Lucy.
Me siento como una sombra
borrándose
de un cristal,
como unos pasos negros
caminando por las calles frías
de Manhattan,
en medio de un invierno sin luces
ella me mira,
y siento
que se me hunde la vida
que se me van las manos
más lejos de la luna,
y muero un poquito más
al verla colgada de un péndulo
inhóspito,
del que no puede escapar
tiene fallas que se quiebran en sus ojeras,
y escorpiones que le oprimen el pecho
con violencia,
ella no está respirando,
y mis pulmones fallan
qué oxígeno,
qué ángulo obtuso
hay que tocar,
para que encuentre en mi pecho
su alma.
Está perdida,
está buscándose
el gato negro de sus ojos
ha perdido su sombra,
y yo estoy evanescente.
Manhattan me oprime,
París me da fiebre,
estoy ardiendo
porque tus ojos son una hoguera,
el azul eléctrico
ha sucumbido al pecado,
y tenemos fuegos marinos
quemando nuestra cara.
Estás preciosa,
con tus labios rotos
el frío marcando tus pestañas
y tus ojos quebrando
el violeta
de mi cara.
Caminas por las agujas del reloj
de la muerte
y te agarras al suelo de mi espalda,
buscando consuelo
en un terraplén roto
descosido que va de la mano de tu huida.
Nos bebemos el cristal de la botella,
los cortes se enganchan
al estómago,
tú aprietas mi cintura
con tus manos invernales,
el frío del invierno
es mi máscara,
y la tuya son las hojas
de un octubre marchito.
Tus manos aplacan
la furia
de mi corazón,
y con el paseo de tus dedos
en mi pecho
me despierto en el andén de tu mirada,
aunque tú solo seas
la brisa de un recuerdo
de algo que no va a volver.
No sabes lo quebrado
que está mi corazón,
mis arterias son relojes
que no cambian el minutero
y mis venas son ramas
que no me dejan ver
el enero de tu sonrisa.
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