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Capítulo 10: Sin recelo

23 septiembre del 2005

La escandalosa música sonaba desde las afueras del baño de un bar de apariencia clandestina en el centro de Manhattan, las mujeres que trabajaban en el lugar debían vestir ropas escotadas y provocativas casi al grado de estar desnudas. Luisa miraba desconfiada al resto de las chicas que lucían sus esculturales y voluptuosos cuerpos, mientras ella intentaba introducir su pie en una enorme bota de material sintético negro que le llegaba a la rodilla, así cubriría parte de la piel que la minifalda le permitía mostrar.

Se puso de pie para inspeccionarse en el espejo, notando las enormes ojeras que se le marcaban por debajo de los penetrantes ojos cafés. Buscó en su cosmetiquera y trató de cubrirlas con algo de maquillaje sencillo.

—Sigues sin poder dormir, eh... —dijo Lía, una mujer con el cabello teñido de rojo y enormes arracadas que colgaban de las orejas.

—Solo necesito escribirlo y pasará —expresó en un susurro y los ojos puestos en el espejo.

—¡Mientes, Luisa! —emitió acercándose todavía más a su amiga—. Tus historias nunca paran.

La castaña arrugó la frente y volvió el rostro, observando el espacio en el que se encontraban. 

—Deja de llamarme así, sobre todo en este lugar.

—De acuerdo, Margaret —bufó con gracia mientras limpiaba el exceso de maquillaje alrededor de la boca. 

La puerta del vestidor se abrió de golpe, permitiendo percibir algo de los movimientos del bar que estaba al exterior del oscuro lugar.

—Oye, Magy... El jefe quiere verte ahora mismo, dice que hay un cliente en la mesa cinco preguntando por ti —interrumpió una enorme mujer afroamericana de imponente belleza.

—Yo no veo clientes, ese no es mi trabajo —agregó la delgada mujer, quien por el momento, utilizaba una peluca que simulaba un cabello corto y negro.

—Entonces díselo a Frank tú misma. Estoy cansada de que nos metas en problemas a todas —soltó la morena que la miró de los pies a la cabeza para luego salir del vestidor.

Luisa arrugó la nariz y rodó los ojos, después colocó labial rojo en sus labios y guardó sus cosas en una mochila.

—Deberías de ir a donde el cliente para saber lo que quiere —aconsejó la amiga.

—Lo que ese hombre quiere es que sea yo quien lo atienda esta noche y yo no soy bailarina. Mi trabajo aquí es atraer clientes de la calle hacia acá y eso es todo.

—Entonces no sabes dónde está el verdadero dinero, nena —comentó a la vez que pasaba un dedo por el contorno de los labios enderezando el labial pintado.

—Sabes... mejor olvídalo. Iré a ver qué demonios quiere Frank —espetó Luisa cansada de escuchar el consejo que tan comúnmente recibía por parte de Lía.

Salió del sucio vestidor para ser envuelta en el ensordecedor ruido provocado por la música que sonaba a altos decibeles, percibió el aroma a cigarrillo y a yerba que abundaba en la atmósfera del lúgubre antro que solo era iluminado por el movimiento de las luces del escenario donde una mujer con diminutas ropas bailaba.

La castaña avanzó hacia la barra para encontrarse con Frank, un hombre extravagante que usaba el cabello largo atado con una coleta por detrás, tenía un diente de oro y vestía un traje gris al estilo de los años ochenta.

—¡Demonios, Margaret! ¿Qué te pasó esta vez? —preguntó el hombre que masticaba una especie de goma. 

—¿Por qué? —cuestionó ella la incertudumbre plasmada en la cara. 

—¡Te ves horrible! —soltó igual que un ser despreciable que saca ventaja de las debilidades humanas —Se supone que eres mi hermosa latina candente con curvas y en vez de ello estás flaca, ojerosa y cada vez más gruñona.

—Déjame en paz, Frank —replicó Luisa en un intento por ignorarlo.

—¿Estás enferma o algo así? —cuestiono casi en el oído de su empleada—. ¿Morirás?

