
─ ─ ─ ─ ─ ─ ● ● ● ● D ɪ ᴀ ʙ ʟ ᴏ
D I E G O
________
(♪) Con una monumental disposición de mierda, rebasé un sin fin de autos mientras conducía por la noche, acompañado de todas las luces y el movimiento de la ciudad atravesándose por mis ojos. Después de haber tenido una insufrible conversación conmigo mismo, entendí al final que, prefería asistir a la bodega por un par de horas que el no ver a Sophía una semana más. Esa mañana habíamos hecho planes para ir al cine todos juntos, ya que Ángela no paraba con su molesta insistencia de querer ver una película de terror. Sophía odiaba esas películas, por lo que no fue sorpresa que ella se librara espectacularmente, con el pretexto de que tenía que tocar esa noche. Las chicas cambiaron de parecer, apuntándose de inmediato para asistir a la bodega, y a mí, una terrible sensación se me asentó en todo el cuerpo.
Mientras me alejaba de las luces de la mancha urbana, el estómago se me fue torciendo hasta hacerse pequeño, obligándome a sentir que quizás había estado dormido desde que asistí a la bodega aquella noche. No es que el lugar me hubiera hecho algo malo, solo me aterraba que, al asistir de nuevo, regresaría en el tiempo e iba a desvanecerse todo lo que había avanzado con Sophía; como si nada hubiera ocurrido, y que quizás, esa noche me reencontraría con ella y todo volvería a empezar, a repetirse una y otra vez, o bien, se terminaría el hechizo. Todas esas sensaciones me hicieron recordar la vida antes de ella, provocándome un malestar en todo el sistema. No quería esa vida de nuevo. Me gustaba lo que me sucedía ahora, esperanzado a que pudiera mejorar.
Curiosamente, me estacioné en el mismo sitio y junto al auto de Sophía. Medité un poco más la situación antes de bajarme, llegando a la conclusión de que, quizás, era mi pesimismo, manifestándose a causa de haber tenido un día de mierda, de esos que sabes que conforme más avanza, más mierda se pone; siendo tan sencillo el volverme presa de mis propios pensamientos. Respiré hondo y fui hasta el frente de los autos, recordando aquel atuendo sensual o el exótico penacho que entonces llevaba. Sonreí como un tonto, aferrándome al recuerdo y a la ilusión que me hacía verla cada vez.
Había llegado mucho más tarde que el resto. La multitud ya bailaba sin ningún cuidado y algunas chicas se restregaron con mi cuerpo, fingiendo que era accidental. Todo ello me entorpeció el camino hasta que finalmente conseguí llegar a los túneles laterales. Busqué por la puerta que Sophía había indicado y San Toro abrió después de tres golpes. Su presencia se sumó a mi día de mierda. Había olvidado por completo que él estaría allí y lo mucho que odiaba sentirme en desventaja con él, al tener esa clase de relación con Sophía que a mí cada vez me parecía más inalcanzable. Nos saludamos con sequedad e intercambiamos lugares: él salió y yo entré. Acto seguido, mis ojos cayeron en lo único bueno y bello de mis días. Ella.
Ni siquiera conseguí soltar los hombros, cuando una especie de manto doloroso me cubrió con pesadez, empujándome los órganos y el alma hacia el suelo. Sebastián, un chico que, al igual que yo, tenía toda la eternidad en Montecarlo, y que ahora coqueteaba descaradamente con Sophía. La tenía tan sumergida en él que, ni siquiera ella fue capaz de notar mi presencia, ni la del resto que estábamos en aquella habitación.
No supe qué clase de divinidad me llevó hasta un sofá, pues estaba claro que yo no conseguía sentir el cuerpo. La tráquea se me había cerrado por completo y hasta dolió tragar saliva. Me senté en el descansabrazos y saludé a Lalo, forzándome a recuperar la compostura. El resto de mis amigos estaba disperso, por lo que me negué a saludar a cada uno. No estaba seguro de si iba a poder articular siquiera.
–¿Y él? –Conseguí decir, apuntando con la cabeza hacia Sebastián, fingiendo desinterés–. ¿Vino contigo?
–Uhh...Sí –Resopló Lalo, rodando los ojos–. Ha estado tocándome los huevos desde que vio a Sophía en Ancora. Quería que se la presentara de nuevo. No sé cuál era su afán si tú ya se la habías presentado. Solo espero que no quiera también que se la lleve a todos sus encuentros o se la ponga desvestida y en la cama para su mayor comodidad –escupió, tecleando en su teléfono. Yo fingí una sonrisa y me maldije por haber acercado a Sophía al círculo de chicos, aquella noche.
La batalla estaba más que perdida. Sebastián resultaba esa clase de macho jugoso para las mujeres: cabello oscuro y largo como un salvaje, tez morena, barba y bello abundante, ojos olivos, en excelente forma y lo suficientemente acomodado para cumplir cualquier capricho. Vamos, un chico obscenamente masculino que lo tenía todo de sobra, y encima, estaba a punto de tener todo lo que yo más deseaba en la vida, solo faltaba que sonriera un par de veces más para lograr que Sophía se desbordara sobre él.
–Por cierto... –habló nuevamente, interrumpiendo mis pensamientos–. ¿Sabías tú que Sophía nunca ha tenido novio? –Cuchicheó con morbo, aún con su teléfono en mano. Yo moví lentamente la cabeza hacia él, completamente sorprendido. Y hasta entonces, recordé todo eso que Sophía había dicho en su borrachera.
–¿Qué?... ¿Cómo lo sabes? –dije, sintiendo que no podía controlar la incredulidad en mi rostro, ni el cuerpo. El hecho de que ella fuera virgen ya era de por sí un escándalo, tomando en cuenta lo fantástica que era. Pero, ahora, enterarme de eso, me pareció imposible ¿Cómo alguien podría querer perderse de todo lo que ella era? Me pregunté, pero fue esa misma voz la que me abofeteó. Así como tú te lo has estado perdiendo por falto de huevos.
