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CAPÍTULO 35

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Tocando el cielo con las manos.

Rachel.

Agradezco a Dios que falte poco para que se acabe la parodia, me duele el cuello de tanto fingir que no me interesa ver al semidiós que conduce por las calles que llevan a mi edificio y tengo cierta molestia por el traspiés de las croquetas, me deje idiotizar y quede como una estúpida.

La guardia personal se dispersa y Tyler se estaciona, Christopher hace lo mismo y detiene el McLaren frente al poste de luz que no han arreglado.

Las aceras siguen con poca iluminación.

Abro la puerta y maldigo cuando hace lo mismo. «¡¿Porque mierda no sé queda en su auto de lujo?!»

Rodea el vehículo y se acerca con las manos metidas en los bolsillos, su expresión corporal demuestra que no está de buen genio.

—Gracias por la velada —agradece Stefan.

—No tienes que agradecer —me mira— ¿Podemos hablar un momento?

La pregunta me da escalofríos.

—Voy subiendo —dice Stefan.

—Por favor —dice con cierto tono de arrogancia.

Sube con mi abrigo, la noche esta fresca y no quise colocármelo, me mira por última vez y se pierde en la entrada del edificio.

Tyler ronda el área vigilando que no haya peligro.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Se lo dices tú o se lo digo yo —me amenaza— Pero el puto teatro se acabó.

—¿De qué hablas?

—Se lo diré yo —se encamina a la entrada. 

—Hey —lo detengo— ¡Ándate a tu casa, creo que te cayeron mal los tragos!

—¡¿Los tragos! —me grita— ¡Me cayó mal verte besar a ese fracasado!

No puedo creer que me este montando un ataque de celos a estas alturas. 

—Estas ebrio...

—No tanto como para no darme cuenta lo patética que te ves con ese imbécil.

—¡Ese imbécil es mi novio y te voy a pedir que lo respetes!

—¿Novio? Claro es tan buen novio que tienes que acudir a mi recuerdo para poderte masturbar —me recrimina.

—¿Qué?

— Paremos esta payasada y hagamos lo que tenemos que hacer.

No proceso lo que acaba de decir.

—¿Como que masturbar?

—Mucho gusto —me extiende la mano— Soy Christopher Banks.

Saca las bragas que use en el show de ayer y mi único impulso es alzar la mano para voltearle la cara.

—Ojo con lo que haces —me toma la muñeca evitando que impacte en su rostro—¡Yo no soy Bratt, Antoni y mucho menos Stefan!

No puedo con la presión que ejerce mi pecho.

—Justo cuando creo que no puedes caer más bajo llegas y rompes el récord—le arrebato las tangas y me encamino a mi edificio.

—¿Y qué es lo que te molesta? —me toma del brazo— ¿que pagara por ti? ¿O que sepa que te masturbas con mi recuerdo?

—¡No seas ridículo! —me suelto— ¡Mi mundo no gira alrededor de ti maldito estúpido!

Lo empujo.

—Bésame —se me viene encima— Bésame y que sea eso lo que me demuestre que no sientes nada por mí.

—Vete a la mierda.

Vuelve a tomarme del brazo estrellandome contra su pecho. 

—¡No te atrevas! 

—¡No sé ni por qué te lo pido! —se acerca a mi boca— Es obvio que el valiente soy yo no tú.

—Suéltame...

Me alcanza la boca y no puedo describir lo que se siente tenerlo contra mis labios ¿Fuego? ¿Lava? ¿Amor? ¿Rabia?, se abre paso entre mis labios prendiendo fuego a mi fuerza de voluntad, enreda su lengua con la mía estrechándome contra él y estrellándome contra el poste de cemento.

—Eres tan patética —me muerde el labio y me toma la barbilla— Tonta al querer tapar el cielo con los manos. Me amas...

Niego con ojos llorosos.

—Tus besos me gritan todo lo contrario.

Vuelve a besarme y pierdo la noción del tiempo, no doy pie para apartarlo ni decir lo que sea que tenga que decir, solo dejo que me quite las bragas que tengo en la mano.

—Me quedo con estas —se las mete en el bolsillo, sube las manos por mis muslos y alcanza el elástico de las que traigo— Y con estas también.

Desliza el encaje hasta mis pies.

—Espera —intento detenerlo, pero vuelve a encararme dejándome sin habla. 

—Ve y dile que te las robe —me toma del cuello— Como robe las de Brasil, Cadin y todas las que tengo guardadas —susurra contra mis labios—También dile que, así como te tocas pensando en mí yo lo hago pensando en ti.

