París.
Intento convencerme de que
aún está tu vestido blanco
de cintura Birkin bailando por el piso,
fregando los suelos con su fregona hipotérmica,
aquella falda que levantaba París
de sus cenizas.
Que reventaba el piano
cuando lo dormía,
los ojos que me miran
los sudarios que me envuelven,
y que me barren de pies a cabeza,
de cintura para abajo dejando mis piernas muertas.
¡Oh Lucy!
Esas frases púrpura de tus venéreos zafiros azules,
realmente era un precipicio tu mirada,
y yo sigo en este puente colgante
ahora que tú no estás.
Ese desván de tu cuello a tu pecho,
las esquinas de tu cuerpo
que me descuelgan los puentes
y es ahí, dónde el río superfluo
invade nuestras superficies,
y tú y esa cándida sonrisa
esos bosques que nadie adentra,
tú envuelves todo de misterio
y de la gracia infinita de una bailarina
llegando al clímax de los cisnes.
Duermo con las manos heridas
y tú me contestas con los silencios de tu garganta
y las galaxias del champán de tu vida,
se quedan guardados en cajones
como reliquias,
como sagradas azules
que son el símbolo de nostalgia diurna.
Escribo a medida que
el cuentagotas de las luces etéreas
suplican a la calle la quinta tregua.
Son las 6:47 mi corazón está en París,
pero mis pies están tan lejos,
tan abrumados por el frío del horno congelado.
Ha pasado tanto,
hemos bebido demasiados tragos
y desconcertado quintos pisos
y acabado con redundancias
de las frases de los telediarios.
Todo ha cambiado, pequeña,
pero los ángeles siguen siendo los mismos,
pero aquí en la tierra.
Creo que el presente
se nos ha escapado de las manos,
como diría Ian Curtis,
y mis treinta maneras de morderme la lengua
para callarme y matar mis incoherencias,
me está saliendo caro
y estoy malgastando la vida
reduciendo gastos en mi conciencia,
abocando cenizas y destruyendo corchetes.
Desdibujando nubes colaterales
e intentando introducir mis dedos en la llaga
que más sea París ardiendo
y mi fiebre.
Nada más que decir,
salvo que aquí hemos sufrido el apagón de la penumbra,
la forma más baja de caer de los cielos.
De aquí a dónde estés sólo nos quedan
dos versos de distancia
y varios corchetes de seguido.
Nunca mires hacia abajo,
sólo ve pendiente del camino
de cómo Troya crece en el cielo
y de cómo su caballo olímpico
es la mayor distracción de los ángeles.
Nota: He decidido volver a publicar Lucía, después de haberlo borrado por un tiempo, en el que pensé que era un libro demasiado negativo para mí y cómo me encontraba mentalmente. Pero bueno, he llegado a la conclusión de que este libro, al mismo tiempo es necesario para mí, y quizá sea el primero de todos mis libros de poemas que publique, porque realmente, Lucía/ Lucy es una parte de mi vida, una parte que encontró y desencajó todos los puntos cardinales que me unían con su partida, y que a día de hoy la sigo recordando. Y estos días en los que estoy por así decirlo, más marchita, se me hace más fácil pensar en ella y confundirme con el dolor que sentía ella. Creo que poner en palabras/ frases/ versos todos los sentimientos que me sacuden cuando pienso en ella es algo tan difícil que estoy orgullosísima del poema que he publicado hoy.
Love, Jane.
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