–Ángela se lo dijo. Ya sabes cómo es. No tardó ella en darse cuenta de lo que Sebastián tenía entre manos y muy prontito lo ha puesto al día. Me sorprende que no esté ya sosteniendo la cabeza de Sophía, obligándola a lamerle el miembro –dijo, sin más.
Yo sentí que me iba a dar un derrame, pues la imagen de lo que había dicho, apareció demasiado nítida en mi cerebro. ¡NO, NO! Miré hacia otro lado. No quería aquellas imágenes en mi mente. Sentí que dejé de estar presente y continué escuchando a Lalo como si me hablara desde las lejanías, hasta que su risa volvió a arrastrarme–. ...A él le pareció bastante bien. Dijo que, el que ella no le guste el compromiso estaba mejor, así le quitaba la preocupación de tener que darle muchas explicaciones «Nada de exclusividades». ¡Qué cabrón! –Continuó riéndose, citando "aparentemente" las palabras de Sebastián.
A mí no me hizo ni un puto gramo de gracia, en su lugar, como que me empezó a dar acidez. Me quedé mirándolos por un largo tiempo, abrazando la idea de esa gran cantidad de huevos que me faltaban y que Sebastián parecía llevarlos bien puestos. Pero, había una gran masa dentro de mí que prefería verla así: siendo de otro que, volver a tolerar que me machacara solo por creer que con plantarle cara y confesar mis sentimientos, ella automáticamente iba a sentir lo mismo por mí. No lo había sentido en el pasado y no tenía por qué sentirlo ahora. Así que, con eso tan lamentable en mente, me serví un trago de tequila y lo bebí de golpe; sin que nadie lo notara. Me serví otro más, y esta vez, me permití saborearlo, antes de alzar la vista y encontrarme con los ojos brillantes de Sophía.
Desde mi llegada, había permanecido rellena de aquellas hojuelas amarillas, pero en cuanto me miró, sus hojuelas rojas aparecieron disparadas, centelleantes y después tranquilas. Me estudió rápido y entero. Sin dejar de mirarnos, le guiñé un ojo y sonreí. Ella enderezó la joroba que llevaba, y a la par, su centro se iluminó. Quise regodearme de aquel evidente cambio. Pero de inmediato, se me presentó la idea de que, quizá todo eso bueno que yo creía interpretar, podría ser todo lo contrario. A continuación, Sebastián se acercó a decirle algo al oído, ocasionando que su centro se volviera amarillo y consumiera toda su atención.
Me dediqué a beber como si me pagaran por ello, y en algún momento, San Toro entró un tanto desquiciado, llamando a todos los del grupo para reunirse y discutir sus nuevas estrategias para lograr que Leonardo no perdiera su dinero, pues al parecer, algo gordo había apostado. Aquello me causó escalofrío, por lo que decidí que era mejor opción distraerse con la plática poco interesante de Aldo y sumergirme en el trago hasta que comencé a sentirme como una pastilla efervescente.
Una hora más tarde, me levanté en busca del baño, abriendo la puerta equivocada. Al entrar, una peste que jamás había olido en mi vida me golpeó violentamente, bajándome prácticamente el pedo que llevaba. Sin querer indagar si algo se había muerto allí dentro, cerré la puerta, frotándome la nariz. Continué por el pasillo, entrando en el siguiente baño en el que se suponía debía llevar una puerta, pero no había nada, salvo la desnudez de Sophía, recibiéndome.
Me costó más de lo debido enterarme de lo que estaba sucediendo. Llevaba una exquisita lencería color rojo cereza y estaba abotonándose unos pantaloncillos cortos del mismo color. Alzó la vista, agrandando los ojos y se quedó allí, sin hacer el intentó por cubrirse, pareciéndome que ella tampoco supo qué hacer, salvo reaccionar mucho antes que yo y ayudarme un poco con una sonrisa tímida.
–Lo... Lo siento... No sabía... El otro baño –Intenté decir, forzándome a mirar hacia otro lado que no fuera su cuerpo, pero no sé por qué me pareció imposible.
–Ya. Sí. Apesta a mierda. Leo entró hace un momento –dijo, entreteniéndose en buscar algo en la maleta que tenía sobre el retrete.
–Pero... ¿Él se encuentra bien? –Quise saber, pues no concebí que alguien estuviera literalmente pudriéndose en vida. Nos echamos a reír.
–Sí. El maldito se reinicia todas las veces que pisa un baño y le importa su misma mierda, el que la población entera muera por su peste –respondió, esta vez desdoblando una blusa blanca. No había luces en el baño, salvo una bombilla roja de emergencia que nos iluminaba a medias; y el centro rojo de Sophía, brillando lento y fuerte. Eso tampoco lo hizo más sencillo, por el contrario, ese pequeño espacio de pronto me pareció tremendamente erótico.
–Voy a... Esperar fuera –dije nerviosamente, al continuar cayendo sobre sus pechos que lucían malditamente preciosos.
–Si solo vas a mear, puedo esperarte yo. Voy a tardar un poco y sé que los hombres tienen vejiga de hormiga –dijo, mientras la escuchaba deslizar la tela sobre su cuerpo.
–Ni hablar. Me avergüenza que me escuchen mear. Puedo esperar, todavía no voy a explotar –sonreí por lo bajo, pues sabía que, si no fuera por las copas que llevaba, jamás habría revelado aquello. A ella también la escuché sonreír y asomé la cabeza, tentado por volverla a ver semidesnuda. Quería más. Lamentablemente, ya estaba vestida. Me descubrió mirándola de nuevo, y allí, nos miramos un largo rato, sonriéndonos en la penumbra–. Lo siento, debí preguntar antes de entrar –dije bajito. Ya que, con la borrachera y el que estaba seguro de que la había mirado demasiado, no quería que pensara que era un maldito cerdo.