Vuelve arremeter contra mi boca con un beso largo y salvaje, me aprieta las caderas  refregándome la potente erección demostrándome la dureza de su miembro sin dejar de besarme, de la nada cambia los papeles, me suelta y no creo tener las fuerzas para sostenerme.

—Cuidado —me sostienen por detrás— Esos tacones no se ven seguros.

Se me aclara el panorama y reconozco la voz que me ayuda a enderezar.

—Su cartera —es Tyler que me mete el accesorio bajo el brazo.

«Ni siquiera a había notado que la traía» Siento que no doy pie para dar señales de inteligencia, me quedo ahí, viendo cómo se encamina a su auto mientras su escolta hace el papel de poste humano.

—Ah —dice antes de entrar al McLaren— Avísale a Laurens que puede volver a su empleo, tus bragas me convencieron.

Aborda el vehículo y arranca el motor.

—¿La acompaño arriba?

No contesto, camino por inercia y subo los escalones que llevan a mi edificio, no sé cómo me siento y mi cerebro no quiere asumir la vergüenza que acabo de pasar.

Oprimo el botón del ascensor y busco la puerta de mi apartamento.

—¿Quieres un poco de té? —me pregunta Stefan cuando paso de largo por la sala.

Sigo caminando y me encierro en mi habitación. Arrojo la cartera a la cama y me meto en la ducha con todo y tacones.

El agua fría me enciende las neuronas y logró procesar que me habló, vio y trató como una puta.

—Rachel —Stefan toca a la puerta— ¿Estás bien?

—Si —salgo envuelta en una toalla— Solo estoy un poco cansada y quiero dormir.

—Vale, si necesitas algo avísame.

Me vuelvo un ovillo en la cama sintiéndome miserable «¿Como carajos me quede sin hacer nada?» Pase por tonta y le di vía libre para que se me burlara a la cara.

Tengo sentimientos encontrados, lo odio por rebajarme tanto y lo amo por prenderme en llamas y consumirme el corazón con un solo beso.

Aprieto los ojos y suprimo el recuerdo del calor de su boca, lo dije una vez, el día que nos fundamos en un beso de verdad no me quedará más alternativa que aceptar mi destino, pero me niego aceptarlo.

Me niego a someterme a los sentimientos que me provoca ese maldito troglodita.

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Despierto antes de que suene el despertador, a decir verdad, no dormí una mierda, tengo más rabia que sueño.

Tomo una ducha y me preparo para irme al centro.

—¿Todo bien? —pregunta Stefan bajo el umbral de la puerta— Me dejaste preocupado anoche.

—Si, lo sé y lo lamento. No me sentó bien la comida y no quería incomodarte.

—¿Te preparo el desayuno?

—No tengo hambre —cierro mi mochila— Ya comeré algo cuando llegue al centro.

—Parker vino por ti —me dice— Y Tyler vino por Laurens, el coronel le devolvió el empleo.

«Tus bragas me convencieron» Se me revuelve el pecho de solo recordarlo.

—Gema te acabo de llamar a comentarte que lo convenció —me entrega el teléfono que deje olvidado en el abrigo— Conteste porque no paraba de sonar.

—Gracias —lo recibo— Me alegra que Laurens lo consiguiera.

—¿Qué te pasa? —se acerca— Estabas bien  anoche y ahora parece que te hubiese pasado una demoledora por encima.

—No es nada —lo abrazo y contengo el nudo que tengo en la garganta.

Baja las manos a mi cadera mordisqueandome el cuello. 

—¿Y si le decimos a tu capitán que te espere otros quince minutos?

Le tomo la cara entre las manos.

—Eso me cuesta un discurso de represalia sobre la impuntualidad.

—Disculpen —se asoma Laurens— Ya me voy y quisiera hablar un segundo con usted.

—Claro —se aparta Stefan— Estoy en la cocina si me necesitan.

Sale y Laurens se me arroja encima para abrazarme.

—Gracias, en verdad no sabe cuánto le agradezco.

—Agradécele a Gema —alcanzo mi morral.

—No, ella lo intento mil veces y siempre le dijo que no, esto lo hizo por usted.

«Por mí no, por las putas bragas que se robó»

—Mantengámoslo en secreto ¿Sí? Es mejor evitar problemas.

—Vale, deje a Maggie con la niñera de Harry se quedara con ella mientras me pongo al día con todo el trabajo que tengo atrasado.

Me vibra el móvil.

—Es Parker —recojo mis cosas— Se pondrá furioso si no bajo.

—Bajo con usted.

Me despido de Stefan y abordo el ascensor con Laurens.

Tyler es atento y se acerca a recibirla cuando la ve.

