CAPÍTULO 18 - ¡ABSURDO!
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—Estoy muy nerviosa —susurro. Joe toma mi mano, y enciende el auto.
No puedo parar de pensar en cómo será estar en un lugar así, ni en cómo se verá Amy. ¿Y si Lucas tiene razón y no debe ir a un sitio como ese? Pero sé que si no voy, perderé para siempre a Joe y a Amy. Debo saber que sucedió en la fiesta, y si eso involucra a Lucas de alguna forma, estoy dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias.
Una emisora cualquiera empieza sonar, aun así no parezco estar más calmada. El corazón me late muy fuerte, mientras Parker conduce en silencio. Un terror comienza a hacerme temblar y grandes lágrimas salen de mis ojos. Lloro, angustiosamente, en silencio. La carretera se extiende ante nosotros, y su soledad abrumadora me cala los huesos. Aún tengo el uniforme, no fui capaz de aguantar tanto tiempo y menos probar bocado, los nervios no me dejaron.
—Llegamos —avisa el pelinegro, estacionándose. —No llores, Tere, todo va a estar bien... —Intenta calmarme, a lo que yo asiento y me seco la cara con mi sudadera.
Abro la puerta del auto, y el gran edificio blanco me encandila un poco los ojos. Avanzo del lado de Joe, hasta llegar a la recepción: el color blanco nunca antes me ha causado una sensación de estrés como ahora.
—Siéntate, yo te aviso cuando podamos entrar —ordena, y yo, me alejo, para hacerme en la sala de espera.
Saco mi móvil e intento distraerme. El aire acondicionado alivia un poco el calor que siento, pero no los temblores que me atacan, cada vez, con más fuerza. A lo lejos, Joe habla con la recepcionista y está le responde cosas que no logro escuchar. Después levanta su mano y me hace una señal para que me acerque y así lo hago. El sonido de mis zapatos retumba, rompiendo el silencio casi absoluto que hay en el lugar.
—Vamos —murmura y me toma por el brazo.
Subimos unos escalones y caminamos por un pasillo largo, con paredes pintadas de blanco. Respiro aliviada cuando me doy cuenta de que no luce tan siniestro como los hospitales psiquiátricos del cine, pero aun así estoy consciente de que sigue siendo una clínica de reposo. Joe hace que nos detengamos en frente de una habitación y abre la puerta. Una chica con el cabello castaño y largo, se remueve entre las sabanas y cuando se sienta sobre la cama, reconozco los finos rasgos, aniñados, de Amy Blake. Está vestida con unos pantalones azules y una camisa negra de tiras.
—¡Teresa! ¡Joe! —Exclama, y salta del aposento para rodearnos con sus delgados brazos. —Los extrañé mucho... —Susurra.
El aroma de su cabello hace que, dentro de mí, algo se revuelva y empiece a llorar. Le abrazo con fuerzas y ella me abraza también. No decimos nada por lo menos por un minuto y medio.
—Vengan —solloza, y nos abre espacio en su escritorio.
Todo está arreglado tal cual el dormitorio de una adolescente normal. Suspiro tranquila por eso.
—Amy, traje a Teresa para que le hables de lo que me dijiste a mí que paso... —Interrumpe Joe, y Amy, algo alarmada, le mira.
—Me gustaría hablarle a solas —dice ella, mirándome fijamente.
Joe asiente y sale de la habitación.
—¿Cómo estás? —Pregunto tomando su mano.
—Mejor, me moría por hablarte... —Responde, sonriéndome. Yo le correspondo la sonrisa. —No nos dan mucho tiempo de visitas, pero hacerte una pregunta que tal vez te suene muy extraña—se corta, y yo levanto mis cejas, expectante.
—¿Si...? —Insisto.
Amy muerde su labio, y acerca su cara a la mía.
—¿Crees en los seres sobrenaturales? —continua con voz temblorosa, y los ojos cristalizados.
