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Capítulo 11: ¿En cautiverio?

29 de julio del 2020

Transcurrieron algunas semanas desde que Luisa y Gabriel dejaron la ciudad de Dallas para regresar al rancho de las Buganvilias, el hogar de la perfecta pareja en apariencia para los periódicos y revistas que habían hecho alarde de la entrevista concedida para la revista «Hola». Las ventas de los libros de Luisa resurgieron a raíz del supuesto lanzamiento de la nueva novela que la famosa escritora estaba por publicar. Miraba los noticieros constantemente sin poder dejar de sentirse presionada ante la mentira que surgió el día de la firma de libros.

Pasó lo últimos días sumergida en el enorme sillón que decoraba el centro del estudio, acompañada por los personajes de las historias que salían de las series que veía en televisión. Los deseos de tomar las riendas de su vida parecían volverse cada vez más lejanos ahora que Gabriel era quien se hacía cargo de todo: la amnesia, las constantes llamadas telefónicas que recibía por parte de su representante, George; sus actividades diarias e incluso las finanzas. Apenas si podía pensar por sí misma debido al abrumador medicamento al que no lograba acostumbrarse.

Sin embargo, la vida sentimental de Luisa era lo único que parecía mejorar, pues ahora pasaba más tiempo acompañada de Gabriel, incluyendo un par de noches donde terminó refugiada en la cama de su esposo. En otras ocasiones, el vaquero la paseaba por las tierras que compartían para tratar de activar alguno de los recuerdos que atesoraban como marido y mujer. Para ambos, la situación parecía ser más llevadera desde que Luisa perdió todo contacto con quienes convivía con normalidad antes del accidente y de la pérdida de memoria.

—Ahí estás... —dijo Gabriel con cierto alivio, al tiempo que entraba al estudio de Luisa.

La castaña desvió la atención del televisor que tenía al frente y la posicionó en el rostro del enorme rubio.

—¿Ya te vas? —preguntó, puesto que sabía que el hombre tenía planes para salir de la ciudad.

—Sí, ya estamos por salir. Andrew, Mónica y yo; nos quedaremos en el mismo hotel. Dora ya tiene los datos en caso de que surjan problemas con algo —advirtió ajustando un reloj en su muñeca—. Ella también se encargará de tus medicamentos, por favor espero que seas amable y no causes problemas, solo tomate las pastillas cuando sea la hora y evita salir de los terrenos, ¿comprendes?

—Gabriel, esos medicamentos no me ayudan en nada, cuando regreses quiero ir con James para que los cambie —replicó desde el sofá con un evidente puchero.

El vaquero arqueó una ceja y apareció una disimulada curvatura en los labios.

—¿James? ¿Ahora le hablas de tú?

—Es un hombre amable que no es otra cosa que mi médico, ¿podrías al menos considerar la idea del cambio de medicamentos? —dijo en un intento por hacerlo cambiar de opinión.

—De acuerdo, lo consideraré. Hablaremos de esto cuando vuelva —resolvió al tiempo que le mostraba una notable sonrisa.

—Gracias... —respondió Luisa usando el sarcasmo.

Gabriel dio un par de pasos hacia la salida, pero en su trayecto se paró en seco recordando unos últimos detalles.

—¡Ah, por cierto! George ha estado molestando de nuevo para que te insista en que debes escribir algo, incluso tu editorial ha comenzado a preguntar por el material.

—Pero yo no sé qué es lo que debo escribir, George debió decir la verdad.

— Bueno, yo no lo sé. Las decisiones de tu carrera las toman ustedes dos, aunque esta vez coincido con George, deberías al menos intentarlo —declaró después de besar la frente de Luisa y sacudir la cabeza de Jack, el gordo Bulldog que no se despegaba de su dueña—. Nos vemos en un par de días, sé buena —agregó y salió del estudio.

Luisa se puso de pie para observar a través de la ventana la salida del rubio, miró el afectuoso saludo que surgió entre Mónica y él, para luego verlos subir a la camioneta en la que viajaría a Houston.

—Es una Barbie resbalosa —comentó para sí misma. Volvió el rostro y se percató de la laptop que permanecía cerrada sobre el escritorio.

»¿Escribir? ¿Qué demonios voy a escribir? Soy una mujer que pasa la mayor parte del día drogada por unos absurdos medicamentos que no sirven de nada y, para colmo, no tengo recuerdos —alegó con la frustración encima y los brazos entrelazados.

Después de encontrar su rostro con el de Jack, su único compañero, decidió volver al televisor a donde aguardaba la telenovela turca que por el momento veía. La esbelta y seductora protagonista de exótica belleza provocaba molestia en los sentimientos de la castaña.

