Capítulo 16: Recuerdos
05 de agosto del 2020
Luisa pasó el resto del día, y la noche, encerrada no sólo en su habitación, sino también en su propio mundo, en su propia mente, donde abundaba su desdicha. Casi todo salió mal en ese punto de su vida; en realidad, todo estaba mal. Su matrimonio era un completo fracaso, ya no confiaba en nadie con excepción del doctor James, su carrera profesional pendía del supuesto nuevo material que era inexistente, no tenía recuerdos importantes sobre su pasado y una pequeña parte del mundo mantenía los ojos puestos en ella, lo que le decía que cualquier error que cometiera saldría en los encabezados de las redes sociales, periódicos o noticieros de televisión. Todo parecía realmente nefasto.
Tenía los ojos fuera de la manta cuando Gabriel interrumpió su momento de autocompasión. Él observó los alrededores de la habitación, pero no encontró evidencia que le permitiera pensar que Luisa se había portado mal durante la noche una vez más. En cambio, algo estaba diferente en ella, la derrota y vulnerabilidad era una nueva aura en su esposa; no obstante, le costaba trabajo confiar, puesto que las mentiras fueron parte de su matrimonio prácticamente desde el principio. Entonces, ¿debía creerle? ¿Debía aceptar esa supuesta debilidad?
—Me dijo Dora que no saliste durante todo el día de ayer, ¿te sucede algo? —cuestionó el hombre dirigiéndose al costado de la mujer que yacía en la cama.
—No me siento bien —respondió la castaña mostrando solo la cabeza.
—Debió ser la resaca por la bebida —bufó Gabriel encogiendo los hombros.
Luisa arrugó la nariz y giró sobre su cuerpo que aún seguía tendido en la cama.
El vaquero ablandó el semblante, ya que, en muy pocas ocasiones, la mujer que tenía de frente aseguraba sentirse mal. Algo debía estar grave, algo que él podría estar ignorando.
—Lo siento, era una broma... No creí que te hiciera sentir mal. Vamos, te llevaré con el médico—declaró después de ver la reacción de la castaña.
—¿Con James? —preguntó retornando la vista en dirección al esposo y sentándose sobre la cama.
Gabriel se sintió un tanto incómodo luego de oírla decir el nombre del doctor James con tal tono de felicidad, además se refería a él de un modo informal y eso volvía la relación más estrecha. Decidió ignorar la cercanía y continuar con la conversación.
—La especialidad del doctor James no tiene nada que ver con supuestos casos de embarazo —negó con la cabeza.
—Pero es médico, debe saber de ello —insistió queriendo persuadirlo.
—Será mejor que acudamos con un ginecólogo y también te llevaré con un psicólogo —resolvió el vaquero que hasta ese instante actuaba natural.
—¿Por qué? —cuestionó la castaña, tensando cada músculo de su cuerpo. La palabra psicólogo no le recordó otra cosa que no fuera la posible traición de su marido. Esa donde ella acabaría encerrada en un psiquiátrico.
—Veremos si pueden ayudarte con tu amnesia —explicó con tranquilidad.
La mujer se negó de manera inmediata después de recordar el folleto de la clínica.
—No, de ningún modo acudiré con un psiquiatra o psicólogo. Mi cabeza está bien, yo estoy bien y no estoy loca —gruñó con los ojos anclados en el rubio de apariencia perpleja.
—¿Loca? Yo nunca dije que estuvieras loca —soltó confundido por la reacción de la mujer—. Ir al psicólogo será sólo para ayudarte con la amnesia.
—¡Eso es lo que tú quieres hacerme creer, cuando la realidad es otra, Gabriel Brown! ¡Sal de mi habitación! No veré a ningún médico hoy —reprochó en un grito para, posteriormente, ocultarse de nuevo por debajo del edredón.
El rubio consideró extraño aquel comentario que su esposa gritó sin dar mayores explicaciones, estaba frustrada y molesta, incluso triste. Luisa solía estar perdida en sus complejos pensamientos o alerta de todo aquello que la rodeaba, pero ¿triste o vulnerable?
«No, eso no era posible, ella era fuerte», pensó.
Por completo, seguro de que se trataba de otra de sus artimañas, salió de la habitación asumiendo la posibilidad de que fuera Luisa quien le diera un hijo.
