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Capítulo 35: Un brillo extraño

22 de septiembre 2021

La trascendente revelación que nació durante la hipnosis, la hizo volver a la mayor brevedad al departamento que arrendó para que fungiera como su nuevo hogar. Corrió hacia una de las habitaciones y enseguida buscó alrededor de esta hasta encontrarse con las cajas que dejó sin desempacar, tomó una y hurgó dentro de ella sin observar otra cosa que no fueran sus viejos libros, esos que atesoraba leer cuando la memoria no se había ido. Luego cogió una segunda caja todavía más grande y en el momento en el que la abrió, los latidos del corazón se le aceleraron al ritmo que el sudor de las manos aparecía, tenía frente a ella el elegante cuaderno azul que vio en los recuerdos que volvieron durante la terapia.

Los ojos de la castaña se humedecían, era tal su temor a encontrarse con las mismas palabras que su subconsciente le mostró, que ni siquiera tenía las fuerzas para estirar la mano y tomar el cuaderno. Miedo e incertidumbre, era lo que Luisa padecía en el descomunal momento en el que luchaba por salir a flote de nuevo.

Respiró hondo, tan hondo que sus pulmones tuvieron que exhalar algo de ese aire que ya no cabía. Controló el temblor de las manos hasta guiarlas directo al cuaderno azul sin levantarlo. Parpadeó varias veces antes de comenzar a hojear el papel que estaba repleto de escritos a los que temía.

La intensa mirada recorría las finas y delicadas líneas tan perfectamente escritas que narraban los vestigios de sus días antes del accidente, pareciera que la vida le devolvía una parte de aquello que le fue arrebatado por largos meses, el problema se transformó en qué tanto deseaba leer. En aquel papel no sólo estarían plasmados los acontecimientos de su pasado, sino también los más oscuros secretos que mantuvo enterrados.

Notó las fechas que aparecían al inicio de cada página, lo que evidenciaba que se trataba de un diario personal. Deslizó cada hoja hasta llegar al día que tan ansiosamente buscaba: 20 de noviembre del 2015, el día de su boda con Gabriel.

Diario de Luisa

20 de noviembre del 2015

La resaca que me atacó hace dos días, ha desaparecido totalmente después de aceptar mi nueva realidad. La fiesta a la que asistí con George se salió de control luego del primer Martini que bebí, pude haber despertado asegurándome a mí misma que no lo volvería a hacer, pero me ha quedado claro que esos hechos sí volverán a pasar. Necesito los antidepresivos y la sensación de felicidad que me provocan, necesito el alcohol para nublar las constantes voces que atosigan mi cabeza.

Sin embargo, este día ha iniciado de manera diferente, hay un brillo extraño en el rostro de la mujer que se refleja frente al espejo, pudiera deberse a la boda a la que asistiré, una donde no seré esa invitada que pasa la tarde tras bambalinas acabando con el licor de la fiesta. No, esta vez, debo comportarme y lucir sonriente para las pocas personas que nos acompañarán, usaré ese vestido blanco que he comprado en una elegante boutique en la que jamás hubiera imaginado comprar. De hecho, tampoco sospeché que me convertiría en la protagonista de una boda; al menos, no con alguien como Gabriel, puesto que él lo merece todo. Ha sido más que el hombre ideal descrito en cualquier novela romántica.

Pasé la noche asegurándome de que mi conciencia lo entendiera, sólo así lograría visualizarme como su esposa, su mujer. Seré Luisa Brown y eso, más que sonar elegante, suena hermoso. Llevaré conmigo la felicidad que me provoca con su compañía y la haré parte de mi vida. Ya no habrá más dolor o relaciones fallidas, ya no seré más la Luisa de apellido y origen desconocido. Desde hoy, seré Ana Luisa Brown, la escritora.

Apenas si notó la enorme sonrisa que tenía dibujada en el rostro, tenía la certeza de que la presencia de Gabriel en su vida no se debía a simple publicidad como él creía, para ella, el rubio y apuesto vaquero representaba algo más que un estereotipo. El alma le descansaba y la tranquilidad que llegaba a su cuerpo, de a poco, la dominó. Pensó en el hecho de que jamás se hubiera recuperado de la culpa que sentía cada vez que le decían que todo fue falso, que ella era falsa. Sí, en realidad sí fue falsa, pero todo se debió a la oscuridad de su mente y no a sus propios deseos.

