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EPILOGO - AMAMOS LOS SÁBADOS DE TERAPIA.

EDITADO

Intento seguir con mi vida como cualquier otra persona, comer como si jamás lo hubiera hecho y dormir todo lo que no dormí en estas dos semanas. Dos semanas solamente, ¿increíble, no? Esa noche las pesadillas no vuelven, tampoco los moretones, solo una marca entre mis pechos que descubro cuando me estoy bañando y la herida que me cruza la mano, la cual intento ocultar de mi padre mientras desayunamos antes de ir a la terapia. Ya es sábado, el tiempo pasa bastante rápido.

―¿Cómo has llevado lo de Amy? ―Pregunta mi padre, con pesar en su voz. -Aun no encuentran el cuerpo, e un desgracia -se lamenta.

―Bien, y si ―es mi fría respuesta.

Juan no dice nada más y cuando acabamos de comer, tomamos el autobús para ir al hospital. Durante todo el camino me quedo pensando en lo que ha pasado, y acariciando la herida que divide mi mano. Es bastante profunda y quizás necesite puntos, así que me propongo a hacerlo yo misma cuando vuelva a casa. Ya no tengo miedo de nada, la nube gris sobre mí se ha dispersado y solo me queda un campo abierto, porque no tengo nada que perder, ya lo di todo. No me he detenido a pensar en el funeral, ni en Henry, mucho menos en Joe. Solo puedo pensar en mí, y en que este es mi nuevo comienzo.

<<Has dado el todo por el todo, mortal>>, susurra una voz en mi oreja, o creo que son solo mis propios pensamientos. No lo sé.

―Llegamos ―me avisa mi papá. Me levanto con él y bajamos del autobús para caminar hacia la entrada. ―Si no quieres volver a la terapia, no hay problema...

Me giro para verle.

―Vendré, no tengo problema, es más, creo que me ayudan ―respondo con una pequeña sonrisa, mientras entramos a la salita de espera.

―¿En serio? ―Insiste Juan.

―Sí. Te amo, papá ―le digo y le abrazo.

Él me recibe feliz entre sus brazos.

―Te extrañé mucho ―agrego.

―También yo, mi niña ―responde con cariño.

//

Me levanto de la silla, y le doy las gracias al doctor. Al fin y al cabo sin él no hubiera logrado superar lo de Emma, y tampoco el haberme desecho de todos esos malos hábitos que tenía. He aceptado mi destino, pero no por eso me echaré a la suerte en este mundo, aún tengo planes para mí y para los que me rodean. Abro la puerta del consultorio y me encuentro con una escena que me provoca algo de envidia. La chica del Hospital de reposo está abrazada con su padre, el cual parece ser alguien muy amoroso, de la buena forma. No como el mío. Los observo por algunos segundos, hasta que el hombre levanta la mirada y me mira fijamente, algo confundido.

―Hola ―digo, rompiendo el silencio. ―Luces aun peor que la última vez que te vi, Teresa ―Ella se gira, torpemente, y me mira con la boca algo abierta.

―Tú... ―masculla, y se abalanza contra mí, tomándome de brazo con brusquedad. ―Tengo que hacerte una pregunta―dice angustiada.

-Claro -es mi respuesta.

-¿Quién es Lucas?

Achico mis ojos, pensando en quien podría conocer yo con ese nombre. Después de unos segundos, niego con la cabeza y le digo que no conozco a ninguna persona que se llame así. Su mirada se azul cristaliza de inmediato e insiste en que le diga, porque el tal Lucas me mencionó.

―Espera un segundo, papá ―pide y me arrastra con ella, hacia un lugar algo lejano.

―¿Qué demonios te sucede? ―Pregunto algo confundido.

―No estoy loca ―gruñe. Yo rio un poco ante la afirmación y ella lo nota. ―¿Ves esto? ―Inquiere, levantando la palma de su mano y poniéndola justo en frente de mis ojos.

Un pequeño nudo se me forma en el estómago al reconocer la herida, pero en vez de provocarme miedo o nerviosismo, me salta una risita juguetona. Ella arruga sus cejas al verme riendo y no dice nada, tal vez esperando a que yo lo haga.

―¿No tienes idea de nada, verdad? ¡Él te mencionó! ―Me riñe, con verdadero enojo y las lágrimas a punto de caer de sus ojos.

Yo le miro levantando mi ceja derecha, y posteriormente, levanto mi mano, la cual está cruzada por una herida que ya cicatrizó. La mandíbula de la pelinegra cae un poco y toma mi mano entre las suyas, observándola como si fuera algo que jamás en su vida hubiera visto; pasa su dedo por encima de la cicatriz y sus ojos saltan de los míos a la palma de mi mano.

―¿Y esto? ―pregunta, pero no la entiendo hasta que le veo levantarse su blusa, casi mostrando sus pechos. Luego pone su dedo entre ellos, señalando una marca.

Sorprendido y nervioso, levanto mi camiseta y le muestro la mía, la cual se encuentra a un costado de mi torso. Teresa se lleva una mano a la boca y la otra la pone sobre mi marca, haciéndome dar un pequeño salto de sorpresa; es la primera vez que alguien la toca. La tensión crece, y las palabras junto con las lágrimas parecen atascadas en su cuello y ojos.

―¿También puedo tocar? ―Pregunto en broma, para liberar tensión. Ella me sonríe entre lágrimas.

―No seas imbécil ―responde.

―Le has llamado, ¿verdad? ¿Por qué? ―Pregunto, con curiosidad. Sus labios tiemblan, y sus dedos no dejan de tocar mi marca.

―No le he llamado... ―Solloza.

―De alguna forma lo has hecho ―espeto.

―Es mucho peor. Él me ha llamado y yo he aceptado ―susurra, mirándome fijamente a los ojos. ―Se ha llevado todo lo bueno que tenía en mi vida, y no me di cuenta hasta que fue tarde... ―Continua con la voz rota.

//

Siento la mirada de Tomás en mí, pero sigo mirando su marca, comparándola con la mía. La marca en su mano es igual, y me pregunto que habrá podido pasarle para terminar... así, igual que yo. Quiero preguntarle, pero tengo miedo.

―Al menos ya tenemos más de una cosa en común ―bromea él. Lo miro sin entender, y él, sin perder el tiempo, me explica―: Ambos le hemos vendido nuestra alma a Lucifer a cambio de algo; de paz, quizá de tranquilidad.

―No es gracioso... ¿Cómo sé que dices la verdad? ―Inquiero, con un atisbo de desconfianza. Tomás se baja la camiseta y toma mi mano herida. ―Él..., Él tenía un cuerpo y yo...

―No tengo que decírtelo, no tengo que explicarte que clase de ser es... Pero te diré lo siguiente: lo verás de nuevo, dentro de poco, en cualquier momento le verás con esos ojos de diferente color y la carita infantil. También le vas a ver en sueños y va a lucir aterrador ―mi corazón se acelera con sus palabras, y me fijo en la mancha azul de su ojo. ―Luego, ya no aparecerá más, y podrás vivir tranquila, nada te dará miedo y la marca, junto con la herida, permanecerán sin desvanecerse, ¿entiendes? ―Explica, casi con amabilidad, acariciando mi corte abierto.

―Entonces... ¿Cuándo muramos, nosotros...? ―Balbuceo, conteniendo las lágrimas.

―No pienses en eso, solo vive el hoy, lo que hiciste hecho está, ¿entiendes? ―interrumpe, abriendo sus ojos.

Asiento, frunciendo mis labios con fuerza, pero no la suficiente, ya que mis lágrimas empiezan a salir.

―Ya no llores ―me consuela él. ―Solo debes hacer como que todo esto no pasó jamás, y así vivirás tranquila.

―¿Cual es tu nombre completo? ―Me atrevo a preguntar.

―Tomás Hill ―responde él.

―¿Teresa Meyer? ―Pregunta con voz fuerte el terapeuta.

Ahondo un suspiro y Tomás hace su mejor esfuerzo por sonreír, aunque puedo notar como en sus ojos también hay angustia y dolor, luego, se aleja de mí y camina lejos con rapidez. Me quedo un momento más pensando en sus palabras, preguntándome cómo fue su historia, si fue parecida a la mía, o peor.

―Ya es momento ―habla mi padre, y pone su mano sobre mi hombro.

―Claro ―respondo, y camino junto a él hasta el consultorio 6. Mi consultorio.

Una vez adentro, tomo lugar en una cómoda silla delante del doctor Meyer.

―¿Cómo te sientes? ―Pregunta amablemente, mientras yo me distraigo con el reflejo de algo en el vidrio del armario, que se encuentra detrás del terapeuta.

-Un gusto, soy Lu -susurra una voz melodiosa y masculina.

Todo parece volverse silencioso, y distingo la forma humana de un chico: cabello blanco y ojos brillantes de diferente color. Me sonríe y yo me quedo mirándolo también. Es él: Lu, Lucas, o como sea que quieran llamarle.

Yo prefiero no mencionarlo.

¡Gracias por leer mi historia!

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♥Si les interesa saber cual fue la historia de Tomás Hill, la pueden encontrar en mi perfil. Se llama "HETEROCROMÍA".

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¡HASTA LA PRÓXIMA!

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