V
Es un día de nubes negras, horas que se vuelven días, minutos que alargan los segundos haciéndome desesperar. Aparentemente, la tormenta no nos ha atrapado, pero es que los hombres del tiempo suelen hablar en sánscrito, y a menudo, nunca es cierto lo que quieren decir, o al menos, inteligible para nosotros. Pero la verdad es que hace tiempo que llueve dentro de mi habitación y las gotas caen tan fuertes que destrozan el tejado de mi vida. La cuerda es un perro que me muerde, un gato que me araña y que va dejando cortes en mi cuerpo, doblándolo a su voluntad, exigiéndole que se mueva como él quiere, tocando el techo, contra el suelo, con la cabeza en el váter, humillándome. Se me cierra la garganta y siento que mi cuello se va a descolgar en cualquier momento.
A veces me pregunto, si sigue algo de tu brillo aquí dentro, o ya se ha envuelto con el polvo, danzando en la penumbra. Suelo conversar conmigo misma de cosas sin sentido, mi mente siempre está funcionando, no existe el silencio, ni sus pausas. Tu sonrisa me besa el fondo del alma, y mi mente forma un ángulo obtuso con mis sentimientos. Tus dedos me persiguen convertidos en sombra, y me acechan, cuando me inclino ante la oscuridad de mi cama, me tumbo entre las sábanas y tengo tu sonrisa al lado de mi almohada, nunca pensé que una sonrisa podría llegar a atormentarme, como mi peor pesadilla.
Mi cuarto tiene tantas esquinas de todas las veces en las que pensé en ti, y no sentía tu cuerpo, lleno de vida. La imagen muere como todas las cosas, en invierno, las flores se hielan, en otoño se deshojan y en verano se asfixian. Todo se desmorona, toda mi habitación vibra y mi cuerpo tiembla. La cuerda pierde el equilibrio, y mi vida pende de un hilo. Debo decir que lo he intentado, y que sólo llevo el principio de algo infinito escrito, porque quise dividir tu recuerdo en treinta partes, pero lo cierto Lucía, es que no se te puede partir, porque eres tan infinita, tan eterna, que me traicionaría a mí misa, si te separara por partes que luego no te reconocieran. No voy a decir que no me duele, que no es un incendio devastador todos los días, el ver que yo sigo aquí y tú estás fuera, en algún punto inexacto de otra realidad que no conozco. Sería mentira si dijera que no me arde, que no siento el mundo asfixiarme violentamente, atándome las muñecas, y paralizando mis piernas, para que no pueda caminar descalza.
Y deseo caminar por el péndulo de la luna, quisiera retar al alambre de las estrellas, porque el universo está cada vez más cerca y la razón es que tú incendias aun siendo inmaterial. Haces vibrar la tierra aunque no estés.
Y estos son mis treinta intentos de cada día de ser mi propio baluarte, y estas son mis treinta metáforas de lo que creo que eres, y mis treinta razones para escaparme.Treinta maneras de romper en tu sonrisa, y de terminar ligada a la nostalgia de las calles frías.Treinta maneras de ser polvo muerto en las esquinas de tu cuarto.
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