Después de un momento de meditación, contempló la fugaz idea de hacerle saber a su exesposo la existencia de los diarios, puesto que consideraba que era la evidencia que Gabriel requería para aceptar su inesperada declaración de amor. Aunque, por otro lado, seguía la insolente presencia de Mónica. Desde su punto de vista, la Barbie granjera no hizo, sino aprovecharse de los problemas de su matrimonio para entrometerse entre ellos.

Bastante equivocada estaba, puesto que, fueron una serie de eventos desalentadores, los que fueron acabando con lo que creció en pocos meses. Los engaños, la traición, las mentiras, los arrebatos de Luisa y los celos de Gabriel. ¿Acaso existía algo que pudieran rescatar?

Luisa se lo preguntó durante horas y horas, muchas de las cosas redactadas en el diario eran peleas, discusiones y algunos encuentros clandestinos no sólo con George, sino también con la bebida. Inclusive mencionó las voces y las píldoras que empleaba para callarlas, todo a escondidas de su marido.

Leyó sobre sus miedos que radicaban del origen de un hijo. Quería ser madre, se lo debía como mujer, luego del desastroso embarazo que tuvo que interrumpir. Se topó con palabras lo suficientemente dolorosas para querer caer al piso a suplicar perdón, a su persona, a la pequeña niña que defraudó y por consiguiente, se dio cuenta de que también afectó con ello, los sueños de Gabriel por convertirse en padre.

—Tiene tanta razón en odiarme —se dijo entre sollozos que salían del alma fragmentada en la que se había convertido—. ¡Ya no quiero leer más!

Aventó el cuaderno, por un lado, y se permitió llorar el resto de la noche. Cercas de las tres de la madrugada, un ardor en la garganta le gritaba que saliera a buscar el alcohol que el cuerpo demandaba.

Con las ideas mezcladas se puso de pie, cogió las llaves del Jeep y estando ya en la puerta, una ligera esperanza le hizo creer que todavía tenía solución. Volvió el cuerpo y fue directo al teléfono fijo que residía en el departamento, enseguida observó su agenda y marcó los dígitos que le salvarían de cometer un error.

—¿Qué sucede? —contestó James tras la bocina, asustado y con la voz adormilada—. ¿Estás bien?

—¡Sí, James! ¡Encontré mi diario! —informó Luisa exasperada.

—¿Un diario? ¿Necesitas que vaya para allá?

Había muchas emociones en el aire, Luisa no dejaba de derramar lágrimas y James se mostraba impaciente y preocupado por quién fuera su amiga y paciente.

—Te lo agradecería, de verdad necesito que hablemos —replicó ella con la vista en el cuaderno azul que abandonó horas antes.

Luisa colgó el teléfono y con la ansiedad a flor de piel, esperó muy poco paciente, la llegada del hombre que se volvió más que su terapeuta. Después de casi una hora de espera, la puerta fue golpeaba por el médico, apenas la castaña lo vio en su entrada, se colgó de su cuello. Era un pequeño refugio que le permitiría encontrar paz.

—¿Qué sucedió? —cuestionó el médico asegurándose de su integridad —. ¿Debo examinarte?

La mujer arrugó la frente, observó las manos de James sobre sus hombros y terminó por entender lo mucho que lo preocupó.

—Cometí demasiados errores, me equivoqué en casi todo —declaró al tiempo que avanzaba hacia el sofá.

James cerró la puerta e hizo lo mismo. Con cierto alivio de verla consciente.

—¿A qué te refieres? —cuestionó con grandes bolsas por debajo de los ojos.

—Lo engañé, me involucré con George por una estupidez y luego quedé encandilada porque creí que hacía su trabajo, mientras tanto, sólo le provoqué daño a Gabriel —confesó con el cuaderno azul en la mano y el rostro humedecido.

Por su parte, James a duras penas lograba entender la razón por la que estaba en el departamento de Luisa a las tres de la madrugada.

—Imaginé que pasaste por un episodio —repuso reclinando el cuerpo en el sofá.

—¿Qué? ¡No! No he escuchado voces —respondió Luisa con una expresión de interrogación.

—Bien, entonces, necesito un café antes de que comiences a hablar —expuso poniéndose de pie para ir a la cocina.

La dueña del departamento se limitó a seguirlo para prepararle la bebida caliente que este le solicitó.

—Gabriel me odia y nunca me perdonará —manifestó colocando algo de agua en la cafetera.

—No te odia, ¿por qué piensas eso? —cuestionó el psiquiatra que parecía confundido y agotado. Tuvo un día largo en el hospital y el sueño le fue interrumpido abruptamente.

—Le hablé de mis sentimientos y él no hizo, sino gritarme que era una mentira, además creyó que se trataba de una artimaña para evitar su matrimonio. Helen también lo pensó.

