3. Odio a mi familia
Rose transcurrió el resto del día algo callada y perdida en su imaginación. ¿Qué pasará entonces cuando sus padres conversen con la maestra?
Ella tenía miedo, mucho miedo de lo que su madre le pudiera hacer por desobedecer, por no ser como sus demás hijos, ¿pero qué culpa podría tener la pequeña niña si no estaba estudiando lo que le apasionaba? Solo quería cumplir con sus deberes, no ser una carga para la familia, no ser aquel miembro que era distinto; pero esta vez: había fallado.
Falló por sus ilusiones, al fin y al cabo, su corazón tuvo más fuerza que su razón... y todo porque no quería pertenecer a una sociedad que piensa que las mujeres son un insignificante objeto para hacer y deshacer con ellas, pero ahora era tiempo de aceptar la cruel realidad.
Luego que toda Alemania experimentó la guerra Nazi (hace dos décadas), su progenitora dejó de dudar (como ahora lo hace Rose), y se resguarda en la palabra del Señor, porque así, únicamente así es como será protegida del mal y del daño que puede ocasionar el propio hombre, o como los creyentes juzgan, de las actividades que hace el propio demonio. Su mamá siempre le contaba que, si ella no se hubiese acercado a orar y a tener fe, lo más seguro es que no estuviese viva; así como sus 3 hermanos, en donde al ser tercos a la verdad, fallecieron.
«Yo no quiero morir» –pensó la joven aguantando sus lágrimas. Se odiaba por haber dudado de Cristo. No podía ser así, ella no quería dejarse encaminar por Satanás y perder la luz de la vida eterna.
–¿Te pasa algo?
–¿Ah? –expuso confundida, analizando a la persona que le acababa de hablar. Era Marlene, su mejor amiga–. No, no... tranquila.
–Mmm vale, si no me quieres contar, no te voy a rogar. En fin, nos vemos mañana, ya llegaron mis papás por mí –musitó su compañera con voz chillona.
–No creo que sea así –expresó Adameit agachando la cabeza.
–Si mañana te sientes mejor me cuentas, ¿vale?
–Vale. Que te vaya bien –sonrió con falsedad.
Poco después de haber quedado sola, llegó su progenitor Stein a recogerla en su cuidado y rojo Oldsmobile.
–Sube –proclamó–. Esperaremos cinco minutos a que vengan tus otras dos hermanas.
–Sí señor –respondió con algo de temor.
–¿Te pasa algo?
Esa pregunta... Esa jodida pregunta rondaba en la cabeza de la joven que ahora estaba en apuros, ¿qué tendría que decirle entonces para que no lo tomara de mala forma?
–Es mejor contarlo en casa, con mamá presente –indicó segura para darse algo de tiempo. Tenía que pensar y reflexionar.
A los cinco minutos, como fijó el Sr. Adameit, llegaron sus hijas y partieron a casa sin articular ni una sola palabra.
–¿Cómo estuvo la escuela, pequeños? –preguntó Ulva dirigiéndose especial y exclusivamente a sus hijos varones. Ahora se encontraban todos en la sala de la casa, esperando que fueran las 7:00pm para empezar con sus enaltecimientos, y de igual manera, para cenar.
–Excelente, madre. Amo estudiar, mis calificaciones son las mejores de la clase. Es algo egocéntrico decirlo, pero estoy en mi mejor momento –musitó el mayor. esbozando una radiante sonrisa.
–¡Qué orgullo eres! –felicitó su padre conteniendo las lágrimas.
–Pues a mí –interpuso Imre– también me está yendo de maravilla. Mi profesora anunció que, si seguía así, en algunos años podía optar para una beca en Berlín.
–¡¿Qué?! Es una locura. Te amo hijo –confesó su madre–. ¿Y tú Theobold?
–Bien mami. Si sigo como voy, dentro de poco sabré tocar el piano a la perfección. Y... significa que podré acompañar en la alabanza a Conrajo.
–¡Gracias Dios por darnos tan hermosos hijos! –volvió a hablar su progenitora. Se sentía tan orgullosa de las capacidades de sus niños, apreciaba que cada día los amaba más; por ellos, cualquier cosa.
