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CAPÍTULO 61

Casa en los límites de Villahermosa:

Rogelio no veía la hora de llegar al sitio donde tenían a Paula. Con impaciencia golpeaba la puerta de la camioneta y lo hizo así durante todo el camino. José estaba cansándose de su desesperación y juraba por lo bajo infinidad de apelativos ofensivos. Raúl divisa la casa y los alerta de que se calmen porque sería peligroso que los escucharan.

A varios metros de la propiedad, se bajan y se dividen. Los gemelos se adelantan y el resto espera un poco para seguirlos y por estrategia se quedan escondidos detrás de los árboles.

Los gemelos alistan sus armas al notar que únicamente se encontraban dos guardias frente a la casa. Colocan el silenciador y Adrian dispara dejando herido de muerte a uno de los hombres. El otro se asusta y saca su pistola mientras se va a refugiar en la casa. Adrian lo alcanza y lo hiere en el hombro.

Hombre: (tirado en el piso), ¡Esperen, por favor!, yo soy inocente.

Adrián: ¡Sí claro!, y debo suponer que no tuviste nada qué ver con el asesinato del señor Mendoza, a manos de tu jefe James Clayton, ¿verdad?

Hombre: Sólo seguimos órdenes, al igual que ustedes.

Adrián: Bueno, pues es una pena que por esas órdenes, tu vida termina en éste momento.

El hombre grita de pánico, pero antes de que Adrián apriete el gatillo, una bala le da en el estómago y cae al piso desangrándose rápidamente. Su hermano Pablo corre al verlo herido, al igual que Rogelio y Raúl, sin embargo una serie de disparos los obligan a tirarse en el suelo y miran a todos lados tratando de localizar al asesino.

R: ¿Eres tú James?

James: (aún escondido), Te advertí que me dejaras terminar lo que había venido a hacer, pero quisiste hacerte el héroe y ahora tu mujer está a nada de morir.

R: ¿Qué le hiciste malnacido?

James ya no responde, pero Rogelio alcanza a escuchar ramas rompiéndose debido a las pisadas de una sola persona que echó a correr hacia el bosque. Él se levanta e intenta seguir a quien quiera que esté escapando, sin embargo Raúl lo detiene y manda a Pablo tras el sujeto.

R: ¿Por qué carambas me detienes?

Raúl: Escuché un quejido proveniente de la casa y además el que se echó a correr no era James.

Rogelio no prestó atención a lo último porque al oír sobre el quejido, entró a la casa, pero se quedó estático al ver a su hermana tirada en el piso con la ropa desgarrada, apenas cubriendo su cuerpo con una camisa de hombre, sin embargo lo peor fue ver que en sus piernas habían rastros de sangre y no tuvo qué pensarlo mucho para saber a qué se debía.

La impresión y la rabia lo mantuvieron pegado al piso. Raúl entra y al verla recoge la manta que está a un lado y le cubre las piernas. Cynthia mira a su hermano y le sonríe de forma despreocupada.

Cynthia: Cierra la boca hermano, no fue tan malo como parece, (Rogelio no responde).

Raúl: ¿Dónde se encuentran la señora Montero y el otro hombre?

Cynthia: (sin apartar la vista de Rogelio), Se escaparon, pero Ricardo está muy lastimado y Paula cojea porque se torció el tobillo... Unos hombres de James fueron tras ellos y seguramente ya los habrán alcanzado.

Raúl: (se levanta y se acerca a Rogelio), Adrián está muerto y Pablo sigue tras el hombre que huyó... César y José fueron a vigilar los alrededores como acordamos, pero ahora que sabemos que su esposa y su concuño escaparon, tenemos que buscarlos antes de que los encuentren los matones de James. Yo voy avisarles a mis compañeros, usted cuide de su hermana, (Rogelio sigue sin responder, y él habla en susurro), señor, la señora Cynthia necesita su apoyo. Ella parece fuerte, pero si usted no consigue quitar esa expresión de su rostro, la hará sentir mal.

R: Es que esto es más de lo que me imaginé... No sé qué tengo qué hacer.

Raúl: Sólo cuídela.

Cynthia: Seguramente mi hermano desea ir por su esposa, así que lo mejor es que los dos se vayan.

Raúl: ¿Cuántos hombres están con James?

Cynthia: Yo sólo vi cinco tipos. Creo que tres se fueron tras Paula y Ricardo, y los otros dos estaban afuera junto con James.

Raúl se agacha para acercarse a la puerta y observa hacia afuera tratando de visualizar algún movimiento o escuchar un ruido que delate la presencia de los matones o de James, pero no logra percibir nada.

Raúl: Lo más probable es que huyeran al pensar que veníamos con más gente.

Cynthia: James no está bien de la cabeza, por eso no te confíes y dirige a tus hombres hacia la carretera. Paula y Ricardo van hacia allá.

Raúl: (mira a Rogelio), ¿Quiere ir a buscar a los demás para avisarles del cambio de plan, o voy yo?

R: Creo que... iré yo.

Tras decir esas palabras, Rogelio sale de la casa sin dedicarle una mirada a su hermana. Raúl se coloca bajo la ventana y mantiene su mirada en cada parte que alcanza a percibir del bosque.

Cynthia: Debe ser terrible para mi hermano el verme de ésta manera. Es un hombre orgulloso, y yo soy una cualquiera que siempre lo ha avergonzado.

Raúl: No es vergüenza lo que siente, pero no está preparado para afrontar lo que pasó con usted.

Cynthia: Y por eso prefirió arriesgase a salir de la casa, sabiendo que hay tres matones allá afuera, ¿no?

James: Él está más seguro allá afuera que ustedes.

Raúl y Cynthia voltean y se encuentran a James parado en el marco de una pequeña puerta trasera.

James: El color y la escasa luz esconden perfectamente esta entrada... Eso es frustrante para un escolta, ¿no es así señor?, (apunta la pistola hacia Cynthia), por el bien de la señora, deje su arma en el piso y patéela hacia acá.

Raúl hace lo que le indican y enseguida James dispara dos veces haciéndolo caer hacia tras en aparente estado de muerte. Luego se dirige hacia Cynthia y se inca a su lado, dedicándose a mirarla sin demostrar qué pensamientos pasan su por cabeza. Ella intenta levantarse para ir hacia Raúl, pero James la regresa al suelo de un jalón.

Cynthia: (grita), ¡Si vas a matarme hazlo de una maldita vez!

James: Lo voy hacer. De eso no te quepa duda, pero antes tengo que entregarte algo, (de su pantalón saca una cajita y la abre dejando ver un hermoso anillo de amatista), no pensaba cumplir con lo que aquél hombre me pidió, pero recuerdo que dijo que si te lo daba, al menos conseguiría una parte del perdón, y después de todo lo que ha pasado en estos días, sé que voy a necesitarlo.

