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Génesis

Todo parecía estar yendo de maravilla. Había dejado atrás su vida en California para mudarse a la ajetreada Nueva York y estaba viviendo su sueño de trabajar en una exitosa revista como periodista hacía ya más de un año. No negaba que le hubiese costado conseguir un lugar en allí pero tampoco dejó de ser lo suficientemente insistente para que le dieran el trabajo y no se arrepintieran de ello. Lucie Ferbuss podía decir de ella misma que era una mujer sofisticada y exitosa para contar solo con veinticinco años, aunque claro, no se creía perfecta a causa de su gran debilidad por las compras. Una semana atrás estuvo comprando cosas para su nuevo apartamento hasta que su tarjeta de crédito llegó a su límite, sin mencionar que anteriormente había gastado parte del efectivo que tenía disponible. Pero buen, ¿qué podía hacer?, lo había heredado de su madre.

Eran las nueve de la mañana y Lucie llegaba al edificio donde funcionaba la revista. Aparcó su auto en el estacionamiento del costado, pagó el estéreo y tomó bolso cargado con su libreta y el último reportaje que había realizado al nuevo candidato que se postularía como presidente y que, según ella, seguramente ganaría. Si había algo que no le gustaba de su trabajo, además de su compañera de oficio, Sarah, era tener que esperar el ascensor y luego esperar dentro de él hasta llegar al piso trece. Una vez que hubo llegado, encendió el ordenador y comenzó a transcribir su entrevista para luego poder editarla y así poder enviarla para ser publicada. No era muy extensa ya que sus preguntas habían sido claves, y por suerte, las respuestas del hombre fueron concretas y sin rodeos, a diferencia de otros charlatanes con su misma ocupación.

—Maldición, se volvió a trabar —se quejó Noor, una de sus compañeras la cual no hacía tanto que había ingresado y que aún no sabía lidiar con las mañas de la impresora.

—Deja que te ayude.

—No quisiera molestarte, intentaré destrabarla sola...

—No me molesta, acabo de terminar de redactar. Solo queda enviarlo a edición.

Estaba terminando de acomodar nuevamente los cartuchos de tinta en su lugar cuando su celular comenzó a sonar.

— ¿Hola?

—Lucie, gracias al cielo que contestaste. Mi auto no arranca y no puedo dejarlo, y Rob está trabajando. Necesito que pases a buscar a los niños del colegio —le suplicó su hermana agitada.

—No te preocupes, Becca. Veré qué puedo hacer, ¿sí?

—Gracias, gracias, gracias —respondió ésta y colgó.

Lucie volvió a guardar su celular en el bolsillo de su pantalón.

—Ya podrás imprimir tranquila, Noor. Cuando termines, ¿crees que podrías enviar mi artículo a la parte editorial? Necesito hablar urgente con Derek.

—Seguro, descuida.

Lucie tomó su bolso y su botella de agua y se dirigió rápidamente a la oficina de Derek, al cual al llegar vio jugueteando con su novio. Llamó impacientemente a la puerta hasta captar la atención de éste.

—Oye, increíble Hulk, más despacio o me romperás la puerta. Evan, querido, creo que debes irte y dejarme hablar con él Avenger apresurado.

Evan salió no sin antes saludar a Lucie con un amistoso abrazo.

—En serio sigo sin entender como ustedes pueden ser pareja —dijo reflexionando mentalmente sobre lo adorable que parecía ser Evan y lo hiriente que podía ser Derek con sus afilado comentarios.

—Adan y Eva, yo con Evan, así son las cosas, pero supongo que no viniste por eso. Dime.

—Necesito retirarme. Debo pasar por mis sobrinos otra vez. No hay nadie más que pueda buscarlos del colegio.

—Lo que tú necesitas es una familia menos estorbosa. Y yo, yo creo que pronto necesitaré vacaciones. Puedes irte pero más te vale que termines de redactar el artículo para mañana.

—Ya está listo y siendo enviado a edición. Te lo agradezco Derek.

—Sí, sí, ahora vete antes de que alguien se dé cuenta que te dejo ir antes y todos empiecen a molestarme.

Lucie llegó con rapidez hasta su auto y con la misma velocidad llegó a la escuela de sus sobrinos. Allí se encontraban ambos niños a los pies de la escalera sentados. Al verla ambos corrieron y se subieron entusiasmados.

