Capítulo 20: Acusación
13 de agosto del 2020
Voces, había voces por todos lados, las voces nubladas que con dificultad percibía, voces emitidas de los labios de los vaqueros que corrían por el establo y los murmullos de su interior diciendo que lo matara. Luisa soltó el arma que cayó directo al fango, mantenía la mirada fija en su esposo, aquel que derribó una vez desatado el disparo. Su debilitada mente le dictaba que acudiera a donde el hombre herido estaba; sin embargo, su cuerpo no reaccionaba de ninguna manera, se convirtió en un pequeño bulto de piel, sin energías, fuerzas o pensamientos propios que le permitieran comprender algo de lo que sucedía a su alrededor.
Levantó el rostro y observó a los peones que arribaron apresurados junto a su patrón, él se reincorporó por sí solo con algo de sangre que brotaba de su brazo. No obstante, la atención que le ponía a la herida era nula, existía algo en Luisa que lo obligaba a no retirarle los ojos, pareciera que el cuerpo de su mujer estaba frente a él, sin que su mente lo estuviera.
—Luisa, ¿te encuentras bien? —preguntó Gabriel alarmado, ejerciendo presión con la mano sobre la herida—. ¿Luisa? Luisa responde, háblame.
La mujer meneó la cabeza con brusquedad para luego llevar ambas palmas a sus oídos, oprimiendo con fuerza, como quien busca sosegar un repentino dolor.
—¡Ya basta! ¡Paren! —gruñó sin el más mínimo control sobre sus movimientos o palabras.
Los hombres presentes detuvieron a la duela de Las Bugambilias, evitando lastimarla a pesar de la resistencia que oponía ante cualquier tipo de tacto. La castaña demandaba permanecer sola en el silencio, lejos de las voces y distanciada de las sombras o de las figuras misteriosas que quisieran atacarla. Gabriel intentó acercarse en un par de ocasiones sin alcanzar el éxito, ya que Luisa simplemente no respondía.
Minutos más tarde, el sol matutino alumbraba el caos provocado por Luisa, mientras las personas iban de un punto a otro por los terrenos del rancho; había quienes intentaban moderar a la prensa y otros tantos proporcionaban su versión a la policía. Los agentes arribaron esa mañana, acompañados de la ambulancia que atendería la herida de Gabriel. Para fortuna del vaquero, el disparo provocó una leve hemorragia que fue detenida con facilidad.
Luisa seguía recluida en el interior del establo sin pronunciar frase alguna, pareciera que el alma se le había ido y las palabras finalmente se le terminaron. Sola, sentada en una diminuta silla de metal, con una manta que la mantenía caliente; tenía la mirada perdida y los pensamientos aún más lejos, incluso el temblor en las manos le dificultaba sostener la bebida caliente que el detective Douglas le consignó.
—Señora Brown, ¿está lista para responder algunas preguntas? —cuestionó el hombre de voz profunda, tomando asiento frente a ella.
Luisa asintió sin volver los ojos del espacio vacío.
—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Usted le disparó a su esposo? —interrogó con un diminuto cuaderno en la mano y una pluma en la otra.
Ella asintió de nuevo sin ningún tipo de habla.
El detective pensó que sería sencillo resolver el caso, teniendo en cuenta la cantidad de testigos que había y que la mujer estaba cooperando.
«Estaré libre para el almuerzo», consideró.
—¿Por qué?
—Las sombras. —Tragó saliva y por fin reaccionó como la humana que se suponía que era—. Él era el hombre de las sombras.
—¿Cuáles, señora Brown?
La experiencia del detective le indicaba que los criminales solían inventar todo tipo de historias con el objetivo de justificar sus acciones; no obstante, ella realmente lucía enferma, débil. Cualquier cosa que saliera de su boca podría ser tan cierto como falso.
—¿Le gusta el misterio, detective Douglas?— La escritora dio un sorbo a la bebida de la taza, luego suspiró hondo y se reacomodó en la silla.
—¿Disculpe? —cuestionó con la ceja arqueada.
—El misterio, supongo que hace este trabajo, por eso —argumentó ella colocando sus penetrantes ojos cafés en el detective.
El hombre asintió con una mueca en la cara que aceptaba la idea. Enseguida, entrecruzó los labios y echó el cuerpo hacia atrás.
—Me gusta mi trabajo y, disfruto resolver casos, si es eso lo que pregunta.
