
─ ─ ─ È x ᴛ ᴀ s ɪ s
—¿Y bien? —preguntó Ivanna, pintándose las uñas—. ¿A dónde iremos este fin de semana? Sabes, empieza a darme sed... Y de la peligrosa —susurró macabramente. Ivanna y yo apenas cruzamos miradas. Estaba prácticamente comiéndome la computadora, terminando tareas atrasadas.
—Lo siento —Empecé a decir—. Este fin de semana tengo un... ¿Quieres ir a la apertura de un nuevo antro? —escupí de pronto, sonriéndole ampliamente al recordar que Franco me había entregado invitaciones para la inauguración, haciéndome saber que podía llevar a quien yo quisiera. Además, desde que había terminado todo lo que Franco me pidió para ANCORA, y estando a un par de días de terminar exámenes, salir de fiesta era el remedio perfecto para curar el estrés acumulado.
Para cuando pronuncié la palabra "antro" Ivanna había dejado de hacer lo suyo para ponerme toda la atención, junto con una sonrisa que le daba la vuelta a su cabeza.
—Me parece bien ¿De qué lugar hablamos exactamente? —preguntó, tratando de hacerse la interesante, pero la sonrisa delató sus negras intenciones.
—Es una sorpresa —Les guiñé un ojo. Ella amaba la fiesta y sabía que no se negaría a mi oferta, asegurando que ANCORA sería su nueva obsesión.
—¿Soy yo o tú también puedes percibir la mejor noche de nuestras vidas aproximándose? —soltó, levantando los brazos, como sintiendo una fuerza divina de ninguna parte. Las dos soltamos una carcajada, y enseguida nos levantamos de nuestros asientos para invitar al resto de las chicas.
Después de una larga semana de exámenes y trabajos, el viernes llegó para sanar nuestras heridas. Reunidas en casa de Ivanna, pasamos el resto de la tarde comiendo como si no hubiéramos sido alimentadas desde el día en que nacimos, bebimos un poco y cantamos. Llegando la hora de arreglarnos, la mayoría corríamos de un lado a otro, estorbándonos en el baño mientras nos maquillábamos. Otras, se paseaban desnudas buscando sus atuendos. Finalmente, nos dimos un baño en perfume y salimos sonando nuestros tacones por toda la casa.
Para cuando llegamos al ANCORA, por ser evento especial, la entrada estaba libre y no iba a ser necesario hacer fila india. Enseñamos nuestras identificaciones y los guardias nos permitieron la entrada. En el vestíbulo, nos recibieron un par de chicos vestidos de negro, quienes revisaron la invitación. Y mientras lo hacían, eché un vistazo a mi obra de arte que se encontraba dándonos la bienvenida. El monstruo negro parecía hacer un intento de sobrepasar el muro: su movimiento se percibía lento, permitiendo que se le admirara a la perfección; moldeado por la luz y la sombra, lucía como una piedra preciosa y misteriosa, creciendo de forma irregular y brillante. Después de todo, los sueños no fueron en vano. Le dije, cerrándole mentalmente un ojo.
Sonreí al imaginar que el monstruo también me guiñaba el ojo, y detrás de mí, las chicas hicieron un montón de expresiones.
—¡Madre mía! Pero qué lugar —dijo una de ellas.
—Esperen a ver el resto —agregó una voz altanera que reconocí al instante.
—Franco ¡Qué gusto verte! —Me acerqué hasta él para saludarlo, felicitarlo y presentarle a mis amigas, mismas a las que, como era de esperarse, tomó la mano de cada una y asintió elegantemente.
—Por favor, adelante. Las acompaño hasta su mesa —habló, extendiendo un brazo para detener la cortina de terciopelo negro que ocultaba la entrada del túnel.
Dentro, todo estaba revestido de rocas de color negro. De manera instantánea, sentí todo lo que Franco había dicho el día que me mostró el lugar por primera vez: «Olvidar de dónde venimos, donde hemos estado y prepararnos para lo que sea que estemos por vivir al terminar el túnel». Al pensar en todo ello, escuché a las chicas chillar de la emoción mientras caminábamos. Miré de reojo a Franco, quien me animó para ambos chocar nuestras manos en señal de haber logrado lo que queríamos. Puesto que, una de las cosas que me había pedido, era diseñar aquel túnel que daría la bienvenida y arrastraría a todos sus visitantes a abrirse la piel.
