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wild.

004/salvaje.

Miedo.

Miedo recorrió cada milímetro de mi ser. El pomo de la puerta principal se movió, creía que él había llegado antes de trabajar. Pero no era así.

—Hola, rizitos de oro.

Abrí los ojos sobresaltada. No sabía dónde estaba, tampoco qué estaba soñando. La cabeza me dolía, una presión en mis sienes no me dejaba pensar. Recordé mis gritos, aún me dolía la garganta si intentaba pronunciar palabra.

Carraspeé sentandome muy lentamente. La habitación en la que estaba era color beige, acogedora. Alfombra, cama de matrimonio, una pequeña estantería y hasta un frigorífico. Abrí la boca sin creerlo, eso era alucinante. Quería ir a ver que había dentro, tenía un hambre voraz, pero un silbido interrumpió mis intenciones.

—Pequeño cerdito, pequeño cerdito, ¿me dejas entrar? —Canturreó al otro lado de la puerta—.

Rodó los ojos y me levanto para comer algo. Cuando abro la nevera él también abre la puerta, dentro de este electrodoméstico hay cosas que jamás pensé que volvería a ver; pepinillos, refrescos, leche, tomate frito para cocinar, huevos... No tengo idea de donde han sacado esto, quizá es robado, no me importa.

Muerdo una de las manzanas verdes, agarro el brick de leche y, casi, me lo bebo entero. Sus pisadas delatan que está detrás de mí, observandome. Me giro para verle, me atraganto con la leche.

—¿Que coño hace mi bate en tus manos? —Pronuncio con énfasis.

Sonríe, mostrando unos dientes blancos, se sienta en el sillón, un poco alejado de mí y yo cierro la nevera. Tengo que acostumbrarme a decir palabrotas, desde que nació Savannah aprendí a censurarme.

—Oh, ¿dices esta hermosura? —La balancea en sus asquerosas manos

—Dámela —Extiendo el brazo—, ahora.

Vuelve a sonreír. Como odio esa puta sonrisa.

—¡Vamos, mírate! —Se levanta de golpe, cuanta bipolaridad— Eres un puto animal salvaje en cuanto te encierran.

Se acerca esos pocos pasos que quedaban de distancia entre nosotros en un intento de intimidarme, y no lo consigue. Sigo erguida en mi posición, mirándole a los ojos.

—¿Y esta fiera quiere una arma en sus manos? —Susurra en mi oído

Un escalofrío recorre mi espalda, huelo la sangre que desprende el bate, lo habrá utilizado contra alguien vivo porque la sangre de caminante huele mucho peor.

—¿Como sabes que no tengo otras armas? —Le sigo el juego, susurrandole también

Suelta una risa ahogada cerca de mi oído, me incómoda. ¿Me habrá cambiado él de ropa? Sacudo la cabeza apartando esa idea.

—¿Como te llamas? —Se separa de mí, poniendo el bate en su hombro

—Lucille.

Lucille —Me sonríe de nuevo, relamiendo sus labios—. Soy Negan, el hombre al que escupiste ayer.

He pasado un día entero durmiendo, lo necesitaba.

—¿Que coño es este lugar? —Pregunto andando hacia la cama para sentarme de nuevo

—Oh, una dama no debería decir tantas malas palabras.

—¿Y con que dama estás hablando, viejo? —Me siento sobre las finas sábanas amarillas— Responde mi pregunta.

—Me agradas. —Me apunta con el arma— ¡Y este es el mejor bate que he visto en mi puta vida! ¿De donde lo has sacado?

—Mi padre—Respondo entre dientes

Sonríe admirando mi bate una vez más, la sangre en sus púas lo hace ver incluso artístico. Mancha su chaqueta de cuero con el líquido rojizo que desprende.

—¿Que coño, es este sitio? —Repito la pregunta algo enfadada, odio cuando me ignoran.

—Tu salvación.

Suelto un bufido.

—¿Y de que me habéis salvado si se puede saber?

—De la soledad.

—Temer a la soledad es tan estúpido como un ciego que teme a la oscuridad. —Le suelto— Dime de una jodida vez, ¿porque estoy aquí?

Me levanto desafiante, mirándolo a los ojos. Hace un pequeño silencio.

—Has matado a dos de mis hombres y le has partido el labio a Simon. —Pone un tono más serio en su entonación— No te vas a ir así como así de aquí. Debes pagar la deuda.

No lo voy a negar, sus palabras me dan miedo, pero no lo demuestro.

—¿Que deuda?

—Pagarás por sus vidas con la tuya.

Trago saliva.

—¿Me vas a matar? —Digo sin titubear, preparada para el final.

–¿Y perderme a una mercenaria como tú? No cariño, no voy a matarte.

No me llames así, él me llamaba así.

—Entonces, ¿que quieres?

Sonríe, esto le divierte.

—A ti —Da un paso hacia mí—. Tus manos, tu mente, tu cuerpo, tu espíritu.

Frunzo el ceño sin entender. Parece que lo entiende y vuelve a hablar.

—Aquí puedes escoger, tienes dos opciones. —Carraspea la garganta sin dejar de mirarme— Eres una de mis esposas o te quedas aquí limpiando, vigilando y procurando que todo está en orden.

—A estas alturas y aún hay gente que siente que tiene el control —Suelto una carcajada—. No voy a ser tu puta muñeca.

Corto el pequeño espacio que nos separa y alzo la cabeza para mirarle a la cara. Desprende un olor agradable, fragancia de hombre y sangre, ¿también tenían colonia por aquí?

—Nunca pongas tu puta cara tan cerca de mí a no ser que quieras follar. —Pronuncia lentamente, imaginandose como sería. Al cabo de unos segundos se aparta, esperando mi respuesta.

—Si tengo que pagar la deuda, y no me vas a matar, ¿porque debería escoger esas opciones? Podría escapar cuando nadie mirase, matarte mientras duermes o partir la cabeza a alguien de aquí con mi bate.

Sonríe.

—Ahora has conocido todo esto, que has conocido a un grupo, que tienes un lugar donde cobijarte... No te irás tan fácilmente. No puedes, cariño.

Mierda, tiene razón. En estos momentos Savannah estará corriendo hacia Alejandría, el campamento que abandonamos hace un año porque Diana no quería a las hermanas salvajes, pero tantos años solas en el apocalipsis pasan factura a cualquiera. No tengo un lugar donde volver.

Ahora Negan me tiene atada de pies y manos, y no me he dado cuenta hasta ahora.

—Estoy esperando, salvaje. —Me mira apoyado en la pared.

De tanto pensar en las consecuencias me duele la cabeza. Solo sé que no puedo vivir toda la vida fuera, completamente sola, necesito un lugar.

—De acuerdo. Acepto.

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