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Capítulo 28: Sin futuro

24 de octubre del 2020

—¿Qué es lo que ves ahora? —preguntó el doctor Daniel Bennet con la mirada en Luisa durante el instante en el que le mostraba la imagen de una mancha negra.

—¿Lo mismo que hace dos días? —cuestionó la paciente con el aburrimiento encima.

El médico exhaló el aire en señal de desaprobación, acaecieron casi dos meses desde el ingreso de la famosa y no mostraba ningún tipo de iniciativa por subsanar su mente.

—De acuerdo, Luisa. Tú ganas —emitió el psiquiatra, omitiendo las hojas que sostenía—. Entiendo tu frustración por el encierro y esa molestia que sientes porque piensas que no perteneces a este lugar, pero deberías considerar ser más cooperativa con las evaluaciones. Necesitas estabilizar tu mente para lograr salir de aquí. Sabes de sobra, que la Juez no lo permitirá si no hay una mejoría de tu parte.

La mujer desvió la vista, no quería recibir el sermón terapéutico que con frecuencia su médico dictaba.

—Da igual si salgo o no, doctor —bramó frustrada y casi consumida por un sofá—. Afuera no tengo a nadie. Estoy sola. ¿Qué se supone que haría?

—¡Vivir! —expresó alzando un poco más la voz para que ésta entrara en los oídos de su paciente—. Esa es la razón por la que tienes que salir de aquí. Podrás continuar con tu vida y tus actividades...

—¿Cuáles actividades, doctor? ¿Enloquecer? ¿Intentar asesinar personas? ¡Afuera yo pierdo el control sobre mi mente! ¡Es ella, la que se apodera de mí y me miente! —espetó sentada, encorvada y con los brazos entrelazados. 

La curiosidad de Bennett despertó con las palabras de su paciente. 

—¿Por qué crees que tu mente te miente? —preguntó el cálido doctor, luego de notar el pequeño desahogo que la castaña estaba mostrando.

Él era un hombre de estatura mediana, con cincuenta y nueve años, tenía una calva notoria y algunas arrugas alrededor de los ojos.

—No hay nadie que me pueda decir quién es la verdadera Luisa. Mi personalidad siempre se ha regido bajo la influencia de los personajes a los que les doy vida. Entonces, ¿quién demonios soy?, ¿una princesa?, ¿un hada?, ¿una ama de casa que busca venganza? O ¿Una seductora casanova? ¿Y qué hay de la alcohólica con depresión? Yo soy todas ellas y a la vez ninguna —repuso la castaña en un grito que mostraba su inseguridad y molestia, al tiempo que jugaba con su labio inferior. 

El médico la analizó perplejo, aquel desahogo era el mayor avance desde su inducción a la clínica. 

—Entiendo que en este momento te sientas afligida por todo eso. Es normal, es un proceso de duelo completamente normal. —Unió las yemas de los dedos y flexionó los músculos de la cara, dejando ver las arrugas de la frente. 

—Normal es saber identificarte y lo que uno quiere. En cambio, yo no tengo un pasado, no tengo un presente y tampoco imagino un futuro. —Negó con la cabeza y escondió los ojos del hombre que parecía un lector de mentes. 

Por su parte, Bennett estaba acostumbrado a esas arduas charlas que en ocasiones no llevaban a nada, aun así, era su trabajo y lo hacía gustoso. 

—Eso es relativo, además, ¿Por qué no imaginar un futuro? Todos lo hacemos —cuestionó entrecruzando la pierna derecha por encima de la izquierda. 

La escritora levantó los ojos, abrió la boca dudando de lo que debía decir; sin embargo, algo en ella había tomado una decisión y estaba decidida a asumirla.

—No volveré a escribir —soltó de tajo—. Es la única forma que tengo para que mi mente no vuelva a ser influenciada. No tendré una nueva personalidad después de esta: la de una mujer loca y decidida a quedarse aquí, sin una personalidad propia.

Bennett arrugó la frente y observó a Luisa por encima de sus gafas. 

—Escribir no es el problema y lo sabes bien.

