Introducción
En un país tan convulso como México, no faltan los puntos de efervescencia política donde las pugnas por el poder se materializan tanto que es posible verlas en las calles, los mercados, los templos, las plazas y las propias casas de sus habitantes. Esto ocurre, principalmente, en las grandes ciudades y capitales del territorio, como Tijuana, CDMX, Guadalajara, Monterrey o Mérida. Es algo de esperarse, considerando que son lugares estratégicos, con un cosmos social ensanchado por las múltiples diversidades que las componen. Son centros de atracción para toda clase de individuos, grupos, corporativos y doctrinas, fungiendo como imanes de oportunidades y soluciones, pero también de problemas, conflictos y desorden.
San Cristóbal de las Casas, es, sin embargo, un caso interesante. Está lejos de ser otra más de las metrópolis protagónicas del país. Es una urbe pequeña, resguardada por los cerros meridionales de los Altos de Chiapas, no del todo accesible por tierra y aún menos por aire; es decir: sin problemas, podría pasar como una comunidad más de tantas otras perdidas en las laderas de las sierras y los montes. Y, aun así, logra posicionarse como un núcleo cosmopolita, bullicioso y capaz de albergar mundos culturales complejos que desafían las restricciones que su propio tamaño le imponen.
Quizás por el hecho de su geografía única, por lo turbulenta de su trayectoria histórica, por la atractiva capitalización tanto de su turismo como de su tierra o tal vez por una conjunción total de todos estos vectores, es que este “Pueblo Mágico” es un polvorín de ideologías belicosas, políticas dispares y luchas sociales que, en más de una ocasión, han logrado hacerlo reventar.
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