
─ ● C ᴀ ᴍ ɪ ɴ ᴏ
S O P H Í A
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Como de costumbre, desperté de mal humor. La serpiente en mi cabeza lucía gorda y satisfecha. Después de lo de ayer, parecía que mi estado de ánimo del día de hoy le causaba gracia, puesto que se burlaba de mí, tirada con su gordura en un rincón, hecha un ovillo y mirándome con pereza. No te pongas tan cómoda. Tienes los días contados. Le advertí, sonriendo al ver que se había removido incómodamente, quitando su cochina sonrisa.
Maldije a la escuela como siempre a las 5.40 de la mañana. Me vestí con toda calma posible, y no porque quisiera perder el tiempo. Más bien era una mezcla entre que aún no terminaba de despertar y que, naturalmente, todos mis movimientos los hacía con demasiada lentitud. De hecho, para mi madre, mi falta de rapidez y agilidad la ponía histérica. Todo el tiempo me apresuraba, diciéndome que me corría atole por las venas. Yo siempre lo tomaba como un cumplido. «¿Cuál es la necesidad de apresurar a todo el mundo y estresarse por nada?». Le decía. «Hay que vivir con calma». Pero, claramente, mi respuesta siempre la ponía peor.
Terminé de arreglarme en modo automático y bajé a tomar el desayuno. Después de eso, salimos directo a la preparatoria de mi hermana, donde el trayecto, como todos los días, fue una tortura. Todo allá afuera parecía muerto, aún no amanecía y la obscuridad hacía más difícil mantenerse con los ojos abiertos, y de no ser por la forma de manejar de mi madre al mero estilo de Cruella de vil, yo estaría fundida tranquilamente, aprovechando un par de minutos más de sueño.
Cuando entré al salón, cargada con mi mal humor, supe que algo iba diferente. Respecto a lo del día anterior, yo sabía que la posibilidad de que Diego volviera a dirigirme la palabra era de un Cincuenta por ciento. La otra mitad, era que se hiciera el tonto, como si nada se hubiera revelado. Después de todo era hombre y los hombres eran más fuertes, nunca nada les dolía, no lloraban... No se quejaban, y si alguna vez algo de eso pasaba, solamente olvidaban todo tan fácil. Pero no fue así, una vez que cruzamos tan rápidas y frías miradas, me dejó bien claro que me había ya convertido en un papel arrugado, de esos que quedan alrededor de la basura, olvidados. Dolió, pero apenas un poco menos, pues mi guerra interna era mucho más molesta y dolorosa. Además, requería de todo mi esfuerzo y adormecer el asunto de Diego no fue complicado. Me di cuenta muy tarde de lo que sentía por él. De modo que no me dio oportunidad de acostumbrarme a nada.Finalmente, fui hasta mi lugar, me senté y enseguida todo se volvió como páginas en blanco.
Esperaba a que Michelle saliera de su salón, pues ya no compartíamos el salón de clase. Cursábamos el último año de la secundaria. Me apoyé sobre las puntas de mis pies y asomé la cabeza por la ventana. Pude verla guardando sus cosas en el rincón y Diego de pie junto a ella. Él se percató de mi presencia, sintiendo su mirada distinta con la que solía verme, se volvió de odio, y definitivamente no le alegraba verme la cara. Se acercó a Michelle un poco más, como si quisiera de pronto penetrar la pared y correr. Cuchichearon un poco, riéndose entre ellos. Sentí un profundo dolor al que me costó ponerle un nombre, puesto que no sabía exactamente ¿Qué era lo que dolía? Por primera vez, en tanto tiempo, sentí que lo extrañaba, pero rápidamente espanté los sentimientos. Me retiré de la ventana y esperé. Mientras tanto, el blanco se llevó de nuevo mi memoria.
