─ ─ ● M ᴀ́ s ᴄ ᴀ ʀ ᴀ
Guadalajara, México
mayo 2016
(♪) Era sábado por la tarde y tenía una condenada energía, digna de un toro de rodeo. Bailaba semidesnuda por toda mi habitación, con demasiado drama y contoneando las caderas; imitando el ritmo de la canción que sonaba en la bocina. Al terminar de maquillarme la cara y el cuerpo, deslicé el vestido negro que había comprado para esa noche, pues junto con unos amigos rockeros que me había hecho durante la preparatoria, tocaríamos en una bodega abandonada que se encontraba a las afueras de la ciudad y cerca de las vías del tren. Semanas atrás nos habíamos reunido para ensayar algunas canciones y organizar todo para la competencia.
Todos ellos acostumbraban a fumar marihuana durante nuestros ensayos, mismos en los que terminaban ideando un montón de estupideces para las presentaciones. Me causaba gracia verlos tan animados organizando de pies a cabeza tantas ridiculeces. Parecían un montón de señoras borrachas escupiendo propuestas, todos al mismo tiempo e interrumpiéndose a gritos, o bien, entre ellos se estropeaban las ideas por pura maldad. Pero, curiosamente, todas las ocasiones en que nos presentábamos, sus locuras terminaban por ser unas bombas creativas con mucho propósito y con muy buenas ganancias.
Un par de días atrás, toda la gracia se fue por la coladera al recibir su llamada muy temprano, en la que me gritaron tan emocionados, poniéndome al tanto de las nuevas decisiones para la presentación en la bodega, y con aquella falta de vergüenza, sugirieron incluir a mi padre como patrocinador oficial del alcohol para esa noche. Todo esto, con el pretexto de que sería de buena ayuda para promocionar el nuevo tequila. Yo me reí ante la facilidad con la que a veces veían las cosas, y que muchas veces, tampoco medían las consecuencias de sus estupideces. Pareciéndome tan descabellado su plan, decidí ahorrarme los comentarios y cerrar la boca. Con lo que mi padre les pudiera llegar a decir, iban a tener suficiente como para que todavía yo me adelantara con el pesimismo.
Mi padre, después de eternos años, logró potencializar los campos agaveros encontrando el camino hacia la producción de su propio tequila. Ese siempre había sido el sueño de mi abuelo y de todas las generaciones que le antecedían. Mi padre estaba orgulloso de todo lo que había conseguido, pero pronto se dio cuenta que ahí no terminaba todo. Había todo un mundo más por recorrer. La buena noticia es que él era carismático y bueno con las palabras, virtud que le había ayudado a ser excelente en su trabajo, a tal grado que los clientes lo apreciaban demasiado. Tenía esa astucia de engancharlos durante las negociaciones, mismas en las que terminaban todos tan borrachos como las barricas y cerrando tratos satisfactorios.
Cuando nerviosamente le planteamos a mi padre la locura que teníamos en mente, se arrancó a reír, negándose de inmediato. Sin ganas de ser derrotados, dos de los chicos: el que se encargaba de las finanzas del grupo y el de mercadotecnia, le explicaron con lujo de detalle todo aquello que mi padre necesitaba escuchar. Él ya era viejo y tenía estrategias de venta del año de la prehistoria... Sin mencionar que, en realidad, todos sus métodos de trabajo eran ineficientes, anticuados y no era necesario ser muy inteligente para notar que todo ello estaba afectando duramente el negocio.
Yo sabía una mierda del asunto del tequila. Mi padre era machista y nos acostumbró a nunca hacer preguntas ni entrometernos en sus asuntos. Nos daba esa clase de tareas que solamente a él le convenían, pero cuidando siempre que fueran altamente relacionadas con lo que "podía hacer una mujer". A veces escuchaba cosas entre los empleados, pero tan grande como era mi ignorancia en el tema y la mera costumbre de nunca preguntar, guardaba silencio e ignoraba todo lo que acontecía. Recientemente me había enterado de que un montón de consultores había visitado a mi padre, pero tan pronto como entraron a su oficina, en un chasquido los echó, como si les hubiera tirado de balazos en sus traseros. Él no tenía remedio y estaba claro que prefería trabajar el triple y ganar poco, antes que abrir su mente a nuevas posibilidades.
Pareciendo que por fin algo de lo que le estaban diciendo le sonaba atractivo, mi padre y los chicos se enfrascaron en conversaciones sobre negocios, y yo, prácticamente salí huyendo de semejante vocabulario tan aburrido que mi cerebro era incapaz de comprender. Eso y que había notado aquellos ojos matadores que me regaló mi padre, indicándome que me quería fuera lo antes posible. Más tarde, después de hacer mis deberes en la tequilera y en el establo, regresé a la oficina, percatándome de que aquella pequeña reunión de negocios había terminado justo como todas: mi padre y los chicos riéndose casi por cualquier cosa, escuchando música de los ochenta, mientras sus palabras salían encapsuladas en burbujas de tequila. Al final...Muy pero muy al final, accedió. Incluso, se ofreció a regalarnos un par de cajas de vino para obsequiar durante la competencia.