James la observó tan entristecida que supo que lo mejor sería hablarle de aquello que Gabriel le pidió callar. Sin saberlo, terminó en medio del matrimonio y se convirtió en una especie de intermediario con los labios sellados. En un principio no se dio cuenta, después supuso que sería lo mejor para su paciente, pero ahora estaba seguro de que sus problemas estaban fuera de su labor como psiquiatra.

—Respóndeme esto... ¿Estás segura de tus sentimientos por él? Además, me dices que sientes cosas, mas no me mencionas como tal qué es lo que...

—Lo amo —interrumpió Luisa con los ojos cafés en el rostro de su amigo—. Sé que no lo digo a menudo, pero estoy enamorada.

El médico sonrió levemente y señaló la cafetera que comenzaba a soltar el vital líquido oscuro que su cuerpo solicitaba.

—Gabriel me pedía información sobre tu estado mental todo el tiempo. Dos o tres veces por semana, marcaba y nos veíamos en Dallas cuando viajaba a la ciudad.

La castaña arrugó la frente y llevó una mano a la boca, en su lucha por mantenerse serena.

»Estaba preocupado por ti, siempre fue así desde el día que te diagnostiqué. Asistían juntos a las terapias, él aguardaba afuera y a tu salida solía enviar mensajes, hacer llamadas o lo que sea que necesitara para devolverle la paz. —Suspiró y recuperó el aire. —Me buscó luego del primer episodio que padeciste en el psiquiátrico.

—¿De verdad? —cuestionó Luisa con el corazón manifestando su nerviosismo.

—Se derrumbó cuando le dije que no la estabas pasando bien encerrada, supo de tus problemas alimenticios, de tu decisión por no volver a escribir y en ese tiempo no querías asistir a las terapias para lograr recuperar tu vida. —Notó el ahogo de la castaña y optó por ponerse de pie para servirse el café por sí mismo, mientras continuaba la historia—. Era un hombre enamorado, sigue estándolo, aunque el orgullo le dicte que se quede en sus tierras, alejado de ti.

Colocó una mano sobre el hombro de su amiga y ella volvió los ojos que seguían enrojecidos por el llanto.

»Asistió unos meses con una terapeuta que le recomendé a fin de que dejara de culparse de tus problemas. Luego tú comenzaste a cooperar y saliste de ese vicio autodestructor que tenías —agregó con una sonrisa.

—Gabriel se casará pronto con Mónica, ¿por qué crees que sigue enamorado de mí? —preguntó ella entre sollozos.

—Está herido, fragmentado, igual que tú. Los dos fueron víctimas de tu caso clínico y necesitan sanar. Tal vez, Gabriel confía en que Mónica es la felicidad que busca y puede ser una posibilidad, así como tú también podrías intentar ser feliz con alguien más.

—¡Pero yo no quiero a otra persona, lo quiero a él! —reprochó la castaña con una voz frustrada.

—Entonces, díselo de nuevo, muéstrale esa evidencia que tienes —señaló el cuaderno.

—¡Podría rechazarme, otra vez! —declaró en un grito lleno de miedos.

James asintió para ambos, pero sabía que era la mejor opción.

—Es un riesgo que tendrás que tomar.

Sin remedio, la castaña aceptó con el lagrimeo recorriéndole las mejillas. La pacífica mirada azulada de James se compenetró por breves segundos con la de ella.

»También debo decirte que a partir de hoy dejaré de consultarte, le pediremos al doctor Bennett que te atienda de nuevo.

—¿Por qué? ¿Cuál es la razón? —cuestionó exaltada.

El hombre suspiró profundo y sacó el pecho. Estaba por afrontar su realidad.

—Simplemente, ha dejado de ser prudente —respondió cauteloso—. Me involucré demasiado entre ustedes dos, especialmente tú, te convertiste en una... amiga especial.

—¡James, por favor, eso no puede ser un impedimento! —expresó suplicante.

El psiquiatra negó con un gesto e hizo un movimiento firme con la cabeza.

—Lo siento, pero mi decisión no está a discusión. Aunque te diré que podrás seguir confiando en mí, únicamente como tu amigo, ¿está bien? —resolvió el texano con una amplia curvatura y la nariz en la taza de café.

Muy temprano, James salió del departamento de la castaña, sintiéndose más que satisfecho por su última labor, decidió que por la tarde haría la llamada para que el doctor Bennett tratara nuevamente a Luisa. Así, la amistad que nació de las terapias, no se vería afectada en lo más mínimo. James consideraba que le haría bien mantenerse cerca de ella, bajo esas circunstancias, sería una manera de estar al tanto de las compañías tan poco favorables para la castaña.

