
─ ─ ─ ─ ─ ●●● S ᴇ x ᴏ
S O P H Í A
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Me desperté con la boca seca, tenía demasiada sed y tal parecía que me estaban abriendo el cráneo con un taladro. Abrí los ojos, desconociendo de inmediato el lugar donde me encontraba. Algo caliente y pesado me apretaba contra la cama. Levanté un poco la cabeza, girándola para mirar hacia atrás. Estaba sobre mi barriga y lo que sea que tenía encima no permitía que me moviera en absoluto. Era Diego ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Enloquecí dentro de mi cabeza, repasando todo el día anterior: estaba sentada en la mesa de la universidad. Mi teléfono sonó como loco con mensajes de las chicas. Entré a un restaurante... los mariachis... Algunos tequilas... ¡Santiago Barone!... Besándose con una chica... Diego... Estuvimos hablando... ¿Y Después?... Un trago de... ¿Qué mierda fue eso?
Todo era como una cinta en blanco ¿Cómo demonios terminé en esta cama con... Él? Me pregunté. Lo siguiente fue que la carcajada de aquella chica llamada Sara llegó hasta mi cerebro, burlándose de mí. Había terminado justo como ella, por haberla juzgado. Karma. Ahora solo faltaba que Diego despertara para que, de una vez por todas, me corriera como a un perro; justo como ella dijo. Pero, el dolor de cabeza era intolerable que, incluso pensar dolía, respirar, dolía ¡Que alguien me ayude! Supliqué en mi cabeza. Nunca había tomado tanto.
Quejándome mentalmente, metí un brazo debajo de las sábanas, sintiendo la ropa que traía puesta. Mis ojos casi se salieron ¡ÉL ME QUITÓ LA ROPA! Enseguida, Diego suspiró y se giró, liberándome. Para mi buena suerte, seguía perdido. Levanté poco a poco la sábana, descubriendo que usaba ropa de él. Algo me sacudió dentro, y encima de disfrutar el llevar su ropa puesta, permití que el caos y las posibles consecuencias me arruinaran el momento. Comencé a removerme con sutileza hasta conseguir escurrirme de la cama, haciendo el menor ruido posible. Gateando en el suelo, busqué en todos los rincones alguna señal que indicara lo que habíamos hecho la noche anterior. Entonces, descubrí mi ropa doblada sobre una silla elegante, preciosa y azul que se lucía en la esquina de la habitación ¿La ropa se dobla de esa manera antes o después de tener sexo? Me pregunté. Imaginando que seguramente yo sería... o fui de las que hacen estupideces para evitar el momento incómodo, evadir o ganar tiempo, pero. Ni siquiera era capaz de doblar la ropa con tal perfección ¿Qué fue lo que sucedió?, ¡POR DIOS! Bramé en mi mente.
Busqué por la ropa de Diego. Nada. Fui hasta el baño y me quedé como piedra al ver la clase de baño que tenía frente a mí, tan digna del mismísimo Zeus ¿Cuánto iba a costarme la maldita noche allí? Pensé con histeria. Me distraje admirando todo que, olvidé la razón por la que había entrado. Revisé el bote de basura. Nada. No había condón o algo, ¿Y si no nos cuidamos?, ¡no lo recuerdo!, ¡maldición!, ¡me voy a embarazar!, ¡o... a coger una enfermedad! Solo Dios sabe con cuantas mujeres se ha metido Diego. Casi quería llorar al no creer mi estupidez y mi irresponsabilidad.
(♪) Histérica, regresé a la habitación. La cama parecía bastante ordenada y... ¡Dios santo! Se me fue el aire. Aquella cama con sábanas tan perfectamente blancas que deslumbraban, moldeaba exquisitamente la figura de Diego, haciéndolo lucir como si fuera una escultura del mismísimo Miguel Ángel. Su piel contrastaba sobre la blancura de las sábanas, pareciendo que se fundía con los rayos del sol que entraban por la ventana, labrando con luces y sombras, todos aquellos rincones de su espalda tan tremendamente majestuosa, como si dentro guardara sus alas doradas. Con mi imaginación espolvoreándose por todo su cuerpo, sonreí grabándomelo profundamente en la memoria. Tengo que recordar, tengo que recordar. Me dije, golpeándome la cabeza mentalmente. Necesitaba recordar haber pasado mis manos por todo eso, besarlo... Sentirlo.