»Nadie es perfecto —alegó analizando a la mujer del televisor—. O si lo eres terminarás con amnesia y una estúpida cicatriz en la pierna. De hecho, podría narrar algo sobre eso, una mujer cuya belleza se apaga por un accidente. ¿Tú qué piensas, Jack? —Se cuestionó sin obtener respuesta del perro.

Sus ojos volvieron al televisor con la idea de mirar a la criticada actriz discutir por un teléfono celular.

»¡Maldición! ¡El teléfono! —espetó una vez que recordó el celular que George le entregó días atrás en la firma de libros.

Luisa corrió escaleras arriba en dirección a su habitación, entró y cerró la puerta, buscó por todos lados el pequeño bolso que Gabriel le entregó aquel día donde colocó sus datos personales y el mismo donde ella guardó el artefacto tecnológico como si de un tesoro se tratara. Abrió varios cajones, pero el bolso no aparecía por ningún lado hasta que se internó en el armario donde estaba su ropa y accesorios. La alcoba seguía siendo solo de ella, porque, aunque compartiera noches con su esposo, él había decidido mantener espacios separados hasta que su relación volviera a ser funcional para ambos.

Finalmente, la escritora encontró el bolso colgado en un perchero, lo abrió de manera inmediata y logró localizar el teléfono celular. Casi en el acto oprimió el botón de encender para ver como la pantalla del equipo comenzaba a iluminarse mientras sentía que algo de libertad le volvía al cuerpo. Buscó entre las notificaciones y vio algunos mensajes en la aplicación de mensajería; por supuesto, eran de una sola persona, ya que solo George sabía de la existencia del móvil.

Estando a punto de teclear algunas palabras, la puerta de su recámara sonó.

—Luisa, cariño, ¿puedo pasar? —preguntó Dora, la mujer que ahora estaba encargada de custodiar a la escritora.

—¡Maldita vieja metiche! —siseó Luisa en un murmullo con el celular en sus manos, enseguida corrió al baño y abrió la llave de la regadera—. Estoy a punto de bañarme, ¿qué necesitas?

Hubo un corto silencio y luego apareció la voz de Dora detrás de la puerta.

—Nada, querida. Únicamente quería saber si necesitabas algo.

Luisa mordió un labio y puso los ojos en blanco.

—Nada, tomaré un largo baño y no quiero ser molestada—. Posteriormente dejó de escuchar palabras desde afuera y regresó al sanitario con el solo objetivo de leer los mensajes que George había estado enviando.

01 de julio 2020 George: Márcame apenas te encuentres sola.

03 de julio 2020 George: ¿De verdad? ¿Ese idiota no te deja ni un momento sola?

03 de julio 2020 George: Es importante, debes contestar.

07 de julio 2020 George: ¡Maldición, Luisa! He marcado en varias ocasiones a tu casa y al celular de Gabriel, el imbécil cree que puede decidir por ti y se niega a pasarte las llamadas, ¿te quitó el celular? Necesitamos comunicarnos de alguna manera.

12 de julio 2021 George: Es absurdo que te siga mandando mensajes a este número cuando es evidente que no responderás. En fin, llama o comunícate si llegas a leer este mensaje.

17 de julio 2021 George: Fui a las Bugambilias y el idiota de Gabriel me impidió la entrada alegando que no te estuviste sintiendo bien, es un imbécil que cree que puede vivir de ti. Comunícate.

—¡Maldición! —expresó al terminar de leer la infinidad de llamadas perdidas y mensajes recibidos de su representante.

Fue a la agenda de contactos del teléfono y oprimió marcar al único número que aparecía registrado. El timbre sonó en dos ocasiones y de inmediato escuchó la voz de George del otro lado de la bocina.

—¡Con un demonio, Luisa! ¿Por qué no habías respondido? Tengo semanas intentando comunicarme —reclamó en un grito desde Dallas.

—Lo sé, lo sé y lo siento mucho, es solo que... lo olvidé por completo.

—¿Olvidarlo? ¿Cómo olvidas el teléfono que representa tu libertad? El idiota de tu marido te tiene prácticamente secuestrada, y ¿tú olvidas el teléfono que te di?

Luisa infló el pecho con un largo suspiro, cerró los ojos y manifestó el cansancio con una mueca.

—Ya dije que lo sentía, George; es solo que el medicamento me tiene las ideas revueltas —explicó intentando redimirse.

—De acuerdo. Dime, ¿dónde está Gabriel?

—Él no está en la ciudad, salió a una feria ganadera en Huston, creo que intenta hacer un buen negocio, por lo que tardará unos días.

—Genial, eso es perfecto para nosotros, conduciré hoy mismo para allá —dijo George, entusiasmado por la idea.

