Hay días en los que
me pongo a mirar vistas de amaneceres
y dejo pasar al sol y a las nubes.
Pienso en que me den algo de abrigo,
que tienen demasiado corazón
en esa franja de nubosidades lilas.
Veo el paso del tiempo,
también está esa franja efímera.
Esas nubes que solo duran segundos
como vagones de tren condensados,
en tu rostro aquella tarde de octubre.
Tus pestañas y las luces de tu pelo
afloraban
como el tiempo aflora ahora,
un atardecer solo conoce
la sensación de lo efímero.
La tenacidad del sol,
y los juegos fluorescentes
de la luna.
Que en sinfonía de las estrellas
remata el cielo con sus tonalidades púrpura.
Las horas se alejan
más tú sigues aquí sentada,
sin parpadeos en tu universo firme,
vives en un paradero que nadie conoce
en mi memoria.
Ojalá poder verte de cerca ahora,
porque me temo que los versos son frágiles
y las esperanzas se cuelan entre la sutileza
y la firmeza.
Pero estás aquí,
aunque solo sea tu reflejo
amedrentando a la luna,
sé que te veo en perfecta lucidez.
Aunque las nubes pasen.
No puedo mantener nuestro equilibrio
para siempre.
Pero siempre seremos una misma balanza
y dónde mis pies fallen,
volcarán los tuyos a interceptar la falta.
A interferir en las huellas,
y que nada duela.
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