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15._Serio


¿Tanto como necesitar reñir con Mary para recuperar su ánimo? No. Bills no necesitaba de nadie para sentirse mejor o para sentirse completo. Él era un individuo completo por si mismo y todo lo que por él pasaba tenía que ver más consigo que con cualquiera. Pero sabía escuchar la opinión de otros. En especial si esos tenían buen criterio como su asistente o esa mujer escurridiza y distraída.

-¿La señorita Mary es su novia?- le preguntó Whiss súbitamente.

Bills saco los ojos del plato para mirar a su asistente a los ojos un tanto molesto.

-Han estado saliendo ¿no?

Bills no contestó.

-No me lo está preguntando, pero a mí me parece que ella no lo toma en serio- comentó Whiss ganándose una mirada terrible de su jefe que no iba a admitirlo, pero pensaba igual que él.

Esa tarde Bills se quedó dormitando en la silla de su oficina. Mary no lo tomaba en serio, pero ¿Quería, él, ella lo tomara en serio? Al principio esa mujer llamó su atención por el simple hecho de plantarle cara cuando intentó ponerla a hacer su trabajo. La gente que no se sometía a su voluntad sin recurrir a la violencia, los gritos exacerbados; que se valía de su propio poder o argumentos siempre conseguía de él una suerte de respeto. Por el contrario las personas demasiado dóciles podían llegar a serle una total molestia. Incluso resultarles insignificantes. Mary se opuso a su voluntad en primera instancia, pero luego cambió un poco su actitud. Aquello le suscitó curiosidad. Nunca logró averiguar a qué se debió aquello, mas lo cierto era que pese a eso Mary delimitó muy bien su territorio y al fin nunca hizo algo que no quisiera. Claro que en más de una ocasión él ganó un de esas pequeñas contiendas que desataron. Ella también logró éxito, pero...no eran sus victorias.

Sí él era una lanza, Mary era un escudo. Y uno con el que constantemente se iba a estar estrellando. Pero como todo escudo solo se iba a levantar cuando fuera necesario. Empezó a observarla. No buscaba precisamente un punto débil, pero no hubiera dudado mucho en atacarla en esa fisura de haberla encontrado. Mas acabó descubriendo otras cosas en su vigilancia. Cosas que ella escondía casi como si temiera alguien pudiera verlas, pero de súbito las mostraba abiertamente. Sin miedo, sin reserva, sin importarle lo que otros pudieran opinar y casi con arrogancia, pues el resto del mundo solo podía observar lo que ella ofrecía a quienes consideraba dignos de ello. Y si bien ninguno de esos aspectos podían considerarse como algo extraordinario, era su reserva lo que les brindaba magnificencia. Y Bills sabia bastante de eso. Pero en su afán vanidoso terminó descubriendo otras cosas y quizá la que más lo gustaba se ella, irónicamente, era lo que todos podían obtener de Mary, pues era parte de su naturaleza y no podía reprimirlo ni esconderlo.

Mary se quedó pensando en las palabras de Bills y esa tarde, al volver a casa, reviso la cajita del llavero que él le había dado. Ahí estaba escrito el número de teléfono de Bills. La letra de él era clara y de trazo firme. Sus números eran igual. A Mary le gustaba leer lo que él escribía, aunque pocas veces tuvo la oportunidad de hacerlo. Con el número agendado en su teléfono, Mary fue a sentarse al pequeño sillón de su sala. Nunca imaginó enamorarse de un sujeto como él, pero a la vida le gusta hacer irónias o crueles jugarretas. No es que Mary creyera Bills fuera un mal sujeto, solo que no era la persona que se ajustaba a su estilo de vida, a su visión de las cosas y muy posiblemente él ni siquiera la debía considerar algo serio. Acostándose entre los brazos del sillón decidió no llamarlo. No pronto.