Cynthia toma la caja con manos temblorosas y sus ojos derraman lágrimas de dolor. Con devoción saca el anillo para colocárselo en su dedo y lo besa con amor... James se levanta y le apunta con el arma.

James: ¿Estás lista?

Cynthia: No lo sé, pero no creo que en verdad te importe.

James parece dudar, pero al cerrar los ojos aprieta el gatillo y sale de la casa en busca de Rogelio.

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Paula estaba a punto de llegar a la carretera, cuando un intenso dolor en su pierna izquierda la hace caer al suelo. Al tratar de incorporarse observa que tiene un rozón de bala y cortando un trozo de su blusa, lo enreda con fuerza para detener la sangre... Uno de los hombres de James se acerca riéndose de ella.

Hombre: ¡Eso te pasa por estúpida!, (la levanta de un jalón), ahora vamos a buscar al otro imbécil porque a él sí tengo que matarlo.

Paula se sorprende por el hecho de que no encontraran primero a Ricardo, pero se mantiene en silencio por si logró esconderse.

Metros adelante ven a James dirigiéndose hacia ellos.

James: Bueno, al menos tenemos a la gallina de los huevos de oro.

Hombre: Así es, y por seguridad nuestra, será mejor que la obligue a transferir el dinero de una vez.

James: En este lugar es muy difícil que haya señal.

El hombre se enfurece y avienta a Paula al suelo para apuntarle a James.

Hombre: Ya estoy harto de tantos peros y como yo encontré a la mujer, he llegado a la conclusión de que no lo necesito más.

James: ¡Supongo!, pero se te olvida algo.

Hombre: (¿?), ¿Qué cosa?

James dispara el arma que traía escondida en su pantalón y el hombre cae muerto al instante. Paula lanza un grito de horror que es escuchado por los hombres de Raúl y por Rogelio, que corre hacia el lugar con el corazón latiéndole a mil por hora.

Paula intenta escapar, pero él la golpea con la pistola y aunque no pierde el conocimiento, si queda atontada y esto lo aprovecha para casi arrastrarla unos metros, sin embargo divisa a los dos hombres de Raúl y comienza a dispararles. Enseguida aparecen sus dos últimos refuerzos y mientras ellos se enfrascan en una batalla par contra par, James y Paula corren para resguardarse de las balas. Corrieron un gran tramo, y se detienen al no escuchar más disparos. Paula se deja caer y James permanece alerta. Habían regresado al inicio del bosque, por lo que los árboles los mantenían ocultos, pero James no dejaba de recorrer el lugar con su mirada y agudizó su oído por si percibía algún ruido. En un momento en que él se distrajo, Paula se levanta y corre lejos. Al principio James la deja escapar, pero después camina tranquilamente y apunta hacia su cabeza.

Paula tropezaba constantemente y aunque corría con todas sus fuerzas, no había avanzado lo suficiente como para que la perdiera de vista. James se prepara para disparar, pero la bala de otra pistola le atraviesa el antebrazo y adolorido tira su arma. Paula voltea y ve como James se aprieta el brazo sangrante y de repente escucha una voz anhelada y dirige su mirada hacia su dueño.

Rogelio está de pie frente a ella. En todo momento que escuchó los disparos, miles de escenarios se presentaron en su mente y sólo rogaba porque su esposa estuviera a salvo, sin embargo, ahora que la tenía frente a él, (y sana dentro de lo que cabe), tenía que mantener su atención sobre James, aunque lo que deseaba era resguardarla en sus brazos, pero Paula no es consciente del peligro y se lanza a abrazarlo, llorando de amor y de alivio.

AP: ¡Amor!, rogué tanto porque vinieras, pero a la vez tenía mucho miedo de lo que ese hombre pudiera hacerte.

R: Yo también tuve miedo de perderte, pero gracias a Dios ya estás conmigo.

Rogelio la abraza con desesperación y finalmente llora de felicidad por tenerla a su lado. Después de regalarse un instante de alegría, Rogelio termina el abrazo y se dirige a James que aún estaba atento a su herida.

R: ¡Vete Paula!, James y yo tenemos un asunto pendiente.

AP: ¿Qué asunto?

R: Él sabe bien de qué se trata, (James se sonríe, pero evita mirarlo a la cara).

AP: Viste a Cynthia.

R: Sí.

AP: Entonces estás consciente de que es prioritario llevarla a un hospital y también tenemos que buscar a Ricardo.

R: (se tensa), ¡Me lleva!, se me estaba olvidando que Cynthia dijo que se fueron juntos, ¿qué pasó Paula?

AP: Casi no podía moverse y lo deje a medio camino, (apenada), ¡lo siento!

R: (se acerca y la abraza), No fue tu culpa.

James se estira para alcanzar su arma, pero Rogelio lo ve y se aleja de Paula para apuntarle nuevamente con su pistola.

R: No me obligues a usarla, (James obedece y vuelve a su posición), Paula, ya no falta mucho para que llegues a la carretera. Los hombres de James no se atreverán a acercarse debido a los disparos y yo tengo que..., (suspira), por favor amor, entiende que necesito encargarme personalmente de éste malnacido.

AP: No eres un asesino Rogelio.

R: ¡Confía en mí!

AP: Pero...

R: ¡Por favor!

Paula mira a Rogelio y a James. Éste último le sonríe cínicamente y ese gesto la hace tomar la decisión de hacerle caso a su esposo y se va dejándolos solos.

James: Ella no está a salvo, aunque quieras creer que sí.

R: Ya todo terminó James. Tus hombres no vendrán a ayudarte y después de que te haga pagar lo que le hiciste a mi hermana, te llevaré a la justicia y te enviarán a Estados Unidos y sabes perfectamente cuál es la sentencia para los asesinos como tú.

James: Acaso crees que me importa. Helena está muerta y era la única razón por la que hubiese deseado seguir vivo.

R: (¿?), ¿Dices que está muerta?

James: ¿No te lo dijeron?... Sí, está muerta y murió porque cuando te conoció, empezaste a confundirla con tus estúpidas palabras. Fue por eso que me vi en la penosa necesidad de devolverte el favor.

R: Yo no hice nada. Cualquier cosa que haya sucedido con Helena, es algo que provocaste tú solo.

James: (sonríe), Igual vas a pagar.

James se lanza para alcanzar el arma y apunta a Paula. Rogelio dispara en su mano y evita que lastime a su esposa, pero otro disparo proveniente de uno de los hombres de James, le da en el brazo. Paula gira en el momento en que Rogelio cae herido e intenta regresar, sin embargo es jalada hacia la carretera por un recién aparecido José y la obliga a subirse a una camioneta, (donde también estaba César conduciendo y Raúl inconsciente). Paula hace el intento de bajarse, pero César le informa que están del lado de su esposo y ella se calma, aunque vuelve a alterarse cuando se niegan a regresar por él.

