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─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ● R ᴇ s ɪ s ᴛ ᴇ ɴ ᴄ ɪ ᴀ

Agradecí que la casa de los San toro estuviera tan silenciosa. No había rastro de que alguno de ellos estuviera despierto, por lo que, aquello facilitó que me escabullera, sin tener que dar explicación de las estupideces que había dicho durante mi borrachera. Estaba tan avergonzada. Salí hacia la calle, poniéndome los audífonos y buscando la lista de canciones que Diego había hecho para mí. (♪)

Continuaba adolorida por la noche anterior y quizás escuchar todo aquello que a él le gustaba, era lo menos inteligente para hacer e incluso masoquista. Pero, su gusto era tan exquisito que, en realidad, encontré muy reconfortante compartir, aunque fuera la música y que además, resultara como vitaminas directas a las venas.

Me volví una vez más hacia la casa, con una sensación extraña. Allí estaba Leo, mirándome desde su ventana. Ya me había alejado bastante. Pero, incluso desde mi sitio, fui capaz de saber que estaba molesto. Una vez que quedó conforme de que yo estaba perfectamente con vida y en pie, cerró de golpe las cortinas. La había cagado espectacularmente. Concluí.

Al llegar al taller, ayudé a André a ordenar todo lo necesario para recibir a los demás compañeros. Acomodé las mesas y las sillas; abastecí el contenedor de agua, el café y la caja de galletas. Para cuando los chicos comenzaron a llegar, yo ya estaba maldiciendo la resaca. Toda la luz natural que bañaba el taller, lograba que a veces se sintiera como estar atrapado en un maldito invernadero.

–Arango. Ya ha llegado el modelo ¿Podrías ayudarme a que se acomode? –Pidió en un susurro, retirándose el teléfono de la oreja. Yo abrí mucho los ojos. André siempre se encargaba de armar la composición base del modelo y yo no tenía idea de cómo hacerlo, pero eso él no tenía por qué enterarse.

–Claro... Si no te importa que lo bese antes y que me permitas ponerlo como un príncipe. Ya sabes... Por aquello de haberme librado del despido –Le dije, queriendo sonar graciosa, aunque tuviera los nervios a tope.

Luego de que el anterior modelo cancelara de último momento, prácticamente me hizo querer arrancarme el cabello, pues André había estado en eventos importantes toda la semana como para todavía hacerse cargo de eso. Ángela no hizo algún esfuerzo por ayudarnos a encontrar un suplente, por lo que aquello se volvió mi responsabilidad. Carecía de grandes amistades, por no decir nulas. De modo que, mi fracaso por encontrar a alguien fue muy evidente. Hasta que, André avisó que, milagrosamente, un voluntario se había presentado con él. No sabía si era suerte suya o mía, pero como quiera que fuera, detestaba ser incompetente. Me había costado demasiado encontrar un empleo, amaba trabajar en la galería y la tranquilidad que me devolvía por el simple hecho de considerar que podía quedarme al salir de la carrera, era una bendición.

André me guiñó un ojo, dándome ánimos y total confianza. Acto seguido, se perdió tras los muros. Ya era habitual verlo tan desconectado. Le estaba yendo extraordinariamente bien con su arte que ya casi no tenía oportunidad de ser mi jefe.

Mi cerebro comenzó a colapsar. De por sí ya era torpe, y con la resaca, simplemente se negó a cooperar. Eché un ojo rápidamente a todo lo que teníamos a la mano, quedándome como un fantasma frente al pequeño escenario, en la espera de que este me revelara lo que debía de ir allí, por obra divina. Pero, no llegó a mí nada más que calor.

–¡Buenos días! –dijo su maldita voz, tan cínica. Yo me volví sin poder creerlo.

–¿Qué haces aquí? –hablé sin cuidado, sintiendo que se me caían los órganos al suelo.

–¡Hola para ti también, alegría! Te he traído chocolate –expresó Diego, tendiéndome un vaso caliente de cartón, con exagerado ánimo que me pareció que llevaba los rayos del sol metidos en el culo–. André me dijo que UNA SEÑORITA MUY AMABLE me iba a ayudar a instalarme aquí como un príncipe, y que encima me iba a besar. Pero, no la veo, ¿Sabrás tú a quién se refiere? –Provocó, sonriendo demasiado. Yo comencé a atragantarme por la vergüenza acumulada. Sin embargo, sabía que no había manera de darle el poder de arruinarme.

Ya había sido muy clara con él sobre que jamás lo dibujaría en pelotas, y tal parecía, que su ego le pedía a gritos enseñar el miembro y las bolas a toda la humanidad, ¿Por qué lo hombres eran así?, ¿Por qué la vida los tenía que engordar con seguridad de sobra? Me pregunté, maldiciendo el que la naturaleza siempre me había parecido desequilibrada cuando se trataba de hombres y mujeres. Incluso, en el reino animal. Era claro que el universo nunca repartió de manera ecuánime las labores. Y ahora, lo único posible había que hacerlo por la fuerza. Y él la iba a pagar. Concluí. Así que, sintiendo en mi rostro una sonrisa, la maldad se puso muy cómoda, revelándome un par de buenas ideas.

–Claro, ¿Podrías ayudarme a poner esa mesa aquí al centro? Vamos a necesitar que te subas en ella y te pongas de rodillas, con tus palmas pegadas a la mesa; como de perrito... Sin ropa. Puedes cambiarte detrás de la cortina –Le dije, con total calma y amabilidad. Requirió de un gran esfuerzo no deshacerme de la risa al ver como se le iba descomponiendo el rostro.

