3. Sin palabras
Tengo la sensación de que podría despertar en mi habitación en cualquier momento, pero no me cabe duda de que todo es real cuando Sunan comienza a colocar frente a mí un montón de papeles.
―Guion, acuerdo de confidencialidad, condiciones del seguro... ―enumera.
Estamos solos, en un pequeño despacho. Apenas han transcurrido diez minutos desde la extraña situación vivida tras el forcejeo. Sigo desconcertado.
―Realmente has impresionado al director, muchacho ―comenta mi acompañante, sentándose a mi lado―. Llevábamos todo el día discutiendo con él porque no quería elegir ningún candidato. ¡A estas alturas! Menudo problema teníamos. Incluso estábamos a punto de anular la presentación ―toma un lápiz y acerca uno de los fajos―. Apenas tenemos tiempo así que te ayudaré a revisar las partes más importantes del contrato. ¿A quién se le ocurre venir a última hora?
―¿Contrato? ―mi cerebro parece estar perdido en la selva amazónica, luchando por sobrevivir entre tanta información―. Espere un momento, ¿me están ofreciendo un papel en la serie?
Sunan ríe, golpeándome la espalda en un gesto amigable.
―Demonios, realmente eres muy bueno actuando. El señor Ayutthaya tiene buen ojo escogiendo ―añade, como si pensara en voz alta―. Incluso tus rasgos pegan con el personaje sin necesidad de hacer modificaciones.
―Pero...
―¡Pero vayamos al grano, exacto! ―termina en mi nombre―. Comenzaremos con la cláusula estándar.
Intento decir algo cuando, en un destello de lucidez, recuerdo la placa dorada que llevo colgada al cuello y el acertijo cobra sentido: la chica del staff debió confundirme con un aspirante, por eso me hizo completar la ficha y me acompañó a la sala de casting donde, inexplicablemente, he conseguido superar la prueba. Toda la situación parece sacada de una película.
Sunan ha seguido hablando, ajeno a mis cavilaciones.
―Esta parte explica los tiempos de rodaje, marcas patrocinadoras que deberás apoyar, protocolos fuera y dentro del set ―se detiene, mirándome con seriedad―. Ya sabes, evitar escándalos en prensa y en redes sociales.
Continúa pasando hojas, sin cesar el monólogo. No sé cómo explicar que todo es un malentendido, ¿por dónde empiezo? Creo que una mosca atrapada en una telaraña debe sentir un desasosiego similar al mío. Los minutos siguen pasando. Carraspeo, reuniendo el coraje para intervenir. Respiro hondo.
―Verás... ―comienzo.
En ese momento mi acompañante rodea con el lápiz una cifra elevada. Justo al lado puedo leer la palabra nómina. Sunan deja de hablar y me mira, esperando, pero, al ver la cantidad señalada, he olvidado lo que quería decir. Tampoco me percato de que todavía tengo la boca abierta. Para un recién licenciado con un trabajo cutre de media jornada, el dinero que ofrecen es un chollazo.
Trago saliva, recolocándome en el asiento en un intento vano de disimular el asombro. Sunan interpreta mi silencio como un desacuerdo y toma la palabra.
―Por supuesto, este sería el sueldo base. Los anexos 3 y 5 recogen el porcentaje referente a publicidad, dietas, sesiones fotográficas y demás extras.
―Entonces, ¿podría aumentar aún más los ingresos? ―no puedo evitar hacer la pregunta.
―¡Claro! Somos una empresa modesta pero tenemos buenos patrocinadores y, si el rodaje va bien, seguro que conseguiremos nuevas marcas.
Por un momento fantaseo con todos los caprichos que podría comprar, empezando por un nuevo bolso para mi madre. Sin embargo, la realidad vuelve para hacerme entrar en razón: no soy ningún actor. Tengo que terminar con este embrollo.
―Es muy buena oferta, de verdad ―empiezo―, pero lo cierto es que yo...
