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─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ─ ●●● D ᴀ ʟ ɪ ᴀ

El sonido de las maletas, siendo arrastradas por los pasillos del aeropuerto, sonaba como un triste eco en el cerebro de todos. La mayoría durmieron un poco en el avión, mientras que Diego y yo nos dedicamos a besarnos y a hacernos tiernas caricias. Ahora, mientras nos dirigíamos a la puerta de la realidad, permanecimos fríamente alejados y mudos, suponiendo que estábamos tan deprimidos por el regreso a la rutina, o bien, era que ninguno quería aclarar qué era lo que nos traíamos y en dónde nos dejaba; o quizá solo era yo la que se lo preguntaba.

Al aterrizar, los mensajes de Leo llegaron hasta mi teléfono, junto con una serie de fotografías ridículas de él en el trayecto hacia el aeropuerto. La última foto, era de la puerta por la que se suponía que yo debía de salir, indicándome que él ya estaba esperándome. Su entusiasmo podía poner de buen humor a cualquiera, cosa que le agradecía, pues de no ser por sus mensajes, no habría podido lidiar con el silencio incómodo que deambulaba entre Diego y yo.

Al atravesar la puerta, inmediatamente, un ridículo cuerpo moreno llamó mi atención. Llevaba una especie de horrible sombrero en un intento muy desgraciado de Agave. La sonrisa blanca y desvergonzada de Leo brillaba con todas las intenciones de hacerme quedar en ridículo. Solté una carcajada cuando Leo se abalanzó sobre mí, en un gran abrazo.

–¿Qué demonios traes puesto? –Le pregunté entre risas, mirando hacia la mierda que le adornaba la cabeza.

–Tenía que ser lo primero que vieras –dijo, presumiendo y dándose la vuelta para que, según él, admirara lo bien que se veía. Algunas chicas alrededor sonrieron ridículamente, como si Leo fuera un jodido oso de peluche–. Mira que dio un buen resultado. Hasta voy a llevarme unas cuantas fans –Añadió, guiñando un ojo al par de mujeres que le habían llamado la atención.

Leo me ayudó con el equipaje mientras me giraba para averiguar en dónde se habían quedado los chicos, hasta que los encontré reunidos en un círculo, despidiéndose.

–Dame un segundo –Le pedí a Leo. Me acerqué hasta ellos, despidiéndome de cada uno y dejando, estratégicamente, a Diego hasta el final. Estaba imposiblemente nerviosa.

–Gracias por todo –Comencé a decir, sin saber a dónde iba a parar esa conversación. Él simplemente asintió.

–¿Te veo luego? –habló en seguida, dejando que todo se sintiera como en el limbo. De inmediato, bloqueé mi cerebro ante cualquier intención de darle vueltas al asunto, queriendo no sentirme mal porque no mencionara si lo que tuvimos significó algo para él, pues luego de que le confesara mis sentimientos, él jamás dijo algo sobre lo que pensaba o sentía. Y a decir verdad, me aterraba preguntarle. Definitivamente, no quería enfrentarme a su rechazo.

–Claro. Nos vemos –contesté, fingiendo total calma al acercarme para darle un beso en la mejilla. Él descansó rápidamente una mano en mi nuca y estrelló sus labios con los mío, tomándome por sorpresa. No me negué. Era tan bueno besando que, entre su lengua, se llevaba la cordura y toda la parte razonable que pudiera yo tener. Terminó el beso lentamente, dejándome tan desorientada. Casi podía sentir mis ojos girando alrededor de mi cabeza, como globos de helio.

–Adiós –susurró, cerca de mi boca. Me regaló una última sonrisa, tomando sus pertenencias y girándose para caminar hacia la salida. En la distancia, pude ver a sus padres llegar hasta él, envolviéndolo en un abrazo. Yo sonreí ante aquella imagen.

–¿Qué mierda fue eso? –Cuestionó Leo, justo antes de que me acercara a él. Tenía una tremenda mirada de burla. Definitivamente, me va a joder todo el camino. Suspiré, negando con la cabeza–. Supongo que muchas cosas sucedieron en esas vacaciones tuyas ¿Cierto? –Insistió. Yo me quedé en silencio–. Qué suerte la tuya, hay un tráfico de la mierda. Así que, vas a tener mucho tiempo para explicar lo que sucedió –demandó tan sutil, como solo él sabía. 