Terminando de arreglarme, eché un vistazo hacia el espejo para admirar mi arduo trabajo, y con tremendo orgullo cosquilleándome en el pecho, coloqué sobre mi cabeza aquel tocado de plumas negras, que, para mí, era mucho más que eso. Incluso, mejor que una corona con lujosas joyas. Casi podía escuchar los tambores en mis oídos, como un eco. Sonreí una última vez al espejo, roseándome perfume para finalmente salir de mi habitación.
–¿Y ese vestido? –gritó mi padre desde su oficina, con clara desaprobación al verme. Yo me giré para encararlo y que se atreviera a decírmelo de nuevo. Él alzó una ceja.
Como el macho que era, tenía esa mala costumbre de irle diciendo siempre a mi madre como debía vestirse, y en algunas ocasiones, mi hermana era víctima de esa manía suya. Pero, muy a su pesar, conmigo tenía que tragarse su machismo, encantándome el recordarle que hacía mucho que sus opiniones me parecían tan igual a una bachicha de cigarro.
–¿Qué? ¿Es que te crees que ese tequila se va a promocionar solo? Tú mejor que nadie, sabe que el que no enseña no vende. Me sorprende que se te olvidé, papi –Escupí. Él desvió la mirada, respirando hondo y fingiendo que yo no había ni abierto la boca.
–He subido a tu auto una caja extra, pero con tequila reposado –Avisó con aburrimiento. Yo alcé una ceja esta vez, sin creer que de pronto fuera tan espléndido. – Solamente en caso de que quieras impresionar. Siempre hay algunos clientes de gustos más refinados –Finalizó. Le agradecí con una sonrisa cínica y salí de su vista.
Estacionando mi auto fuera de la bodega, note que algunas personas ya comenzaban a llegar, haciendo fila hasta que se les permitiera la entrada al recinto. Situación que me dio tiempo de llevar mi guitarra y todo lo necesario hasta la parte trasera del escenario. Una hora más tarde, el lugar estaba casi lleno. Otro grupo de rock invitado y contrincante, calentaron los cuerpos de los asistentes, para unos minutos después, dejarnos el escenario libre. Habíamos acordado que yo no tocaría en la canción introductoria, pero sí que me iba a encargar de incendiar todo el lugar.
Sumidos en las notas y actuando todos como dementes, el baile, los gritos y la demanda de las botellas de tequila reinaron en la bodega, situación que me hizo recordar que había dejado en el auto la caja extra de tequila que había puesto mi padre al final. Si íbamos a brindar por esa extraordinaria noche, había que hacerlo con lo mejor. Al terminar nuestro turno, hice mi camino hasta el improvisado camerino, tomé las llaves del auto, bajé por el ascensor y salí por la puerta trasera que llevaba directamente al estacionamiento.
La puerta chirrió, azotándose pesadamente y exponiéndome a tremenda oscuridad ¡Carajo! Susurré. Había tomado mis llaves, pero nunca mi teléfono, por lo que en ese momento tendría que apañármelas sin la lamparita. Por extraño que pareciera, recordaba donde había aparcado. El cielo era azabache y la luz de la luna era completamente insuficiente como para ver dónde pisaba. Aquello me pareció inmediatamente familiar, pues ya antes había caminado y sobrevivido a una oscuridad peor. Respirando hondo, obligué a mis ojos a acostumbrarse a la penumbra por un buen tiempo, o por lo menos, lo que me tomara en llegar al auto sin partirme la cara.
El sutil reflejo de los autos me permitió el no estrellarme con ellos, delineando con sutileza el camino. Un aleteo familiar voló sobre mi cabeza, deteniéndose en algún punto frente a mí ¿Qué hace aquí? Me pregunté. Sin entender por qué el halcón me visitaba en ese ruidoso lugar. Un movimiento extraño vino enseguida, y por arte de magia o como si fuera yo repentinamente un animal nocturno, noté una silueta merodeando del otro lado de mi auto ¡Un jodido ladrón! Aseguré en mi mente.
El cuerpo que no perdí de vista ni un segundo maldijo por lo bajo, revolviéndose en su sitio. Estúpidamente fui tras él, dispuesta a averiguar lo que se estaba intentando robar. Sin hacer mucho ruido, me situé a sus espaldas.
–¿QUÉ MIERDA TE CREES QUE HACES? –Grité fuerte, provocando que el chico se sobresaltara, pegando de gritos una vez que su rostro se encontró conmigo. Inevitablemente, escupí una carcajada, y mientras me atragantaba con ella, la imagen del chico asustado y su tan anormal manera de gritar, se repitieron en mi cabeza una y otra vez, provocándome más y más risa–. ¿Se te ha perdido algo por aquí, princesa? –dije entre risas, percibiendo algo familiar en su figura moldeada por la delicada luz que nos regalaban los interiores del auto.
–¿Por qué tendría que darte una explicación? –escupió el muy mamón.
Ya que la risa cesó, me permití razonar un poco, enterándome de que me había sobrepasado y no había medido el posible peligro. Aquel sujeto podría tener un plan macabro para robar autos. Yo estaba creyendo que se lo había estropeado, arriesgándome demasiado al fastidiarlo, pues era muy simple darme un golpe y dejarme inconsciente. También, podría apuñalarme, dispararme, violarme o lo que sea. El lugar estaba completamente aislado y sumido en la negrura, por lo que robar o hacer cualquier cosa inhumana era bastante sencillo.
