CAPÍTULO 33 - ¡NADIE LE RECUERDA O YO ESTOY LOCA!
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Cuando despierto, me encuentro envuelta en sabanas rojas, sobre una cama tres veces más grande que la mía, y en un cuarto que casi es el doble de mi casa. A mi nariz llega un aroma picante, y cuando me remuevo entre las sabanas, siento un malestar en todo el cuerpo. Observo la estancia, y si apenas se me acelera el corazón es mucho. Siento como si no tuviera nada más que temer, ya no tengo nada que perder. Me levanto y camino, y el suelo se siente tibio. Avanzo a pasos cortos hasta la puerta, y cuando la paso, la gran sala me recibe, totalmente vacia. Camino arrastrando las sabanas, buscando tímidamente a alguien: a Lucas...
—¿Te contaron como estaba Amy cuando la encontraron? —Habla alguien, y la piel se me eriza por completo.
Es una voz que reconozco y a la vez no. Me giro buscando al portador de aquella voz, pero me encuentro con algo que acelera mi corazón sobremanera. En un lado de la gran sala, en una esquina apartada, veo dos cuerpos, uno de ellos desparramado en el suelo, y otro encima. Camino con pasos muy lentos y achico mis ojos, intentando ver a través de la tenue luz que ilumina todo.
—No —es mi corta respuesta.
Oigo una risa por parte del extraño, y ésta me parece familiar. Cuando ya estoy lo suficientemente cerca, identifico con horror, que uno de lo cuerpo es el de Lucas y el otro... ¡El otro es el de Amy! Me llevo las manos a la boca, intentando ahogar un grito de terror.
—Lucas... —balbuceo confundida. —¿Qué le has hecho? —Musito, sintiendo como me ahogo con mi propio miedo.
Intento girarme para encarar a quien sea que este hablándome, pero tengo temor de enfrentar lo que sé que es verdad: de que Lucas jamás fue Lucas, y de que Amy está muerta, por qué Lucas la secuestró y la mató. Que ella tenía razón, y que jamás estuvo loca, y que yo tampoco lo estoy. Pero ya es demasiado tarde.
Observo al que prefiero seguir creyendo que es Lucas, y me fijo en su rostro, ligeramente más infantil que antes, con mechones de cabello cayéndole por la frente y los ojos de colores extraños: uno verde y otro miel. Se acerca a mí, y me toma de las manos con delicadeza, luego junta nuestras frentes.
—Mantener ese cuerpo fuerte fue bastante difícil, aunque lo de Amy fue una imprudencia, lo admito —susurra—. A veces me es difícil controlar mi enojo —ríe, tomándome de la mano.
Le observo directamente a los ojos, y la imagen de la chica de falda y zapatos de charol viene a mi cabeza. <<Es la chica del cabello blanco y los ojos de colores...>>. No respondo. Mi cuerpo se tensa completamente, ya que sé exactamente a que se refiere. Entonces a mi mente viene el pelinegro, Tomás, y comprendo esa mirada tan extraña que me ofreció esa mañana. La chica y Lu...cas, siempre fueron la misma "persona".
—Demonios —maldice—como odio todo el ritual, pero es necesario —no entiendo a lo que se refiere hasta que me toma de la muñeca y con su uña, increíblemente afilada, atraviesa de lado a lado la palma de mi mano, que comienza a sangrar de inmediato.
Gruño en respuesta al dolor que me provoca la herida. Le miro fijamente, hipnotizada por sus ojos, y mientras la sangre escurre, sello todo poniendo una equis sobre mis labios. Él sonríe de oreja a oreja, y ver esos caninos afilados, me hace recordar que todo esto no ha sido mas que un juego macabro para quien sea que tenga en frente. Por algunos segundos creo firmemente que todo es un sueño, y que algo así no pasa en verdad, pero en el fondo, sé que si.
—Gracias —atino a decir, faltándome el aliento.
—Salúdame a Tomás —responde, acercando su cara a mí para darme un beso que me escose en los labios.
—Si —musito débilmente, mientras comienzo a ver todo borroso.
Nada. Eso es todo, nada. Sin un cuerpo, sin un alma. Alguien se cruzó en mi camino y ¿me lo robó todo? O... ¿nunca he tenido nada? Tal ves el agua que me cubre ahora junto a la blancura infinita no sea mas que un sueño del que voy a despertar. Me imaginé que todo sería un poco más traumático, pero no ha sido así. He entregado el todo por el todo, soy consciente de que jamás se puede ser el mismo. Y también de que jamás podré contarle nada a nadie, de que cuando muera... yo ya no pertenezco, nunca lo hice y siento como si hubiera nacido para esto, y está bien. Ahora estoy en paz, puedo decir que feliz, pero sigo con un vacío dentro de mí.
Supongo que es el precio a pagar por todo esto.
Es cuando me despierto en mi cama que siento el peso angustiante de haber cometido un gran error. Cuando abro los ojos, me encuentro con mi cuerpo siendo azotado por un dolor indescriptible que hace que me queje. Me duele todo, las piernas, el vientre, las entrañas, la cabeza... comienzo a temblar asustada, y grito el nombre de mi padre, que corre a auxiliar me de inmediato. Al verme su cara se desencaja y, angustiado, me toma en brazos e intenta llevarme al hospital. Me niego: un examen revelaría la procedencia de todas mis magulladuras, y no podría explicarlas.
—¿Y Lucas? —Pregunto en un tonto impulso de comprobar si todo ha sido un sueño.
—¿Lucas? —Responde él, arrugando sus cejas. —No sé, no recuerdo a ningún Lucas...
Me llevo las manos a la cabeza, y suspiro algo aliviada. La mano me escose y la miro, y con horror me fijo en la gran marca que la divide. La sangre se me drena por los pies. ¿Ha sido un sueño? Me levanto a pesar del dolor y le pido a mi padre que me deje sola. Me meto a la ducha y poniéndome cualquier cosa, me dispongo a ir al colegio para preguntar. Durante todo el proceso mi corazón late agitadamente y no puedo para de hurgar en la herida de mi mano.
El sol de medio día castiga mi piel, que empieza a arder. Cuando llego a la puerta del colegio, me excuso con que necesito hablar con algún profesor.
—Claro —responde la secretaria, mirándome extrañada. —Pase —me indica.
Casi corro por los pasillos y, en medio de la desesperación y ansiedad por saber si todo ha sido un sueño o no, entro abruptamente al salón. Respirando agitadamente, el maestro para la clase y todos me observan con sus gestos fruncidos.
—¿Dónde está Lucas? —Pregunto. Todos se comienzan a mirar entre ellos.
Veo a Joe levantarse y caminar hasta mí.
—Deme un momento, profesor Lavigne —se disculpa Joe y me toma del brazo, para sacarnos del aula. —¿Qué te sucede? ¿De qué hablas?
—Es imposible —sollozo. —He hecho algo horrible —jadeo, cubriéndome el rostro con las manos. —¿Y tu herida...?
—¿Qué herida? —Pregunta confuso—. Ah, ya estoy mejor, gracias por preguntar...
—Parker, por favor regrese a clases —le manda el profesor. Joe me mira y sonríe.
—Nos vemos después, Teresa —se despide.
Me quedo de pie durante un rato, y poso mi mirada en Lana, que se gira para mirarme, y luce completamente radiante, tan diferente a la Lana que había visto en el hospital.
—¡¿Alguien recuerda a Lucas?! —Exclamo.
La confusión general me da a entender que no, que nadie sabe nada. O tal vez nadie quiere decir nada. ¿Cómo voy a saberlo yo?
***
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