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0. Un bocadito de casa lleno de logros

Martha

Lo peor que le podía pasar a Martha era caerse y romperse una pierna en plena televisión internacional. O eso creía.

Porque bueno, era poco probable que una estampida de elefantes irrumpiera en el estudio y arrasara con todo a su paso, incluida ella. No tenía tanta mala suerte y no había elefantes en la ciudad -prueba de que no tenía tanta mala suerte-.

La ansiedad era la principal razón de su delirio y divagación. Estaba nerviosa, demasiado. La espera se le estaba haciendo eterna y los nervios hacían que estrujarse las manos con rapidez le pareciera una buena idea. 

Toda la situación le parecía irreal. El momento en que el correo con los detalles de su participación en el concurso le había llegado parecía sacado del mejor de sus sueños. La habían elegido a ella. Entre todas las cientos de personas que habían hecho el casting, ella fue una de los elegidos.

Internamente agradecía que la segunda etapa de selección se hubiera realizado mediante la recepción de videos, haciendo todo ese proceso más fácil para ella. Claro, sin tomar en cuenta los casi cincuenta videos que había desechado hasta estar completamente segura y feliz con el resultado.

Ahora estaba sentada afuera del set, impaciente, con los nervios tomando el control de sus pensamientos y emociones, esperando a que empezara la etapa de selección final. Su padre, Robert, la acompañaba como siempre. 

Siendo sinceros, no sabía cual de los dos estaba más nervioso. Ambos  movían las manos, ansiosos, sin darse cuenta de que lo hacían de manera coordinada. Si los minutos no se les hacían eternos era porque cada que Robert preguntaba por la hora, Martha se negaba a revisarla.

Pasaron los minutos hasta que el anuncio se escuchó por los altavoces y se levantaron para mirarse fijamente sin poder creérselo todavía. Las grabaciones estaban por comenzar.

El corazón le latió con fuerza, como si estuviera a punto de salir de su pecho para escaparse sin mirar atrás. Robert estaba igual, o incluso peor.

Llamaron a los candidatos una vez más, necesitaban comprobar los equipos de sonido para poder empezar de una vez. La gente corría de aquí para allá revisando los últimos detalles para que todo saliera perfecto pero Martha y Robert ni siquiera lo notaban.

Padre e hija se miraban fijamente transmitiendo su miedo, sus inseguridades, su apoyo y su amor incondicional. Robert sabía que su hija estaba nerviosa, podía imaginarlo.  Él igual lo estaba, tenía miedo de que mientras cocinaba, ella se pusiera nerviosa y terminará cortándose una mano para después desangrarse. 

Martha, consciente de todas las películas que probablemente se estaba montando en la cabeza, decidió interrumpirlo con un abrazo. Un abrazo que quería que durará para siempre.

—Estoy muy orgulloso de ti, lo sabes ¿no? —le dijo, con el rostro enterrado en su cabello.

—Claro que sí, papá. No tienes que recordármelo siempre.

Se separaron un poco para poder verse a la cara, sin quitar los brazos de sus cinturas. Martha no quería soltarlo, su padre le daba demasiada seguridad y estabilidad, no sabía que sería de ella sin él.

—Voy a recordártelo las veces que sean necesarias.

Sonrió para después besar su frente con cariño antes de alejarse e irse con los demás familiares que habían venido a apoyar a sus seres queridos. A Martha le gustaría que él pudiera estar a su lado durante la audición, pero no podía.

Las manos le picaron con nerviosismo una vez más, al tiempo que caminaba hasta llegar a la gran entrada que la separaba de cumplir sus sueños, o de destruirlos por completo. 

Un hombre con auriculares, vestido completamente de negro y con una lista en su mano comenzó a llamarlos uno por uno antes de explicarles lo que estaba por suceder. Los nervios en su interior no callaban y no tenían pinta de hacerlo pronto.