Llegando al final, el aire dejó nuevamente mis pulmones, pues las luces se pavoneaban, bailando tranquilamente, acompañadas de la iluminación que brotaba de los muros de manera imperial. Detuve la mirada en todo aquello que enmarcaba la cabina del Dj. Se suponía que lo que era negro, ahora se iluminaba de un intenso, elegante y oscuro azul que nos devoraba hasta la inconsciencia.
El recinto estaba plagado de invitados, pero aún podíamos caminar entre las personas cómodamente, sin empujar o lastimar a alguien. Notando las cabezas de mis amigas moverse de un lado a otro, las comprendí. Ya que, en un lugar como ese, era necesario tener ojos de camaleón para poder absorber hasta el último detalle. Subimos por las escaleras y llegamos hasta nuestra mesa.
—Disfruten de la noche —expresó Franco, una vez que se aseguró que un mesero nos atendiera debidamente—. Cualquier cosa que necesiten, háganmelo saber —Finalizó. Todas le dimos las gracias y lo vimos desaparecer entre los cuerpos de los invitados.
Al ordenar nuestras bebidas, eché nuevamente un vistazo hacia el lugar al que Franco llamaba: "Donde la magia ocurre"; La cabina del Dj. Era impresionante. A penas se veían las siluetas de las personas que se encontraban haciendo "esa magia", emanando un poder convertido en luz, obligándote a sentir cosquillas por todo el cuerpo. Por otro lado, las columnas que sostenían el recinto, se alzaban cual majestuosos atlantes decorados con elegantes celosías y enmarcadas por el metal de las luces. Todos los interiores eran negros. Sin embargo, la diversidad de texturas resaltaba con sutileza, provocándome cierto placer por donde sea que pasara la mirada, haciéndonos sentir que vivíamos dentro del monstruo que nos dio la bienvenida.
La euforia iba creciendo hasta ser interrumpidas por la llegada de nuestras bebidas. Brindamos chocando nuestros vasos fluorescentes y de inmediato comenzamos a bailar. (♪) Un abismo de luces de todos los colores azul existentes, se abrieron paso por todo el recinto. Mi pecho dio un vuelco similar a lo que se siente caer desde lo alto, junto con una risita tonta que se me escapó. Notas saltarinas juguetearon alrededor de mis oídos, envolviéndome y provocándome mariposas en el estómago al escuchar la voz de quien cantaba. Unas alas imaginarias se desprendieron de mi piel. Cerré mis ojos, fundiéndome dentro de la melodía, hasta que esta se aprovechó, tomándome y convirtiéndome en las chispas de un cerillo. A mi alrededor, las chicas gritaron de la emoción, entre carcajadas y saltando al ritmo de la música.
Pasada la medianoche, mi cuerpo estaba medio perdido en alguna dimensión paralela, pareciendo que todo estaba perfectamente diseñado para mí. La música era tan excitante que, incluso, podía sentirla tocándome por todo el cuerpo, como si se trataran de las yemas de unos dedos pasándome por la piel. Generalmente, la música que tocaban en los antros me parecía siempre la misma, resultándome aburrido hasta las lágrimas. Esta en particular, me tenía fascinada. Es como magia. Pensé, disfrutando cual pájaro gordo en el agua.
Pasando mis ojos sobre la multitud, encontré a Ángela. Sabía que Diego podía estar alrededor. Así que, lo busqué con discreción, pero no lo encontré. En su lugar, descubrí a Leila rebotando entre los cuerpos de Emilie y Samantha, bailando como una enferma mental. Sintiendo que el campo estaba libre y seguro, le di un trago largo a mi bebida y caminé hacia las chicas para saludarlas. Pero, en el instante en que sonrieron al verme, todo quedó en silencio y en absoluta obscuridad.
La noche oficialmente estaba iniciando. Aquello se llenó de silbidos y gritos de emoción. Los destellos de luces plateadas comenzaron a parpadear sobre la penumbra, acompañadas de una voz tan ronca, digna de locutor. Era una especie de grabación introductoria, anunciando lo que nos esperaba esa noche. La voz se intercalaba con algunos fragmentos del poder de la música electrónica, provocando que el corazón nos golpeara con los sonidos graves. Sonreí por eso. Amaba esa sensación de mi corazón a punto de salirse de mi pecho, debido al estruendo de las bocinas. Todo se volvió silencio, y una vez más, la obscuridad nos cubrió.
