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Capítulo 29

...

Desperté poco a poco por la luz que se colaba entre las ventanas, solté un suspiro y fruncí el ceño, sentía que no había dormido nada y eso me ponía de mal humor, oficialmente ya no era estudiante, así que ahora podría dormir cuanto quisiese. Me incorpore y recosté mi espalda contra el respaldo de la cama, tenía dolor de cabeza así que masaje mi sien tratado de que así disminuyera un poco el martilleo en mi cráneo. Me había quedado casi hasta las sienta de la mañana admirando como mi acompañante dormir, luego, me había quedado dormida miré el reloj digital eran las 11:30 de la mañana. Lucifer entró a la habitación con la misma ropa de la noche anterior pero su cuerpo y cabello estaban mojados, me sonrió y se sentó a mi lado, olía a mi jabón de baño y no pude evitar sonreír. Sus ojos azulados relucía aún más de lo normal y tenía una hermosa sonrisa en el rostro. Aún así, su presencia no disminuía mi mal humor por lo poco que dormir, o, quizá sí había dormido, pero yo sentía que no era así. Él entendió mi semblante, soltó un pequeña risa y se levantó caminando hacia afuera de la habitación, fruncí el ceño, lo escuché hacer algo en la cocina y unos minutos después, regresó a mí, con una taza de café en un pequeño platicó. Me la extendió y la tome de mala gana, bebiendo un pequeño sorbo, el néctar agridulce bajo por mi garganta, quemándola un poco, pero haciéndome sentir un poco mejor, lo miré y embocé una sonrisa, él volvió a sentarse a mi lado. Mientras esperaba a que alguna palabra saliera de mi boca.

-Buenos días, bella durmiente- dijo él, burlón- Parece que no dormiste bien- agregó.

-No- dije negando, con la cabeza- Creo que dormí muy poco.

-¿Ronco?- preguntó, reí negando de nuevo.

-No, sólo que... No pude dormir- me encogí de hombros, tomando de nuevo un poco de café- ¿Te bañaste?- pregunté.

-Espero no te haya molestado- negué por tercera vez, el me volvió a sonreír- Quisiera que te quedarás durmiendo todo el día, pero necesito que te bañes y te cambies.

-¿Por qué?- pregunté.

-Quiero llevarte a un lugar donde se que estarás segura- me explicó- Vamos, anda perezosa- puse los ojos en blanco- No me pongas los ojos en blanco, señorita, eso es de mala educación- me regaño.

-Lucifer, ¿qué pasa?- volví a preguntar preocupada. Soltó un suspiro.

-No te lo había dicho por que no quería preocuparte, pero... Miguel mandó un mensaje con mi hermano Rafael, dijo que era el segundo ultimátum y que bajará hoy a la tierra. Yo sé que te buscará, por eso te llevaré a un lugar seguro- un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y un miedo horrible invadió mi cuerpo- Vendré en media hora por ti, iré a cambiarme. Ferno se quedará contigo y vigilará que nadie entré, él es capaz de percibir presencias divinas, estas en buenas manos- asentí, aunque la verdad no quería quedarme sola, se acercó a mí y me dió un tierno beso en la frente- Yo jamás dejaría que te hicieran daño. Annia, para mí eres más preciada que un ángel.

...

Me quedé pensativa, mi manos temblaban y después de la revelación de Lucifer no pude quedarme tranquila. Ya pasaron más o menos cuarenta minutos después de que se fue y simplemente no me quedaba tranquila, había miraron varias veces por la ventana y ví el auto en el que había venido Ferno estacionado afuera, al menos me quedaba el consuelo de que él me estaba vigilando. Si soy sincera el hecho de imaginarme a los arcángeles cerca de mí, me aterraba grandemente, al punto de volverme paranoica. Me había bañado y puesto un jeans gastados, azul oscuro y una blusa de encaje violeta y me había dejado el cabello suelto. No había hablado en toda la mañana con mi mejor amiga y ya era más de medio día, salí de apartamento, fui a su puerta y toque con dos suaves golpes, pero nadie abrió, volví a insistir y seguía sin abrir, supuse que quizá habría dormido en casa de su padre. La luz en el techo titiló y el aire disminuyó tanto que me hizo dar un escalofríos. Por un momento dudé en entrar de nuevo a mi apartamento, trague saliva pesadamente, mientras mis manos temblaban. "Annia" escuché mi nombre, pero era un susurró demasiado apagado, como si llegará con el viento. Miré por el borde de la baranda hacia abajo, no veía a nadie, levanté mi cabeza se escuchaban pasos subiendo las escaleras de metal en forma de caracol. "Annia" de nuevo el mi nombre, empecé a subir los escalones guiada por los pasos que escuchaba y la voz susurrante, mi respiración empezó a ser más pausada, por cada paso que daba. Arriba el último piso, más una pequeña terraza que casi nadie usaba, excepto para extender la ropa mojada. No lograba pensar con claridad, tampoco salían palabras de mi boca, sólo podía escuchar mi respiración. En ese preciso momento, fue cuando caí en cuenta de lo que realmente estaba ocurriendo, alguien, no sé quién, estaba tratando de guiarme algún lado del edificio. Presa por el pánico di media vuelta para empezar a correr escaleras abajo. Me sobresalte, llevando una mano a mi pecho, algunas lágrimas quisieron salir. Realmente tenía mucho miedo como para pensar con claridad.