–Venga ya. No pasa nada –Rodó los ojos–. No hay nada aquí que no hayas visto antes –dijo tan despreocupada, volviéndose al espejo.
–Uhh... Pues no –Fruncí el ceño. Ella me miró con atención–. Nunca te he visto desnuda –agregué, al no comprender por qué había asegurado aquello.
–Me refería a que... Pues... Como si no hubieras visto ya antes unas tetas –sonrió de lado, mirándome a través del espejo.
–Mmm... Te equivocas de nuevo –Sophía dejó de revolver su bolsa de maquillaje y me miró, otra vez, expectante, como un felino que escucha algo de interés–. La vida, escasas veces, me ha permitido disfrutar de unas naturales que ya ni lo recuerdo –Revelé, sin vergüenza. Sophía levantó un poco el mentón, entrecerrando los ojos, se mordió el interior del labio y se volvió de a poco hacia mí. Yo simplemente esperé que no me estrellara el puño en la cara. Aquello había sido muy directo, pero con el alcohol corriendo en mi sistema, me importó poco, y también, como que sentía cierta adrenalina en ser descarado con ella. Quería más, mucho más y debía darme prisa antes de que Sebastián me la arrancara por completo.
–Seguro que mi cirujano estaría muy orgulloso de escucharte decir eso –sonrió con cinismo.
Yo me quedé seco ante su revelación, pero hubo algo allí que no me convenció del todo. Así que, nuevamente y con total desvergüenza, recorrí su cuerpo eléctrico hasta volver a sus labios que ya me sonreían, húmedos. Me le quedé mirando profundamente, sintiendo como se me agitaba la respiración y comenzaba a arder. Ella se dio la vuelta hacia el espejo y continuó estudiándome a través de él, hasta que su risa malévola y ronca sonó desde dentro de su garganta.
–Mmm... No. Casi me tienes –Le dije, viéndola como comenzaba a pintarse los labios color cereza–. Soy muy observador. Pero, también tengo tan buena memoria como para recordar cuando ibas creciendo, y que todo lo que llevas ahí, es natural –solté sin más. Ella dejó su labor a medias y me miró, sin parpadear. Esta vez fui yo quien le sonrió con cinismo y me volví–. No tardes o empezaré a gotear como un abuelo –dije, yendo ya por el pasillo.
Para cuando salí del baño, todos se habían largado, por lo que requirió un gran esfuerzo conseguir encontrarlos en aquella multitud, tan apretada como sardinas y gritando como salvajes, mientras las luces se atenuaban y los cuerpos del grupo se acomodaban en el escenario. Mi pecho comenzó a alterarse y a ronronear, de presentir que Sophía me iba a hacer reventar.
(♪) En la oscuridad, San Toro provocó un poco más a la multitud. Acto seguido, la guitarra de Sophía retumbó como un motor. Las luces del infierno se encendieron y revelaron al mismísimo diablo. Me embriagué de su figura fascinante, malévola y sensual, mientras tocaba la guitarra allá arriba. Todos alzaron las manos, siguiendo el ritmo que fácilmente comenzó a desquiciarme. Me permití romper la compostura y me perdí entre la multitud. Las cosas se calentaron más de lo debido y por un momento deseé poder arrancarme la piel. Leonardo y el resto se estaban dejando los huesos en el escenario. En cuanto a Sophía, ella continuó cubierta de fuego en su interior, sonriendo como un maldito demonio con toda la vulnerable humanidad a su merced.
Un desenfreno se había desatado por completo. Gritos, playeras y cerveza volaron sobre las cabezas. El cuerpo se me fue descomponiendo de a poco, sin saber en qué momento comencé a moverme como si tuviera ataques epilépticos. Estábamos completamente perdidos, enardecidos y brincando al ritmo. Sophía nos cortó el aliento con toda su figura poderosa y natural, tocando suavemente. Un golpe, otro golpe. Otro. Uno, dos y tres más. Su cabello se sacudió de un lado al otro. Más gritos, más saltos. Ella bailaba, giraba, y cantaba junto con San Toro adivinándole los pasos como si estuvieran conectados. Un trago y muchos más cayeron en mi sistema. Leonardo hizo un solo tremendo, y de no ser por la gente que saltaba mi alrededor, jamás hubiera sido capaz de sostenerme. Mi cuerpo rebotaba por todos lados. Más cerveza voló a mi alrededor, adornando a Sophía una vez que se lanzó al público como una loca. Prácticamente, habían puesto todo el recinto patas arriba. Incluso, creo que nunca me había divertido tanto, ni perdido la cabeza... Ni bebido tanto.
Ella no regresó en toda la noche, consumida por Leonardo y otras tantas por Sebastián. Pero, en esos últimos encuentros, fui consciente de como se acercaban, con sus sonrisas amplias y demasiados roces. Él se fue aproximando lentamente hacia su rostro y mi pecho dejó de latir. Esperé y esperé sin poder respirar hasta que el rostro de Sophía se desvió, consiguiendo que aquel beso no le tocara los labios. Quise sentir alivio. Pero, si Sebastián no había logrado la simpleza de un beso, qué más iba a conseguir yo. Y así, con esa imagen y tanto más en contra, broncoaspiré todo el alcohol que me fue posible hasta quedar inconsciente sobre el sillón.
