Treinta ~~> Carrera de caballos
Había caminado bordeando la orilla del río durante tantas horas para al final descubrir una verdad que Ezna no estaba lista para conocer. Aún mantenía las lágrimas en sus ojos, o como mínimo, a punto de salir de ellos, pero no podía permitirse derrumbar ante nadie más, y mucho menos frente a Lucifer o cualquier otro demonio al que se enfrentara, no les daría tal satisfacción. Pero a quien se encontró cuando el haz de luz la dejó en el Tártaro no era ningún demonio, sino la persona que menos esperaba encontrarse ahí.
Ambas se quedaron mirando a la otra, incrédulas y sin entender qué estaba pasando, aunque Ezna ya sabía que no era nada bueno si a quien se tenía que enfrentar era Asmodeus, pues si ese era el caso dudaba mucho que le pidiera trabajar a Ágatha ese día, no tenía sentido. Pero allí estaban, una frente a la otra, sin saber muy bien qué decirse o cómo reaccionar. Lucifer las esperaba a las dos en la entrada al edificio, con esa enorme sonrisa que le caracterizaba, y golpeando el suelo con el bastón, a la que esperaba que empezaran a hablarse. Se estaba impacientando.
- ¿Cómo te ha ido en el hotel? - Es la primera pregunta que se cruza entre ellas dos.
- Mal - Dice Ezna, aunque se corrige más pronto que tarde. - Bien. Quiero decir, bien por una cosa y mal por otra.
- Ah - Y ahí termina esa parte de la conversación, así que los nervios que carcomen a Ágatha hacen que sea ella la que haga la pregunta, a pesar de que Ezna suele ser la más impaciente de las dos. - ¿Qué hacéis vosotros dos aquí?
- ¡Ah, estaba deseando que alguna me metiera en la charla! - Exclama Lucifer, moviéndose justo entre ambas amigas y ocasionando una expresión de disgusto por parte de Ezna. - Veréis, Asmodeus no es alguien que suela apostar demasiado, ¡y aunque le tenía entre mis garras, a mí me gusta divertirme! Así que, había pensado, ¿por qué no lo jugamos a una apuesta de caballos? - Su maníaca risa llenó el ambiente de intranquilidad, y el rostro de Ágatha se tornó en una expresión de terror al comprender que ellas eran los caballos.
- Esto no estaba en nuestro acuerdo - Menciona Ezna, enfurecida y plantándole cara al poseedor de su alma. En ese momento, los ojos de Lucifer se colorearon de rojo brillante y torció su rostro unos 90 grados; una cadena dorada se formó en sus manos y con una rapidez envidiable rodeó el cuello de la chica para, en menos de un instante, atraerla hacia él con brusquedad, haciendo que tropezara y cayera al suelo.
Levantó la cabeza, no el cuerpo, y aunque temblara no era de miedo sino de dolor. La herida del pecho le estaba costando horrores, casi le hizo desmayarse en el hotel y casi le hacía desmayarse ahora, deseaba que todo acabara cuanto antes para poder descansar un poco y esperar a que la herida cicatrizara, pero todavía le quedaba sufrimiento para ello.
- ¿De qué acuerdo hablas, querida? Te recuerdo que tu alma me pertenece, ¡todo lo que te rodea por ende es de mi propiedad! - Soltó una débil pero aterradora carcajada a la vez que empezaba a tirar del collar, haciéndola gritar del dolor que ello le causaba. - Y creo que he sido demasiado bueno contigo hasta ahora, ¡ya va siendo hora de que asumas que en este tablero de ajedrez eres la reina, pero yo soy el que juega y el que decide cuándo sacrificarla! ¿Lo entiendes ya?
Dolorida, Ezna asintió con la cabeza y Ágatha, impotente, apartaba la vista para no tener que ver cómo su mejor amiga se enfrentaba a dicho dolor. ''Se lo había avisado'' pensó para sí misma, ''sabía que tarde o temprano pasaría algo como esto, y no me hizo caso''. En cuanto la correa dorada abandonó el cuello de la chica ludópata, Ágatha fue corriendo a abrazarla y sujetarla entre sus brazos para que no se cayera a causa del dolor de la herida del pecho o las marcas del cuello ocasionadas por Lucifer.
