30. Decir adiós
El sol reluce en un cielo despejado, creando una estampa apacible y brillante que contrasta con los tonos apagados y la estela de pesadumbre que cubre a la multitud reunida en torno al féretro; como si un gigante hubiera colocado un manto invisible sobre ellos, opacando el lugar.
El humo acre del incienso se entremezcla con el aroma dulzón de las flores, zigzagueando al son de la brisa hasta un lateral apartado. Una figura solitaria observa la escena desde allí, empleando la vegetación a modo de escudo para evitar las miradas curiosas, los murmullos apagados y, en especial, las preguntas. El joven tiene el pelo negro recogido en un moño alto, viste una sudadera azul marino algo ajustada y mantiene un gesto serio, con la mirada oscurecida.
La ceremonia prosigue con normalidad, ajena a su presencia, pero el individuo no se queda a presenciarla por mucho tiempo antes de darle la espalda y perderse entre las lápidas. Mantiene un andar lento y constante, fijando la vista en el polvo que produce cada nueva pisada. Como si las tenues nubecillas de arena tuvieran el poder de difuminar lo que deja atrás. El camino casi ha terminado cuando un movimiento a su derecha, junto a un antiguo mausoleo, hace que se detenga.
―No deberías estar aquí ―dice tras unos segundos, sin volverse.
―Tenía que verte ―responde una voz masculina.
El primero suspira, quedándose inmóvil.
―Lamento tu pérdida ―añade el recién llegado, dando un pequeño paso en su dirección. Lleva un conjunto deportivo ancho y el rostro oculto bajo la capucha.
―Ambos sabemos que eso no es cierto ―replica el primero, encarándose con su interlocutor―. Al igual que sabemos que no te has arriesgado a venir solo para decir eso.
El aludido encoge los hombros con ligereza.
―Tan directo como siempre ―concede―. Aunque tienes razón ―el otro clava los iris en su persona, expectante―. He borrado todo ―continúa―. Nunca podrán saberlo.
―¿Debería creerte?
―Supongo que tendrás que fiarte de mi palabra ―alega, acortando la distancia―. Pero eso hace que "nuestro juego" resulte más interesante. ¿No crees?
Una media sonrisa acude a modo de respuesta.
―Entonces ―murmura mientras desliza la capucha hacia atrás para revelar un rebelde cabello castaño y unos ojos despiertos que reflejan un amor mutuo―, ¿eso significa que deseas quedarte conmigo? A pesar de todo.
Su acompañante le coloca la palma en la mejilla, aproximándose hasta que apenas unos centímetros les separan.
―¿No lo recuerdas? ―susurra, deslizando cada palabra―. Tú nunca pierdes.
Los segundos parecen quedar estáticos, atrapando a la pareja en un embrujo que termina con un beso tan tierno como apasionado.
Goya se separa levemente, deslizando los dedos sobre el cabestrillo que inmoviliza el brazo izquierdo de su amado.
―Esta vez estuve a punto de perderlo todo ―confiesa―. Cuando Atlas me disparó y tú te interpusiste, creí...
Arthit le posa el índice sobre los labios.
―Shhh ―interrumpe―. Él se ha ido para siempre y, con su muerte y un poco de mi magia, también se han borrado todas las pruebas que te incriminaban. Ahora podremos decir adiós al pasado y empezar de cero.
―No será fácil.
―Nunca lo fue.
Goya le dedica un gesto travieso antes de envolverle en un abrazo. Después toma su mano y caminan a lo largo del sendero, dejando que el sol dibuje sus siluetas mientras se alejan juntos, valientes, y libres.
Este capítulo confirma que soy un poco malévola 😜 ¿conseguí engañarte?
No podía cerrar mi historia separando a Kasem y Chai, les adoro demasiado. Los dos tienen un lugar en mi corazoncito y espero que también en el tuyo.
Deseo que hayas disfrutado compartiendo esta aventura conmigo. Estoy muy orgullosa de ella y también muy feliz porque me ha permitido conocer personitas maravillosas y vivir grandes alegrías.
Me encantaría que te animes a comentar y a dejar tu voto ♥️
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