la pierna sobre su cintura acercándolo más

—Cógeme — vuelvo a besarlo, se queda en silencio y la decepción llega con un montón de inseguridades ¿Tanto asco me tiene?— ¿Te tomaste en serio el papel de hermanos?

Me baja la pierna humedeciéndose los labios.

—No me gustan las cosas suaves —se defiende en voz baja.

—Te doy asco...

Me besa y mis labios lo reciben con un beso húmedo que se extiende, para y se reinicia.

—Deja de decir idioteces —dice y vuelve a besarme.

Sigue lloviendo, el agua no deja de azotar las ventanas y la devota duerme mientras yo le como la boca al hombre que desliza las manos por mi playera.

Ya no tengo frío, mi cerebro se está distrayendo apegándose a otra cosa, me acuesto sobre mi espalda mientras él baja las manos por mi abdomen hasta llegar a mi coño, me abre los labios toqueteando el pequeño órgano que se torna rojo e hinchado cada que me excito. Lo atrapa con sus dedos dando tirones suaves que me van mojando más y más.

Sus dientes atacan el lóbulo de mi oreja refregando la erección en mi pierna, mando la mano a su polla y nos tocamos en silencio acompasando todo con el sonido de la lluvia. Los besos toman urgencia y a él no le basta el toqueteo. Se lleva los dedos a la boca saboreando mi humedad mientras su erección crece y se endurece en mi mano. Se va tornando agresivo, vehemente y pasional apretujándome las tetas con fiereza, repartiendo mordiscos por mi cuello.

—Voltea —pide en un susurro y hago caso quedando de espaldas contra él.

Sin apartar las sábanas baja mis pantalones y saco los pies dejando que me apriete contra su pecho, él no tiene que bajarse nada ya que hace mucho tiene la polla afuera. Esponjo el culo y acto seguido empieza a puntearme con el glande resbaladizo, la saliva se me vuelve agua cuando este me roza acelerándome el pecho. Entra y va hundiéndose ondeando las caderas con una lentitud que raya a tortura carnal.

—Joder —doy un respingo cuando me lanza una embestida repentina que me deja todo su falo adentro.

—Shhh —susurra posando las manos en mis pechos—. Estas tan mojada y tan deliciosa.

Respira en mi oído llenándome de embestidas que me erizan la piel cuando estruja mi busto llevandome contra él y debo suprimir el quejido que amenaza con salir.

—Quiero lamerlas —me dice—. Mordisquear esto— pellizca mis pezones dejándome al borde—. Si supieras como me pones dejarías de suponer tantas sandeces.

La cama de la devota se mueve y me quedo quieta mientras Christopher sigue respirando en mi cuello con la polla en mi canal embistiendo como si no tuviera control.

Me congelo cuando la mujer vuelve a moverse y respiro hondo cuando se voltea. Dejo caer la cabeza dejando que Christopher siga con los suyo, arremetiendo con estocadas deliciosas las cuales van soltando jadeos imposibles de controlar, sube la mano a mi boca cuando el orgasmo me toma llenándome con su derrame y no pierde tiempo a la hora de ponerme nuevamente de cara contra él.

—Quítatela, no puedo quedarme con las ganas —exige aferrándose al borde de mi playera. Me deshago de la prenda quedando expuesta de la cintura para arriba y se prende de mis senos como un animal, lamiendo, tirando mordiendo. Alternando la boca entre la una y la otra como si se alimentara o fueran adictivas, me besa de vez en vez y vuelve a bajar volviendo a lo mismo.

Lleva la mano a mi pierna posándola sobre su cintura ensartándome en su verga ¡Joder! Está más duras y mi canal se complace con la potencia, percibiendo las venas marcadas que hacen magia cada que entra y sale soltando jadeos varoniles que me catapultan a la vez que lo vi haciendo ejercicio.

—Qué coño más placentero —susurra perdiéndose en la lascivia del momento y temo a que se salga de control.

—Espera...—musito tratando de que pare, pero no le importa. Esta tan absorto que no piensa, sigue y sigue en lo suyo mientras los truenos disfrazan lo que realmente pasa mientras yo suplico mentalmente que la monja no se voltee, ni se despierte.

Me muerde, besa, magrea, estimula y vuelve a derramarse con el segundo orgasmo que él desencadena.

No le da tregua a mi boca y a mí me abarcan las dudas. ¿Qué va a pasar cuando ya no le dé la talla? ¿Cuándo quiera tener hijos? ¿Cuándo mi belleza se apague a tal punto que ya no lo excite?