—Las buenas historias siempre tienen algo de misterio, detective. —Sonrió levemente.
El agente ignoró el interrogatorio de Luisa, se rascó la cabeza y buscó volver a lo suyo.
—Sra. Brown, ¿podría hablarme de las sombras?
—Sí, por supuesto, podría hacerlo, pero ¿no sería eso aburrido? Sería casi como revelarle el final de la historia —explicó en un susurro que abrumaba la cabeza de quien la escuchaba.
—Para eso estoy aquí, señora Brown. Ese es mi trabajo —aseguró el detective regresándole la mirada a la indefensa mujer que tenía frente a él.
Ella curvó los labios como si su situación no existiera, abrió la boca decidida a decir un par de cosas, pero fueron unos gritos lo que le silenció la conversación.
—¡Luisa, no respondas nada, llamaremos a tu abogado! —alertó George interrumpiendo el interrogatorio al tiempo que era detenido por un par de policías—. Luisa no responderá a ninguna de sus preguntas, detective. No, hasta que su abogado esté presente.
El detective Mark Douglas enderezó su figura, entrelazó ambos brazos y contempló con recelo a George; el hombre que, por primera vez, Luisa miraba desalineado con tan solo unos jeans de mezclilla y una camisa blanca. En esa ocasión, no había relojes de lujo, lentes oscuros o zapatos de diseñador, esta vez, era más un hombre cualquiera que parecía estar padeciendo el abrumador momento provocado por su cliente.
El detective asintió tras la solicitud de George y, de inmediato, ordenó subir a la acusada a uno de los automóviles de policía para que fuera escoltada a la delegación policial donde se realizaría el correspondiente interrogatorio.
—¿Podría usted permitir que saliera de esta casa en un auto que no sea el de la policía? — cuestionó George a sabiendas de que sería imposible—. La prensa está afuera y no quisiéramos que...
—Lo siento. —Negó tajante el detective—. Entiendo su situación, pero ella irá con nosotros en nuestros automóviles. Usted tendrá que apaciguar a la prensa de cualquier otra manera.
La mujer descalza fue esposada y conducida a la patrulla sin oponer resistencia de ningún tipo. Se detenía por momentos cortos donde parecía lucir coherente y luego de nuevo se internaba en su confundida mente. El manifiesto de su vulnerabilidad era evidente no solo para los miembros de la policía y los empleados de Gabriel, ahora la prensa también sería testigo del desaliñado rostro que era fotografiado por los reporteros deseosos por obtener la famosa nota que rondaría las redes sociales.
Horas más tarde, en el hospital central, una mueca provocada por el dolor en el brazo se dibujó en el rostro de Gabriel. La doctora que lo atendía, estuvo tratando de hacer su trabajo lo más rápido y minucioso posible, ya que el vaquero insistía en salir del departamento de urgencias a la mayor brevedad.
—Tiene suerte de que esto no fuera nada grave, Sr. Brown —dijo la doctora al tiempo que pasaba una aguja por la piel de su paciente.
—Fue un accidente —aseguró él.
—Las noticias dicen que fue un atentado, ¿es falso? —soltó ella, deteniendo el tosco movimiento y dedicándole una mirada acusatoria.
A pesar del caos sentimental por el que Gabriel atravesaba, seguía siendo un hombre visualmente atractivo, cuya personalidad solía ser agradable. La mayoría de las mujeres locales de Texas lo reconocían como una especie de príncipe azul texano. Ahora, él estaba libre, o al menos eso parecía, puesto que la famosa historia de amor estaba derrumbada ante los ojos de los lectores.
—Le recomiendo no creer todo lo que la prensa dice, doctora —resolvió el rubio con el semblante molesto.
Pasaron cerca de sesenta minutos, cuando la médica finalmente terminó el procedimiento y le permitió a Gabriel salir de urgencias. El hombre apenas si podía entender el gran acontecimiento en el que se convirtió su incidente con la famosa escritora.
Un mundo de periodistas le atosigaban con todo tipo de preguntas, él caminó entre la multitud buscando salir del alcance de los mismos. Estando en el interior de la camioneta, que era conducida por Andrew, dio largos tragos de aire y dejó reposar su grueso cuerpo sobre el asiento.
—¿Cómo demonios llegamos a esto? —se recriminó en dirección a su amigo. Notablemente sacudido por las últimas horas.