Sacudiendo mis pensamientos descontrolados, volví hacia el baño y entré en la regadera, sintiendo vergüenza de que él pudiera oler mi peste a resaca. Giré torpemente todos los manerales, puesto que no me decidía si merecía un baño caliente o un baño de agua helada. Decidiéndome al final por el agua caliente, pude sentir como se disparaba hacia todos lados. Me entró agua en los ojos, en la boca y en los oídos, dándome mi merecido. Y una vez acostumbrada a las excentricidades de la regadera, tomé oficialmente el mejor y exquisito baño de toda mi vida. Sabiendo que no lo merecía, una desvergüenza se apoderó de mí, permitiéndome disfrutarlo y borrar mis preocupaciones por apenas unos pocos minutos.
Salí de la regadera, envuelta en una bata de lino blanca, y fui hasta la habitación a buscar mi ropa. Diego seguía fundido, pero esta vez, su abdomen estaba expuesto hasta... Tragué saliva al deslizar mis ojos más bajo de su ombligo. Venas sobresalientes decoraban su pelvis, perdiéndose debajo del borde de las sábanas ¡Dios santo! Me acerqué para no perderme detalle de él. Un rubor me cubrió desde la cabeza hasta el pecho, al ser consciente de... ese asunto con el que los hombres tenían que lidiar por las mañanas.
Quise reírme, pero fue más la extrañeza y el morbo que me causó el presenciar algo tan íntimo de un hombre y... Sí, también el hecho de haber estado con un hombre en la cama que, prácticamente, mi cuerpo estaba detectando la atmósfera entera y a él como un alienígena... o más bien, era yo el alíen cayendo por primera vez en el mundo de los hombres. Actuando como tal, hice ademán de tocar su piel, trazando todos los bordes y hendiduras por el aire. Allí, a unos escasos centímetros de él, su piel me delató, erizándose. Yo sonreí, totalmente incrédula ¿Se estaba haciendo el dormido? Me pregunté, pues no había manera de que su piel reaccionara de esa manera.
Me quedé paralizada y estudié su precioso rostro hasta asegurarme de que sí dormía. Fantaseé con sus labios que lucían tan seductores. Y divertida por contemplarlo a mi antojo, lo olvidé todo. Me acomodé en la silla y me dediqué a memorizarlo, con el deseo de tener ya un maldito papel en mis manos para así poder dibujarlo y detallar cada línea de él; si no podía tocarlo, de menos el lápiz ayudaría a drenar lo que sentía.
Después de lo que pareció una eternidad, Diego giró su cabeza, abriendo aquellos hermosos ojos de agua que me estudiaron cuidadosamente. Él sonrió como un dios y yo casi pude escuchar las campanas de los ángeles en mis oídos ¿Qué demonios me está haciendo?... ¿Qué demonios me hizo? Corregí.
–¡Buenos días! –dijo con una voz ronca, adorable y al mismo tiempo desquiciantemente sensual.
–Hola –contesté a penas. La idea de lo que había ocurrido entre él y yo comenzó a abrumarme de nuevo. Tenía tanta vergüenza que no entendí por qué siquiera me atreví a mirarlo a la cara.
–¿Cómo te sientes?
–Bien –¿Por qué me pregunta eso?, ¿querrá saber si me duele algo? Me pregunté. De inmediato y hasta entonces, se me ocurrió llevar mi total concentración hasta mi vagina. Nada me dolía y tampoco sentí nada distinto allá abajo ¿Qué demonios?
–¿Bien? –Alzó las cejas, con una pizca de burla... O ¿Era una sonrisa de satisfacción?
–Sí. No grites –escupí. La cabeza me estaba matando. Él sonrió, ¡Dios mío! ¿Por qué?, ¿por qué era tan hermoso? Grité en mi cabeza al ser tan consciente de su belleza, o es que estaba cachonda ¿Era eso algo normal después de haber tenido...? Volví a hacer contacto con todo mi cuerpo. Si nada dolía ¿Por qué mierda él continuaba mirándome con esos ojos de saber algo que yo no?
Se sentó en la cama, donde me imaginé a aquellas sábanas tan tristes por el abandono de su cuerpo y dejé que me recorriera el cuerpo con su mirada profunda y azul. «No. No hagas eso. No hagas eso». Le supliqué a sus ojos que provocaron un doloroso escalofrío por toda la piel. Frío... calor... calor... ¡Calor!