—Buenos días a todos, como ya saben, van a poder recoger su celulares y pertenencias valiosas al terminar la grabación. Ahora, esto va así: todos ustedes entran, los jueces y la conductora también, de ahi los jueces van a xomenzar a llamarlos por grupos para competir por un delantal y probar sus platos. —miró la lista que tenía con una expresión pensativa en el rostro y los labios fruncidos —. Si no tienen alguna duda, creo que eso es todo.

Varios se acercaron para atosigarlo con preguntas pero Martha no tenía cabeza para eso. Sujetó con fuerza su brazo buscando algo que la mantuviera en tierra firme.

Comenzaron a formarse para entrar al set y a lo lejos pudo ver como un chico se despedía de la que creía era su abuela y su madre. Su corazón dio un vuelco.

Quizás si las cosas hubieran salido diferentes ella estaría aquí. 

Un escozor empezaba a asomarse en sus ojos, pero ella estaba decidida a no llorar, por lo menos no todavía. Por ella, por su padre, porque quería creer que era lo suficientemente fuerte para intentarlo. Y, con esa fortaleza repentina que la llenó de valor, se acercó decidida a luchar con todas sus fuerzas para alcanzar lo que quería. 

—Bien chicos, ¿estamos listos? A la cuenta de tres.

La cuenta regresiva pasó como un murmullo que los nervios no estaban dispuestos a escuchar. De lo único que era consciente era de lo que tenía en frente y las metas que quería cumplir. Vamos, tú puedes, se animó. 

—¡Comencemos!

Las grandes puertas se abrieron de forma majestuosa iluminando su rostro con esa luz amarilla que lo embargaba todo. Las casi cincuenta personas que eran entraron entre vítores y gritos de emoción. 

Martha observó sorprendida a su alrededor. Sabía que no era el estudio final y que iba a sufrir modificaciones, pues había sido adaptado para la etapa final de selección. Aun así, le pareció imponente, con las paredes altas decoradas con madera y láminas de metal pintadas de bronce.

Las grandes escaleras, que supuso, era donde se iban a sentar mientras esperaban su turno, se imponían frente a las cuatro estaciones de cocina -cada una equipada con una pequeña despensa- y una pequeña tarima con el logo del programa estampado en letras doradas.

Alina: Esto es como estar en un sueño.

Marie: Se ve muchísimo mejor en persona, la televisión no le hace justicia.

Estaba tan ensimismada mirando a su alrededor que no se dio cuenta cuando las luces comenzaron a bajar su potencia hasta quedar por completo en la oscuridad.

En un primer momento, su cuerpo se puso en total alerta al tiempo que algunos proferían gritos de sorpresa y nervios. Escuchó uno que otro “¿qué mierda está pasando?” y “¿que carajos?”. Tampoco olvidar el infaltable “no me pagan lo suficiente para esto”, aunque ni siquiera les estaban pagando todavía.

Diego: Casi me cago en los pantalones, pero no se lo digas a nadie.

Andre: *****!!! No me prepararon para esto.

De un momento a otro, las luces parpadearon en un corto show de luces que acompañaba a la música dramática que sonaba de fondo.

—¡Es el maldito Matthew Brown!

Los gritos colectivos aumentaron cuando, como las celebridades que eran, los reflectores alumbraron la entrada de las cuatro estrellas del programa.

El cabello rubio del chef Brown parecía iluminarse cuando entró junto a Olivia Montenegro, una de las mujeres más hermosas de la televisión. Era sorprendente lo maravillosa y deslumbrante que lucía en persona.

Ariana: Yes girl! Así es como se hace una entrada dramática. 

Detrás de ellos entró el chef Paes junto a… Oh por dios, estoy frente a Dalia Wright. Si los gritos internos pudieran escucharse, los de Martha en ese momento se escucharian hasta el continente vecino.

La emoción y los nervios que la embargaban se multiplicaron por mil al ver a una de sus ídolos delante suyo. El simple hecho de estar ahí ya le parecía un logro.

—Gracias, Matt —dijo Olivia cuando el chef la acompañó hasta su puesto. Todos se pusieron en sus posiciones y la tensión incrementó en el ambiente.

Camila: *****, esto de verdad esta pasando.