—¿Qué?... No, solamente no me pagas lo suficiente para comer mejor —agregó ella confabulada con la idea de hacer reclamos. 

Sin duda, ese no era trabajo de Luisa; no obstante, le estaba dado lo suficiente para comer y rentar un departamento con Lía. 

—Te he dicho miles de veces que ganas lo que produces y tú ya no me has traído suficientes clientes.

—Porque tus clientes son unos idiotas que solo quieren cogerme —gruñó con los brazos entrelazados. 

—Entonces deberías aprovechar. —Se acercó la Luisa, la giró de una para que quedara frente al público y señaló hacia la izquierda de la castaña—. Empieza con el tipo de la mesa cinco, me ha preguntado por ti más de dos veces.

Frank rio con alevosía, tenía tiempo intentando hacer que Luisa bailara en su escenario. 

—¡No, olvídalo! ¡No iré! —gritó soltándose del agarre de Frank. 

—¡Demonios, mujer! Ganaríamos miles contigo bailando y haciendo favores.

—Mejor párale a tu juego Frank y despídeme de tu cliente. Yo me iré a trabajar —espetó ella para dar ancadas lejos de este.

—¡Oye, tú no me estás entendiendo! —gritó el hombre para detener los pasos de Luisa—. Tú irás con el tipo de la mesa cinco, le vas a bailar y le darás lo que pida, ya que para eso estás aquí ¿comprendes? 

El estrepitoso sonido casi impide que Luisa escuchara las amenazas de Frank, los pensamientos se le revolucionaron casi tan rápido como su lengua, Luisa tenía claro que tenía una sola respuesta para quien la declaraba como propia. Algo que ella no estaba dispuesta a aceptar. Irguió su cuerpo y con las espantosas botas de charol se dirigió hacia el funesto hombre. 

—No, el que no comprende eres tú; yo no tengo por qué hacer lo que me pides imbécil —respondió la mujer apuntándole con el dedo y con los ojos anclados sobre el débil rostro de Frank.

Este masculló con la bocacerrada, quería tomarla de los cabellos y arrastrarla hacia la mesa cinco; noobstante, y para suerte de Luisa, había mucha gente en el antro aquella noche.

—¡Entonces lárgate maldita zorra! ¡No quiero volver a verte por aquí! —gritó empujándola hacia la salida. 

—¡No, Frank; no me volverás a ver por aquí idiota!

Ella se soltó, con la idea de caminar por sí misma, le dio la espalda y le mostró su dedo índice mientras atravesaba el lugar. 


01 de julio del 2020

Luisa y Gabriel llegaban a su departamento de Dallas luego de la cena que terminó siendo entorpecida por el cuestionario del reportero. La escritora se sacó las zapatillas blancas que lució ese día y retiró el saco sastre que formalizaba su atuendo, recorrió descalza el resto del espacio sintiéndose en la comodidad de su casa. Desde el otro lado del sitio, Gabriel permanecía estático, sin retirar la congraciada mirada de la hermosa mujer de rasgos latinos con la que estaba casado, después de todo, él no podía negar la seductora figura de Luisa y la profundidad de sus ojos en los que antes amó sumergirse.

Una sonrisa se le escapó e intentó ocultarla mientras fingía una leve tos. Enseguida sacó el celular de su bolsillo y analizó con cuidado las notas en las que aparecía el rostro de Luisa.  

—Bueno, creo que hemos tenido excelentes resultados después de hoy. Tus seguidores han comenzado a dar comentarios positivos sobre tu presentación en la librería —señaló Gabriel mostrándole las imágenes que aparecían en su teléfono.

El rostro de Luisa se iluminó al leer los afectuosos comentarios de los lectores que seguían su carrera sin condiciones. Dejó de lado el aparato y mantuvo el semblante provocado por sus admiradores. 

—Gracias por la ayuda, Gabriel —resolvió con los ojos cafés sobre el vaquero —Gracias por estar aquí, aunque no quieras; gracias por protegerme de ese reportero y gracias por todo lo que estás haciendo por mí. Sé que no he sido buena contigo antes o ahora y, aun así, estás contribuyendo a rescatar una carrera que ni siquiera recuerdo.

