Capítulo 37: Hablemos
El departamento de Luisa estaba lleno por las personas que acudieron a la dirección en el momento en el que vieron la reciente declaración de amor hacia Gabriel. El primero en aparecer en el departamento fue James, quien a pesar de las especulaciones que lo relacionaban con su paciente, apoyaba la decisión de hacer un último intento por recuperar al hombre que aseguraba amar. La siguiente en tocar la puerta fue Rebeca, la mujer realmente parecía estresada tras el abrumador día que prometía la prensa, tomando en cuenta que ella no paraba de recibir llamadas o E-mails.
Más tarde, arribaron al departamento tanto Sofía como Helen, ambas amigas dispuestas a darle su apoyo; sin embargo, Helen difería de las acciones de Luisa, pasó parte de la mañana discutiendo por aquella extraña decisión de divulgar sus sentimientos para el mundo entero.
«El hombre no te merece» era lo que decía una y otra vez, puesto que tenía claro que la boda de Mónica con Gabriel seguía en pie.
Por su parte, Luisa permanecía muy cercas de la ventana, esperando que apareciera la ya reconocida camioneta de Gabriel, regresaba por breves minutos al sillón e iba de regreso a la ventana, luego revisaba constantemente el celular y lo mismo le pedía a Rebeca. De algún modo, su amado exesposo debía aceptar hablar con ella.
—El teléfono sigue apagado, Luisa —informó Rebeca con la mirada en su cliente.
—Contestará, intenta más tarde —resolvió la castaña después de un largo suspiro.
La paciencia no era un rasgo característico de Luisa, comenzaba a presentir que el resultado de su estrategia terminaría en un caos sentimental del que tardaría en recuperarse. Le dolía pensar que, a pesar de que era la primera vez en la que sus sentimientos eran claros, estos no serían correspondidos como esperaba.
La puerta fue golpeada y los rostros de todos se fijaron sobre la entrada. Nadie dijo algo, aun cuando imaginaban que se trataba de Gabriel. Luisa caminó con el corazón brincándole, respiró hondo y la abrió esperanzada. Frente a ella no estaba el rubio vaquero que ansiaba encontrar para desmentir las tonterías de la prensa. En cambio, el característico aroma a menta y loción fina se hizo presente para impregnarle los sentidos.
—¿Qué quieres, George? —cuestionó sin permitirle el paso al departamento.
—Quiero hablarte —dispuso George con la arrogante sonrisa.
—¿De qué? —Luisa mostró una fulminadora mirada—. Fui bastante clara cuando te dije que no...
El hombre de la perfecta barba empujó la puerta con la mano y se hizo paso al departamento, donde se percató del resto de los presentes.
—¿Tenemos fiesta? —interrogó volviendo la cara a la escritora.
—No es una fiesta y quiero que te vayas, por favor —declaró Luisa aun desde la puerta.
—Helen, no me digas que estás aquí para apoyar la tontería que Luisa acaba de hacer —interrogó con el relamido rostro que siempre portaba.
—Yo he venido a apoyar a mi amiga, a pesar de la falta de alcohol en este diminuto departamento. Tampoco estoy de acuerdo con lo de pedirle perdón a la bestia de Gabriel, pero no voy a intervenir en su elección. Es mi amiga y la apoyaré —asintió la mujer con su singular voz.
—¡George, vete ahora mismo o hablo con seguridad! —amenazó Luisa desde la puerta.
No obstante, el hombre ni se inmutó, permanecía ahí por una sola razón y no la dejaría pasar por los berrinches de quien fue su mejor cliente.
—Quiero que hablemos, no tomará más de un par de minutos, luego me iré y tomarás tu decisión.
Luisa puso los ojos en blanco, talló la cara con la mano y optó por cerrar la puerta para atender a George, sería más fácil si le seguía la corriente para después sacarlo de su vida para siempre.
—Tengo una oficina por aquí... Sígueme —señaló para que la conversación fuera más íntima.
El pequeño estudio no se parecía en nada a la que tenía en su antigua casa, le hacía falta la luz, los libros y la vida que la escritora le dedicaba a su santuario antes de abandonarlo.
—¿De qué quieres hablar? —inquirió con un tono de fastidio.
El hombre observó con desdén el espacio tan poco favorecido e hizo una mueca que la castaña vislumbró.