Desvelado, fue directo al hospital para iniciar su jornada laboral, hizo la llamada que tenía pendiente y después de unas horas, estando a punto de acabar su horario, notó que las miradas de las enfermeras estaban puestas sobre él. Le restó importancia, puesto que estaba acostumbrado a los largos suspiros que despertaba en las mujeres, aun así, no pudo evitar sentirse un tanto incómodo y en el momento que pudo, le preguntó a una de las más jovencitas.

—¿Qué sucede? ¿Tengo algo en el rostro? —interrogó tallando la cara y algo sigiloso.

La enfermera de cabello rizado soltó una risa avergonzada, al tiempo que se olvidaba de los papeles que tenía en la mano.

—Doctor James, ¿está saliendo con la escritora? —preguntó la uniformada.

En el acto, el psiquiatra hizo una expresión poco satisfactoria, llena de incredulidad, ya que omitía lo que las redes sociales decían. La noche anterior, cuando ingresó al edificio de Luisa, el portero se encargó de hacérselo saber a la prensa a cambio de dinero, fue así, que los reporteros llegaron, escondieron las cámaras y capturaron la fotografía que ahora rodaba por las redes sociales.

Los encabezados mencionaban un supuesto amorío entre ella y su psiquiatra, algunos más crueles hacían alusión a que solía enredarse con todo hombre al que le pagara.

El médico corrió de vuelta a su consultorio, tomó su teléfono y comenzó a leer todas las notas cuya foto era él, abandonando el edificio a las siete de la mañana. Observó que no tenía llamadas perdidas de Luisa y supuso que ella seguía sin enterarse, no disponía de un teléfono celular con acceso a las fastidiosas aplicaciones, seguía alejada del poco saludable entorno.

—¿Y ahora qué hago? —se cuestionó a sí mismo, reclinado sobre su silla y la mano en la frente. Respiró hondo y concluyó que lo mejor sería hacerle saber a Luisa la situación, así ella hablaría con su nueva representante para salvar el altercado.

Apenas marcó el número, Luisa contestó la llamada, sonando igual de preocupada que el rubio.

—¡James, la prensa sabe que estuviste aquí! —emitió con un tono de preocupación.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañado.

—Rebeca lo vio y me informó. Ahora todos creen que me acuesto con mi psiquiatra —soltó tajante.

—Oficialmente, ya no eres mi paciente, me encargué de arreglar eso hoy mismo, aunque tienes razón, ahora que lo pienso, todos supondrán que lo hice para establecer una relación contigo —repuso al tiempo que rascaba la nuca y achicaba los ojos.

—¡Gabriel verá las estúpidas fotografías!

El psiquiatra se sonrojó de inmediato, no se dio cuenta de que su acercamiento a su paciente podía ser malinterpretado a tal punto, acabaría no sólo con la reputación de una mujer, sino que también, el orgulloso vaquero se negaría a una posible reconciliación, esa que Luisa planeó siendo presa de sus sentimientos.

—¿Quieres que vaya para allá o que lo desmienta todo?

—¿Aquí? ¡No! —soltó tajante—. La prensa está afuera, nada más ve a casa y no hables con nadie. Rebeca lo solucionará.

James asintió con la cabeza a sabiendas de que permanecía solo en su oficina, colgó la llamada y respiró hondo. Tenía la esperanza de que al salir del hospital pasara desapercibido, aun cuando en el fondo, sabía que no sería así.

Se sentía tan cansado, que en su llegada a casa, quedó dormido casi de inmediato, se permitió el descanso tanto como pudo. En su despertar, tenía el teléfono vuelto loco entre llamadas, mensajes y alertas. Revisó brevemente las notificaciones y se alertó cuando leyó el correo que le envió el hospital. James fue suspendido, debido a las falsas acusaciones que los medios redactaron.

Por otro lado, Luisa mantenía su atención fija en la ventana por donde lograba ver a la prensa desde las alturas. Su vida y la de James fueron atacadas tras la revelación de la falsa historia. Al mismo tiempo, ella no lograba sacar a su exmarido de su cabeza, imaginarlo leyendo las noticias, le causaba un dolor abdominal que intentaba calmar con té caliente.

Entretanto, Rebeca elaboraba llamadas a fin de calmar a la prensa, si bien, aquello no sucedería hasta que alguien más famoso se metiera en problemas o que la misma escritora saliera a desmentirlo.

—Tal vez podríamos negarlo con un Tweet —mencionó la agente.