Había tanta impaciencia empujando dentro, burbujeando por mis venas que, por un momento, sentí que todos podían escuchar mi respiración entrecortada. (♪) Fuimos atacados repentinamente por descontroladas luces rojas y blancas que comenzaron a girar por todo el recinto, acompañadas del poder de las bocinas, reventándonos los órganos con el estruendo. La piel se me erizó como una corriente eléctrica, desorientando mi cerebro por aquello que parecía tan nuevo. Frío... Calor. Los sentidos se sentían arrodillados ante las sensaciones, tan sensible cual carne viva y flotando contra la gravedad.
Con las luces jugando alrededor, accidentalmente caí sobre aquellos ojos que me estudiaban, que quemaban, obligándome a dejar de respirar. Sentí que estaba sujetándome bruscamente hasta soltarme en otra vida, pues la voz de quien cantaba, susurró, cosquilleándome en la nuca y dejando un calor húmedo que se hizo un camino descarado por mi columna, mis muslos; perdiéndose en las plantas de mis pies y obligándome a que levitara de nuevo, tan inconsciente. El estruendo golpeó de nuevo, haciendo vibrar el suelo, mismo que me devolvió la vida, invadiéndome por completo. Cerré los ojos, tentada por ronronear como un gato al sentirme tan rendida, pero gustosa por la sensación, por el placer que permití que me explorara el cuerpo y se escurriera como la lava de un volcán.
Me sentía enloquecer, pues no podía estar más envuelta en un sin fin de sensaciones. La música se fusionó con otra, dejándome sin aliento y adolorida por el regreso. Abrí los ojos de golpe, con mi cuerpo quejándose por la interrupción y cayendo sobre los ojos del culpable de dejarme alucinando. Era Diego en la cabina.
¿Qué demonios? Sentí el cortón en la sangre. Desvié la mirada, pero casi de inmediato, se me salió la risa, admitiendo que no había razón para negar, que me sentía profundamente agradecida por lo que acababa de ocurrir... De sentir. Podía jurar que a él también se le dibujó una sonrisa, pero las luces tan inestables, me impidieron apreciarlo, sumado a que él ocultó su rostro para continuar torturando nuestros cuerpos a su antojo.
Suspiré, luchando con mi cuerpo que aún continuaba tan desorientado. Hablé un poco con las chicas, pues, al parecer, fue una sorpresa para todos que él se presentara esa noche. Miré hacia Diego, sintiéndome tan confundida por las novedades de las que recién me enteraba y me dolió lo poco que sabía de él.
Como si fuera igual a respirar, me perdí de nuevo, admirando su figura nadando entre las luces. Sonreí al saberle con ese don que dejaba tan claro que, tenía una sensibilidad sobrenatural para desarmarnos a todos. Lo miré un poco más. Las luces le habían metalizado la piel a causa del sudor. Sus manos y sus dedos se deslizaban con tanta seguridad por cada uno de los botones del controlador y alzaba las manos, imitando los sonidos. Bailaba con un ritmo tan perfecto y masculino. Cantaba y se relamía los labios, derritiendo y fascinando tremendamente a la vista. Contemplé también, su manera de adueñarse del aire que lo rodeaba, haciéndome pensar en lo mucho que, de pronto, deseé ser parte de él, pues verlo tan ajeno, como si esperara siempre a que todo en la vida llegara fácilmente hasta él, lo volvía tan mágico y atractivo. De modo que, aquello donde sea que sus ojos caían, eran afortunados por llamar su atención.
La noche iba de maravilla. Prácticamente, volé con cada canción que, perdí la noción del tiempo. Parecía que todos nos encontrábamos en una especie de trance y en algún punto me cuestioné si el humo o las bebidas tenían algo, pero rápidamente lo ignoré. Estaba teniendo la mejor maldita noche de mi vida y me sentía coherente. Así que, si era una especie de droga nueva, no tenía problema.
Tomándome un pequeño descanso, me di el tiempo para observar a mis amigas, quienes se partían de risa al hacer tonterías. Y al notar mi mirada, me sonrieron, acercándose a mí. Nos dimos un abrazo de oso hasta terminar girando y saltando todas en un círculo, amontonadas.
