Estoy cansada
del papel de periódico que me viste,
de la escarcha de las ojeras
y los parches en los ojos.
Tiritando por la lluvia,
que se prende creyéndose fuego,
se agranda y se multiplica
en las esquinas.
En un mundo en el que hemos aprendido
a funcionar como máquinas,
caen las monedas de la ranura
y nuestro funcionamiento se apaga.
Y el muñeco de tela
cierra los ojos para siempre,
las arrugas se vuelven
cortes de luz en sus mejillas
y piruletas de las niños
no son más que laberintos que amortajan
la lengua.
Intento creer que al menos
tú estás a salvo,
que el dolor no te desgarra
que estás entera
y que no te has caído en pedazos.
Y yo sigo rota
en esta máquina de provincias,
y muero sin vida
y revivo sin movilidad.
Me manipulan con cuerdas
y los hilos se multiplican en mi piel.
Me ahogo en la lejía
que beben mis ojos,
pienso en las vidrieras
del cielo de Manhattan,
y nuestros pies
tan altos como los rascacielos.
Fingiendo que volábamos
tan alto como el Empire State,
cuando sólo éramos dos pedazos de hielo
en las profundidades del suelo,
sólo comprenderás la diferencia
cuando crees que la cima es una ventaja
y otro pierde.
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