—Hola, niños. Perdón por llegar tarde.

—No te preocupes, tía Lucie —dijo Megan mientras se abrochaba el cinturón—. No esperamos demasiado.

—Tyler, ¿por qué esa cara? ¿No te gusta el auto? —le pregunto al niño una vez que ya habían comenzado a andar hasta la casa de su hermana.

—Tyler reprobó y no sabe cómo decirle a mamá.

—Cállate, Megan.

—No te preocupes, Tyler, tu mamá lo entenderá. Si quieres puedo quedarme hasta que le cuentes, en caso de que se convierta en un monstruo y tenga que intervenir.

Lucie miró por el espejo retrovisor a sus sobrinos haciéndoles cara rara, lo que causó que ambos rieran.

—No creo que sea necesario, de eso se suele encargar papá —respondió Tyler entre risas.

—Como guste, señor.

Llegaron a la casa de los pequeños donde su hermana se encontraba aun renegando con el auto estacionado en el garaje. Lucie bajo y luego fue a abrirle la puerta Megan y Tyler, que bajaron y fueron a saludar a su mamá.

—Te agradezco por buscarlos —dijo Becca mientras la abrazaba.

—No ha sido nada. Hacía mucho tiempo que no los veía. ¿Necesitas ayuda con el auto? Si quieres puedo llamar que alguien...

—No, no, descuida. Llamé a Rob al trabajo y el llamó a un mecánico amigo. Vendrá dentro de un rato a llevarse esta chatarra.

Lucie miró con pena al desdichado Falcon, el cual a pesar de estar falto de pintura y mantenimiento no le parecía una chatarra. Estaba segura que en sus días su color verde botella había resplandeciendo.

— ¿Quieres quedarte a almorzar? Podríamos aprovechar el tiempo y ponernos al día.

—Mmmm, no lo sé...

—Por favor, tía Lucie, quédate —le insistió Megan suplicando con las manos. En algún momento de su charla Tyler había desaparecido. Seguramente se encontraba dentro de la casa.

—Está bien, almorzaré con ustedes.

Tal y como le había asegurado su hermana, el amigo mecánico de Rob llegó al cabo de un rato para enganchar al viejo Falcon a su grúa y llevárselo directo al taller para repararlo. Ayudó a preparar la salsa mientras Becca le daba forma a la lasaña y los niños ponían la mesa. Su cuñado llegó minutos después de que sacaran la comida del horno. El pobre parecía no solo agotado por el trabajo sino que también agobiado por el denso clima de verano.

Se hicieron las cinco de la tarde y Lucie ya se había despedido de su hermana y su familia encontrándose en el interior de su auto. Había quedado con su amiga Stella para ir a una subasta de antigüedades y debía pasar por ella antes de las seis. Comprobó la hora en su celular y marcó el número de Noor. Había olvidado preguntarle por su artículo.

— ¿Hola?

—Noor, soy Lucie. Quería saber si el artículo se envió a edición.

—Sí, sí. Los chicos de edición ya lo tienen. Mañana en la mañana estará listo y seguro que para el mediodía la revista ya estará impresa y distribuida.

—Genial, te lo agradezco.

—No hay de qué —y colgó.

La subasta de antigüedades estuvo mucho más interesante de lo que esperaba, y Stella había quedado más que asombrada de lo mucho que la gente podía ofrecer por cosas obsoletas. Luego de dos horas de exhibición de objetos y gente gritando sumas de dinero, ambas salieron del lugar luchando contra el gentío; su amiga cargando con el jugo de té antiquísimo de porcelana china sobre su cabeza; ella con un no tan pesado busto de yeso de algún personaje griego importante pero desconocido para ella, aunque Stella le había sugerido que lo llamara "Adonis, el bello".

Cansada por el movido día, llegó a su departamento luego de haber dejado a su amiga después de rechazar la invitación a cenar de ésta. Dejo a su nuevo amigo Adonis sobre la mesa del living comedor y se desplomó en su sillón. A pesar de que Adonis era guapo, su color blanco lo hacía desabrido. Quizás en esos días le compraría algo para adornarlo. Al cabo de un rato se pude de pie sin muchas ganas para prepararse una taza de sopa instantánea y luego irse a dormir. Jamás se hubiera imaginado que todo se desbandaría al día siguiente.

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