─ ─ ─ ─ A ᴍ ᴀ ʀ ɪ ʟ ʟ ᴏ
( ♪ ) A mitad de semana, luego de salir del trabajo, la lluvia lenta y fina adornaba las calles. Todo el día había estado lloviendo y el cielo parecía que no cedería en lo que restaba de la noche. Caminé hacia la cafetería que se encontraba debajo del edificio donde vivía e hice una lista mental de todo lo que quería ordenar, para después llevármelo a mi departamento y devorarlo como un marrano, pues desde que las nubes grises se anunciaron al amanecer, solo pensaba en quedarme encarnado a las sábanas y vegetar.
La cafetería era acristalada y con una acogedora terraza que la dejaba bastante visible como para no perderse por nada de lo que ocurría dentro de ella. Como, por ejemplo, aquel cuerpecillo envuelto en alocados destellos amarillos que se presumieron en un rincón. Me sentí sonreír, al mismo tiempo en que mi pecho comenzó a descontrolarse, hasta dejarme sin aire. La campana de la puerta de acceso anunció mi llegada. Me detuve en el mostrador, olvidando por completo todo aquello que se suponía que iba a comprar. Y con una desenfrenada inconsciencia, decidí que primero iba a saludar, sintiendo los nervios, derramándose por todos mis poros, mientras me acercaba hasta la penumbra que delimitaba su rincón.
–¿Esperas por alguien? –hablé sin más. Mi voz la sacó del libro que estaba prácticamente comiéndose.
Sus ojos felinos hicieron un lento recorrido por todo mi ser, sacudiéndome toda la vida. Estaba sin maquillar y su naturalidad me dejó completamente noqueado. Una explosión roja y polvorienta ocurrió dentro de su piel, haciendo de lado al amarillo.
–Solo a la inteligencia –respondió a secas, volviendo su mirada a las fotografías del libro.
–Bueno...Por como ha estado el día, supongo que se dio el día libre, ¿No crees?, ¿quién mierda puede pensar en estas condiciones? –bromeé, encogiéndome un poco dentro de mi chamarra, pues no sabía si el reciente estremecimiento era provocado por ella o por el clima. Sophía sonrió de lado, sin apartar la vista de las hojas–. ¿En qué estás? –quise saber, agudizando mis ojos para intentar leer lo que la mantenía tan atenta y con cierto enfado atacando su cuerpo que, volvió a teñirse de amarillo.
–Sistemas constructivos. Tengo que exponer sobre ello el viernes y no entiendo ni una mierda. Me recomendaron este libro, pero nada más me ha hecho perder el tiempo y la paciencia –gruñó.
–¡Ah! Mira quien acaba de llegar –anuncié con drama. Esta vez levantó la vista–. Inteligencia. Un gusto –Estiré la mano hacia ella.
Sophía ladeo un poco la cabeza, ocultando una sonrisa y rindiéndose ante mis tonterías. Digamos que esos temas eran mi especialidad, pues mi padre era ingeniero civil. Y desde niño, me familiaricé con la construcción. Sin mencionar que, desde que había comenzado a trabajar en la constructora, los asuntos de cimentación, eran un puto problema para resolver cada día.
–Qué bueno que llegas, ¿A qué se debió la demora? – pronuncio con voz ronca, moviendo el bolso que tenía a un costado para después dar unos golpecitos en el sillón, invitándome a sentar. Yo empecé a soltar el aire de a poquito. Me había puesto tan tenso ante su aspecto rudo que, por un momento, creí que iba a sacar la escopeta y pegar de tiros para sacarme a la mierda de allí.
–Me gusta hacerte esperar. Así garantizo que me recibas con más ganas –solté, acomodándome junto a ella. Una misteriosa sonrisa se le dibujó en los labios, deslizó el libro hasta mis manos, sin dejar de mirarme con esa fuerza que me desarmaba.