—Sabes cómo son y no creo que se calmen en algún tiempo. Será mejor que comiences a hacerte la idea —declaró Andrew en una lucha por olvidarse de la prensa.
—Pienso igual. Vamos, la policía me espera para rendir mi declaración. —Gabriel, dejó caer sobre el tablero, los medicamentos que le entregaron antes de su salida del hospital—. ¿Hablaste con el Dr. James?
Andrew negó de inmediato sin desconectar la vista del camino.
—Él no responde. En el hospital dicen que está en sus vacaciones y no dejó razón.
—¡Maldición! A buena hora sucede esto.
—Tranquilo, hermano. Ya se resolverá esto.
En su llegada a la delegación, observaron que el lugar se hallaba, de igual manera, abarrotado por reporteros; con dificultad, Gabriel se abrió paso entre las personas que intentaban acercarse a él con micrófonos y cámaras. En el interior, encontró a su abogado reunido con el de Luisa, ambos hombres habían pasado suficiente tiempo juntos desde que la pareja inició el proceso de divorcio. No obstante, por ahora, tendrían que trabajar juntos no por una división de bienes, sino por la resolución de la problemática situación en la que era parte la escritora.
El rubio solicitó verla, pero el acceso le fue negado, ella no recibiría visitas ni de índole médicas, ni de ningún otro tipo. No, mientras no iniciaran con el interrogatorio donde el detective Douglas esperaba que ella se declarará culpable como ya hizo antes.
—¡Ya estarás contento, Gabriel! —espetó George caminando en dirección al vaquero.
—¿De qué me hablas? —vocalizó cansado de que todos opinaran—. Ni siquiera entiendo qué fue lo que pasó.
—¡Fue el hartazgo! —Lo señaló con el dedo, casi a nada de tocarlo—. La cansaste con todas tus acusaciones y la presión por hacerla firmar el estúpido divorcio.
—¡Vete al diablo, George!
—¡Acabaste con la carrera de Luisa! —expuso furioso.
—¡No! ¡Tú y ella fueron los que acabaron con su carrera y con mi matrimonio! —replicó molesto con todo el mundo—. ¡Lárgate de aquí, George!
El fornido representante se lanzó contra el vaquero y este intentó responder, pero apenas si pudieron acercarse, puesto que Andrew y los mismos abogados se metieron entre ellos para evitar la pelea que alertaría a la policía.
—¡Basta! Este no es lugar para peleas —demandó Andrew, tomando del brazo sano de su amigo, a fin de alejarlo de George, quien fue retirado del lugar por el abogado de Luisa.
—¡Ya déjame! —exclamó Gabriel, soltándose del agarre de Andrew.
—Entonces compórtate como lo que eres: un hombre consciente e inteligente. No permitas que ese imbécil o Luisa acaben contigo. Además, mira ese brazo, estás herido —dijo señalando el cabestrillo y el vendaje que Gabriel tenía colocado.
—Ella no estaba consciente cuando lo hizo —soltó el malherido con la mirada gacha y la voz en un susurro.
—¿De qué hablas?
Dejó el enojo de lado para mostrarse preocupado.
—Necesito que la revise su médico antes de cualquier otro interrogatorio, ella no se encontraba nada bien cuando disparó el arma. —El estado de desasosiego en el que se veía envuelto era notable para todos.
El amigo y administrador de Gabriel, soltó el aire compadecido por el semblante de este.
—De acuerdo, hablaré con ambos abogados para saber qué podemos hacer, pero evita caer en juego de George —dijo dándole una palmada en el hombro.
Los minutos continuaron cediendo para convertirse en horas. Ya pasaban las horas vespertinas y nadie tenía respuestas. ¿Qué podía estar pasando con Luisa? ¿Por qué el detective Douglas no permitía que nadie la viera? Y ¿Por qué habían detenido por tanto tiempo el interrogatorio? Los presentes requerían respuestas, respuestas que fueran encaminadas a solucionar el extraño suceso con el que despertó aquel día el estado de Texas.
El cuento de hadas que Luisa vendió por muchos años, finalmente fue destrozado, la historia que hablaba sobre todo sueño vuelto realidad, sobre cómo toda posibilidad podía ser alcanzada por el simple hecho de ser hermosa. Encontrarse con el hombre soñado para sentirte única y especial. Nada de eso era real, la escritora lo sabía a la perfección, Gabriel lo reconocía incluso mejor que ella; sin embargo, permanecieron juntos tanto tiempo fingiendo que eran los protagonistas de la historia que, en algún lejano punto de sus cabezas, lo creyeron posible.