Horas más tarde, cuando no se percibía el más mínimo indicio de Gabriel o Dora deambulando por la casa, Luisa decidió ir directo al estudio donde había dejado el teléfono celular. Lo olvidó un día antes y si Gabriel lo miraba, estaba segura de que regresaría con el tema del divorcio.
Ella pasó los últimos días hablando con George por medio de mensajes de texto, le contó de lo insegura que se sentía junto a Gabriel ahora que suponían los planes del vaquero. Aun después de eso, el representante le aconsejó seguir fingiendo su desconocimiento de todo aquello, pues de ninguna manera debían divorciarse, ella sería la más afectada y quien terminaría perdiéndolo todo.
Sin embargo, a la escritora apenas le importaban los bienes materiales y las cuentas bancarias, de igual modo, no pensaba en su carrera como novelista. Su golpeado corazón le dictaba dolor por la derrota ante el amor, ella estaba enamorada de Gabriel sin querer aceptarlo, se trataba de un sentimiento que no se podía permitir disfrutar, uno del que no debía hablar. Ante todos, era un amor inexistente, aunque para su público fuera el más grande y perfecto romance.
La castaña caminó hacia el escritorio y abrió la laptop, recordó todas esas veces en las que tanto Gabriel como George le aconsejaban escribir algo.
—Tal vez escriba sobre el desamor —dijo para sí misma, mientras hurgaba en uno de los cajones en el que guardaba esa libreta llena de anotaciones.
Observó que parte de las notas escritas en el cuaderno eran similares a lo que vivía en su matrimonio con Gabriel. Deslizó sus dedos por el touch de la computadora y no tardó mucho en encontrar entre sus archivos una carpeta con varios documentos de diversos nombres. Nombres similares a los que se leían en las portadas de los libros. Dio clic en el primer archivo sin éxito alguno, pues esté requería contraseña.
—¿Contraseña? —Analizó la pantalla y se quedó con el entrecejo hundido.
Deslizó de nuevo el dedo y oprimió el botón en otro de los archivos: el resultado fue el mismo. Repitió el proceso una y otra vez con los trece archivos que aparecían en el sistema de la computadora, pero todos y cada uno de ellos solicitaba la dichosa contraseña. Luisa empezaba a sentir la frustración en la sangre; no faltaba mucho para que decidiera golpear la pantalla de la laptop, hasta que recordó la clave que Gabriel usó para iniciar la sesión.
—Debe estar por aquí anotada —supuso a la vez que hojeaba el cuadernillo.
La sonrisa se le dibujó, apenas la encontró. Estaba a punto de teclearla en el espacio cuando su teléfono celular comenzó a vibrar. Corrió con rapidez a poner el seguro en la puerta del estudio y luego oprimió el botón verde que figuraba en la pantalla del móvil.
—¿Qué sucede? —susurró.
—Espera, ¿no puedes hablar? ¿Gabriel ya volvió? —preguntó George con un tono de impaciencia.
—Él ya volvió, estoy encerrada en el estudio sin ganas de saber de él —replicó luego de tragar saliva.
—Debes mantenerte cerca de él, no podemos arriesgarnos a que intente algo a tus espaldas: sedúcelo, finge sentirte mal o cualquiera de esas cosas que sueles hacer cada vez que él se molesta contigo y demanda el divorcio —sugirió totalmente despreocupado por la idea.
Los ojos de Luisa se hicieron grandes; el deseo de colgar la llamada se engrandeció.
—¿Seducirlo? ¿Después de todo lo que averiguamos y de todo lo que él planea hacerme? En realidad, comienzo a tenerle miedo, George —comentó con la voz tensa y una mano en la nuca.
—Sí, claro. Él planea hacerte muchas cosas, pero no son las que tú crees —dijo utilizando el sarcasmo.
Luisa escuchaba anonadada las palabras de su representante a través de la bocina del teléfono. Se suponía que él quería estar con ella; no obstante, al parecer, le convenía más que continuara al lado de su marido, aunque el matrimonio fuera una enorme mentira publicitaria.
—¡Eres un idiota, George! —espetó haciendo una mueca de disgusto, desconfiando de su plan, incluso de él mismo.
—De acuerdo, lo soy, aunque por el momento es lo mejor para todos, pronto podrás liberarte de él; ya lo verás. —Rio—. ¿Cómo vas con las pastillas? Espero que no las estés tomando.
