Me despierto sintiendo un azul sombra rodeando mi habitación, mi gato maúlla desesperado, como si hubieran pisadas negras en cada esquina, ángeles negros queriendo desafiar al cielo de la noche y hundirnos en el inframundo. El azul índigo de tu sombra me persigue, como si se anexionara en cada nexo de mi cuerpo, y me aprieta el cuello hasta quebrarlo. A veces eres el único pensamiento que me precede, el único lugar que desearía no haber abandonado nunca. Eres lo que me ancla a la tierra, ese azul terroso que me hace olvidar el mar por un momento, dejar mi mente en blanco y acordarme de cuánto odio hay dentro de mí, cuanto resentimiento, cuantos huesos rotos, cuantos descosidos. Cuántas ganas de perderme dentro del hueco más íntimo de la tierra.

 Si me dieras un vaso de agua, metería mi cabeza dentro y no la sacaría, hasta que mis los acueductos de mis fosas nasales, se descompusieran. Al menos hay alguien que hace que se me olvide hasta las sombras que se arrastran sobre mis pasos, no sé todavía su nombre, y me gustaría saberlo, porque hace que sienta un éxtasis de emociones infinito, y ni sé a qué se debe. Sé que no debo emocionarme demasiado, porque no sé lo que puede llegar a pasar. Pero me siento cómo un volcán que explota después de la erección de la lava que le sube por su espina dorsal.

También, a veces, intento guardarme tu sonrisa bajo mis párpados, para que cada vez que bajen sus persianas pueda recordarte. Sé que quizá, no lo creas, pero te echo de menos y te recuerdo, no si cómo tu querías que lo hiciera. Pero, no puedo olvidarte, tu recuerdo es como una cuerda que me aprieta, como la nieve que deja descalzos mis pies y parte mi cuello. Aunque quizá así es cómo tendría que estar mi cuerpo, partido en dos, mi cama destrozada, mi espalda doblada y mi habitación desordenada.