La sorpresiva respuesta de George, provocó que la castaña se pusiera de pie en un salto, Gabriel fue claro cuando le dijo que se mantuviera alejada tanto del representante como de Helen.

—¿Vendrás? ¡No puedes hacerlo! Gabriel ha dejado instrucciones de no permitirles la entrada a ti o a Helen.

—Lo sé, pero no iré a las Bugambilias, sino a casa de Helen, nos veremos en la hacienda de los Fisher en dos horas, ¿de acuerdo?

Luisa mordía una uña como símbolo del estrés que le provocaba la pronta visita de George o la escapada que este le proponía.

—George, yo no sé llegar hasta ahí. Además, tampoco me dejarán salir los hombres que trabajan para Gabriel. Él dejó instrucciones de...

—Luisa, si quieres seguir en cautiverio por mí no hay problema, pero de verdad necesitas conocer ambas partes de la historia y no solo lo que Gabriel te dice—declaró con un tono apacible—. Hablaré con Helen y le daré este número, ella se comunicará contigo y te mandará la ubicación de su hacienda, te dirá el camino que debes tomar. Nos veremos más tarde.

La llamada finalizó, Luisa tragó saliva y esperó el mensaje que sabía que recibiría. Enseguida tomó un baño rápido y se vistió para evitar que la metiche de Dora sospechara sobre sus planes de escape.

Minutos más tarde, se percató de la vibración del teléfono y contestó la llamada de Helen.

—¡Dios, amiga! Creí que jamás volvería a saber de ti. George me dijo que quedaron de verse aquí en mi casa, ya te envíe la ubicación —dijo Helen, pareciendo aliviada por la llamada de su amiga.

—Está bien, gracias —agregó Luisa consintiendo la idea con la cabeza, pese al miedo que le causaba encontrarse con ese par que su esposo detestaba.

—Escucha, sé que te están vigilando así que cuando salgas le dirás a los apuestos vaqueros que te vigilan que quieres dar un paseo por el lago que está dentro de los terrenos del rancho; te ofrecerán un caballo o un Jeep, pide lo que se te antoje y después de acercar al lago buscarás una cerca rota que colinda con mis terrenos, cruzarás por ahí —informó con su característico acento latino—. No te perderás en absoluto porque el camino ya está marcado, has cruzado infinidad de veces por el mismo lugar cuando Gabriel busca vigilarte. Si te pierdes márcame y haré que vayan por ti.

—De acuerdo, Helen. Nos vemos en un momento —aclaró Luisa y oprimió colgar en la pantalla del celular, mordió uno de sus labios y observó a través de la ventana a los muchachos que trabajaban en el rancho.

Entre tanto, se sumergía de nuevo en sus propios pensamientos, aquellos que la hacían dudar de acudir a la cita planeada que tenía con George y Helen. Después de todo, Gabriel había sido más que claro cuando le indicó no salir del rancho o tener contacto con ellos; fue una de las condiciones que estableció para retrasar el divorcio. Era evidente para todos que su matrimonio pendía de un hilo, al menos para quienes frecuentaban y conocían muy de cerca a la famosa pareja.

La puerta sonó de nuevo, era Dora quien solicitaba entrar.

—Pasa —siseó Luisa sin ánimos de discutir.

—Querida, solo he venido a entregarte los medicamentos —respondió la mujer con un vaso de agua en la mano y un pastillero en la otra.

—Déjalo ahí, por favor —agregó señalando una mesita y fingiéndose ocupada en su cabello—. En un momento me las tomaré.

—¡Oh, lo siento, cariño! Pero Gabriel me ha pedido que me cerciore de que te las tomes.

—Sí, por su puesto; aunque él no se refería al hecho de que tienes que ver el momento en el que las trago y las defeco, únicamente tienes que recordarme sobre ellas, eso es todo —declaró en un alarido que fuera de ser un llamado de atención, sonó a un reclamo salido de tono.

Dora escuchó extrañada la grosera respuesta que Luisa le dio. Con frecuencia la castaña tenía esos inapropiados cambios de humor, pero no con Dora o las empleadas, con ellas solía ser amable la mayor parte de las ocasiones.

—Bien, entonces las dejaré ahí para ti y espero te sientas mejor —agregó la mujer mientras retrocedía para dejarla en soledad.

Al paso de los minutos de espera, Luisa sabía que era tiempo de salir de la casa rumbo a la hacienda de Helen como lo habían acordado. Tomó sus cosas y luego posicionó los ojos en los medicamentos que Dora dejó, hizo un gesto con el rostro, cogió las pastillas y las dejó caer en la bolsa que colgaba de su hombro, puesto que decidió que se las tomaría solo de sentir que eran necesarias. Salió cuidando que sus pasos no fueran escuchados por la mujer que la atormentaba en su propia casa y una vez estando fuera buscó a uno de los muchachos que solía ver por la ventana para que le entregaran las llaves del Jeep.