Era oficialmente el último día como estudiantes de secundaria. La mayoría de los estudiantes de último grado estaban reunidos en las sombras que rodeaban las canchas de basquetbol, haciendo un círculo alrededor del Mariachi. Lloraban, cantaban y se abrazaban unos con otros. Yo veía todo desde fuera. De hecho, estaba lo suficientemente apartada para verlos a todos, deseando poder integrarme, pero la realidad era que no sentía afecto por ninguno de ellos. No sentía afecto por ese lugar y me alegraba saber que tenía una oportunidad de sentir que empezaba de nuevo en otro sitio. Una oportunidad de ser diferente a lo que fui en Montecarlo. Esperaba que en mi nuevo colegio recuperara la seguridad que me habían robado. Deseando también, que mi cerebro despertara y cooperara, pues el nivel académico de Piamonte era el "normal". Por lo que, los siguientes tres años de preparatoria, no tendría que lidiar más con niveles académicos tan imposibles para mi cerebro tonto.
Escuchamos las aburridas palabras de los directivos del instituto, y en sus discursos, pude ver a algunos de ellos sonreírme tan ampliamente porque ya me iba, y yo, me sentí igual de feliz de no tener que mirarlos de nuevo la cara. Al final la mayoría derramó más lágrimas. Esta vez nos reunimos todos en un círculo, estirando nuestras manos hacia el centro y algunos organizaron una especie de cancioncilla para toda la generación, misma que corearon al correr por última vez entre los pasillos. Aún conmovidos, aplaudimos unos a los otros, hasta comenzar a separarnos. Muchos de ellos se reunieron en grupos para continuar la celebración en algún lugar, mientras que otros, se retiraban a recibir las vacaciones de verano.
Fui hasta donde Michelle se encontraba y nos abrazamos por millonésima vez, riéndonos ampliamente. Hacía tiempo que Michelle se había mudado, por lo que ya no éramos más vecinas y ahora que la secundaria terminaba, me costaba hacerme a la idea de que no la vería tan a menudo como solíamos hacerlo. Al recomponernos de nuestro ataque de risa, nos miramos profundamente, comunicando lo que intentamos evitar a toda costa desde que había comenzado el día. Nos habíamos prometido no llorar, pues de nosotras dependía frecuentarnos, pero en ese momento lo olvidamos y permitimos que se nos aguaran los ojos. Michelle tomó mi mano entre las suyas y susurró aquello que desmenuzó mi corazón, pues no estaba segura de si iba a ocurrir.
—Tendremos una buena vida —Sollozó. Yo asentí hacia ella, incapaz de decir algo que nos reconfortara a las dos y de nueva cuenta, nos abrazamos.
( ♪ ) Me despedí de algunos amigos más después de que vi a Michelle subir al auto con su madre. Y también, me despedí de un par de maestros a los que sí había llegado a apreciar. Momento de irse. Me recordó mi cerebro, ansioso por largarse. Eché un vistazo a mi alrededor, como si me despidiera de los pasillos y de todos los rincones que estaba segura de que no extrañaría, y sin darme cuenta comencé a caminar hacia la salida, pensando en lo que terminaba, en aquellos que se quedaban y los que nos íbamos. De pronto, la frialdad recorrió por mi columna, como si aquel lugar me empujara tan rápido hacia la salida. Sentí tristeza por no haber encajado en Montecarlo, pero al mismo tiempo, esperaba que el cambio fuera bueno y que pudiera convertirme en aquello que nunca debí de haber abandonado.
Continué mi camino.Pero, antes de salir, me giré por última vez, repasando toda aquella aburrida arquitectura: los patios, los muros, los jardines, hasta que mis ojos cayeron sobre aquella mancha azul que me miraba desde la distancia. Era Diego.Sintiendo mi pecho apretarse, nos miramos por unos eternos minutos, sintiendo que mi sangre huía de mi cuerpo, torturándome al saber que ninguno de los dos nos volveríamos a ver de nuevo ¿A quién engañaba? Era obvio que nunca lo iba a olvidar y menos de saber que él había sido tan valiente de quererme en la manera que, hasta ese momento, no había conseguido hacerlo yo misma. Me disculpé hacia sus ojos, por el daño que le había causado y me volví antes que él. Finalmente, llegué hasta la salida, donde mi madre ya me esperaba. Mientras pasábamos los muros que delimitaban el colegio, arranqué tantos años de mi pecho y los deje allí... o eso creí.
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1: ( ♪ ) Phantomrider | Tokio Hotel
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