7 de diciembre del 2012
La espesa nieve caía en ese helado día de invierno que se vivía en Boston. Cualquier zona caliente era más confortable que el frío viento que se percibía a las afueras de la cafetería donde Luisa aguardaba por su bebida.
—Café negro sin azúcar —dijo la mesera con una notable sonrisa. Deslizó la taza blanca por la mesa.
—Gracias —respondió Luisa después de desviar los ojos de la ventana que tenía a un costado.
—¡Vaya invierno, eh!
—Sí, hace frío afuera —asintió la castaña con un tono relajado.
—Preferible estar aquí adentro, trabajando que al exterior padeciendo el clima. —Guiñó un ojo —Bueno, cualquier cosa me avisas.
La mesera curvó la boca y se retiró de la mesa.
Luisa la vio alejarse y dio un gran suspiro mientras observaba la concurrida cafetería y a todas esas personas que entraban y salían de lugar. En uno de los rincones, reposaba un anciano en soledad, leyendo el periódico matutino del día; en otro de los extremos, una mujer regañaba a sus hijos adolescentes por no vestir ropa adecuada para la ceremonia a la que suponía irían; una cliente más, solicitaba un expreso, traía las manos repletas de bolsas de compras navideñas.
La campanita ubicada en la entrada de la sucursal, sonó, alertaba el ingreso de un hombre cuyas vestimentas parecían elegantes, cabello y ojos oscuros, junto con una barba desalineada que hacía juego con el color de su cabello. El extraño observó en todas direcciones, era notorio que buscaba dónde sentarse, pero problemáticamente para él, el sitio estaba repleto.
Luisa volvió a su cuaderno deshojado donde escribía sobre la compleja vida de la empleada de la cafetería. Cinco minutos después, su escritura fue interrumpida tras la presencia del hombre que buscaba un espacio para beber su café.
—Disculpa, esto está lleno y no pretendo salir en busca de otra cafetería abierta, ¿podría sentarme aquí?
Los ojos de la castaña le miraron de arriba abajo, parecía un tipo amable y no uno cuyas intenciones fueran desastrosas.
—Adelante —respondió señalando la silla vacía frente a ella.
—Gracias, te agradezco —comentó el hombre, colocando la bebida caliente que ya tenía en las manos.
Luisa notó el costoso reloj y los finos guantes, el abrigo también parecía ser de diseñador. «Un hombre con un sueldo elevado y la vida posiblemente resuelta», pensó.
—¿Escribes? —preguntó él, después de notar el cuaderno que Luisa ocultó bajo sus brazos rápidamente.
—Sí... No... —Apretó los labios—. Bueno, no lo sé, eso creo.
—¿Sobre qué crees que escribes?
Luisa sonrió y bebió de la taza.
—Sobre casi todo, son... pequeñas historias o historias largas, algunas románticas, otras no tanto.
—¿Podría leer alguna? —cuestionó al tiempo que señalaba el cuaderno.
La interrogativa la sorprendió tanto que de inmediato jaló el cuaderno hacia su cuerpo.
—No, lo siento. Nadie lee lo que escribo, además, no te conozco —planteó con desconfianza.
—Eso hacen los escritores, ¿no? —El hombre de aspecto despreocupado arqueó una ceja, desentendido de lo incómodo que podía ser para Luisa.
—No entiendo —manifestó ella negando con la cabeza.
—Escriben buenas historias y dejan que el mundo las lea.
Luisa curvó los labios de nuevo y se encogió de hombros. Él en verdad gozaba de alta seguridad.
—Nunca lo vi así, ¿señor?
—Oliver. Un gusto conocerle señorita... —Extendió la mano para que ella la tomara.
—Luisa.
Se saludaron y compartieron diminutas sonrisas.
—Entonces... si no eres escritora, ¿qué es lo que haces?
La castaña dudó por pocos segundos, volvió los ojos hacia la cafetería y, posteriormente, respondió cautelosa.
—Yo... trabajo en una cafetería, no en esta, sino en otra. Soy mesera.
—Ya veo... —expuso Oliver con la curiosidad puesta en el cuaderno que la castaña intentaba ocultar. Se negaba a quitar el dedo del renglón, debido a su amplia curiosidad.
—¿Y tú? Supongo que no te va nada mal —soltó la castaña sorbiendo el café y viendo el espontáneo gesto alegre que nació en el semblante de su compañero.