- Así me gusta - La sonrisa del demonio volvía a torcerse de oreja a oreja, y con un solo golpe de bastón indicó la marcha al interior del Tártaro, y ninguna de las dos pudo abstenerse a seguirle lentamente y atemorizadas por los oscuros y largos pasillos llenos de Cadáveres que llevaban a la puerta de la sala secreta que Ezna todavía no había visto.
''Esto no va a salir nada bien'' pensaba Ágatha, a la vez que Ezna rechazaba una llamada de teléfono de Sera.
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El humo del cigarro siempre le calmaba, pero esa noche todo iba a torcerse muchísimo, y los nervios le seguían comiendo por dentro. Debía mantenerse sereno, porque no quería que su mascota perdiera todo el respeto que le tenía, pero ver lo que vio y saber lo que venía ahora dejaban su mente completamente intranquila, por mucho que se repitiera a sí mismo que Ágatha iba a ganar. En cuanto ve a Lucifer entrar, Asmodeus apaga el cigarro y se aleja de la pared en la que estaba apoyado y se acerca a saludar a las dos chicas, pero sobre todo a Aggie, de quien dependía su vida.
Pero claro, ambas estaban más centradas en el enorme dispositivo que hay en el centro de la sala.
- ¿Qué cojones es esto y por qué yo no tenía constancia de su existencia? - Pregunta Ezna, seria como siempre pero notoriamente alarmada.
- Como he dicho, quien ve el tablero al completo es el que mueve las piezas, no la reina - La risa psicótica de Lucifer no deja indiferente a nadie, ni siquiera al propio Asmodeus, que hizo la misma pregunta al llegar a ese lugar y aún no tenía respuesta.
En el centro de la oscura y enorme sala yacía una torre de metal que constantemente emitía chispazos eléctricos, conectada por gruesos cables a exactamente seis sillas vacías y por otros más finos al techo, y por ahí seguiría. Eso era lo que Lucifer escondía en la sala secreta, pero lo que ninguno entendía era ni para qué servía ni para qué quería el alma de los otros 6 Demonios Capitales.
Tampoco iba a responder, pues dejó claro que no quería tenerlos cerca de la máquina cuando hizo un gesto con la mano mientras caminaba hacia una puerta cuyo interior era incluso más oscuro. Una ola de desconfianza chocó de lleno contra Ezna, a lo que su amiga respondió dándole la mano y apretándola. Tan concentrada estaba en todas las dudas sembradas en su cabeza que ni siquiera notó dicho roce.
- ¡Bueno, pues vamos a jugar a las carreras de caballos! - Su risa rebotó en toda la habitación a la vez que esta se iluminaba de rojo neón y dejaba ver dos soportes para pistolas a cada lado de la sala, las cuales, por supuesto, no estaban vacías, y seguramente los cargadores tampoco.
El corazón de Ezna empezó a latir como nunca antes, el de Ágatha tampoco se quedaría atrás si hace unos días no hubieran intentado matarla en mitad del campo. Todo les daba vueltas, ya podían imaginarse incluso cuál era el juego y cuál serían las apuestas.
- Por supuesto que yo le voy a confiar mi alma a mi mejor carta, ¡la única persona en esta sala que se mataría a sí misma si hiciera falta con tal de sentir la adrenalina de una apuesta! Ni se te ocurra decepcionarme, Ezna, ¡porque si de alguna forma sobrevives, tu alma lo pagará caro!
- Pues tampoco me das muchas más opciones por las cuales apostar... - Se queja Asmodeus, quien vuelve a encenderse un cigarro y llevárselo a la boca para empezar a exhalar humo. - Aggie, si ganas esta apuesta, te deberé mi vida, y te prometo que haré que la tuya sea mucho mejor, pero hagas lo que hagas, ni se te ocurra perder.
- ¡Y para evitar que perdáis a propósito guiadas por vuestro odio a nosotros, también os estaréis jugando la vida vosotras! - Justo lo que ambas temían y estaban empezando a imaginarse, en esa apuesta no estaban en juego solo las almas de Lucifer y Asmodeus, ni siquiera estaban en juego las suyas propias, sino sus vidas. ''Para eso son las jodidas pistolas'' se cruzó por la mente de Ezna, y había acertado de pleno.