–¿Tienes hambre? –preguntó. Yo asentí como una niña a la que le habían cortado la lengua ¿De qué clase de hambre estará hablando? Me pregunté. Después, me golpeé mentalmente ¿Qué mierda estaba mal conmigo?, ¿por qué de pronto tenía pensamientos excesivamente cachondos?, ¿Me habrán drogado y aún no termina el efecto? Pensé.
–Bien. Me bañaré y después nos vamos a comer algo, ¿Vale? –Interrumpió mis pensamientos. Yo asentí en modo automático y me puse de pie con la intensión de salir y darle privacidad. Él tomó una almohada y con un adorable rubor se levantó, cubriéndose la entrepierna. Sin saber si mirar hacia otro lado o darle la espalda, nos estorbamos mutuamente hasta que él consiguió pasar. Una vez que se sintió seguro detrás de mí, lanzó la almohada a la cama. Hasta no verla allí, desolada sobre las sábanas, me pregunté si él había dormido desnudo. Entonces, quise morirme otra vez.
Salimos de la habitación, dirigiéndome hacia donde se suponía que estaba el ascensor.
–¿A dónde vas? –habló Diego, detrás de mí.
–¿No es por acá? –pregunté, sintiendo vergüenza de no recordar siquiera cómo mierda había llegado a ese lugar. Él negó con la cabeza y supe que estaba luchando por no reírse. Esperando en silencio el ascensor, unos tacones y voces se acercaron por el lado contrario. Cuando llegaron a nosotros, resultaron ser amigos de Diego. Estrecharon sus manos en un saludo, y mientras lo hacían, el chico miró hacia mí, descaradamente. Yo quise gritarle que qué miraba, pero iba acompañado y hacer mis tan usuales escenas rebeldes no era opción. Me sentía totalmente machacada, y ahora que estaba de pie, sentía que el cerebro en serio se me iba a salir por los ojos. Eché un vistazo a mi serpiente interna y me causó un poquito de gracia imaginarla con la panza hacia arriba, torcida y medio muerta. Ella me regaló una mirada asesina, dejándome claro que no se le veía contenta de habernos causado semejante intoxicación.
–Mi novia –El chico se hizo un lado para presentar a la mujer con la que iba. Ella recorrió a Diego con una mirada igualmente descarada y después me miró con desdén. Diego también me presentó, salvo que, tristemente, yo solamente era su amiga... O sabrá dios qué. Ellos me regalaron una sonrisa lamentable «Una más de la lista». Se pudo leer claramente en sus ojos. Sentí la mano tibia de Diego tocando mi espalda baja ¿Por qué de pronto me tocaba tanto? Casi me quise retorcer como un gusano bajo su toque. Me daban tantas cosquillas en esa parte de mi cuerpo que tuve también que ahogar la risa.
–Sophía. Un buen amigo y vecino –Presentó Diego. ¿Vecino?, ¡Huh! Sí que estamos jodidos coincidiendo en un hotel con su vecino. Saludé al chico con la mano y después a la chica.
Como si no fuera suficiente la incomodidad, entramos los cuatro juntos al ascensor. Pude notar que el chico penetraba el cerebro de Diego, intentando comunicarse con él, justo como los hombres lo hacían. Diego se limitó a mantener la mirada fija en la puerta, permitiéndome que los imaginara a los dos chocando sus palmas. Me regañé mentalmente, esperando a que el costoso elevador me llevara al infierno.
–¿Tuviste buena noche? –preguntó el chico, con una sonrisa de burla en su rostro.
–Estupenda –respondió Diego, muy sonriente. Claro, ¿Por qué no iba a sonreír, si el infeliz se había metido entre mis piernas? Detuve allí mis pensamientos. Si está contento, ¿Quiere decir que fue bueno? Me pregunté, forzándome a recordar. Nada vino a mí.
–Hace tiempo que no te veía ¿Cómo va todo?
–Ya sabes... Mucho trabajo –contestó Diego, y a continuación, hablaron de cuestiones laborales. Entre tanto, me dediqué a buscar en alguna parte el nombre del hotel, alguna oferta para putillas, o por lo menos, una promoción que incluyera una semana de Spa. Me pareció tan extraño que en ningún lado había publicidad, ni siquiera del desayuno... Ni en el baño de la habitación. Las toallas no estaban bordadas y no había jabones con membretes. En realidad, no había nada. Todo parecía vacío y había absoluta discreción por donde pasaba los ojos, siendo tan exageradamente limpio y libre de señales que indicaran de dónde mierda me encontraba.
