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Capítulo 6: Amnesia

17 de noviembre del 2004

Un fuerte viento helado golpeaba la ciudad de Dallas Texas, lo que simbolizaba la llegada del otoño en el cálido lugar. Luisa se encontraba sentada en una de las bancas situadas a la intemperie de un centro comercial, tenía un cuaderno maltratado repleto de diferentes escritos, algunas de las hojas estaban con dobleces y tachones, mientras que otras se miraban sin anotaciones. Una ráfaga de aire se hizo presente y el cuerpo se le estremeció tras la sensación del frío, puesto que apenas portaba un suéter viejo y delgado. Se reincorporó rápidamente y continuó escribiendo en la desgastada libreta que apoyaba sobre sus piernas.

Por largos minutos que se volvieron horas, solo era ella con las cuantiosas palabras que se escribían a rápidas velocidades por el propio pulso de su mano. Continuó así, hasta que la luz del sol comenzó a ser desplazada por la carente iluminación de la luna, lo que le hacía más difícil la visibilidad de su escritura.

Decidió cerrar el cuaderno y regresarlo a la mochila donde guardaba sus pertenecías, el frío otoñal le demandaba buscar resguardo, por lo que se puso de pie para encaminar sus pasos. Durante el trayecto de regreso a casa, se sintió atraída por un aparador iluminado por luces blancas desde el interior del espacio. Luisa observaba con una mirada soñadora aquellos libros de hermosas portadas que estaban en exhibición a las afueras de una elegante librería. Una sonrisa se le reflejó en el rostro, parecía estar hipnotizada por los llamativos nombres que atraían a todo tipo de lectores. 

«Tal vez, un día» pensó para luego agachar los ojos y continuar con el camino a casa.

14 junio del 2020

Gabriel conducía con tranquilidad, mientras Luisa mantenía la vista fija en el desierto de Texas. La mente de la mujer divagaba en las noticias que recién encontró sobre sí misma en internet; las redes sociales no era la mejor manera de enterarse sobre su vida privada, bien podrían ser falsas ideas que el mundo percibe de ella, noticias poco certeras o apegadas a la realidad con grandes cantidades de melodrama entre líneas. Un ejemplo de ello, fue lo que Luisa encontró.

Había reportajes donde se anunciaba el estado crítico de la escritora, el tiempo en coma y la causa del accidente. Incluso encontró imágenes de ella saliendo del hospital el día que le dieron el alta. George había trabajado para evitar que la prensa encontrara mayor información. Afortunadamente, el público se enteró tarde del accidente, lo que les dio varias semanas antes de que el caos fuera desatado. Por lo menos, de ese modo, Gabriel y George pudieron preocuparse solo por la salud de la escritora el tiempo que ella estuvo en coma.

Luisa también leyó notas más antiguas donde se hacía mención a los momentos gloriosos, días en los que su carrera brillaba. Existían críticas muy positivas de sus novelas, incluso algunos récords de ventas le pertenecían. Así mismo, vio entrevistas en importantes programas televisivos; Luisa se miraba asombrada, había seguridad en cada una de las palabras, realzaba una personalidad que parecía natural y que al mismo tiempo, desconocía como propia. Esperaba poder dejar de ser una espectadora de la mujer que aparecía en la contraportada de los libros que tenían su nombre plasmado en la parte frontal. Anhelaba con fuerza volver a convertirse en Luisa Brown, la escritora.

Además, no solo estaba el asunto de recuperar el control de su vida, sino que también necesitaba a Gabriel. En su entusiasta búsqueda de información, Luisa encontró una lista top de esas que abundan en las redes sociales. Se trataba de las parejas famosas que el público amaba; fue grande su sorpresa cuando al abrir la lista vio sus nombres al costado de una fotografía muy bien tomada. Justo ahí —por debajo de Tom Holland y Zendaya— parecían enamorados y felices. ¿Cuán cierto pudo haber sido? ¿Por cuánto tiempo? Lo que ella conocía de su matrimonio hasta el momento eran discusiones, problemas y un posible divorcio que el mundo ignoraba.