–¿C-cómo? –Abrió mucho los ojos, con absoluto terror. Yo exhalé de manera dramática.

–André no te lo dijo ¿Cierto? –Él negó un poco con la cabeza, sosteniendo fuerte su vaso de chocolate–. Fuimos contratados para ilustrar un libro de anatomía, ¿Y qué crees? Hoy toca el ano. Así que... –Comencé a ubicarlo en el centro, para saber si, de una vez por todas, la divinidad me iluminaba y se me ocurría qué hacer con él–. Esto es serio. Supongo que André no te lo dijo para que no te negaras. Es muy complicado conseguir modelos que se presten para estas cosas. Descuida, te compensará con el pago –Palmeé su espalda.

–¡Vaya!, ¿Hoy nos toca dibujar a los griegos? –habló un chico que acababa de llegar, arruinando mi mentira.

–Esto se va a poner bastante bien –agregó su novio, relamiéndose los labios, al estudiar minuciosamente, la silueta de Diego. Ambos eran extraordinariamente talentosos, alegres y carentes de filtro. Yo me había olvidado prácticamente de ellos y lo que eran capaces de hacer, por lo que ya no había necesidad de torturar más a Diego, si con ese par iba a tener más que suficiente.

–Hmmm... Parece que alguien va a disfrutar mucho de verte allí en cuatro –Le dije, mientras ambos veíamos como la pareja se instalaba en primera fila.

–Sophía. Ni hablar. Me importa una mierda ese par, pero en serio... en serio no voy a dejar que me veas el agujero y los putos huevos colgando –habló casi sin aire, preso del terror. Yo no pude contenerme más y me eché a reír, sin parar; haciendo un grandísimo esfuerzo por no sonar como una foca o que se me saliera un sonido de cerdo por la nariz.

–Venga. Ponte aquí –Le quité su chocolate y lo acomodé en el centro. Él se movió poco, luciendo igual a un tronco. Aún se le veía tenso y no estaba segura si había comprendido que todo era una broma–. Deja que te vea –Le dije, rodeándolo y apenas siendo consciente de que aquel color verde de su playera, le quedaba demasiado bien. Su piel parecía más tostada y candente. En cuanto a sus ojos, estos se volvieron más densos, resaltados por el mismo color. Toqué suavemente sus hombros, para obligarlo a erguir la espalda–. Descuida. Haré lo que esté en mis manos para que no te desnuden, pero no puedo garantizar nada sobre lo que ese par te pida que hagas, ¿Vale? –Diego asintió, no muy convencido.

Lo llevé hasta el cambiador y cerré la cortina, pidiéndole que se quitara la playera y se dejara los pies desnudos. Para cuando salió, toda su figura hablaba por sí sola, salvo por esa gruesa línea sobre su pantalón que estorbaba demasiado. Lo rodeé una vez más, hasta que me atreví a jalar el resorte de sus calozoncillos.

–Quítatelos –Le dije, notando su sonrisa perversa.

Sencillamente, le pedí que se sentara sobre una silla de madera. Era estética, minimalista y me pareció que era lo más adecuado. Diego era espectacular y todos en la sala lo sabíamos de sobra como para necesitar que algo distrajera su exquisita anatomía.

–Vale... nosotros partimos de una postura base –Comencé a decirle, acomodándole el cabello y de vez en cuando su postura–. A partir de aquí, nosotros te pediremos que mires o te muevas según lo que deseemos. Es un poco como estar en un estudio de fotografía. La diferencia es que estarás así un buen rato, ¿Está bien? –Finalicé, arrodillándome delante de sus pies para hacer parecer más estéticas las arrugas de su pantalón.

Tenía una vista bastante fenomenal de su abdomen, con toda la luz celestial cayendo sobre él. Se le veía muy relajado, sabiendo que estaba disfrutando de mis suaves caricias al mantener todo su cuerpo en perfecto estado. De pronto, comencé a ver que no había nada allí, salvo un cuerpo imposiblemente bello mirándome. Sabía que el resto nos tocaba revivirlo a nosotros sobre los lienzos, pero me quedó claro que estaba aburridamente vacío y faltaba algo más. Tragué saliva.

–Puedes... Desabrocharlo –Le pedí, mirando hacia su pantalón. Él se me quedó mirando, trabajando suavemente con el botón, y descubrí que aquel pequeño acto se sintió como un cerillo deslizándose por mi cuerpo. Una vez que terminó, no quedé conforme. Sin embargo, descubrí algo que me gustó mucho más: su pantalón no tenía cremallera, sino puros botones, y adoré la manera en que los pliegues de la mezclilla se deformaban perfectamente alrededor, volviendo su pelvis celestialmente candente–. Otro más –Ordené. Diego repitió el acto y me aseguré de grabar sus manos y sus dedos; cada movimiento y aquel pequeño sonido que lo acompañó en el acto, estremeciéndome. Las venas de su vientre comenzaron a asomarse, pero ellas aún permanecieron protegidas por la penumbra de la tela–. Otro –Volví a decir. Todos en el estudio estaban bajo un silencio espeso, por lo que, cuando escuché a alguien resoplar ante lo que estábamos presenciando, quise sonreír descaradamente, pues deseé hacerle saber con una sola respiración lo que me provocaba.

Tomé la orilla de su pantalón, cercano a los tobillos. Y de un solo movimiento, tiré de la mezclilla, alisando una vez más las arrugas para que su pantalón revelara más de su pelvis, y por un costado, el inicio de su glúteo con oblicuos exquisitos. Esta vez él resopló fuerte, sonriendo mucho para después morderse el labio, queriendo ocultar que le había gustado. Su pecho comenzó a subir y bajar un poco más aprisa, contagiándome ¡Calor... Calor!

André entró unos minutos después. Me guiño un ojo, aprobando mi composición y en seguida dio algunas recomendaciones. Pero, una vez que tuve frente a mí la hoja en blanco, no supe qué hacer. Pasé un buen rato haciendo trazos de guías y líneas ligeras, pero al final, nada me convencía. Eché un vistazo a Diego, quien parecía que se las estaba apañando bastante bien con los demás artistas que le pedían ciertas posturas. Pasada otra hora, yo ya estaba al borde de lanzar toda mi mierda fuera. No conseguía dibujar nada. Estaba infinitamente frustrada y muy enfadada.

Una chica que estaba a mi lado, hacía rato que estaba muy insistente con Diego e impidiendo que otros artistas tomaran su turno. A Diego ya se le veía fastidiado con sus pedimentos, y en cuanto a mí, si ella volvía a abrir una vez más la boca, iba a colapsar. Estaba harta de escuchar su voz una y otra vez. Afortunadamente, pasó su turno y todos suspiramos.

–¿Puedes meter tu mano dentro del pantalón? Como si estuvieras masturbándote –escuché decir, segundos después. Alcé la vista, lentamente, y muy sorprendida.

Me encontré con los ojos de Diego, fingiendo naturalidad, pero me quedó muy claro que en ellos me pedía que lo salvara. No había nada que hacer. Yo ya le había advertido de aquella pareja. Así que, me limité a sonreír y volver a lo mío. Aunque... No por mucho tiempo, pues la pareja continuó dándole indicaciones y me fue imposible apartar la mirada de Diego. Ellos habían conseguido hacer magia con su cuerpo, logrando que el mío comenzara a arder en lugares donde jamás había sentido calor. Su mano continuaba dentro de su pantalón y con la otra se tocaba el lado izquierdo del pecho; su cabeza estaba completamente echada hacia atrás, casi colgada, rendida ante un placer imposible que en realidad no estaba allí, solamente dentro de nuestras cabezas ¡Madre mía!

Nunca me había encendido tanto como para saber, con toda la extensión de la palabra, que estaba excitada. jamás lo había experimentado y ahora mi cuerpo lo reconocía abiertamente. Entonces, comenzó a entrarme el terror al sentir la intensidad de todo aquello y que no supe qué hacer. Me ardía toda la piel al punto de sentir dolor. El vientre me pesaba, mis piernas se apretaban sin razón y me costó demasiado abrir bien los ojos; ellos se me hacían pequeños, deshaciéndose al verlo en aquella postura tan íntima y... Tan real, pues seguramente él se acariciaba muy a menudo y me estremecí con mis pensamientos, con mi propia respiración entrecortada, de saber que probablemente así lucía cuando se tocaba, y por primera vez, deseé saber cómo sería contemplar su placer.

Me quedé perdida en Diego un momento más, hasta que canalicé todo el huracán de sensaciones en pequeños y mediocres dibujos alrededor de la hoja. Sentía culpa por mirarlo. Sentía culpa por sentir lo que sentía y sentía culpa por arder sin que él lo supiera. Poco después, comenzó a hervirme la sangre, empujando la excitación y llenándome de rabia. Tantas veces había fantaseado con poder dibujar a Diego, y ahora que lo tenía a mi entera disposición, no encontré nada para trazar en la hoja.

André alzó la voz, indicando que era momento de darle un descanso a Diego. La mayoría se levantaron y salieron del taller para airearse. Aprovechándome de ello, eché un vistazo a las creaciones de algunos compañeros y me sentí fatal. Usualmente, pintaba abstracciones, por lo que dibujar el cuerpo humano había estado volviéndose un reto muy difícil al no poder descubrir mi propio estilo dentro de ello y eso estaba desquiciándome. Mis dibujos estaban vacíos y solo seguían las formas como una estudiante de primer nivel; muy cuadrada y obediente.

El brazo de André me sorprendió al recargarse a un costado mío. Me dio tanta vergüenza que mirara la mierda que había hecho. Estudió mis garabatos por un momento y asintió un par de veces.

–Un día de mierda, ¿No? –dijo. Él siempre se refería a los días de mierda como aquellos días de nula inspiración y en la que, sin importar lo mucho que intentes, solamente haces eso: mierda. André se quedó a explicarme un par de cuestiones sobre las proporciones–. ¿... Ves aquí? Su boca está deforme –habló un poco más fuerte de lo necesario, por lo que Diego me regaló una mirada y sonrió con burla.

Quise hundirme de inmediato en la tierra, al recordar su boca y que le debía una monumental disculpa a causa de lo que le había pedido la noche anterior. Me quedé haciendo un par de trazos más a modo de ensayo, supervisada por André, hasta que él descansó su mano en mi hombro.

–No está tan mal, si lo que buscas es hacer dibujitos para un libro de bebés. No estás observando, Sophía. Lo tienes allí y continúas inventándole rasgos que no tiene. Míralo –Me ordenó. Entonces, lo hice, pero no por mucho tiempo, pues me pareció demasiado violento ahora que él me miraba. No podía y André se dio cuenta de ello–. Te aseguro que él quiere que lo mires. De otra manera, no estaría aquí. Hazlo, Sophía. No lo contengas. Desnúdalo si te hace falta –Susurró, palmeándome la espalda. Enseguida, lo sentí yéndose.

Me quedé allí sentada, completamente ausente, repitiendo aquello de manera aislada y como un eco que me pareció familiar. Solo que... En ese entonces, en Yucatán, jamás me hizo sentido.

No estás observando... Lo tienes allí... Continúas inventando... Míralo... Míralo... Él quiere que lo mires... Hazlo... Hazlo... No lo contengas... Desnúdalo... Desnúdalo... Te hace falta... No lo contengas... No lo contengas.

Con todo ello, repitiéndose en mi cabeza, me levanté demasiado rápido y salí disparada hacia el baño. (♪) Estaba tan enfadada y algo me oprimía el pecho. También sentía profundas ganas de llorar. Me miré en el espejo y no encontré respuesta alguna sobre lo que me estaba pasando. Quizás es la resaca. Me dije, echándome agua fría en la cara y en el cuello. Respiré un poco, presintiendo que había algo allí en el espejo que se quería revelar detrás de mis ojos.

Recordé a Aruma, pronunciando aquellas palabras tan similares a las que André acababa de decirme. Desde entonces, me había estado prohibiendo a mí misma tantas cosas. Pero, justo como me había dicho Ikal al final: había cosas que eran necesario seguirlas arrastrando el tiempo suficiente, dejarlas madurar para finalmente liberarlas. Yo me había estado prohibiendo el amor desde que tenía memoria y estaba agotada de retenerme. Finalmente, comprendí lo mucho que me había estado resistiendo y estaba cansada. Quería saber cómo se sentía el amor... Quería amar... Y que me amaran también.

Con lágrimas en los ojos, sonreí hacia el espejo. Suspiré fuerte y me limpié la cara. Una vez que me sentí lista, volví al salón. André estaba encima de la chica molesta, insistiendo que dejara en paz a Diego, pues le estaba importando un carajo y ella lo seguía exprimiendo, solo porque él era demasiado bueno para quejarse o negarle algo a alguien. Pero, eso no quitaba que él tenía ese aspecto de querer ya lanzarle la silla en la cara.

Encontré nuestros chocolates sin beber en la mesa y me di a la tarea de calentarlos en el microondas. Mientras tanto, serví un vaso de agua fresca y lo llevé hasta Diego, sabiendo que arruinaría el momento de la chica, pero es que ya se había sobrepasado. A ella le importaba una mierda que él tuviera que descansar y a mí me dio lo mismo su jodido dibujo. Me fulminó con sus ojos cuando interrumpí, pero al final se fue a dar un paseo. Le entregué el chocolate a Diego y nos lo bebimos tranquilamente, mientras me disculpaba por mi atrevimiento de la noche anterior.

Una vez que nos terminamos el chocolate, él comenzó a quejarse por el dolor en la espalda a causa de las posturas. Le retiré la silla y dejé que se estirara en el suelo. Se hizo crujir cada hueso y mientras lo hacía, no me perdí detalle de cada parte de su precioso cuerpo, hasta que la última torción lo reveló, no todo, sino a él. Entero.

–¡NO TE MUEVAS! –Le grité, corriendo ya por mi libreta de dibujo. Él se me quedó mirando, pero hizo lo que le pedí. La postura no era precisamente cómoda, por lo que sabía que no iba a aguantar mucho tiempo. Me apuré en trazar las guías, y a continuación, me perdí en él. Sin vergüenza, pero en la manera que él merecía. Lo veneré y lo toqué con mis ojos, aprendiéndome cada una de sus líneas, cada músculo, cada poro. Lo toqué con mis dedos a través del papel, pero para mí fue suficiente. Una vez que tuve toda su estructura, volví a mi lugar para, esta vez, plasmar su esencia a través de mí.

Por el rabillo del ojo, lo vi pasearse por todos los lugares, cotorreando con los artistas al mostrarse maravillado por la manera en que cada uno lo había plasmado. Finalmente, compró la obra de otro chico y la mía. Ver su rostro encantado y sus dedos deslizándose por cada milímetro del papel, ver sus ojos agrandarse y brillar, fue como haber recibido la llave de la inmortalidad, haciendo que todo el esfuerzo valiera la pena.

Poco después de que recibiera su pago por habernos apoyado esa mañana, se quedó un momento revisando las obras de André. Me acerqué hasta él y contemplamos juntos la última pieza.

–De haber sabido que se pagaba tan bien por posar, me hubiera evitado tantos dolores de cabeza por asistir a la universidad. Quizá sea mejor ir también con mi papá ahora y presentar mi renuncia –dijo y nos echamos a reír.

–André es el único que paga mejor. Siempre que quiero comprarme algo que no puedo, tengo que convencerme a mí misma que no sería buena decisión dejar que mi jefe me vea las tetas y el culo –Nos volvimos a reír.

–Sabes... Debo confesar que cuando creía que eras stripper, juraba que tú eras la que aparecía en todos los cuadros de André –solté una carcajada, al mismo tiempo en que comenzaba a ruborizarme y sentir demasiado calor–. Cuando vine la primera vez con Franco, le escuché decir que a menudo contrataba prostitutas para realizar las pinturas con mayor complejidad. Qué equivocado. Tu cuerpo no se parece en nada a estos –dijo, con una sonrisa perversa, todavía mirando los cuerpos en las pinturas.

–¿Y tú qué vas a saber de mi cuerpo? Bruto –Le solté un golpe, para después empujarlo hacia la salida.

Luego de terminar de comer, nos quedamos un momento en silencio, reposando la barriga por habernos estado riendo desde que nos sentamos en el restaurante. Pedimos otra taza de chocolate caliente, y entre trago y trago, nos regalamos miradas sonrientes y de total complicidad, hasta que su silencio se volvió sospechoso.

–Mmm... Tengo curiosidad –Me estudió un momento, debatiéndose entre decir o no decir lo que quería. A mí me entraron los nervios de inmediato–. ¿Cuál es la historia detrás de todos tus amantes? Porque los hubo ¿cierto? –Alzó las cejas.

–No hubo historia ¿No es obvio? –respondí con pereza.

–Ya lo sé. solo... Quiero saber por qué nunca llegaron a concretarse. –Insistió, apoyando los codos para estar más cerca. Me le quedé mirando un momento mientras que, detrás de mis ojos, se reproducía una película en cámara rápida de todos y cada uno de los chicos de los que había estado interesada e incluso de los que no; las razones e incertidumbres por las cuales no se dieron las cosas y todas las veces que me culpé por ello.

–Ah, pues... Porque no tocaba y listo –Hice una larga pausa y él torció la boca–. Mira... No voy a negar que me ha costado entenderlo, pero he estado en situaciones muy variadas que me han llevado a esa conclusión. Siempre ocurre algo. A veces ellos... A veces yo. Solo pienso que, cuando algo es necesario vivirlo, simplemente pasa. Ya sea bueno o amargo. Aunque no lo parezca, lo he intentado, a tal grado de forzarlo por creer que yo era la única responsable. Y aun así nada pasó. Pero, eso no quita que cada uno me haya enseñado algo, ¿Cierto? –expliqué, sorprendida de la tranquilidad que descubrí dentro de mi propia respuesta. Ya que, por primera vez, me lo había creído. Por primera vez sentía paz hablando del tema, y nuevamente, recordé que ese miedo que sentía cuando tenía chicos cerca, esa sensación de sentirme pequeña, era simplemente porque esa no era el alma con la que debía de estar.

Lo siguiente fue que Diego continuó haciendo preguntas más específicas sobre lo que había sucedido con ellos. Le hice un resumen bastante ameno, hasta que...

–¿Cuál fue el más exótico? –Quiso saber, tamborileando los dedos junto a su taza.

–Un emo –confesé. Diego soltó tremenda carcajada, mientras yo me deleitaba con todo su ser y su risa. También, me causó gracia haber recordado a aquel guitarrista de heavy metal que, en aquel entonces, me había hecho sentir como una groupie atrapada dentro de un videoclip de amor adolescente NO CORRESPONDIDO.

–Me imagino que fue hace bastante ¿Qué ocurrió con él? –habló entre risas.

–Fue en la secundaria. Y... No lo sé. Supongo que el pantalón demasiado apretado le dañó las bolas y estaba muy deprimido para aceptar que yo le gustaba –Diego no paró de reír.

–O sea que... ¿Me cambiaste por un emo? Sin bolas –Yo dejé de respirar automáticamente. No sabía si ya estaba lista para hablar sobre lo que había ocurrido con nosotros.

–N-No. Eso fue en último año –dije bajito. Él por fin dejó de sonreír y ocultó el rostro, igualmente incómodo–. ¿Algún día vas a darme tregua con tu maldición? –bromeé. Diego levantó de a poco el rostro, sorprendido por escucharme decir aquello.

–Hmm... Tal vez –respondió segundos después, mirándome con una expresión totalmente malvada y cínica. Perdió la mirada en el sol y suspiró fuerte–. ¿Qué hay del Romeo de la otra noche?, ¿cuál fue su historia?... Sí lo recuerdas ¿Cierto? –Se burló.

Las imágenes de Santiago Barone metiéndole la lengua a aquella mujer llegaron un poquito borrosas a mi memoria, pero hacía mucho que me había acostumbrado a verlo hacer ese tipo de estupideces, solo para provocar. Sin embargo, de todos los chicos con los que me había topado, él fue el único con el que la divinidad se hizo de la vista gorda para otorgarle bolas. Y aunque ya había superado mis emociones románticas con él, aún me daba rabia recordar todo el tiempo y la confianza que perdí.

–Como te dije... Yo crecí con las princesas y con él comprendí, a la mala, que no existe ninguna princesa atrapada en el castillo. Que ningún príncipe va a jugarse el pellejo con ningún tipo de bestia, porque, simplemente, no hay a quien salvar; las puertas del castillo siempre han permanecido abiertas, de par en par. La princesa es libre y la única manera de conocer al príncipe es yendo hasta él. Que ella tiene que presentarse por sus propios medios al baile y que sin importar lo que haga, si es mucho o poco, eso jamás va a garantizar que el príncipe la elija.

–Tenías que haberle dejado la zapatilla... o las dos, si es que era muy bruto –Yo sonreí por su respuesta.

–No, señor. Él tenía recursos de sobra para encontrarme. Y no solo eso. También, continué yendo a demasiados bailes únicamente para encontrarlo una y otra vez sentado en el trono, de espectador. Llegué a un punto en el que creí que iba a enloquecer. Nunca entendí cuál era su problema. Lo justifiqué tantas veces con que quizás era tan tímido como yo. Así que, accedí a vestirme de algodón de azúcar, ponerle todo a su alcance, sabiendo que yo no quería, pero sí que lo quería a él. Nunca había sentido algo parecido, ni hecho tantas estupideces por un chico. Todos los días pensaba por la mañana que quizás ese día sí iba a conseguir leerle la mente para saber cuál era mi error y poder remediarlo. Hasta que me cansé y fui consciente de lo humillada que me sentía por haber estado remando un bote en el que él ni siquiera iba. Él permaneció todo el tiempo en la orilla, sin tocar el agua, bajo una sombra; viéndome remar sin sentido –Diego se quedó en silencio, estudiándome con atención.

–¿Y él fue el último? –preguntó con total calma. Yo negué con la cabeza, sintiendo que el cuerpo se me llenaba de vitamina, sencillamente por recordar.

–No. Fue un profesor –Diego abrió mucho los ojos, y a continuación, insistió por saber los detalles–. Estaba llevándolo mal con dibujo técnico...

–Hmm... ¿Por qué no me sorprende? Nunca se te ha dado seguir nada que tenga reglas estrictas.

Touché –sonreí con altanería–. Estaba por perder la materia. Si no lo hacía iba a tener que recursarla, pagar más dinero y arruinarme la vida el resto de la carrera. Así que, me inscribí a unos cursos intensivos –resoplé con tristeza y me quedé callada, un poco perdida en mis pensamientos.

–¿Y qué más? –Insistió. Arrastrándome de vuelta.

Lo siguiente fue que le expliqué que si con Santiago creí haberlo sentido todo, con el profesor me había quedado corta, pues desde que cruzamos la primera mirada, sentí que la tierra se había abierto. Que me había caído y explotado lento. Todo al mismo tiempo y hasta llegar al otro hemisferio. Pero, lo mejor fue, que yo fui capaz de ver todo eso mismo en sus ojos. Que nunca hablamos, salvo por lo indispensable o lo relacionado con el curso. Puesto que, nunca fue necesario. Todo lo habíamos hablado con nuestros ojos, los roces y el hecho de que él me había entregado todo el poder para que yo decidiera si quería o no que sucediera lo debido dentro de aquel salón.

–Sabes... Yo sé que no lo pongo fácil para los chicos. Que no estoy hecha de algodón de azúcar. Pero a mí me gusta. Me gusta ser como soy –Le confesé, descubriendo que sus ojos se habían vuelto muy brillantes y la más genuina de las sonrisas se dibujó en sus labios–. Con él no tuve que cambiar ni fingir absolutamente nada. Cuando me presenté al curso, no estaba en mi mejor momento. Levantarse temprano para asistir a esa mierda ya era suficiente tragedia. Había gastado todos mis ahorros en el curso, no tenía trabajo, no veía el día de tener uno y cada día dudaba más de mí al ver más cerca la posibilidad de perder mi carrera por imbécil. Me sentía derrotada, toda mi imagen lo confirmaba y ninguno de los días que estuve allí intenté cubrirlo, pues con él todo eso jamás tuvo importancia. De hecho, nunca había sentido tanto poder dentro. No era que él me aliviara. Simplemente, él no veía la derrota. Él... Él me veía a mí. Era como si él ya lo supiera todo de mí y solamente estuviera esperando a recibirme...

–¿Y por qué no te le echaste encima al viejo? –Interrumpió secamente.

–Porque era casado –expresé con amargura. Diego se quedó tan quieto como un tronco, sin parpadear, pero con sus ojos bien abiertos–. Y no era viejo. Apenas un par de años mayor. Resultó ser de esos que se casan aún con la mamila en mano –Esta vez, Diego sonrió de lado para después resoplar.

–¡Madre mía! Siempre que creo que ya te conozco, me sales con otra cosa nueva que me vuela la cabeza –expresó, chocando levemente su taza con la mía, para después bebernos lo que nos quedaba. Le invité la comida, y con total calma, salimos del restaurante.

–¿Y tú qué, Luca?, ¿en serio nunca te aburres de besar bocas, ver otras tetas, otra vulva? –Me animé a preguntar, adelantándome para caminar de reversa y poder verle la cara de frente.

–No. Como se te ocurre. En el sexo uno no tiene tiempo de aburrirse –Dramatizó. Yo puse los ojos en blanco y volví a su lado–. Además, no sé por qué tienes un concepto de mí como si fuera un adicto, cuando simplemente llevo una vida sexual activa y muy normal. También tengo dos trabajos que me consumen hasta la médula, la puta universidad Y... Aunque no lo creas, puede pasar mucho tiempo para que vuelva a tener sexo. Así que, no lo sé todo en esta vida, también hay bastantes cosas que no he hecho en la cama. Como puedes ver, todo normal aquí –dijo, tan tranquilo, pero con esa clase de sonrisa que hacía imposible creerle algo.

–Pero... ¿Es que puedes notar alguna diferencia? Quiero decir, todas las bocas son iguales; con babas y lengua. Las tetas... Pues hay diferentes tamaños, pero al final, debe sentirse la misma cosa. La vulva igual. Supongo que ya te debes conocer las sensaciones de memoria como para que pierda la chispa. No es que te vayas a encontrar algo nuevo, ¿Cierto?

–¿Me estás jodiendo? –Diego se me quedó mirando, sin creer lo que le estaba diciendo–. Sophía. En el sexo todo es variable. Cada cabeza es un mundo y por eso mismo a cada cuerpo le gustan distintas cosas –Hizo una pequeña pausa, estudiándome–. ¿Cuál es tu sabor favorito para el helado? –preguntó.

–Chocomenta –respondí, frunciendo el ceño al no entender por qué cambiaba el tema de repente.

–Y todos los helados sabor a chocomenta que has probado en toda tu vida, ¿Te han sabido igual?

–Pues no...

–Lo ves. No importa que sea el mismo sabor. Cada receta es distinta; una más rica que otra, color y aroma distinto. Quizás alguno es más duro que otro, más suave o que cada uno se te derrita en la lengua de manera distinta –explicó con detalle, lo que ocasionó que comenzara a sentir que me deshacía como un helado al escucharlo hablar–. Las personas son iguales, cada uno besa como mejor le parece. Los cuerpos son distintos. Cada uno carga una historia y eso hace que se sientan diferente. También, cada uno se excita bajo diferentes estímulos o se desenvuelven distinto para buscar el placer. A veces te sincronizas muy bien. Otras, haces el ridículo o no te entiendes con el otro cuerpo. A veces pasan accidentes. Es... Es un vaivén de experiencias, incluso cuando repites con la misma persona, siempre sientes y encuentras algo distinto. Además, ya si la rutina se vuelve a tal grado vicioso, ya hay demasiadas cosas para salir del aburrimiento. Por ejemplo... –Se interrumpió para tomarme de la mano y llevarme hasta la puerta traslúcida que había detrás de mí, obligándome a entrar.

( ♪ ) Fuimos recibidos por exceso de colores, iluminación fluorescente, figuras desnudas, juguetes en forma de penes, vulvas y una infinidad de cosas que no comprendí lo que eran. Por otro lado, dos pares de ojos se nos quedaron mirando de forma extraña.

–¡Bienvenidos! –dijeron al unísono.

Se trataba de una chica con el cabello teñido de rosa y un chico con el cabello teñido de azul. Ambos llevaban demasiado colorido en sus atuendos por demás extravagantes. Se presentaron de manera cordial, y acto seguido, preguntaron por lo que estábamos buscando.

–Es nuestra primera vez y no sé si nos podrían dar un tour –habló Diego, tan relajado. Los chicos se miraron entre ellos.

–¿Su.. Su primera vez? –preguntó la chica, haciendo un gesto extraño al no comprender.

–Quiero decir, en una sex shop –aclaró Diego. Yo ni siquiera conseguí parpadear. Prácticamente, me había convertido en una planta.

El chico de cabello azul resultó demasiado parlanchín, lo que ayudó a que nos sintiéramos más cómodos al hacer el recorrido tan improvisado. Y mientras él explicaba todo tan rápido y fluido, yo me distraje en mirar con terror los artículos BDSM. De pronto, la risa de Diego me hizo cosquillas en el oído.

–De nueva cuenta, estoy sorprendido. Habría puesto el culo sobre las brasas de que el sado iba a ser lo tuyo –susurró con sorna. Le puse los ojos en blanco y continué detrás del chico, escuchando con atención lo que decía, pues al ver todo lo que me rodeaba, descubrí que toda la teoría que sabía sobre la sexualidad, dentro de aquel lugar, no me servía de nada. Estaba claro que todo me superaba y en realidad, no tenía ni idea de lo que significaba tener sexo.

–¿No es un poco innecesario desperdiciar saborizante en un lubricante si se lo van a poner en el cu..?

–Es para sexo oral –Interrumpió Diego mis cuchicheos, sonriéndome–. Mira... chocomenta –dijo, entregándome otro tubo de lubricante. Y una vez que lo tuve en mis manos, nos echamos a reír, sintiendo más calor en mis mejillas de lo habitual.

Encontré muy enriquecedora la cátedra del chico de cabello azul, hasta que comenzó a ser demasiado explícito sobre el placer masculino, mostrando todos aquellos juguetes altamente calificados para ello.

–¡Uff! En serio, hermana. Con esto lo vas a hacer rugir. Y si quieres que él se case contigo, esto es lo único que tienes que comprar. Te garantizo que lo vas a tener a tu merced de por vida. Tanto que, si él se va al infierno, va a pedir por ti –dijo el chico. Yo fingí una sonrisa, puesto que comenzó a costarme trabajo respirar, y que me entrara un abrumador calor, al imaginarme a mí misma usando todos aquellos juguetes con Diego. Me atreví a mirarlo discretamente, notando sus mejillas enrojecidas, sus ojos más oscuros, pero con cierta humedad dentro de ellos que los volvió muy brillantes. Todo ello me provocó un vuelco por demás violento que, me vi obligada a distraerme con la estantería opuesta a ellos, para así poder enfriarme y echarle un ojo a todo el colorido. No tuve suerte. Donde sea que se me ocurriera mirar, nuevas, creativas y eróticas imágenes aparecían en mi cabeza.

–¿Como qué cosas te gustan? –preguntó de pronto la chica, quien estaba atenta a todo aquello en lo que mis ojos estudiaban.

–Uhh... No lo sé –respondí sin pensar, pero al ver su expresión tan sorprendida, sentí que era demasiado grave lo que había dicho.

–Claro... Estás aquí por él, ¿Cierto? –expresó con amargura, mirando de soslayo a Diego –. No te ofendas. Tómalo como un consejo. Pero, siéntete con la libertad de también elegir un juguete para tu placer. Esto no se trata solamente del suyo –agregó con firmeza.

Me quedó muy claro lo que ella quiso decir, por lo que me pareció más adecuado aclararle que entre Diego y yo no había nada. Acto seguido, se disculpó por su arrebato y continuó mostrándome el resto de los artículos, hasta que la insistencia de sus preguntas y que yo me harté de evitarlas todas, no tuve más remedio que confesarle que no había tenido relaciones sexuales.

–Entiendo...¿Tienes problemas con la penetración? Quiero decir, ¿has sido violentada? Te lo pregunto porque hay chicas que han sido violentadas y no soportan los juguetes que involucren la penetración –habló rápidamente, sin darme oportunidad de responder, salvo negar con la cabeza.

Ella me llevó hasta la orilla de la estantería, en la que me mostró, con exagerado ánimo, un juguete al que ella denominó como el mejor de la historia. Asegurando que jamás en la vida iba a necesitar de un hombre. Lo siguiente fue que se arrancó con un discurso feminista que me hizo reír. Con ello, su confianza sobrepasó los límites y comenzó a tratar de ligarme con demasiado descaro e insistencia que, terminé casi acorralada entre la estantería y ella, hasta que el sonido de la caja de cobro le hizo saber que tenía que volver a sus labores y se dispuso a empacar con esmero lo que Diego había comprado.

–También el lubricante –dijo Diego, entregándole el tubo a la chica para que lo empacara con el resto. Fue hasta entonces que la palabra 'lubricante' me hizo mayor sentido e incluso me provocó un hormigueo en toda la columna, a tal grado de hacerme consciente de lo que había ocurrido. Diego había comprado algo y me abordó una gran desilusión de saber que él iba a compartir aquello con alguien más ... O con el mismo. Añadió mi cerebro, depositando imágenes de aquella postura de Diego, en el estudio, en la que parecía darse placer a sí mismo. El calor volvió más violento y decidí menguarlo con un suspiro fuerte.

Al cerrarse la puerta detrás de nosotros, nos miramos lentamente para después escupir la risa. Ambos coincidimos en lo acosados que nos sentimos por aquellos chicos y mientras caminábamos sin rumbo, continuamos riéndonos como un par de borrachos. Mi teléfono vibró escandalosamente en mi bolsillo y nuestra sesión de risas se vio interrumpida, una vez que maldije por leer "Leo" en la pantalla. Al decidir tomar la llamada, Diego se adelantó para darme privacidad.

Entre Leo y yo nunca habíamos vuelto a compartir un momento incómodo, desde la preparatoria: cuando él me dejó claro que solamente me veía como una gran amiga y ambos nos prometimos jamás volver a confundir las cosas. Yo ya no sentía nada por él. Sin embargo, el haberle pedido aquello la noche anterior, de alguna manera había faltado con nuestro trato y estaba muerta de miedo de que, por mi borrachera, se arruinara nuestra hermandad. Por suerte, lo hablamos con total naturalidad y madurez. Una vez aclarado el tema y que le pidiera disculpas, colgamos el teléfono. Por otro lado, Diego tenía un don para sacarme las palabras y me sentí una completa imbécil al confesarle lo que había ocurrido con Leo.

Minutos después, lamenté el no encontrar más pretextos para continuar paseando juntos. Me inventé una excusa para despedirme y por pequeño que fuera el gesto, adoré el hecho de que Diego me acompañara hasta mi auto. Recién descubría y prestaba mayor atención a la sensación de escucharlo caminar y respirar a mi lado. Pero, de un segundo a otro, todos mis poros que le prestaban tanta atención, se vieron interrumpidos brutalmente, al sentir un beso en mi mejilla y que me tendiera la bolsa con lo que había comprado en la tienda.

–Que lo disfrutes. Ya me contarás después, ¿vale? Solo no abuses. Recuerda dejar un poco de espacio para algo humano –dijo sin más, cerrando mi puerta con un guiño que hizo que se me escurriera el alma por el asiento, olvidando momentáneamente, el regalo que abandoné a mi costado.

Estaba perpleja y el resto del camino me dediqué a hacerme un lío la cabeza. Mi sistema no conseguía gestionar la clase de sentimientos que debía de tener a causa del regalo, ¿Debía agradecerle?, ¿alegrarme por "regalarme" mi primer orgasmo y posiblemente los siguientes?, ¿debía molestarme? Simplemente, no comprendí qué era esa sensación que parecía haberse quedado suspendida a la mitad de mi cuerpo.

Al llegar a mi habitación, dejé la bolsa en la silla del rincón, notando que poco me había faltado para lanzarla ¿Estaba finalmente molesta? Me pregunté, mirando aquel pene animado que estaba impreso en la bolsa. Un remolino comenzó a formarse desde mis pies, llegando a cada rincón de mi cuerpo, comprendiendo al fin que me sentía ofendida, y que al mismo tiempo, sentía culpa por ello, pues era difícil saber la verdadera intención por la que Diego me había comprado un dildo. Me le quedé mirando un largo rato, sintiendo la cara roja de vergüenza por encontrarme en esa situación conmigo misma y que Diego tuviera que estar como espectador en mi proceso sexual. Fruncí el ceño fuertemente, y lancé un cojín, dejando oculto el regalo de mi vista y de mis pensamientos.

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1: ( ♪ ) Survive ﹣ Vance

2: ( ) Make me feel | Elvis Drew

3: ( ) Control | Zoe Wees

4: ( ) Let me  | ORZC ft. Luciana Lizier

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