–¿Y nosotras? ¿No nos preguntarán cómo nos fue? –se quejó Heidi, la mayor de las niñas.
–Cállate –susurró Rose con voz apenas audible. Todavía no estaba preparada para dar la importante noticia.
Sus padres asintieron sin tanto interés, es decir, no eran mejores o iguales a sus queridos tres hijos, sin embargo, accedieron.
–Bueno –sonrió Heidi–. Hoy hice un hermoso bolso inspirado en ti, madre. Tiene tus más enormes características; es rosado porque es tu color favorito, es amplio porque a ti te gusta tener todo a la mano y bajo control, y también tiene cosido esta hermosa cruz en agradecimiento a nuestro Señor.
–No sé qué decir, es hermoso –comunicó llorando la Sra. Obermair, abrazando con todas sus fuerzas a su dulce hija.
–Yo tampoco me quedo atrás –expuso Senta–. También hice un regalo, pero es para el mejor papá del mundo. Son unos calurosos calcetines por si tienes frío en la noche. ¿Te gustan?
–Me encantan, en serio gracias, hijita mía.
Después de muchas lindas confesiones todos se fueron enmudeciendo y designándose en la única persona que aún no había hablado, esperando sus grandes noticias, aunque ya todos sabemos que no sería así. Ella se sentía tan culpable, no quería dañar la linda velada que se había construido, tampoco borrar la sonrisa de todos, y mucho menos, angustiar a sus padres... pero no había nada para detener esas tristes consecuencias.
–Emmm... –empezó nerviosa al notar que nadie se movería hasta que contara su día escolar–. Hoy leí muy bien en clases, la maestra me felicitó por eso.
–¡Así se hace! –gritó Heidi, su hermana más cercana.
–Gracias, pero... –cerró los ojos suplicándole a Dios que la salvara.
–¿Pero? –cuestionaron todos a la vez.
–Pero hice algo que no debí hacer... –Su voz se quebró, al igual que su alma–. Escribí una nota muy desagradable en mi cuaderno, sólo anhelaba desahogarme, pero eso significó ignorar inconscientemente a la profesora; ella lo distinguió, no me ignoró y pudo percibir mi poco interés en clase. Se enfadó y apetece verlos mañana. ¡Discúlpenme! ¡No quería hacerlo! Simplemente, ¡no debí hacerlo!
El silencio invadió el lugar. Ya nadie sonreía o se miraba, tenían la cabeza agachada; cada uno consumido por sus propios pensamientos y Rose odiaba eso, sin poder contener más sus lágrimas, comenzó a llorar y a pedir (como disco rayado), perdón hasta que su madre la cayó de golpe.
–¡Nada de disculpas! ¡Quiero que vayas directo a tu habitación, señorita! ¡Eres una deshonra para la familia! ¿Cómo pudiste hacernos esto?
–Calma, mi amor.
–¡No, Stein! Ella tiene que comprender que las cosas no son a su antojo, no puede ser una niña rebelde, no puede dejarse llevar por las porquerías que quiere el demonio. –Y con ese sermón, silenció a su esposo–. Por otro lado, –miró a su hija– ¿eso es lo qué quieres, Rose? ¿te quieres condenar a tan corta edad? ¿por qué eres tan malagradecida con nosotros y con Dios?
–Pero mamá...
–¡Nada! Estoy decepcionada. Rezaré mucho para que ninguno de tus hermanos sea como tú, eres el peor ejemplo que pudiese existir.
–¡Bien! Si eso es lo que creen... ¡Iré a mi maldita alcoba!
Plash... Se escuchó. Ulva no había aguantado más y le propinó una fuerte cachetada a su pequeña hija.
–¡No vuelvas a maldecir! ¡Gracias por arruinarlo todo!
Ella no escuchó más, ya estaba tirada en su cama sollozando sin control alguno, y con su pómulo otra vez lastimado, como las veces pasadas. Pero el dolor se desvaneció justo al instante en que se había dormido. El que se inventó la frase "dormir lo cura todo" no mentía, ya que esa era su única escapatoria.