Pasados unos buenos minutos, me encontré explicándole apasionadamente cada detalle de todo lo que necesitaba saber. Era inquietante tener sus ojos encima. Tanto que, en algunas ocasiones, me distraía con sus tiernos gestos, sus labios juguetones; el olor de mi café junto con el chocolate que humeaba con descaro entre sus manos. Y también, de su exquisito perfume que se camuflaba con el de la lluvia.
Al parecer, ese tipo de clima le sentaba tan bien que, no paraba de imaginarla como a un pato sacudiendo su cola muy contento, cuando está en el agua. Afectado por tantas sensaciones y aromas, me permití fantasear con todo ello, pero en mi habitación, con ella, en mi cama y lo que sería un día como ese: escuchándola respirar a mi lado, quizá tocándonos y... Regresé a la tierra. Necesitaba concentrarme.
Con todos esos gestos graciosos que se le dibujaban en su rostro, de pronto fui consciente de la gran cantidad de veces que estaba ignorándome. Sabía lo dispersa que podía ser su cabeza solo con escuchar zumbar a una mosca. Decidir estudiar en una cafetería no era una excelente idea para ella y sabía lo mucho que le estaba costando concentrarse. Puesto que, a un par de mesas de separación, un grupo de tres chicas elegantes no dejaban de reírse exageradamente, miraban en mi dirección, cuchicheaban y agitaban demasiado sus cabellos.
Ignorándolas, continué hablando. Sophía perdió la mirada hacia el exterior, con el polvillo rojo, empujándole la piel impacientemente, como si las hojuelas le suplicaran por ir hacia la lluvia. Se llevó la taza de chocolate a los labios, justo cuando otras risas demasiado fuertes llamaron la atención de sus ojos. El amarillo volvió de golpe, ahogando cualquier rastro de rojo. Enterado del objetivo de aquellas mujeres, hice un registro minucioso, pero discreto por cada una de ellas. Una me sonrió con descaro, tomando ventaja sobre el resto de sus amigas. Sophía respiró demasiado fuerte.
–¿Te gustó alguna? –dijo a secas, mirándome con frialdad. Yo me quedé secó al saber que me había descubierto mirando. Pero, sobre todo, lo directa que había sido su pregunta. No quise contestar. Así que, volví a lo que le estaba intentando explicar–. Sabes que no se van a detener de hacer sus estupideces a menos que consigan algo de ti ¿Cierto? –Me interrumpió. Yo me le quedé mirando, pues hubo algo allí que me pareció curioso la manera en que se expresaba.
–¿Estás celosa? –Me atreví a decir, deseando que dijera que sí.
–No –respondió sin parpadear y con toda la sequedad posible.
–¿Entonces?, ¿qué de malo tiene su coquetería?
–Es molesto que actúen como si nunca hubieran visto un hombre en su vida –expresó con amargura.
–Bueno... Seguramente no uno como yo. Es entendible su conmoción – presumí ampliamente, con una sonrisa altanera.
Ella se me quedó mirando con sus ojos fríos y después se arrancó a reír como nunca lo había hecho. Incluso, alrededor, algunos comensales se detuvieron de sus conversaciones para mirarla y contagiarse de su risa también. Me quedé como un imbécil sin saber cómo reaccionar. Sophía estaba burlándose abiertamente de mí, y yo no sabía si ofenderme o continuar disfrutando de su imagen, pues verla así: escuchando su risa ronca y placentera, me hizo querer quedarme allí sentado toda la eternidad.
–¿Por qué me siento ofendido? –Quise saber. Ella volvió a sonreír, sin responder. Y yo comiéndome la cabeza al pensar en las posibles maneras en que Sophía pudiera percibirme como para ser tan indigno de su aprobación.
Sin ninguna razón coherente, imágenes sobre la manera en que se hacía la composta vinieron a mí; sintiéndome identificado: una cama de hojas secas o restos de tierra a la que le caen capas y capas de mierda, comida podrida, cucarachas, moscas y ¡Ah! De pronto está repleto de lombrices haciendo más mierda. Detuve mis pensamientos pesimistas, sabiendo que la única manera de salir de ello era preguntándole, pero sabía lo extraño que resultaría y definitivamente no estaba listo para sacar a la luz el pasado ni nada relacionado con un "nosotros". Así que, opté por algo más amigable.