—Chicas. Siento interrumpirlas ¿Les molesta si se las robo un minuto? —habló Franco, detrás de nosotras, cortando con nuestro momento. Las chicas asintieron, guiñándome un ojo y permitiendo que Franco me llevara entre la multitud.
—¿A dónde me llevas? —Le pregunté, abriéndonos paso entre la gente.
—Quiero presentarte a alguien —dijo, mirándome y regalándome una sonrisa amable.
Mi ser antisocial dio un respingo. Pero, fue ignorado al concentrarme en caminar sin empujar a nadie y pisar adecuadamente, hasta que levanté el rostro, antes de estrellarme con un par de cuerpos que desprendían la peor de la energía. Era Diego y a su lado... ¿Fanny?, ¿en serio? Por mi cabeza, pasaron todas las malas palabras que conocía, sabiendo que ya no había tiempo de escabullirse, pues Franco ya se había adelantado para presentarnos.
—Chicos, ella es...
—El dolor de cabeza —Interrumpió Diego, con un tono claramente agrio en su voz y mirándome con desdén. Yo casi me quise reír al entender las posibles razones por las que me había ganado el apodo. Por otro lado, mi cuerpo se tropezó ante su manera tan cruda de hablar. Pero, por supuesto que no le iba a dar el poder de maltratarme. Así que, me obligué a recomponerme.
«No es que tú seas precisamente una dulzura». Recriminó mi cerebro, alzando una ceja. Tenía razón. Yo tampoco era todo amabilidad. Además, su claro odio me hizo recordar lo lejano que estaba de olvidar lo que le había hecho, pero al mismo tiempo, algo dentro me aleteaba con la esperanza de que, si aún había tal resentimiento, quizás existía la posibilidad de que me permitiera disculparme alguna vez. «Sabes lo que dicen del odio, ¿No?» Recordé las palabras de Ivanna.
Diego parecía que estaba acostumbrado a intimidar a las mujeres simplemente por estar a su alrededor, misma actitud a la que se estaba aferrando ahora y todas las anteriores veces que nos encontramos. Mi cerebro me regaló otra mirada. Avisándome que, de nueva cuenta, estaba mordiéndome la lengua, pues yo también abusaba de mi personalidad, solo que, a diferencia de él, la mía era hasta la mierda de mal encarada. Me era imposible dejar de analizar siempre las actitudes de la gente: lo que decían y no decían con sus cuerpos, sabiendo que siempre llevaba esa clase de mirada asesina que ocasionaba que las personas comenzaran a tartamudear y se sintieran acechadas. Yo lo disfrutaba enteramente, pero con Diego, definitivamente no podía acertar con nada. Me hacía sentir culpable, pero al mismo tiempo muy consciente de lo que afectaba mi interior. Logrando que, aún no consiguiera comprender el que me faltara la respiración y que quisiera despojarme de toda mi ropa a causa de sentirme arder en mi propia piel. No le temía y mucho menos le iba a dar el gusto de ganar conmigo, sin importar que yo fuera quien lo había jodido y que claramente no merecía ni una pizca de buenas atenciones de su parte.
Para mi desgracia emocional, de nueva cuenta, él llevaba jeans en tonos deslavados y rotos. Tenis blancos, una gorra puesta por el revés y una sencilla playera azul rey, la cual embellecía el tono de su piel dorada ¿Qué es ese color tan bello? Dijeron mis ojos, bajo el deleite de ese azul, junto con... Me escurrí por su pecho y sus brazos, memorizándolo todo. Lucía escandalosamente fresco y rápidamente mi nariz fue cubierta por su aroma delicioso a verano y mar. Me embriagué tanto de él que, lo único que podía ver y pensar era en el color azul, cubriéndome como si estuviera sumergida en el agua.
Franco le lanzó una mirada asesina, pudiendo ver preocupación y vergüenza en su rostro colorado. Al mismo tiempo en que me miraba discretamente, estudiando mi reacción con preocupación. Diego también me recorrió el cuerpo, con total descaro, logrando que me hormigueara hasta lo último de la inconsciencia.
—Descuida, ya nos conocemos —aclaró hacia Franco, pues graciosamente, a mí se me habían ido las palabras.
—¿Ah sí?, ¿de dónde? —Quiso saber, mirándonos tan sorprendido.
—De Montecarlo —contestó con aburrimiento.
—Yo también estudié ahí —expresó, confundido —. ¿Por qué no te había visto antes?