—Falta poco para llegar —aseguró Gabriel para rescatar a Luisa de sus pensamientos.

—¿Dónde nos quedaremos? —preguntó ella con cara de aburrimiento.

—Tenemos un pequeño departamento en Dallas.

—¿De verdad? —cuestionó un tanto sorprendida de que aquel tuviera una relación con la ciudad. 

Gabriel hizo una leve mueca congraciado con la mujer que llevaba como copiloto. 

—En realidad, es más tuyo que mío, aunque me lo heredó mi abuela. No es amplio en absoluto, pero es mejor que un cuarto de hotel —agregó Gabriel.

Cada respuesta daba pie a una nueva pregunta, era un ciclo que parecía nunca terminar. 

—¿Y por qué es más mío que tuyo, si fue parte de tu herencia?

El vaquero la miró de reojo, en ocasiones creía que la amnesia era parte de un estado analítico de Luisa para conseguir una nueva historia, tomando en cuenta que lo hizo antes cuando se mezclaba en los ambientes que desataban su imaginación. No obstante, en esta ocasión había una cicatriz en la pierna derecha y una serie de estudios médicos que le aseguraban que la enfermedad de su esposa era cierta. 

—Tú viajas más a la ciudad que yo. Incluso intenté venderlo varias veces y te negaste siempre.

—Supongo que tenía mis razones —resolvió la castaña, ignorando el oscuro semblante del esposo.

—Sí, claro. Se trataba de tus encuentros clandestinos con George, así la prensa no te miraría entrar al hotel acompañada por él —soltó con un tono que erizó la piel de Luisa. 

—Gabriel, tal vez ese hombre y yo compartimos algo más que trabajo, pero te aseguro que en este momento yo no estoy interesada en continuar con mi antigua vida.

La ironía se apoderó del conductor, estaba seguro de que una nueva discusión en el auto no beneficiaría a nadie en ese instante. Por lo tanto, se limitó a dejar en claro lo que pasaba por su cabeza. 

—Tu antigua vida no causó daños solo en ti, también lo hizo en quienes te rodeamos, especialmente en mí.

Luisa dejó el camino de lado y fijó los ojos marrones en el pálido semblante de su acompañante. 

—¡Es por eso que no debemos divorciarnos! 

Gabriel mostró esa sonrisa que la escritora no sabía si odiar o amar.

—Investigaste sobre tu vida en internet y... ¿De verdad crees que no debemos divorciarnos? —preguntó con un tono de burla. 

—Sí, de verdad lo pienso.

—¿Por qué? —interrogó impulsado por la curiosidad. 

—Es por ese libro que dicen que tiene que ver mucho con mi vida, el mismo por el que piensas que me he casado contigo —explicó congraciada con su conclusión.

—Luisa, lo que dices no tiene sentido —declaró negando con el rostro y encogiendo los hombros.

—¡De verdad, reflexiónalo! No he leído ese libro, pero supongo que podría tratarse de nuestra relación; podemos tener ese final feliz que se describe o el cuento de hadas que dices ser simple mercadotecnia.

Por breves segundos, Gabriel contempló ese posible desenlace para su matrimonio, ese que no tenía nada que ver con el divorcio o una separación; sin embargo, eso estaba lejos de la realidad. Él creía que una reconciliación era insuficiente para que las cosas volvieran a funcionar como en un principio. Así que, chasqueó la boca y emitió las palabras que debían quedar en la compleja mente de Luisa. 

—Nos divorciaremos, firmarás los papeles y cada quien tomará su camino. No hay vuelta atrás —dijo mientras se percataba de la seriedad de su esposa—. Llegaremos a un restaurante a cenar y de ahí iremos a dormir. 

Luisa asintió sin decir más.

La joven pareja cenó con tranquilidad en un sencillo restaurante de comida mexicana de la ciudad. Las conversaciones entre ellos fluían en cuanto a los largos cuestionamientos que Luisa tenía para Gabriel, desde sus cosas favoritas en diferentes aspectos, hasta puntos importantes en la relación fallida que tenían como marido y mujer. No obstante, para Luisa la presencia del rubio era cada vez más necesaria, aun cuando él insistía en una separación.