El lunes había terminado sin una llamada, ni un mensaje de Diego. Simplemente, nada. De inmediato, supuse que con todo lo que hacía, ponerse al día después de las vacaciones era como intentar desbloquear una bomba. Tomó todo de mí no pensar en él y le di mentalmente cerrar a mi cerebro, para así enfocarme en hacer los trazos para una pieza nueva. No lo conseguí. Pintar siempre hacía que mi imaginación volara y lo que sea que yo pensara, todo me llevaba a él.

¡Hey!, ¿Cómo fue tu regreso a la rutina?

Escribí finalmente a Diego, en la mañana del martes; después de meditar un par de horas sobre ¿Cómo debía saludar?, ¿y qué decir? Mi justificación: «Siempre he esperado que el hombre dé el primer paso. Si en verdad me gusta Diego, he de hacer un esfuerzo ¿Qué tiene de malo que yo le escriba? Es pleno siglo XXI ¡Por dios!» Fue lo que pensé cuando decidí escribirle yo. Y fue lo que me repetí una vez que seleccioné «Enviar». Sintiendo como los nervios me consumían como una vela y sin poder evitar que la imagen de Santiago Barone me molestara, pues con él llegué a justificar mi iniciativa un millón de veces y nunca resultó.

No recibí su contestación en todo el día. Lo cual me hizo sentir terrible y deseosa de poder eliminar el mensaje que le había enviado, pero era completamente imposible. Él ya lo había leído. Poco después de las nueve de la noche, concentrada en mantener mi cerebro apagado, recibí su contestación.

Lo esperaba peor.

¿LO ESPERABA PEOR? Grité histéricamente en mi cerebro ¿ESO ES TODO? Tantas puñeteras horas en dar señales de vida para que únicamente contestara de la manera más aburrida y desinteresada posible. De inmediato, un hueco en el pecho quemó como si hubieran hundido mi corazón en ácido. Estaba muy arrepentida por haberle escrito y por ser tan tonta en creer que estaba muy ocupado para acordarse de mí. Y también, me arrepentí por todo lo que había sucedido... Bueno... No de probar su boca... Ni que él probara y sintiera mi cuerpo a su antojo ¿A quién le mentía? Ni siquiera tenía palabras para explicar lo que había vivido y sentido. Tanto que, aún podía sentir sus labios en los míos, su lengua y sus dedos en cada milímetro de mi piel. Incluso, al mirarme en el espejo, yo lucía diferente: más viva, más atrevida y tan sonriente que, sentía como mi cuerpo y mi vida, me agradecían por haberme abierto a experimentar y vivir aquello.

De lo que sí me arrepentía era de haberle confesado tanto y que ahora él tenía toda mi vida sobre el puño de su mano para hacerlo reventar cuando él quisiera. «No tengo por qué cumplir con expectativas tuyas». Recordé sus palabras, pues en varias ocasiones lo escuché decirle aquello a todas las mujeres que volvían a él con reproches por no llamarlas ni procurarlas como ellas esperaban; luego de tener sexo con él.

Diego estaba acostumbrado a disfrutar de la vida como le iba en gana, pero si se estaba creyendo que conmigo iba a ser igual que con todas sus mujeres, estaba hasta la mierda de equivocado. Y no. Definitivamente, él no tenía por qué reventarme nada. No si yo podía impedirlo. Me miré en el espejo, convenciéndome de que podía con ello. Desvié la mirada al reflejo y descubrí el dildo que él me había comprado días atrás.

Finalmente, me atreví a abrir la caja y leí las instrucciones. Luego de hacer un par de pruebas, sintiendo un rubor en mis mejillas, probé aquel juguete bajo las sábanas, recordando cada detalle de Diego: lo que se sintieron sus besos, sus manos... Allí me detuve, gimiendo e imaginando la manera tan peculiar que había tenido al tocarme; suave, pero con cierto descaro como si mi cuerpo fuera una extensión del suyo. Después de ello, mi imaginación enloqueció un poco más. Y en algún punto que dejé de ser tan consciente, recordé aquel botón que Diego solía utilizar cuando tocaba, aquella delgada rueda en la mezcladora, en la que deslizaba sus dedos suavemente. Volví a gemir y entonces comprendí por qué todas las veces que lo vi hacer aquello me gustaba tanto que me causaba escalofrío. Me reí por mi mente sucia mientras las estrellas de un orgasmo espectacular explotaban detrás de mis ojos.

