dangerous.
002/peligrosa.
Las palabras que dije antes de venir aquí me las estaba tragando y sabían muy mal. Ningún caminante se acercó al supermercado, todos habían alcanzado a un caballo y se lo estaban comiendo tan tranquilamente.
—¡Te lo dije! —Exclamó por décimo cuarta vez Savannah—.
—Baja la voz. Lo sé, lo sé, me equivoqué.
Nos escabullimos por un minúsculo agujero en la parte trasera de la tienda, donde antes estaba puesta una tabla de madera mal colocada para tapar un agujero en el cristal de la puerta. Los cristales rotos me rasgaron la camiseta, maldije internamente. Cuando mi hermana puso un solo pie dentro del local corrió para ver que había en las estanterías. Yo resbalé con un papel de envoltorio transaparente y casi me caí al suelo, suerte que el mostrador estaba cerca y pude agarrarme a el.
—¡Galletas!
—Baja la voz. —Le repetí—. Y mira si están caducadas.
Abrió el envase de galletas y se metió dos directamente a la boca, algún día le pasará algo por ser tan impaciente. Hice sonido con el bate para ver si se acercaba alguno pero no, solamente estabamos ella y yo.
—Llena tu mochila. Deja de comer como una gorda y hazme caso.
—Es que... Está muy bueno —Habló con la boca llena—.
Me alertaron unas voces que venían hacia aquí. Arranqué las galletas de la mano de Savannah y la empujé hacia mi, quedando cubiertas por una de las estanterías. Sin equivocarme dos hombres, sin armas, entraron al local.
—Quedate aquí —Susurré—.
Clavé un pequeño cuchillo de bota en la nuca del primer hombre que vi. Lo dejé caer despacio para que no hiciera ruido al caer y fui, lentamente, hacia el último. Pero no se movía de los estantes justo delante de mí, así que tiré una lata para llamar su atención.
—¿Has oído eso, Joseph? —Preguntó asustado—. ¿Joseph?
Dio unos pasos atrás, encontrándose conmigo. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra deslicé el cuchillo en su yugular, manchandome, un poco, la ropa de sangre. El asco y el remordimiento me dieron arcadas, solo eran dos hambrientos como nosotras. Pero ahora estaban muertos.
Nunca me acostumbraré a esto.
—¿Estás bien? —Preguntó Savannah saliendo de la habitación—.
—Sí, no te...
Coches. El sonido de coches me alertó de nuevo. Tiré de la chaqueta de mi hermana para ocultarnos detrás de la estantería de nuevo.
—¿Que pasa? —Tapé su boca para que no llamase la atención—.
Oímos disparos, debieron de haber matado a los pocos caminantes que estaban comiendo el caballo. El murmullo de voces de hombre cada vez estaba más cerca. Mierda, eran un grupo.
—Vamos nenas, necesitamos medicinas. —Ordenó una voz desconocida—.
Apreté más el agarre en la boca de mi hermana, cerré los ojos mientras oía sus pasos en toda la tienda. Se despliegan para buscar, no parece un grupo grande.
—Mirad a estos. —Dio una patada al cuerpo inerte—.
—Los caminantes no son lo único que debes temer.
Se oyó el filo de cuchillo enterrarse en la cabeza de uno.
Asfixiantes minutos pasaron, llenos de desesperación y tensión. Pero por suerte ya se iban.
—Mm... —Murmuró Savannah entre mis dedos. Quería coger su revólver que está a unos pasos de nosotras—.
Pero, sin resultado, dio una patada a la misma lata con la que distraje a Joseph. Atrayendo la atención de todos. Volví a agarrarla y taparle la boca, ahora venían al final de la tienda.
—La hostia. —Agarró el arma con curiosidad—.
Estábamos justo a su izquierda, si giraba la cabeza ya nos veía. Podía sentir la adrenalina fluir, hacía mucho tiempo que no la sentía.
—¿¡Quienes sois vo...!?
No terminó de gritar porque con el cuchillo le rajé la yugular de un golpe limpio, igual que al anterior, ya que con este cuchillo pequeño no se podían hacer heridas graves.
—Cierra los ojos. —Susurré a Savannah—.
Ella obedeció, se tapó las orejas y cerró los ojos fuertemente. Esta vez se habían dado cuenta todos. Los dos hombres, uno más corpulento y el otro más alto, venían por mi. Pensé rápidamente en un plan, miré la estantería a mi izquierda y, como pude, la tiré encima del más gordo.
—¡Me las vas a pagar pequeña pu...!
Me acerqué a él para patearle la cara, me ensucié las botas ante la acción. Una patada tras otra hasta que su cara no fue más que sangre y piel hinchada.
Puta. No me llames así.
Unos brazos me envolvieron por la espalda y me levantaron del suelo. Aprovechando mi altura di una vuelta por encima de su hombro y lo agarré a él del cuello. Un agarre débil por mi parte, se deshizo fácilmente, tirándome de espaldas al suelo. Rápidamente me incorporé, apoyándome en la única estantería en pie, lanzando la comida. Pasé la muñeca por mi labio inferior, sangre, un hilo de sangre bajaba por mi barbilla hasta pequeñas gotas que mancharon el suelo de madera. Escupí saliva y la sangre acumulada dentro de la boca, nos miramos cara a cara, como en las películas, no le tenía miedo.
—¡Lucille! —Me llamó Savannah. Tiró mi bate cerca, lo agarré con una mano—.
—Pero si tenemos a otra por aquí...
—Cierra los ojos. —Avisé por última vez—.
En el lapso de tiempo en el que se distrajo con Savannah golpeé su mejilla con el puño cerrado, donde más dolía, en la mandíbula.
—¿¡Que coño te pasa, pequeña puta?!
Estampé la frente contra su barbilla y hundí la rodilla en su estómago. Cogí aire cansada, el pecho me subía y bajaba rápidamente. Vino a por mi con los brazos abiertos. Gran error. Bateé sus manos, arrancandole algún dedo. Grita, un grito desgarrador y agudo. Se arrodilló frente a mí y se miró, horrorizado, las manos.
—Eeny —Lo señalé con el bate—. Meeny, miny...
Me miró suplicante, esos ojos marrones que nunca olvidaré, empapado en sudor por el dolor que debía sentir.. Pero no sentí nada. Sobrevive como puedas, este mundo viene a por ti. Aseguré que Savannah tiene los ojos cerrados y volví la vista hacia él.
—...moe.
—¡No¡ ¡No, por favor! ¡Piedad! —Se cubrió el rostro con los brazos—.
Sin contestarle golpeé su cabeza, un golpe seco, en la parte derecha de la cara. Cayó al suelo perdiendo el conocimiento. Lo rematé golpeando una y otra, y otra vez su cráneo. Manché de sangre mi rostro, asqueroso.
Me levanto aun con la respiración agitada. Mi hermana sale de detrás del mostrador y mira horrorizada mi rostro.Solo una palabra se repite en mi mente.
Puta.
Puta.
Puta.
—Los has matado... —Susurró—.
—Se lo merecían. —Digo cansada— Joder, debo hacer más deporte. Ah, y te lo dije. Vámonos antes de que lleguen más problemas.
Frunce el ceño enfadada, mirandome, detrás de esas pestañas, con sus ojos grises. Me acerco a ella para irnos de una vez.Me miró como si fuera un monstruo.
—Los has matado... —Repitió—. ¡Solo buscaban medicinas y comida! ¡Y tu los has matado!
—Savannah, tu no sabes si...
—¡A por ella! —Gritó alguien abriendo la puerta principal de par a par—.
Savannah reacciona rápido y se escondió donde estaba, yo quería saltar por el hueco de la puerta pero dispararon a mis pies.
—Agarradla. —Entraron en la tienda como quince tíos armados, ¿Cuántos son en este maldito grupo?—.
Vinieron dos hacia mi. Sabía de sobra que no podía contra ellos y qué si empezaba una pelea ninguna de las dos saldría con vida. Me rendí ante su agarre, soltando mi bate con púas. Miré a la derecha, Savannah me estába mirando con lágrimas silenciosas bajando por sus mejillas.
—Ve a Alexandria. —Gesticulé todo lo bien que pude—.
Si una cosa sabía bien es que donde me iban a llevar era mucho peor que andar por aquí solo. Negó con la cabeza, tapando su boca con la mano para no sollozar.
—Ve. —Susurré con énfasis—. Ahora.
El silbido de un hombre hizo callar a los demás.
Entró por la puerta un hombre alto, más viejo que los otros, con una corta barba creciente. Y como no, una sonrisa de oreja a oreja.
—Hola, preciosa.
Gracias por no dirigirte a mi como puta—pensé. Se acercó a mi intentando intimidarme, pero no bajé la cabeza en ningún momento.
—Te has cargado a cuatro de mis hombres tu solita. —Pronunció lentamente—. Mirate, cubierta de sangre y sin bajar la mirada.
Se relame los labios y sonrió divertido.
—Eres una puta reina roja.
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