Abrí los ojos la mañana siguiente, con la misma dificultad a que si llevara piedras sobre los párpados. Tenía demasiada sed, pero al mismo tiempo, la vejiga me iba a reventar. Fui hacia el baño a vaciar todo lo que llevaba cargando en mi sistema e intenté recordar la noche de mierda que había tenido. Todavía llevaba puesto el pantalón del día anterior y apestaba a alcohol. Me miré en el espejo, notando lo a puntito que estaba de reventarme la piel por lo hinchado, y que también, tenía un par de moretones en lugares donde no tenían por qué estar. Acto seguido, un destello de Sophía sentada bajo mi cama golpeó detrás de mis ojos. Ella estaba mirándome y yo tocaba su cabello. Quizá no fue tan mala noche. Recapacité. Otro recuerdo golpeó, llevándome hasta lo que supuse que fue el último trago que bebí antes de perder la consciencia. Tomé una ducha rápida, pues con el alcohol pudriéndose en mi sistema, ni yo mismo me aguantaba la peste.
Sintiéndome más fresco, me vestí con un suéter blanco y muy cómodo para aguantar la resaca. Regresé a la habitación e hice un registro de lo que había alrededor. Ya estaba acostumbrado al exagerado orden en mi departamento. Por lo que, cualquier cosa extra, siempre llamaba la atención. Noté una botella de suero sobre la mesita de noche, misma que brilló como una gota de agua en el desierto. Lo bebí desesperadamente, dándome cuenta de que también estaba el bote de basura y la mitad de un plátano oxidado ¿Qué mierda hace eso allí? Me pregunté. Miré del otro lado de la cama, enterándome de que estaba delicadamente mullida ¿Sophía?
Casi de manera sincronizada a mis pensamientos, sonidos similares a los de un ratón se escucharon fuera de la habitación, junto con la mezcla del olor a café y de ese perfume que me ponía como imbécil. Caminé hacia el ruido hasta ser golpeado por la imagen tan candente de Sophía, quien se encontraba sentada en el columpio de la terraza, dibujando. Su cabello estaba húmedo y sus mejillas estaban enrojecidas ¡Dios! Como me fascina esa mujer. Pensé, deshaciéndome al deslizar mis ojos tan minuciosamente por todos los sitios donde el sol la tocaba. Llevaba un vestido ligerito, negro y con una abertura que dejaba expuesto uno de sus muslos.
–¡Buenos días, alteza! –Se burló, al darse cuenta de mi presencia. Ella hizo un recorrido por todo mi cuerpo. Un destello precioso llegó a sus ojos, y de forma inmediata, el nido rojo reventó en su centro. Yo tragué saliva y casi quise gritarle que me dijera de una puta vez qué significaba ese color, ese nido, esa luz y todo lo que estaba por estallarme dentro del pecho.
–¡Buenos días! –contesté, con voz aún modorra.
–¿Cómo te sientes?
–Bastante bien –expresé con amargura, sorprendido de que en realidad no me sentía tan podrido con la resaca. Respiré hondo al ser consciente de que estaba hablándole mal, y que, sencillamente, mi paciencia con ella estaba llegando al cero, ¿Por qué sigue aquí, jodiéndome, torturándome con su figura?, ¿A quién engañaba? Claramente, las cosas no estaban mejorando. Solo me estaba ilusionando y chocando de cara completa en muros sin salida –¿Tienes hambre? –pregunté, intentando corregir mi tono y el humor de perros.
–No. Ya he desayunado abajo. Hice café y te traje desayuno. Está en la encimera de la cocina –Hizo otra pausa para mirarme y recorrerme el cuerpo de nueva cuenta–. «No sé qué te gusta. Así que, ordené un poco de todo» –Citó de forma teatral, para después sonreír con su propia broma. El nido rojo permaneció en su centro, encendiéndose a un ritmo constante, pero tranquilo ¿Qué demonios le ocurre? Me cuestioné ante la novedad de su luz y por aquella broma. Ya había escuchado esa frase en algunas películas ridículamente románticas. Algo me comenzó a aletear en el estómago, pero lo ahuyenté por salud emocional. Eso no quiere decir nada. Solo está bromeando... ¿Verdad?
Me acerqué hasta la encimera, donde desenvolví una pequeña caja con un simple desayuno. Mi favorito: huevos motuleños. Me acomodé en mi lugar habitual y comí en silencio.
–¿Dónde está mi auto? –pregunté, una vez que llegó a mí, una escena de ella compitiendo por las calles con algunos tipos.
–¡Ah! Eso... Ya no tienes auto –Yo la miré de golpe, queriendo recordar algún accidente o el que nos hubiera detenido la policía en el camino, pero mi mente estaba en blanco–. Lo puse a mi nombre mientras estabas inconsciente –bromeó, dejándose caer en él Chaise longe.
Ignorando por completo el tema del auto, me perdí al imaginar un montón de posturas que haría con ella en ese sillón de la lujuria hasta que, atrapé a sus ojos estudiándome de nuevo. Tragué pesado. Su figura tan cautelosa y malévola me ponía siempre a temblar, además de sacudirme por todo lo que estaba haciéndome con sus bonitos ojos. «¿Qué estás haciendo?» Cuestioné hacia ellos. Otro brillo pareció asomarse dentro. Sintiendo que me iba arrancando el aire y que mi cuerpo comenzaba a parecer más difícil de sostener, me aferré a ello e inicié la provocación.
–¿Por qué amanecí lleno de moretones? –hablé, antes de darle un trago al café. Ella desvió la mirada, claramente ocultando algo–. Hmmm... Quisiera decir que no me sorprende que seas del tipo que le gusta... Cómo decir... Hacerlo rudo. Pero, sí. Estoy sorprendido. Esperaba que fueras más gentil –sonreí, queriendo intimidarla. Sin embargo, perdí la guerra al segundo siguiente, puesto que un brillo comenzó a titilar dentro de la profundidad de sus ojos e inmediatamente me sentí llevado por una masa negra hacia el inframundo. Necesité respirar a través de los dientes, saboreando esa excitación que me causaba su maléfica personalidad. Sonrió de lado, sin decir palabra alguna–. Lo que no consigo entender es ¿por qué me dejaste el pantalón? –susurré, al sentir algo de ella, arañándome la tráquea.