—La curiosidad por las cosas y la minuciosa observación, son cualidades que la mayoría de los escritores poseen —expuso con una mano extendida y sus dedos golpeando la mesa.
—¿Conoce a muchos escritores, Sr. Oliver? —preguntó Luisa sin parar de sonreír.
—Bueno... es mi trabajo —asintió relajado—. Conocerlos, leerlos y publicarlos. Trabajo para una casa editorial, una muy buena.
Luisa lo vio estupefacta sin decir palabras, la mirada se le profundizó, incluso parpadeó un par de veces para asegurarse de que no estuviera soñando despierta como solía hacerlo casi todo el tiempo. Los labios se le desprendieron en un par de veces sin sonido que se emitiera.
—Usted está bromeando, ¿cierto? —dijo finalmente con la dolorosa idea de que fuera una mentira.
—Oh, no. No lo haría nunca de ese modo. Puedo mostrarte mi tarjeta de presentación —añadió Oliver y le enseñó la bonita tarjeta blanca con letras negras que sacó de la cartera.
No existía la menor duda, el hombre era un famoso editor que trabajaba para una prestigiosa casa editorial. Luisa tenía la oportunidad dorada en sus manos. La vida, finalmente, era buena con ella. En el acto y sin pensarlo mucho, levantó los brazos del cuaderno deshojado y lo empujó de a poco en dirección al hombre a quien analizaba muy de cercas las reacciones de la escritora que recién conoció en la cafetería.
—Muéstreme lo mejor que tenga —solicitó confabulado con la idea de leer un par de líneas.
Luisa hojeó su cuaderno para encontrar la historia que debía cambiar su futuro.
—Es esta —aseguró después de colocar el cuaderno frente a él.
El editor leyó con detenimiento largas páginas manchadas y maltratadas, repletas de letras que narraban una historia. Luego de dos hojas completas, el hombre levantó el rostro y el corazón de Luisa parecía explotar.
—Creo que necesitaré más café —declaró el editor y enseguida vio Luisa sonreír y ponerse de pie; no obstante, él la detuvo—. Yo invito.
Los ojos de Oliver recorrieron gran parte del cuaderno, mientras que Luisa comenzaba a disfrutar las expresiones que este hacía tras la acelerada lectura. El Rolex que figuraba en la muñeca del editor marcaba las seis de la tarde y cinco tazas de café que ocupaban la mesa, señalaban que la lectura fue buena. Oliver, finalmente, despegó los ojos del cuaderno y lo cerró de una para deslizarlo de regreso a su dueña.
—¿Qué le pareció? —preguntó la mujer de manos sudorosas.
—Luisa, ¿está dispuesta a permitir que el mundo la lea? —preguntó y en el acto ella mostró su total felicidad, fue tanto su entusiasmo que no pudo mediar su alegría, brincó de la silla y abrazó al hombre que le estaba dando esa increíble oportunidad.
13 de agosto 2020
El cuarto de interrogatorio poseía una iluminación blanca, del tipo que provocaba que las pupilas se contraigan para mejorar la visibilidad. Un enorme cristal figuraba en la pared a la izquierda de la acusada y, tras de ella, la puerta por donde entraría el detective Douglas. Luisa lo imaginó en su ingreso a la habitación con dos tazas de café: una para él y la otra para ella.
La mujer no tenía ni la menor idea de por qué esa imagen rondaba su cabeza, pues ignoraba por completo que, años atrás, escribió una novela policiaca cuyo protagonista era un detective enamorado de la villana. La escritora invirtió mucho tiempo analizando los métodos y pensamientos de los detectives que se dedicaban a resolver casos. La amnesia no le permitía recordar la novela de ciencia ficción, aunque el conocimiento tras la investigación aún seguía en su cabeza, negado a ser borrado.
La puerta fue abierta de golpe por el detective que portaba dos vasos desechables con café oscuro en ellos: uno era para Luisa y el otro para él. La mujer sonrió con disimulo, apenas lo vio sentarse frente a sus ojos. Era un hombre de alrededor de cincuenta años, con pequeñas canas que comenzaban a figurar en la descuidada cabellera, las uñas estaban comidas, el tapón de la pluma que tenía en las manos también parecía haber sido mordisqueado con los dientes, solía rechinar la mandíbula o masticar cosas cuando buscaba ordenar las pistas para resolver los acertijos.
