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─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ● V ɪ ᴠ ɪ ʀ

El corazón golpeó tan fuerte, arrancándome el aire y que todo dentro me empezara a sangrar. Sin más remedio, decidí que era prudente esperar. Me escondí entre las rocas de mayor tamaño, pero ni con el ruido de las olas, golpeando sobre las rocas, era suficiente como para evitar que yo escuchara aquellas respiraciones entrecortadas y besos.

Estaba tan incómoda donde me encontraba. Quería cambiar de postura, pero sabía que, en el intento, podía ser descubierta. La marea estaba subiendo y el ruido violento de las olas facilitó el que pudiera acomodarme sin hacer ruido. Pero, para mi desgracia, el morbo me traicionó al dejar caer la vista en aquella escena: ella besaba su cuello, descendiendo de a poco, pasando sus manos por todo su pecho, como si él fuera suyo. Descendió un poco más, llenando de saliva su vientre y tocando su entrepierna. Metió sus manos dentro del bañador de él y antes de acercar su boca a su centro, Diego la detuvo.

–Para. No me gusta –Le dijo, tomándola de la cabeza y obligándola a subir de nuevo. La beso con brusquedad y la animó a que le colocara un condón. Una vez que estuvo listo, intercambiaron lugares.

Tenía una vista parcial de las piernas desnudas de la rubia, abrazaba a Diego con ellas. Él la desnudó en un segundo, dejando sus senos expuestos. Podía ver como lucían sus labios al besar con intensidad y sus manos tocando su piel, tragué pesado, al mismo tiempo en que mi carne se erizaba. Dolía terriblemente, pero tampoco conseguía apartar la vista.

Diego pegó su cuerpo al de ella. Un gemido desgarrado se escapó de la chica y todos los que le siguieron, sonaron tan dramáticos que sentí vergüenza ajena por todo el ruido que ella hacía. De alguna manera, me sentí desconcentrada y conseguí ocultarme de nuevo. El corazón me latía desbocado y un ligero temblor acalorado se asentó en mi piel. El montón de sonidos que acompañaban a Diego al embestirla con fuerza y rapidez, me parecieron tan nuevos que fue sencillo que ellos absorbieran toda mi atención de nuevo, pues entre cada uno de ellos, el sonido de la respiración de Diego llegó a mis oídos, hasta que el último de ellos anunció que todo había terminado. De manera sincronizada, una corriente retorció mi columna, erizándome otra vez la piel, con brusquedad.

Sucedió todo tan rápido. Risitas y más besos vinieron detrás. Escuché como se acomodaban la ropa y me hundí tan rendida en el agua, pues de pronto, mantenerme en pie resultó tan insoportable. La escena se repetía en mi cabeza una y otra vez, arrancándome el aire y el alma. Había algo excitante en aquella imagen. Pero, al mismo tiempo, dolía como ser desmembrada en vida, de adentro hacia afuera.

Un dolor que no comprendí, comenzó a arder en alguna parte de mi cuerpo. Mi cerebro estaba tan desorientado y no conseguía saber de dónde provenía el dolor, hasta que me concentré lo suficiente como para identificar que era el corazón. Sin podérmelo creer, me miré, encontrando mi pecho enrojecido y que el dolor se había vuelto intolerante. Un segundo después, descubrí algo gelatinoso moviéndose al ritmo del agua. Una medusa.

Un grito ahogado me brotó de la tráquea, presa del pánico. Pero, de inmediato, una ola se escabulló hasta mi sitio, cubriéndome y revolcándome bajo de ella. Me estrelló contra la roca que tenía detrás, me golpeé en la cabeza y luego de sentir un millón de raspaduras en mi piel, conseguí salir a respirar. Me puse de pie como pude, sin saber cuál herida tocar para aliviar el dolor.

Cuando levanté la vista ellos ya estaban ahí, abriendo mucho los ojos. Podía escuchar a Diego preguntarme una y otra vez lo que estaba haciendo allí y lo que había ocurrido. Pero, había tragado un montón de litros de agua salada y con todo lo sucedido, me costó hablar.

–Una medusa –conseguí decir antes de que la tos me atacara.