Gabriel estaba a punto de pagar la cuenta en el momento en el que un joven de estatura mediana y lentes, se paró frente a ellos para pedir una entrevista, ella apenas si pensó en algo para responder cuando su marido se negó rotundamente a la idea de aquel diálogo.

—Ella no se siente bien hoy, será mejor que se retire —expresó.

Luisa miró la expresión de su esposo en completo silencio sin objetar la decisión. Las ideas del hombre eran extrañas, pero entendía que tenían que ver con su actual condición. 

—Lo siento, aún tengo secuelas del accidente. Tal vez, más adelante podríamos programar una cita —comentó la famosa con mayor cordialidad.

El periodista asintió, a pesar de que la incomodidad del funesto encuentro ya había quedado a su reserva. 

—¡Vamos! —replicó Gabriel después de ponerse de pie y acelerar la salida de ambos a las afueras del restaurante.

Estando en el estacionamiento, alejados del periodista, Luisa manifestó su disgusto por la acción medieval de Gabriel, bien podría ser quien la estaría cuidando por aquellos días, pero eso no le daba el derecho de comportarse como lo había hecho. 

—¡Gabriel, fuiste grosero con el reportero! —reprendió con una voz acusatoria. 

—Tú lo has sido con anterioridad —declaró contrariado por el regaño—. Además, lo último que necesitamos ahora, es que la prensa se entere de tu falta de memoria.

De nueva cuenta, Luisa asintió y se subió a la camioneta de Gabriel; no había mucho que pudiera manifestar cuando no tenía ni la menor idea de cómo debía manejar su imagen ante la prensa.

Llegaron al íntimo, pero elegante departamento decorado con una gama de colores grises y azules con accesorios en planta. El lugar parecía ser mucho más jovial que la decoración de la hacienda las Bugambilias. Gabriel se apresuró a señalar la recámara donde Luisa dormiría y más rápido de lo que la castaña imaginó, él comenzó a extender un sofá-cama que estaba en la sala del departamento.

—¿Dormirás ahí? —preguntó ella, luego de ver al orgulloso hombre.

—Sí —asintió mientras tomaba de la habitación algunas sábanas y una almohada.

—¿Y por qué no en la habitación conmigo? —cuestionó al tiempo que lo seguía con la mirada. 

—Porque no es bueno para ti o para mí —respondió él, ignorando los acosadores ojos cafés. 

—¡Gabriel, por favor! No seas mojigato —reclamó detras de él—. Estamos casados, ¿no?

—Lo estamos, pero hace bastante tiempo que tú y yo ni siquiera compartimos una noche.

—¿De verdad? —inquirió contrariada por las acciones del vaquero.

Gabriel asintió y  caminó frente a ella al tiempo que desabotonaba la camisa que traía puesta para quedarse solo en pantalones. En el acto, se acercó a ella en lentitud y le mostró una notoria sonrisa burlona. La misma que Luisa aborrecía y disfrutaba.

—Puedo resistirme a tus seductores encantos femeninos —dijo con suma tranquilidad.

—¿Cómo lo sabes? —interrogó la escritora, mordiendo uno de sus labios y el corazón latente a toda velocidad—. No has intentado besarme. 

—Si quieres puedo demostrártelo —aseguró, todavía más cercano a la mujer.

Ella ignoró el nerviosismo ante la idea de un primer beso con su marido, sonaba tonto, pero era cierto. Desde el accidente, él no había intentado nada y ella comenzaba a necesitarlo. Así que, motivada por el deseo de la caricia, aceptó el reto y permitió el acercamiento que Gabriel propuso, cerró los ojos y esperó el beso que nunca llegó por parte del rubio. Finalmente, abrió los ojos después de algunos segundos y se encontró el fastidioso semblante de Gabriel frente a ella.

—Te dije que podía resistirme —mencionó sin el más mínimo tacto.

—¡Eres insoportable! —respondió Luisa con suma molestia. Luego se internó en la recámara y prefirió dormir.

15 de junio 2020

Muy temprano por la mañana, Luisa se levantó antes que Gabriel y decidió hacer todo el ruido posible para despertar al hombre que la dejó esperando un beso con los ojos cerrados, luego de preparar la aromática taza de café, regresó a la habitación para tomar un placentero baño de agua caliente.

Los ojos de Gabriel se abrieron con el escandaloso momento y de inmediato supo lo que la castaña intentaba lograr, pues la conocía mejor de lo que ella creía. Así que, siguiendo el juego que la mujer comenzó, se puso de pie para ir a la recámara, donde esperó por largos minutos a que finalizara el baño de Luisa. 

Cansada de esperar la presencia de Gabriel, salió de la ducha para toparse con el apuesto vaquero sentado sobre la cama y a medio vestir, pues esta vez, nada más usaba la ropa interior. 

—Yo también necesito un baño, espero que hayas dejado agua caliente —dijo Gabriel, mirando a la mujer castaña envuelta en una toalla blanca.

Luisa entrecerró los ojos como símbolo de su enojo, el hombre con el que vivía se comportaba igual que un adolescente con esos cambios de humor que nadie parecía comprender. 

—Supongo que sí, aunque si tanto te urgía el baño, pudiste entrar a la ducha conmigo —manifestó la castaña insinuando una invitación. 

—No es tan temprano la cita con el doctor James —respondió Gabriel y se quitó la única prenda que portaba frente a ella a fin de caminar desnudo hacia la regadera.

Luisa estaba a punto de dejar salir la frustración que sentía tras la conducta provocativa de Gabriel. Necesitaba gritarle unas cuántas cosas a sabiendas de que este lo hacía con la única finalidad de molestarla. Por lo tanto, se limitó a vestirse y arreglar, fingiendo tranquilidad para salir al hospital.

Mientras esperaba que llegara la hora acordada, Luisa caminó alrededor del departamento con la idea de que algo le pareciera familiar. Pensó que algún recuerdo fugaz podría aparecer pronto, justo como sucedía en las películas de Hollywood, aquellas que disfrutaba en la intimidad de su estudio. Analizó la vista del balcón del departamento, los artículos decorativos de la sala de estar, algo de la ropa que tenía en el armario e incluso percibió los agradables aromas de los perfumes que reposaban sobre el tocador de la habitación. Sin embargo, ese día no hubo recuerdos, todo parecía salido de una vida que no era la suya y eso comenzaba a fastidiarle.

Dos horas después, la pareja de jóvenes esposos aguardaban en la oficina del doctor James: el especialista encargado de atender el complicado caso de amnesia de Luisa.

—Buenos Días, señora Brown —saludó el médico al ingresar a su oficina con unos documentos en la mano.

Estrechó la mano tanto de Luisa como la de Gabriel y colocó una radiografía craneal en el panel led que colgaba sobre la pared.

La fotografía de su cerebro bien podría indicar una serie de enfermedades, daños o problemas, mas no explicaba la verdadera naturaleza de sus emociones, las mismas que se negaban a manifestarse por miedo a la ignorancia en la que vivía.  

«¿Quién es Luisa Brown?».

—¿Qué tal estos días? ¿Ha logrado recordar algo? Por más mínimo que fuera —preguntó James, interrumpiendo los pensamientos de la paciente. 

—Mmm... me temo que no —replicó ella encogiéndose de hombros—. No logré recordar los nombres de las personas que trabajan en nuestra casa, ni detalles de nuestro matrimonio, tampoco una rutina o la contraseña de mi laptop.

El doctor James asintió con la cabeza y dirigió la mirada a la tomografía que tenía de frente.

—Señora Brown, me temo que no tengo buenas noticias para usted y su esposo. Su caso es más complicado de lo que creía.

Luisa observó con suma seriedad a Gabriel y luego al médico de bata blanca mientras se reacomodaba en la silla donde estaba sentada. Notaba cómo la respiración se le agitaba y el cuerpo le temblaba, tal vez el doctor James estaba a punto de decirle que moriría, podría fallecer sin recordar su vida. Otros pensamientos aparecieron, al igual que todas esas preguntas sin respuestas que aún tenía rodando en la cabeza. Había miedo, mucho miedo a las posibles respuestas.

—¿Qué sucede? —Logró cuestionar.

—La conmoción cerebral que sufrió en el accidente fue solo el detonante para que el caso severo de amnesia surgiera, esto debido al abuso prolongado de alcohol mezclado con narcóticos —explicó con los dedos entrelazados—. Los efectos secundarios de dichas sustancias aparecieron en su sangre el día del accidente. Hicimos las pruebas para ambos.

Gabriel y Luisa se limitaban a escuchar la explicación que el médico les ofrecía. No obstante, era posible que cada uno de ellos estuviera sumergido en su propia tragedia. 

—¿Ven esta zona? —preguntó el médico señalando la pantalla UV—. Es la parte del cerebro que almacena todo tipo de recuerdos. En su caso, señora Brown, la amnesia no parece ser específica. Usted no ha recuperado ningún tipo de recuerdo auditivo, visual, semántico, reciente o viejo, lo que me hace creer que su amnesia no es temporal.

Luisa tomó la mano de Gabriel de manera instintiva sin pretender algo más que no fuera un soporte para la noticia que estaban recibiendo. Le daba pena haberlo hecho con las manos llenas de sudor, pero tenía que hacerlo, era su deber como esposo.

—¿No recuperaré la memoria? —preguntó con el corazón desbordado y la preocupación apoderandose del cuerpo.

—No lo puedo asegurar. Tal vez los recuerdos regresen un día o tal vez nunca lo hagan. El cerebro es un órgano sumamente complicado e impredecible. Hay algunos posibles tratamientos que podría recomendar, aunque en realidad no me sentiría cómodo haciéndolo, debido a los daños provocados en su cerebro por el abuso de sedantes, además de otras cuestiones que pronto atenderemos. 

Luisa simplemente asentía sin pensar en algo que pudiera decir. 

»Llamaré a la enfermera, la llevarán a hacerle otra resonancia magnética y tendremos citas mensuales para revisar los avances sobre su nueva condición, ¿está de acuerdo? —preguntó el doctor.

Sin embargo, la castaña estaba por completo anonadada tratando de digerir la información. Por su parte, Gabriel asintió en lugar de su esposa, tocó sus hombros y los acarició a fin de ayudarla a reincorporarse para acompañar a las enfermeras. Una vez que Luisa abandonó las oficinas, el rubio tuvo la oportunidad de hacer algunas preguntas para el doctor James en privado.

—Entonces, ¿usted cree que ella no volverá a recordar? —interrogó con un semblante preocupado.

—Lo siento, pero no puedo responder con exactitud, todo depende del daño causado en el lóbulo frontal. El caso de su esposa es muy complicado y me temo que lo mejor es dejar que su cerebro se recupere por sí mismo.

Gabriel tragó saliva y afirmó con un simple movimiento de cabeza. 

—De acuerdo.

Por otro lado, James mantenía la concentración en el expediente de la paciente, luego volvió la mirada hacia donde el vaquero estaba y no tuvo más remedio que darle palabras de consuelo, esas que le darían una ligera esperanza. 

—La señora Brown estará bien, ella es fuerte. De igual manera, tendremos que cambiar los medicamentos por algo que nos ayude a controlar el estrés postraumático y debe mantenerla lejos de los calmantes, antidepresivos y/o alcohol. Al menos, hasta que su mente comience a recuperarse, no queremos que su inestabilidad empeore.

—¿Y qué pasará con los episodios? —manifestó confundido. 

—¡Oh, no se preocupe por ello! Manténgala en un ambiente relajante y sin estrés, que haga lo que le gusta, supongo que el rancho donde viven ayudará bastante.

Aquello era cierto, por lo que afirmó con la cabeza y aceptó las indicaciones del experto, aun cuando no pudo evitar pensar que un divorcio, por el momento, sería imposible.  

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