«Todo un detective», dedujo la escritora.
—Lo traje con crema y azúcar, espero y así esté bien —dijo el robusto hombre.
Ella asintió.
—Está perfecto, gracias —dijo y extendió uno de los brazos para tomar la bebida.
El detective se encogió de hombros y permitió que el cuerpo cayera sobre la silla al frente de la acusada. Analizó un par de notas descritas en su cuaderno y luego fijó los ojos en la acusada.
—Supongo que ahora usted está dispuesta a conversar conmigo, Sra. Brown.
—No he visto a mi abogado —respondió ella con un tono relajado. Se sentía como en un almuerzo.
—Él ya está aquí y está al tanto de todo. Por ahora usted tiene que empezar a hablar. Cuénteme, ¿cómo sucedieron las cosas?
Luisa pretendió negarse a responder, había algo lógico en todo ese escenario montado para que ella confesara la verdad, la que se suponía era la verdad, una donde Gabriel saldría bien librado y ella terminaría encerrada en prisión por intento de asesinato. Aun así, quiso hablar.
—¿De qué cosas habla detective? ¿De cómo fue que mi marido me obligó a dispararle? —cuestionó en un intento por persuadirlo.
—¿Por qué cree que el Sr. Brown la obligó a dispararle? —El detective levantó levemente los ojos para encontrarlos con lo de ella.
—Porque él intentó atacarme primero —confesó en un tono acusatorio.
Una ceja arqueada y el semblante de incógnita, le permitió a Luisa suponer que el detective no le creía.
—¿Cómo? ¿Por qué no lo reportó?
La mujer echó el cuerpo hacia atrás y dibujó un semblante más acorde a lo que declaraba.
—Nunca sospeché de él. Durante tres noches me habló, me murmuró cosas, se aparecía frente a mí en medio de la oscuridad con una máscara negra para que no le reconociera. Eso me provocaba miedo, mucho miedo, pero a él no le importó. Él únicamente pensaba en deshacerse de mí, quería provocar mi ira para que esto sucediera.
—¿Cómo supo que era su esposo, si usaba una máscara?
—Porque lo vi, se la quitó en el momento exacto en el que planeaba matarme.
Douglas frunció el ceño y reclinó el cuerpo entrelazando los brazos, luego giró el rostro en dirección a la ventana de observación y de vuelta a donde los enormes ojos de la mujer aguardaban.
—El Sr. Brown intentó algo contra usted. —Rascóla cabeza sin entender las respuestas de la castaña—. ¿Por qué si son un matrimonio famoso? ¿Por qué él querría matar a su esposa?
Ella vaciló por un momento, bebió del vaso y fijó la atención en el hombre que la cuestionaba.
—No me quiere, tiene una amante, quiere mi dinero para salvar el rancho y me odia por no firmarle el divorcio. Además, no puedo darle hijos, él quiere hijos, ¿sabe? —retiró una diminuta lágrima que recorría la mejilla—. Detective, míreme, soy una pobre mujer indefensa, débil y enferma. ¿Cree usted que soy capaz de atacarlo sin motivos?
—El motivo es lo que voy a averiguar, señora Brown. Usted pudo haber disparado en defensa propia, por miedo o por el simple hecho de deshacerse de su marido. De cualquier modo, lo averiguaré. Aunque, si usted coopera y nos cuenta la verdad, será más fácil para todos, incluyéndola —aseguró con cierto aire de triunfo, era como si suponiera que aquello terminaría pronto.
—Me temo que no puedo ser de mucha ayuda, detective. Como le dije, soy una mujer enferma, tengo amnesia y sufro de lagunas mentales.
El silencio inundó el cuarto de interrogatorio. El detective de inmediato se colocó de pie tras escuchar la respuesta de Luisa, quiso decir algo, pero no tenía palabras, finalmente salió de la habitación. Eran muchas preguntas por hacer y muchos huecos por rellenar, el acertijo de aquel caso que parecía sencillo, estaba lejos de ser resuelto y ahora tenía que lidiar no solo con los problemas de un matrimonio colapsado, sino también con la enfermedad de la acusada.
—Oficial, ¿está el señor Brown allá afuera? —inquirió Douglas en su salida del cuarto de interrogatorio.
—Sí, creo que sí.
—Deténganlo, su esposa acaba de hacer una acusación formal en su contra y necesitamos averiguar quién de los dos es el culpable de este circo.
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