–Escucha... –Comenzó a decir, una vez que hice el intento por mejor retirarme–. Tiré mi puto teléfono, y ya que me has metido un susto que me he cagado, podrías enmendar tu error ayudándome a encontrarlo. Tiene carcasa azul. Lo tiré por aquí –Ordenó con impaciencia mientras buscaba en el suelo.
Por supuesto no le creí. Seguramente todo lo que había pensado anteriormente estaba por hacerse realidad y aquel pretexto del teléfono, resultaría ser un plan B: asesinarme por haber estado en el momento y lugar equivocado.
–Así que, ¿Ahora tengo yo la culpa y debo pagar por que tú seas un jodido chillón? –Solté, rodeando el auto por el lado opuesto de donde él se encontraba, pensando que era buena idea permanecer lo más alejada posible del sujeto. Dentro de mi cuerpo, la razón me fulminó, queriendo saber por qué no cerraba ya la boca y me apresuraba en poner a salvo mi pellejo.
–¿Un chillón? Esto es una fiesta, no una noche de brujas. Está claro que a ti no se te ha avisado –expresó con desdén hacia mi atuendo–. Además, ¿Qué esperabas? Solamente te... apareciste así...–Quiso justificar, medio histérico y tropezándose con sus palabras.
–¡Eh! –Exclamé–. ¿Qué te crees que haces? –demandé con toda la inconsciencia, al ver como él se aprovechaba de nuestra tonta discusión para acercarse misteriosamente hacia el auto.
–¿QUÉ? –escupió, de manera grosera.
–Tú eres quien está merodeando por aquí ¿No te parece que te estás tomando demasiado tiempo en hacer tus labores? –dije de manera autoritaria, comprendiendo que simplemente era el chico que habían contratado para estacionar los autos. Pero, también era bien sabido que esos sujetos se aprovechaban de sus empleos para robarse lo que sea que encontraran dentro de ellos y a éste lo había atrapado en el acto.
Con aquel descaro e ignorándome por completo, el chico entró, sentándose en el asiento del piloto. Acto seguido, encendió los faros, dejándome ciega de por vida.
–¿Mis labores?, ¿Quién te estás creyendo que soy? –preguntó, ahora confundido y altanero. Su tono molesto había cesado, pero aún estaba a la defensiva y mientras me miraba desde el interior del auto, le respondí, aún con la luz tan intensa destruyéndome las retinas.
–Pues... El que estaciona los autos ¿O es que te queda mejor ser un ladrón? –escupí sin más.
Casi escupió sus pulmones en una tremenda carcajada, pareciéndome que ya la había escuchado antes. (♪) Se bajó del auto y se acercó, todavía riéndose. Inmediatamente, la sangre se me cuajó dolorosamente, abandonado mi cuerpo, adormeciéndome, desestabilizándome y perdiendo total consciencia de lo que acontecía alrededor, casi como si me hubieran inyectado veneno o me hubieran dado con el puño directo a la nariz. Era Diego.
Un golpe duro en mi pecho anunció mi perdición. Mis ojos y boca se secaron, al mismo tiempo en que mis pulmones se quedaban sin nada de aire. Con la penumbra de por medio, alcancé a percibir que su rostro parecía lucir igual que años atrás, sólo que ahora se presumía con facciones mucho más masculinas. Intenté rápidamente recomponerme mirando hacia otro lado, queriendo digerir lo que tenía por enfrente. Después, regresé la mirada hasta él, esperando que aquello fuera una mala jugada de mi cerebro, pero no. Él continuaba allí. Las piernas me temblaban. Me estaba congelando sin sentir frío.
–¿Te parece que luzco como un ladrón? –cuestionó, arrancándome de mis pensamientos. Diego se paseó con una sonrisa socarrona. Yo lo miré sin saber qué responder. No sabía si arrancarme la máscara y saludarle como si nada, pero ¿A quién engañaba? No me atrevería ni en un millón de años a hacer semejante cosa. Podía sentir como me temblaba hasta la última célula que quedaba coherente, aferrándome fuertemente a ella para no perderme por completo.
– Tú dime. Te acabas de apañar la cartera que estaba ahí dentro... De hecho, estoy pensando que lo del teléfono es una trampa para distraerme y asesinarme por joderte el plan de hacerle algo a ese auto, o bien, violarme en venganza –comencé rápidamente a decir puras estupideces, sin saber lo que debía hacer, salvo actuar. Reclamé por mi cerebro, pero éste se había fugado bajo la tierra, cual avestruz, dejándome por completo en blanco y con limitadas palabras en español.
–Ya. Primero: este auto es mío, la cartera también. Lo puedo comprobar, pero resulta que no se me da la puta gana; dos: no tengo corazón para asesinar a alguien. Pero, eso seguramente lo diría cualquier asesino. Y tres: no voy a violarte porque siempre puedo convencerte y te aseguro que terminarás disfrutándolo –expresó en un tono pícaro, acercándose a mí. Sus palabras me hicieron tragar saliva como si llevara púas en la tráquea. Mi rostro se calentó, debido al comentario que salió sin la más mínima vergüenza. Quise reírme de nervios y agradecí el que fuera de noche como para que notara cuan colorada me había puesto. Casi sentía la piel derritiendo la máscara que me cubría el rostro.