«Quién necesita un hombre cuando tiene todos estos juguetes, ofreciendo placer infinito». Recordé a la voz de la vendedora de cabello rosa. Me reí de nuevo, antes de perderme en un profundo sueño.

El resto de la semana pasó exactamente igual. Él nunca escribió, ni yo tampoco. Y por las noches, desquitaba la frustración con mi obsesión nueva y cuando en el placer me hacía perder la cordura, fantaseé todas las veces con la idea de que Diego no pudiera conciliar el sueño, que lo atacara un deseo imposible que lo hiciera sufrir o que todos sus sueños estuvieran invadidos por mí. Estaba molesta, y encima, había sucedido lo que más temía: que las cosas cambiaran entre nosotros, por haber confesado y por haberle ofrecido mi intimidad, pues a juzgar por la manera en que iba la semana, seguramente ese mensaje sería lo último que yo iba a ver de Diego. 

El viernes, salí de la ducha, envuelta en la bata de baño. Y mientras elegía mi atuendo, el sonido de un mensaje llegó a mi teléfono. Me acerqué hasta él, suponiendo que era cualquiera en el mundo.

Estaré tocando en una fiesta fluorescente. Irán todos. Te envío la ubicación.

Te veo en la noche.

Era Diego destilando su encanto, demandando lo que se le daba la gana y con el descaro de agregar a su mensaje un estúpido emoticono, mandando besos. ¡IMBÉCIL! Murmuré, enfadada y lanzando el teléfono a la cama. Él estaba dando por hecho que no tenía una vida y que solamente con "avisar" yo saldría corriendo a entretenerlo cuando se aburriera ¡No señor! Yo ya tenía planes y ninguno lo incluía a él. Por otro lado, me extrañó que ninguna de las chicas mencionara algo de la fiesta y que parecían todos muy enterados, excepto yo.

La dichosa fiesta a la que Leo me había invitado, resultó ser aburrida hasta las lágrimas. Ninguno de los chicos de la banda había asistido y siempre que estaban todos juntos la cosa se descontrolaba. Y ahora, Leo era lo único que salvaba de que aquello no pareciera un funeral. Por lo que mientras él aprovechaba sus cinco minutos de fama, yo aproveché para responder al mensaje de Diego:

Gracias por la invitación, pero ya tenía planes. Lo siento.

Te veo luego.

Agregué un guiño con el objetivo de que no pareciera que estaba molesta, aunque en realidad estuviera escupiendo espuma. Un minuto después, mi celular vibró dentro de mi chamarra y presentí que aquella llamada estaría repleta de reclamos. Pero, afortunadamente, yo ya estaba en el centro de la reunión, acompañando a Leo en armonizar un par de canciones. Y luego de que los invitados nos dejaran en paz con sus pedimentos, fuimos a sentarnos a un rincón. Ambos tomamos nuestros teléfonos, y mientras yo marcaba para saber cuál era la insistencia, Leo comenzó a teclear.

–¿Todo bien? –hablé con aburrimiento

–¿EN DÓNDE ESTÁS? –gritó Ángela del otro lado, por encima del ruido.

–En una reunión con Leo...

–¡Ah, por dios!, ¿En serio? Vas a lugares aburridos con él todo el tiempo. Pensamos que vendrías con nosotros esta noche ¿Vas a venir? –Reclamó. Había algo en su tono de voz que sonaba a molestia.

–No sé de qué me hablas. Pero, igual, no puedo ir. –Mentí, haciéndome la imbécil. Me molestaba que creyeran que yo era adivina.

–¡SOPHÍA!... ¡DIOS!, DIEGO TE LO DIJO –Se quejó con drama, pareciendo que quería decir algo más, pero se interrumpió.

–¿QUÉ, ÁNGELA? No estaba enterada de sus planes. Así que, no veo por qué ahora se toman la molestia de ordenarme lo que tengo qué hacer. Venimos de unas vacaciones donde nos vimos las caras todos los días. Así que, no veo el problema de que esté aquí con Leo.

–Yo...–Se interrumpió, resoplando lentamente. Había algo que no estaba diciendo–. Yo considero que deberías venir –Agregó, cambiando a un tono que me pareció triste.