—No. Hasta ahora, Gabriel no me ha estado obligando a tomarlas. Ayer tuvimos una discusión y, para salir del problema, le dije que podría estar embarazada.
—¡¿Embarazada?! ¿De verdad? Esa es buena... ¿Cómo se te ocurrió? —Era tan grande la noticia que Luisa había inventado, que incluso para él resultó un tanto conveniente. Se sentía congraciado con la idea de que el supuesto embarazo se convirtiera en una realidad.
—Bebí mucho e hice cosas durante la noche, por la mañana cuando desperté me sentía fatal, luego tuve que salir al establo con Gabriel donde me sentí peor, me desmayé y vomité —describió asomándose de a poco por la ventana.
—¡Demonios, Luisa! Creo que eres mejor actriz que novelista —planteó burlón.
—Tuve que inventarme lo del embarazo para justificar los efectos colaterales de mi resaca por beber. Ahora planea llevarme con un ginecólogo.
—Evítalo, evítalo el mayor tiempo que puedas, dramatiza y sigue fingiendo lo del embarazo. Tal vez, eso lo ablande un poco y se distraiga —expresó imaginando a Gabriel hundido—. ¡Obtendremos lo que queremos!
Por su parte, Luisa se impresionó por la ligereza con la que su agente tomaba las cosas, estaba sumergida en un mundo de problemas, era como un callejón sin salida y George se mostraba por demás contento con el caos sentimental en el que ella vivía. ¿Qué se suponía que debía pensar?
—George, lo del embarazo no es un juego. Además, Gabriel es listo, no considero que me haya creído en absoluto; estoy segura de que en cualquier momento tendrá alguna de sus brillantes ideas para fastidiarme —aseguró caminando al rededor del cálido estudio.
Ana Luisa no se había equivocado, Gabriel permanecía tras la puerta intentando entrar, sabía que su esposa estaba dentro y podía escuchar su voz hecha un susurro.
—¡Luisa, ábreme! —exigió casi en un grito.
La mujer colgó el teléfono sin decirle nada a George y lo escondió entre las ranuras del sofá. Después abrió la puerta, intentando lucir sorprendida por el escándalo.
—¿Qué te sucede, Gabriel? ¿Recordaste algún insulto que te haya faltado decirme? —inquirió haciendo un manifiesto de su decepción.
No obstante, en su intento por manifestar su enojo, lo único que logró mostrar fue el miedo que el rubio le provocaba.
—¿Insulto? ¿Ahora soy yo el que te insulta? —cuestionó después de haber entrado al estudio detrás de su esposa.
Ella se volvió de frente a él y plantó los pies con firmeza.
—¡Sí, claro que sí! Me has tachado de mentirosa, alcohólica, adultera y ahora loca —replicó sintiéndose ofendida y profundamente lastimada.
Por su parte, el rubio cesó sus ideas y arqueó una ceja, la mujer no sólo actuaba de manera diferente, sino que también demostraba sentimientos que nunca antes reveló tener.
—Ahora te importa lo que yo piense de ti... Extraño efecto secundario el de la amnesia —manifestó empleando un tono menos rígido—. ¿Con quién hablabas?
—No hay nadie en esta habitación, Gabriel —solucionó cansada de la acusatoria conversación. Torció la boca y cruzó los brazos.
—La televisión está apagada y con claridad escuché tu voz. Dime, ¿con quién hablabas? ¿Te hiciste de un teléfono durante mi ausencia?
La mujer negó de inmediato aun cuando sabía que las sospechas eran ciertas, ahora debía encontrar la manera de sacarle la idea de la cabeza.
—No, no tengo ningún teléfono, yo hablaba sola, ¿no dices que estoy loca? —expusó en un claro tono de reclamo.
El texano miró con detenimiento el rostro de la mujer que aseguraba su soledad, algo en ella le parecía extraño y diferente, aunque era consciente de que se trataba de Luisa, siempre sería una mujer difícil de leer.
—Orina en esto —indicó mostrándole la prueba de embarazo casera que tenía en la mano.
La mujer contemplaba boquiabierta la caja color rosa con blanco que Gabriel le enseñó. De ninguna manera, él caería en sus mentiras y ella lo tenía claro. Fueron años tortuosos de grandes mentiras lo que le capacitó para reconocer la falsedad que, según él, existía en la mujer.