—¿Fantasmas? —Pregunto, conteniendo el aliento.
—Demonios —comenta.
Me llevo las manos al rostro, confundida por la naturaleza de la pregunta. ¿Demonios? ¿Qué? ¿QUÉ?
—¿Qué? ¿Demonios? —Pregunto, entrando en una confusión inmensa. —¿Por qué... de qué hablas?
—No sé qué bebí, pero no quería estar involucrada en eso... Al otro día sentía como todas las miradas estaban en mí, como si me juzgaran... —solloza angustiada. —Le he dicho esto al médico, y lo que me dice es que es una forma de afrontar lo que me pasó... ¡No es cierto! No me mires así, por favor.
—Sabes que lo que me estás diciendo es... ilógico, ¿verdad? —Respondo, intentando no sonar muy inquisitiva.
—Lucas no es normal... No es...
—No es... ¿Qué? —Susurro.
—Lucas no es humano —espeta entre dientes, acercándose a mi rostro. —Y esa no era una fiesta normal, si hubieras ido...
Una brusca sensación de calor se apodera de mi cuerpo. Quiero creer que no es enojo, pero mientras más segundos pasan, más fuerte se hace. ¿Lucas? ¿QUÉ? Una risa sale de mis pulmones en forma de carcajada. Por segundos indefinidos rio y rio, mientras Amy abre sus ojos, mirándome fijamente.
—¡Eso es imposible! —Le reto, sintiendo como una sensación de fastidio me invade. —¿Cómo estás tan segura?
—Solo lo sé... —vuelve a decir, con tono bajo y lastimero. —¿Qué te sucede? El extraño acá es Lucas, era su fiesta... Solo te estás fijando en...
Su gesto se relaja, y suspira, conteniendo el aliento.
—Sabes que eso no puede ser verdad, estás enferma, Amy, no está bien que...
—Claro —añade con decepción, interrumpiéndome —Será mejor que te vayas, Teresa. Gracias por venir.
En ese momento entra Joe, y yo me levanto. Le miro con desdén y salgo de la habitación.
—¿Qué sucede? —Oigo minutos después, cuando al fin estoy fuera de ese lugar. Me giro y veo a Joe, con las llaves del auto en su mano.
—¡No me hables! Llévame a casa, ahora mismo —espeto, fieramente.
—¿Por qué esa mirada? ¿Por qué me ves así? —Inquiere, acercando su cuerpo al mío.
—¿Demonios? ¿Tú sabías de eso? —La mirada que tiene ahora mismo en su rostro lo delata: si lo sabía. —Por Dios, es mi amiga, pero creo que estar allá dentro es el mejor sitio donde puede estar ahora. ¡Está loca de verdad! Y tú —le señalo—, le estás apoyando en esto, le haces daño alentándola en esas creencias absurdas.
El camino de vuelta fue silencioso e incómodo. De reojo miro a Parker, con un perfil serio y los ojos negros fijos en la carretera. Una mezcla de ira e impotencia ante todo esto me embarga. Sé que hay algo mal, pero no sé qué es... No sé cómo averiguarlo. Cuando al fin me deja en mi casa, salgo de su auto sin decir nada. Oigo el sonido del motor alejarse, y cuando entro a casa, el olor a comida me recibe.
—Hola, cariño —saluda mi padre. Sonrío y me tiro en el sillón.
—Hola, papá —saludo. —Estaba visitando a Amy, la verdad no tengo hambre... —Comento. Juan frunce el ceño y deja un plato sobre la mesa.
—Debes comer, estás adelgazando mucho.
Levanto mi cara, e intento contener mi frustración para no acabar peleando.
—De verdad, papá, no tengo hambre, lo comeré en la cena —concluyo, y me levanto para darle un beso en la mejilla. —Te amo...
—También yo, Tere —musita.
Rápidamente camino hacia mi cuarto, y me encierro en el. ¡Y luego la loca soy yo!
***
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