Conseguí reírme por lo bajo de la nariz, filtrando la tensión, y fingiendo que me importaba bien poco su comentario, comencé a caminar en busca de su jodido celular, queriendo que eso ayudara a que mi cerebro volviera a pensar. Sentí a Diego caminar cerca de mí, en silencio. Me aparté con discreción, notando todos mis nervios desbordándose. Situándome nuevamente frente al auto, bajé la mirada, buscando sobre la tierra, hasta que pude ver la carcasa azul debajo de... mi auto.
–Ahí está –Señalé hacia el teléfono de forma rápida, pues su manera de andar tan cerca me estaba poniendo al borde de un colapso. Él se apresuró de golpe, dejando una estela cálida acompañada de un aroma delicioso y fresco. Me acerqué tan idiotizada por su perfume, quedándome de pie a su lado y esperando a que recogiera el teléfono. Metió la mano debajo del auto y antes de levantarse, con semejante descaro, distrajo su mirada al recorrer mis piernas, casi fundiéndose en cada poro. Todo el cuerpo me empezó a hormiguear. Frío... calor...
–¿Todo bien allá abajo, princesa? –dije, fastidiándole y queriendo que se avergonzara por estar de morboso.
–¡Uff! Sí. Tremendamente bien –respondió con descaro, relamiendo sus labios carnosos. Hizo otro registro minucioso por mis piernas, antes de sonreír abiertamente con sus dientes perfectos, importándole bien poco el que yo me estuviera enterando de sus desvergonzados ojos. –¡Ah! Te refieres al teléfono... Bueno, nada más tiene tierra, pero salió ileso –expresó el cínico.
Yo puse los ojos en blanco, sintiéndome un poco decepcionada de que fuera de esa clase de seductores con cerebro de mayate y totalmente insoportables. Pero, a decir verdad, unas chispas se habían asentado en mis órganos, haciéndome sentir halagada ante su perversa aprobación que emanaba de sus poros y su boca. Siempre fue sincero y el saberle ahora con esa versión tan insolente: en la que parecía que únicamente escupía todo sin importarle a quién afectara con ello, resultó tan ajeno y un poco doloroso enterarse que en realidad nunca nos conocimos lo suficiente.
Estuve tentada de arrancarme la máscara y verle suplir esa expresión seductora por el verdadero rostro que pondría al tenerme nuevamente frente a él. Seguro que se cagaba. Pero, en caso de que él reaccionara de la peor manera posible, no quería saber ni por asomo lo que debía sentirse que escupan todo tu ser. Incluso, sabiendo que me lo merecía. Y así, como años atrás, aquí estaba, una vez más intentado protegerlo al evitarle el más grande de los disgustos y nuevamente callar.
Queriendo desesperadamente ponerle fin a nuestro encuentro, pasé de él llegando hasta la puerta trasera de mi auto. La abrí y alcancé la caja con las botellas.
–¿Estás consciente de que pareces más una ladrona tú que yo?, ¿Qué es lo que llevas ahí?, ¿Saqueaste una tienda? –Se burló, cruzándose de brazos.
–No lo creo. Pero, veamos que dice aquí... "NO-TE-INCUMBE". Sí. Eso dice – rezongué, leyendo algo inexistente en la caja. Yo ya estaba en ese punto crucial donde los nervios comenzaban a soltar su veneno, con el deseo de terminar esa tortura incómoda que me ocurría siempre que tenía un chico cerca. Cerré la puerta demasiado fuerte con una de mis piernas y de inmediato comencé a caminar.
–TAMBIÉN CAMINAS DEMASIADO SEXY –gritó detrás de mí.
Me permití sonreír en silencio. Estaba halagada, pero al no estar familiarizada con los cumplidos, esa sensación no logró acomodarse alegremente en mi sistema. Aun cuando estaba más que consiente que por primera vez no quería desechar eso. En realidad, mi cuerpo lo atesoró en otro sitio seguro y profundo de mi ser.
Sabiendo que él sonreía por su desvergüenza y tan segura de que continuaba mirándome el trasero, levanté mi dedo medio, al mismo tiempo que el brazo para asegurarme que no se lo perdiera. Él sonrió por lo bajo. Acto seguido, lo sentí siguiéndome el paso de cerca al quedarnos nuevamente en la penumbra. Enseguida hizo encender la lamparita, ayudándonos a llegar hasta la puerta trasera por donde había salido. Me ayudó a sostener la puerta de metal y me siguió hasta el ascensor, donde dejé la caja en el piso y cerré la reja.
Presionando el botón que nos llevaría hasta la siguiente planta, el ascensor vibró bruscamente, obligando a Diego a sostenerse como un chiquillo asustado. Yo sonreí por su imagen tan ridícula ¿De qué mierda le sirven todos los músculos, si es tan chillón? Pensé. Creyendo que también la valentía lo había abandonado con los años. Pasados unos segundos, pude notar que no me quitaba la vista de encima. Un tornado se desató, machacándome el interior. Mientras tanto, yo recé para que no lograra reconocerme. Quizá ya me había notado algo.