AP: (forcejea y golpea el pecho de José,), ¡Rogelio está herido, déjame ir!

José: Le aseguro que su marido no desea que la regresemos.

AP: ¡No me importa!, quiero que me deje bajar.

César: Ya no tenemos municiones y es posible que haya más sujetos armados hasta los dientes y no tenemos intenciones de morir por una causa perdida. Además, dese de santos de que nos tomamos la molestia de traerla con nosotros.

AP: ¿Y entonces vamos a dejar a Rogelio, a Cynthia y a Ricardo, a su suerte?

José: Lo único que podemos hacer, es llevarla a la policía para que solicite su ayuda.

AP: La policía tardará mucho y ese lunático ya habrá matado a mi esposo para cuando lleguen... ¡por favor!, tienen que ayudarlo.

César y José no ceden y continúan su camino. Paula siguió forcejeando todo el tiempo, pero nada consiguió.

En el lugar donde habían dejado a Rogelio. Otro de los hombres de James se aproxima hacia él. Su brazo sangraba, pero para su fortuna solamente lo hirieron superficialmente, aunque el dolor que dejó la bala era muy intenso y no logró recuperarse a tiempo y el hombre lo sometió con la pistola.

James miraba divertido a su rival y sin poder evitarlo se empieza a reír.

Hombre: (furioso), ¿Qué es tan divertido idiota?

James: Ése ingenuo pensaba que ya había ganado y me dio un sermón como si fuera el héroe de una película... ¡Eso es lo gracioso!

Hombre: Tú tampoco has ganado. Dos compañeros están heridos y los otros dos están muertos, así que doy por terminado cualquier acuerdo que hayamos hecho contigo.

James se carcajea y el hombre se enfurece más y se abalanza sobre él para golpearlo. En el forcejeó James lo apuñala con un cuchillo que traía escondido y la sangre del sujeto le mancha la cara. Rogelio había logrado parar la sangre de su herida, pero James tenía un arma cargada y la suya estaba unos metros lejos. La única opción que tenía era tratar de evadir a James, pero al ver su rostro desfigurado por la locura no lo creía posible.

James: Estoy harto de interrupciones. Ahora mi buen amigo Rogelio, me dedicaré enteramente a torturarte lo suficiente para que cuando llegues al otro mundo, te arrepientas por haber puesto a Helena contra mí.

R: No sé qué habrá pasado en realidad con Helena, y siendo sincero, tampoco me interesa. Los dos vinieron aquí para lastimar a mi familia, y eso es algo que no estoy dispuesto a pasar por alto.

James: ¿Crees que la altanería es lo mejor en estos momentos?... recuerda que el que tiene el arma, soy yo.

R. ¿Y por eso tengo que soportar las idioteces que dices?... si voy a morir, entonces será con dignidad.

James: No será con dignidad. No hiciste nada por proteger a las personas que amas. Viniste aquí con la intensión de salvarlos y no solamente no lo conseguiste, sino que eres el causante de su muerte, (corta cartucho), pero tus errores se van a corregir en el momento en que mueras.

James se prepara para disparar cuando a lo lejos escucha los gritos de dos personas que conoce perfectamente.

Cynthia venía apoyada en el hombro de Ricardo por una herida en su brazo, (él había regresado por ella a la casa).

Al ver sus heridas, Rogelio se levanta y olvidándose de James se acerca a ellos y abraza a su hermana con todas sus fuerzas.

R: ¡Perdóname Cynthia!, no quise comportarme como un idiota y...

Cynthia: ¡Shhh!, no importa. Entiendo lo que sentiste y no te culpo por tu reacción, pero en este momento hay alguien de quien tenemos que encargarnos.

Rogelio se separa de su hermana y la esconde a su espalda de forma protectora. James estaba cruzado de brazos y los miraba con una extraña sonrisa en los labios.

James: (a Cynthia), Lo mejor era que te quedaras en la casa... ¿Van a atacarme entre los tres?, (se ríe), dudo que tengan la suerte que tienen los personajes de ficción.

R: Tu quieres deshacerte únicamente de mí. Entonces me imagino que dejarás ir a mi hermana y a Ricardo.

James: (mira a Ricardo), Mi odio es más grande hacia ti Rogelio, pero no por eso dejo de detestar a mi antiguo amigo. A lo mucho puedo permitirle a tu hermana que se vaya... Aunque no lo creas. Nunca quise que le hicieran lo que le hicieron.

R: Estás en lo cierto, ¡no voy a creerte!, (a su hermana), Cynthia, ve por el camino. A esta hora es posible que encuentres ayuda en la carretera.

Cynthia: No voy a dejarte con ese lunático.

James: ¿Y tú no eres una lunática?

Cynthia: (lo ignora), Su tranquilidad es engañosa. Un loco es más peligroso de lo que te imaginas y no dudará en matarte en cuanto te descuides.

R: ¡Estaré bien, te lo juro!, pero no puedo hacer nada mientras estés aquí.

Ricardo que hasta entonces no había dicho nada, se acerca a James y se coloca frente a él.

Ricardo: Dentro de poco vendrán por ti y lo sabes, por eso no los has matado. Pudiste deshacerte de Cynthia en la casa y no lo hiciste. También pudiste matarme a mí y tampoco diste la orden. Muy dentro de ti, no deseabas llegar hasta este punto.

James: ¿Piensas distraerme para quitarme el arma?... Ricardo, estoy bastante alerta como para que consigas tu objetivo. ¡Mírate!... apenas y te puedes mantener en pie, la loca está igual que tú, y Rogelio no se arriesgará a que una bala perdida mate alguno de ustedes.

Ricardo: No tengo la intención de distraerte. Lo único que quiero es que esto termine sin más muertes innecesarias... Tú mataste a mi padre y te perdono.

James: ¿En verdad me perdonarías?

Ricardo: Sí... de corazón.

James: Entonces de corazón te digo que jamás podré perdonarte.

Dicho eso, James dirige el arma al pecho de Ricardo y le dispara. Él cae fulminado ante la mirada atónita de Rogelio y Cynthia.

R: ¿Qué hiciste maldito?

James: ¡Nada de lo que digan o hagan cambiarán mi decisión!, y él estaba hablando de más.

R: Te dio la oportunidad de largarte y librarte del encierro.

James: Sí, pero de igual manera terminaré justamente donde no quiero estar, y si mi final ya está trazado, al menos me los llevaré conmigo al infierno.