Finalmente, nos despedimos de sus amigos, y una vez que salimos del hotel, me di cuenta dónde estábamos en realidad. Era el mismo centro comercial donde estaba la galería y el ANCORA. Eso no era un jodido hotel. Había dos torres, una pertenecía a oficinas y la otra era la mismísima torre de departamentos de donde habíamos salido. Era ahí donde él vivía. Sin saber cómo mierda sentirme, caminamos en silencio por toda la plaza hasta llegar a un lindo y caro restaurante. Allí, mi cartera comenzó a temblar dentro de mi bolso.
Como era costumbre, la chica de la entrada recibió a Diego con una sonrisa demasiado grande. Posteriormente, me recorrió con la mirada, torciendo la boca «¿Qué miras?» Solté a sus ojos. Su cuerpo pareció torpe y evitó mi mirada a toda costa, guiándonos a nuestra mesa. Diego saludó a más personas que disfrutaban sus almuerzos y a algunos meseros, hasta que uno que portaba el atuendo de chef se acercó a él.
–Dame un segundo –dijo Diego, muy cerca de mi oído, tocando nuevamente mi espalda baja. Sintiéndome momentáneamente feliz por sus gestos y hacerme fantasear con la idea de que así podríamos ser, lo esperé. Él se acercó al chef, se saludaron con un abrazo y hablaron un momento. Diego posó su mano en su hombro en señal de agradecimiento y enseguida regresó hasta mí para continuar nuestro camino hasta la mesa.
Diego recorrió la silla para que me sentara, atención que me pareció tremendamente gentil viniendo de él, pero ya comenzaba a conocerlo un poco mejor... o bastante, sorprendiéndome cada vez lo equivocada que estaba yo y el resto del mundo que hablaba de la mierda que era. Cuando se acomodó en su silla me miró con burla tal y como lo había estado haciendo toda la jodida mañana. Por supuesto, yo evité encontrarme con sus profundos ojos. Estaba muy ocupada en encontrar algo dentro de mi cerebro en blanco y aún no me decidía si quería alimentar lo que sea que nos habíamos construido en las últimas horas. Con el mejor de los pretextos, me distraje en leer minuciosamente el menú, tragando saliva por todo lo que se me antojaba e interrumpiéndome las ganas en cada uno por el precio tan elevado.
Ordenamos las bebidas y continué leyendo, buscando por lo que sea que fuera menos costoso. Me avergonzaba el que si él había cuidado mi trasero borracho, no tenía por qué pagar mi desayuno. Aunque... Si nos habíamos acostado, supongo que ya le había pagado por adelantado, pero en caso de que yo pagara mi desayuno, tenía que asegurarme de que este no arruinara mi economía de los siguientes días.
Estaba tratando de decidirme, cuando un brazo depositó algo al centro de la mesa, distrayéndome de mi difícil decisión. Moví la carta del menú para saber qué habían dejado, y una vez que lo hice me derretí, al mismo tiempo en que el aroma golpeó justo en mi corazón. Se trataba de una canasta con diferentes tipos de pan dulce que olían como la bienvenida al cielo. Me quedé pasmada un momento, para después mirar hacia Diego. Estaba estudiando mi reacción, riéndose en silencio.
–¡Dios! En serio debí de haberte grabado –dijo, entre risas. No había más que decir. Sabía que me enloquecía el pan, alegrándome el que no se olvidaba de las cosas que me gustaban–. Venga. Se va a enfriar si sigues pensando demasiado –Continuó sonriendo. Acerqué la mano para escoger una concha de chocolate, pudiendo sentir su calor en mis dedos. Babeé como un perro con rabia, solamente de anticipar el segundo en que el pan se deshiciera en mi boca. Y así lo hizo.
Disfruté de mi pan dulce hasta que no quedó una sola migaja. Le di un trago al café, que también sabía a gloria, y entonces, no hubo manera de huir de la mirada tan profunda de Diego. Dejé de respirar. Nos quedamos unos instantes mirándonos, sintiendo que mi pulso se desestabilizaba. Había tensión y tenía la ligera sospecha de que ninguno quería hablar de lo ocurrido. Aunque... a decir verdad, él parecía tan cómodo que era difícil saber lo que pasaba por su mente. Después de todo, esto era lo que debía de vivir cada que se llevaba a alguien a la cama. Me estudió otro par de segundos antes de comenzar a sonreír como un dios.