—¡Sean bienvenidos a las cocinas de Battle Kitchen, el programa de cocina más prestigioso del mundo! 

La presentadora era aún más hermosa en persona. La había visto en la televisión y ahora que estaba tan cerca de ella no pudo evitar detallarla.

Era alta, con una figura imponente y curvilínea. Su cabello negro caía en ondas hasta su espalda baja, contrastando con su pálida piel y el vestido azul que llevaba. Sus labios carnosos pintados de rojo se estiraban en una amplia sonrisa de revista, y sus ojos estaban delineados de forma que su color verde brillaba aún más. Su voz era suave y al mismo tiempo fuerte, se notaban los años de experiencia que tenía en televisión.

Todos aplaudieron emocionados por la emoción y algunos por los nervios. Estaba empezando y ya no había marcha atrás. 

Josbe: No te miento cuando te digo que estaba a punto de desmayarme.

—Como saben, esta es su oportunidad para formar parte del programa y demostrar que son capaces de llevarse el trofeo y convertirse en uno de los mejores chefs del mundo. Y por supuesto no podemos olvidarnos del cuarto millón de dólares que esta en juego.

Todos rompieron en vítores y gritos al escuchar tal cifra.

Diego: Con eso puedo dejar de trabajar durante toda mi vida. Bueno, no, pero tú me entiendes. 

—Antes de empezar, quiero presentarles a nuestros queridos y prestigiosos jueces. Primero, al que creo que ya todos conocen, el chef ejecutivo reconocido en todo el mundo por su temperamento, su disciplina y sus grandes sabores, ¡Matthew Brown!.

Se escucharon algunos murmullos nerviosos al tiempo que aplaudían. Martha definitivamente estaba nerviosa ante la presencia del chef.

 Ahí estaba él, con su mirada azul, inquisitiva y juzgadora, enmarcada por las arrugas producto de la edad y de tanto fruncir el ceño. Tenía la camisa remangada hasta los codos dándole un aire relajado, todo para generarles confianza. Aunque confiar en uno de los chefs más temperamentales del mundo no parecía una buena idea. Estaba segura de que ese sería el juez más exigente.

Radash: Verlo en persona es como tener al monstruo que estaba debajo de tu cama y al que tanto miedo le tienes delante tuyo.

—Espero mucho de ustedes, demuestren lo mejor que tienen y no me decepcionen —dijo el chef, después de hacer una reverencia en respuesta a la ovación que recibió. 

Camila: Hasta su voz da miedo.

—Ahora, saludemos con un fuerte aplauso a la chef ejecutiva y repostera, reconocida mundialmente por la excentricidad de sus platos ¡Dalia Wright!.

Los aplausos no se hicieron esperar. Martha volvió a sentir que iba a desmayarse. Estaba tan cerca de su ídolo, la persona que la había inspirado a cocinar. El mundo le dio vueltas. Si, definitivamente iba a desmayarse.

La chef Wright era bajita, con un cuerpo que le había puesto barreras pero que ella había sabido derrumbar. Ahora resaltaba con orgullo sus curvas en una falda tubo color verde olivo y una camisa blanca. Tenía  el cabello cobrizo recogido en un moño casi perfecto y su sonrisa amable decoraba su rostro lleno de pecas.

—Es un gran honor estar aquí para formar parte de esta increíble aventura con todos ustedes. Espero sea un camino maravilloso para todos.

Angie: ¿Maravilloso? Esta vaina es como estar en un matadero.

—Y por último, pero no por eso menos importante, el galardonado chef internacional ¡Pedro Paes!

La que esperaba fuera la última ronda de aplausos de la noche retumbó en todo el set. El chef simplemente hizo una reverencia, sin saber qué decir. Su sonrojo casi imperceptible delataba lo halagado que se sentía. 

Sofía: Se sonrojó super lindo, dan ganas de abrazarlo.

Nicole: Dicen que los callados son los peores, yo no me confiaria.

Sin dudas el chef Paes era el más joven y el más alto dentro del jurado. Su carrera había llegado a la cima cuando él tan solo tenía 20 años, después de haber ganado en un concurso parecido, alcanzando así la admiración y el respeto dentro del medio.