–¿Cómo lo haces tú, entonces? Quiero decir... Coquetear– Tragué saliva torpemente, al sentir un temblor de nerviosismo. Ella me miró de soslayo, hojeando el libro.
–No lo hago –dijo a secas–. Tengo muchas cosas que hacer –agregó, sin siquiera mirarme a la cara.
–¿Ah, no? –Curioseé, a punto de reírme, pues gran parte de mí le creía. Siempre ignoraba a los pocos chicos que intentaban llamar su atención, luciendo como quien le da un punta pie a un perro callejero. Era un maldito demonio. Pero, también, debía de admitir que aquello me causó cierto interés, de saber todo lo imponente que podía ser alrededor de la gente, haciéndolas empequeñecer, y, al mismo tiempo, era extraño lo invisible que parecía ante los hombres. Tanto que, a veces, pensaba que era el único que podía verla.
Sophía nunca dio una respuesta. Se limitó a fulminarme, dándome a entender que no le interesaba tener esa conversación conmigo. Mentalmente, puse los ojos en blanco y me tragué las ganas de resoplar. Definitivamente, Sophía parecía una invitada de otro planeta. Pero, también, sonaba tan incoherente para alguien quien "se suponía" había perdido su virginidad antes de los dieciséis, y que "debía" de abusar del coqueteo y la provocación para tener la mayor cantidad de billetes posibles dentro de la cartera.
Sacudí mi cabeza mentalmente. Odiaba pensar en ello y la odiaba a ella. Era tan imposible. Aunque... Sin conseguir creer su "aparente" resistencia ante el coqueteo, me hizo saber que había allí una grieta en la que podría escarbar más adelante, y que, sobre todo, ya me urgía verla ligar nada más por el morbo de averiguar cuáles eran sus tácticas de seducción, pues comenzaba a hacerme a la idea de que ella era una especie distinta de mujer de la que la ciencia aún no se había percatado.
Casi estaba ya pudriéndome por querer conocer todo eso que no decía. Quería ya malditamente meterme debajo de su piel, pero sentía, también, ese golpe que me empujaba fuera, y al mismo tiempo, ella me llevaba a la profundidad, donde me sacudía y me escupía de nuevo; como la corriente de un río. Yo me conformaba con tomarme esa discreta libertad de analizar todas esas pequeñas cosas que hacía cuando nadie la miraba, porque era en esos momentos cuando se volvía la esencia más pura de su alma: vagando tan despreocupada y sin importar que no revelara algo que a mí me pudiera servir, salvo el volverme más y más loco por ella.
En algún punto de la explicación, la inconsciencia me hizo creer que el hacer dibujos iba a facilitar el que ella lo comprendiera mejor. No quería abrumarla con tanta palabrería. Concentrado en trazar los esquemas, ese color rojo eléctrico con tonos rosas, tocaron mis parpados, cosa que me hizo levantar la vista; interrumpiendo mi discurso. Sophía me miraba con sus ojos brillantes a punto de reventar de la risa. Aquel color se había anidado en su centro, haciéndola centellar de manera sincronizada a sus ahogadas carcajadas. Estaba burlándose de mis dibujos.
El momento estaba siendo tan ameno que, sencillamente, terminamos por enfrascarnos en buenas y variadas conversaciones hasta volver a la razón que nos mantenía allí, su tarea. Explicó que estaba teniendo una racha de mucho trabajo y posponer las tareas de la universidad, comenzaba a hacérsele un hábito y estaba a punto de colapsar. Después, mencionó que había planeado ponerse al corriente ese día, pero terminó faltando a clases y haciendo horas extras con André en un "supuesto" proyecto. No quise siquiera indagar de lo que se trataba y ella fue misteriosamente limitada con sus palabras.