—¿El Jeep? —preguntó un joven de apenas veinte años que trabajaba en el establo. Tenía una expresión de nerviosismo dado que recordaba que las órdenes de Gabriel impedían la salida de su esposa fuera de los terrenos.

—Sí, las llaves... búscalas y tráeme el Jeep —indicó Luisa presionando al muchacho que tenía el sombrero en su mano.

—Es que no está el señor Gabriel, ni Andrew y dijeron que usted no podía salir sola.

Una fulminadora mirada, amenazó al pobre chico que recién había empezado a trabajar para las Bugambilias. Luisa no hablaba mucho con los empleados del campo, salvo para ese tipo de peticiones. Sin embargo, el joven supo de inmediato que lo que sus compañeros decían de ella, era cierto.

—¡No seas estúpido, muchacho! Yo soy la señora y dueña de todo esto, incluyendo el maldito Jeep —reclamó con furia, evidenciando lo que el muchacho ya sabía—. Además, no voy a salir de los terrenos de este rancho, solamente iré al lago, así que ve por las llaves y trae el auto.

El joven no tuvo palabras para responder ante el regaño que había recibido de la dueña de esas tierras. En realidad, la mujer tenía razón, ¿quién era él para impedirle salir de su propia casa y en su propio auto? Así que, hizo lo que su patrona le ordenó y le indicó el camino que la conduciría al lago que Helen mencionó.

Luisa no tardó mucho en aproximarse al lugar haciendo uso del Jeep blanco que Gabriel le dio como regalo de aniversario antes de sus problemas matrimoniales. Monitoreó las indicaciones en el teléfono y luego continuó el camino hasta donde estaba una enorme hacienda, un sitio realmente hermoso a los ojos de la escritora.

Un amable vaquero de unos cincuenta años de edad se acercó al auto para ayudar a Luisa a bajar del automóvil.

—Señora, ¿cómo le va? —saludó el hombre retirando su desgastado sombrero vaquero de la cabeza.

—Bien, gracias busco a...

Para sorpresa de Luisa, el viejo vaquero interrumpió su intento de comunicación, ya que estaba enterado de las visitas que recibiría su señora.

—La Sra. Fisher, por supuesto. Ella la está esperando —indicó el vaquero mientras guiaba a Luisa a la casona.

Caminaron a través de lo que parecía un jardín trasero sumamente cuidado; una elegante mesa de jardín y lo que parecía un minibar estaban situados alrededor de una enorme piscina que decoraba el espacio. El hombre deslizó una puerta de cristal y le permitió a Luisa entrar a la casona que lucía aún más elegante de lo que la castaña hubiera imaginado.

—¡Amiga, al fin nos vemos! —expresó Helen de manera ruidosa, apareciendo frente a ellos con un gato de pelo blanco en la mano.

El hombre las dejó solas y cerró la puerta con él por fuera de la casa.

—Así que... ¿ese hombre tuyo te tiene prisionera, eh? —interrogó Helen dejando caer el gato al piso para tomar la mano de Luisa y encaminarla a la sala de estar, decorada en detalles dorados y colores claros.

—Bueno yo... en realidad no tengo idea de qué es lo que hace Gabriel —respondió Luisa.

—Sí, por supuesto. Yo también le creería todo, es un maldito vaquero engreído y bastante atractivo. Siempre te lo he dicho, amiga; ese hombre es un tesoro oculto salvo por su maldito temperamento —La mayor parte del tiempo, Helen decía en voz alta todo lo que pasara por su cabeza, no solía limitar los pensamiento y tampoco lo hacía con la lengua—. ¿Quieres algo de beber?

—No, gracias —emitió girando la cabeza como si fuera una adolescente que había escapado de la escuela.

—¿Segura? —preguntó de nuevo la mujer con una sínica sonrisa en el rostro.

—Tal vez, más tarde, Helen. Antes necesito hablar con George.

—Sí, claro. Él ya viene en camino —declaró mostrando una diminuta curvatura en los labios— Amiga, estuve al pendiente de todas las noticias que surgieron después de la entrevista, George me dijo que la prensa está sobre ustedes para publicar lo del divorcio.

—¿Divorcio? No, no creo que... —Las palabras de Luisa fueron detenidas al tiempo que los latidos se aceleraron y la sudoración en las manos volvía.

—¡Hola, señoras! —dijo George entrando por la puerta principal con su característico aroma a menta y loción fina.

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