—No, no quiero hacerlo. —Se negó saliendo de su alcance.
—¿Por qué? Es para salir de dudas. Si es positiva iremos mañana mismo con un ginecólogo y de ser negativa volverás a tomar los medicamentos e iremos con un médico general para que te revise.
—¡No fastidies, Gabriel! Estos días han sido sumamente exasperantes para mí; primero todo lo nuestro, luego tú insultándome todo el tiempo y dudando de mí, también está lo de tu caballo y ahora yo...
—¿Qué tiene que ver Bryan en todo esto? —preguntó él, notando la incomodidad de Luisa.
La mujer abrió los ojos de par en par, habló de más sin medir las palabras. Se había inventado lo del embarazo para no ser culpada por lo que le hizo a Bryan y ahora usaba el suceso del caballo para evitar la prueba de embarazo; todo era un círculo vicioso de mentiras en las que ella misma estaba siendo acorralada.
—¡Me asusté! ¿Tiene algo de malo eso?
—¿Asustarte? ¿Tú? —cuestionó sin entenderla en lo más mínimo—. Habla la mujer que ha corrido hombres de esta hacienda a punta de pistola. ¡Luisa, tú no te asustas con nada! Estás evitando hacerte la prueba de embarazo porque sabes que fue una mentira y ahora entiendo por qué.
La escritora volvió el rostro para fijarlo en el de él y negar con desesperación el juicio del vaquero.
—No, yo no escondo nada. Te dije que sospechaba estar embarazada y eso fue todo.
—Bien, de acuerdo, tienes una sospecha, entonces salgamos de dudas y orina la prueba de embarazo —manifestó con el brazo, ofreciendo el objeto que los liberaría de la duda.
La vista de Luisa estaba anclada en la dichosa prueba de embarazo, ¿en realidad tenía caso mantener la mentira?
—Gabriel, de verdad eres tan...
—¡Espera! ¿Qué es eso? —alertó el rubio sorprendido después de escuchar el sonido que emitía el celular de Luisa—. Ese es un teléfono vibrando. ¡Tienes un celular!
—¡No! No tengo ningún teléfono —aseguró la mujer con cara de espanto, al mismo tiempo que observaba a Gabriel seguir el sonido del teléfono.
No fue mucho el tiempo que tardó recorriendo la habitación hasta que finalmente levantó los cojines del sofá para encontrar la pantalla encendida del dispositivo de Luisa. Se percató de que era George quien llamaba y oprimió responder sin pensarlo. La mujer respiró con profundidad, imaginando la gran pelea que estaba por iniciar.
—¡Hola, George! Lo siento mucho, pero como ya te habrás dado cuenta Luisa no puede responder tu llamada, tendrás que marcarle luego o también puedes esperar a después del divorcio —espetó y luego azotó el teléfono en el suelo.
Luisa miró el aparato romperse en varios pedazos que salieron disparados por toda la habitación. Momentos antes habría podido pensar en cualquier cosa para calmar a Gabriel; sin embargo, ahora estaba segura de que nada de lo que dijera podría funcionar. El hombre se hallaba por completo fuera de su control. Abrió la boca con la idea de soltar algo que le ayudara, pero ni siquiera pudo intentarlo, puesto que el esposo se lo impidió tajante.
—¡Cuidado con lo que digas! ¡Cualquier mentira que salga de boca la usaré en tu contra en el juzgado! —vociferó Gabriel apuntando al rostro de la castaña.
Luisa sentía el cuerpo helado y las mejillas rojas. Gabriel en verdad le infundía miedo; mas no se trataba del tipo de miedo que se originaba de una película de terror, más bien era el miedo propiciado por la fragilidad en el cuerpo, el miedo que surge del vacío que hay en la mente, donde apenas puedes contemplar la idea de un futuro feliz o de siquiera un futuro. Luisa comenzó a creer que pasaría el resto de sus días encerrada en un psiquiátrico, rodeada de personas que en realidad estaban enfermas y eso aterrorizada.
Escuchó a la puerta ser azotada desde afuera por el mismo Gabriel, quien salió sin pronunciar palabra. Fijó el rostro en el suelo donde los restos del teléfono reposaban y, en el acto, cualquier pensamiento tormentoso se detuvo: había recuerdos, Luisa recordó algo sobre su pasado.
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