Continuando con ese registro tan descarado por todo mi cuerpo, en algún momento me extrañó admitir que no me asustaba ni me molestaba, pero sí que me provocaba un tortuoso calor. Y así como él se tomó la libertad de comerme con sus bonitos ojos, yo me lo permití también. Lástima que la luz roja y tenue hizo casi imposible apreciarlo a detalle. Pero, de alguna forma, las sombras enloquecieron al delinear su figura.
No hablamos, sólo nos miramos, como si en verdad por nuestros ojos salieran las palabras. Nos sostuvimos la mirada, sin titubear, sin incomodarnos y turnándonos para examinarnos de nuevo, suponiendo que algo nos habíamos dejado. No había parpadeos, solo una extrema desfachatez que se apoderaba de los dos. Me sorprendió también el que nunca había hecho nada de lo que venía haciendo desde que me lo había encontrado, ni sentido todo eso que se me retorcía dentro: un exagerado deleite al tener sus ojos encima. Y mi piel, estremeciéndose en cada milímetro que él recorría con su mirada.
Usualmente me topaba con chicos que fingían ser seguros de sí mismos, presumiéndose con toda su fastidiosa falsedad. Otros, dejaban reflejar su seguridad convertida en una insoportable soberbia y ego, creyéndose merecedores de todo. Pero, en él, la seguridad parecía fluirle tan natural que no había necesidad de presumir, o bien, de escupírtelo en la cara. A Diego siempre le importó una mierda todo, luciéndose con esa envidiable serenidad que me costaba creer lo chillón que ahora era, pues también lo recordaba valiente.
Abrí la reja una vez que el ascensor se detuvo. Esperé a que él simplemente se largara, pero eso no ocurrió. Se ofreció a ayudarme con la caja, a lo que me negué de inmediato. La mera costumbre y tan perfecta como era yo para entablar conversaciones con chicos, mis barreras se levantaron sin avisar, advirtiéndome que quizá él quería divertirse y yo no era la indicada para hincarme bajo el cierre de su pantalón y lo último que deseaba era que se enterara de quién era en realidad. Solamente quería que la noche terminara y así poder perderme de su vida como lo llevábamos haciendo desde años atrás. Así que, tomé la caja y salí, ignorándolo. Un malestar se anunció en mi sistema, sembrando la posibilidad de que quizás estaba cometiendo el error más grande de mi vida.
Caminando sobre el pasillo, unos gemidos se filtraron por las paredes ¿Qué demonios? Pensé al imaginarme que alguien se debía de estar matando allí dentro, pues además de los gritos exagerados, le acompañaban un montón de ruidos desastrosos. Contiguo a la habitación donde se tenía sexo desenfrenado, me detuve frente a una puerta.
–¿Puedes tocar? –le pedí a Diego, quien continuaba a mi alrededor, estudiando cada centímetro del lugar, como si esperara a que los zombis atacaran desde la penumbra de los extensos pasillos. Él hizo lo que le pedí, y en seguida, un hombre rechoncho recibió la caja con las botellas. Le di las gracias y seguimos por el pasillo.
Estudiándome desde las sombras, pero sin ánimos de insistir, Diego permaneció cerca de mis pasos hasta que la multitud de la fiesta nos recibió de nuevo. Acto seguido, lo perdí de vista, como si se hubiera desvanecido cual velo. Hice un par de respiraciones, igual a las que hacía en una clase de yoga, con el único fin de encontrar esa paz de nuevo en mi interior. Ésta me duró poco. Esperando por un buen trago en la barra, su aura me abordó de nuevo.
–¡Eh! Ya que parece que conoces a la perfección este sitio ¿Tienes alguna idea de con quién me tengo que acostar para que puedan atender mi mesa? –preguntó Diego, apuntando hacia la mesa donde lo esperaban algunos chicos impacientes y que miraban en nuestra dirección.
Lo recorrí con la mirada, dispuesta a fingir desprecio, pero en realidad estaba disfrutándolo, pues de alguna manera, me alegraba y admiraba el saber que sí conservaba esa valentía suya como para insistir en conversar conmigo.
–Dudo que alguien quiera acostarse contigo, a menos que ofrezcan una muy buena cantidad de dinero –escupí. Un chico que le acompañaba se tragó la risa.
–¿Estás segura? –preguntó, acercándose un poco.
–Vale. Además de ser una princesita, un pervertido y acosador, también eres ciego ¿Es que puedes ver a alguien haciendo fila para eso? –cuestioné, extendiendo los brazos.
–Sólo puedo ver a una –Sonrió con total descaro.
–¡Huh! No tienes tanta suerte ¿Qué tal, dinero? –Me burlé. Él frunció el ceño, dejándome saber lo mal que estuvo mi comentario. De inmediato y totalmente avergonzada, intenté remediarlo–. Además... ¿Es que las princesas toman siquiera? Se supone que no deberías estar fuera del palacio a estas horas –bromeé.
–Estoy de día libre –Guiñó un ojo. Yo sonreí ante la ligereza que su imagen me proporcionaba; tan relajado que caía en la desvergüenza. Miré hacia el barman, quien estaba muy pendiente a la plática. Él me miró de vuelta, entendiendo lo que pedía.
–Yo me encargo –guiñó también un ojo.
–Es de los grandes. Cóbrale el triple –Le dije al barman, mientras le daba una palmada a la bonita y escultural espalda de Diego, antes de retirarme.
Sonriendo por su cara tan descompuesta, hice mi camino rápidamente hacía el escenario, pues Leo ya me había dado la señal para unirme a la siguiente ronda y yo ya me había demorado bastante. Subí al escenario colocándome el tirante de la guitarra por mis hombros. (♪) Con toda la adrenalina empujando mis venas me sumergí en la melodía, sintiéndolo todo con mis dedos que se deslizaban por las cuerdas, fundiéndome con la voz profunda de Leo. Le encantaba dramatizar y sabía también que adoraba que me deshiciera con él en el escenario, alentándonos mutuamente a hacer alocadas actuaciones.
Tocamos un par de canciones más, hasta darle oportunidad a los grupos contrincantes. Bajamos del escenario y de inmediato me entretuve en dar degustaciones de tequila a los asistentes más desenfrenados, sintiendo un poco de pena de saber que su noche no terminaría en buenas condiciones, pero se encontraban tan emocionados que les fue fácil acercar sus rostros para permitirme dejar caer un hilo de tequila dentro de sus bocas.
En la barra, ordenando algo más para beber, un estruendo de cristal se escuchó tan cerca, salpicando mis pies. Alguien maldijo alrededor. Acto seguido, las luces blancas ayudaron a revelar el color tan intenso de una playera azul que portaba un chico de bonita espalda ancha, quien intentaba levantar del suelo los vidrios de mayor tamaño, acomodándolos torpemente sobre sus manos hasta que el pervertido que reconocí al instante se encontró nuevamente con mis piernas, tomándose más tiempo que lo anterior para desmenuzarlas con sus ojos. Puse los ojos en blanco, ocultando la sonrisa ¿A quién engañaba? Sí que me alegraba verlo de nuevo.
–¡Dios! Lo siento muchísimo. Deja que te ayude –dijo, de manera acelerada y torpe, tomando un puñado de servilletas.
–Descuida, ya lo hago yo –Le interrumpí, impidiendo que se le ocurriera comenzar a tocarme.
Se le veía un tanto afectado al verme mientras me secaba, rodeado también de algunas personas del servicio, quienes se habían acercado a limpiar el desorden con desgana, y encima, torcían la boca con molestia hacia Diego.
–Me parece bien que las princesas salgan del palacio de vez en cuando a que les dé el aire. Pero estoy segura de que a ti te desterraron ¿En serio puedes ser tan torpe?, ¿Es que no aprendiste nada sobre la delicadeza y la perfección? –Me burlé, queriendo atenuar el momento incómodo que se respiraba. Le tendí también un par de servilletas, pues sus manos tenían un poco de sangre a causa de los vidrios que llegaron a dañarle la piel. Él, con aquella desfachatez, tomó el trago que apenas me habían servido y remojó el papel, para posteriormente pasarlo descuidadamente sobre sus manos.
Yo me quedé ahí, tan idiotizada y pendiente a todos sus movimientos. Recorriendo su cuerpo con mis ojos, me di cuenta de todo aquello que no había podido ver anteriormente. Llevaba pantalones claros y estratégicamente rotos. Tenis blancos, un reloj elegante color dorado y finalmente, estaba esa playera que cubría hasta sus codos, en un azul heráldico que se robó por completo mi atención. Había colores tan perfectos que me hacían sentir un placer inimaginable al verlos, y ese era uno de ellos. La llevaba desabotonada, dejándome ver apenas la línea central que dividía sus pectorales elegantemente trabajados y bronceados. Me sentí babear ¡Pero qué bombón! Pensé. A la par en que dos destellos azules bailaban con la inestabilidad de las luces, y que me habían sorprendido mirando de más. Me miraba divertido y sin titubear. De pronto, sentí demasiado calor bajo su mirada, haciéndome sonrojar al instante.
–La vida fuera del palacio es más complicada de lo que creí. Supongo que me tomará más de lo debido acostumbrarme –habló, siguiéndome el juego con una amplia sonrisa blanca –siento haberte mojado –Se disculpó con aquellos inocentes y brillantes ojos.
–No importa. Aunque... Será mejor que las saque de aquí, antes de que se sumerjan en otro desafortunado encuentro contigo –Sonreí, echando un último vistazo hacia mis piernas olorosas a cerveza. Todo esto, mientras esperaba a que terminaran de rellenar mi nueva bebida. Pero, al meditar lo que había dicho, me quise golpear a mí misma, pues aquello podría interpretarse de otra manera.
–No creo que sea tan desafortunado –susurró, poniendo esa sonrisa seductora. Yo sentí que me ardía la cara. Ante mi silencio, Diego chocó su nueva bebida con la mía, a modo de brindis. Dimos un trago largo, mojándonos los labios y sin dejar de mirarnos. Algo zumbó dentro de mi pecho. Frío...calor...
–¿Cómo es que pasaste de ser una...Malabarista a contrabandista de alcohol y después a una guitarrista? Son un par de empleos los que tienes aquí ¿Huh? –cuestionó, con toda esa serenidad suya.
–Y eso que no los conoces todos –hice una pausa –. ¿Qué te puedo decir? Estoy llena de sorpresas –Sonreí, encogiéndome de hombros.
Enseguida nos enfrascamos en nuestro chiste constante sobre él siendo parte de la realeza, pues tenía mucha gracia en hacer las conversaciones muy llevaderas y eso me encantaba. Ya que, comparado con otros chicos, él no parecía del todo descerebrado o el clásico idiota que agranda sus músculos para ligar, que habla de su dinero y sus habilidades o gustos nada interesantes ¡Ah! Y la manera tan poco creativa que usualmente tenían para halagarte e invitarte tragos a lo estúpido, con el único fin de llevarte a la cama. No descartaba que eso pudiera también ser el objetivo de Diego... de hecho, lo era. Todos los hombres quieren sexo. Pero, en su particular caso, la insistencia por querer agradarme, sencillamente terminaban en desafortunados encuentros con su natural torpeza. Cosa que no cuadraba en él.
Estudiándolo mientras hablaba, fui consciente que me encantaba que fuera tan contundente y que era notable que siempre hacía todo lo que se le daba en gana, sin el menor de los temores. Y así, sin quitarle la mirada de encima, me quedé atónita y atrapada por sus ojos multicolor. Aún conservaban ese aire tierno de un cachorro inocente, a los que se le habían sumado destellos de una desquiciante sensualidad cínica, pura e inusual. Los hoyuelos y ese lunar también destacaban en su ternura, sensibilizando su aspecto alfa y ¡dios! Ese lunar, que no sabía si sumaba a su ternura o a su sensualidad.
Las chicas a nuestro alrededor se revolvieron inquietas y claramente afectadas por la belleza perturbadora de Diego. Agitaban sus cabellos y movían sus caderas de manera exagerada, con la intención de llamar su atención. Quise golpear sus cabezas en el borde de la mesa, pero recordé que no tenía ningún derecho sobre él, salvo el momento que me regalaba ahora.
–Diego de Luca –Se presentó repentinamente, una vez que terminamos por hacer esa sesión de miradas intensas y sin pronunciar palabra. Él había extendido su mano, misma a la que yo solamente tomé, sintiéndola tan gigante y arropando la mía, haciéndola lucir pequeña. Inevitablemente, su tacto me hizo recordar aquellos días de invierno en el que eres cubierto por una manta tibia, suave y esponjosa–. ¿Y tú?, ¿Cuál es tu nombre? –insistió al ver que no respondía ¡Maldición!
–No...No puedo decirte –Se me ocurrió pronunciar, sin pensar y sin saber qué mierda hacer, decir o inventar. Mi cerebro comenzó a girar, centelleando con la alarma roja de alerta, pues todo mi sistema racional había colapsado.
–¡Ah!, ¿No? Entonces sí eres de la mafia ¿Por eso lo de la caja con vino?, ¿Es adulterado?, ¿Hija de algún político, tal vez?,¿Narco? –Soltó, casi sin respirar. Yo sonreí, pues sus ideas me parecieron tan creativas que por un segundo me cruzó la idea de asentir hacia alguna de ellas. Pero, mi serpiente interna rápidamente se hizo un ovillo, ocultando su cabeza en lo más profundo de su cuerpo, desaprobando por completo mis pensamientos y dejándome claro que en eso me asfixiaría yo sola. Era mejor que simplemente me inventara un nombre.
–Yo...
–¡Oh!, ¿Es aquí donde hay que formarse para tener un servicio privado con las putas? –interrumpió un chico que hacía rato rondaba a mi alrededor, destilando un exagerado morbo que estaba colmándome la paciencia. Estaba muy borracho, con sus ojos desorbitados y apenas podía sostenerse. Diego lo miró, frunciendo el entrecejo ante la falta de respeto de aquel cerdo–. ¿Puedo pedir y hacer lo que yo quiera?, ¿O tienes un menú más atractivo? –habló de nuevo, relamiéndose los labios, arrastrando las palabras y con un tono de voz tan desagradable que me hirvió de inmediato la sangre. Prácticamente me sentí violada con sus puros ojos. Él ya había sacado un par de billetes, agitándolos como si fuera la comida más preciada para mí. Cuando comencé a rabiar mi bestia interna ya se me había escapado.
–Sí. Tengo algo más atractivo –Me acerqué. Y así, sin que él pudiera evitarlo, estrellé con fuerza mi puño en su nariz. Su cuerpo gordo aterrizó sobre el suelo y los dedos comenzaron a punzarme inmediatamente–. Y las faltas de respeto las cobramos muy caras. Así que...Tomaré esto como disculpa –dije con molestia, tomando los billetes que estaban regados a su alrededor–. SÁQUENLO DE AQUÍ–ordené a los guardias, quienes llegaron en modo alerta.
