XXVI. La nevada
La primera nevada
después de treinta años
en mi ciudad me salpicó
como la ceniza justo días
después de que te fueras.
Sin saberlo fui cerrando
puertas conmigo misma,
mientras te imaginaba sonriéndole
a la nieve
con tu gorrito de lana,
y sin embargo, mis mejillas heladas.
Esa fue la primera vez
que me di cuenta de
que nevaba dentro de mí.
Y que cuando todo el mundo sonreía
había una calavera de cristal
de color metálico y rampas de lluvia,
que a día de hoy sigue estando.
Igual que tú, en los lugares melancólicos,
en la resaca de la carretera
en el color del mar fatigado.
La primera nevada después de treinta años
tenía que ser...
un lugar fresco dentro de una lágrima
y sin embargo me sentía como la marea.
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