Les explicaron las reglas, y eran bastante simples, sobre todo comparadas a la complejidad de la última apuesta que jugó la chica. Cada una se colocaría al lado de uno de los soportes para pistolas, pero no cogerían el arma más cercana, sino que correrían hacia la del lado contrario. Y una vez llegaran, lo único que debían hacer era cogerla y disparar a su rival. Básicamente, una carrera de caballos, en la que un segundo de duda de una de ellas marcaría la muerte de la otra.
''No puedo hacer esto, no puedo acabar con la única persona que me queda, no puedo, no puedo'' era lo único que yacían en los pensamientos de Ágatha. Tal era la presión que sentía que, mientras Lucifer explicaba las normas, agarró un par de antidepresivos de su bolsillo y se los llevó a la boca. ''¡Por qué no funcionan, mierda!'', sintió cómo la cabeza le daba vueltas y los colores del cuarto cambiaban de rojo a morado y de morado a azul y vuelta a empezar, en un ritmo constante que duró unos segundos que se le hicieron eternos.
- ¿Qué pasa si nos negamos? - Se atrevió a preguntar Ezna, cuyo brazo intentaba ocultar para no demostrar debilidad, ya que este estaba empezando a temblar.
- ¿De verdad quieres saberlo? - Lucifer respondió con otra pregunta, a la que provocaba en su mano derecha una llamarada de fuego y sus ojos, acompañados del estiramiento de su sonrisa, se tornaban de un color aún más rojizo y anaranjado de lo que ya eran de normal. Ezna tragó saliva, no tenían salida alguna, era matar o morir.
Ni siquiera les dieron tiempo para hablar, se notaba que los demonios tenían prisa, sobre todo Asmodeus, que buscaba acabar con sus nervios cuanto antes, por lo que solo se pudieron compartir un triste apretón de manos, que significaba para ellas un último abrazo lleno de las lágrimas que contenían; un ''buena suerte'' en susurro por parte de Ágatha, que a su vez significaba una despedida; y un ''no te contengas'' de parte de Ezna, que indicaba que ella tampoco lo haría. Eso, en parte, le sacó una sonrisa a su amiga, que ya sabía perfectamente qué hacer.
Y así, las dos amigas se colocaron en posición, Ezna en el lado derecho de la habitación y Ágatha en el izquierdo, mientras Asmodeus y Lucifer observaban apartados y detrás de un cristal que les protegería de cualquier intento de rebelión de las chicas. Mientras uno sonreía, como si ya supiera cuál sería el resultado de esa apuesta, el otro se separaba la camisa del cuello debido a las gotas de sudor que caían por este. Tampoco es que las chicas no estuvieran nerviosas, les faltaba poco para tirarse al suelo y empezar a llorar por toda esa angustia que sentían.
Entonces, se escuchó el pitido que daba lugar al juego, y en menos de 5 segundos pasaron demasiadas cosas:
Ezna partió con ventaja, ya que su tiempo de reacción era casi milimétrico, pero la herida de su pecho empezó a dolerle de sobremanera, de modo que cuando llegó a la pistola de la otra esquina, ya tenía la mira de Ágatha en su espalda.
Se giró tan rápido como pudo y apuntó a su amiga, se quedaron mirando la una a la otra durante poco menos de un segundo, que se hizo como varias horas para ellas y Asmodeus. Un segundo en el que recordaron todas esas noches de fiesta inolvidables que compartían, o los momentos en los que molestaban a Sera y Xenon acerca de su futura casi segura relación. Fue el segundo más largo de toda esta historia, un segundo en el que una de ellas se mostró vulnerable, dejó caer lágrimas de sus ojos y bajó la pistola, al recordar que esto era lo que deseaba.
- Nunca llores por un alma rota.
Y la otra no vaciló, disparó a su amiga y, cuando la bala atravesó la piel de Ágatha, Ezna se mantuvo detrás de la pistola, con la boca semiabierta y su brillo violeta más luminoso que nunca, acompañado de las gotas de agua de su rostro.
|~~Continuará en la tercera parte: La Irrealidad~~|
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