—Teniente —me saluda—¿Ya se siente mejor?

—Si —no le doy largas al tema y me voy directo a la camioneta de Parker.

—Acabe de dejarlo en el centro —dice como si me interesara.

—Que tengan buen día —corto la conversación.

Como era de esperarse recibo un repertorio de regaños por parte de mi capitán. Me disculpo tres mil veces y me da las indicaciones de lo que debo hacer en el transcurso de la semana.

—Me bajo aquí —digo cuando veo la parada del tren.

—¿Estas bien? —me pregunta— Me asusta tu cara de psicópata.

No, no estoy tengo la ira atorada en el pecho desde que me besaron y robaron los pantys frente a mi edificio.

—Si —me despido— Te llamo más tarde.

Asiento.

El HTC vibra cuando abordo el tren al centro religioso, sigo las indicaciones que me dio Derek y conecto los audífonos para conectarme a la llamada.

Es Gema llamando al coronel.

—Hola Shrek  —lo saluda— ¿Qué haces?

Rompo contacto, me asquean y no estoy para pendejadas. Imaginarlos me da... 

Quedo peor de lo que estaba, me siento como cuando discutes con alguien y se te ocurren los mejores insultos después que acaba la pelea.

Me bajo en la estación del centro, los feligreses están llegando a la misa del domingo y María me recibe con una lista de quehaceres.

—El padre Santiago parte hoy al vaticano —me dice— Empaca su maleta y tenla lista para cuando acabe la misa.

—Como digas.

—Cuando acabes llévasela al despacho sacerdotal

Asiento.

—Si asistes a la misa no tendrás la tarea a tiempo.

«Para lo que me interesa estar»

—Entonces creo que me la perderé.

Me voy a la casa sacerdotal y empaco todo lo que tiene que llevar, no me pongo a planchar ni a doblar nada, empaco todo a lo maldita sea. Si quiere lucir bonito que se ponga un delantal y planche su propia ropa.

Echo la biblia, los escapularios, los inciensos y la libreta original del padre Santiago. Saco la maleta y la arrastro al despacho.

—La culpa es el precio de su pecado —murmuran en uno de sus pasillos.

—Lo sé y lo asumo —reconozco la voz de Bratt— Pero te suplico que me dejes recomponer las cosas...

Asomo la cabeza, está discutiendo con una de las novicias y no con cualquiera, con la predilecta favorita de la madre superiora.

—Déjeme —le pide ella— Deje de asediarme y de perseguirme, lo hecho, hecho esta. Asuma su error y castíguese como mejor le convenga.

—Espera...

—Tengo que irme —se suelta y se va.

Me escondo para que ninguno de los dos me vea ¿Bratt? Mi ex novio perfecto tiene peso de culpa ¿Que hizo para sentirse así? ¿Es eso lo que lo tiene tan mal?

Estrella el puño contra la pared y se encamina al monasterio.

Me escabullo con los miembros que salen de la misa y me desvío al despacho sacerdotal, necesito dejar esta mierda antes de que llegue Christopher. Abro, entro y dejo la maleta en el sofá.

Me doy vuelta para irme y escucho el sonido del pestillo atravesando la puerta «¡Suerte de mierda!» Paso saliva y enderezo la espalda, viene de negro, se quitó la sotana y solo trae la camisa y el alzacuello de sacerdote.

—Apártate de la puerta —le digo seria, no va a pasar lo mismo de ayer.

—El de las órdenes soy yo, no tú.

Me abro paso y me toma del brazo.

—¿Ya le dijiste?

—¿Qué? —me suelto

—Estás pagando para que me encargue.

—Y tu estas pagando para que te parta la cara —lo encaro— Te lo advertí cuando llegue, no vine a ser tapete de ninguno y mucho menos el tuyo.

Quiero follarlo y luego matarlo.

—No quieres el papel de tapete porque te sientes de maravilla con el de mentirosa.

—¡¿Y a ti que mierda te importas?! —me salta el cólera— Deja de dártelas de acosador y ocúpate de tus problemas.

Aprieta la mandíbula.

—Bien le digo yo —saca el móvil. 

Pierdo el control cuando la pantalla se ilumina con el nombre de Stefan, la ira se me sube a la cabeza y lo veo como la peor de las alimañas, no le doy tiempo de colocarse el IPhone en la oreja, solo lo alcanzo y lo estrello contra el escritorio sacerdotal.

Fija la vista en el trayecto del teléfono y se vuelve hacia mí cargado de ira. 

Mi mente recopila y absorbe todas las idioteces que le he tenido que aguantar y esta vez no fallo, le planto un guantazo que le voltea al rostro.