–¿Por qué debe...? –Quise preguntar, pero ya había colgado. Un nudo tan pesado de angustia se acomodó en mi estómago.

– Oye. Si tienes que estar en otro sitio. En serio, no tienes que...

–Estoy bien –Interrumpí a Leo. Acto seguido, me sirvió un trago de tequila y comenzó a indagar sobre lo que había ocurrido con Diego–. ¿No crees que es muy pronto para rendirse? –dijo, luego de que yo terminara de liberar mis frustraciones–. Solo ha pasado una semana. Quizá que fueron días malos. Pero eso solo sería suponer. Así que, ¿Por qué no vas allá y le haces frente a lo que sea que quiera de ti? Así dejarás de comerte la cabeza. No te digo que seas una inconsciente. Pero, si estás de acuerdo con lo que él está dispuesto a dar, tómalo. Vive, Lu.

Tenía un presentimiento acomodándose en el fondo de mi barriga. Me sentía nerviosa, y por alguna razón que no entendía, mis manos estaban congeladas. A mi alrededor, algunos chicos vestidos de negro parecían muy atentos a sus radios, regalándome miradas al pasar y haciéndome sentir que cometía un delito por llegar un poco más tarde que los demás. Caminé entre una multitud fluorescente: llevaban los cuerpos pintados y ropa estratégicamente elegida para brillar en la oscuridad. Y luego de una eternidad, encontré la mesa de mis amigos, quienes me regalaron miradas extrañas. Me limité a saludarles con la mano y fingí una sonrisa. Percibí una energía bastante pesada entre ellos y no conseguí entender la razón. Miré hacia la cabina donde Diego se encontraba muy concentrado en su trabajo y lo descubrí con el ceño fruncido, completamente sumergido en lo que hacía.

Un par de veces más intenté encontrar su mirada, pero parecía que ahora su papel de Dj era jodidamente difícil como para no poderse dar un segundo y saludar desde la distancia. Algo no andaba bien. No podía relajarme y al querer conversar con las chicas, únicamente conseguí respuestas tajantes, junto con más miradas entre ellas, cosa que me puso a un respiro de largarme. Ellas buscaban hacerme sentir mal por algo que no comprendía, pero de ninguna jodida manera lo iba a tolerar. Tomé de nuevo mi bolso y fui en busca del baño.

Al pararme frente al espejo, fui consciente de que el frío había desaparecido, y en su lugar, sentía mucho calor. Mis mejillas estaban enrojecidas y tenía el ceño fruncido. Me molestaba enormemente cuando las personas se empeñaban en maltratar a otras, sin dar explicaciones ¿Qué mierda pasaba con las chicas?, ¿qué ocurría con Diego? Nunca le quitaba el ojo de encima a las reacciones de la gente. Situación que hacía siempre tan sencillo que me encontrara entre la multitud todas las veces. El nudo en el estómago continuó mientras estudiaba mi reflejo que me gritaba «Corre». Parecía que nada estaba saliendo bien y mis amigos, básicamente, estaban echándome, pero había pagado un montón de dinero en la entrada y al menos tenía que tomarme un trago, o bien, podía largarme ya y no gastar más.

–Solo será un minuto. Quiero revisar que todo esté en su lugar –dijo una chica que llevaba teñido el cabello de rubio, y quien entró a tropezones al baño. Se acomodó el cabello terriblemente maltratado e inspeccionó su maquillaje. Se secó el sudor y finalmente metió las manos entre los senos para acomodarlos y que estos casi se salieran de su vestido.

–¿Qué opinas? –Me preguntó, girándose hacia mí y sacando mucho más sus senos –¿Tú crees que mis pechos dicen «Hola nene»? – Añadió. Podrían succionar a cualquiera. Pensé, al recorrer su figura extravagante.

–Sí... Claro. Están... Bastante bien –Mentí, sonriéndole.

–Venga, ya. Cuanto estés cogiendo con el Dj tendrás las tetas colgando. No es necesario que te tomes tanto tiempo –gritó una chica, quien la esperaba impaciente, en la entrada al baño.