James vuelve a levantar el arma y dispara hacia Rogelio, pero Cynthia se pone frente a su hermano y recibe la herida mortal. El cuerpo de su hermana se hace pesado y los dos caen al suelo. La sangre salió tan aprisa que los manchó a ambos. Rogelio lleva sus manos a su pecho y hace presión para evitar que siga desangrándose, sin embargo sabe que nada puede hacer por ella. Lágrimas de impotencia se escapan de sus ojos y Cynthia las seca con su dedo.

James arroja el arma vacía y se sienta en el piso mientras observa los intentos de Rogelio por salvar a su hermana.

James: ¡Déjala ahí!, ya no tiene remedio.

R: ¡Cállate infeliz y lárgate, ya conseguiste lo que deseabas!

James: En realidad no lo conseguí. De haber sido así, tú serías quien estuviera a punto de morir.

Rogelio quiere levantarse para ir contra James, pero Cynthia sujeta su rostro con sus manos.

Cynthia: No pierdas tiempo y salva a Ricardo.

R: Ricardo está muerto y tú necesitas que te lleve al hospital.

Cynthia: ¡Míralo bien!, aún está respirando y no está sangrando tanto como yo.

Rogelio lo mira y ve que bala no dio directamente en el pecho como lo imaginó en un principio, y apenas y salía sangre, aunque estaba respirando con dificultad.

Cynthia: Si continúas perdiendo tiempo va a morir.

R:¡Pero tú también puedes salvarte!, (desesperado), si consigo encontrar quien me ayude, los podré llevar a los dos.

Cynthia: No te engañes Rogelio. Yo moriré, aunque alcances llevarme al hospital, pero Ricardo tiene más posibilidades de vivir... Él lo merece más que yo.

R: (llora con más fuerza), También tú mereces vivir... Cynthia, eres mi única hermana, por Dios, tienes que resistir, voy a encontrar una manera de...

Cynthia empieza a toser sangre y su temperatura baja rápidamente, pero usa sus últimas fuerzas para incorporarse y mirar de frente a su hermano.

Cynthia: Te quiero mucho, pero ya no deseo seguir aquí, y Ricardo tiene tres motivos para seguir vivo.

R: ¡No me obligues a dejarte, no me lo perdonaría nunca!

Cynthia: (se recarga en su hombro), ¡Debes hacer lo correcto!, sé que es difícil aceptarlo, pero es lo único que está en tus manos.

Rogelio termina aceptando su petición y le da un beso prolongado en su mejilla. En los dos se puede apreciar las lágrimas que surcan sus caras. James los miraba con esa expresión extraña que siempre le dirigía a Cynthia, pero después se voltea para darles la espalda.

Rogelio acuesta suavemente a su hermana sobre el suelo y besa por última vez su frente. Como si tuviera una pesada losa en su espalda, se levanta y sujeta a Ricardo. Antes de iniciar su marcha, se acerca a James y lo mira con una serie de sentimientos de los que no tiene idea cuál es más fuerte, (si el odio, o la lástima). No dice nada y finalmente se va con Ricardo.

Cada paso era aún peor que el anterior. En verdad deseaba salvar a Ricardo, pero no puede evitar lamentarse por lo que está dejando atrás y las lágrimas se hacen mucho más abundantes.

Caminó por minutos, (u horas... no lo sabía). Cuando siente que sus piernas ya no soportarán más, varios vehículos policiacos y dos ambulancias le dan alcance.

Paula baja de una y va a su encuentro. Rogelio entrega a Ricardo a los paramédicos y luego de ver que lo están atendiendo, se tira al piso. Paula lo abraza y lo acuna para darle un consuelo que no conoce, pero que intuye jamás sanará a su corazón.

El sonido de las sirenas se escuchan en el lugar donde estaban James y Cynthia. Ella aún vivía y miraba con un inmenso amor, el anillo de Luis.

James: (se vuelve y la observa), Me sorprende tu fortaleza. Tal vez si se dan prisa logren salvarte a ti también.

Cynthia: No lo harán, y no será porque no puedan, sino porque yo no lo deseo... (lo mira fijamente), lo que a mí me sorprende es que no te hayas escapado... Si te capturan, te enviarán a Estados Unidos y la condena es la muerte.

James: Ya no importa... Es lo que buscaba desde el instante en que secuestré a la señora Montero.

Cynthia: (sonríe), Eres un maldito idiota... Deseas tanto morir que te echaste encima más delitos para que nada te salve, (la tos regresa y se gira para arrojar la sangre por la boca), ¡Dios!, esto en verdad duele mucho. Creo que me están castigando porque la agonía está siendo muy larga, (se incorpora como puede y lo encara), ¿Te digo algo?, (él asiente), aún no será tu hora, ni hoy, ni en unos años.

James: ¿Esa es una maldición que vas a lanzarme?

Cynthia: No, pero sé lo que planeaste, o más bien, me acabo de dar cuenta lo que planeaste... En realidad tú no ibas a matar a nadie y lo supe porque la herida de Ricardo no fue mortal y de no haberme interpuesto entre mi hermano y la bala, sólo hubiera rozado su brazo.

James: ¡Muy lista señorita Montero!, pero cuando mueras, nadie sabrá que cometiste suicidio.

Cynthia: (hace una mueca de sonrisa), Creo que no podré ver a Luis, ¿verdad?

James: Si hay un infierno para los suicidas, entonces sí lo verás.

Cynthia: (abre los ojos), ¿Estás diciendo que Luis también?

James: No puedo asegurarlo, pero no tenía por qué bajar de la camioneta para enfrentarme.

Cynthia: (se acuesta y cierra los ojos), Tonto Luis. Más te vale que estés esperando por mí.

Su respiración se hace más agitada y el color abandona sus mejillas. James no deja de mirarla todo el tiempo que la vida se le escapa.

Cynthia: (casi sin aire), Te encontraras con tu amor cuando pagues por tus errores, así que esfuérzate para que puedas verla.

James: (sonríe), ¡Eres una arpía!, tu muerte hará más largo el momento en que pueda verla.

Cynthia: Esto es mi culpa, no la tuya.

James: Igualmente me condenarán, por eso tendrás qué compensarlo... Si ves a Helena, dile que me de fuerzas para soportar el tiempo que me queda y también dile, que siempre la ame.

Cynthia: Ella lo sabe.

James: (¿?), ¿Qué dijiste?

Cynthia suelta su último suspiro y enseguida la policía llega y arrestan a James. Los paramédicos certifican la muerte de Cynthia y la trasladan al anfiteatro de Villahermosa, donde días más tarde, Rogelio acompañado por Paula la recogen para hacerle el funeral y el entierro correspondientes.