Los días pasaban sin que esos se encontrarán. Pronto Bills comenzó a considerar que Mary no estaba interesada en él por lo que comenzó a deshacerse de su presencia en sus pensamientos, pero aquella mañana cuando la nueva ejecutiva entró en su oficina la imagen de la mujer volvió a él como un espectro. La chica se parecía un poco a Mary, pero tenía una mirada más clara, casi transparente y un tono de voz amoroso. Bills la miró un instante, después paso de ella indiferente. Sin embargo, la vigiló toda la mañana. A su lado la gente sonreía, era gentil porque la candida estampa de la chica invitaba a tratarla así. Pero Bills terminó cambiando de humor bruscamente gracias a lo que veía. A esa actitud tan cínica de parte de los empleados. Se volvió verdaderamente intratable el resto del día.

Bills sabia dónde vivía Mary. Podía ir a verla cuando quisiera. Esa tarde-noche considero hacerlo, pero no por una motivación muy buena. Aunque después de meditarlo descartó aquella ocurrencia...por un momento. Terminó montandose en un taxi dispuesto a ir a poner a esa mujer en su lugar, pero cuando ella abrió la puerta de la casa la expresión de sorpresa que le causó verlo allí le quitó un poco de fuerza a su ánimo.

-Hola- le dijo Mary.

-Hola- respondió Bills y paso por su lado para ir hacia la sala- Claro, adelante. Pasa. Estás en tu casa...- le dijo la mujer en tono sarcástico.

Mary cerró la puerta y fue tras él que se quedó parado en mitad del lugar, examinando todo con la mirada. Con un gesto brusco se desabotonó el saco para dejarse caer en el sofá y desde allí preguntarle a la mujer si acaso no le iba a ofrecer algo.

Mary torció un poco la boca mientras cruzaba los brazos un tanto molesta.

-¿No me vas a servir nada?- exclamó Bills con un gesto de impaciencia.

-Carne cruda ¿te apetece?- le preguntó la muchacha cuando se sentó a horcajadas sobre sus piernas.

La cara que puso Bills fue casi graciosa. Obvio entendió la insinuación, pero fue tan repentina y atrevida que por un instante lo aturdió. No fue buscando eso, pero si se lo ponían en bandeja... Sin embargo, cuando se miró en los ojos de esa mujer todas sus lujuriosas ideas fueron decapitadas. Las manos de Mary abrigaron su rostro. Los dedos de la muchacha no eran suaves, pero su toque si. La forma en que las falanges de Mary se deslizaban por el contorno de su barbilla, de su larga boca, de sus mejillas parecía la caricia del viento. Sus ojos no lo miraban, lo contemplaban con admiración, con dulzura, casi con asombro; como si fuera la primera vez que lo veía.

Fue un momento muy tranquilo y silencioso. La televisión encendida pareció enmudecer. La tenue luz era casi un cómplice de tan íntimo momento que reveló a Bills había logrado mucho más de lo que pensó en un principio. No pudo evitar sonreírse satisfecho por eso y un tanto ladino, mas ella no experimento ninguna sensación por aquella mueca arrogante. Solo las manos de Bills en su espalda y muslo lograron extraerla de su ensimismado ánimo. Su piel se erizó. Bills lo observó en los antebrazos desnudos de la mujer y en ese ligero temblor que sacudió su cuerpo.

-¿Te gusta el sushi?- le preguntó Mary acabando con ese momento con la delicadeza de una vaca en una cristalería.

-Sí- contestó Bills con el ánimo de quién construyó un castillo de naipes que un tarado derrumbó.

Mary se echo a reír y aunque parecía no querer hacerlo, Bills acabo sonriendo de forma relajada.

Media hora después estaban sentados en la alfombra comiendo sushi y tomando cerveza. Al menos Bills lo hacía, porque Mary tenía un pequeño problema con los palillos.

-¿No sabes usarlos?- preguntó él viendo la cómica manera en que Mary trataba de sujetar un rollito.

-No. Es que la verdad nunca me ha gustado la comida china.

-El sushi es japonés- la corrigió Bills.

-De hecho fue en el siglo VIII que el sushi llegó a Japón, posiblemente desde Korea dónde existe una preparación muy semejante y lo mismo ocurre en China- lo corrigió Mary que casi logra llevar el bocadito a su boca, pero se le cayó al recipiente con soya haciendo medio reír a Bills que giro los palillos entre sus dedos con la gracia de un malabarista- Presumido...- murmuró la mujer, pero observó como él lo hacía.