—Pudiste conseguirte un departamento mejor, ganas lo suficiente. Sobre todo, con tu insulsa declaración de amor, tus ventas van a subir considerablemente. Cómprate una casa y vive como lo mereces —expuso el agente viendo por encima del hombro el pequeño lugar.
Luisa dibujó una irónica sonrisa, esa que surgía con naturalidad ante los comentarios de despecho de George.
—¿Ahora eres agente de bienes raíces? —soltó en un tono de burla.
—No, sigo siendo el manager de personas interesantes como tú, a eso he venido. Necesito que trabajemos juntos de nuevo.
Luisa lo escuchó y comenzó a reír prácticamente de inmediato.
—Y dicen que la enferma soy yo... ¿Estás imbécil? —preguntó con la relajada sonrisa en la cara que manifestaba la ironía.
—Sabes que hacemos un excelente equipo, tus historias y mis tácticas publicitarias. —Hizo un ademán con la mano que realzaba su labor como el publicista que decía ser.
—¡Tus tácticas publicitarias me mandaron al infierno! —espetó una Luisa furiosa—. Mira la situación en la que estoy.
—A punto de ser millonaria, ¿no lo ves? Debes aprovechar esta situación para publicar los libros que tienes almacenados. Luego de esa declaración, el mundo te verá como la víctima. Le diremos a todos que lo de James es falso, que en realidad nosotros nos amamos y que seguiremos haciendo lo que mejor sabemos hacer. ¡Dios, tienes que imaginarlo...!
George golpeó con los dedos la mente de Luisa, la castaña hizo una mueca de repulsión y dio dos pasos hacia atrás buscando alejarse de su tacto.
—Mi declaración no fue escrita para eso, George. Lo hice como un medio para desmentir mi supuesta relación con James. Además, es mi última oportunidad para recuperar a Gabriel.
—¡Olvídate de Gabriel! ¡Él jamás ha visto lo mejor de ti como lo he visto yo! —expuso cansado de escuchar el nombre de su enemigo—. Él solo te quiere tener escondida en ese estúpido rancho, limitando tu capacidad y alejándote de todo lo que es bueno para ti.
—¡No fue así, nunca fue así y quiero que te vayas! —interceptó ella extendiendo una mano hacia la puerta.
—No me iré, no hasta que aceptes mi propuesta, no he venido aquí por una negativa. Tú no eres una perdedora, eres una ganadora, igual que yo... Somos uno para el otro —declaró George ahora acercando su cuerpo al de la castaña para con la intensión de besarla.
Luisa empujó a George, pero este se mantenía firme con la idea de robarle un beso.
—¡Ya basta, ya déjame! —gritó como defensa.
Al instante, la puerta fue abierta de golpe por James. Los enormes ojos cafés de Luisa se centraron en el enfurecido rostro de quien se acercaba a toda velocidad para separar a George del cuerpo de la mujer. Por breves segundos, permaneció estática, sin una reacción que le hiciera pensar que lo que estaba viviendo era real.
—¡Vete! —espetó James, con las manos sobre el saco de George.
Aquel, no hizo más que soltarse del agarre y se volvió burlón.
—El que no tiene nada que hacer aquí eres tú. Vete a drogar a tus pacientes y déjanos en paz —farfulló, manteniéndose firme en su posición de quedarse.
—¡Ella te ha pedido que te vayas, permítele tomar sus propias decisiones! —El médico no se alejó de la imponente figura de George, estaban metidos en un mano a mano, esperando por el primer ataque.
—¡Eso es lo que hago, medicucho...!
—¡No, no es eso lo que haces! La has manipulado todo este tiempo, lo hiciste antes del accidente, después de la pérdida de memoria y lo quieres repetir ahora. ¡Ya déjala! —indicó James, tocándole ligeramente el hombro como cualquier provocación.
George miró el tacto con molestia y enfocó su atención en el psiquiatra.
—Escucha... Tú a mí no me vas a decir...
—¡Él no, pero yo sí! —intervino Luisa con suma seriedad e interponiéndose entre ambos hombres—. Te advertí que, si te acercabas a mí, presentaría las pruebas que te inculpan de robo.
A George no le gustó la acusación, por lo que chasqueó la boca y puso toda su atención sobre ella de un modo amenazador.