—No te preocupes por eso, ya la recordarás —respondió, olvidándose de todo para enfocarse en ella.

—El médico nos dijo que no —susurró dejando que la rigidez del cuerpo terminara. 

—Yo sé que lo recordarás, por lo pronto debes seguir mis indicaciones y las del médico, tomarás tus pastillas y te irás a descansar —agregó mientras se dirigía a la cocina de dónde sacó una caja de medicamentos.

Luisa lo miró regresar hacia ella y de inmediato hiso un reflejo de niña chiqueada. 

—Gabriel, esas pastillas me hacen sentir mareada y con la mente nublada todo el tiempo, ni siquiera alcanzo a percibir lo que me rodea.

—Te estás acostumbrando, eso es todo. Anda tómatelas —dijo ofreciéndoselas junto con un vaso con agua.

Ella cogió las pastillas de la mano de él para ingerirlas sin remedio alguno. Luego de unos minutos de complicidad por parte de ambos, Luisa mantuvo la cabeza en el memorable evento que le mostró parte de su pasado, algo de la escritora y otro poco de la esposa. 

Era igual a un sueño, uno que parecía cada vez más lejano. Fue por ello que las abrumadoras preguntas resonaban en su mente, había tanto que no encajaba y que no comprendía, que casi podía ordenarlo en una infinita lista. 

—¿Por qué no me dijiste esta mañana que este es el vestido que usé para nuestra boda? —preguntó sin rodeos y señalando su ropa.

El vaquero se viró hacia ella sonriendo, omitiendo parte de su dolor. 

—No lo sé—. Encogió los hombros—. Luces muy hermosa y querpia recortarde así. 

—¿De verdad? —preguntó ella encontrándose con los luceros azules de su marido.

—Por más problemas que tengamos tú y yo, no dejarás de gustarme, Luisa. Siempre he creído que eres la mujer más sensual que he conocido —señaló Gabriel para tocar con suavidad el mentón de su esposa con la idea de plantarle un largo y apasionado beso en los labios.

Ella cerró los ojos y le correspondió, pues había tenido la necesidad de besarlo desde el día que se le presentó en el hospital como su marido. Su piel comenzó a erizarse tras sentir la respiración agitada del texano, el beso no podría detenerse y ninguno de los dos lo deseaba.

Gabriel deslizó la mano hacia la espalda de Luisa y de a poco bajó el cierre que le mantenía el vestido en su lugar.

—¡Espera! —interrumpió la mujer tomando las manos de Gabriel para frenarlo—. La cicatriz que me ha quedado es grande.

—También mis deseos por ti —declaró el vaquero siendo presa de aquello que lo consumía por dentro.

Había pasado tiempo imaginándola a su lado, anhelando el suave tacto de su piel canela, la discreta sonrisa y ese característico aroma del Shampoo de su Luisa. Cada arrolladora noche que pasaba alejado de ella, contemplaba las razones para impedirse a sí mismo seguir suplicando, sin duda alguna, se decía enamorado y no correspondido.

Finalmente, el vestido blanco que Gabriel tanto disfrutaba ver en su mujer terminó por caer al suelo para mostrar la delicada figura desnuda de la castaña. Entre caricias y besos, los segundos se volvieron minutos y la pareja terminó en la cama de la habitación haciendo el amor, sintiendo sus palpitantes cuerpos como hacía tiempo no los percibían. Para Luisa se sentía como la primera vez que se le entregaba al texano, para Gabriel era como si no existieran dificultades en el espacio o tiempo de su matrimonio. 

Se entregaron uno al otro, sin miedos o recelos, aun cuando las desavenencias conyugales entre ellos eran claras y notables de la puerta para adentro. Está vez, el espectáculo montado por la famosa pareja, continuó hasta los adentros del departamento que protegía su intimidad.

La mañana siguiente, ambos despertaron desnudos sobre la cama que esa noche compartieron como marido y mujer, después de casi un año. Luisa observó con detenimiento el semblante relajado de Gabriel cuando dormía y una ligera sonrisa apareció en automático. Le parecía estúpido de su parte, crearse falsas ilusiones sobre una posible reconciliación, pues era pronto para pensar en ello; sin embargo, las añoranzas ya estaban ahí, despertaron con ella esa mañana y no se marcharían hasta que fueran rotas o correspondidas. 