–¿Esperabas que te desnudara? –Alzó una ceja, penetrándome aún más con sus ojos.
–Era tu oportunidad de aprovecharte de mí; por tercera ocasión ¿Y simplemente decidiste dejarme allí?
–Ya. Era mejor no tentar al diablo –expresó, de manera cachonda.
Aquel color intenso y eléctrico; rojo y rosa a partes iguales, cubrió su centro y yo me llené de placer al verlo. Me fascinaba ese color en ella y esa sensación agridulce que siempre asaltaba en mi lengua. Yo sonreí, sintiéndome finalmente arder y muy contento de que me considerara como una tentación dentro de esa cabecita suya–. Además, ¿Tú crees que iba a aprovecharme de ti, después de que le dieras una mordida al plátano con bastante entusiasmo, creyendo que era un pene? –soltó. Yo me atraganté con la comida.
–No hice eso –Me defendí, pero ya estaba recordando la mitad del plátano que había en la mesita de noche–. ¿Lo hice? –pregunté con vergüenza. Sophía se empezó a reír, dejando caer la cabeza en el respaldo.
–De cualquier manera, no creo que hubieras podido complacerme con semejante pedo que llevabas –Se burló, con sus ojos lanzando llamas hasta los míos. En cuanto a mí, ya me empezaba a encantar que el rumbo de la plática volviera a encenderse.
–Hmm... No iba a ser muy difícil...–Me interrumpí, aclarándome la voz, puesto que eso podía sonar bastante mal para ella y muy revelador para mí–. Quiero decir... No soy de los complicados, solo tenías que insistir un poquito más –aclaré, dándome cuenta de que masticaba más lento y tragar costaba un poco más de trabajo. Su nido rojo aumentó el ritmo dentro de su cuerpo y yo sentí que el aire dejó de existir–. Cuando se quiere, todo se puede, Soph –añadí, sin dejar de mirarnos con tremenda intensidad que, incluso, podíamos incendiarnos mutuamente.
No mentía. Desde que apareció en mi vida, todo lo relacionado con ella lograba encenderme como un puto cerillo. Incluso, cuando me tocaba pensando en ella, el asunto era casi de inmediato y me sentía tan frustrado porque todas las veces terminaba como un puto puberto. Era tan lamentable que, en mis fantasías, también deseaba poder disfrutarla mucho más ¿Será una maldición o qué mierda? Me quejé, mentalmente.
–Lo siento. Puede que te me cayeras un par de veces –Reveló al fin. Soltó un suspiro, luego de rendirse ante mis ojos. Se puso de pie con sigilo y comenzó a pasearse por todo mi departamento. Yo resoplé con frustración, liberando el calor que me había entrado–. Tengo curiosidad ¿Tienes un estudio aparte? –Cambió el tema, deteniéndose a inspeccionar absolutamente todo. No tenía demasiadas cosas, amaba el minimalismo. De modo que no encontró mucho en qué distraerse. Ella me miró, esperando por mi contestación. No le respondí. Me limité a estudiarla, contemplando su figura y lo bien que lucía mi hogar con ella llenando hasta el último rincón, aportándole cierto carácter acogedor por donde se movía y pareciéndome el ambiente mucho más tibio, con más luz y vida–. ¿Dónde es que cocinas toda tu magia como Dj? O es que todo es una farsa y tienes algún prodigio del que abusas en secreto –sonrió con maldad.
–Todo lo que buscas está detrás de esa puerta –Apunté hacia la otra habitación. Ella sonrió de lado y se giró, caminando directo hacia donde le indicaba, tomándose su tiempo.
Sentí el cortón en la sangre al parecerme ese momento tan familiar. Aquella mujer que se había paseado de igual manera, revisando minuciosamente la casa de mis padres, cuestionando todo, y yo, como un imbécil, le había dado toda la maldita información, tendiéndome ante ella; dejándome degollar.
Ahuyentando aquella desagradable experiencia de lado, recogí lo del desayuno y fui detrás de Sophía, sintiendo ese malestar, negándome a creer que Sophía resultara igual que todas: una interesada que busca saciar sus ambiciones a toda costa y sin importar a quién hunda en el camino. Abrí la puerta, pues de pronto pareció que le dio vergüenza husmear sin mi permiso. Una vez que el estudio le dio la bienvenida, se le cayó la cara. Pasó sus dedos por todo donde sus ojos aterrizaban, sonriendo de par en par.
–Es tan igual a ti –susurró, casi para sí misma. Yo me le quedé mirando, inseguro por mostrarle mi espacio y porque no comprendí lo que trataba de decir–. Te sorprendería saber lo mucho que puedes conocer a alguien solamente por la manera en que luce el espacio en el que vive –Hizo una pausa–. Es como... Su propio arte –Concluyó, revisándolo todo.
–No estoy de acuerdo –escupí. Ella me miró de golpe–. De ser así, tú deberías de estar viviendo en el infierno entonces... O de menos, en una cueva... Con acceso libre y directo al inframundo –solté, con una pizca de burla. Me arrepentí de inmediato, pues ya conocía su casa y una mierda que me gustaba ese sitio para ella. Era como un panteón donde no ibas ni a un lugar ni a otro, solamente te quedabas allí atascado, enterrado y solo. Aunque... Lo pensé de nuevo y volví a mirarla. Quizás eso era ella, un demonio que recopila víctimas y las atesora dentro para alimentarse de ellas, sin jamás liberarlas. Y así me sentí de pronto. Probablemente, tenía razón.
–¿Cómo es que te imaginas que es el infierno?, ¿repleto de llamas, tal vez? –preguntó, siguiendo el juego, caminando con el sigilo de una serpiente que rodea a su presa. A la par, hubo algo malévolo en su rostro que me hizo sentir que yo había descubierto algo indebido y ahora me iba a tragar por ello.