Clínica de San Gabriel, (una semana después):

Vanesa se despierta del sueño en el que estuvo y los recuerdos del accidente se presentan de golpe haciendo que se incorpore buscando ver su vientre y al no encontrarlo abultado, grita de desesperación. Unos brazos la sostienen y una boca reparte besos sobre su cabeza.

Ricardo: Tranquila cariño, él está bien, (coloca su frente en la de ella), ¡Gracias por regresar a mí!

Vanesa: (lo mira sorprendida y lo abraza al mismo tiempo en que se pone a llorar), ¡Estás aquí!, llegué a pensar que ya no volvería a verte.

Ricardo: Por poco y sucede eso, pero gracias a Rogelio estoy contigo.

Sus palabras hacen que lo observe a detalle y se da cuenta de que tiene su hombro con un cabestrillo y su rostro está amoratado.

Vanesa: (asustada), ¿Por qué estás herido?

Ricardo: Han pasado demasiadas cosas, pero éste no el momento de hablar de ellas.

Vanesa: Es que yo quiero que...

Ricardo: (coloca un dedo en sus labios), Mi hermosa dama, obedéceme al menos una vez... Nuestro pequeño no ha podido recibir tu leche y está muy hambriento.

Vanesa: ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

Ricardo: (le sonríe y besa sus labios), Mucho, pero te suplico que no pienses en el tiempo que se ha perdido, sino en éste instante, porque es cuando estamos juntos.

Vanesa: (le devuelve la sonrisa), Tienes razón. Entonces tráeme a nuestro pequeño. Tengo muchas ganas de ver si es idéntico a ti.

Ricardo: Creo que por mala suerte sí, aunque dice Ernesto que irá cambiando su físico conforme vaya creciendo, así que tengo la esperanza de que mejore para que vuelva locas a las mujeres.

Vanesa: Tú eres muy atractivo. De no haber sido de esa manera, nunca hubieras conseguido mi atención y luego, al conocer lo hermoso que eres por dentro, te quedaste con mi corazón.

Ricardo: (la mira intensamente), No ves muy bien cariño, pero doy gracias a tu ceguera porque pude obtener lo que más ansié desde el momento en que te vi.

Vanesa suelta una risa suave y tomando su cara lo acerca para besarlo. Justo en ese instante, María entra cargando al pequeño y Valeria iba agarrada de su mano.

María: ¡Dios santo!, ya de por sí tengo que soportar las melosidades de Rogelio y Paula, como para ahora tener que verlos a ustedes, devorándose como si no hubieran bebido agua en un año.

Los dos se alejan y Vanesa se ríe.

Ricardo: (se pone serio), Tal vez no duré un año sin agua, pero le aseguro María, que llegué a pensar que jamás volvería a besar a mi hermosa mujer. Por eso tengo tanta sed de ella.

Vanesa: (¿?), ¿Qué quisiste decir con eso?... Las heridas que tienes, ¿cómo te las hiciste?... ¿quién te lastimó?, (trata de levantarse), quien quiera que te haya golpeado, pagará por ello.

Ricardo: (recupera su sonrisa), ¡Calma cariño!, ya sé que no te gusta que me maltraten, pero te juro por nuestros hijos que ya pagaron por sus fechorías. Además, sabes que soy bastante fuerte y los dejé peor a ellos, ¿verdad María?

María: Ya quisieras, pero tengo que reconocer que eres fuerte. Ernesto dijo que con las heridas que tenías, cualquiera se muere.

Vanesa: (se altera y lo obliga a mirarla), ¿Hubieras muerto por las heridas?... ¡por Dios Ricardo!, ¿qué te pasó?, ¡dímelo!

Ricardo se levanta lentamente y presiona su costado para evitar soltar un quejido. Vanesa observa atentamente sus movimientos y nota que le duele el torso. Él le pide a María que le entregue a su pequeño hijo y regresa con ella para colocarlo en sus brazos. Por un momento Vanesa se pierde en la mirada azul de su bebé y sus ansias por encontrar su pecho. Ella besa su cabeza y se descubre para que el pequeño se alimente. Ricardo sonríe ampliamente al ver el amor que su mujer le profesa al hijo de ambos. Valeria toma la mano de su papá y le pide que la cargue. María trata de hacerlo, pero la niña se resiste y aprieta más fuerte la mano de su padre.

Ricardo: No se preocupe María. Ya estoy mejor y creo que puedo alzar a mi hija en brazos, (se ríe), más bien, en brazo.

María: Muchacho, tú aún no estás bien y te puedes volver a lastimar.

Ricardo sigue sonriendo y cuidando de no hacer un mal movimiento, alza a Valeria y la acerca a su mamá y hermano. La niña abraza a Vanesa y besa la manita del pequeño.

María: (le susurra a Ricardo), ¿Cuántos calambres estás sintiendo muchacho?

Ricardo: Miles, pero esa imagen vale la pena, ¿no cree?

María: (regresa su vista a Vanesa y los niños y suspira), ¡Está bien!, no te regañaré en ésta ocasión, pero no vuelvas a hacer tonterías o nunca terminarás de recuperarte... Ahora, cambiando de tema, todavía no me has dicho cómo se va a llamar tu bebé.

Ricardo: Estuve pensando en ponerle Roger en honor a Rogelio. Él me salvo y eso permitió que hoy esté con mi familia.

Vanesa: Su nombre es Ricardo Archer Galván, ¡ya lo sabías!

Ricardo: Pero es que Rogelio...

Vanesa: No sé por qué te sientes en deuda con Rogelio, pero empieza a buscar otra manera de pagarle... Mi hijo se llamará como su padre y es mi última palabra.

Ricardo: (exhala aire), ¡Muy bien!, entonces su nombre es Ricardo, pero ya que le debo mi vida a Rogelio, tendremos que hacer otro niño al que sí le pondremos Roger.

Vanesa: (sonríe seductoramente), Yo encantada de hacer más niños contigo, así que dime, ¿cuándo vamos por el tercero?

Ricardo: Si María se ofrece a cuidar a los niños, en éste mismo momento empezamos.

María: (le da un codazo que lo hace retorcerse de dolor), Dudo que tus costillas te lo permitan y aparte Vanesa sigue en su cuarentena.

Ricardo: (se recompone y se une a su familia en un abrazo colectivo), No dude de mi capacidad para aguantar el dolor María. Lo único que me detiene es la cuarentena de Vane, pero en cuanto termine, nada la salvará.

La pequeña Valeria le pregunta a su padre de qué no salvarán a su mamá y esto pone nervioso a Ricardo. Vanesa y María se ríen de su cara roja y se dedican a hacerle bromas jocosas que lo hacen avergonzarse más y más.

