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breathe.

001/ respira


Anduvimos sin rumbo por meses. En la mochila solo me quedaban dos botellas de agua y un revólver con dos balas, la última vez que comimos aún hacía frío.

—Tengo hambre. —Se quejó Savannah pateando una rama caída—.

—Ya lo has dicho mil veces, cállate. Quejarte no va a darte comida.

—Andar en círculos por el bosque tampoco.

—¡No estamos andando en círculo! —Exclame agotada—.

—He visto esa raíz levantada cinco veces ya. —Tiró su mochila al suelo y se sentó, apoyándose en un roble—. Estoy cansada.

—Faltarán tres horas más o menos para la noche. —La imité y dejé la mochila encima de la suya— ¿Que te parece dormir aquí?

—Me da igual, solo quiero cerrar los ojos. —Me responde cerrando los ojos—.

Ojalá pudiera yo, pero debo protegerte. Tener una hermana de menor en una vida normal ya te molesta, pero imagínate tenerla en el Apocalipsis.

Me agaché para rebuscar en su mochila, donde estaba el martillo y la tienda de campaña. Mi pelo rubio cayó en cascada y me tapó la mitad de la cara. Escondí el mechón de pelo detrás de la oreja y saqué todo para poner la casa improvisada. Normalmente dormíamos en alto para evitar sustos, pero después de matar a un grupo de tres hombres aprendimos que llamábamos demasiado la atención.

Una vez montada la tienda acomodé unas hierbas que nos servirían como almohadas. El calor de primavera era insoportable en Georgia, el tejano algo desgastado se apega a mi piel por el sudor y la camiseta de tirantes parecía un jersey de lana, como odiaba el calor. Al volver la vista al árbol donde estaba sentada Savannah me doy cuenta de que ha desaparecido, suspiré pesadamente, imaginándome donde estaba.

Me alejé unas zancadas del campamento improvisado, parando en un árbol doble que vimos antes. Me las apañé para poder llegar a lo alto de su frondosa copa, aún no estaba tan vieja, me sentéen una de las ramas más altas, al lado de ella.

—¿Te acuerdas cuando papá nos enseñaba puntería? —Susurró mirando la luna menguante—.

—Por supuesto. —También me perdí en la iluminos luna en lo bajo del firmamento—.

Un largo silencio se hizo de golpe. Lágrimas silenciosas bajaron por sus mejillas rojas por el calor.

—Lo hecho de menos.

—Yo también. —Pasé un brazo encima de sus hombros para abrazarla y limpiarle las lágrimas de sus ojos grises—.

Nos quedamos así un rato, sin decir nada pero gritando en nuestro pensamiento lo mucho que echábamos de menos nuestra antigua vida.Esos pequeños momentos de reflexión, en los que te dabas cuenta que estabas matando monstruos que alguna vez fueron humanos y estabas en un mundo en dónde solo el más fuerte sobrevivía te destrozaban la mente, un poco más.

—Respira. —Dije cuando noté que se había quedado demasiado tiempo callada—. Mira la luna, alguien también la estará viendo.

—Sí. —Dijo en medio de una risa—. Los caminantes que aun conserven los ojos.

Suelto una risa amarga.

—Te has hecho daño. —Señaló mi dedo corazón, éste tenía una fina línea de sangre. Me había levantado un poco la uña al intentar subir—.

—No es nada. —Limpié la sangre con la camiseta sucia—.

—Te quiero, hermana. 

Lo sé.

—Se supone que debes responder "yo también" o "yo más".

—Te lo dije cuando saliste del hospital. —Sonreí recordando ese momento y la abracé más a mí—. Si cambia algo te lo haré saber.

—De acuerdo —Sonrió—.

Después de un tiempo mirando el firmamento decidimos ir a dormir. Pero durante la noche la temperatura descendiende drásticamente, la tienda a penas contenía nuestro calor corporal, y la ropa fina que llevamos encima no ayudaba en nada. Un vaho se formaba cuando respirabamos, al verla tiritar me quité la camisa y se la di.

—¡¿Te has vuelto loca?! Ponte eso ahora mismo. 

—Cállate y póntelo.

Aunque su mirada me decía que se sentía culpable por hacerme quitar la única prenda que cubría mis brazos desnudos aceptó la camisa. Nos volvimos a estirar encima de la almohada de hierbas que olían mejor que nosotras, se acercó a mí para entrar en calor.

El frío arrebataba contra mi cuerpo como si de mil dagas se tratase, mis músculos empezaban a tiritar solos, mi mandíbula tiritaba sin control. Pero la abracé contra mi pecho y me lucré de su calor corporal.

—Gracias. —Escuché antes de que el sueño se apoderase de mi razón—.

Abrí los ojos con dificultad, el sol atravesaba la fina tela verde de la tienda y rápidamente noté el calor de nuevo aplastarse contra mi cuerpo. Me rasqué la cabeza, todo mi pelo estaba enganchado a mi espalda y cara, asqueroso. No noté a Savannah a mi lado, supuse que estaría comiendo alguna planta.

Me até el pelo, rebelde y frondoso, como la copa del árbol de anoche, en una coleta alta. Sin pereza me incorporé y salí de la tienda de campaña. Pero no vi a mi hermana cerca. Me di cuenta de que mi mochila, donde estaba el arma, no estaba dentro de la tienda.

Si gritaba su nombre podrían venir caminantes, así que debía recoger esto e ir a buscarla, no estaría lejos, le daba miedo andar por ahí sin mí.

Meter la tienda de campaña en la mochila es más difícil que montarla. Con el ruido atraí a dos, cada vez huelen peor.  Agarré mi bate de béisbol con alambre y le parto la cabeza en dos al primero, un hombre que vestía un bonito traje armani antes de convertirse. ¿Para que sirve vestir de marca cara después de todo? El otro está más podrido, con un solo golpe le arranqué la cabeza.

—¡Lucille! —Gritaron mi nombre—.

—¿Se puede saber donde estabas?

—He visto un supermercado detrás de la carretera, está todo cerrado, puede que...

—Sabes que en la carretera hay una horda enorme. —La corté limpiando mi bate con un pañuelo blanco que poco a poco se tiñió de rojo—.

—¡Lucille! —Volvió a gritar mi nombre, esta vez de manera suplicante—. Es de día, podemos rodearlos, están más tontos por el día.

—Sé que tienes hambre, pero... —El sonido de mi estómago hizo parar mi explicación—. Tenemos hambre, pero no podemos...

—¡Tienes que arriesgarte en esta vida! ¿Crees que la comida va a venir sola hasta tu boca? —Habla rápido, tropezándose con las palabras—.

Tenía razón. Nos moríamos de hambre desde hacía días, pero aún con el hambre no dejaba de ser peligroso. La miré a los ojos para saber si estaría preparada para matar a más caminantes, ella me correspondió la mirada, como queriendo intimidarme. Sus ojos me recordaban a papá.

—Vale. —Puse el bate en mi hombro—. Pero solo porque tenemos muchísima hambre. Un solo índicio de peligro y nos vamos corriendo otra vez al bosque.

—Lo que tu digas.

Suspiré. Con siete años matar a tu madre con un cuchillo supongo que te hacía madurar antes de tiempo. La seguí sin rechistar, viendo mi mochila azul colgar en su espalda.

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