15. Favor entre amigos
Arthit teclea con rapidez, transfiriendo toda la información útil que ha encontrado a un usb.
Colarse en el despacho ha resultado más sencillo que hackear el ordenador; ese maldito dispositivo estaba más protegido de lo esperado. Tamborilea los dedos con nerviosismo sin dejar de observar la barra de carga: ¿por qué va tan despacio?
El reloj en la muñeca comienza a vibrar lo que significa que alguien acaba de activar el sensor escondido al inicio del pasillo.
―¡Mierda! ―murmura.
Comienza a borrar su rastro apresuradamente. Apenas tiene tiempo de levantarse cuando la puerta se abre, dando paso a Goya. Lleva un elegante traje color marino, con camisa blanca. El hombre se detiene, mirando interrogante al empleado que ha invadido su área de trabajo.
―Buenos días, señor ―saluda el intruso, haciendo una inclinación―. Acabo de traerle café.
El empresario arquea una ceja y se acerca al escritorio, tomando el recipiente.
―Le dejo trabajar.
Arthit camina apresurado a la salida. Una voz tras él hace que se detenga.
―Espera.
El joven se tensa, apretando la mano de manera inconsciente. Voltea sobre los pies, adoptando un gesto inocente.
―¿Desea algo?
Goya se acerca hasta él con elegancia.
―Bebe ―ordena, ofreciéndole el vaso.
―¿Disculpe?
―He dicho que bebas.
Arthit duda un momento antes de tomar el café y dar un trago. El sabor amargo del líquido le hace fruncir el ceño. Sólo lo ha llevado como coartada, no esperaba tener que degustarlo.
―¿Y bien?―pregunta Goya, mirándole con intensidad―. ¿Qué tal está?
―Le falta azúcar.
―¿De veras?
Goya acorta la distancia entre ambos y, sin previo aviso, coloca una mano en la nuca de Arthit, sujetándole.
―Déjame probar ―susurra, clavando los iris en él mientras desliza la lengua con lentitud sobre su labio superior, lamiendo la espuma.
El movimiento inesperado y seductor despierta un calor repentino en Arthit, que queda atrapado en el momento. El cosquilleo termina con un suave mordisco que consigue prender la llama del deseo. Arthit cierra los ojos, abriendo ligeramente la boca para permitir que las lenguas de ambos se entrelacen. La intensidad del beso se intensifica con rapidez. Goya le rodea la cintura con el brazo libre, atrayéndole. El gesto hace que Arthit se tambalee, derramando el café sobre ambos y provocando que se separen, con sorpresa.
―¡Cut!
Kasem y yo comenzamos a reír, uniéndonos al resto del equipo: ponernos perdidos no formaba parte del plan.
―Vamos, vamos, seriedad ―dice el director tras recomponerse―. La toma quedó perfecta. Buen trabajo con la improvisación Kasem, le da más fuerza al personaje. Continuaremos en el mismo punto cuando os hayáis cambiado.
Mi compañero y yo salimos del set y nos dirigimos juntos al vestuario. Kasem Comienza a desabrocharse la chaqueta antes de llegar.
―Me has puesto perdido ―reprocha con cariño.
―Fue culpa tuya, me empujaste hacia ti con demasiada fuerza.
―Puede ser ―los ojos le brillan cuando adopta su característica sonrisa burlona―. Estaba distraído correspondiendo ese beso apasionado. Eres un atrevido.
Las mejillas se me encienden ligeramente.
―¡Mira quién habla! ―me quejo, propinándole un codazo amistoso―. Se suponía que tenías que pasarme el dedo sobre los labios, no llenarme de babas.
Obtengo una risotada como respuesta. Volteo el rostro, fingiendo estar ofendido. El recuerdo de su lengua sobre la piel consigue volver a despertar un ejército de mariposas en mi interior, exactamente igual que mientras actuábamos. ¿Por qué lo hizo? Sentirle tan cerca, viéndome envuelto en su aroma, me hizo olvidar que estábamos frente a las cámaras y, por un instante, todo parecía tan real como el suelo sobre el que camino. Por eso me dejé llevar.
Alcanzamos la estancia habilitada a modo de ropero. Kasem se deshace de la camisa manchada, dándome la espalda. Adoro la manera en que los músculos se marcan tenuemente. Me quedo parado, observándole. Debería reunir coraje y hablar con él sobre lo que siento pero me da miedo precipitarme: ¿y si solo está actuando?
―¿Tienes pensado cambiarte tú también o solo vas a mirar? ―se burla, lanzándome un calcetín.
Esquivo la prenda, azorado al ver que me ha pillado, y comienzo a desvestirme. Tomo aire un par de veces, intentando organizar las ideas. Estoy a punto de hablar cuando Kasem se adelanta.
―Oye Chai. Llevo unos días queriendo preguntarte algo.
―Claro. Dime.
―¿Por qué no me has agregado a tu cuenta de "Insta"?
―¡Claro que lo hice! Durante las prácticas.
―Me refiero a la otra, bobo, la oficial.
―¿La oficial? ¿Qué quieres decir?
―Venga ya, Chai, eres un caso ―se sitúa a mi lado, revolviéndome el pelo―. No me digas que sigues utilizando la cuenta personal en el trabajo.
―¿Qué tiene de malo? ―pregunto, apartándome.
―No puedes dejar que la gente vea tus fotos privadas. Tienes que hacer un perfil artístico, como si montaras un escaparate bonito para los fans.
Arrugo la nariz, valorando las palabras de Kasem mientras me recoloco el pelo con la mano.