En otro cuarto de la clínica:

Dany obligaba a Alejandro a comer. Él no se encontraba muy a gusto con los alimentos que le dieron, y para evitar ingerirlos, hablaba y hablaba de lo orgulloso que se sentía de su esposa por haber conseguido los documentos que movilizaron a las autoridades estadounidenses.

Dany: (con voz seria, pero tranquila), ¡Alejandro!

Alejandro: (le sonríe), ¡Dime!

Dany: La comida se enfría.

Alejandro: ¿En serio?... yo dudo que ese pollo estuviera alguna vez caliente.

Dany: Lo estaba hace más de media hora, pero desde que lo probaste no has dejado de hablar y ahora ya está frío.

Alejandro: (se acomoda en la cama para dormir), No tengo hambre y también estoy cansado.

Dany sintió ganas de arrojarle la charola, pero lo pensó mejor y la deja en el buró. Alejandro cree haber ganado y sonríe, sin embargo su esposa se coloca junto a él y acaricia la piel descubierta de su pecho, provocándole un estremecimiento en cierta parte de su anatomía.

Dany: ¡Sabes!, hace mucho que deseo estar contigo, ¿tú no quieres estar conmigo?

Alejandro: (se incorpora y la atrae más cerca, pero un dolor en la herida lo hace soltarla), ¡Sí quiero!, y Dios sabe que lo deseo mucho, pero apenas hoy me quitan los puntos y Ernesto dijo que estaré de incapacidad por lo menos dos semanas.

Dany: ¡Es una pena!, con eso de que no te alimentas como es debido, tu recuperación está siendo muy lenta, (vuelve a acariciarlo en el pecho), ¡lástima!, tendré que dejar las recomendaciones seductoras que me dio Ana Paula para después.

Alejandro: (cierra los ojos en un intento de controlar sus ansias), ¡No digas esas cosas Dany que me estás poniendo nervioso!... tenemos mucho sin intimidad y eso para un recién estrenado es frustrante.

Dany: (¿?), ¿Recién estrenado?, ¿no habrás querido decir, recién casado?

Alejandro: (nervioso), ¡Sí!, eso es lo que quise decir.

Dany: Retomando la plática, si pusieras de tu parte y empezaras a comer, te recuperarías en menos tiempo y resolveríamos ese nerviosismo que sientes.

Mientras decía eso, Dany le pasa una mano por su pierna y esa sencilla caricia, hace que se haga más evidente el deseo que Alejandro siente por ella. Para su alivio, (o bochorno), Ernesto y Mercedes entran al cuarto. Los dos se dan cuenta del resultado de las atenciones que recibió el cuerpo de Alejandro, pero se contienen de reírse y Ernesto le pide a su esposa que se lleve a Dany para revisarlo... Ambas deciden esperar en el consultorio y en cuanto Dany se sienta suspira fuerte.

Mercedes: ¿Sucede algo Dany?

Dany: No, (duda), bueno... en realidad sí. Mañana viene Fabiola para ver con Alejandro lo del traslado de James Clayton.

Mercedes: ¿Y eso es algo malo?

Dany: No debería ser malo, pero de todas las mujeres que conozco, Fabiola es la única que me hace sentir poca cosa cuando está cerca.

Mercedes: Nunca pensé que fueras del tipo de mujer que se siente intimidada por otra. Tampoco entiendo el motivo por el que te sientes inferior a esa tal Fabiola... Si Alejandro la hubiera visto como una posible pareja, se hubiera acostado con ella desde hace mucho, pero en vez de eso, te dio el privilegio de ser la primer mujer con la que tiene relaciones.

Dany abre los ojos y su cara se torna roja.

Mercedes: (susurra), No lo sabías, (pasa sus manos por su cabello), ¡Ernesto va a matarme por andar divulgando las cosas que se cuentan entre ellos!

Dany: (se levanta y empieza a dar vueltas por todo el consultorio), ¿La primera?... Eso es imposible... Ningún hombre de treinta años es virgen.

Mercedes: Sí los hay y lo sabes porque aquí damos orientación sexual y han venido hombres adultos sin experiencia.

Dany: Pero Alejandro es muy guapo y viril. No se ve como los hombres que tienen ese problema.

Mercedes: ¿Cuál problema?... ¿Desde cuándo es problema que un hombre sea virgen a una edad como la de Alejandro?

Dany: (la ignora), Ahora entiendo por qué dudó la primera vez que íbamos a hacer el amor... Seguramente tenía miedo de que notara su falta de experiencia, pero eso era imposible porque fue tan apasionado y me dejó tan extasiada que sentí que yo no estuve a su altura.

Mercedes: (se pone roja), ¡Por Dios Dany!, no tienes que darme tantos detalles.

Dany: Lo siento pero es que estoy sorprendida.

Mercedes: ¡Mira!, olvida lo que dije. No es algo importante y tampoco estábamos hablando de Alejandro, sino de tu baja autoestima.

Dany: Mi autoestima acaba de bajar hasta el fondo. Alejandro me eligió a pesar de que yo ya había tenido... (incómoda), tú sabes que... pudiendo casarse con una muchacha virtuosa.

Mercedes: (se ríe), ¡No seas melodramática!

Dany: Si estuvieras en mi lugar, comprenderías lo que siento.

Mercedes: Tal vez, pero lo más sano es que no le des importancia.

Ernesto entra y le dice a Dany que el horario de visita está por terminar y Alejandro quiere verla. Ella se apresura a ir al cuarto y al entrar lo primero que hace es lanzarse a los brazos de su esposo.

Alejandro: (¿?), ¿Estás contenta por el hecho de que te librarás de mi comportamiento infantil respecto a la comida?

Dany: ¡Te amo!

Alejandro: (aún más confuso), También yo te amo.

Dany: (lo besa con adoración), Sé que no comprendes la magnitud de mis palabras, pero quiero que sepas, que jamás sacaré conclusiones basadas en chismes... Desde hoy tienes mi entera confianza porque nadie la merece más que tú.

Alejandro: (¿?), Me da gusto saber que confiarás en mí, ¿pero a qué santo le debo el favor de ser el afortunado merecedor de ese privilegio?

Dany: Eres honesto y finalmente entendí que si no lo fueras, no me habrías entregado todo de ti.

Alejandro: (sonriente), Y nunca tendrás una idea de lo que te he entregado... Sólo una mujer conseguiría enamorarme para siempre y desde que te sentaste en esa banca en el parque, supe que esa mujer eras tú.

Vuelven a besarse y sus deseos los llevaron a retirar algunas prendas que les impedían sentir su piel, pero el eco de unas voces los devuelven a la realidad y rápidamente se acomodan la ropa antes de que la puerta se abra. María, Valeria y Ricardo entran y éste último les dirige una sonrisa socarrona.