–Y... ¿A Franco lo conoces desde antes o hasta el proyecto de ANCORA? –pregunté al azar, queriendo desviar un poco el tema y haciéndome el tonto, pues aunque yo conocía la historia, nunca entendí la escandalosa obsesión de Franco hacia ella... Bueno, como que sí la entendía. Quién mejor que yo para entender lo que esa mujer podía provocar, sabiendo los severos daños que dejaba a su paso. Pero, también quería malditamente saber si podía obtener algo más de información, sin importar que no me gustara lo que pudiera conocer.
–Él llegó a la galería después de ver una pieza mía –contestó con aburrimiento.
Sentí preocupación por su forma tan desganada de contestar, pero ya lucía cansada y el polvillo rojo parecía descansar tranquilo en su piel. De modo que, entendí que su desinterés se debía a que estaba viviendo horas extras y... Que lo que sea que había estado haciendo con André, claramente la había dejado agotada. La amargura se me asentó en el estómago.
–Pensé que André solamente exponía sus obras. No sabía que permitía a otros artistas exponer sus piezas –dije, intentando animarla a hablar. Ella sonrió por lo bajo de la nariz.
–¿Artistas? –Me sonrió ampliamente, dejándome saber que le agradaba que la incluyera en el término. A mí me pareció extraño que incluso se sorprendiera. Era demasiado buena en lo que hacía.
El polvillo rojo comenzó a despertar de a poco en ella, luciendo como aquellas lámparas ridículas que contenían un líquido, con hojuelas que nadaban dentro cuando estas estaban encendidas –. Sí. Solo expone sus obras. Lo mío fue un accidente –habló, mirándome de reojo.
–¿Un accidente?
–Sí. Una noche, saliendo de la galería, olvidé la obra. Supongo que Franco la vio a la mañana siguiente. Después de unos días, se pasó preguntando por la pieza. Tuve que decirle que no era de André. Se desanimó un poco. Pero, después, me hizo una tentadora propuesta y... El resto supongo que ya lo sabes. No es necesario que te lo restriegue en la cara –dijo, mirándome con burla. Lo cual hizo que sonriera, sabiendo que ella disfrutaba de habernos trastornado el proyecto con sus ideas.
–Vale, ¿Quién se olvida obras por casualidad? –Me burlé también. Ella sonrió, junto con todo el polvillo rojo, haciéndolo todo más encantador.
–Lo digo en serio. Llevaba demasiadas cosas en las manos que, simplemente, la olvidé. Soy muy distraída –agregó, intentando convencerme con cierta pizca de timidez. Ya lo había hecho, simplemente disfrutaba que siguiera hablando, pues la manera en que su voz se tornaba ronca al finalizar las frases, provocaba una locura en mi pecho, cual poseído.
–Ahora todo tiene sentido –dije, casi para mis adentros.
–¿Qué cosa? –Frunció el ceño. A continuación, narré lo ocurrido aquella mañana mientras Franco no se decidía por alguna pintura y que yo casi derribé la obra de Sophía. Podía jurar que ella abrió un poco los ojos al escucharme hablar.
–... Me pareció familiar y no conseguí recordar de dónde. Las cosas cuadraron un poco después –Terminé de explicar, mirándola un poco al saber que continuaba restregándole su repentina aparición en mi vida. Ella me regaló una mirada malvada –. No es que sea un experto en el arte, pero sé lo suficiente como para decir que tu estilo no es usual. Supongo que eso hizo que fuera la obra ganadora –alagué a medias. Había tanto que quería decirle, pero sabía lo inadecuado que sería confesarle lo similares que eran sus piezas a ella, pues eran como su alma arrancada y puesta en un lienzo. Sophía me sonrió con altanería–. Así que... Parece que ya me debes bastante –Me burlé, dándole un empujón con mi hombro. Cosa que se sintió bien. Siempre intentaba buscar un pretexto para tocarla, pero todas las veces fallaba y resultaba una completa tortura aguantarme las ganas.
