
XXIII
Tu nombre se repite como vaho,
como unos labios que se desnudan
desintegrando el viento.
Como un mantra arqueando cada parte
del cuerpo.
Te veo como un punto en negro
desfases en blanco de la luna,
que se despistan en la luz
cenital del sol.
En tus ojeras encuentro selvas negras,
cuevas en cada acera,
que intercepta los semáforos
en rojo de mi insomnio.
Después de cuatro años te siento
como las cuerdas del océano abiertas
en mi estómago.
Se me hace dificil
escribir y no borrar o tachar mis propios
sentimientos.
No ahogarme en lágrimas
no tensarme con las cuerdas alrededor
del estómago.
No ser un hilo descompensado
en el muelle de los barcos.
Duele, sentirse como una mota de arena
que puede barrer el viento.
Que tú estés en crisis sinápticas
de la mente que solo pueden hacerme llorar.
No poder mirar una fotografía sin sentirme
desierta de fuerzas.
O ser grafito muerto en el mar.
Una acuarela sin motivo de mezcla,
o un acrílico sin derrumbes en el lienzo.
Estas dos fotos me recuerdan mucho a Lucía, ella siempre estaba mirando desde una esquina
como si ella fuera los ojos estrellados y caleidoscópicos de una cámara fotográfica y nosotros
el objetivo. Me resulta surrealista pensar que la propia cámara que daba vida dejó de tensar el botón, y nosotros dejamos de ser fotografiados.
Mandando todo mi amor, a los que habéis perdido a alguien. Sabed, que lo que sufrís interiormente no está dormido para mí.
Os quiero a todos, muchísimo.
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