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Capítulo 2: Vida perfecta

27 de mayo del 2020

La mañana parecía tranquila en la sala de espera del hospital central en Dallas, Texas. Un alto y rubio vaquero texano caminaba por los largos y pulcros pasillos bien iluminados del hospital, rondaban las siete de la mañana, por lo que el ajetreo del edificio era poco. Llegó a la cafetería, recorriendo el lugar con la mirada, ya que intentaba localizar al doctor James, el joven médico que parecía estar hurgando entre los bolsillos de sus pantalones para pagar el café que recién pidió en el mostrador de la cafetería.

El vaquero caminó en dirección al médico y se detuvo junto a él para hacerle saber de su presencia.

—Permítame invitarle el café, doctor —dijo el recién llegado.

—No es necesario —respondió el aludido, pero el hombre ya había colocado un billete de diez dólares sobre el estante.

—Agrega un café más, por favor —solicitó para después extender la mano y recibir su pedido junto con el cambio. 

—Le agradezco, señor Brown —expresó el médico y enseguida sorbió de la bebida caliente.

Contempló con detenimiento al caballero que tenía de frente, este era alto de más de uno ochenta metros de estatura, espalda ancha, un cuerpo fornido formado por las pesadas labores que desempeña en sus tierras, ojos azules y cabello café claro; tenía la barbilla partida, la barba crecida y la piel enrojecida por el quemar del sol. La vestimenta era tal cual la de una persona que vive y trabaja en el campo: botas y sombrero vaquero con jeans de mezclilla.

El señor Brown hizo un leve movimiento de cabeza sin esperar nada a cambio, salvo la información que las enfermeras le prometieron por teléfono. 

Las tres semanas que pasó entre los fríos pasillos de aquel hospital, provocaron largas ojeras en el rostro del rubio, de igual modo, el semblante era el de una persona cansada y preocupada.

—Sí, no es nada —aseguró—. Es más lo que usted está haciendo por mi esposa.

—Bueno, supongo que no ha venido por el pésimo café que sirven aquí —bufó con una expresión de desagrado por la bebida caliente. 

—No lo creo, la enfermera llamó ayer y dijo que ella despertó. Pasé por la habitación, pero han dicho que lo mejor sería que antes me entrevistara con usted.

James bebió del vaso de nuevo y luego suspiró resignado a explicar el caso de la paciente. 

—Sí, yo le he dado la indicación a las enfermeras. Me temo que tenemos malas noticias.

—¿Malas noticias? Ella despertó... No entiendo —soltó con preocupación. 

Las últimas semanas fueron un verdadero suplicio y ahora le decían que la compleja situación continuaría. Más que el cansancio físico eran la salud de su esposa lo que le sobrepasaba.  

—Bueno... Sí despertó, aunque desconocemos la severidad de la conmoción cerebral que su esposa sufrió tras el accidente. Necesitaremos hacer algunas pruebas para reconocer el daño.

—¿Qué? —cuestionó pasmado. Horas antes cuando recibió la llamada que le informara sobre el despertar de su mujer, sintió un ligero alivio después de suponer que ella estaría bien, no obstante ahora solo escuchaba noticias desagradables. 

—El suceso traumático y el golpe en la cabeza le provocaron a su esposa pérdida de memoria. Por lo regular son síntomas que desaparecen en poco tiempo, aunque debo confesarle que me preocupa la severidad de este caso, tomando en cuenta que la señora Brown no recuerda ni su nombre.

Una ola de sensaciones desconocidas lo afligieron, el cuerpo prometía flaquear en ese instante en el que debía mantenerse firme. 

—¿Me está diciendo que no tiene idea de quién es ella? —cuestionó arqueando una ceja y tragando saliva. 

—En efecto. No puedo decirle más porque requerimos hacer otros estudios. Hace unas horas, cuando despertó, lo hizo sumamente alterada y tuvimos que sedarla. El efecto pasará pronto, le hablaremos sobre usted, le haremos algunas preguntas simples y esperaremos una respuesta, supongo que está de acuerdo. 