–¡Huh!... No lo sé. La maldad también puede habitar en el capullo de una flor para cubrir la mentira. Ya se le ha visto antes al diablo engañando con la más perfecta de las manzanas –expliqué, fingiendo fortaleza cuando realmente me sentía identificado con lo que decía; era bien sabido que el diablo siempre fue el ángel más precioso, tanto con ella. Pero no. Ella no se escondía, ella era una descarada. Te envolvía con su cínica franqueza y te torturaba mirándote a los ojos.
–Ahí estaba la mentira. Nada es perfecto y Eva fue muy idiota creyéndosela.
–Mmm... Tampoco estoy de acuerdo. Mira que a Eva le fue bastante bien con Adán –bromeé. Ella sonrió, poniéndome los ojos en blanco. Se quedó en silencio y continuó paseándose alrededor de los instrumentos hasta descubrir una Gretsch blanca, colgada en el muro. Las palabras no lograron salir de su boca. En su lugar, me miró, con los ojos casi saliéndose de su cabeza–. Era de mi hermano –dije bajito. Ella pasó suavemente sus dedos por la madera y las cuerdas–. Seguro le hubieras agradado –añadí, imaginando la escena de ellos dos hablando sin parar y quizá tocando juntos en las navidades. Pero, también imaginé a mi hermano guiñándome un ojo o dándome unas palmaditas en la espalda por tener a una gran mujer a lado mío. Sophía me regaló una sonrisa tímida y se acercó hasta el sintetizador.
–Parece tan complicado –dijo, mirando el sin fin de botones.
–No lo es tanto –respondí, encendiendo las bocinas y el equipo. Rocé intencionalmente su cuerpo con el afán de acercarme más. De vez en cuando ella también tocaba mis dedos, solamente para echarlos a un lado mientras imitaba lo que iba enseñándole, ocasionando que se me erizara la piel todas las veces.
Nos perdimos hablando de música y compartí con ella algunas composiciones, hasta que la más reciente en la que había estado trabajando llamó su atención. Se volvió hacia la guitarra acústica que también era de mi hermano y se sentó en el banquillo, frente al micrófono, cruzando la pierna; cosa que ocasionó que su vestido se abriera y su muslo quedara exquisitamente expuesto. Me quedé como un imbécil devorándola por completo. Acto seguido, se colocó los audífonos y me hizo ponerle mi composición un par de veces hasta que ella comenzó a rasguear un ritmo que se fusionó con el mío. ( ♪ )
Me quedé un largo momento perdido en ella, viéndola sentir cada nota con sus ojos cerrados y sonriendo con un extraordinario deleite. Una inmensa paz cubrió por completo la habitación hasta alcanzarme, junto con el aire fresco de aromas tropicales que se colaron por la ventana, ondeando las cortinas. Cerré igualmente los ojos y me dejé arrastrar por la serenidad que me envió hacia las nubes rosas y anaranjadas, haciéndome flotar sobre ellas.
Creamos aquella canción juntos, hundiéndonos por completo en nubes que al final se volvieron azules detrás de mis ojos; me recorrieron la piel en un estremecimiento que se me asentó en la nuca y en todo el cuero cabelludo. Por escasos momentos pude ver a Sophía moviéndose y también flotar alrededor, bailando y sonriendo conforme la canción tomaba forma. Y muy al final, terminó recostada sobre el sillón, con sus ojos cerrados, disfrutando del resultado. Cuando terminé, me pareció sorprendente que el nido rojo hacía horas que centelleaba en su centro y solo unos minutos antes había llenado por completo sus venas de luz roja. Algo había cambiado, pues regularmente aquel nido únicamente aparecía por lapsos cortos o a veces fugaces. La pregunta era ¿Qué sentía ahora mismo y qué había cambiado?
–¿Alguna vez has sentido un orgasmo cerebral? –dijo de pronto. Yo me sorprendí por la pregunta y me le quedé mirando, sonriendo por lo bajo a causa de que ella hubiera sentido lo mismo.
–¿Por qué?, ¿te hice sentir uno? –provoqué, saboreando aquella confesión. Pero ella simplemente se limitó a sonreír, y de no ser por su luz roja, podría jurar que noté un rubor en sus mejillas–. Creo que a lo que te refieres resulta ser el éxtasis. Se supone que un orgasmo cerebral es más común en las personas que experimentan cosquilleos por determinados estímulos relajantes o incluso durante las meditaciones. Supongo que lo que sentiste no fue precisamente para ponerse a dormir, ¿cierto? –sonreí.
–No. Solamente sé que definirlo como éxtasis le queda un poco corto –dijo, pensativa.
–Hmm... entonces no has experimentado el éxtasis como se debe, como para así avalar que es la palabra que mejor le va, ¿no? Es más... Cuando tienes un orgasmo no solo lo sientes en el vientre. Lo sientes en todo el cuerpo, ¿cierto? –Profundicé, pues me pareció tremendamente interesante lo que planteaba.
Algo había leído sobre el éxtasis y la manera en que podía llegar a sentirse en todo el cuerpo. Yo nunca lo había experimentado durante el sexo, solamente bajo estímulos externos y no sexuales, como la música. Dando por hecho que las mujeres, al ser más sensibles, quizá se les facilitaba sentirlo cada vez. Pero, por la mirada que Sophía me regaló, supe que estaba más que equivocado. Su luz se había fundido mientras hablaba, acompañada de hojuelas amarillas y un rostro malencarado, comprendiendo que, en realidad, eran aquellas dos palabras las que parecía que más le molestaban: éxtasis y orgasmo.
–¿Qué es lo más lejos que has llegado con un chico? –solté sin más, queriendo saber por qué parecía tan ajena al tema. Ella me miró por el rabillo del ojo, y después volvió la mirada al techo, como ignorándome.