Mis órganos se tropezaron al imaginarla con Diego. Ella se acomodó nuevamente el cabello y salió, sintiéndose una reina. Medité demasiado lo que acababa de presenciar, doliéndome el que la vida tuviera que ser así: tan animal. Solo sexo, solo carne. Regresé la mirada al espejo, suspirando y estudiando mi físico. Sonreí al no encontrar aquellas amenazas que me asfixiaron en el pasado, pero sí que mi cerebro se veía torcido, al querer saber las respuestas que me faltaban y me asustaban. Por qué cuesta tanto querer. Pensé.

–Perdona, ¿Eres Sophía Arango? –dijo una chica de forma dulce, sacándome de mis pensamientos.

–Sí...–Titubeé, puesto que no la conocía. Ella sonrió tan amable, tendiéndome una tarjeta blanca.

¡Hola!

Era lo único que tenía escrito. Giré la tarjeta en busca de algo, pero estaba limpia. Miré a la chica para preguntar ¿Qué mierda significaba eso? Pero ya se había esfumado. Corrí hasta la puerta para encontrarla devorada por la oscuridad y la multitud. Metí la tarjeta en mi bolso y nadé con toda mi valentía hacia la mesa de mis amigos. Leila ya estaba en la mesa y Diego también. Me encontré con sus ojos de una manera fugaz y fría, como si yo fuera algo sin importancia ¿QUÉ DEMONIOS LE SUCEDE A TODO EL MUNDO? Grité en mi cabeza, queriendo empujar a todos y largarme de una buena vez.

Diego continuó del otro lado de la mesa, pareciendo que quería estar mucho más lejos. Los cuerpos de algunas invitadas se hicieron lugar alrededor de los chicos, dejando que el espacio entre Diego y yo quedara a mil años luz. Sonrió con sus amigos y les prestó toda la atención a las chicas, evitando en todo momento hablarme o mirarme. Me dolió sentirme como una de esas chicas deseosas por su atención. La única diferencia era que yo no restregaba mis tetas a su cuerpo. Mi caso era que, me había abierto la carne frente a él y ahora solo podía imaginarme a mí misma tan sangrante y él viviendo tan despreocupado, dejando que yo enmendara con puntos mi propia herida.

La chica de los senos apretados apareció en el cuadro, casi perforándole la carne a Diego. Comenzó a bailar ridículamente, restregando su trasero y meneándose con provocación. Otro par de chicas lo rodearon, haciendo lo mismo y él disfrutando, enteramente, de todos los cuerpos que lo adornaban, cual premios para un rey. Entonces, me golpeé con la verdad.

Todo eso que yo veía en él era su libertad ¿Quién era yo para quitársela? Yo también deseaba cosas en la vida. Él no podía quitarme mis sueños y yo tampoco podía entrometerme en los suyos. Para él y para cualquier hombre, eso que ahora vivía era la gloria. Sencillamente, había que ponerse en sus zapatos. Si yo hubiera sido hombre, seguramente, disfrutaría de esos mismos cuerpos contoneándose alrededor de mí y hacer lo que yo quisiera con ellos. El problema era que lo que yo quería de Diego solo existía en mi cerebro y con una buena amistad de por medio. Si quería algo más tendría que ser bajo lo que solo él podía ofrecer, advirtiendo tragedias y heridas que no deseaba tener.

Retiré la vista de aquella escena e hice otro intento más por incluirme a la plática de las chicas, pero las descubrí cuchicheando demasiado entre ellas. Samantha me miró e hizo esa clase de señal ridícula para que todas dejaran de hablar. Mi serpiente interna alzó una ceja, sonrió y avanzó lentamente, regalándome una última mirada antes de apoderarse por completo de mi cabeza.

–¿Qué mierda les pasa? –escupí. Ellas lucieron sorprendidas por mi repentino ataque. De nueva cuenta, se miraron entre ellas–. ¿Hay algo que quieran decirme? No es necesario que se hagan las idiotas conmigo como si fueran niñas de secundaria.

–Eh. No pasa nada, malota. Cálmate –habló Leila, como quien quiere calmar a una bestia–. Pensé que no ibas a venir ¿Qué ocurrió con la otra fiesta? –Intentó hacer la plática, mientras el resto ocultaban sus rostros y escuchaban con discreción. Yo no me lo tragaba, ellas se traían algo y comenzaba a retorcerme ante la idea de que se creyeran que yo era idiota.

–Terminó temprano y nos echaron –Mentí, perdiendo la vista en la multitud.