—¡Atrévete! —le ladro— ¡Atrévete a decirle que me revolqué contigo y te juro que de tu novia no vuelves a saber! 

Me atropella llevándome contra la pared.

— ¡Ve! —me reta— ¡Ve y dile lo que quieras porque me importa una mierda si se acaba o no!

—¡Claro! —lo empujo— ¡Por eso le pides matrimonio y la pones en el pedestal de princesa!

—¡¿Celosa?!

No puedo con el estrago que causan mis emociones.

—¡Si! —estallo—¡Lo estoy, así como tú sientes celos de Stefan!

Me toma la barbilla.

—No compares —espeta— No tengo porque sentir celos de ese imbécil. 

Me pega contra él.

—Soy mucho mejor que él y lo sabes —respira en mi boca— En todas las formas y en todos los sentidos.

Me pasa la lengua por los labios y lo empujo para que se aparte, medio lo muevo y vuelve con más fuerza sujetándome la nuca y obligándome a retroceder.

—Suéltame —lo aruño.

—Suéltate —me toma del cabello y me pone la mano en la espalda pegándome contra él— ¿o te vas hacer la indefensa como en Brasil?

Toco el borde del escritorio y le clavo las uñas en el brazo.

—¿Violento? —murmura y me muerde el mentón— No tengo problema con eso, bien dicen que recordar es vivir.

Arremete contra mi boca sin darme tiempo de respirar o planear la huida, se viene contra a mi arrasando con todo lo que hay en la mesa. Besos salvajes y agresivos que hacen que me ardan los labios.

—¡Basta! —intento quitarlo, pero tiene más fuerza que yo—¡Christopher!

Intento razonar con él y conmigo, pero se aferra al cuello de mi blusa y tira rasgando la tela y los botones, temo a las sensaciones que liberan mis neuronas y empiezo a perder el control cuando mi cuerpo reacciona al poder de su agresividad.

Le tomo la cara y me aparta las manos. Tengo dos opciones en la balanza y elija la que elija de igual forma me voy a equivocar.

Cierro los ojos y mi subconsciente me grita que no sea estúpida y aprovecha lo que me está poniendo en bandeja de plata.

—Si eres más hombre que él—le sujeto el cuello— Baja y dame lo que tanto quiero.

Me arrastra el culo al borde de la mesa y tira mi cabello hacia atrás.

—Esto es por parte y parte y si bajo es por que me da la puta gana —me muerde los labios— Y porque desde que te ví ansió comerme este coño. 

Reviento el termómetro si me toman la temperatura, termina de rasgar la tela de la blusa y no me detengo a pensar como diablos saldré sin ropa

Me empuja y me sujeta los muslos con fuerza, no puedo respirar y siento que el corazón se me va a salir por la boca cuando me alza la falda, me quita las bragas y me saca las tetas del sostén.

Me da un beso en el cuello, baja al centro de mi pecho y muerde uno de mis pezones «joder, joder, joder» Siento que me empapo.

Percibo una descarga de placer cuando me entreabre los labios y desliza los dedos en mi interior impregnándome el clítoris con mi propia humedad, no respiro. Baja a mí ombligo, me penetra con dos dedos y empiezo a marearme con las sensaciones que me abarcan.

Sigue bajando con la boca y se me escapa un leve jadeo cuando siento la humedad de su lengua sobre mi sexo, mi sistema nervioso concentra la sensibilidad en un solo lugar cuando respira e intenta no perder el control, abre los pliegues para prenderse de mi clítoris, lame, succiona, chupa. No sé qué diablos hace, pero siento que estoy tocando el cielo con las manos.

Sigue moviendo los dedos en mi interior tocando ese punto exacto que tanto quería encontrar, entra y sale con destreza mientras me mojo y lo empapo con la lubricación de mi sexo.

—¡Dios! —no puedo con tanto.

Se levanta y me observa sin dejar de mover los dedos en mi interior. Estoy temblando, me siento sensible e indefensa. Quiero llorar, gritar, correrme y ofrecerle mi coño para que me empale con sus veinticinco centímetros.

Me dedica una mirada cargada de morbo y me frota el clítoris con el pulgar.

—Eres deliciosa —se relame los labios y se lanza a devorarme los pechos mientras ondula la pelvis restregando la polla en mi coño expuesto.

La saliva se me vuelve agua, no me explico cómo en segundos puede transformarme así, de pantera rabiosa a cachorra indefensa.

—¿Te gusta? —vuelve a meter los dedos en mi abertura resbaladiza y no controlo el gemido que se me escapa.