-Lu... Lucifer- Pronuncie su nombre en un gemido.

-Annia, estas... Estas muy pálida, ¿Qué pasa, adónde ibas?- preguntó, tomándome de los hombros- ¿Te encuentras bien?- volvió a preguntar preocupado.

-Aquí había alguien, no sé quién, pero me estaba llamando por mi nombre, era un susurró muy inaudible- le expliqué, me abrazó fuertemente.

-Tranquila, ya pasó. Todo estará bien, vámonos.

Bajamos juntos las escaleras, miré por última vez hacia atrás, de nuevo mi nombre de una forma susurrada, ello me hizo dar otro escalofrío. Todo era tan confuso, estaba mareada, sentía grandes ganas de vomitar, mi estómago estaba revuelto, me mantuve muy pegada a Lucifer, no quería apartarme de él, el sentimiento de protección que él me producía no me lo generaba nadie más. Llegamos a la salida del edificio, el calor del medio día me recibió fuertemente. Tenía un mal presentimiento en mi pecho, no podía estar tranquila, al menos no del todo. El auto estaba frente a mí y de adentro salió Ferno, le saludé con un ademán de manos ya que no quería hablar. Lucifer me tomo de la mano y me hizo subir al copiloto, cruzó algunas palabras con su sirviente y entró al conductor, poniendo en marcha el auto. Ahora que lo veía mejor, estaba cambiado de ropa, traía unos jeans gastados negros y una camisa de color blanco, traía las mangas hasta los codos. Ahora, olía a su perfume masculino. Entre los dos había mucho silencio, pero no incómodo, más bien era agradable, él estaba muy concentrado manejando y yo estaba concentrada en regular mis pensamientos. Las calles y las personas pasaban a gran velocidad, mientras él tomaba la interestatal 36 hasta el centro de la ciudad. Necesitaba calmarme a mí misma y convencerme de que todo estará bien, suponiendo, claro, que los arcángeles algún día nos dejarán en paz. Recosté mi cabeza contra la ventanilla, mientras veía por la ventana. No dejaba de preguntarme, ¿cómo seres de creación divina podrían llegar a ser tan perversos? quizá el malo nunca fue Lucifer, sino su dictador padre y sus hermanos. Solté un suspiro, volví dirigirle una mirada a mi acompañante, me sonrió de lado sin quitar los ojos del frente, su sonrisa me hizo sonreír a mí, estiró una de sus manos y tomó la mía entrelazando sus dedos con los míos. ¿Cómo alguien tan dulce y gentil, podría ser descrito de una forma tan grotesca por todo el mundo? Por años creí que el diablo era malo, despiadado, frío, calcular y tentador, pero él, con su dulzura infinita me demostró que estaba equivocada, que todos estábamos equivocados respecto a él.

Las nubes eran grisáceas, como si estuviera a punto de caer una tormenta. Nos detuvimos frente a una gran iglesia de piedra, fruncí el ceño, el lugar ya lo conocía, fue donde hice el trabajo para la clase de religión. Aquí, vivía el padre Constantino, dónde también ví a Samshiel. Me desabroche el cinturón de seguridad. Lucifer bajo del auto, lo rodeó y vino a mi para abrirme la puerta. Las puertas de madera eran de siete metros o más, tenía tallados de cruces en ella. Lucifer seguía aún en silencio y yo aún no entendía, por qué me había traído a éste lugar, el por que creía que aquí estaría segura. Me tomó de nuevo de las manos y entrelazo sus dedos con los míos. Lo mire confundida, él solo me sonrió y empezó a caminar hacia adentro conmigo, todo estaba como lo  recordaba, los pasillos, las estatuas, el silencio, la soledad, los velones que parecían no acabar y la poca luz que emanaba de ellos. Todo era realmente escalofriantes, trague saliva mientras seguía caminando junto él. Llegamos a una puerta la cual abrió y subimos unas escaleras de caracol, al final de estas un vestíbulo y nos adentramos a una oficina la cual también ya conocía, era la oficina del padre. Adentro, sentado del otro lado del escritorio se encontraba Constantino, tenía unas pequeñas gafas en sus ojos y revisaba unos papeles. Lucifer entró primero, luego lo hice yo y de inmediato la atención del tercer individuo recayó en mí. No entendía cómo ellos podrían conocerse y el porqué estábamos aquí. El hombre, como la última vez traía su túnica negra hasta los tobillos, con su cuello romano color blanco, se puso de pie y nos sonrió a ambos. Yo aún, no dejaba de pensar en qué carajos estaba ocurriendo en éste momento.