Sin ganas de seguir tolerando mierda, la dejé con las palabras en la boca, me perdí entre la gente y fui hasta la barra. Ordené dos tragos dobles de tequila, me bebí uno de golpe, y antes de beberme el otro, descubrí otra tarjeta.

¿Me extrañaste?

Rápidamente, busqué a mi alrededor, pero no encontré nada de especial importancia. Me volví y comencé a estudiar a cada mesero. Cualquier mirada que los delatara. Sebastián tenía que estar por algún lugar, pues las notas aparecieron y se esfumaron con él. Sin ánimos de lidiar otra vez con él, volví mi atención al tequila.

–¿Ese trago es para mí? –escuché a Diego decir, detrás de mí. Se hizo un sitio en la barra y pude notar que algo en él parecía sobreactuado. Se le veía molesto e intentaba enormemente que no se le notara.

–No –Escupí, ignorándolo. Después respiré, al notar que en mi voz se había filtrado demasiado mi molestia. Él no tenía por qué enterarse lo dolida que me sentía. Razoné mi comportamiento y le tendí el trago–. Vale, traigo el auto –dije sin más. Puse unos cuantos billetes sobre la mesa y me volví, dejándolo allí en la barra.( ♪ )

Estaba muy consciente de que mis emociones se estaban saliendo de control, y que, definitivamente, no era el momento para tener una conversación. Quizá después, quizá nunca. Quizá necesitaba tiempo. Quizá no convenía hablar. Salí de aquel lugar, sintiendo que me salía vapor por la cabeza.

–¡Eh! –gritó Diego, detrás de mí. Yo me giré sin ganas, enfrentándolo. Su pecho casi me golpeó el rostro al situarse demasiado cerca. La respiración se me cortó.

– ¿Por qué te vas? –preguntó, frunciendo el ceño.

–No sé por qué vine a lidiar con un montón de imbéciles, en primer lugar. Aparentemente, están molestos por algo que no consigo entender. Les pido una sincera disculpa por haberme olvidado de mis poderes adivinatorios en casa. Así que, mejor, les evito el disgusto de que tengan que lidiar conmigo o darme una madura explicación –escupí, con total rabia.

Me giré de nuevo y continué mi camino, hasta que la misma rabia me hizo replantearme el que quizás ese sí era el momento adecuado. Mejor terminar con todo de una maldita vez. Giré sobre mis pies y volví hasta él. Diego se había quedado allí, mirándome. Por lo que al verme volver, me hizo gracia la forma en que su rostro se cubrió de cierto terror.

–¿Por qué me besaste? –pregunté al fin. A él se le cayó la cara, entendiendo que quería culparme porque en realidad yo se lo pedí primero y yo me atreví a besarlo una segunda vez–. Por dios, Diego hubo cerca de un millón de besos. Así que tuviste un millón de oportunidades para retractarte ¿Por qué no lo hiciste?, ¿Y lo de la playa?

–¿Tenía que haber una razón? Dijiste que no estaba obligado a corresponder –escupió con decisión. Yo sentí un gancho al hígado, sacándome el aire y la vida. De inmediato, mi pecho y mis órganos enteros comenzaron a sangrar por dentro.

–Sé lo que dije –Conseguí decir, sin aire y sin dejar de mirarnos, quedándonos en un profundo silencio–. ¿Fue caridad entonces? –Me atreví a decir, fingiendo que no dolía. Ya me había matado, pero de menos, había que dejarlo claro.

–Pues si así quieres verlo...–Se encogió de hombros, como si le importara poco–. Yo diría que fue más como un regalo –dijo, sin más, otra vez encogiéndose de hombros.

–Bien

–Bien –Ambos nos quedamos mirándonos por un largo momento.

Diego soltaba fuertemente el aire por la nariz, como si estuviera molesto. Entonces, comprendí lo mal que se ponía cuando las mujeres le reclamaban. Rebobiné y fui a cada momento en que pasamos juntos, cada detalle, cada palabra. Después, cada beso, cada roce. Y por un momento, no pude entender que, él fuera capaz de tocar y besar de esa manera sin sentir algo. Pero, quizás, ese era su encanto. Quizás eso era lo que hacía que las mujeres regresaran a él con reclamos. Porque nos hacía sentir las mujeres más mágicas del mundo y era nuestro error querer quedarnos allí.