Se le ocurrió la idea de preparar el desayuno y se vistió en silencio para evitar arruinar la sorpresa que planeó para el maravilloso hombre que la acompañaba. Para ella sería una manera más de agradecerle, todo el apoyo que estaba recibiendo de su parte. 

Salió de la habitación en completo silencio, y una vez estando en la cocina, notó que no podía parar de sonreír para sí misma, parecía una adolescente recién enamorada; era tonto para ella, pues era su esposo el hombre que la tenía entusiasmada. 

Su felicidad matutina fue interrumpida por el sonido de un teléfono vibrando sobre la barra de la cocina, era el de Gabriel. Ella recordó los problemas que había estado mencionando y pensó que lo mejor sería despertarlo, no sin antes checar la pantalla para asegurarse de que se tratara de algo importante.

En el móvil aparecían tres llamadas perdidas de la veterinaria que trabajaba para las Bugambilias: Mónica. Luisa intentó leer algo de las notificaciones que aparecían en la pantalla, pero fue imposible, el teléfono aparecía bloqueado. Estaba a punto de dejarlo de lado, cuando apareció Gabriel frente a ella con el torso desnudo.

—¿Pasa algo? —preguntó, mientras observaba el teléfono que Luisa tenía en sus manos.

—Mmm... no. Lo siento, sonó algunas veces y estaba a punto de llevártelo —respondió ella intentando robar un beso de los labios de su esposo sin éxito alguno, ya que Gabriel se dio media vuelta con el celular en la mano para después internarse en la habitación.

Luisa sintió extraño el momento, sobre todo después de lo que habían pasado juntos la noche anterior donde él parecía estar cambiando de opinión respecto al divorcio. Pasaron breves minutos para que Gabriel reapareciera ya preparado para salir del departamento. Tenía un semblante rígido y serio, uno que le hacía creer a Luisa que las cosas estaban mal en el rancho.

—¿Qué haces? —preguntó después de mirar a la castaña cocinando.

—Yo solo quería preparar el desayuno —respondió ella con titubeos en la voz.

—Lo siento, ya es tarde y tenemos que irnos —negó con la cabeza al tiempo que se colocaba un reloj sobre la muñeca—. Arréglate, porque primero pasaremos al banco.

Luisa miró de reojo el desayuno y soltó el aire que tenía retenido, tenía la esperanza de que las cosas mejoraran en la relación que desconocía. 

Enseguida se percató de la orden de Gabriel y arrugó la frente ante la duda. 

—¿Al banco de nuevo?

Este se volvió hacia ella, plantándosele justo de frente y colocó ambos brazos sobre los hombros de ella. 

—Sí, escucha; me han dicho que no podrás disponer de tu cuenta bancaria por tu condición mental, necesitaré que me autorices como albacea en lo que tus capacidades vuelven a la normalidad.

La escritora arqueó una ceja desconfiada por la idea.

—No entiendo, ¿no estoy facultada para firmar cheques?

—Lo siento, será mejor que lo hagamos así ¿de acuerdo? —dijo mientras depositaba un beso en los labios de su esposa.

—Gabriel, yo me siento bien y no creo que sea necesario que manejes mis cuentas —agregó con dudas.

—Será mejor que confíes en mí, Luisa. Espero que ya hayas tomado tus medicamentos.

La mujer negó con la cabeza y lo vio caminar hacia donde estaban las pastillas para que este se las entregara una vez más. Luisa las ingirió y de nuevo comenzó a sentir la nubosidad que le limitaban los pensamientos, era como si un casco le impidiera pensar con claridad, podía ver y escucharlo todo, pero la información parecía no ser concisa o exacta como si las palabras se mezclaran entre sí. Finalmente, el pulso acelerado se controló y la respiración también lo hizo para que Luisa cumpliera con exactitud, lo que Gabriel le pedía sin fuerzas para objetar.

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