Después de unos cuatro intentos, Mary consiguió tomar el sushi con los palillos correctamente, pero en lugar de seguir practicando acabo comiendo con las manos.

-Sí no te gusta el sushi podrías haber pedido otra cosa- le dijo Bills.

-Sí, pero tenía un cupón por el cuarenta porciento de descuento más dos bebidas y era válido solo hasta mañana- le contestó Mary con mucha alegría.

-¿Me invitaste a comer usando cupones?- le cuestionó Bills casi ofendido.

-Y tengo otros para un helado. Me los gane en mi nuevo trabajo- le dijo enseñando los cupones que sacó del bolsillo de su pantalón.

-A ver qué opinas si te invito a comer en un puesto en la calle- murmuró Bills.

-Por mi está bien- le respondió Mary- Mientras tú pagues no hay problema...

-¿Acaso crees que voy a llevarte a comer a un sitio como ese? Te llevaré a un restaurante. Y a uno bueno, no como esos que están en la avenida principal...

-Llevame donde quieras. Me da igual- le dijo Mary antes de poner un sushi en su boca.

Y esas palabras que muchos hubieran considerado desinterés o bien un completo arrojo a su futuro, Mary las pronunció con otra intención. Una que Bills tardo un poco en desglosar, pero que al hacerlo le provocó ganas de hacerla enojar por el simple gusto de hacerla enojar. Por supuesto eso tuvo varias consecuencias como derramar su amada cerveza en la alfombra o que por poco se ahoga con un trozo de sushi y una guerra de palillos que Mary terminó con un tenedor, lo que él acuso de ser una trampa, además de ser la causa de un pequeño incidente.

-No te enojes- le decía Mary mientras metía la camisa y el saco de Bills en la lavadora- Seguro y la mancha de soya se quita con un poco de detergente.

-Ese traje me costó una fortuna, sino queda limpio más te vale comprarme otro- le advirtió Bills desde la sala. El pobre estaba sentado en el sofá con los brazos cruzados y una expresión de disgusto tremendo.

-Deja de quejarte y dame los pantalones- le pidió Mary al pararse detrás del sofá.

-¿Quieres que ande desnudo por ahí?

-A mi no me molesta- le contestó Mary y se inclinó para abrazarse a él y darle un beso en la mejilla que no logró cambiarle el mal humor. Pero unos más y unas cuantas caricias acabaron por hacerlo ceder.

A la mañana siguiente Mary se levantó temprano. Ella solía dormirse entre la media noche y la una de la mañana para despertar a las seis o siete. Jamás dormía más que eso o se quedaba en la cama más tiempo. Tampoco lo hizo esa jornada. Saco la ropa de Bills de la secadora y se la dejó en la cama. Ella tenía que salir antes, pues su trabajo estaba más lejos y no podía llegar tarde. Cuando Bills despertó se encontró solo en la casa. No tenía ganas de ir a trabajar, pero se presentó de todos modos solo que llegó dos horas tarde.

Whiss entro en escena haciéndole una lista de sus pendientes, apenas Bills se sentó en su oficina. Él lo hizo callar bruscamente mientras subía las piernas al escritorio y jugueteaba con un lápiz.

-Quiero encomendarte una tarea muy especial, Whiss- le dijo Bills con un ánimo algo juguetón.

-¿Una tarea especial?- repitió el asistente con bastante curiosidad.

-Sí y más te vale mantener la boca cerrada- le advertío- Escucha con atención porque quiero lo hagas tal y como te lo voy a explicar.

Fuera lo que fuera que su jefe iba a pedirle debía ser algo de suma importancia para que le hablara así. Whiss escuchó sin perderse detalle. Al acabar el pedido, un tanto sorprendido, no pudo evitar decirle:

-Es un gesto muy lindo de su parte...me sorprende tenga un lado tan dulce, señor Bills.

-Esto no tiene nada de dulce y no sería necesario si esa mujer prestará atención- le contestó Bills un tanto irritado y miró a otro lado para disimular la cuota de vergüenza que sintió al tener que hacerle ese pedido a su asistente.







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