María: (a Alejandro), Vine a ver cómo te encuentras muchacho.

Ricardo: Creo que se encuentra bastante recuperado, ¿verdad Alex?, (mira sus piernas).

Alejandro sigue la mirada de Ricardo y casi salta de la cama para ponerse de espaldas.

Alejandro: Estoy bien María, muchas gracias por preocuparse.

María: (se toca la sien), Parece que es primavera. Ninguno puede mantenerse tranquilo con tanto calor, ¿no?

Dany: (se pone roja y se ríe nerviosa), Es que... nosotros estamos...

María: (la interrumpe), Comprendo hija, no te justifiques. También fui joven y sentí lo mismo, pero traten de no hacerlo en la clínica porque Ernesto se irá de espaldas si se entera para qué usan los cuartos.

Ricardo: Él no usa los cuartos, pero su consultorio no se salva y menos Mercedes, (todos lo miran con los ojos abiertos), ¿qué?... oigan yo no soy chismoso, Ernesto dijo que podía dar una vuelta una hora al día y paso cerca de su consultorio. Lo demás es culpa de ellos por ser ruidosos.

María: (le cubre los oídos a la niña), ¡Ricardo!, deja de ser tan explícito enfrente de tu hija.

Ricardo se disculpa y toma la mano de su hija para salir del cuarto, aunque no pierde la oportunidad de lanzarle una despedida al amigo de Alejandro, poniendo a éste más rojo de lo posible. María también se despide y al acercarse a Dany le abrocha un botón que dejó suelto y se ríe de la cara de vergüenza que refleja, pero luego la abraza y la tranquiliza con unas palabras comprensivas. Al quedarse solos, Dany regresa a los brazos de su esposo y se dedican a mimarse hasta que Mercedes le dice que ya se acabó el tiempo de visitas. Algo tristes por separarse, se prometen verse en la visita nocturna.

Reclusorio Varonil de Tuxtla:

Edward esperaba sentado en una de las mesas de la sala de visitas. Aún tenía cubiertos sus ojos con la venda por recomendación del médico y aunque sólo escuchaba los ruidos, se sentía tranquilo. Casi como si pudiera ver lo que sucedía a su alrededor. Cada sonido era perfectamente percibido y antes de que la persona que esperaba, entrara en la habitación, él ya había escuchado sus pasos desde el pasillo.

Edward: Todavía pisas mal con el pie derecho... Recuerdo que los chicos del colegio al que asistíamos te patearon la pierna por ser mi caballerango, y la fractura dejó esa secuela.

James: (se sienta enfrente), Una ofensa enorme para los nobles ingleses. Debió ser vergonzoso para ti, que tu padre me enviara a estudiar a la misma academia, ¿verdad?

Edward: Nunca me sentí avergonzado de ti... En aquellos días, eras un hombre honrado, amable y mi confidente, por eso te quería como si fuéramos hermanos.

James: También yo te quería como hermano, pero tus sentimientos cambiaron cuando conocimos a Ricardo, por eso lo detesto.

Edward: (suspira), Esa letanía la repites todo el tiempo, y yo debería ignorarla como siempre lo he hecho, pero ésta será la última vez que hable contigo, así que hay cosas que te voy a aclarar... La primera es que Ricardo es mi mejor amigo, y tú eras mi hermano.

James: Un noble no puede considerar hermano a un miserable como yo.

Edward: ¿Sabes por qué mi padre, siempre te trató como un miembro de la familia Sanders?

James: Sí lo sé... me dio cobijo por ser el bastardo de su primo, (Edward se sorprende), amigo, lo he sabido desde que tengo uso de razón, pero el que tengamos la misma sangre no me hacía ser un Sanders.

Edward: ¿Por qué nunca...?

James: ¿Por qué nunca dije nada?, (Edward asiente), el hombre que me engendró era un asco de ser humano. Mi tío jamás fue feliz por su culpa, sin embargo a mí me trató como si hubiese sido su hijo. Mi padre adoptivo fue el que consideró que lo mejor era que aceptara mi lugar como hijo de un sirviente y por eso me hizo ser caballerango... ¡Odié esa vida!, pero a ti no te culpé... culpé a mis padres adoptivos por hacerme vivir como pobre, y odio a Ricardo por quitarme a mi hermano.

Edward: Creo que también yo tuve la culpa de que te convirtieras en lo que eres hoy... Debí darte tu lugar como un Sanders y cuando empezaste a enloquecer, tenía la obligación de buscar ayuda profesional, pero se me hizo más fácil dejarte a tu suerte y por eso viviré siempre con la carga de tus crímenes.

James: No debes hacerlo... Yo soy el único culpable, y ni la muerte podrá limpiar mi alma podrida.

Edward: No sé que más decirte. Venía decidido a destruirte... al menos anímicamente, pero tu apariencia derrotada y tu confesión, me han dejado sin armas.

James: Yo si quisiera decirte muchas cosas, pero a la vez no quiero que vivas recordándolas... Lo único que sí me gustaría que sepas, es que si existe la otra vida, desearía volver a verte, ya sea como hermano, primo, o sirviente, y en esa vida, te compensaría por todo el daño que te provoqué.

Edward: (se pone de pie), Si tu deseo se cumple, entonces también te compensaré por lo que se te negó en esta vida.

James mantiene su cabeza abajo mientras Edward se va. Cuando la reja se cierra, se levanta y camina hacia los guardias. Al llegar a su celda, uno le pide al otro que los deje solos.

James: ¿Vas a golpearme hasta que muera?

Guardia: No... sólo vine a decirle que soy el encargado de su seguridad mientras permanezca aquí.

James: (¿?), ¿Quién le está pagando?

Guardia: Su primo se hará cargo de pagar su protección.

El guardia se retira y James se empieza a reír, pero casi al instante se calla y llora con desesperación.

Afuera del reclusorio, una impaciente Jennifer se encamina hacia la entrada. Edward sale guiándose con su bastón y con la ayuda de una secretaria de la institución. Jennifer se apresura a tomarlo del brazo y él le dirige una sonrisa de agradecimiento a la mujer, que se va algo incómoda por la mirada furibunda de su prometida.

Una vez que suben al coche, se ponen camino al aeropuerto. Su vuelo está programado para dentro de quince minutos, pero como ese día no estaba lleno, pudieron documentarse y tener tiempo para descansar en la sala.

Jennifer estaba abrazada a Edward y acariciaba su vientre cuando sin querer soltó un quejido de aburrimiento que alarmó a su prometido, y pasó sus manos desde su cabello hasta sus piernas en un intento de identificar lo que le sucedía, pero la gente que se encontraba cerca, les dirigió una mirada desaprobatoria y eso puso de mal humor a Jennifer, y para incomodarlos más, retiene una de las manos de Edward en sus piernas.