—Ella ya no pertenece a Montecarlo. Gracias al cielo —Interrumpió Fanny, recordándonos que también se encontraba allí. —Fue una buena decisión. Definitivamente, te van más los ZORROS ¿No es así? —Añadió con burla, haciendo demasiado énfasis.
Sabía perfecto lo que ella quería lograr con su mal comentario. Y aunque me sentí retorcer por su comentario, me obligué a guardar la compostura, pues me pareció tan tonta que, me dio lástima y vergüenza ajena, el que ella parecía no medirse con la boca para decir amplias estupideces, tan dignas de alguien que no consigue madurar con el tiempo. Franco la miró, frunciendo el ceño. Enseguida miró hacia Diego, quien parecía estar tan ajeno a todo.
Continué en silencio, sintiéndome adolorida de que Diego pudiera estar disfrutando de escuchar las ofensas de Fanny, deseoso de poder ser él quien las dijera. Me tragué la decepción y la bilis, respirando hondo. Comencé a abrir la boca para despedirme, sin saber de qué mierda iba la necesidad de presentarnos. Pero, antes de que pudiera hacer nada, Franco se adelantó.
—Sophía —comenzó a decir, carraspeando. Se le veía avergonzado, con una nota de enfado—. Bueno, tenía la intención de presentarte correctamente a estos dos, porque... Bueno, ellos los que se han encargado de hacer todo esto realidad —Señaló el recinto con sus manos. Yo fingí sorpresa con los ojos.
—Sí. Por cierto, tus ideas fueron como un grano en el culo —escupió Fanny. A Franco estaba por darle un derrame.
—Desconozco la sensación, pero ya empiezo a hacerme una idea de cómo podría ser —respondí, sin pensármelo demasiado, mirándola con claro desprecio y dejándole claro que ella lucía tan igual a esos granos de los que hablaba. Fanny torció la boca y Franco ocultó la sonrisa—. Me disculparía por "el dolor de cabeza" —Enfaticé—. Pero, no me parece que mis ideas hayan sido un problema. Ya que, está todo perfectamente resuelto. Felicidades y gracias. En verdad es un trabajo impresionante lo que hicieron aquí —hablé con impecables modales, tan rápido a como me dieron los pulmones y sin darles oportunidad de decir nada más—. NO fue un gusto verlos de nuevo. Así que, si me disculpan, voy a regresar a mi mesa —confesé con cinismo y me despedí, asintiendo una última vez hacia todos.
Una vez que llegué hasta la mesa, donde esperaban mis amigas con sus hígados empapados, Franco llegó de nuevo, ofreciéndome un montón de disculpas por el trato tan descortés que aquel par tuvieron conmigo, y, la misma cantidad de veces le respondí que no tenía importancia. Nos enfrascamos en conversaciones estúpidas sobre la rivalidad de nuestros colegios, el tequila que mi padre hacía, los múltiples empleos que Franco tenía, y finalmente, me agradeció otras cien veces por el trabajo que había desarrollado para él. Me despedí de todos, sin mirar hacia la cabina donde se encontraba Diego, y salí con todas mis amigas borrachas adornándome.
Sentía una helada humedad bajo mi cuerpo. Me removíadolorida, desnuda e incómoda. Abrí los ojos, sorprendiéndome del lugar dondeme encontraba. Era el cenote Ik-kil. El agua era de un extraño azul oscuro y profundo, tancalmado que daba una sensación de que algo no andaba bien. Arriba, parecíaanochecer, dejándome entre las sombras. Estaba tirada sobre los escalones,fuera del agua. Los animalillos no cantaban ni volaban. De pronto, unmovimiento sutil removió la profundidad tan quieta, obligándome a querer vermás allá, debajo del agua, misma quien se removió de nueva cuenta, y de unsegundo a otro, un cuerpo pálido, envuelto en golpes, rasguños y sangre queescurría por un costado de su ojo, salió drásticamente del agua. Era otraversión de mí misma, luciendo como una poseída, llorando histéricamente yjalándome por unos de mis pies, arrastrándome mientras yo gritaba por elpánico. Y como un maldito fantasma salido de la peor película de terror, mehundió en la profundidad del agua, hasta que olvidé lo que era respirar.
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1: ( ♪ ) Freefall | Armin Van Buuren
2: ( ♪ ) I need You | Armin Van Buuren
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