-Hola. Constantino- habló Lucifer- Yo creó que ya conoces a Annia.

-¡Por supuesto!- exclamó él- Es un placer volverla a ver, señorita Wilson.

-El placer es mío, padre Constantino- conteste, sin salir de mi sopresa.

-Constantino está enterado de quién soy, Annia- me explico Lucifer- Él ha sido mi confesor por siglos, también está enterado de lo que está sucediendo con mis hermanos, te quedarás aquí, es el único lugar donde estarás segura- asentí.

-No te preocupes, Lucifer, yo cuidaré de Annia, debes irte, vamos llegarás tarde- él asintió. Me dió un beso en la frente y se fue cerrado la puerta de la oficina, me quedé en silencio unos momentos- Desde el instante en el que te ví supe que eras tú- agregó después de un rato.

-Por eso cuando me confesé no dudo en creerme- agregué, el asintió. Camino hasta la puerta y la abrió, me hizo un ademán para que lo siguiera. Salimos al vestíbulo y abrimos otra puerta del lado izquierdo, adentro una biblioteca, con plataformas de escaleras para llegar hasta los últimos libros, que llegaban casi al techo. Habían también estanterías con estatuas de los ángeles, de Jesús. Bajamos tres escalones que llegaban a una pequeña sala con muebles de terciopelo rojo y una mesa de centro.

-Hay muchas cosas que no sabes aún. Annia, cosas que van más allá del poder humano. Son asuntos divinos- empezó a explicarme mientras tomaba una pila de libros en el suelo y los acomodaba en una estantería vacía.

-¿Asuntos cómo cuáles?- pregunté.

-Como los arcángeles- quizá él tenía razón- Como Lucifer- lo miré sin entender- Aunque, debo confesar que yo tampoco entiendo mucho de éste asunto.

-¿Los arcángeles siempre son así?- el negó- ¿Entonces porqué se comportan de este modo?- pregunté.

-Yo tampoco tengo idea, siguen órdenes de San Miguel- el seguía acomodando libros sin mirarme- Si Luzbel sale del infierno y no vuelve, este lugar se saldría de control y Dios tendría que mandar a alguien más a poner orden. ¿Adivina quién es el candidato más apto para tomar el lugar de Lucifer?.

-Miguel- susurré.

-Exacto.

-Pero... Son divinos, fueron creados a la semejanza de Dios, no debería ser así. 

-Tal vez Dios no es tan perfecto como creemos- Me quedé en silencio.

-¿Cuántos años tienes Constantino?.

-Más años de los que crees, Annia.

-Pero... ¿Qué quiso decir Lucifer cuando dijo que era su confesor?- Volví a preguntar

-Dios le impuso un castigo a su hijo, siempre que quisiese venir al mundo mortal tendría que confesarse cada cierto tiempo, si no lo hace, su dolor sería agónico.

-¿Por qué expulsaron a Lucifer? 

-¿No sabes la historia?.

-Si, pero ahora ya no sé en qué creer- contesté- Todo es tan confuso.

-Lucifer no te ha dicho la verdad ¿No?- negué.

-¿Qué verdad?.

-Lo siento, pero esto no me corresponde a mi contártelo- solté un suspiro frustrada, ¿de qué verdad estaba hablando?.

-Constantino- llamaron en el vestíbulo, el padre me miró aterrado y con su índice me indico total silencio. Me tomó del brazo y caminó conmigo hasta abrir suavemente un armario he indicarme entrará allí, él cerró la puerta dejándome adentro y en ese preciso momento se abrió la puerta de la biblioteca, tuve que taparme la boca con mi mano para no soltar un gemido. Me respiración de hizo pausada, mientras miraba por una pequeña rendija que había quedado en la puerta. Era un hombre realmente hermoso, de cabello negro azabache, de profundos e intimidantes ojos grises, trague saliva- Por fin te encuentro- agregó él.

-Miguel- habló el padre.

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