–Compartir la cama –respondió a secas.
–¿Y sin meterse mano? –Quise saber, imaginando la escena y yendo demasiado lejos al querer llegar a ese punto de querer descifrar cómo sería escucharla gemir. Me estremecí.
–¿Por qué te sorprende?, ¿acaso te he violado cuando has dormido conmigo? –habló, con aburrimiento. Yo me di un golpe mental al recordar que ella había sido la única con la que había compartido la cama sin sexo de por medio y me alegró la idea de que quizás había sido yo con el único que había dormido, hasta que el rostro de Leonardo me saludo detrás de la cabeza. Probablemente con él lo había hecho más veces o con alguien más. Simplemente, no podía asegurar. Con ella nada se sabía.
–Cierto. Y... antes de eso, ¿Qué fue? –Insistí. Ella lució fastidiada por mis preguntas y cada vez fruncía más el ceño.
–¿Ver cuerpos desnudos es suficiente respuesta para ti? –escupió. Yo abrí mucho los ojos, sorprendido. Eso sí que no me lo esperaba. Un montón de imágenes turbias y cargadas de una lujuria infernal aparecieron en mi mente.
–¿Sin... Sin tocar nada?, ¿Por qué harías eso?
–Los dibujo. Tomo clases con André algunos domingos y pues... Los modelos tienen que desnudarse –explicó con naturalidad.
–¿Y qué más? –Volví a preguntar, sintiendo calor.
–¿Qué es lo que quieres saber exactamente? –Me miró profundamente, sin una pizca de alegría. Su centro ya se había vuelto completamente amarillo.
–¿Te han tocado alguna vez? –pregunté bajito. Estaba demasiado encendido.
–No, Diego. Ni un cabello. Lo cual quiere decir que tampoco he besado a nadie ¿Algo más? –Alzó una ceja, siempre pareciendo que le hablaba al aire, nunca mirándome a los ojos. Por lo que intuí que aquello le incomodaba, pues mientras hablaba, pude notar que apretaba los dientes, como si incluso aquello le diera rabia.
Yo dejé de parpadear y de respirar por largos minutos. Todavía me costaba creerlo, aun sabiendo que lo había mencionado aquella noche en que había estado borracha en mi cama, pero di por hecho que estaba bromeando. Después, lo que había mencionado Lalo, y ahora, descubrir que nadie le había rozado ni el alma resultaba insólito.
–¿Y tú? –Me atreví a preguntar
–Que no he tocado a...
–¿Tú te has tocado? –aclaré. Ella me miró esta vez, como un venado encandilado. Su luz trastabilló hasta volverse un juego boreal con el rosado. Desvió la mirada y comenzó a querer hundirse y desaparecer dentro del sillón.
–No me enciende verme mis propias tetas –soltó, forzadamente.
–Pero qué dices ¿Cómo vas a saber lo que te gusta y lo que no, si no exploras contigo misma? –cuestioné, pero al notar aquella mirada de pereza que me regaló, supe que ya había terminado de hablar conmigo–. ¿Cómo has logrado sobrevivir todo este tiempo? –Me burlé, con la intención de ablandar su incomodidad.
–No es gran cosa. Es... Es como ser vegetariano de nacimiento –dijo con tranquilidad. Yo me reí por su tan acertada comparación.
El juego boreal se detuvo y esta vez volvieron las hojuelas rojas. Me le quedé mirando, sin poderlo creer. Era un maldito crimen que estuviera privando de tanto a su cuerpo. La de cosas que haría yo con toda su piel. Pensé, permitiéndome fantasear una vez más con sus gemidos y su espalda arqueándose de placer.
–¡Por Dios! Eres una artista. Deberías tener las escenas más creativas y candentes que puedan estimularte –Esta vez ella me miró, sonriendo de lado y con una mirada cargada de natural ternura–. ¿Qué te imaginas cuando piensas en sexo? –Curioseé. Ella miró otra vez hacia el techo, como si en él estuvieran todas las respuestas.
–Es como un collage. Con referencias de lo que he sabido hasta ahora. Imágenes, frases, películas. Algunas veces pasa por mi cabeza como un comic lleno de parches –explicó con diversión, yo comencé a escupir los pulmones de la risa mientras detallaba sus ideas demasiado bizarras. Pero, justo como le había dicho, era una artista y su mente definitivamente era fantástica.
–¿No lo has intentado con el porno? –Ella arrugó la nariz, y a continuación, terminé revolcándome en la alfombra, a causa de mis carcajadas mientras escuchaba su única experiencia con el porno, proveniente de un video que su padre le había enviado por accidente y que resultó que ella la pasó más preocupada por las chicas y las situaciones que las había llevado a tomar la decisión de ser actrices porno, en lugar de disfrutar de ello. El tema sexual, definitivamente, se le daba fatal.
Suspiré demasiado fuerte, dejando que la barriga se me estabilizara por tanta risa. Nos quedamos en un armonioso silencio, escuchando la respiración del otro y el pequeño susurro que hacían los dedos de sus pies mientras frotaban la alfombra. Parecía tan llena de calma, pero siempre había algo que no la dejaba estar quieta del todo y esa pequeña manía suya, también la adoraba.
–¿Me dibujarías? –Quise saber, pues estaba bien consciente que aquello me había encendido y estaba completamente relleno de curiosidad y morbo de experimentar lo que sería estar bajo sus ojos.
–NO
–¿Por qué no? –Me extrañó su reacción tan tajante.
–Lo último que quiero es verte en bolas. Únicamente lo hago con desconocidos. Es... Es un tanto violento ver a alguien durante horas. Resulta más cómodo saber que nunca más tendrás que volver a verlos y viceversa.
–¿Por qué cuerpos desnudos y no vestidos?