El hombre asintió con la cabeza, totalmente abrumado por las recientes noticias, jamás hubiera podido imaginar que su esposa terminaría bajo la situación en la que ahora se encontraba. Ella era una mujer tanto autosuficiente como inteligente, caracterizada por su temperamental e imponente presencia, donde sabía hacerse notar haciendo alarde de su habilidad para mezclarse. De pronto, ella desconocía todo lo que un día representó su vida.

Después de una complicada plática, ambos hombres ingresaron a la habitación, encontrándose con un par de enormes ojos marrones abiertos que miraban en dirección a ellos. Por suerte, la serenidad que mostraba era superior a la reflejada durante la última vez que despertó.

James relajó el cuerpo, después de verla conciente con respecto a todo lo que sucedía a su al rededor. 

—Buenos días, señora Brown, ¿se encuentra más tranquila? —cuestionó el médico que le examinaba las pupilas y la movilidad del cuerpo.

Ella asintió con un leve movimiento de cabeza, todavía adormecida por los tranquilizantes que la vencieron con anterioridad. 

—¿Recuerda lo que pasó anoche?

—Sí.

—Muy bien. Es un avance —dijo en una diminuta sonrisa —¿Recuerda el accidente?

—No.

—¿Qué me dice del rostro del señor que está aquí? —preguntó el médico señalando a Gabriel Brown.

Ella lo analizó de los pies a la cabeza con lentitud, incluso podía verse el esfuerzo que hacía para reconocerlo. No obstante, no había algo sobre aquel desconocido que le resultara familiar. 

—Nada, no lo recuerdo —aseguró finalmente con los ojos anclados sobre él. 

Gabriel desvió el rostro y arqueó una ceja. Por otro lado, a la paciente le asustaba la idea de que aquel hombre debía ser reconocido para ella. 

—Señora Brown, debo decirle que él es su esposo y ha venido por usted.

«¿Cómo es que no lo recuerdo?» se preguntó en medio de la confusión de la que era presa. 

—¿Estoy casada? —interceptó sin retirar la mirada del desconocido que tenía de frente.

—Lo estás —respondió Gabriel después de sentir los ojos de Luisa sobre él. Esa particular mirada que le quebraba en pedazos. 

—Señora Brown, sé que usted desea salir de aquí, pero es necesario que le hagamos unos estudios antes de darle su alta. Para ello, necesitamos de su cooperación, ¿está de acuerdo? —explicó el médico.

La mujer volvió la mirada hacia el hombre de la bata blanca y asintió con la cabeza a sabiendas de que detestaba la idea. Sin embargo, estaba dispuesta hacer cualquier cosa que fuera necesaria para salir de ahí lo más pronto posible. Todo en ese lugar la inquietaba. 

Pasaron un par de minutos para que tanto el doctor James como las enfermeras dejaran a la joven pareja solos en la habitación donde Luisa se recuperaba. Apenas la privacidad llegó, Gabriel tuvo la voluntad de acercarse a la mujer que descansaba sobre la cama. Había tanto por decir, demasiadas cosas que explicar, no podía soltar todo durante su recuperación, el médico fue claro con él cuando le habló de la precaria situación de su esposa.

El rubio se sentía como un estúpido en aquel confuso instante, donde se suponía que debía hablar con su esposa como hubiese hecho en cualquier otro momento, aunque ¿cómo hacerlo si él era un completo desconocido para ella? Era prácticamente igual a volver a iniciar una relación romántica en la que él tendría que mostrarle la identidad de ella misma. 

Por otro lado, Luisa había observado cada detalle y movimiento del hombre rubio que aseguraba ser su esposo. La idea no le disgustaba en absoluto, puesto que era guapo, educado y parecía amable; hasta ese punto era el hombre ideal para cualquier mujer. Además, por alguna razón que ella ignoraba, las enfermeras suspiraron al instante que lo vieron entrar a la habitación; sería cuestión de tiempo para que ella comenzara a recordarlo todo y así regresar a una completa normalidad.

—¿Cómo te sientes? —interrogó de pie frente a ella.

—Confundida.

—Bueno, sí... supongo que sí. ¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre?