–Vale, yo fui la olvidadiza y tú quieres llevarte el crédito por torpe –Me miró con sorpresa y con cierta picardía iluminando sus ojos.
–Si esa es tu manera de dar las gracias. Apesta. Tendrás que esforzarte más. Sino... Ya se me ha de ocurrir algo para cobrarte el favor –bromeé. Sophía sonrió, poniendo los ojos en blanco.
El sonido de su celular nos hizo sobresaltar. Involuntariamente, mis ojos cayeron en la pantalla, pudiendo leer: "Leo" en ella. Mi ánimo se derritió al verla como se levantaba y se apartaba con misterio, para contestar la llamada. Mientras esperaba, unas siluetas familiares se acercaron a la mesa.
–¿Qué haces aquí? No que estabas muy cansado –Eran mis amigos quienes empezaron a llenarme de reclamos. Ellos habían querido reunirse y yo había puesto de pretexto que quería descansar y ahora no tenía mucho con qué defenderme. Sobre todo, cuando Sophía regresara y descubrieran que habíamos estado solos.
–¡Hola! –saludó una de las chicas que había estado riéndose ruidosamente. Mis amigos saludaron con anticipación y sonrisas burlonas, quedándose en un silencio muerto–. Tú eres el Dj de ANCORA ¿Cierto? –preguntó. Yo asentí con amabilidad. Los chicos comenzaron a hacer un montón de expresiones.
Detrás de ella, el aura vaporosa de Sophía se apareció, asustando a la chica. De hecho, a todos. Ni siquiera vimos en qué momento se acercó. Los chicos la saludaron como si acabara de llegar, pero ella se sentó, indicando que los que acababan de llegar habían sido ellos. Fue hasta entonces que analizaron el montón de papeles que teníamos sobre la mesa y los ojos de todos comenzaron a perforarme el cerebro.
–E... Estaba ayudando a Sophía –empecé a dar explicaciones, removiendo algunas cosas para que se sentaran. Más silencio incómodo. Volví mi mirada hasta la chica, quien se había quedado con su voz ignorada en algún punto.
–M... Mis amigas y... Yo... Nos preguntábamos si ¿Podíamos T... Tomarnos una foto contigo? –tartamudeó la mujer, sintiéndose intimidada por Sophía, quien la estudió hasta la médula.
Supuse que no se imaginó que Sophía regresaría tan pronto, pues apenas ella salió del cuadro, la chica no demoró en plantarse frente a mi mesa. Aquello no me lo esperaba. Usualmente, me pedían fotos cuando estaba en la cabina, pero nunca me habían pedido una fuera, en la normalidad de mi vida ¿Qué demonios? Pensé, poniéndome de pie con toda la torpeza e incomodidad posible
–¿No... No le importa a tu novia? –susurró, pero por supuesto que todos alcanzamos a escuchar. Yo me quedé con la boca abierta. Eché un vistazo hacia Sophía, fantaseando con la posibilidad de que dijera: «Sí que me importa. ¡Vete a la mierda!» Pero no. Simplemente, era eso, una fantasía.
–¿QUÉ? ¡Pff! No. No somos nada. Adelante –aclaró, llevándose la taza de chocolate a los labios. Yo sentí como un gancho al hígado.
–¡Oh!, ¿en serio? He estado pensando toda la tarde que eran novios. En ese caso... Preferiría mejor tu número –dijo tan rápido y como si nada. A mí se me cayó la cara de sorpresa, al mismo tiempo en que a Sophía se le atascaba el chocolate en la tráquea.
–Mmm... No... No traigo mi teléfono ahora, pero... –mentí, estirando el brazo para alcanzar una servilleta–. Te lo escribo aquí ¿Vale? –dije, apuntando mal los números y entregándole el papel. La chica tomó mi mano. Y así sin más, apunto su número junto con su nombre. Mientras tanto, yo eché un vistazo hacia Sophía, quien no daba credibilidad de lo que estaba viendo.