Su tez morena brillaba con el contraste de su traje de color marfil. Tenía la barba perfectamente recortada, al igual que su pelo azabache. Lo había visto antes en uno que otro programa de cocina parecido a este, así que ya conocía un poco su forma de juzgar: era muy metódico y tomaba especial atención a los detalles

—Bueno, ahora que hemos acabado con las presentaciones creo que podemos empezar, aunque ¿no creen que falta algo?

Todos se miraron sin entender a lo que se refería hasta que la gran puerta volvió a abrirse y detrás suyo varias personas comenzaron a entrar emocionadas.

Martha lo entendió todo cuando a lo lejos, pudo ver a su padre con las manos en alto y los ojos brillosos. Sin pensarlo dos veces, corrió hasta llegar donde se encontraba y lo abrazó con todas su fuerzas.

—No creíste que te dejaría sola, ¿o si? —dijo Robert, al tiempo que la estrechaba entre sus brazos — Eso me ofendería mucho, eh. Dije que no iba a dejarte sola.

—Creemos que en un momento tan importante como este, el apoyo incondicional de su familia es algo esencial. Ahora, por favor tomen asiento y empecemos.

Sin soltar la mano de Robert, Martha avanzó con paso firme hasta llegar a su lugar, junto a una pareja de chicas que no se soltaba la mano.

De cuatro en cuatro los fueron llamando para hacer su audición y con cada minuto que pasaba sentía que los latidos de su corazón se volvían cada vez más rápidos. 

No podía quedarse quieta por los nervios y la inquietud. Ni siquiera era capaz de prestarle atención a las personas que pasaban y eran seleccionadas. Su pie se movía rítmicamente y su cuello crujía cada que lo tronaba queriendo eliminar la tensión en él.

Cuando tomó la decisión de rellenar el formulario para ingresar no lo había pensado demasiado. Estaba borracha, cansada de seguir teniendo miedo a los quizás y harta de recluirse en su propio mundo.

A la semana, cuando le llegó el correo de respuesta, se desmayó. 

Su padre, asustado, la ayudó a despertarse. Cuando estuvo más lúcida y pudo decirle el motivo de su desmayo, él también se desmayó.

Una vez ambos estuvieron sentados y calmados, abrieron el correo. La impresión fue demasiada y el miedo fue lo primero que llegó. Miedo a las cámaras y  volver a ser expuesta, lastimada por las críticas y el ojo público. Tenía miedo de fallar y hacer el ridículo una vez más.

Robert la ayudó a calmarse, a respirar hondo y a no lastimarse en medio de su ataque de ansiedad. “Esta es tu oportunidad cariño, puedes no hacerlo si no quieres pero quizás este es el paso que necesitas dar”. Las palabras de su padre rondaban en su mente cuando decidió grabar el vídeo para la selección. 

Ahora, la caricia de su padre la confortaba a pesar de que su pie se movía al mismo ritmo que el suyo. Todo estará bien, vas a lograrlo.

Cerró los ojos al darse cuenta de que tan solo quedaban siete personas por pasar y tres delantales por entregar.

Lo harás increíble, cariño.

—¿Martha Beltran?

Se levantó al tiempo que todos aplaudían mostrando su apoyo. Los otros tres también lo hicieron pero estaba tan distraída que no había escuchado sus nombres. Apretó una vez la mano de su papá antes de soltarla y bajar por la escaleras junto a él.

Al llegar a su estación Robert volvió a abrazarla sin poder evitarlo.

—Pase lo que pase, estoy muy orgulloso de ti. Aunque dudo que no ganes, eres increible.

Martha sonrió sin poder evitarlo y esa sensación de valentía y decisión volvió a embargarla. Puedo hacerlo.

Decidida y sintiéndose capaz de todo, agarró su pelo en una coleta y se paró firme frente a la estación, ansiosa por empezar a cocinar de una vez.

—Martha, Natalia, Alina y Antonio, este es el momento de mostrar lo que tienen para ganarse un delantal y así, un lugar en el programa. Tienen sesenta minutos para cocinar a partir de… ¡ahora!