Tonterías que me reprimen, toda persona tarde o temprano siente la necesidad de tener una familia o una pareja por lo mínimo y la gente con mi condición no se puede establecer porque normalmente el compañero de vida los termina repudiando.

Él un general o ministro y yo una drogadicta. Él con Gema y yo observándolo desde lejos. Un miedo absurdo me corroe y apoyo la mano en su pecho separando nuestras bocas, intenta besarme otra vez y aparto la cara.

—Volveré a la cama.

—Luego —insiste en besarme y me vuelvo apartar.

—No me siento bien —me visto y me levanto subiéndome en la cama, dándole la espalda. Los truenos siguen resonando afuera y no me explico el pánico que me invade.

Me abrazo a mí misma cuando la depresión llega como la intensidad de la tormenta, el HACOC arrasa y no con síntomas físicos. Con oscuridad, con la maldita penumbra que se va colando por las ranuras de mi quebrantado corazón.

Mi cerebro me arrincona convenciéndome de que para esto no hay solución, estoy condenada, hundida, enferma y podrida. El hombre que esta abajo estará con otra mientras yo seré un problema para mis padres. Ya veo la burla, el fin de mi carrera en las noticias y la vergüenza ajena en la cara de todos.

Me abrumó. Soy una mierda.

Una mula estéril.

Una perra traicionera.

No soy valiente, no soy fuerte, no soy nada. Las lágrimas surgen, las voces se repiten, la respiración se me dificulta y empiezo a contar los segundos

He sido una maldita, pero esto no me lo merecía. Yo ya no soy yo. La tormenta termina, pero mi tornado no se detiene y el amanecer me toma con la espalda recostada en la pared. Finjo dormir cuando la devota se mueve y se levanta yéndose al baño, vuelve a salir y abandona la alcoba con una canasta.

«—¡Por favor no! —pataleo desesperada — ¡Mátame Pero no me lo inyectes!» Apago el llanto tapándome la boca.

El asesinato de Meredith, me da vueltas en la cabeza, pienso en el dolor de Bratt y en lo que yo siento ahora «Su novia, su madre y su hijo» Me aterra la punzada que surge y me levanto con cuidado asegurándome de que Christopher siga dormido; Lo está y entro al baño mirándome al espejo por última vez.

Me hubiese gustado verme como era antes, pero no queda nada de eso, observo mis manos temblorosas. Ya está, ya llegó el desequilibrio en el sistema nervioso el que surge cuando tu cuerpo entra con tal desesperación y se manifiesta convirtiéndote en una incompetente. La última vez no alcance tal extremo, así que esto es una señal definitiva.

Medio me arreglo y me coloco las zapatillas mientras Christopher duerme. Sé que es de sueño liviano, pero supongo que tanto volar y conducir lo tienen exhausto. Me fijo en la monja que recoge fruta afuera y me apresuro a tomar lo que necesito antes de salir, cerrar, correr y abordar la camioneta.

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Christopher.

Me incorporo somnoliento con los músculos adoloridos y camino por inercia a la primera puerta que encuentro, no creo que dormir en el piso pueda considerarse como descanso. El agotamiento no quiere abandonarme, así que me quito la ropa y entro a la ducha dejando que el agua fría alerte mis neuronas, lavo mis dientes y me visto rápido con la ropa que cargo en el equipaje.

Salgo en busca de los zapatos e inmediatamente mis ojos viajan a la cama vacía.

«¡Joder!» Suelto todo apresurándome a buscar las llaves y no están, como tampoco está el móvil, ni el reloj. Abro la billetera y... ¡Cero efectivo! Busco el arma que escondí bajo la cama y...

—Buenos días... —saluda la monja en la puerta.

—Necesito un auto y un teléfono —demando recogiendo mis cosas mientras la mujer retrocede asustada al ver el arma— ¡Un auto y un teléfono! —vuelvo a exigir.

—No tengo auto y las líneas están dañadas por la tormenta —tiembla de miedo y yo solo me preocupo por correr a la carretera vacía.

No hay vehículos, ni camiones ¡Ni un jodido animal! ¡Tres mil veces mierda!

Acomodo el equipaje y empiezo a correr con la esperanza de que se me atraviese algún vehículo, pero parece que anduviera en senderos fantasmas. Se supone que el pueblo esta a 50 km y yo no tengo ni una jodida mierda.

Corro, camino, troto e intento comunicarme con Patrick cada vez que me encuentro un teléfono de carretera, pero ninguno tiene línea.