―¡Por todos los chiles de México! ―exclama alguien a nuestra espalda, sobresaltándonos. El hombre menudo que me estrechó la mano, que ya identifico como el director, entra al despacho. Está acalorado y mueve las manos sin parar―. ¡Sunan, no queda tiempo! Te dije que te ocuparas de todo. ¿Por qué no está preparado?
―Estábamos revisando el contrato, señor Ayutthaya ―responde el aludido―. De hecho, ya estaba a punto de firmarlo.
―Pero no puedo firmar... ―empiezo.
―¡Basta, basta! ―resopla el recién llegado, interrumpiendo―. Entiendo que quieras leerlo con calma pero podrás hacerlo después. Ahora, haz el favor de prepararte. ¡Vamos, deprisa!
«¿Por qué nunca consigo terminar las frases?».
El director me coge del brazo, haciendo que me levante. Salimos al pasillo y nos dirigimos hasta una habitación estrecha y abarrotada donde hay una pared con espejos, perchas con ropa y cantidades ingentes de maquillaje.
―¡Tenemos una emergencia! ―grita el director mientras me sienta. Para ser un hombre de complexión pequeña es realmente enérgico.
Me rodea un grupo de estilistas que comienza a maquillarme y peinarme con tanta sincronización y eficacia que, de existir una categoría, ganarían el oro en las olimpiadas. Cuando por fin vuelvo a ver mi reflejo me sorprende a mí mismo ser tan atractivo.
«¿Chai, en qué lío te has metido?»
Miro alrededor. Si soy rápido podría alcanzar la puerta y escapar corriendo sin que me atrapen. Me levanto, dispuesto a seguir el plan, pero una mano me sujeta del brazo. Reconozco ese agarre antes de ver al autor.
―¡Muévete, chaval! ―el director vuelve a llevarme a rastras a través del gentío. Realmente está en buena forma.
―¡Espere! ―comienzo a decir con dificultad mientras le sigo. Vamos esquivando personas bastante rápido. Atravesamos el pasillo de nuevo hasta detenernos frente a una gran puerta custodiada por dos hombres. Me detengo bruscamente.
―¡Espere! ―repito―. ¡Se han equivocado conmigo! ¡Ni siquiera estoy preparado! ¡Es una locura!
El director me ha soltado el brazo y se ha dado la vuelta.
«¡Aleluya! ―celebro internamente― ¡Por fin me escucha!».
―Verá, esto es un error tremendo...
―Ciertamente, sí se ha cometido un error ―afirma, mirándome de arriba a abajo.
Suspiro, aliviado.
―Llevo un rato queriendo decir que no...
―Que no llevas el vestuario más adecuado, sin duda.
―¿Cómo? ―respondo con un hilo de voz. Está claro que no me está entendiendo. Creo que voy a terminar visitando a un psicólogo después de todo esto.
―¡Eh, tú! ―exclama mi acompañante, acercándose a uno de los hombres que guardan la puerta―. Necesito que me dejes esto ―explica mientras comienza a quitarle la chaqueta―. Es un asunto urgente, te aseguro que estás salvando la serie. No voy a olvidar este inmenso favor.
El recién nombrado héroe, y yo, nos dedicamos una mirada confusa, mientras el director le quita la prenda y comienza a ponérmela con profesionalidad impecable. Incluso sacude un polvo invisible de los hombros y me recoloca las mangas. Después, se apresura a quitarme la placa dorada que seguía llevando y la esconde en uno de los bolsillos interiores.
―Mucho mejor ―comenta, evaluando su propia obra y ajeno a mi desesperanza―. En cualquier caso no tenemos tiempo para nada más. Todos esperan y la prensa se está impacientando.
Mil nuevas preguntas emergen en mi cabeza como un huracán pero no puedo formular ninguna porque, en ese momento, el director abre la puerta y me lleva tras él.
Pobre Chai, nadie le escucha. Pero, oye, ha conseguido sesión de maquillaje profesional y una chaqueta (aunque sea prestada) ¿Te gustaría verte en esa situación?
Me encantaría que te animes a comentar y a dejar tu voto ♥️
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