Sin dudarlo, Martha agarró todos los ingredientes que iba a necesitar. Estaba concentrada. Ya tenía una plan y se ceñiría a él.

Emocionada comenzó a cortar todos los ingredientes para meter todo a la olla de presión lo más antes posible si es que quería que tuviera una cocción uniforme y adquiriera todo ese sabor tan característico que le encantaba. 

Cuando empezó a cocinar se olvidó de todo lo que estaba a su alrededor, de todas sus inseguridades y miedos. Solo estaban ella y su cocina.

Con cada paso que daba recordaba esas tardes que había pasado cocinando con su abuela y  todas esas veces que su madre le cocinaba ese mismo gumbo. Ellas eran sus mayores inspiraciones, y quería demostrarlo.

Los minutos pasaban y en todo momento escuchaba como su padre le dedicaba frases de aliento. Si en algún momento llegaba a tener un club de fans -algo que creía imposible- no dudaba en que él sería el líder, o incluso, el fundador. 

—Lo veo muy emocionado, ¿cree usted que pueda lograrlo?

—Claro que sí, es la persona más talentosa que conozco. ¡Vamos, cariño!

Sonrió sin poder evitarlo al tiempo que preparaba su arroz perfumado. El sudor caía por su frente, mientras más cerca estaba el tiempo de terminar, más nerviosa se ponía.

—¡Últimos diez segundos!, terminen de emplatar.

Con las manos temblorosas colocó las flores moradas sobre su plato tratando de lograr un acabado elegante. Cuando el tiempo terminó levantó las manos con el corazón frenético y la respiración errática.

—El tiempo ha terminado, traigan sus platos por favor.

Todos levantaron sus platos y caminaron tras los jueces hacia la sala donde los probarían y decidirían cuál de ellos se merecía un delantal. Escuchó los aplausos y los gritos de apoyo de Robert mientras caminaba con las piernas temblorosas.

Tenía miedo, mucho miedo. Demasiado.

Miedo a tropezar y tumbar el plato.

Miedo de no haber condimentado lo suficiente y el plato les supiera desabrido.

Miedo a fallar.

Martha, junto a los demás, colocaron sus platos en una mesa larga que se encontraba detrás suyo. Al frente, una gran pared los separaba de la otra parte del set. Los jueces los miraban desde la tarima donde probarian el plato. 

—Bueno, comencemos.

Uno por uno fueron pasando y el que había empezado como un ligero cosquilleo recorrió todo su cuerpo. No escuchaba nada de lo que decían ni las críticas que les hacían a los demás, solo pensaba en las ciento y un cosas que podían salir mal y que la podían hacer fallar. ¿Y si está crudo?, ¿si no tiene sal?, ¿y si está muy picante?  y si…

—Martha, trae tu plato por favor.

Cerró los ojos y contó hasta tres. 

Uno, estarás bien. 

Dos, nada va a salir mal

Tres, solo importas tú.

Tragó saliva como si aquella contuviera sus miedos, sacudió la cabeza, tratando de despejarse, y caminó con paso firme hacia el estrado con la mirada y el mentón en alto. 

Cuando llegó, los tres pares de ojos la miraban atentamente y analizaban su pato, como cazadores viendo a su presa.

—¿Qué has preparado para nosotros?

Sus uñas rasguñaron la palma de su mano.

—El día de hoy les he preparado un gumbo picante con arroz perfumado y pan de maíz. Es un plato que viene de generación en generación en mi familia y no hay nada que me represente más. Disfruten.

Cruzó los brazos para evitar lastimarse las manos al tiempo que observaba cómo los jueces probaban el plato y se quedaban mirándolo, como si analizaran hasta el más mínimo detalle. El primero en hablar fue el chef Paes.

—En verdad me sorprende la cantidad de sabor que lograste conseguir en el plato con tan poco tiempo, me parece excepcional. —Una sonrisa surco sus labios al igual que en los del chef, que sujeto la cuchara una vez más y volvió a probar antes de volver a sonreír—. Ha cocido tan bien que las verduras están muy bien integradas entre ellas y junto al condimento. Es como comer un bocadito de casa.