–Bien. Quita ya tu maldita sonrisa. Bastante tengo con la resaca –escupí, intentando hacerme la tonta, dándole otro sorbo al café y prolongando la muerte.
–No recuerdas nada, ¿No? –preguntó, entrecerrando los ojos, en un intento por descifrar si estaba fingiendo. Negué con la cabeza sin dejar de mirarlo, quedándonos callados un largo tiempo–. ¡Venga ya!, ¿En serio no quieres saber TODO lo que ocurrió anoche? –habló, sonriendo y provocándome mientras se tocaba los labios ¡Maldición! Tenía que recordar de una buena vez.
Por mi mente pasaron un montón de imágenes entre Diego y yo. El cómo se pudieran sentir esos labios desquiciantemente carnosos en los míos y... Sí. Todo lo demás. De inmediato, me inundaron los nervios, presa de hacer una lista de todo lo que pudo haber salido mal al tener intimidad. La sangre, quizás el dolor, verme desnuda. ¿Y si olía mal?, ¡Oh, no!, ¡por dios! Había faltado a mi sesión de depilación ¡Que alguien me ayude! Lloré mentalmente, queriéndome hundir en la tierra, salir corriendo y nunca volver a hablarle.
Sacudí la cabeza al entender que de nada servía lamentarse. Solo quedaba hacerle frente. Estaba harta de suponer.
–Vaale... Dime ya ¿Hice algo mal?, ¿algo que no debí de haber hecho? – Fingí serenidad, rodando los ojos, pues estaba tomándose demasiado tiempo para confesar
–Mmm... No. Yo diría que deberías hacerlo más a menudo –sonrió seductoramente, mojándose los labios. ¡Demonios! Sí era eso. No había opción. Tenía que ser sexo. Y él no lo iba a malditamente decir si no lo hacía yo. «¡Eres un cabrón!» Le grité a sus ojos.
–Solo dime si... –Me interrumpí al sentir que temblaba, no sabiendo si decirlo o no.
–Si... ¿Qué? –Alzó las cejas.
–Entonces...¿nosotros? –Hice un intento por darme a entender con lenguaje corporal, pues no podía respirar al imaginarlo y no quería que él lo notara.
Agrandó sus ojos ante la sorpresa y me miró, aguantándose la risa todo lo posible hasta que ya no pudo contenerla. Aunque me molestó su falta de tacto con el tema y que me sintiera algo ofendida, disfruté verlo ahogarse de la risa. Me gustaba ese sonido y me gustaba ver la manzana de Adán subiendo y bajando por su cuello. Dejó de reírse, pero sus hoyuelos aún se lucían enloquecedoramente. Acomodó su silla y recargó sus codos en la mesa, para acercarse a mí. Recorrió mi rostro con sus ojos multicolor, se mordió el interior del labio inferior, sonriendo con actitud provocadora como siempre y susurró
–:no tienes tanta suerte, Soph –Una vez que lo confesó, me estudió por unos segundos antes de que yo sonriera ampliamente y me recargara en el respaldo. Me sentí suspirar, sacando todo lo que había estado conteniendo–. ¿Por qué me siento ofendido por tu alivio? –Frunció el ceño, en un intento de lucir molesto. Yo me burlé, disfrutando que ahora se invertían los papeles, pero el gusto me duró poco. El mesero llevó nuestra comida y antes de que pudiera tragar el primer bocado, Diego habló. Ocasionando que casi me ahogara.
–: ¿Quién es Sara?
Expliqué con pocos detalles, manipulando la historia. Él definitivamente no recordaba a alguien con el nombre de Sara, hasta que le mostré una foto que nos habían tomado el día de la pijamada. Él la identificó por su apellido, más no por su nombre. Su rostro se descompuso de inmediato y fue entonces que me entró el miedo de que él ocultara algo tan terrible como para que ella guardara esa clase de odio. Lo siguiente fue que me cuestionó sobre todo lo que Sara había dicho, y una vez que quise saber su versión, entendí que quizás él me había tendido una trampa para yo confesar y él poder acomodar la historia a su conveniencia, ya que estaba demorándose demasiado en responder.
– ¿Y bien?, ¿qué ocurrió? –Presioné. Diego meditó un poco más, tamborileando sus dedos en la mesa y me pareció que me regaló una mirada de desconfianza.