¡Maldita hija de perra! Empiezo a maldecir a Rachel. Dos, tres, cuatro, cinco, seis, ocho horas corriendo y caminando. La neblina se toma la carretera y mis músculos se resienten entre más avanzo, sudando, sediento y con la angustia atascada en el tórax.

—Viene una nueva tormenta y lo mejor es buscar refugio —advierte un nómada que me encuentro.

—¿Tiene un teléfono? —indago desesperado.

—No hay línea por la tormenta de ayer y por la que se avecina, no pinta bien y cerraron la entrada a la vía rural —explica y sigo caminando.

Las nubes negras se toman el camino. La debilidad llega y caigo un par de veces en medio de la lluvia cuando el frío se cala por mis huesos. Vuelvo a levantarme, no me importan los truenos, ni los relámpagos, sigo y sigo hasta que el día le da paso a la tarde y la tarde a la noche.

Las casas empiezan aparecer y caigo en el corredor de la plaza que decora el parque dejando que el granizo me azoté la cabeza. El jodido pueblo está casi vacío y la poca gente que hay corre aquí y allá huyéndole a la tormenta. Me aferro al primer teléfono que ubico, No sirve y sin rastreador no me queda de otra que sacar la identificación de Rachel.

—Oiga —llamo gente al azar—. Ha visto a esta chica, es alta de cabello negro y ojos azules.

—No señor —siguen caminando.

—¿Ha visto a esta chica? —pregunto en un supermercado—. Alta, cabello oscuro y ojos azules.

—No señor.

Me sigo moviendo, no puedo estar más hastiado de la vida, casi todo está cerrado, las personas tratan de buscar refugio cuando el clima empeora y mi cerebro no capta nada de eso. Sigo y sigo preguntando con las mochilas en el hombro.

—¿Ha visto a esta chica? —pregunto en el hospital desolado—. Alta de cabello negro, conduce una camioneta Duster.

—Hoy no hemos recibido pacientes —me estrellan la puerta en la cara.

Abordo a todo el que me encuentro, no consigo nada y todo el mundo se niega a darme información cuando pregunto por los bares y expendios de droga.

—Hijo —se me acerca una anciana—. La tormenta ya viene, busca un lugar seguro.

Sacudo la cabeza.

—¿Ha visto esta chica? —pregunto y la mujer de edad se coloca los lentes tomando la identificación—. Es alta de cabello negro y ojos azules. Conduce una camioneta negra...

Asiente tratando de captar la atención del señor que mete víveres en su auto.

—Se detuvo frente a nuestra casa esta mañana preguntando dónde estaba al centro del pueblo —responde— ¡Abraham! —llama.

—¿A qué horas pasó eso? —inquiero y el anciano se acerca tomando la identificación— ¡¿Cuándo fue la última vez que la vio?!

—A la 1 pm más o menos, llevaba mucha prisa —explica, Un trueno retumba y ambos me toman de los brazos.

—Hijo tienes que buscar refugio, la radio dice que la tormenta será peor que la de ayer.

Me zafo.

—Tengo que encontrarla ¿Conocen algún sitio donde se venda droga? ¿Bares...?

—Hijo no... —intenta decir la anciana.

—¡Tengo que encontrar a la chica y solo necesito saber a dónde diablos puedo ir! —estallo ¡Menuda mierda!

—El callejón de los moteros —indica la señora—. Es en esa dirección...

Empiezo a caminar por donde me indica.

—¡Abraham guíalo o puede perderse! —pide la mujer y el hombre se viene detrás—. Llevare los víveres a casa.

El anciano trata de mantenerme el paso guiándome de callejón en callejón, reconozco la camioneta abandonada en la mitad de la calle y corro abrir la puerta, pero no está. Arranco las llaves que dejo colgadas y arrojo el equipaje quedándome solamente con el arma.

—Por acá muchacho —señala el hombre— Ten cuidado, la mayoría están armados y son peligrosos.

Avanzo, hay varios indigentes cubriéndose con cartones y al fondo yace una escuela a punto de caer. Entro y todo el mundo me mira, la música es alta y una parte de los motociclistas bebe mientras otros se inyectan heroína.

El anciano me sigue, pero a decir verdad no le pongo atención a la hora de adentrarme en los pasillos llenos de heces, vómito y orín. Mientras más avanzo, más empeora el panorama. El olor se torna insoportable y mi acompañante se tapa la nariz con un pañuelo cuando cruzamos lo que parece ser un auditorio.