Lo miré otro poco y comprendí que si eso era lo único que él podía dar, entonces lo iba a tomar. Había sido especial, no me arrepentía porque, simplemente, sabía que lo repetiría una y mil veces más, hasta en otras vidas. Lo siguiente que quedaba era simplemente eso de lo que él siempre hablaba: expectativas, y esas, eran responsabilidad mía.

–Gracias –Conseguí decir–. Por cada cosa. Por estar, por todo y por ser sincero –susurré, sintiendo como se me aguaban los ojos y antes de que él pudiera verme, me di la vuelta y comencé a caminar, cual ánima.

Me costó no pensar en mí como un venado al que le había drenado la sangre y también estaba aterrada por enfrentarme a los siguientes días en los que iba a tener que reparar los pedazos que se me habían hecho añicos. Por enésima vez, tenía el corazón roto y antes de culparme por ello, razoné el hecho de que quizás era momento de replantearme lo que estaba buscando, esperando. Y lo más importante, si quería volver a permitirme ser vulnerable; definitivamente, el "costo- beneficio" en el amor era nulo y necesitaba, urgentemente, tener mayor inteligencia emocional.

En las ganas por sobrevivir a aquello, me planteé, por un segundo, odiarlo, pero no había razón. Yo lo había jodido antes y ahora me lo hacía pagar, haciéndome frente y siendo sincero cuando yo no lo fui. No lo podía crucificar por eso. Yo le dije la verdad con el fin de liberarme, pero nunca con la intención de comprometerlo, y ahora que él estaba respetando mis decisiones, yo me ponía como una demente. Él ya no sentía nada por mí. Estaba enamorado de alguien más y solo estaba viviendo su vida en lo que la otra chica se decidía por él. Así que, no tenía por qué esperar que él se enamorara automáticamente de mí, solo por besarnos y meternos mano. Tenía que aprender a lidiar con ello.

Por otro lado, luego de tener tales pensamientos, mi serpiente siseó, haciéndome saber que estaba dejando abierta, nuevamente, la puerta hacia el ego, para que este se pusiera cómodo sobre el dolor.

–¡Hey! –Lo escuché llamándome, otra vez. Me detuve en seco y mi corazón retumbó. Había estado llorando y no quería que me viera–. ¿Acaso estás despidiéndote? –preguntó–. ¿Ne... Necesitas tiempo? –añadió en un susurro. Entonces, me confundió el hecho de que sonaba preocupado. Sabía que me apreciaba, él lo había dicho. Pero simplemente, era eso, aprecio.

–Solo me voy a dormir –dije, esperando que mi respuesta le sirviera.

–Entonces, el hecho de que te vayas, ¿Tiene que ver con lo que acabamos de hablar? –Esta vez me volví, no sin antes alejarme de la luz para que no viera mi rostro.

–Tiene que ver con que no voy a aguantar a Ángela...

–Ya, pero ella no es la única que está en la puta mesa –habló más alto–. ¿Qué hay de Leila o... De mí?

–Tú estás trabajando.

–Pero ahora no. Todavía me queda tiempo de descanso, hago una ronda más, y después, soy todo tuyo –dijo, con total encanto. Yo sonreí con lágrimas en los ojos. Definitivamente, no había manera de decirle que no.

–Vale. Solo un poquito –dije, caminando hasta él. Pude ver su sonrisa brillar como la de un niño. Caminamos un momento en silencio y luego hablé–: ¿Es esa tu manera de decir que no puedes vivir sin mí? –sonreí, queriendo que el hecho de que quisiera que me quedara, sirviera como un bálsamo para mi pecho.

Llegando nuevamente hasta la mesa con los chicos, Diego se quedó a mi lado y nos fundimos en la plática. Las chicas continuaron con una actitud extraña, pero yo estaba demasiado dolorida como para seguirles el juego. Quería ya malditamente irme de allí, pero no quería levantar sospechas en Diego y que se enterara lo incapaz que era de poder sobrellevar nuestra amistad con madurez. (♪)

Durante la plática, un roce cosquilleó en mis dedos. Miré discretamente hacia abajo y descubrí los dedos de Diego buscando los míos. Yo titubeé al sentir mi corazón moribundo. Lo miré y negué levemente con la cabeza, implorándole que dejara de ser cruel. Esta vez tomó mi mano con decisión y tiró de ella, obligándome a que me estrellara con su cuerpo. Acomodó mi brazo alrededor de su cintura y con su otro brazo, lo pasó sobre mis hombros, abrazándome. Inmediatamente, me sentí como un trapo. Me entraron ganas de llorar. Y en el intento de resistirme a su cuerpo y que no me viera llorar, él se aferró a mí, pegando su frente a la mía. Removí mi cabeza, ocasionando que su boca terminara en mi oído.

–Lo siento –Me dijo. Yo me estremecí, por su cercanía, por su tacto, por su voz, por sus labios, por él–. No debí decir todo eso de antes –añadió.

–No. Siempre he apreciado tu sinceridad –Lo miré esta vez–. En realidad, yo lo siento. No debí ponerte en esta situación tan incómoda. Solo quise liberarlo de mi sistema por conseguir paz, pero nunca me puse a pensar en lo que pasaría después. No pensé en ti, ni en lo extraño que resultaría. Yo sé que estás enamorado de alguien más y quiero respetar tu decisión. Lo siento si fui egoísta –Diego comenzó a fruncir el ceño, negando suavemente–. ¿Crees que puedas olvidar lo que te dije? Odio esto. Odio esta incomodidad que se siente ahora. Simplemente, quiero que volvamos a como éramos antes ¿Crees que podamos emborracharnos hasta perder la consciencia y olvidarnos de lo que ocurrió? –Imploré. Sus ojos nunca dejaron los míos. Permaneció así por eternos segundos hasta que se marchó, dejándome con las palabras en la boca.

Su figura fue más allá de un par de cuerpos. Nado entre ellos, luciendo perdido. Caminó un poco más hacia la izquierda y después comenzó a volver ¿Qué demonios hace? Sus ojos se detenían con naturalidad sobre los asistentes o se disculpaba si se estrellaba con alguien al pasar. Conversó con un par de personas, y mientras lo hacía, miró en mi dirección, frunció seductoramente los ojos y después hizo un registro absolutamente descarado por mi cuerpo. Se mordió el labio y desvió sus ojos con timidez. Inmediatamente, sentí que algo comenzó a inflar mi corazón, al mismo tiempo en que empezaba a arder. De pie, en medio de la nada, Diego me regaló miradas coquetas y comenzó a acercarse, lentamente y con discreción.

–¿Es verdad que puedes cumplir deseos? –dijo, mostrando sus hoyuelos adorablemente. Yo permanecí en silencio, completamente confundida–. Me dijeron que las personas pelirrojas, en realidad, nacieron del fuego que sostiene el mar y la tierra. Que a veces visitan a los humanos para volverlos sabios, y además, conceden un deseo si te permiten tocarles el cabello –explicó, acomodando con ternura un par de mechones detrás de mi oreja. Esta vez, los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas, recordando que aquellas habían sido las primeras palabras que él intercambió conmigo el día en que nos conocimos–. Soy Diego De Luca –Extendió su mano.

–Sophía Arango –sonreí como nunca, sintiendo que las lágrimas se me escurrían por toda la cara, pero no me importó. Diego, literalmente, se dio la vuelta y se retiró, dejándome allí–. ¡Eh! –Le llamé–. Nunca me dijiste cuál era tu deseo –Diego se volvió y presumió sus hoyuelos.

–Pronto lo sabrás –dijo sin más, antes de regresar y ser consumido por todas las luces azules y púrpuras que danzaban alrededor, llevándoselo como en un portal mágico en un cuento de hadas.

Quedándome allí plantada por un largo tiempo, fui cegada por los colores de las luces hasta que un hombre vestido de negro se acercó, entregándome una caja de terciopelo rojo. Sin permitirme reaccionar o hacer preguntas, huyó. Abrí la caja y sentí que mi cuerpo se volvió de gel, pues la Dalia roja, más grande, esponjosa y hermosa, se encontraba allí, envuelta por el papel más bello, elegante y prolijo que jamás había visto. Pero, lo que hizo que me rompiera a llorar de nuevo, fue lo que decía la tarjeta allí recostada y que comprendiera, finalmente, quien había estado detrás de lo más bello que me había ocurrido en la vida.

TÚ ERES.

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1: ( ) Heart | OTR

2: ( ) False Alarm | Matoma & Becky Hill

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