Mientras la joven reposaba, su familia no dejó arruinar la noche y empezaron con su habitual costumbre. Conrajo sacó su violín y comenzó a tocarlo como nadie más sabía. Quien lo escuchara se deleitaba con sus armoniosas melodías y deseaban que ese momento jamás terminara.
Después de cantar uno de los himnos cristianos, cenaron siendo un hermoso y unido hogar. A veces especulaban que estaban mejor así, sin la quejumbrosa de Rose.
***
Era miércoles. Un nuevo día, con nuevas oportunidades y nuevas razones para ser feliz... ¿o no?
La pequeña que habían castigado anoche, aún estaba triste. Odiaba pelear con su familia y que la repudiaran como si fuera una cualquiera; y eso la mataba día a día.
Ellos decían que no tenían preferencias, que a todos los amaban y protegían por igual, pero se notaba a leguas que era lo contrario; míseramente ella era la última de la lista de "Los hijos que más amaban" o quizás ni estaba.
Observándose al espejo, no dejaba de detallarse el leve morado que se formó en su sensible cachete izquierdo.
«Me lo merezco»–reprochó en su mente.
En el fondo de su ser se quería maldecir, lastimar, desaparecer, cambiar... Pero no era capaz. Abrigaba pánico de ser ella realmente; pánico de demostrarle al mundo que quería ser diferente, que quería ser una tenista.
Y adivinen...
No podía cumplir su sueño. Cada vez que miraba la televisión podía darse cuenta que ese deporte era solo para los hombres. Habían pasado 90 años desde su creación y aún no dejaban que las mujeres hicieran parte de él.
«¿Por qué la sociedad no me deja ser feliz? ¿O acaso es mi culpa por desear algo prohibido?» –suspiró recordando los regaños que recibía por no ser una mujer normal.
La joven aspiraba seguir pensando, pero sus padres la detuvieron al despedirse diciéndole que ya se marchaban al colegio a hablar con Ava, su maestra.
Al estar castigada tenía como deber ayudar en casa; le tocó organizar, barrer y trapear. Además, su progenitora no la dejó ir con ellos ya que no querían que apreciaran el moretón que tenía en su cara. Pero estaba bien, ella no se quejaba, solo quería olvidar sus problemas por un rato y elevar su imaginación como era de costumbre.
Cuando sus familiares llegaron, la encontraron dormida en el comedor con una escoba a su lado. La hubiesen dejado descansar, sin embargo, estaban tan enfadados con ella que sería una larga charla.
–Despierta –dijo seriamente la Sra. Obermair.
Rose hizo caso. Abriendo poco a poco sus pequeños ojos, recapacitando y recordando qué había pasado en tan poco tiempo.
–Estamos muy decepcionados, señorita –empezó su padre–. No puedo creer que en la mayoría de las materias saques entre 4.0 y 5.0, ¿qué te está pasando? Deberías sacar un 1.0 o un 2.0 si mucho. ¿Acaso sólo vas a charlar y quejarte en tus escritos o qué?
–Supongo que sí, porque como nos dijo la profesora, ella no quiere estar allá; no quiere estudiar, ni prestar atención, y peor aún... ¡Está dudando de Dios! Creo que lo mejor será sacarla del instituto e internarla en un orfanato cristiano, para que empiece a apreciar realmente a nuestro Creador.
–Es lo mejor, querida. Realmente estoy decepcionado de esa.
–Yo igual –dijo la melancólica señora mientras se acercaba a Rose–. Desde ahora estás castigada, sin comer, sin salir, ni estudiar más hasta que te consigamos un lugar a donde ir, ¿entendido?
–Sí señora.
–Así me gusta, niña.
«¿Niña? ¿Acaso me dijo "niña"? Maldición, creo que ya no soy ni su pequeña ni su hija. ¡Grandioso!»
–Ve ahora a tu habitación, niña.
–Sí señor.
«Bien... Ahora soy una simple niña para los dos»
___________
*Marlene (mejor amiga): Niña de la luz.
Recuerden que en Alemania califican "al revés" a como lo hacen por aquí. Allá entre más puntaje tengan, peor. Y entre menos, mejor. Siendo 1.0 excelencia y 5.0 insuficiencia.
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