No sé cómo definir la escena se supone que la mesa esta creada para discutir temas religiosos, no para que me abra de piernas y me deje meter los dedos como si estuviera en la silla de un ginecólogo.

—¡Contéstame! —exige.

—No preguntes...—el gemido no me deja hablar.

—Voy a comerme esto —vuelve a tocarme el clítoris— Y voy a dejar que te corras en mi boca.

«Dios mío perdona a esta pobre pecadora que no hace más que asentir»

Vuelve a bajar a mi coño y esta vez me sujeta la cintura con las dos manos. Se pierde en él haciendo magia con la boca no sé cuántas lenguas tiene, el hecho es que lo siento en todo lado, mi ritmo cardíaco sale disparado hacia a los cielos cuando me estruja y pellizca los pechos mientras lame y se entierra en mi raja sediento y ansioso. Mete dos dedos, chupa y me sujeto al borde de la mesa cuando se prende de ese punto lleno de miles de nervios que no resisten y disparan una corriente de placer que me invade hasta la última célula.

Estalló en átomos y moléculas, mariposas revolotean frente a mis ojos cuando alcanzó el orgasmo más placentero que he tenido en la vida y debo taparme la boca para evitar que el mundo no lo escuché.

Bendito sea el Dios de los orgasmos que me sube y deja en una nube de profunda felicidad, curvo los labios en una sonrisa que espero no borrar jamás, ni con el sonido del cierre que acabo de escuchar.

—¡Padre! —tocan la puerta y aun así no dejo de sonreír— Partiremos en media hora.

—Voy en cinco minutos—contesta molesto.

Me ayuda a sentar, sigo medio aturdida por la descarga de placer.

—¿Qué haces? —pregunto cuando se suelta la correa del pantalón.

—¿Que hago? —me pasa los dedos por el pezón— Termino lo que empecé.

—Tienes que irte —lo empujo con la poca fuerza que tengo.

—¡No! —espeta furioso— Le dije que me diera cinco minutos ¿No escuchaste?

—¿Y desde cuando eres precoz?

Me bajo de la mesa, me acomodo la ropa y ubico mi vía de escape.

—Cuando dices cinco minutos, puedes tardarte más de eso —se viene contra mí— Así que elige; usas esa boquita para respetar el acuerdo —me besa— O ábrete de piernas para que te la mete entera.

Le acaricio la nuca dejando que me bese. 

—Perdona, pero yo no te pedí ningún trato —saboreo el dulce sabor de la venganza— Negociaste solo y no me interesa devolverte el favor.

Aprieta los dientes y me toma la cintura.

—Sabes que no me gustan los juegos, Rachel. —me regaña— No sabes cuánto llevo esperando esto.

Me aprisiona contra la pared deslizando la mano por mi abdomen. 

—Sabes que no puedes conmigo —susurra— Soy el hombre tú la mujer. Sabemos quién va a ganar si nos ponemos a forcejear.

Asiento, acerca la boca y vuelve a besarme.

—Acuérdate quien gano en Brasil —saboreo sus labios— Quien gano ahora y quien va a ganar siempre.

—Eres el hombre y yo soy la mujer —poso la mano sobre sus hombros— Pero no soy ninguna inútil.  

Le lanzo un rodillazo a la entrepierna.

—No me vengas con resumen de ganancias y pérdidas —se arquea preso del dolor— Ganaste en Brasil porque quise y llevaba semanas teniendo sueños húmedos contigo y lo de ahora... Que te digo, pasaste de usar a ser usado.

Se apoya en la pared para no caerse.

—Las cosas cambiaron, coronel —me alejo— Tengo novio, te vas a casar.

Me encamino a la ventana.

—¡Pon un pie afuera! —me advierte— Y te juro que...

El dolor no lo deja hablar.

—Ya lo hice —sacó las piernas por la ventana y me aseguro que no ronde nadie por ahí.

—Rachel...

—Gracias por el orgasmo —le guiño un ojo— En el piso tienes tu paga —le señalo las bragas que me quito— No me quejo, estuvo muy bueno su servicio, coronel.

Me lanzo a los arbustos del jardín y me incorporo lo más rápido que puedo, no tengo un argumento coherente para explicar por qué ando por ahí con una blusa sin botones y el coño al aire. Así que me escabullo por los pasillos del edificio de los niños de primaria, no hay clases y puedo caminar tranquila por los pasadizos desolados.

Siento que estoy flotando todavía, sé que esto traerá consecuencias, más malas que buenas, pero quiero disfrutar la plenitud del momento.

Recuesto la espalda en los ladrillos y me deslizo en la pared fría recordando lo bien que se sintió.

Sí, definitivamente fue el mejor orgasmo de mi vida.

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