–La cosa es que no sé por dónde comenzar. Por donde sea que lo haga, suena mal –dijo, casi para él mismo. Yo tragué saliva, presintiendo algo terrible.
–¿Cómo la conociste? –pregunté, en la espera de que eso le ayudara a ordenar lo que quería decir.
–Pertenecía al círculo social de algunos compañeros, en la preparatoria. Desde el primer instante no me agradó y su manera de querer ligar conmigo simplemente me pareció tan molesta. Nunca mostré interés. Poco después nos pusimos borrachos en alguna fiesta, terminamos en mi departamento y... enloquecimos un poco. Cuando desperté la encontré husmeando mis cosas. Perdí la cabeza de inmediato y ella conmigo. Comenzamos a gritarnos y mientras yo simplemente quería cargarla y echarla fuera cuando antes, se puso como una demente a querer chantajearme con que yo la había puesto borracha a propósito. Que me había aprovechado de ella y la había lastimado. Que iba a demandarme y tal...
–¿Y lo hizo? –pregunté con desconfianza, tratando de imaginar qué le pudo él hacer para lastimarla. Sexo rudo fue lo único que se me ocurrió y aquello me provocó calor. Mi serpiente interna puso mala cara ante mis pensamientos.
–No. Debo confesar que cuando se me enfrió la cabeza, pensé lo peor. Intenté disculparme, pero ella se negó por completo. Comencé a asesorarme con un abogado en caso de que ella procediera, pero nunca lo hizo.
Me sentí un poco más conforme de saber el trasfondo de aquella historia. Los malos pensamientos que tenía de él se desvanecieron, pero se avivaron algunos nuevos. Había algo en su cuerpo que había cambiado. Mientras hablaba, se le veía tenso y claramente molesto.
Lo que había sucedido no había sido agradable, sembrándome esa sensación de que había algo más que él aún no quería confesar, pues no me pareció convincente que solamente perdiera la cabeza porque alguien husmeara. Tal vez ella estaba demasiado obsesionada con él como para revisar sus cosas. Algunas personas tenían ese mal hábito. Si él me hubiera descubierto mirándolo y fantaseado como lo hice durante toda la mañana seguro me haría pasar el resto de mis días encerrada en un loquero.
–A todo esto ¿Cómo es que salí siquiera a tema de conversación? –Volvió a sonreír, masticando lentamente y luciendo sus hoyuelos que me golpeaban cada que aparecían.
–Los hombres no son los únicos que hablan de sexo. Todas compartían sus experiencias y bueno... Ella parecía que necesitaba descargarlo –Mentí.
–Ya. Me imagino que tú no paraste de hablar en toda la noche ¿No? –Se burló. Yo dejé de masticar y lo miré tan mal. Él estaba riéndose en silencio.
–Cierra la boca, o de lo contrario, comenzaré a pensar que todas tus constantes burlas hacia mi vida sexual son solo por lo mucho que deseas tenerme en tu cama –bromeé, en la espera de que eso surtiera un efecto en él y dejara el tema de por vida.
–Hmm...No. Ya hemos pasado por eso y mira lo que ha ocurrido. No es necesario recalcar que tienes una suerte de mierda –Yo me reí, sin poder evitarlo. Disfrutaba enormemente de su manera tan honesta de hablar y ahora me había hecho pedazos.
–Sí. Tienes razón...–Hice una pausa al meditarlo un poco más–. De hecho, No. No la tienes –Él se interrumpió de cortar los huevos que tenía en el plato. Apenas movió los ojos para mirarme profundamente. Una sonrisa socarrona aún se le dibujaba en los labios–. Creo que... Sí que tengo un poco de suerte. Quiero decir... soy una sobreviviente de tu cama –solté, poniendo una cara victoriosa. Diego se me quedó mirando y yo sentí que me quería retorcer.
Mientras continuábamos con nuestro desayuno, fui consciente de que estaba meneando demasiado los pies y no podía quedarme quieta. Frío... Calor. Así que, con una sensación extraña empujando todo mi ser, quise saber más.
–¿A qué edad tuviste sexo por primera vez? –escupí sin más. Clavándome sus ojos, Diego se dio a la tarea de degustar con calma su café.
–A los diecisiete.
–¡Ah! Una mierda. No te creo –dije, notando que había tardado demasiado en responder.
–Vale. Comencé a meterme con mujeres a los quince, pero no fue hasta los diecisiete que tuve sexo de verdad.