–¡TIENES QUE ORINAR EN ELLA! – Le dijo la chica a Diego, con desesperación. Entonces, la tos se fue. Me le quedé mirando de la peor manera que encontré en mi sistema, y por primera vez en mi vida, deseé la muerte de alguien. Así que, ella obtiene lo mejor de Diego y ahora ¿Yo tenía que comerme su orina? Grandísima imbécil.

–¡NO ME TOQUES! –Le grité a Diego, una vez que hizo el intento por acercarse e inspeccionar la herida. NO. No después de haberla tocado a ella, y menos, de saber los lugares por donde habían pasado sus dedos exactamente.

Leila y los chicos ya se habían acercado. Ni siquiera di explicaciones, simplemente me limité a seguir caminando hacia las tumbonas, No podía ya pensar con tanto dolor. Pero, antes de conseguir llegar, un tirón me hizo girar. Era Diego, quien, sin titubear, posó la mano en mi pecho con un cubo grande de hielo. Se me quedó mirando. Mi pecho subía y bajaba, mirándolo. Frío, Calor... Calor... Con sus manos tibias, fueron derritiendo rápidamente el hielo mismo que dejaba su rastro helado escurriéndose entre mis pechos.

–¿Qué estabas haciendo allí metida? –preguntó, frunciendo el ceño. Yo tragué pesado y me encogí de hombros.

–¿Qué más? Nadando un rato –dije con seguridad, pues ya presentía que él quería indagar sobre si lo había descubierto–. Deja. Yo puedo sola –hablé, alejando su mano de mí. No estaba sirviendo de nada, salvo que doliera más y más.

Llegué hasta la tumbona y un amable mesero ya estaba allí con un remedio perfecto para la picadura. Luego de secarme con cuidado, me hice un ovillo y me quedé un momento hasta que el ardor fue disminuyendo. Entre tanto, fui consciente de las conversaciones y los manoseos que continuaron alrededor.

–¿Por qué no nos vamos de aquí? –Le escuché decir a la rubia, con voz cachonda. Prácticamente, estaba colgada del hombro de Diego y le babeaba la oreja.

–¿Qué no hay una fiesta más tarde? –Le contestó él, muy cerca del rostro.

–Podemos hacer la fiesta en tu habitación –dijo sobre su boca, restregándole las tetas. Él sonrió, besándola.

–Hmm... No. Lo siento. Estoy compartiendo la habitación.

–¿Con quién? –Frunció el ceño.

–Con ella –respondió, sintiendo que su mirada se dirigía a mí. Yo cerré los ojos, a modo de defensa. Lo último que quería es que descubriera que también escuchaba todo lo que hablaban.

–No tengo problema en compartir ¿Crees que ella tenga inconveniente? Puede unirse también –Insistió, besándole el cuello y tocando casi la entrepierna de Diego. A él se le atascó algo en la garganta.

Estaba harta de escucharlos y de verlos manoseándose. Así que, me levanté con decisión y me acerqué con las chicas, no sin antes ordenar un tequila doble. Quizá con eso el dolor desaparecía por completo. Luego de reírme y tontear por un rato, empecé a ser consciente de un millón de emociones haciéndose un nudo en mi pecho. El alcohol me había alterado de más el sistema, y encima, de hacerme olvidar, estaba volviéndome más sensible. Miré hacia Diego y a la rubia que no podían separarse uno del otro. Me entraron ganas de llorar. A la par, la sangre comenzó a burbujear como lava y fue entonces que decidí acercarme otra vez hasta la playa. No quería que alguien descubriera lo extraña que me sentía.

(♪) Mis pies tocaron las primeras olas de espuma y con aquella inconsciencia, entré de a poco en el mar, sumergiéndome en el lugar donde se rompían las olas. Nadé y nadé hasta agotarme. Más atrás de donde se formaban las olas, el mar me pareció más tranquilo; ondeando como metal pesado. El sol ya se había metido, dejando el cielo pintado de rojo, con nubes azul oscuro que contrastaban del lado opuesto, amenazando con derramar la tormenta. Queriendo que no quedara nada en mi sistema, me sumergí, dejando que la corriente me arrastrara hacia el fondo, ahogando todo lo que dolía. Ondas frías tocaron el interior de mi columna. Abrí los ojos y me giré lentamente al percibir la corriente, y por el rabillo del ojo, un destello azul ya me estaba dando la vuelta. Entonces, me volví, esperando la muerte.

Una serpiente gigante y luminosamente azul me miraba directo a la cara. No sabía si aún respiraba y si en realidad era esa la muerte. Inmediatamente, el miedo fue reemplazado por profundas ganas de llorar y de querer gritar lo que me sucedía. Extrañamente, me sentí tan conmovida por el animal mágico que tenía por enfrente, pues desde mi estadía en Yucatán, las serpientes dejaron de ser un problema «¿Qué debo hacer?» Le supliqué a sus ojos por una respuesta, sabiendo que mis lágrimas se quedaban en el agua. Las burbujas de mi respiración entrecortada, nadaron destrozadas.

Tan inconsciente como me sentía, deseé que aquella bestia pudiera darme todas las respuestas. Y así como lo imploré, el resto del cuerpo de la serpiente apareció a la vista, rodeándome, abrazándome, junto con aquel siseo que podría arrullar a todos los bebés del mundo. Los ojos estaban por vencerme, cuando pude ver la cabeza de la serpiente abalanzarse sobre mí, provocando un torbellino de burbujas plateadas sacudiendo mi cuerpo, mientras que, en mi cerebro desorientado, fue susurrada y ordenada la palabra «Vive».

Las olas del mar me escupieron hasta la orilla. Dejando un eco en mi cerebro de lo que había ordenado la serpiente, ¿Vive?, ¿Qué mierda fue eso? Quise saber, mientras luchaba contra la corriente que me hacía tropezar. Recordando todo aquello, comencé a reírme como una demente.

–¿PERO QUÉ DEMONIOS TE PASA? –gritó Diego, con molestia al acercarse a mí, sacándome de todo lo que estaba pensando dentro.

–Un poco de diversión –respondí a secas, todavía riéndome. Lo ignoré mientras caminaba por la orilla, salpicando demasiada agua con mis pies, pues al verlo allí, las imágenes de él y la rubia llegaron a mi cabeza, para molestarme nuevamente.

–Sophía, ¿Es que no mides lo que haces?, ¿estás loca? –Me regañó, deteniéndose en seco frente a mí.

–Diego, ¡Basta! –Alce la voz, por encima del ruido de las olas que, de pronto, eran mucho más violentas. El susurro de la serpiente llegó de nuevo a mi cabeza. Miré hacia la reciente oscuridad del mar, pudiendo ver un destello azul perderse entre las olas. Diego me sorprendió, tomándome rudamente por el rostro, con una de sus manos.

–¿Estás drogada? –preguntó. Estudiando mi rostro, sin dejar de apretar mis mejillas, haciéndome parecer un pez.

–Estoy disfrutando de mis vacaciones. Y no me toques –escupí, limpiándome donde habían estado sus manos. Él frunció el ceño, confundido–. Deja de cuidarme como a una puta niña. Ya tengo una madre y ni ella es tan molesta como tú. Solo déjalo ya –agregué, abandonándolo allí, en medio de la nada.

Mientras me dirigía a la habitación, pisando fuerte, un cuerpo llegó hasta mí, corriendo. Estaba por girarme y gritarle a Diego que me dejara en paz. Me volví de golpe, molesta y lista para escupir las palabras. Resultó ser la estúpida rubia. Lo que me faltaba. Pensé, poniendo los ojos en blanco mentalmente y lanzando fuego por los poros.

–¡Eh! Sola quería pedirte un favor. Diego dijo que compartían el cuarto ¿Crees que pudieras... Dejarnos la habitación? –demandó la muy descarada. Odié la manera en la que decía su nombre, como si fuera de su propiedad. Al obtener mi silencio, ella convenientemente dio por hecho que yo lo aceptaba, o más bien, era que me estaba avisando, pues de cualquier manera ella estaría ahí sí o sí. Se giró con una sonrisa cínica y volvió corriendo. No pude articular palabra, la rabia me estaba sobrepasando.

Llegué hasta la habitación, escupiendo espuma. Me quité la ropa mojada con demasiada ira y golpeando todo lo que mis manos se encontraban. Entré en la ducha y mientras cerraba los ojos para que no me entrara el jabón, el recuerdo de la respiración de Diego golpeó de nuevo, como un susurró directo entre mi cuello y mis oídos. Imágenes de ellos teniendo sexo en nuestra cama vinieron después. Abrí por completo el agua fría, esperando que calmara lo que desencadenaban mis pensamientos, y finalmente, entré a la habitación, anudando la bata. Pegué un grito al ver a Diego allí acostado.

–¿Por qué no avisas que estás aquí? Pude haber estado desnuda –hablé con molestia.

–Hmm... Entonces, habría sido un hombre muy afortunado –dijo, cerrando los ojos nuevamente. Yo puse los ojos en blanco. Lo último que necesitaba eran sus bromas.

–No era necesario que vinieras a apresurarme. Al menos ¿Me das oportunidad de cambiarme y sacar algunas cosas antes de que llegue tu novia a coger? –escupí sin más, notando que mis palabras sonaban agresivas, pero no podía controlarlas, estaba demasiado molesta; sabiendo que no debía. Así que, haciendo un poco de consciencia, me obligué a respirar, en un intento por calmarme. Pero, Diego ya había notado la rudeza con la que hablaba, frunció el ceño y me estudió profundamente. Acto seguido, una almohada aterrizó sobre mi cara.

–¿Qué es ese tono?, ¿huh?, ¿los masajes te cayeron mal? –Comenzó a escupir, poniéndose de pie y evitando que le regresara el golpe con la almohada. Necesitaba malditamente golpearlo y ahogarlo con ella, pero tenía tanta rabia que no pensaba muy bien y ni siquiera noté que él ya traía municiones y comenzó a atacarme.

–Como que- ¿Por qué?... Pues- para que- su alteza- real, -pueda- coger -con libertad –intenté decir, entre golpes. Diego estaba siendo demasiado hábil y yo ya me sentía colorada por la impotencia de descargar mi ira– ¿No es por lo que mandaste a la rubia a pedirme la habitación? –solté rápido, en un momento en que ambos intentamos esquivar los golpes del otro.

–Aquí nadie va a coger con nadie –Golpeó–. No cojo donde duermo– Pescó mi almohada, llevándome con ella y luego la soltó, haciéndome rebotar en la orilla de la cama y que cayera. El muy abusivo me atacó con ambas almohadas, casi sin dejarme respirar. ¡LO VOY A MATAR! Pensé con absoluta desesperación.

–¡DIEGO!... Para ... ¡Cuidado! ...DIEGO... Que traigo la bata –Gruñí.

–Pues quítatela –escupió, muy sonriente. Dándome un respiro, e inspeccionando descaradamente todos aquellos lugares que me quedaban expuestos. Efectivamente, llevaba la bata torcida, pero a la vez, me cubría de una manera estratégica, como para que él pudiera conseguir ver un poco más.

Estaba tiraba como una borracha. Tenía el cabello desordenado y mi cuerpo enrojecido, por el calor. Solté una risita y me reincorporé, mirándolo con total ganas de vengarme. Me acerqué lo más que pude a él y llevé mis dedos al nudo de la bata. Todos mis órganos se tropezaron en mi interior al ver cómo sus ojos me recorrían el cuerpo hasta aterrizar en lo que estaba haciendo.

Todo se consumió. Todo lo que había acumulado se deshizo al ver sus malditos ojos. Tragó saliva y abrió sus labios, hiperventilando. Yo comencé a sentir su respiración en toda mi piel ¡Maldita sea! Ninguno de los dos conseguimos movernos una vez que deshice el nudo. El peso de la tela volvió a protegerme. Y entonces, sonreí con toda la maldad posible.

–Caíste –susurré. Él se me quedó mirando, con sus ojos oscuros. Me abracé de nuevo a la tela e hice el nudo, sin dejar de mirarnos y de respirar el aire del otro. Una vez que terminé de anudar, hice el intento por retirarme, pero rápidamente Diego me tomó por el nudo y tiró, pegándome a él.

–¿Qué fue lo que estaba haciendo en las rocas? –Volvió a preguntar.

–¿Por qué insistes con eso? –Le dije, casi sin poder respirar. Estábamos demasiado cerca. Diego se me quedó mirando y supe que no iba a liberarme hasta que confesara–. Que quede claro que yo quería mantener en secreto tu disfunción eréctil –Me burlé–. ¿En serio? No duraste ni un minuto. Ahora entiendo por qué la chica pidió a gritos la habitación, seguramente tiene esperanzas de que aquello fue una equivocación y le gustas demasiado como para esperar a que salga un poquito mejor la próxima vez –Me reí. Él alzó una ceja–. ¡Ups!, ¿Toqué fibras sensibles? –Continué la burla–. Descuida. Tu secreto está a salvo conmigo. Pero, deberías revisarte. Es muy injusto que te hagas agrandar las bolas frente a la sociedad; sobre todo con las mujeres, cuando... Bueno, no hay mucho qué puedas ofrecerles.

–¿Celosa? –Yo me reí, tratando de fingir que no–. Mira...No puedes andar por allí juzgando lo que no has probado ¿Qué vas a saber tú de lo que dura alguien teniendo sexo? –Finalmente, respondió, muy cerca de mi boca.

–Soy virgen. No ignorante. Me gusta leer –susurré. Él sonrió con cierto aire cínico y me pareció que no me había creído.

–Qué extraño que no escuchaste sus gemidos –susurró esta vez en mi oído–. Más bien, creo que por eso pidió la habitación, porque quiere más –agregó. De pronto, yo ya no sabía respirar–. Por otro lado...–Volvió a mirarme–. Por qué mejor no averiguas lo que se siente estar conmigo y vemos cuánto puedes aguantar antes de que te deshagas. Total, ya vamos aventajados con la ropa. Tú vas desnuda aquí abajo, y yo, solo tengo que... Tirar de aquí –habló bajo, metiendo los dedos en el nudo, debilitándolo. Esta vez fui yo la que se quedó muda. Me limité a mirarlo y... Sí. A fantasear con la idea de aceptar su oferta. Lo que sería tocarlo entero, besarlo con total libertad. De sentirlo. De no pensar...–. ¿Por qué siempre piensas tanto? –Lo escuché decirme. Volví a donde estábamos y lo descubrí mirándome de manera distinta. Casi como si me lo pidiera, pues se había acercado demasiado. Y encima, parecía estar pidiendo mi autorización.

«Vive». Recordé el susurro de la serpiente. Entonces, me llené de algo que empujó mi pecho y me acerqué, rozando sus labios. Diego me recibió de inmediato. Liberó el aire por la nariz, sonando como un gemido y se me erizó la piel al escucharlo. Dejé que me sostuviera. Sentí la orilla de la cama en mis muslos, y enseguida, caímos en ella.

No podía creer lo que estaba sucediendo. Ahuyenté cualquier pensamiento y simplemente me concentré en él. Sus labios eran simplemente la cosa más exquisita. Se había apoderado por completo de mi boca y fue imposible no gemir cuando rozó mi lengua. Él volvió a gemir y mordió mis labios con suavidad, pero percibí algo más fuerte, como si entre sus dientes se hubiera llevado mi alma hasta la suya. Rozó una de mis rodillas con la punta de sus dedos y la dobló, para hacerse sitió entre mis piernas. Era demasiado hábil que rozaba el descaro. Su mano subió por mi muslo, colándose entre la tela, rozando la pelvis, y finalmente, se aferró a mi cintura.

Su boca ya se había mudado a mi cuello, me hizo gemir y allí gimió también como si le doliera. Aquel excitante sonido me llevó hasta las rocas, donde la había tocado a ella y había gemido en su oído. Me quedé como un troncó, y entonces, supe que no quería ese lugar. Yo estaba besando y tocando el rastro de ella. Yo no quería su cuerpo sucio de ella en mi cuerpo. Tampoco ser la segunda en su día. Y mucho menos, quería ser un helado más en su vida.

–¿Qué sucede? –susurró, mirándome a los ojos y haciéndome caricias, con sus dedos enterrados en mi cabello. No conseguí articular palabra. Así que, me limité a negar con la cabeza. Mi razón había entrado, pero mi cuerpo aún estaba quejándose por el deseo de tenerlo–. ¿No qué? –Volvió a hablar.

–No quiero ser alguien con quien solo coges –dije finalmente, empujándolo fuera y huyendo de la cama.

–¿Entonces qué quieres ser? –respondió rápido. Su voz me pareció extraña. No sabiendo si estaba afectada por la excitación o había algo más. Pero, aquello lo olvidé pronto cuando analicé lo que había dicho.

–Somos amigos, ¿Cierto? –pregunté, con esperanza de que él aún me considerara de esa manera. Pero, en su lugar, desvió la mirada cargada de algo que no me gustó. Entonces, la rabia se me escapó–. ¿Qué?, ¿es que no puedes tener amigas sin que quieras coger con todas?, ¿es por todo lo que sabes de mí y esperas el momento en meterte conmigo solo por ser amable?, ¿Es eso lo que esperas?, ¿Qué te pague lo que has hecho por mí? –dije tan rápido. Todo se había salido de control. Mi cuerpo estaba en completo estado de alerta, en colapso y no encontré nada a qué sostenerme, salvo de algo bueno que él pudiera decir para salvarnos de matar lo que teníamos.

–¿Por quién mierda me tomas? –escupió, frunciendo el ceño–. ¿Por un puto enfermo? –habló más fuerte, y entonces, odié verlo molesto–. Lo que acaba de pasar lo provocamos los dos, Sophía. No puedo creer que tengas tan poca confianza en mí como para ponerme en un concepto tan vil como en el que me estás pintando ahora. No soy un animal, pero tampoco estoy ciego, Sophía. Sé perfecto a la mujer que tengo enfrente. Y lo que hubiera o no pasado, no cambia el respeto que te tengo. No soy una puta piedra y estoy seguro de que tú tampoco. Así que, perdóname por confundir tus gemidos con tortura –soltó, levantándose. Se quedó a medio camino y me miró–. No tengo problema en enseñarte todo lo que quieras. Pero, si vas a usarme solo para eso, al menos avísame antes para no quedar como un puto cerdo –Finalizó. Caminó pisando fuerte y entró en el baño, azotando la puerta.

Luego de haberme quedado un largo rato sin respirar, continúe arreglándome para ir a la fiesta en la playa. No sabía cómo sentirme. Me debatía entre un gusano porque él tenía razón; me había portado tan mal con él. Y, por otro lado, yo estaba muy convencida que no quería, simplemente, acostarme con él por calentura. Yo lo quería y quería que él fuera capaz de sentir cuánto.

En algún lugar de mi sistema, presentí que la rubia llegaría en cualquier momento y no quería estar presente cuando eso sucediera. Tomé mi bolso, echando un último vistazo hacia Diego, quien ya estaba en el sillón, a medio vestir y frunciendo el ceño, muy pensativo. Inmediatamente, me sentí conmovida por su imagen, pero me volví, caminando directo a la puerta como si llevara piedras en los pies. La abrí, pero esta se cerró de golpe, con la mano de Diego apoyada a un costado de mi cabeza. Me giré lentamente, hasta tener su rostro tan cerca de nuevo. No. No otra vez. Supliqué. Me había costado detenerlo la primera vez y con lo sensible que me sentía, no sabía si iba a tener la fuerza para hacerlo una segunda vez.

–Yo... No quiero que estés enfadada conmigo. Lo siento muchísimo. En verdad me sobrepasé. No... No debí de hacer nada de lo que hice. No pretendía ofenderte... –Comenzó a decir, tan rápido–. Todo lo que he hecho es... Solamente, porque me gusta aportar algo bueno para tu vida. Es todo... Bueno, tampoco voy a negarte que disfruto de tu compañía y... –Agregó con una sonrisa débil, demostrándome una vez más que, definitivamente, él era mejor que yo; siempre dándome una lección.

–¡Shh! –Lo interrumpí cubriéndole la boca. No estaba molesta.

Yo también lo había provocado y lo que sucedió, simplemente, fue una consecuencia por querernos hacer los duros ante el otro y porque claramente, si no era sincera con él, algún día terminaríamos peor. Minutos antes habíamos rozado el fin y no lo quería, pero si íbamos a terminar, iba a luchar porque fuera de la mejor manera.

Él me miró, luciendo descompuesto. Viajó rápidamente entre mis ojos, como si implorara porque escupiera todo lo que pensaba en ese momento. Había tanto que decíamos con la mirada puesta en el otro. «Vive». Recordé de nuevo.

Sentí como la confesión me empujó los órganos, estrujándome, o como hierba rastrera que se extiende sin control, logrando drenar mi sangre y que lo último que quedaba de ella palpitó una última vez en mis oídos.

–Sí estoy celosa –susurré. Viendo como su rostro se escurría para darle lugar a la ternura–. Me gustas –confesé, al fin. 

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1: ( ) Deep End | Daughtry

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