—¿De qué hablas? Te dije que todo eso es...
—Es verdad... Y si no te vas en este instante, mi nueva agente le hablará a mi abogado para que interponga la demanda.
George observó boquiabierto, fingiéndose no derrotado, finalmente Luisa entendía perfecto que los supuestos "consejos" del manager, eran solo palabrería para mantenerla a su favor.
—Si tú haces eso, yo hablaré con la prensa —emitió con despecho y desde la oscuridad de su garganta.
Luisa dibujó una curvatura en los labios, reconocía que el hombre de la barba estaba en una lucha por no caer más bajo.
—Ya lo hiciste... ¿Qué más les quieres decir? —encogió los hombros con ligereza—. Además, tú estás aquí porque cometiste un error. ¿De verdad creías que, publicando mis secretos, las personas acudirían a ti para contratarte? Más que un manejador, debes comportarte como un confidente que se lleve a la tumba los secretos de quienes confían en ti y te hacen ganar dinero. Sal y habla con los medios si quieres, pero no volverás a ser el manager de nadie.
El hombre fijó toda su arrogancia sobre la mujer, al tiempo que trataba de contener el rostro desfigurado por el enojo. Algo de lo que ella decía, era verdad.
—Te arrepentirás en el momento en el que te des cuenta de que Gabriel no aparecerá. Ese idiota no será tu caballero de brillante armadura que viene a rescatarte como lo describiste en tus historias —aseguró con la quijada tensa.
—No espero que nadie me rescate —replicó Luisa como respuesta—. Yo puedo hacerlo por mí misma.
George evidenció su frustración con una mueca, enseguida salió del departamento intentando mostrar un semblante del triunfo que no obtuvo.
Mientras tanto, la escritora soltó parte del aire que tenía presionando su pecho y volvió la mirada a donde James aguardaba con la preocupación manifestada en sus expresiones.
—Lamento informarte esto, pero Gabriel tuvo un accidente.
—¿Qué? ¿Dónde? —cuestionó la castaña con el rostro pálido. El corazón le palpitó tan de deprisa que incluso la habitación le daba vueltas.
James temía informarle del repentino accidente; no obstante, esa era la única opción para todos. Pasó más de un día aguardando por una respuesta que evidentemente no llegaría.
—En la misma carretera donde tú te accidentaste, al parecer venía hacia Dallas.
—¿Dónde está? ¿Qué tan grave fue? —inquirió la mujer estando a punto de dejarse vencer por el nerviosismo. Relamió varias veces sus labios y tocó su frente con una mano, incluso el espacio se volvía más pequeño y caliente.
—No lo sabemos, le mandaron la noticia a Rebeca, la prensa está como loca, unos aquí, otros tras Gabriel —informó sin dejar de mirarla. Lo llevarán al hospital central de especialidades.
—¡Quiero ir! —enunció Luisa en un grito.
—¡¿Con la prensa afuera?!
—¡Sí, ellos no me importan, yo necesito verlo! —declaró al tiempo que buscaba una bolsa con sus cosas.
El hospital era asediado por los reporteros como Luisa, Rebeca, James y Helen imaginaron. Haciendo uso de las influencias de James, lograron entrar y llegar a la sala de urgencias. Sin embargo, nadie sabía nada, puesto que el personal del hospital lucía desbocado a causa del atosigamiento que se vivía a las afueras del hospital.
Los intensos ojos cafés de la escritora se resguardaron en los del psiquiatra, quien la miraba cada vez más cerca de una crisis.
—Mantente tranquila, con respiraciones profundas, recuerda tus ejercicios. Yo averiguaré qué sucede —indicó el médico con ambas manos en los hombros de Luisa—. Será mejor que esperes por allá, te buscaré en un momento.
Luisa asintió con toda seriedad, luego caminó por la sala de espera junto a Helen y Rebeca. En el transcurso se topó con Mónica y Andrew, presa de la incomodidad, pensó en dar media vuelta y aguardar en otro espacio, lejos de ese par. No obstante, las amigas la incitaron a no esconderse.
A las afueras se percibía el bullicio y el caos provocado por la prensa, era tan atosigante que prácticamente les impedía concentrarse en la salud de Gabriel.
—¿Luisa, podrías hacer algo para calmar el escándalo? —cuestionó Andrew, apenas la vio llegar—. Esta situación es realmente intolerable.