–¿Qué te hizo esperar 2 años? –Fruncí el ceño, al no entender del todo.
–Aunque no lo creas, en ese entonces tenía una suerte de mierda. Ya sea que algo saliera mal con la chica, olvidaba los condones o nos interrumpían. No me costó mucho en hacerme a la idea de que quizás era una especie de señal divina y que seguramente estaba precipitándome. Así que, me lo tomé con calma, pero... Eso no me impidió de aprender y perfeccionar otras cosas. –Aclaró. Yo puse los ojos en blanco ante su cinismo. Definitivamente, él no tenía remedio. Diego descansó sus codos sobre la mesa, acercándose un poco más. Se quedó estudiándome unos segundos, envolviéndome en la obscuridad de sus ojos que se tornaron como el mar bajo una tormenta negra –. Ahora que recuerdo. Desde entonces tenías la mala suerte, pudiste ser la primera –Agregó. Aquello se sintió como si me sofocara con un golpe en el estómago, costándome asimilar lo que había dicho. Pero, inexplicablemente, saqué la cordura de un lugar que ni yo sabía que existía.
–Hmm... Ahora todo tiene sentido. Más bien, tú me lanzaste una maldición –respondí, fingiendo total serenidad, recargándome en el respaldo para alejarme de su rostro.
–Puede ser –respondió con una misteriosa sonrisa, gustándole más mi respuesta.
(♪) Al salir del restaurante, no conseguí el valor para simplemente despedirme. No quería irme y a Diego tampoco se le veían intenciones de correrme. Así que, mientras caminábamos por el centro comercial, ideando cómo hacer para quedarme más tiempo con él, se me ocurrió preguntarle por la constructora en la que trabajaba. La sangre se me fue al suelo, al enterarme que, era la misma con la que había fantaseado en poder realizar mis prácticas laborales y trabajar por años. Pero, incluso cuando tomé el valor para presentarme un día y dejar mi currículo solicitando una oportunidad, nunca recibí una contestación, dejando que me comiera la cabeza al pensar en que no era digna de pertenecer allí. Ahora todo cuadraba, quizás él había influido para que nunca me contrataran... A decir verdad, creo que fue lo mejor. Habría sido raro solo un día plantarme allí y toparme con que mi jefe era... Él.
Decidí ocultar la admiración que sentía por la constructora y de que me había postulado para un puesto como practicante. Si él no lo había mencionado, yo no tendría por qué confesarlo. Pero eso no me detuvo de querer saber toda la historia de la constructora. Diego me regaló una mirada que me pareció de lo más incómoda. Con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón y el ceño fruncido, dejó un silencio entre nosotros, mientras perdía la mirada alrededor. No había que ser muy inteligente para notar que él no quería hablar del tema. Sintiéndome muy idiota e incómoda por entrometida, saqué mi teléfono y fui hasta la aplicación para pedir un taxi. Acto seguido, él comenzó a hablar y yo me quedé muy atenta en silencio, aceptando que dijera solamente lo que él quería.
–¡DIEGO! –Gritó una mujer detrás de nosotros, sacándonos de nuestra plática. Nos giramos un poco, encontrando en la distancia a los cuerpos que lo llamaban. Sus padres.
¡Mierda! Murmuré para mis adentros, deseando ocultarme como avestruz mientras ellos se acercaban. Solo yo tenía esta suerte. Pensé casi queriendo golpearme. Yo llevaba el mismo atuendo de la noche anterior y mi cabello aún estaba húmedo. Así que, mi imagen brillaba como un árbol de navidad, revelando el que había pasado la noche con su hijo. Si no era eso y Diego explicaba que en realidad me había cuidado toda la noche por borracha, era igual de peor. Bien Sophía, la has cagado también con los que pudieron ser tus suegros. Reflexioné, revolviéndome en mi lugar, con la esperanza de encontrar una salida de último minuto.
La madre de Diego llegó hasta él, envolviéndolo en un gran abrazo, de esos que absorben los problemas de inmediato, depositando más calma que ni las aguas más tranquilas del mundo. Le dio un beso tierno en su mejilla y enseguida Diego la beso en la frente, como lo más preciado en su vida. Ambos se giraron, encontrándose conmigo. La madre de Diego me sonrió como si fuera yo una especie de cachorro metido en una caja de zapatos. Era una sonrisa tan idéntica a la de Diego, solo que esta venía directamente de una madre. La sonrisa de Diego era igual de genuina, pero impregnada de tierna lujuria. Por otro lado, su padre parecía que tenía los ojos muy abiertos y me estudiaba minuciosamente. Lo cual me pareció extraño, pues debía ser su madre quien me mirara de esa manera.