—No, no quiero nada. Solo quiero salir de aquí cuanto antes —comentó ella.

—Lo sé, nunca te han gustado los hospitales —respondió con una tímida sonrisa que más tarde fue interrumpida por el timbre del teléfono celular, lo que le provocó una mueca de molestia en el rostro—. Lo siento, debo responder —agregó y se encaminó rumbo al pasillo del hospital.

Breves minutos pasaron y una de las enfermeras atravesó la puerta con la emoción reflejada en la cara, traía con ella un teléfono celular que utilizó para mostrarle a la paciente las noticias que ahora abundaban en las redes sociales.

—Señora Brown, los medios ya se enteraron de su presencia en el hospital. 

Luisa fijó la vista en aquel aparato tecnológico donde hablaban sobre la famosa escritora que había sufrido un fuerte accidente. Indagaban en las posibles razones del accidente y especulaban sobre su posible estado de salud. Ese era un pésimo medio para enterarse sobre su crítica situación.

—¿Hablan de mí? —preguntó.

—Sí, señora.

El vaquero apareció de nuevo frente a ella con un semblante desencajado, claramente provocado por la anterior llamada.

—Los medios ya lo saben, estarán aquí pronto. Tu representante ya viene para calmar a la presa —señaló Gabriel.

La mujer guiaba el rostro de su esposo a la pantalla del teléfono, pues su cabeza aún intentaba digerir esa nueva información sobre su propia y desconocida vida. Tenía un marido, una carrera exitosa como escritora, ella era famosa. A simple vista, todo parecía ser perfecto para cualquiera.

Las horas cedieron y los últimos estudios fueron realizados, la agobiada Luisa volvía a su habitación en una silla de ruedas que era empujada por la enfermera. Dentro del lugar, aguardaba un hombre de rostro desconocido, quien apenas la vio entrar, se puso de pie buscando saludar con un inofensivo beso en la mejilla de la castaña. Ella frunció el ceño y se echó para atrás con el desconcierto plasmado en el semblante. Era un desconocido y este intentaba besarla. «¿Quién demonios es?», pensó antes de poder abrir la boca, tomando en cuenta que fue el esposo el que intervino en el acercamiento.

—¿Qué haces aquí? Fui muy claro cuando te dije que no era necesario que entraras a verla —reclamó Gabriel después de entrar a la habitación y encontrar al representante de Luisa junto a ella.

—¡Oye, cálmate! He venido a controlar las cosas con la prensa, pero para eso necesito hablar con ella —respondió.

—Ella no puede hablar por ahora, arréglatelas como puedas. ¡Ahora sal!

—¡Por dios, Gabriel! No es momento para tus celos y fantasías.

—¡He dicho que te largues! —espetó señalando la puerta.

El hombre salió de la habitación a regañadientes, estaba furioso por la actitud del vaquero. Enseguida, Luisa se puso de pie para acercarse a la cama, el agradable y tímido hombre, que parecía ser Gabriel, desapareció en su totalidad después de presenciar la rabieta de celos. Al menos eso fue lo que expuso el hombre desconocido de sensual rostro y elegante traje.

—¿Quién es él? —consultó ella sin entender un poco de lo que recien sucedió.

Gabriel llevó una mano al rostro y desvió la mirada por breves segundos, había cierta desesperación que evidentemente quería surgir. No obstante, después recordó la amnesia de su esposa e intentó sosegar el mal genio.

—Es tu representante —explicó al tiempo que pasaba la mano por la nuca.

—¿Trabaja conmigo?

—¡Trabaja para ti...! —corrigió en un grito —Pero sí, algo así.

—¿Y por qué lo has corrido?

—No creo que sea el momento para que lo sepas con exactitud. Solo debes saber que él y yo no congeniamos en nada —articuló con la mirada caídos.

—¿Es por lo que él dijo? ¿Celos?

—Luisa, esto se volverá un caos si no salimos lo más pronto posible del hospital. Será mejor que te vistas para irnos antes de que esto empeore. 

La mujer se limitó a asentir y obedecer, pues ella más que nadie tenía urgencia por salir del hospital para enfrentarse a lo que sería su nueva vida. 

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