Luisa arrugó la frente y mordisqueó una de sus uñas.

—¿Crees que eso funcione? —preguntó preocupada.

—Si lo escribes de un modo conmovedor...

La castaña se mostró renuente de inmediato, entrelazando los brazos.

—Ya no escribo. Ni siquiera una nota de esas.

La agente dio un largo suspiro, después de ver la rebeldía de su cliente.

—La prensa reaccionó así, debido a que Gabriel está pronto a casarse, deben creer que el trasfondo de esto es una venganza o a algo por el estilo, pero no te preocupes, la boda es este fin de semana, se olvidarán de lo tuyo con James en un par de días.

—¡Rebeca, en verdad no tengo nada con James, él vino aquí porque...! —reclamó con la voz enaltecida.

—Lo sé, lo sé. Es tu psiquiatra —mencionó la chica en un tono incrédulo.

Por su parte, la castaña frunció el ceño y dejó pasar el comentario. Pese a ello, supo que el mundo no aceptaría la realidad, caso contrario, pensaban qué era capaz de involucrarse con su médico, incluso el hospital la notificó sobre la suspensión de James. Gabriel tampoco le creería, la evidencia que reunió en el cuaderno azul para que aquel reconociera sus sentimientos, no le serviría de nada.

Se dejó caer sobre el sillón y cerró los ojos, esperanzada porque todo desapareciera en el momento que los abriera de nuevo.

El resto de la tarde fue una guerra interna declarada entre las insistentes palabras que flotaban en la habitación y su rotunda negativa por hacerlo. Luego le volvía a la cabeza la boda de Gabriel con Mónica y las cálidas palabras que James le dio para que ella enfrentara su actual situación sentimental. Luisa contempló en su laptop, algunas de las fotografías que rescató del internet, esas donde ambos posaban como la pareja ideal; tenía claro que se trataba de imágenes utilizadas como mercadotecnia, pero al menos le hacía feliz imaginar que no siempre fue así.

Los minutos parecían cruelmente más lentos, al tiempo que la necesidad de saber de Gabriel le abrumaba la cabeza, buscó en algunas de las redes sociales, pero el rubio jamás disfrutó de ellas.

«¿Qué debo hacer?», se preguntó así misma con la impaciencia a punto de explotarle los sentidos.

Tomó un celular y hurgó entre sus contactos el número de su exmarido, tenía la vaga idea de entablar un diálogo por teléfono antes de que este se casara de nuevo, así podría hacerle saber del diario que tenía en su posesión, pero ¿acaso eso cambiaría las cosas en algo? ¿Con qué boba excusa podría llamarle cuando era tan solo el sonido de la enronquecida voz lo que deseaba escuchar? ¿Cómo desmentiría el supuesto romance que surgió con James?

—Debo hablar con él, tengo que intentarlo—. Se dijo en voz alta y sin pensarlo mucho oprimió marcar.

El sonido de una grabación, diciéndole que el número estaba fuera de uso, fue lo único que obtuvo como respuesta. Marcar o ir a Las Bugambilias tampoco era una opción, no con la prensa a sus espaldas.

La necesidad de hablar con Gabriel se volvió más intensa con cada remarcación hasta que se convirtió en un reto personal, entablar una conversación con él era una prioridad, así fuera corta o larga y necesitaba que fuera antes de la boda y a como diera lugar.

Una extraña sensación naciente se originaba desde las profundidades de su subconsciente, queriendo emerger a través de la punta de los dedos, como si aquella ansiedad por escribir ardiera. Movimientos de muñeca cuya finalidad era la de plasmar las cuantiosas palabras que se unían en armonía para formar la exquisitez de maravillosos párrafos.

Volvió a su laptop con un notable temblor en la mano que difícilmente le permitía oprimir las teclas correctas. La página en blanco apareció ante sus ojos y un corazón palpitante le hizo dudar de su habilidad con las palabras.

«¡Debo intentar, debo intentar!», se repetía una y otra vez desde sus adentros, tenía el plan perfecto para hablar con Gabriel, solo requería de esa carta que el miedo le impedía escribir.

Por un par de minutos, únicamente fueron sus ojos frente a la página en blanco y los dedos sobre el teclado sin oprimir ninguna letra, mas nunca se debió a la falta de inspiración, ella tenía la difícil tarea de dominar su mente, controlar su entorno como James y Bennett le aconsejaron en las sesiones terapéuticas. Finalmente, cerró los ojos y sin pensar en más, dejó que las palabras que brotaban del alma fueran descritas en el lienzo en blanco en el que se convirtió aquella hoja de papel ficticia. 

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