–Ella es Sophía...–habló Diego, pareciendo que se interrumpía ¿Qué es lo que iba a decir? Pensé de inmediato y de forma histérica–. Sophía. Ellos son mis padres.
–Anabella –Dijo su madre, tendiendo su mano. Yo la tomé y sonreí con absoluta vergüenza.
–Carlo –habló su padre, con voz tan grave e imponente, igual a la de Diego. Tomó mi mano y continuó con esa mirada anonadada que me estudiaba como si buscara por mi piel algún rastro de lo que seguramente él se imaginaba. De vez en cuando miraba hacia Diego, intentando comunicarse, pero todas las veces él lo evitó–. Me pareces conocida, ¿Te había visto antes? –cuestionó con aquellos ojos tan intensamente azules.
–Uh... No...No lo creo –respondí, nerviosa.
–Sí. Tu rostro parece tan familiar –Añadió su madre, estudiándome también.
–Íbamos juntos en Montecarlo. Quizá la vieron alguna vez –contestó rápidamente Diego, con un aire de nerviosismo ¿Qué mierda ocurre? Me pregunté.
–No –Aseguró su madre. Sus ojos casi traspasaban mi cerebro–. Tú eres la chica de la fiesta de beneficencia ¿Cierto? La de la canción –agregó.
– S... Sí... –hablé con timidez, pareciéndome extraño que me reconocieran por ello. A mi lado, Diego y su padre desviaron la mirada de forma idéntica. Mientras tanto, su madre ahora me miraba como si fuera yo una especie de Virgen... Bueno, sí lo era, pero no de la clase que hacía milagros.
–Es... Es la canción más hermosa que he escuchado. Eres en verdad muy talentosa. Creo que no pare de llorar en toda la canción –confesó con ternura. Yo le sonreí en agradecimiento por sus halagos ¿Cómo supo que yo la había escrito? Me pregunté, mirando hacia Diego. De pronto, percibí bastante tensión. El señor Carlo tomó por la cintura a su esposa y pude notar que había algo allí que nadie quería que ella dijera.
–Nunca había oído a una madre halagar canciones de rock –dije, esperando calmar la tensión. Anabella sonrió.
–Mis padres son amantes del rock –presumió Diego con orgullo.
–¿Qué?, ¿cómo?, ¿pero tú...? –Quise preguntar, refiriéndome a su asunto con ser Dj, pues no tenía ni idea que él siquiera apreciara el rock.
–Vamos, que no ponga esas canciones no quiere decir que no me guste –Se defendió ante la mirada que le di. Sus padres se miraron y sonrieron. En seguida, el teléfono del señor Carlo sonó y mientras se retiraba para tomar la llamada, vi la oportunidad brillar.
–Uh... Siento cortar la plática, pero tengo que irme –Diego me miró de golpe, estudiándome.
–¿Tan pronto? –preguntó su madre.
–Sí. Lo siento. Tengo... que salir a carretera –Mentí. Agradecida de tener un trabajo en la tequilera que siempre me ayudaba a usarlo como pretexto. La señora Anabella se acercó y me envolvió en un abrazo, en señal de despedida. Enseguida, deposité un beso en la mejilla de Diego, llevándome en la nariz su aroma a océano puro. Comencé a caminar hasta encontrarme con el señor Carlo, no sabiendo bien si acercarme e interrumpir su llamada, o bien, despedirme desde la distancia. Él me miró justo a tiempo, se retiró el teléfono y se acercó hasta mí.
–Siento interrumpirlo, tengo que irme –dije. Él tomó mi mano elegantemente y asintió sin decir una palabra, pero de sus ojos brotaron palabras que no pude entender lo que quería decir, solo que hablaban. Miró una vez más hacia Diego y después me miró de nuevo.
–Un gusto conocerte, Sophía. Espero te veamos pronto –expresó con aquella mirada profunda, tan idéntica a la de Diego. Yo sonreí tragando saliva y salí de allí, con pasos de gigante.
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1: ( ♪ ) Garden Of Starlight | August John Enrique
2: ( ♪ ) Hysteria | Def Leppard
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