Los ojos de Martha picaron, como presagio de las inmensas ganas de llorar que venían.

—Cariño, no llores —le dijo la chef Wright—, está increíble, quizás el pan de maíz sobra pero el plato es muy cálido, una verdadera explosion de sabores.

Sus compañeros detrás suyo aplaudieron y su pecho se hinchó de orgullo. Aun así, el sentimiento de nerviosismo no la abandonaba todavía.

—Yo… —el chef Brown se pasó la mano por el rostro, lucía indeciso y algo frustrado—. Yo de verdad pienso que…

La programación ha sido interrumpida por los cortes comerciales. Volvemos enseguida.

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Este año. 
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Del estudio de “amor al cuadrado” y “la teoría del amor destinado”
Esperalo, próximamente en cines.

Retomamos la programación después de los cortes comerciales.

Martha esperaba ansiosa la crítica del chef. Estaba más nerviosa que nunca, era consciente de que si a él no le gustaba sus oportunidades de continuar eran casi nulas.

—Yo… creo que es maravilloso, jovencita. Los sabores llegan a un punto demasiado superior que no comprendo. La textura  que deja en tu paladar es sedosa, resulta adictiva y me fascina. Y si mis compañeros están de acuerdo creo que la decisión está más que clara.

Martha no sabia si queria llorar o reír al ver como los dos chefs asentian al tiempo que el chef Matthew sacaba uno de los últimos delantales. 

—¿Hay alguien que te este esperando afuera?

Asintió porque la voz no salía de ella, y tuvo que esforzarse para lograr articular una palabra.

—Mi padre está aquí conmigo.

—Vamos por él entonces.

El chef se fue con el delantal en la mano y Martha solo pudo agarrarse la cara para tratar de controlar las lágrimas que se le escapaban. El chef Paes le tendió un pañuelo y lo ella le agradeció. Estaba tan emocionada que no le importaba estar llorando delante de las cámaras.

—Ven Robert, hay algo que debes probar.

Martha levantó la mirada para encontrarse con la de su padre que trataba de mantener la compostura. Pero a ella no le engañaba, estaba igual de afectado que ella.

—Quiero que pruebes el plato de tu hija, ¿lo conoces?

El chef le paso una cuchara para que pudiera probarlo

—Claro que si, es el gumbo de su abuela. Su madre me enamoró con este plato, es imposible olvidarse de él.

Martha solo podía sujetar por el brazo a su padre porque sentía que se desvaneceria en cualquier momento. Seguía sin creerse que todo esto fuera real.

—¿Qué piensas?

—Es increíble, como siempre.

Robert abrazo a Martha y ella sintió que la estabilidad de su mundo volvía

—¿Crees que se merece un delantal?

—Se merece cien.

—Bueno, no tengo cien, pero tengo uno que le puedes dar.

El chef le tendió el delantal con una sonrisa y las lágrimas volvieron a asaltar los ojos de Martha. Robert se dio la vuelta para observarla de frente, los ojos le brillaban por el orgullo y el cariño

—Tómalo, amor. Es tuyo.

Las lágrimas no tardaron en salir sin ningún  tipo de control cuando su padre le colocó el delantal. Solo pudo pensar en abrazarlo y seguir llorando desconsoladamente sobre su hombro. La felicidad no cabía dentro de ella y el alivio destenso sus hombros. Era como si un gran peso hubiera abandonado su cuerpo y hubiera sido reemplazado por una increíble sensación de felicidad y realización.

Lo había logrado, no era un sueño, de verdad lo había hecho.

Estoy en el inicio del camino, lista para recorrerlo. Por ti, mamá.  Por ti, abuela.

Nota: AAAA ¿Cómo les explico que decidí reescribir todo el inicio solo por la escena del delantal?

Mejor no digo más por que spoileo JAJAJA

¿Opiniones? ¿Alguien más quiere un papá como Robert? Porque yo si. Os quiero

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