La escritora asintió con la mirada gacha y le pidió a Rebeca salir para hablar en su nombre.
—¿Saben algo sobre el estado de Gabriel? —preguntó con cierta timidez.
Mónica volvió los ojos a donde la castaña esperaba la respuesta, era evidente que le molestaba su presencia; no obstante, ambas mujeres tenían sus razones para estar ahí.
—Nos dijeron que llegó estable y consciente. Eso es todo —informó sin moverse de su lugar, con brazos y piernas cruzadas.
Un alivio surgió del pecho de Luisa, a su parecer eso ya era bueno.
—¿Cómo sucedió el accidente? —inquirió.
—Chocó con una vaca —respondió Mónica, intentando ignorarla.
—¿Una vaca? —interrogó con una ceja arqueada.
—¡Sí, Luisa! ¡Gabriel, chocó con una vaca! ¡Esto es Texas! ¿Qué esperabas? —resopló la rubia exaltada.
—Espero que la vaca no demande —bufó Helen, examinando a la veterinaria.
—¡Helen, no es momento! —interceptó la amiga a sabiendas de que nadie estaba de humor para bromas.
La veterinaria arrugó la frente, estaba lidiando con una guerra interna entre salir corriendo del sitio o hablarle a Luisa de todo lo que perdió por atreverse a poner los ojos en Gabriel: el tonto vaquero que seguía enamorado de su exesposa.
»Mónica, sé que te molesta que esté aquí, sobre todo después de lo que publiqué, pero...
—Lo entiendo —interrumpió ella, elevando el rostro para mirarla fijo, era tiempo de hablar, no de esconderse tras el egoísmo—. Estás luchando por Gabriel y de cierto modo yo hice lo mismo al no haber cancelado los planes de boda.
Aquella no lograba entender lo que Mónica mencionaba, además ya no tenía ese rígido tono de voz que la hacía lucir agría.
—¿Cancelado?
—¿No te lo dijo Gabriel? —cuestionó la rubia abriendo grandes los ojos.
—Él no... No quería hablar conmigo, ¿qué debía decirme? —Estaba desesperada, caminó hacia Mónica con el único deseo de que esta le diera la información que requería.
—Terminamos hace semanas. No cancelé la ceremonia porque de algún modo creía que despertaría un día prefiriéndome a mí.
La mirada de Luisa seguía situada donde la rubia, sin entender lo que en realidad sucedía.
»Gabriel, te quiere a ti —soltó Mónica finalmente con un claro suspiro que provocaba dolor.
—Él nunca me lo dijo, ni siquiera aceptaba mis llamadas —explicó la nerviosa mujer con sudoración en las manos.
—¡Su orgullo está herido! —agregó Andrew desde uno de los extremos de la sala de espera—. El muy idiota, venía a Dallas dispuesto a hablar contigo cuando chocó con la vaca.
»Escucha Luisa, no me caes bien y no apruebo lo que mi accidentado amigo está haciendo, lo vi sufrir mucho, pero está claro que sigue enamorado como un verdadero tonto. Tampoco entiendo lo de esa supuesta relación que tienes con tu doctor.
Luisa abrió la boca para intentar explicar, pero este se lo impidió sacudiendo las manos.
»No me interesa saber si es una mentira, da igual lo que yo piense, sólo espero que esta vez sea diferente para ustedes. Gabriel lo merece y tú también —expuso a regañadientes y muy poco confabulado con la decisión de su amigo.
El acelerado y palpitante corazón de Luisa nunca se había sentido así por un momento de enorme felicidad, nació un brillo en sus ojos y la inquietante satisfacción de que aquella declaración de amor no fue un error, nunca lo fue, existía mucho de por medio, suficiente amor que debían permitirse vivir.
—Luisa.
La escuchó su nombre a sus espaldas y tras voltear se encontró con James, quien ahora traía noticias para todos.
»Él está bien, dentro de unos minutos te dejarán verlo —dijo sonriente al tiempo que la mujer se le colgaba en los brazos.
El resto de los visitantes, respiraron hondo y permitieron que todo rastro de preocupación saliera de sus cuerpos. Una hora más tarde, los médicos que asistieron al rubio consintieron las visitas.
—Es seguro que primero quiere hablar contigo —indicó Mónica con unas cuántas lágrimas retenidas.
Por su parte, Luisa miró a Andrew y este le hizo una señal de aprobación, después asintió, mordiendo uno de sus labios, se puso de pie y con el nerviosismo apoderado de sus torpes movimientos, caminó hasta donde le indicaron que encontraría a su exesposo. Antes de abrir la puerta de la habitación se detuvo en seco y tragó saliva sin lograr dar un paso más.
—Siempre supe que se querían de verdad —soltó una enfermera regordeta de cincuenta años que observaba desde el escritorio de recepción.
—¿Qué? —preguntó Luisa, desviando su atención.
—Él estuvo aquí cuando sucedió tu accidente, ahora tú estás aquí porque te necesita. Deben permanecer juntos —dispuso la mujer cogiendo un montón de papeles.
Luisa asintió y le regaló una tímida sonrisa, le pareció reconocerla de aquellas visitas que ambos hicieron al hospital. Finalmente, respiró con profundidad y abrió la puerta para encontrarse con tremenda mirada aguardando su llegada.
El hombre sonrió de inmediato y ella lo hizo para él.
—¿Cómo estás? —interrogó ella con timidez.
—Con moretones y algo adolorido, pero estaré bien ahora que podemos hablar —respondió el rubio, buscando los ojos de la castaña.
Luisa lo observó, eran claros los golpes que tenía en los brazos, un pequeño vendaje en la frente y el cable del suero seguía conectado a él.
—James dice que te tendrán en observación el día de hoy y si todo sale bien, podrás irte mañana.
El hombre asintió satisfecho, ya que no le gustaba la idea de permanecer en el hospital más de un día. Suficiente tuvo con las noches que pasó cuidando de Luisa.
—Leí tu carta —declaró, ignorando cualquier otro tema de conversación que no tuviera que ver con ellos dos.
—Esperaba que lo hubieras hecho—. Sonrió con discreción—. Sé que causé un gran alboroto con la prensa y todo eso, pero no me dejaste otra opción, salvo esa. Creí que estaba a punto de perderte por tu boda con Mónica.
Un esperanzador momento surgió entre ambos, aun así, había frialdad en sus palabras, era como si después de tanto tiempo de peleas y discusiones, no supieran como tratarse con cordialidad y amor.
—Esa boda se canceló hace tiempo —emitió Gabriel sin retirar los ojos de Luisa. Creía seguir sedado.
—Lo sé, me lo dijo la misma Mónica hace un momento. —Luisa seguía sin acercarse a él, eran unos cuántos pasos los que los separaban.
—¿Ella está aquí? —cuestionó el rubio al tiempo que señalaba la salida.
Luisa asintió con la cabeza.
—Junto con Andrew y Helen.
Aquel puso los ojos en blanco al escuchar el nombre de Helen. Ella lo notó, pero no quería que se perdiera la armonía que recién nacía entre ellos.
»Entiendo que no es una de tus personas favoritas, pero es una buena persona. Además, también ha roto relación con George.
—¿Tú también lo hiciste? —cuestionó él, puesto que no tenía el conocimiento de aquello.
—Lo despedí, esa fue la única razón por la que acepté una de sus visitas. Entendí que fui un simple títere en sus manos y lo comprobé cuando encontré mi diario.
El hombre no podía eliminar la sonrisa que parecía ser parte permanente de su rostro, cualquier cosa que ella le dijera estaba bien para él.
—¿Escribiste un diario? —inquirió el rubio.
—Sí —asintió la escritora, estando más relajada—. Ahora puedo comprobarte que nuestro matrimonio no fue publicidad como creíste todo este tiempo. Me casé feliz y enamorada, tengo evidencia que lo demuestra y si quieres...
—Espera... no es necesario que me des explicaciones —interrumpió.
Relamió los labios y continuó.
»Cuando leí tu carta lo entendí todo, somos imperfectos, ambos cometimos enormes errores, nos equivocamos y nos herimos. Luisa, no te diré que no intenté olvidarte porque no es verdad, tampoco te diré que estaba seguro de mis decisiones. No había un solo rincón del rancho donde no estuvieran tus recuerdos, esos que necesitaba olvidar. Finalmente, terminé aceptándolo, aun cuando te sacara de mi vida, tú seguirías estando ahí —expresó estirando la mano para que ella la tomara.
—Tampoco quería estar lejos de ti —declaró ella, aceptando la atención para acercarse a él. Ambos dedos estaban entrelazados, transmitiendo esa energía que iba desde la mano hacia todo el cuerpo.
—Te propongo un trato —dijo el vaquero, acariciando el dorso de la mano de Luisa—. Dejaré de intentar olvidar a cambio de que tú dejes de querer recordar.
Luisa, con dificultad, creía en lo que sus oídos escuchaban. Incluso pensó que se trataba de su egoísta y traicionera imaginación.
—Acepto el trato —consintió la castaña y terminó recostando su cabeza sobre el pecho del vaquero para que este la recibiera con un beso en la frente—. Me voy a encargar de reponer toda esa dicha que tenemos pendiente.
—Tenerte cerca es todo lo que necesito para ser feliz y te aseguro que tú no te volverás a sentir sola en toda tu vida —respondió Gabriel acariciando el cabello de la mujer que amaba.
El resto de la tarde se les fue entre conversaciones donde aclaraban situaciones confusas que antes les causó conflicto, ahora parecían más un matrimonio de lo que fueron meses atrás. La noche los alcanzó y Luisa decidió permanecer en el hospital cuidando de Gabriel, no habría manera de que la hicieran desprenderse de quien ahora le pertenecía por completo. Terminó durmiendo prácticamente junto a él hasta que el bullicio matutino se manifestó cuando James se apareció con la intención de saludar a la pareja.
En su ingreso, se percató del relajado semblante lleno de paz que ambos reflejaban mientras dormían, el tiempo que pasaron resolviendo sus problemas tuvo efectos positivos en su nueva relación.
—Buenos días —susurró James para no despertar a Luisa.
El vaquero abrió grandes los ojos y volvió su mirada a donde la mujer descansaba.
»¿Cómo te sientes? —preguntó con tranquilidad.
Gabriel quiso recomponerse en la misma cama, pero tenía a su exesposa a su costado.
—Bien, gracias. Al parecer no fue nada delicado —informó un tanto confundido por la visita del médico.
—Fuiste afortunado —declaró James, quien no portaba bata, puesto que acudió como un amigo—. Podrán volver a casa en unas horas, cuando tu Doctor lo autorice.
—Luisa me dijo que ya no eres su psiquiatra —mencionó Gabriel mientras miraba al médico revisar el gotero del suero.
—No, lo siento. Aunque ella estará bien, no debes preocuparte por su esquizofrenia.
—¿Tiene algo que ver lo que la prensa dijo? —cuestionó, tragando saliva y con el ferviente deseo de que fuera mentira.
James contempló la pregunta, de algún modo, sentía que le debía una ligera explicación a Gabriel, puesto que se sentía tan amigo de este como de Luisa.
—Crucé la línea. Terminé involucrado sentimentalmente y en medio de su relación. Creo que debí mantenerme al margen, pero me fue imposible. Luisa y yo tenemos una relación de amistad como la tuve contigo el tiempo que ella estuvo internada —expuso con la mirada fija en el paciente. —Una noche me marcó diciéndome que estaba a punto de recaer y fui a su departamento con la única idea de brindarle mi ayuda profesional.
Gabriel observaba meticuloso, creía en James y Luisa le habló del acontecimiento. Jamás imaginó que ese par resultaría compatible.
»Estaba tan abrumada con lo de tu futuro matrimonio con Mónica, que la conversación fue larga. Dormí en su sofá unos minutos y luego salí al hospital—. Suspiró hondo, apenado—. Esa es la fotografía que viste en las redes.
Gabriel rascó la cabeza e hizo una leve mueca con la boca.
—Entonces dejarás de ser su médico por...
—No puedo hacerlo debido a que prefiero mantener una amistad, si me lo permiten, por supuesto —declaró el médico.
Gabriel asintió a sabiendas del alivio que le invadió después de conocer la verdadera relación entre ellos dos.
—Gracias por todo lo que hiciste por ella.
—No hay nada que agradecer —dijo James y estiró la mano para entrelazarla con la de Gabriel.
La castaña despertó y alcanzó a observar las manos estrechadas de los dos texanos. Bien podría creer que hubiera cierta enemistad, pero afortunadamente para todos, no sería así.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro