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CAPÍTULO 37 II


Christopher.

No hay como los te amo que salen de su boca, miles de veces lo he escuchado, pero ninguno me llena como el de ella. Es la absurda necesidad de saber que sigo siendo el centro de su vida, que lo que siente por mí es más grande de lo que se imagina y me imagino.

Mi única reacción es estrecharla contra mí demostrando lo mucho que me mueven sus palabras, inhalo su aroma mientras mi cerebro le grita y le cuestiona la huida, porque sus actos de cobardía nos condenaron a esto. Si se hubiese enfocado en nosotros y no en otros estaríamos en papeles totalmente diferentes.

Pero henos aquí, demasiado tarde para acomodar las cosas, le gusta vivir en el ojo del huracán y por eso volvió a complicarse y a complicarme y lo peor es que me encanta vivir en medio de su tormenta.

—Dilo otra vez —le pido.

—No voy alimentarte el ego.

—Ya lo hiciste —le beso los labios— Solo que no me bastó y quiero más. 

—Yo quiero darte más de otra cosa —se refriega sobre mi entrepierna.

Solo basta con eso para ponérmela como un tronco, desliza las manos por mi cuello y alcanza mi boca prendándose con un beso profundo y caliente, no pierdo tiempo a la hora de deslizar las manos por sus piernas y fijar los ojos en el escolta que me mira por el espejo retrovisor.

—¿Se te perdió algo? —pregunto molesto.

—Su novia lo está llamando —contesta Tyler.

—¿Me ves desocupado?

—No, pero...

—Coloca el teléfono en silencio.

—Como ordene.

—En que estábamos —vuelvo a lo mío.

—Señor... —insiste Tyler.

—¡¿Qué?!

—La guardia del ministro está a pocos kilómetros, lo esperamos o...

—¡Avanza! —viene por Laila, no por mí.

—¿Vamos a Hampstead o a Belgravia? —pregunta Make.

Lo que diré es un boleto directo a la mierda y por muy a gusto que este tiene y debe ser así.

—A Belgravia.

Rachel sigue en mi regazo, no tan activa, pero si me besa y abraza cada que medio se despierta, el alcohol la está hundiendo en el sueño y yo no paro de contar los kilómetros que faltan para estar a solas. 

Media hora después estacionan la camioneta, Make baja abrirme la puerta, sujeto a Rachel en brazos y me encamino al vestíbulo de la recepción.

El portero frunce las cejas cuando me ve.

—¿Esta bien? —pregunta preocupado.

—Se bebió medio bar —me encamino al ascensor.

—Disculpe, pero usted no puede subir.

Me le burlo a la cara, se ve patético prohibiendome cosas sabiendo que las haré a las buenas o a las malas.

—Sácame —lo desafío.

—Son órdenes de ella —mira a Rachel y para mi suerte me rodea el cuello y me besa la boca.

—Pensé que ya estaríamos bajo las sábanas —ronronea, el portero abre los ojos sorprendido y no dudo en entrar al ascensor.

Tyler me sigue y rebusca las llaves en la cartera.

—Rodea el área y no dejes que la camioneta quede a la vista.

—Como ordene —salimos al pasillo y abre la puerta del apartamento.

Dejo a Rachel en el suelo, se despierta y actúa como si estuviera sola, debo codear a Tyler que se queda viéndola como idiota cuando se lleva las manos al cierre del vestido.

—¿Necesita algo más? —no le quita los ojos de encima.

—¡Largo! —asiente y se encamina a la puerta.

—¿Puedo ir por Laurens? —insiste— No tardare...

—Laurens estaba muy a gusto bailando con otro —lo corto— Así que déjate de pendejadas y lárgate a hacer tu trabajo.

—Si señor —se marcha decepcionado.

Rachel no habla cuando se le atasca el cierre de la prenda que trae. Solo se da la vuelta encaminándose a su alcoba, no dudo en seguirla y cerrar la puerta a mi espalda.

—Tienes mucha ropa —se saca el vestido a la fuerza.

Me libero de la chaqueta, la playera y los zapatos.

—También quiero —me detiene cuando me acerco.

—¿Que?

—Recordar este momento con una canción —se va al estéreo.

Las notas musicales invaden la alcoba con una voz suave y femenina.

—Será fugaz ¿Cierto?

Se acerca pasándome las manos por el pecho.

—Siempre somos fugaces —clava la cabeza en mi pecho— Ahora estamos aquí y en un par de minutos...Te iras con ella y...

Le levanto la cara para que me mire, esta celosa y no lo puede disimular.

—Fugaces o no siempre disfrutamos del espectáculo.

Asiente resignada.

—¿Puedo pedirte un último bonus extra de cumpleaños? —me abraza.

Asiento

— No me folles.

Arrugo las cejas confundido, alza la cara y me mira con los ojos llorosos.

—Hazme el amor —alcanza mis labios— Quiero probar el sabor de tu cariño.

Tiene una idea tan errada de las cosas. Le doy lo que pide, la alzo en brazos y la dejo en la cama, las notas musicales siguen llenando el ambiente.

Me despojo del vaquero y los boxers, apoyo las rodillas en la cama y retrocede hasta quedar a la altura de la almohada.

Empiezo con un beso pequeño, no la devoro. La toco, aprecio y admiro lo preciosa que es, me mira con tanto amor y está sonriendo por inercia viéndose más bella de lo que es. Vuelvo a besarla dejando que nuestras lenguas dancen y se toquen con vehemencia. Sujeto su mano y la pongo sobre mi pecho para que sienta el latido acelerado de mi corazón.

—¿Sientes esto? —susurro contra sus labios.

Asiente sin dejar de mirarme a los ojos.

—Eres la única capaz de ponerme así.

Le tiemblan los labios cuando intenta contener las lágrimas, bajo por su mentón, me apodero de su cuello y desciendo por sus pechos, lo saboreo (Es algo que sencillamente no puedo evitar) Muevo la lengua alrededor de los pezones duros y erectos, me llenan la boca, así que los chupo, muerdo y marco para que no se olvide de esto así porque sí.

Bajo y sujeto su cadera, la piel se le eriza cuando toco el pircing de plata con la punta de mis dientes, se mueve incomoda cuando sabe a qué voy, pero a mí no me importa, esta untada de mí y no es problema pegar mis labios a su monte de venus y abrir los pliegues para poder saborearla.

Tiene el coño empapado y degusto el sabor de sus jugos cuando acerco mi boca y paso la lengua sediento y gustoso de probarla, arrastro los fluidos a la entrada de su sexo e introduzco los dedos masturbándola y arrancándole leves gemidos.

Aprovecho y me prendo de su clítoris succionando y tocándolo con mi lengua, arquea la espalda y aprovecho para meter las manos y apretarle los glúteos, su excitación me pone duro, me cuesta concentrarme con la polla palpitando y aclamando por placer, vuelvo a prenderme de la perla roja que tiene como clítoris, me deleita cuando jadea gustosa y le doy lo que quiere recorriéndole los labios, chupándolos y besándolos como si fueran los labios de su boca, introduzco la lengua en su entrada mientras me toma del cabello y ahogó su desespero envolviendo los brazos en sus piernas.

Empieza a tensarse y aprovechó para volver al punto rojo que tanto me gusta probar, me dedico a chuparlo y lamerlo con ocio y concentración, me encanta como sabe, como jadea y lucha por no correrse. Me prendo y es demasiado para ella, porque se corre empapándome con sus jugos.

Fluidos que recorro y degusto sin ningún tipo de tabú. 

Me elevo sobre ella, tomo mi erección, le separó los pliegues y entro con cuidado, debo respirar hondo para no arremeter como me gustaría, pero me siento sumamente satisfecho con la bienvenida que me da su carne palpitante, la cubro cuando caigo sobre ella y empiezo a moverme sin ningún tipo de afán, me acaricia la espalda y mantiene el ritmo moviendo la pelvis según el ritmo de las embestidas.

Acomodo la mano en su cuello y bajó a su boca tragándome mis propias palabras «Se supone que no soy de besos suaves» Pero no le voy a negar lo que pide, sin prisas me tomo el tiempo de acaríciale los labios y llenarle la cara de besos.

Pasa las manos por mi cuello y vuelve a besarme, no me contengo y empiezo a moverme como me demanda mi instinto, no es que no pueda hacerlo. Es que mi naturaleza es bruta y salvaje y para mi suerte ella se ve gustosa con el cambio de ritmo, no quiero dañar la petición y que sienta que no soy capaz de darle lo que pide, así que tomo su cara y la obligo a que me mire a los ojos.

Sigo moviéndome.

—De arriba hacia abajo —la embisto— Brasil, Cadin, Hawái, ayer y hoy.

Vuelvo a prenderme de sus labios y arremeto alargando el momento. Acallo sus gemidos con mi boca, no sé cómo programo la canción, pero es la octava vez que se repite.

Estoy ansioso y envuelto en su belleza, la luz de la luna se filtra por la ventana y rectifico que nunca voy a cansarme de esto.,

No voy a decir que no puedo vivir sin ella porque sé que puedo, pero no quiero. No quiero alejarme, ni verla en brazos de otro. La necesito y quiero junto a mí, porque no me veo en el vacío que me causa su ausencia.

Recorro sus muslos y levantó una de sus piernas hundiéndome más, la plenitud es exquisita, empiezo a sudar y ella empieza a moverse clavándome las uñas en la espalda mientras la marco en el cuello y la clavícula, quiero que cada que se vea el espejo recuerda y sepa que lo hicimos.

Los jadeos se confunden con las notas de la canción, me besa y la beso, me aprieta y la estrechó, sus piernas me abrazan los glúteos y va arqueando la espalda a medida que voy incrementando los movimientos para la llegada del orgasmo, siento como se dilata y contrae y es eso lo que estalla la eyaculación que vuelve a quedar en el fondo de su sexo.

Tiene el cabello pegado en la nuca, se mueve y me aparto para que reciba aire, pero no le importa que la impregne de sudor, recuesta la barbilla en mi pecho y empieza a trazar círculos en los músculos de mi abdomen.

—¿Como se llama la canción? —creo que de tanto escucharla ya me la aprendí.

—Heaven —me mira— Siempre he pensado que es perfecta para ti.

—¿Me la estás dedicando? —pregunto tajante.

—Pueda que si, tal vez por eso deje que se repitiera 9 veces —me besa, la siento ebria todavía— Julia Michaels va a demandarme por sobre exponer su obra musical.

Me abraza y entrecruza nuestros dedos sobre mi abdomen, siento que se va apagando poco a poco, vuelvo a estrecharla contra mis costillas, la respiración se le torna pesada, no sé por cuánto tiempo estamos así, pero para cuando la vuelvo a mirarla ya está dormida.

La dejo sobre la almohada y me levanto con cuidado, me fijo en la hora y noto que falta poco para que amanezca, alcanzo el bóxer y saco la cajetilla de cigarros que cargo en el pantalón.

Tomo el móvil, semidesnudo abro las puertas del balcón y fumo en la penumbra de la noche.

Abren la puerta principal y percibo pasos en el pasillo, sonrió para mis adentros celebrando la llegada de la próxima víctima.

Stefan está más muerto que Bratt.

—Ángel —encienden la luz.

La perilla se mueve, pero no se abre y dan dos golpes en la puerta.

—¿Ángel? —preguntan— ¿Estás dormida?

«El ángel sí, pero no»

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