–Hago de los dos. La ropa también juega un papel importante. Sin embargo, de alguna u otra manera, maquilla lo espectacular que puede ser la sencillez del cuerpo desnudo. Es bastante placentero descubrir las proporciones, a veces simétricas y otras donde la asimetría se convierte en la magia de cada cuerpo. Es sorprendente captar la sutileza de una piel, un músculo, una cicatriz, las pecas y lunares. Existe un mundo maravilloso, solamente de contemplar un cuerpo libremente, poder... Poder captar todo eso de lo que el modelo es ajeno; tocarlo en cada trazo sin que violentes su identidad o que alguien te castigue por ello. Simplemente, lo vuelves vivo, libre, bello, íntegro y natural. No existe el juicio o los límites dentro del papel. Todo eso se desborda después, dentro de cada persona que lo interpreta. Comienzan los prejuicios, los estándares, el castigo, la culpa y la resistencia por no aceptar la simpleza de lo que es –explicó, de manera tan apasionada, que olvidó que yo estaba allí escuchándola y que aproveché de ello para contemplarla a mi antojo.
–Así que... ¿Me... Porté bien anoche? –pregunté, luego de quedarnos en silencio. Ella me miró profundamente, tardando demasiado en contestar y notando como de a poco sonreía de lado.
–Sí. Eres un borracho bastante decente –confesó, sin sus ojos dejar ni un segundo los míos. Esta vez la miré igual, disfrutándolo.
Sabía que siempre me costaba respirar cuando la tenía cerca. Y más que, a partir de ahora, cada vez que ella me mirara iba a estar preguntándome qué podría estar mirando realmente en mí. Percibiendo algo distinto entre el espacio que había entre ella y yo, la piel se me erizó y solo unos segundos después, el sonido de su celular nos sobresaltó, de tal manera que incluso dolió. Estaba tan cerca de donde yo estaba que fue sencillo leer: Leo en la pantalla ¡Maldita sea!
–¡Hola! ... Sí. Suena bien ¿A qué hora?... ¿Ya?... No. En la galería... Bien. Adiós.
Pude suponer todas las palabras que había en medio; una era que ya estaba por irse. Y la segunda, fue que dijo que estaba en la galería y no conmigo ¿Por qué razón no le dijo exactamente dónde estaba? El dolor que ya empezaba a acostumbrarse en mi cuerpo, apareció de nuevo, llevándose todo lo bueno que se había construido durante el día.
–¿Por qué te dice Lu? –Quise saber de pronto, cuando ella colgó. Había algo en la manera en que Leonardo le hablaba que, me parecía que ella ya le pertenecía.
–Por... Luciérnaga –sonrió, sabiendo lo ridículo que sonaba.
–Demasiado encantador para ser un diablillo –solté. El recuerdo de ella bajo mi cama y yo acariciando su cabello golpeó de nuevo. Suspiré.
–Tengo que irme ¿Crees que mueras en lo que resta del día? –Me miró con ternura.
–No necesito niñera. No es la primera vez que me toca lidiar con una resaca. –Respondí agriamente, odiando que tuviera que irse y más porque sabía que era con él.
–Bien. Entonces me voy –Esta vez ella suspiró, levantándose y saliendo del estudio. Yo la seguí. Finalmente, tomó su bolso y sus pertenencias que estaban ya listas en el recibidor.
–Te veo luego –dijo, tomándose la libertad de hacerme una última y minuciosa inspección a todo mi cuerpo, pareciendo que había algo allí que quería decir. ( ♪ )
–¿Qué? –susurré. Haciéndole saber que estaba bien enterado de lo que me estaba haciendo con sus ojos.
–Nada... Solo... Cuesta verte vistiendo algo que no sea azul –confesó.
–Hmm... ¿Es esa tu manera de decir que me veo bien? –Me burlé. Sophía puso los ojos en blanco y se acercó a mí. Dio un pequeño tirón a mi flequillo y después depositó un beso en mi frente. Aquello simplemente se sintió celestial.
–Pareces un Ángel –expresó con sarcasmo, apartándose demasiado rápido.
–¿Un Ángel? –Quise reírme ante el cumplido que le costó revelar.
–Vale. Eres un escándalo –dijo, con muchas ganas, delatada por una sonrisa que ella luchó por esconder, pero ya era demasiado tarde, yo había atrapado aquello demasiado rápido y mi pecho ya estaba tirando patadas como un potro sobrado.
–Creo que, entre el diablo y el ángel, tenemos a la creación hecha un poquito mierda ¿No te parece? –dije, apuntando hacia nosotros–. Está claro que aquí todo está al revés, pues uno de los dos vive en el pecado y no es precisamente el diablo –Ella ladeó la cabeza, con una sonrisa malévola y al mismo tiempo adorable.
–Ya iba siendo hora de corromper la anterior administración –expresó con gusto.
–¿Cuánto fue del desayuno? –Interrumpí, antes de que llegara hasta la puerta.
–Fue un combo gratis.
–Sophía...
–¡Ay, por dios, Diego! Que no se te van a caer los huevos si te invito el desayuno –escupió, antes de cerrar la puerta. Yo me quedé riendo por su contestación. Enseguida, corrí hasta la entrada.
–¡EH! –La llamé por el pasillo–. Gracias.
–Cuando quieras, princesa –sonrió ampliamente, llevándose la mano a la frente, en un saludo militar.
Me quedé mirando su silueta oscura y sensual, caminando por el pasillo, hasta perderla en los elevadores. Hice un berrinche mental por querer tenerla, que se quedara y estrujar toda su alma a la mía para que jamás se fuera.
_______________________
1: ( ♪ ) Moth To A Flame ﹣ The Weekend
2: ( ♪ ) Kickstart My Heart | Mötley Crüe
3: ( ♪ ) Wait | M83 (Kygo Remix)
4: ( ♪ ) Devil Inside | CRMNL
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro