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Capítulo 30

...

-Que gusto saludarte Constantino. Han pasado siglos ¿No?- me cubrí la boca para que no salieran sollozos, ni mucho menos se escuchará mi respiración cortada. El hombre estaba a unos metros frente a mí, y unos pasos cerca del padre. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pie a cabeza. Sus ojos eran rojos, como el mismísima carbón encendido, sus cabellos eran negros azabache, era mucho más alto que yo y un poco más que Lucifer. Sus pasos resonaban en toda la biblioteca, seguros e intimidantes.

-No puedo decir lo mismo- contestó Constantino, calmadamente, noté que me miraba de reojo- ¿No deberías estar con Lucifer?- preguntó.

-Si, debería, pero estoy buscando algo que me interesa muchísimo- el hombre empezó a caminar por todo el lugar mirando cada cosa que veía. Mi corazón me estaba ensordeciendo, mantenía la mano en mi boca tratando de disminuir lo mucho que podía mi respiración, mi cuerpo temblaba y el armario me parecía cada vez más pequeño- Ya sabes, la chica esta, de la que mi hermano se "enamoro"- hizo comillas con los dedos- Sabes perfectamente que Luzbel ha tenido muchos caprichos y deseos carnales, todas han terminado igual, muertas- Ahogue un grito, mientras abría mis ojos de par en par. Mi corazón se descontroló aún más cuando él dirigió su mirada al armario y por un instante sus ojos se conectaron con lo míos. Camino hasta estar frente pero se distrajo viendo algo que estaba encima de mi, por un instante creí que abriría la puerta y me vería aquí.

-No creo que este sea el caso- contestó el padre mientras se sentaba en una silla- Tu hermano la ha salvado y no una, sino dos veces, si no estoy mal. Además, ni la conozco- concluyó.

-¡NO ME MIENTAS!- exclamó de repente, girándose de nuevo hacia él- Tú si la conoces, mi hermano te ha hablado de ella y Samshiel, la ha visto aquí una vez. Esa mortal es un peligro para todos nosotros. Yo mismo la mataré si es posible- mis ojos se llenaron de lágrimas, el miedo empezó a dominarme, me encogí más en mi lugar.

-No puedes matar a una humana, eso está prohibido.

-Yo soy la máxima autoridad de cónclave de ángeles, ¿En serio quieres ver cómo la asesinó?- el desprecio en sus palabras, hacían incrementar el miedo en mi sistema- Tu debes estar de nuestro lado, de MI lado. Mi padre habla contigo, deberías hacerlo entrar en razón, él es un demonio.

-Exactamente- Constantino se levantó de la silla y caminó hasta estar muy cerca del arcángel- Estoy con Dios, no contigo Miguel, tú sólo eres su sombra y si tu padre permitió que esto pasará tú no eres nadie para impedirlo. Lucifer se enamoró de la mortal y está dispuesto a todo por mantenerla a salvó y yo también, porque ella no pinta en nada en éste asunto. Así que... Lárgate de mi iglesia, sólo eres un egoísta marginado.

-Tú- lo señaló con el índice- Deberías elegir bien tu mando, para que después no te quejes. Tarde o temprano yo ganaré- Miguel le dió un bofetada en el rostro a Constantino y este cayó al suelo por el impacto. Solté un sollozo que no pude amortiguar del todo, el miedo se había apoderado por completo de mí y ahora, mi respiración estaba más acelerada de lo que quería. El padre seguía en el suelo, tratando de ponerse de pie, pero él se lo impidió poniendo el pie en su espalda- Después de que me deshaga de la mortal, me encargaré de ti, traidor- sin más se fue a paso rápido, cuando la puerta se cerró, yo salí corriendo del armario a ayudar a poner de pie a Constantino, algunas lágrimas se deslizaban por mi mejilla, apoye sus brazos en mis hombros y lo lleve hasta la silla para sentarlo, tenía su labio superior partido por la mitad.

-Es un psicópata- le dije, mi voz sonaba más partida de lo que pretendía.

-Annia- me tomo del rostro con sus manos y con los pulgares limpió los lágrimas- No te pasará nada. Lucifer no lo permitiría, sería capaz de ir ante el señor he inclinarse ante él si con eso te mantiene a salvo.

Pov's Lucifer.

-No es asunto tuyo Aradia- le dije mientras ponía en blanco los ojos.

-Claro que es asunto mío- contestó ella- El maldito traidor mando a apuñalarme y por la espalda, esto es personal- se cruzó de brazos esperando mi reacción.

-Aradia, no quiero que nadie salga herido, esto es una pelea entre Miguel y yo- ella se acercó a mí y me abrazó apoyando su cabeza en mi pecho.

-También es mi pelea. No sé qué haya pasado en el cielo cuando te expulsaron. Luz, pero yo siempre he estado contigo, tú eres mi hermano, no ellos- la abracé fuerte, hace muchísimos años no daba un abrazo, a excepción de Annia- te ayudaré a protegerla.

Nos separamos y nos introducimos en el auto, yo conducía y ella venía en el copiloto. No tenía miedo, al menos no por mí. Mi padre al crearnos nos había privado de muchas emociones, uno de ellos era el miedo, pero sí podía sentir dolor. Cosa que... Era peor que el miedo. Debía confesar que si sentía temor por Annia, si algo salía mal, si yo no ganaba en esta guerra que los arcángeles se empeñaban en hacerme, la única perjudicada sería ella, la perdería para siempre. Rafael había dicho que nos veríamos a las afueras de la ciudad, en un lugar desértico y era buena idea. Los ángeles y los arcángeles son inmortales, pero podían morir a manos de otro ser sobrenatural, demonio o ángel y si es herido por un arma divina o demoníaca, cualquiera de las dos opciones son dolorosas. No quería que esto pasara a mayores. El plan era el siguiente, en el mejor de los casos, hablar con San Miguel, convencerlo de que Annia no era un peligro para sus putos asuntos divinos, pedirle que la deje en paz y fuera de esta pelea he irnos lo más rápido posible. En el peor de los casos él se negaría, yo me irritaría, ambos nos enojaríamos, empezaríamos una pelea y ambos saldríamos lastimados, me exigiría volver al infierno y yo tendría que acceder para mantenerla a salvo y tendría que borrarle la memoria. Me pase la mano por el cabello frustrado, cada vez más nos acercamos a nuestro destino. Aradia me tomo de la mano, quizá había notado mi miedo a perderla, quizá ya sabía lo que se sentía ese sentimiento. Con Annia había experimentado muchas cosas nuevas, no sabía que podía enamorarme y lo hice, no sabía que podía sentir miedo y ahora lo tenía, no sabía que era dormir con alguien y por primera vez había dormido con ella entre mis brazos. Ella era mi primera vez, mi amor más bonito, mi destino. El lugar era una especie de acantilado, desde aquí se podría ver un hermoso paisaje natural. Vi a Rafael y Samshiel a lo lejos, aparque el auto y bajamos de él. Miguel no estaba por ningún lado, Aradia descendió conmigo y me regaló una sonrisa de aliento. Como si eso fuera a servir mucho. Caminamos juntos hasta llegar al frente de nuestros hermanos, la rabia empezó a invadir mi sistema al ver a Rafael, ese maldito había apuñalado a mi hermana y por la espalda, apreté los dientes y la puse detrás de mí. Jamás la volvería a tocar de eso estaba seguro.

-Saludos, hermano- habló Rafael, lo mate de pensamiento unas cuatro veces seguidas- Parece que te has recuperado muy pronto, hermana- miré de reojo a Aradia y ella le lanzaba dagas con los ojos, si las miradas mataran, él estaría muerto hace rato.

-Por suerte, mi hermano me encontró y me llevo a recuperarme en el infierno. No me iba a perder ver tú maldito y asqueroso rostro de nuevo. Infeliz traidor- contestó ella con todo el repudio posible.

-Si hablas de traidores, el único aquí es nuestro queridísimos hermano mayor- Dijo Samshiel, tuve que contenerme para no lanzarme encima de él, me había enterado hacía unos días, que él iba manejando el auto que atropelló a Annia a la salida del colegio hacía unas semanas.

-Tú no sabes nada. Así que cállate, Samshiel- contesté- Y tú. Rafael, atrévete a tocar a mi hermana delante de mí, hazlo, atrévete y te aseguro que será lo último que hagas y cuando haya acabado con tu vida me quedaré tus alas como trofeos- él se estremeció por un instante- ¿dónde mierda está Miguel?- les pregunté, estaba empezando a ponerme molesto. Un pequeño viento nos azotó a todos, miramos hacía el cielo y el susodicho se acercaba, aterrizó al frente nosotros mientras sus grandes alas se hacían notar dándonos un pequeño sopló, eran tan blancas como la nieve, casi que cegaban, medían un metro y medio y su potente fuerza podría derribar cuatro personas con el viento que estás producían. No me había percatado de cuánto lo detestaba hasta que lo tuve en frente de mi.

-Han llegado temprano- dijo al guardar sus alas. Ladee la cabeza, por supuesto que no llegue temprano, él fue quien tardó en llegar, puse los ojos en blanco- Hermana, pero gusto verte. ¿Cómo van nuestros actos de hechicería con los humanos?- quería quitarle esa sonrisa hipócrita de su rostro- Padre, está más que cabreado contigo por enseñarles el arte de la magia, han corrompido nuestra creación. Claro que no lo has hecho sola- dijo mirándome a mí.

-A lo que vinimos, hermano- lo interrumpí.

-Cierto, he decidido venir por que quiero que vuelvas al infierno, eso es todo- se encogió de hombros, como si fuera lo más sencillo del mundo. Por supuesto que no.

-Sabes que eso no pasará- conteste.

-Ya, pero no que queda de otra opción- dijo él.

-No me importa, no la dejaré. Escucha, Miguel, ella no representa un peligro para nadie. No debe pagar por nuestras peleas, ni siquiera tienes que hacerte cargo del Infierno, yo estoy haciendo ambas cosas, a mi déjame en paz y si tanto quieres tu propio reino, hazte cargo tú de él. 

-Tú sabes que si estoy aquí tratando de vuelvas al infierno es por que no me quiero hacer cargo de esa cloaca- Aradia rió.

-Si claro... Todos aquí sabemos que Luzbel, aunque está expulsado sigue siendo el favorito de padre. Tú siempre has querido lo que tiene él, hasta el infierno. Al menos luz, tiene su propio reino y es el rey las tinieblas, todo el mundo lo respeta y lo venera. ¿Y tú, Miguel? Sólo eres la sombra de Dios, uno más de sus muchos hijos y hasta con decirte que prefiere más a los humanos que a ti. Lucifer, por más que lo quieras cambiar, siempre será el Omega, el primer arcángel de la creación y el hijo favorito de Dios- intervino ella. Pude notar como mi hermano se le encendían las mejillas de la rabia que tenía en ese mismo instante- Padre te privó de sentir amor por alguien que no fuera él o nuestros hermanos, ahora deseas lo que él a logrado aquí con la mortal. Tú quieres que alguien te ame como Luzbel ama Annia y como Annia lo ama a él. Pero a tí nunca nadie podrá quererte, ni tú podrás querer a nadie, porque eres un maldito egoísta dictador, igual que él- concluyó mi hermana señalando a los cielos, refiriéndose a Dios. Miguel quiso acercarse a ella, pero yo me interpuse en su camino.

-No podrás protegerla siempre- dijo Miguel, estábamos muy cerca, la tensión se sentía en el ambiente- Jamás, escúchame bien, jamás podrás quedarte con ella, nunca lograras que te ame. Eres un demonio y no podrás nunca cambiar tú naturaleza, eres malo, disfrutas del dolor ajeno y tarde o temprano ella se dará cuenta. Se marchará con alguien de su clase, que pueda amarla sin miedo hacerle daño. Destruyes todo lo que tocas, matas a todo aquel que cree en ti. Ya tú verás si quieres cargar con eso en la poca consciencia que tienes- dió media vuelta y extendió sus alas- Ya sabes que tienen que hacer- le dijo a mis hermanos. Él empezó a volar.

Mis hermanos se quedaron mirándonos, mientras nosotros mirábamos como se alejaba Miguel. Rafael y Samshiel sacaron al descubierto una dagas divinas, cada uno tenía una en cada mano. Rafael lanzó las dos primeras. Aradia abrió mucho los ojos y de inmediato sacó sus grandes alas a la vista, se puso delante de mí y nos cubrió con ellas, me puse en cuclillas para protegerme mientras ella me miraba, estaba de espaldas a ellos. Sus ojos se pusieron verdes, mientras miraba por encima de su hombros, movió sus dedos haciendo salir un magnetismo verde de ellos. Las raíces de los árboles salieron de la tierra y se enrollaron en los brazos y piernas de nuestros hermanos. Se hizo a un lado para dejarme ver mejor, los mire con todo el odio retenido, me estaba conteniendo mucho. Aradia era la bruja más poderosa del mundo, se acerco a Rafael y le dio un puñetazo en el rostro. Ella me tomo de los hombros y con un fuerte impulso de sus alas empezó a volar conmigo, poco a poco nos fuimos alejando de allí. Todo se veía más pequeño desde arriba, todo parecía tan normal, pero no, nada era normal, resumiendo lo de hoy, en otras palabras, Miguel me había declarado la guerra y no sabía cómo tomarlo. Las alas de mi hermana no eran negras, como las de los ángeles caídos, eran color café, como las de las águilas. No entendía por qué las suyas se habían vuelto de ese color, quizá por que ella nunca fue expulsada del cielo, sino que salió por decisión propia. Se cree que Aradia fue quien le enseñó a los humanos la magia, siendo ella la ascendencia de la brujas después de esto. En la época de la santa inquisición las habían quemado a la gran mayoría, aunque en la actualidad si habían descendencia de aquellas que no habían logrado quemar. 

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