–Pero, ¿Por qué están allá solas tus amigas?, ¿por qué no se sientan con nosotros? –Comenzó a decir Lalo, el resto de los chicos comenzaron a animar a las otras chicas para que se acercaran. ¡Dios, no! Me quejé, al sentir como todo se iba a la mierda.
–N... No... No queremos incomodar –dijo la chica, mirando hacia Sophía, como si esperara por su permiso.
–Nada de eso. Ellos ya terminaron de... trabajar. Ella ya se iba –Lalo comenzó a empujar las cosas de Sophía, mientras ella las guardaba con torpeza. Intercambiaron miradas extrañas y de un segundo a otro la había echado. Sucedió tan rápido que, entre mi sorpresa, no encontré nada para decir ni mucho menos impedirlo.
Sin mirar atrás, Sophía se acercó al mostrador para pagar, volvió la mirada nada más para indicar el lugar donde había estado sentada e intercambió billetes con la cajera. Sin pensármelo mucho, me puse de pie y fui hasta ella, con la intención de disculparme. Pero, en el camino, me arrepentí. Me pareció que no tenía por qué disculparme. Aunque, todo indicaba que era una grosería el que la hubiéramos echado.
–¡Eh! –Llamé su atención. Metí fuertemente mis manos dentro de los bolsillos de los pantalones, queriendo escurrirme dentro de ellos al no encontrar las palabras adecuadas–. No sé si te habrá dicho algo Ángela... Mañana estaremos en ANCORA, por si quieres venir –hablé, queriendo remediar el mal gesto con la invitación.
–Uh... Sí... Algo mencionó, pero... Creo que pasaré esta vez. He estado gastando muchísimo y no...
–No tienes que pagar. Simplemente, di que estás en mi mesa y te dejarán entrar. Además, tengo cierta cantidad de consumo libre por trabajar allí –Ofrecí, sin pensarlo demasiado. Ella sonrió de lado, no muy convencida.
–Lo pensaré, ¿Vale? –fue todo lo que dijo, antes de salir hacia la lluvia, luciendo como la mismísima niebla y el diablo juntos.
( ♪ ) Con apenas las tenues luces adornando la calle, rodeó la cafetería, pasando muy cerca de donde nos encontrábamos, y fui testigo de como unas escamas metalizadas parecieron tocar su rostro descubierto, y una vez que ella se cubrió con la caperuza de su gabardina negra, los destellos se vieron ocultos. Me miró con esa malévola profundidad y apenas una sonrisa tocó sus labios, mientras asentía con su cabeza hacia mí; a modo de agradecimiento. Yo le sonreí de vuelta, acompañando su silueta enmarcada por la lluvia y la oscuridad detrás de ella.
Me quedé tan perdido, tratando de memorizarla una y otra vez. Caminaba tan lento, pero firme y sin sentir la más mínima molestia por la lluvia que caía sobre ella. Interrumpiéndome de su figura, un auto negro le siguió los pasos hasta detenerse a su costado. Sin más, ella abrió la puerta y se subió. Pero, ¿Qué demonios?, ¿quién era? Me pregunté, sabiendo que en realidad no me convenía saberlo. Dejándome tan afectado por haber presenciado aquello, me fue sencillo permitir que la chica que tenía a lado me consumiera.
Más tarde, al pedir la cuenta, la cajera me hizo saber que lo que había ordenado, Sophía ya lo había pagado. Una mezcla entre sorpresa, gratitud y remordimiento se me asentó en el estómago. Le envié un mensaje en agradecimiento, el cual no respondió. Finalmente, puse un par de pretextos, evitando el que mis amigos quisieran llevarse a las chicas a mi departamento. Me escabullí de su plan y me fui a la cama, pensando en todo lo que había ocurrido y todo lo que Sophía había dicho. Pero, antes de cerrar los ojos, me pregunté ¿Quién demonios era ella en realidad? Pues todo eso que dejaba filtrar a medias me sobrepasaba.
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2: ( ♪ ) Free Spirit | Khalid
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