Cuando me volví, rápidamente atisbé una hielera en la barra, misma a la que me lancé enseguida y hundí la muñeca, lanzando un quejido extraño y ahogado por aguantarme el llanto. Diego continuó allí parado. Parecía en estado de shock y de vez en cuando me estudiaba, queriendo comprender lo que había ocurrido ¿Qué demonios estoy haciendo? Me dije, sin creer toda la mierda en la que me estaba hundiendo.
–Será mejor que me ponga a trabajar. Lo siento –Me disculpé, sacando la mano de la hielera. Le regalé una última mirada de pena y me perdí entre la gente, sintiendo tanta frustración de mí misma por no saber qué hacer a su alrededor... Era una cobarde.
El pésimo ánimo me duró por el resto de la noche. Deseando sacudirme el terror que me abordaba de sólo imaginar acércame otra vez a él, me encontré estudiando a Diego con la mirada, descubriéndolo siempre tan relajado, sonriendo a medias, y otras muy pensativo, registrando la multitud, buscándome también y provocándome una sacudida. Pero, a diferencia de él, yo me aseguré de situarme donde no me encontrara.
Cuando tuve suficiente de la tortura y que no encontraba el valor para hacer algo en lo absoluto con mi vida amorosa, levanté mi trasero, recogí mis cosas y me fui directo al estacionamiento. Estaba muerta y comenzaba a tener alucinaciones con la suavidad de mi almohada y las sábanas. Además, conforme pasaban las horas, cada vez podía mover un poco menos los dedos en la mano. Necesitaba que alguien la revisara.
–Vaya, vaya. ¿Quién es la princesa ahora, huyendo tan temprano?, –Escuché su voz, entremezclada con el crujir de la tierra bajo sus pies. Yo estaba medio oculta entre el maletero, peleándome con el penacho enredado en mi cabello. Necesitaba quitármelo cuanto antes, pues ya me dolía toda la cabeza y el cuello; no era tan ligero después de todo. Con un torbellino dentro de mi cuerpo, manoteé torpemente, dejé el penacho en su lugar y me dediqué a buscar rápidamente la máscara que ya había lanzado en algún lugar.
–Lo mismo digo, alteza –respondí, aún oculta. Una vez que me aseguré de que todo estaba perfectamente en su sitio, asomé de a poco la cabeza. Él resopló al verme.
–Esperaba que la calabaza ya hubiera regresado a su estado normal y me encontrara a la andrajosa princesa. Supongo yo que es más moderna ¿A qué hora se rompe el hechizo en estas épocas? –habló con tanta dulzura que me sentí centellear por dentro, igual a las zapatillas de cristal.
–No hay hechizo y aquí sólo puede haber una princesa –Apunté ligeramente hacia él–. Además, ya debería irse enterando que las princesas no son las únicas que se van temprano a la cama.
–¿Ah no? Entonces, ¿Quién más? –Curioseó, revelando una encantadora sonrisa que iluminaba descaradamente toda la espesa noche.
–Los dragones, alteza. Ellos también lo hacen –continúe la actuación, sintiéndome atrapada momentáneamente en una obra de teatro antigua. Me sentí sonreír ampliamente por todo lo que nos estábamos diciendo.
–Y...Ya que estamos con todo al revés ¿Será que puedo darte mi número y puedas encontrarme después?, ¿O que exista la posibilidad de que olvides algo para poder yo encontrarte?, ¿Qué tal...un par de escamas?, ¿Los cuernos? ¿O...tu nombre, tal vez? –Insistió. Las ganas por decirle quien era comenzaron a retorcerse en mi sistema. Miré hacia el interior del maletero y caí sobre las botellas sobrantes. El líquido centelleó, revelando... Quizá la mejor idea. Tomé una de ellas y cerré el maletero. Me acerqué con cautela, abriendo la puerta del piloto y me recargué en ella, mirándolo antes de subir. Él se acercó.
–Ópalo –Respondí, cerrando con broche de oro otra de las más grandes mentiras de toda mi existencia. Diego hizo una expresión graciosa al escuchar semejante nombre tan exótico, ladeó la cabeza como un cachorro en un intento por convencerme de decirle un poco más. Se acercó con cautela sin dejar de mirarme y llevó sus dedos hacia mi rostro. Yo le di un golpe sacando su mano fuera y empujando hacia él la botella–. Si eres lo suficientemente inteligente, sabrás que este no es un cuento en el que te convenga encontrar algo al final y me disculpo por que hayas tenido que conocer mi versión equivocada – hablé esta vez con la verdad, refiriéndome a nuestro pasado y deseando que algún día él pudiera entenderlo. Diego frunció el ceño, sin comprender–. La casa invita. Será lo mejor que hayas probado hasta ahora –susurré, una vez que sentí sus dedos sosteniendo la botella y recé mentalmente por lo que aquello pudiera desencadenar, en caso de que algún día lo descubriera.
Él parecía un tanto descompuesto. Sin más que decir, nos miramos un poco más, despidiéndonos con los ojos, hasta volverme para subir a mi auto y poder huir de su vida y él de la mía.
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1: ( ♪ ) Highway To Hell | ACDC
2: ( ♪ ) Baby | Elvis Drew X Avivian
3: ( ♪ ) Gods Of War | Def Leppard
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