—Por supuesto que lo sé, escribir es esa única manera que tengo de evocar todo lo que surge en mi cabeza. Mi problema no es de imaginación, sino la debilidad que abunda en mí —confesó con la vista en sus manos—. Doctor, sé que trata de ayudarme, pero justamente hoy, se me ocurrió una historia cuando vi a uno de sus enfermeros robar las píldoras de la señora Miller. Las ideas me están pulsando la cabeza, necesito ir afuera y ver a los pájaros comer o algo así. Prefiero comportarme como un ave, a ser una enfermera con problemas de drogas.

Talló los ojos con las manos y se reacomodó en el amplio sillón. 

—Luisa, esas cosas no te ayudarán a controlarte, ¿lo entiendes? —respondió el psiquiatra evitando que sus palabras sonaran como una reprimenda. 

La castaña asintió con la cabeza y respiró hondo. 

—Lo entiendo, aunque sí lo hará el señor que piensa que es Dumbledore.

—¿Hablas de Felipe? —indagó el médico con una ceja arqueada. 

—Sí, ayer lo ayudé a encontrar un Horrocrux. Soy Harry Potter —declaró Luisa con una limpia sonrisa. 

El médico negó de un movimiento una vez más. 

—Luisa...

—¡Basta, doctor! Por favor, permítame hacer esto a mi tiempo. Le prometo que, en la siguiente sesión, sí le daré la hora entera y le diré lo que veo en las estúpidas manchas de tinta —respondió mientras se ponía de pie para salir del consultorio.

—Gabriel ha pedido verte de nuevo, es la tercera vez que lo solicita —interrumpió el hombre la salida de su paciente, a sabiendas de que aquello la golpearía duro. 

Se detuvo, el nombre de su exesposo le provocaba dolor, pena, incluso vergüenza. Entre más recordaba o reconocía de sí misma, mayor era la agonía que sentía por el vaquero.

—Siga negando las visitas, por favor. No deseo ver a nadie —pidió en un lento y tormentoso susurro. 

Bennett sonrió para sí mismo sin que la otra lo notara, después repuso el rostro hacia uno más serio. 

—Sabes que en algún momento tendrás que enfrentarlo, ¿cierto? 

—Tal vez, mas no será pronto —confirmó y finalmente atravesó la puerta.

Caminar por el largo y frío pasillo que conducía del consultorio del doctor Bennett el jardín del hospital, no era lo más agradable para la mujer que recién salió dando ancadas del consultorio del psiquiatra. Para Luisa, el trayecto se tornó largo y tedioso, ya que siempre que salía de ahí, lo hacía con la mente revuelta y los sentimientos a flor de piel. Esa ocasión no fue la excepción tras el recordatorio de la insistencia de Gabriel por parte del médico.

Por un minuto, los pasos de Luisa se detuvieron en el momento que se encontró con la vista de una ventana, el paisaje a las afueras no fue lo que la cautivó, sino su propio reflejo, que no era otro, que el de una mujer con pequeñas lágrimas brotando de los ojos. La mente de la escritora no alcanzaba a entender si su dolor fue causado por su reciente divorcio o por su estadía en el psiquiátrico. Había algo que dolía y era imperante eliminarlo de su sentir: sentimientos, recuerdos, pensamientos, cualquiera que fuera la causa, tenía que desaparecer y para lograrlo, debía afrontarlo.

Retiró el rostro del reflejo y respiró hondo, luego giró sobre sus talones con el solo objetivo de regresar al consultorio del amable médico que anotaba algunos párrafos en un documento.

—¿Olvidaste algo? —preguntó este con la tranquilidad que le caracterizaba.

Luisa tragó saliva, relamió los labios y se armó de valor para aceptar las razones de su desdicha. Aquello que la estaba consumiendo. 

—Sí... Yo... olvidé hablarle de Gabriel —dijo temerosa. 

—¿Qué hay con él? —cuestionó Bennett ahora más enfocado en la paciente. 

—Yo... no... Yo no tengo la menor idea de cuáles son mis sentimientos por él —declaró deseando no haberlo hecho, incluso las piernas le flaquearon y las manos temblaban. 

—¿A qué te refieres con no saber? —indagó el médico señalando el sillón negro que estaba en la oficina.

Ella aceptó la idea y fue directo a donde se le solicitó. 

—Él dice que nuestro matrimonio fue simple publicidad, mercadotécnica barata para promover uno de mis libros. Esa historia que escribí es muy parecida a la nuestra, la que viví junto a él antes de que nuestros problemas existieran. Pero entonces... de no haber existido ese libro, ¿yo jamás me hubiese casado con él? Doctor, sé que suena estúpido, mas no sé si en realidad me enamoré de él. —Detuvo las palabras y tragó saliva—. Pude haber estado influenciada de nueva cuenta por el personaje de mi historia. La chica enamorada del vaquero y de pronto, ¿yo me enamoro de uno?

El médico asintió con la cabeza y una ligera mueca en la cara.

—En efecto. Cabe la posibilidad de que ese amor nunca hubiese existido; sin embargo, me hablas de él con dolor, lo has puesto en libertad para que busque su felicidad y te has rehusado a verle de nuevo. ¿Por qué?

Los ojos de Luisa fueron directo al psiquiatra que la cuestionaba, ¿qué se suponía que debía responderle?

—No lo sé, usted es el psiquiatra y yo soy la demente —emitió con desespero.

—Pero, yo no siento tus emociones, ni conozco tus sentimientos —declaró el amable hombre—. Esto es algo que deberás descubrir tú misma.

—Entonces prefiero no hacerlo —respondió confundida.

—Como lo prefieras, aunque te recuerdo, que tú fuiste la que ha regresado a mi oficina con ciertas preguntas —sostuvo el médico con una cálida sonrisa para Luisa.

Para la escritora, los tiempos en el hospital psiquiátrico se volvieron menos desagradables conforme avanzaba en sus terapias clínicas. Mantenerse alejada del mundo exterior, fue reconfortante y agradable para lograr recuperar la serenidad que su consciencia demandaba. A pesar de las incontables visitas solicitadas, prefirió mantenerse alejada del tóxico ambiente que le perjudicó los últimos meses. Solía entablar amenas conversaciones con algunos de los pacientes que vagaban por el patio y con Sofía, una relajada enfermera que trabajaba para el hospital psiquiátrico. Ella fue quien le entregó a Luisa un cuaderno y una pluma con la idea de que escribiera algo. No obstante, era grande la negativa de Luisa hacia la escritura, recepción de regalos y visitas; tanto así, que incluso rechazó un arreglo floral que George envió para celebrar un récord de ventas en libros. Por otro lado, Gabriel había resultado ser más insistente que el resto de los visitantes, puesto que aseguraba tener razones importantes para hacerlo, aun cuando Luisa apenas si se inmutaba ante los acosos del exesposo.

Luego de un tiempo desde el ingreso de la castaña, existían notables avances en ella, al menos las voces y los trucos mentales desaparecieron; pequeñas lagunas mentales le recordaban cortos segmentos vividos. Sin embargo, el desconocimiento por su pasado la seguía atormentando durante las noches.

«¿Quién soy?», se preguntaba una y otra vez sin obtener la respuesta que su cerebro requería. 

12 de agosto del 2015

Los ojos de Luisa estaban centrados en el hermoso anillo de compromiso que Gabriel colocó en su dedo anular un par de horas atrás, su corazón no paraba de latir de forma apresurada desde que aceptó la propuesta de matrimonio del vaquero. A pesar de ello, el rostro de la castaña no reflejaba ningún tipo de júbilo o felicidad, muy por el contrario, era la cara de una mujer cuyos temores y peores demonios estaban por salir a flote.

«No debí aceptar», pensó para sí misma sin desviar la mirada del anillo. 

Enseguida dio un largo suspiro y mantuvo sus pensamientos alejados de la realidad, esa por la que empezaba a preocuparse. El sonido del teléfono la hizo estremecer y de inmediato, volvió los ojos a sabiendas de que quien quería localizarla sería George. Ignoró la llamada, debido a sus nulos deseos de hablar con él, al menos no ese día en el que intentaba asimilar lo que acababa de aceptar.

Minutos más tarde, abrió la laptop que reposaba sobre la mesa y contempló ese párrafo que seguía a medio escribir, una ligera sonrisa se le dibujó en el rostro, tenía mucho que ver con su trabajo y poco con relación a Gabriel; no obstante, de algún modo, no lo podía sacar de su mente. Escribió largo y tendido por un par de horas hasta que la puerta sonó, de nuevo una mueca apareció en su cara, solo conocía a una persona insensata que quisiera llegar a su departamento a esas horas de la madrugada y no era el nuevo prometido.

—¿Qué quieres, George? —preguntó al abrir la puerta.

—¡Muéstrame! —exclamó mientras tomaba la mano de su cliente—. Es bonito, ¿una reliquia familiar?

Luisa asintió fingiendo no estar incómoda con las preguntas que su representante hacía con insistencia.

—Era de su madre y antes de ello, de su abuela. En efecto, es una verdadera reliquia familiar —confirmó con la mirada en la brillante piedra.

—Excelente, diremos eso en la entrevista, sonará todavía más romántico —repuso confabulado con la idea. 

—¿Qué entrevista? —preguntó Luisa con la frente arrugada.

—Haré que la noticia se filtre esta misma noche. Para mañana, el mundo sabrá que ustedes dos están comprometidos. Necesito aprovechar esto para la firma de libros que tendrás esta semana y dile a Gabriel que debe asistir —ordenó encendiendo un cigarrillo. 

Luisa negó de inmediato, caminando hacia la dirección de George, puesto que este fue hacia la laptop', intentando leer lo que tenía escrito. Se interpuso en su idea y la cerró de una. 

—Él tiene cosas que hacer en su rancho y tampoco lo quiero tener todo el tiempo junto a mí. Además, acordamos mantener todo por separado, yo mi trabajo y él sus tierras.

—No seas tonta, Luisa —gruñó el representante en un tono de burla—. Aceptaste el matrimonio porque te conviene. Dentro de poco, serás una best seller y lo necesito junto a ti en todo momento. Por lo del rancho debes hacer que compartan todo, así serás dueña de la mitad, incluso podría ser mucho más si decides tener hijos.

—¡No! ¡Ya basta, George! Acepté el matrimonio porque él es bueno y me quiere, pero no quiero hijos, mucho menos ahora que mi carrera apenas comienza —señaló Luisa, totalmente molesta con la propuesta de George. 

El tipo soltó el humo que recién exhaló y rio indiferente. 

—¿Y cómo se lo dirás?

Al menos en eso tenía razón, era una buena pregunta que ni siquiera tenía planteada para sí misma. Ablandó el semblante ante la incógnita y buscó una respuesta. 

—No lo sé. Ya encontraré la manera de aclararlo cuando estemos casados. Yo aceptaré vivir en el maldito campo que tanto detesto, pero él deberá comprender que no es mi deseo convertirme en madre. —Entrecruzó los brazos y se reclinó sobre el sofá—. Mira, veré la manera de involucrarlo en mi carrera, pero no tendré hijos. Puedes olvidarte de eso.

—No entiendo por qué tu negativa...

—George, ni siquiera sé si este matrimonio va a funcionar —interrumpió la castaña en un grito amargo—.  No creo que sea yo la mujer que él necesita.

George sonrió de nuevo, caminó hacia ella y tocó con ligereza el mentón de la escritora. 

—Pero él sí es lo que tú necesitas. Tu público enloquece cuando te ven con él.

Luisa retiró la mano del hombre y volvió la cara de regreso a cualquier otro punto que no fuera el representante. 

—No se trata de un simple bolso, sino de una persona que tiene sentimientos, ¿cómo se supone que debo usarlo cada que a ti se te antoje? Él no es lo que tú piensas, me quiere, pero no es un idiota al que se le puede manejar a tu antojo —declaró con un aire de fuerza que sacó de sus adentros. 

—Lo estás sobre protegiendo, además dijiste que te gustaba y que sentías algo por él, ¿o no es así? —arremetió el hombre buscando meterse en la cabeza de la mujer. 

No obstante, ella tenía claro lo que debía responder. 

—Sí, me gusta, pero no lo amo como se supone que lo debo hacer para casarme con él. Es eso lo que no quieres entender —espetó ya cansada de la conversación tan poco delicada—. ¡Mejor vete, George!

—La gente se casa y se divorcia todo el tiempo, Luisa. Te preocupas demasiado —confesó George apagando el cigarrillo sobre la superficie de una mesa—. Te dejaré sola, aunque necesito que escribas un mensaje para tu público, mañana te despertarás con las nuevas noticias.

La mujer rodó los ojos ante las necedades de quien manejaba su imagen. 

—¡No exageres con la cursilería! No quiero que Gabriel piense que...

El hombre se volvió con una sínica sonrisa, una que sabía que la mujer detestaría.

—¿Qué estás enamorada? Esa es la idea, Luisa. Esa es la idea —expuso y luego salió cerrando la puerta a sus espaldas. 

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