Este puñal es más grande y más afilado que el anterior, al menos así lo siento cuando mis ojos detectan a la mujer tirada en el piso rodeada de drogadictos soltando una jeringa e inclinándose a absorber el polvo blanco que le ofrecen, sucia, mojada, vomitada y rodeada de basura, siento que el piso se me mueve y aun así me apresuro a su sitio tomándola de los hombros.

—¿Cuántas dosis? —se ríe con la mirada perdida mientras trato de contar las jeringas que yacen en el piso— ¡¿Cuánta mierda te metiste?!

Se rehúsa cuando intento llevarla conmigo. Grita y patalea mientras el anciano trata de ayudarme ganándose una patada en el estómago. Esta en la euforia del alucinógeno el arranque de energía que hace acopio de lo aprendido, logra zafarse y vuelvo a tomarla colocándola contra el piso.

—Amigo la chica no quiere irse —aparecen tres hombres—. Saca tu culo de aquí y evítate un problema.

Muestra un arma y el anciano que me acompaña trata de conciliar mientras sigo forcejeando con Rachel.

—La chica es mi hija —explica el anciano—. Solo queremos llevarla a casa...

Rachel empeora los ataques y pierdo la paciencia.

—¡Basta! —exijo y es veloz a la hora de echarle mano a un trozo de vidrio, preveo la maniobra, pero se me da la vuelta tratando de enterrarlo en mi garganta y logro meter el brazo con el amago que me rasga la chaqueta y logra abrirme la piel.

—¡Fuera de aquí! —me toman dos hombres por detrás, giro a enfrentarlos, el anciano trata de ayudarme, Rachel intenta huir y...

—¡Sobredosis! —exclaman de la nada y quienes me sujetan desisten del ataque cuando Rachel se desploma convulsionando en el piso.

El miedo impacta como una bala y todo se me contrae con lo que veo. Demasiada oxitocina, demasiados vacíos y un escenario que me deja mudo con ella ahí, tendida en el piso siendo sacudida por los espasmos que avasallan su cuerpo. No me muevo, no respiro, shock total que nubla todo.

—¡Hijo! —oigo la voz del anciano que me trajo e intenta socorrerla— ¡Hay que...!

Me abalanzo sobre ella colocándola de lado, tomando las debidas medidas, el momento me hunde, oigo los latidos de mi propio corazón y no puedo respirar con semejante golpe.

—Ya va a pasar —el anciano pone la mano en mi hombro dándome apoyo mientras vivo los peores cuarenta segundos de mi vida. Me aferro a la tela de la sudadera que carga cerrando los ojos con fuerza tratando de que el pánico se disperse.

La convulsión pasa poco a poco, con lentitud va volviendo a su estado normal y la alzo en brazos llevándola afuera. Los moteros no se ven por ningún lado y los pocos drogadictos que quedan están inconscientes en el piso.

Me apresuro al auto en medio de la tormenta, el anciano me quita las llaves en el camino y corre al auto abriéndome antes de ponerse al volante.

—Grace puede socorrerla —me dice cuando me ubico en el asiento trasero y por primera vez no refuto porque no sé qué diablos hacer, tengo tantas cosas atascada que lo único que hago es comprobar que su pulso esté bien.

La camioneta derrapa frente a una casa con rejas, y el hombre corre a abrirme la puerta para que baje.

—Ven hijo —su mujer sale y ambos me guían adentro—. Grace es enfermera. Le toma los signos dándole los debidos cuidados mientras mi cerebro maquina evocando lo aprendido, los signos de alarma y las medidas que tomaba Brandon cada vez que esto pasaba.

—Los signos se están normalizando —me dice la mujer, no me basta y me aseguro. Reviso sus pupilas y sigue bajo los efectos del alucinógeno. Busco más signos de alarma, pero no los hay.

La trasladamos a una alcoba dejando que despierte sola y la acuesto de medio lado a la espera de que vaya reaccionando.

—Déjame revisar esa herida —propone la anciana y sacudo la cabeza— ¿Te apetece algo de comer o de beber?

Vuelvo a negar sentándome en la orilla de la cama, siento que todavía estoy en el ojo del huracán, que esto no cesa como tampoco lo hace la tormenta.

—Se fuerte —acuna mi cara en su rostro—. Aunque nos ahoguemos y creamos que no damos más, Dios está con nosotros dándonos la mano.

—No desperdicie ese consejo en la persona equivocada.

La mira a ella y luego a mí.

—Hasta el mismo lucifer es hijo de Dios —me palmea el hombro—. Estaremos afuera, en el baño deje implementos por si quieren asearse y el botiquín está en la mesa por si quieres darle atención a tu herida.

Me quedo sentado dejando que la sangre caliente salpique el piso, ni siquiera me he quitado la chaqueta rasgada. Me quedo ahí, viendo a la nada, captando su respiración. Apretando la mandíbula cuando empiezan las alucinaciones, las incoherencias y sobresaltos.

Llama a sus padres, a Harry, Elliot, Angela y sus hermanas, llora entre sueños y sigo ahí. Incluso cuando nombra a Martha a Meredith y Bratt.

Empieza a sudar, tomo sus signos y tiene la temperatura alta. (La falta de HACOC provoca que el dependiente tenga pirexia repentina cuando se drogan con otros alucinógenos)

Se le secan los labios, sigue con las alucinaciones y llega un punto donde me veo tan hastiado que le rompo la ropa, tiro mi chaqueta y la alzo en brazos llevándola al baño, necesito que aterrice a las buenas o a las malas, pero que aterrice.

—¡¿Cuánta mierda te metiste?! —le vuelvo a preguntar y a duras penas puede sostenerse.

Está pálida, absorta y con las pupilas dilatadas. 

—¡Volviste hacerlo...! ¡Volviste a joderme! —la ira me calla— ¿Me oyes? ¡Eres una maldita!

Asiente, trata de irse y la arrastro conmigo a la ducha.

—Quiero ver a mi mami, necesito que me diga que todo estará bien —pide tratando de zafarse, la vuelvo a tomar y forcejea de espaldas contra mí cuando abro la regadera dejando que el agua nos empape.

Las fuerzas se le acaban y de cierto modo a mí también cuando la aprisiono contra mi pecho, recuesto la espalda en la pared y me deslizo con ella cayendo en el piso dejando que el agua nos siga empapando. Se aferra a mi brazo apretando los ojos con fuerza susurrando cosas como si cantara una canción de cuna.

Momma, I'm so sorry I'm not sober anymore And daddy, please forgive me for the drinks spilled on the floor To the ones who never left me We've been down this road before

Es casi inaudible, pero lo capto. Capto la estrofa de la maldita canción y nunca creí que algo podría dolerme tanto. Sé que mi armadura se quebró tres años atrás y pensé que soldándola volvería a ser igual, pero no.

He aquí el rayo impactando otra vez, mostrando ese lado humano que tanto me niego aceptar. Hay un agujero mostrando lo que hay adentro, un aguacero empapando todo y un huracán en mis brazos.

Aprieto los dientes cuando los ojos se me nublan reprimiendo el sabor salado que surge de la nada en mi garganta y la estrecho contra mí reiterándome que puedo con ello. Que puedo salir invicto porque esto es un simple rasguño, una leve marca y se necesita más para derribarme.

No tengo idea de cuánto tiempo pasa, pero poco a poco va reaccionando y ninguno de los dos habla cuando me levanto a enjabonarla, la ayudo a lavarse los dientes y la envuelvo en un albornoz antes de volver a la alcoba. Se acuesta y yo no me acerco, me quedo sentado en el sofá lidiando con el silencio insoportable, no sé si duerme o no. Solo me curo el brazo dejando que las horas pasen manteniendo la esperanza de que la tormenta cese.

Dejo el botiquín en su puesto, me cambio de ropa, me clavo un par de horas en la ventana y para cuando volteo ella está sentada en la orilla de la cama consciente y con los ojos llorosos.

—No vuelvas hacer lo que hiciste —advierto quedándome en el mismo punto.

—Es mi decisión —espeta—. Toda la vida he hecho lo que otros quieren y ahora deseo darme la paz que necesito.

Sacudo la cabeza.

—Tienes que soltarme —contesta—. Dejar de lado el egoísmo y entender...

—¡Yo te lo advertí cuando volviste! —le suelto—. Te dije que yo nunca perdía y eso te incluye.

—¿Y qué beneficio tengo yo en esto? —inquiere— ¡Tú estás bien y yo estoy vuelta mierda!

—¡Porque no te estás dejando ayudar! —le grito— ¡Te estas revolcándote en la miseria como una maldita fracasada y detesto eso de ti! ¡Que te empeñes en quitarme lo que quiero...!

—¿Si te oyes? Dios, Christopher. Todo esto es por ti, siempre eres tú, tú y tú —retrocede—. No entiendes lo difícil que es esto para alguien que juro no recaer.

—No me importa lo que quieras o como te sientas... —el desespero me encierra. 

—¡Entiendo que no soy nada! —insiste.

—¡Dije que no! No acepto tus malditas decisiones y tu determinación no tiene cabida aquí —advierto— ¡Si huyes vuelvo y te busco, si te alejas vuelvo y te acerco y si te matas, vuelvo y te revivo!

—¡No soy más que basura! ¡Joder maldita sea! Si tuvieras, aunque sea un mínimo de gramo de inteligencia comprenderías mi negativa—acorta el espacio que nos separa— ¡Mírame! Casi muero de una sobredosis, por poco y me cargo a la enfermera y casi te mato a ti.

Vuelvo a negar.

—Ya hay muertos de por medio —baja la voz buscando mis ojos y no le bajo la cara, sencillamente porque ni me avergüenza ni me a culpa—. Te estas convirtiendo en un animal.

—¿Y qué pasa? —avanzo obligándola a retroceder—. Metete en la cabeza que este animal no va a soltarte ni ahora ni nunca ¡Entiéndelo y resígnate!

—¿Para que si no te sirvo? ¡Soy una asquerosa drogadicta!

—¡Eso vale mierda cuando se ama como yo te amo a ti! —vuelve a retroceder, avanzó por inercia y tomo su rostro reparando los ojos por los que soy capaz de poner arder el planeta— ¡Loca, demente, drogadicta! Seas o no teniente, seas o no Rachel, seguiré quemando el mundo por ti y quedara en cenizas cuando no te tenga.

Se le salen las lagrimas quedando sin palabras y me aferro a su nuca trayéndola a mi boca ¡Me expuse! Deje caer el escudo dándole cabida para que me hiera como en años pasados. Baja la mirada al piso y paso saliva llenándome de rabia.

—Si me pides amor el mundo arderá porque de otra manera no sé querer—le digo—. Soy un asesino desde los diecisiete y me siento orgulloso de ello. No me pesa, no quiero cambiar porque los buenos terminan como tú; ¡Pisoteados!

Evade mi mirada y tomo un puñado de su cabello, me jode su maldito silencio y con fiereza le echo la cabeza hacia atrás apoderándome de su cuello.

Estoy enjaulado y no tengo escapatoria, la situación me abruma y me resbala si me desprecia o me odia, simplemente enceguezco con la necesidad de tenerla.

Abro la bata antes de arrojarla a la cama y me echo sobre ella en medio de besos desesperados. Descubro sus hombros, asciendo por sus pechos y le muerdo los labios antes de meter la lengua en su boca.

—Si no te deje antes mucho menos ahora —reitero comiéndole la boca—. De mí no te vas a librar nunca.

Lleva las manos a mi nuca obligándome a que la mire, pero me niego. Aprisiono sus muñecas contra la cama refregándome contra ella dándole rienda suelta al deseo desaforado que acaba de emerger, me quito la ropa y la penetro fundiéndome en el calor de su cuerpo. Me lleno la boca con sus pechos, marco su cuello y le apretujo los glúteos mientras mi miembro la embiste una y otra vez provocando jadeos y gemidos que se pierden con el sonido de la lluvia, corresponde con la misma fiereza contoneando las caderas, tambien me muerde.  

No puedo perderla y perderme porque ya es una necesidad y no estoy dispuesto a sacrificar mi bienestar por nadie. Insiste en que la mire y sigo rehusándome.

—Chris...—la callo con un beso. 

En vez de sentimentalismo le doy estocadas que provocan arañazos en mi espalda. La beso y la beso sin salir de ella, sin soltarla, sin pensar. Estalle y no quiero asimilar el desastre.

—¡Mírame! —exige cuando estoy a punto de acabar— ¿Cuál es el miedo si sabes lo que siento por ti?

—Pero te pesa la sangre de esa perra infeliz.

Sacude la cabeza con ojos llorosos y cambia los papeles quedando sobre mí.

—Me pesa el que la dejaras vivir tanto —suelta con rabia—. Me jodio por algo que no hice y no solo a mí, a Angela y a Elliot y mis pesadillas son por eso, porque aun estando muerta la sigo odiando.

Esconde la cara en mi cuello abrazándome con fuerza y hundo la nariz en su cabello dejando que llore.

—Esta Rachel perdió la habilidad de perdonar y quiere que sigas quemando el mundo por ella.

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