―¡Ya sé! ―continua diciendo―. Quedemos mañana y la creamos juntos: pensaremos el nombre y haremos algunas poses chulas. Será divertido.
La propuesta hace que levante mucho las cejas: ¿pasar tiempo a solas? ¿con él? ¡Acaba de sugerir una cita! Un subidón de alegría me desborda, haciendo que me muerda los labios para no empezar a gritar de felicidad como un crío saltando de charco en charco bajo la lluvia. Kasem interpreta mi silencio como una negativa.
―¿No te apetece?
―¡No! O sea, ¡Si! ―carraspeo―. Me parece guay.
Ladea la cabeza, regalándome una sonrisa tierna. Terminamos de vestirnos mientras acordamos los detalles del encuentro y volvemos a la zona de rodaje.
Todavía quedan más de tres horas hasta que terminemos a las que, además, habrá que sumar la charla interminable del señor Ayu sobre la importancia de la puntualidad. Sin embargo, la perspectiva de pasar el domingo con Kasem hace desaparecer cualquier atisbo de cansancio: ¡estoy deseando que llegue mañana!
Compruebo mi reflejo en el espejo por enésima vez, frunciendo el ceño. Una montaña de ropa se esparce sobre el suelo y la cama, como si un vendaval hubiera arrasado el armario.
Vuelvo a chequear el conjunto formado por pantalón holgado negro, camiseta informal de manga corta y chaqueta fina de estilo deportivo en tonos oscuros. Unas combers rematan el look. Todavía estoy algo indeciso pero debería irme ya si pretendo llegar puntual. Me aseguro de haber cogido todo y me dirijo a la puerta. En ese momento el móvil comienza a sonar. El corazón se detiene: ¿y si es Kasem queriendo anular la quedada?
―¿Diga?
―Por favor ―ruega la voz de Kim a través del dispositivo―, dime que estás en casa.
―Si, pero justo iba a...
―¡Gracias al cielo! ¡Acabas de salvarme la vida! ¿Puedes salir fuera un minuto?
―¿Salir? Kim, déjate de rodeos y dime qué quieres.
―Solo asómate, ¿ok? Necesito pedirte un favorcillo de nada.
―Vaaale, voy.
―¡Gracias, gracias! Te debo una muy grande.
Cuelga. Pongo los ojos en blanco: Kim es un amigo intachable pero siempre se las apaña para meterme en líos. Salgo a la calle. Apenas he dado dos pasos cuando una sombra se abalanza sobre mí, rodeando mi cintura en un fuerte abrazo.
―¡Tito Chai! ―exclama radiante la niñita que acaba de asaltarme.
―¡¿Ireshi?! ¿Qué haces aquí?
Miro alrededor, perplejo. No tardo en localizar a mi amigo en la esquina, esperando de pie con la puerta del coche abierta. Todavía tiene el móvil en la mano.
―¡Volveré a buscarla en un rato! ―grita, subiendo al vehículo con la agilidad de un gamo.
―¿¡Qué, qué!?
―¡Te adoro!
Arranca el motor y desaparece sin mirar atrás. Permanezco clavado al sitio, procesando la jugarreta: ¡acaba de dejarme a cargo de su sobrina! Adoro a la pequeña, y he ayudado a cuidarla muchas veces, pero esta tarde era lo peor que podía pasar.
«Kim, eres hombre muerto».
Ireshi cesa el achuchón y se quita la mochila con dibujos de Ladybug, abriéndola. Lleva el pelo recogido en una trenza y un bonito vestido en tonos azules. Tiene ojos oscuros, de mirada despierta. Decenas de pequitas decoran los alrededores de su nariz, otorgándole un aspecto dulce. Es delgadita y nunca para quieta, dos razones de peso por las que suelo llamarla "lagartija".
―Mi tío ha dicho que te diera esto ―dice tomando un sobre del interior―, y que compartamos las chuches que ha comprado; pero yo me pido las de fresa.
Comienza a comer mientras leo el mensaje: Kim se había comprometido a cuidar de la pequeña pero una compañera del trabajo le ha conseguido una cita de última hora con la chica nueva. Cómo no podía desaprovechar la ocasión de conquistar al amor de su vida la única opción que tenía era traer a Ireshi aquí. Después añade varias disculpas y asegura que me devolverá el favor.
Conozco a mi amigo y sé muy bien que no responderá ninguna de mis llamadas en un buen rato. La frustración se abre paso, superando al enojo: últimamente apenas hablamos así que Kim no sabia que había quedado. De habérselo dicho nunca me habría perjudicado. Supongo que no puedo echarle toda la culpa. Suspiro, resignado.
―¿Vamos a jugar a la consola? ―inquiere Ireshi, con la boca llena.
―Claro, pero primero tengo que hablar por teléfono ¿vale?
Ella asiente, obediente. Marco el número de Kasem. Aunque me duela en el alma, lo más sensato es quedarme en casa. El tono se repite sin que conteste. Pruebo un par de veces más con idéntico resultado.
Teniendo en cuenta la hora, lo más probable es que Kasem esté de camino por lo que ya habrá llegado para cuando logre avisarle. Eso implica que le daré plantón y, con toda sinceridad, es lo último que me apetece. Barajo la situación unos minutos. Después guardo el móvil en el bolsillo, decidido.
―Oye, lagartija, mejor iremos a dar una vuelta.
¿Te ha gustado el capítulo?
Me encantará saber cuál ha sido tu parte favorita y también si te está gustando la historia hasta el momento.
Me ayudas mucho si comentas y dejas tu voto. ♥️
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