Edward: ¿Te sientes mal, mi amor?, (trata de quitar su mano, pero ella la afianza más).

Jennifer: No, pero esa mano tuya alborotó mis hormonas.

Una señora se indigna y les pide mesura. Edward voltea la cara hacia la mujer, pero Jennifer la regresa con su mano y lo hace que la bese. La señora se levanta y se va al otro lado de la sala.

Edward: (termina el beso), ¿Oíste lo que dijo?

Jennifer: Sí... dijo que no eres un caballero y que si tantas ganas tenías, deberías buscar un hotel.

Edward: Y las groserías, ¿no las escuchaste?, ¿o las omitiste?

Jennifer: (¿?), ¿Qué groserías?... nada más escuché lo que te mencioné.

Edward: Se las dijo al hombre que la acompaña.

Jennifer mira a la señora y se da cuenta de que en efecto venía acompañada de un hombre. Ella no había reparado en él, y sorprendida jala la venda para ver si no tenía una abertura, pero su prometido no la deja continuar.

Jennifer: ¿Cómo supiste que venía con alguien?, la venda está bien ajustada.

Edward: Tengo años semi ciego, por eso he aprendido a usar mis otros sentidos, (acaricia una vez más la pierna de su prometida y la retira despacio, aunque sugerente).

Jennifer: Ok, eso en verdad subió mi temperatura. Lo malo es que ya no hay tiempo de buscar el hotel, (susurra en su oído), esas aptitudes bien valen la pena que me las enseñes.

Edward: Tendremos que esperar a llegar a Estados Unidos.

Por el altavoz se anuncia el abordaje de su vuelo y los dos se encaminan a la entrada. Antes de subir las escaleras, Jennifer vuelve a hablarle al oído.

Jennifer: No necesitamos esperar tanto. Hay un baño que puede servirnos, ¿qué te parece si lo usamos?

Edward: (le sonríe), ¡Es una magnífica idea, futura señora Sanders!

Jennifer ve de reojo que la señora venía detrás y se detiene para besar apasionadamente a su prometido. Después lo abraza de la cintura y sonriente lo guía hasta el asiento... Para mala fortuna de la señora, su lugar estaba a un lado y tuvo que soportar los arrumacos que Jennifer le daba a Edward durante todo el viaje.

Cementerio familiar de los Montero:

Al pie de dos losas recién colocadas, permanecía la figura derrotada de Rogelio, (Paula lo miraba unos metros atrás).

Apenas en la mañana habían enterrado a Luis junto a la tumba de Cynthia. Su esposo movió cielo mar y tierra para que le hicieran la entrega del cuerpo del hombre que era su cuñado, aunque no hubiese llegado a casarse con su hermana.

Únicamente ellos dos estuvieron presentes en el entierro de Cynthia. María quería que se le permitiera estar también, pero el carácter agrio de Rogelio acabó con cualquier argumento. Las dos sabían que contradecirlo en ese estado, sería perjudicial y obedecieron cada orden que daba, (incluida la de trasladar al doctor Mendoza, a pesar de que las condiciones de salubridad eran precarias).

En ocasiones la actitud fría y distante de Rogelio, la deprimían. Parecía como si culpara a todos por la muerte de su hermana y ella no necesitaba que se le hiciera evidente el hecho de ser una de las causantes del sufrimiento de Cynthia. Tampoco se le hacía justo que se aislara de sus hijos. Margarito no preguntaba porque siendo un adolescente, comprendía el dolor de su padre, y los gemelos aún estaban pequeños para darse cuenta del rechazo, pero Mary sí pagaba el mal humor de Rogelio.

La niña lo buscaba todo el tiempo, sin embargo él se encerraba en su despacho, o en su recámara y no se aparecía nunca por el comedor. María fue quien recomendó llevarse a la niña a pasar una temporada en casa de Mercedes y Ernesto, y tuvo que aceptarlo por su bien, pero ella necesitaba que su familia estuviera unida de nuevo... Deseaba que Rogelio y Margarito volvieran a cabalgar juntos, que los gemelos recibieran los besos de su padre, y que Mary tuviera el amor del hombre que la había adoptado como hija propia.

Cada día veía como su esposo se hundía más y más en la oscuridad y aunque lo amaba, no estaba dispuesta a condenar a los niños, a una vida sin luz. Por eso preparó sus maletas y la de los pequeños, para que si Rogelio no reaccionaba, se fueran juntos a buscar la tranquilidad que ya no existía en la hacienda... Podría sonar egoísta, pero no encontraba otra manera de abrirle los ojos. Tal vez si los viera partir, despertaría y cambiaría su actitud, (rogaba a Dios porque así fuera).

Paula se acerca, pero Rogelio no hace el intento de mirarla.

AP: ¡Rogelio, por favor!, tienes que recomponerte. Entiendo tu dolor mejor que nadie, pero tu depresión está lastimando a los niños.

R: Tú no pasaste por lo mismo, así que no me vengas con eso de que me entiendes.

AP: ¿Acaso Miguel no fue asesinado?... Sí entiendo lo que es que maten a un ser querido.

R: No me refería a la manera en que murió. Hablo de que pude escogerla a ella, pero en lugar de hacerlo, preferí llevarme a Ricardo.

AP: ¿Te arrepientes de tu decisión?

R: Cynthia tenía el mismo derecho de vivir que cualquiera de nosotros.

AP: Si pudieras regresar el tiempo, ¿la escogerías a ella?

R: Era mi hermana.

AP: Y Ricardo no es nada tuyo, pero Cynthia...

R: (la interrumpe y alza la voz), No me digas que ella me lo pidió y por eso debo conformarme... Cynthia jamás fue feliz, y en gran parte yo tuve la culpa de su amargura... He antepuesto a otros por sobre ella y hasta ahora me doy cuenta de que no lo valían.

AP: (a punto de llorar), Cuando dices otros, también lo dices por mí, ¿verdad?, (Rogelio no responde y eso destroza su corazón), está bien... Te pido perdón por causarte problemas, pero gracias a que finalmente has dicho lo que en verdad sientes por mí, será más fácil liberarte de mi presencia, (ahoga su llanto), me voy con los niños. Cuando tengas la necesidad de verlos, puedes encontrarlos en el rancho.

Paula empieza a caminar y lo hacía lentamente con la esperanza de que Rogelio la detuviera y le dijera que lo que había dicho, era producto de su dolor, y que no lo sentía de verdad. Sin embargo él no dijo, ni hizo nada, y eso terminó por destrozarla.

Los que quedaban de la familia Montero, salieron de la hacienda cabizbajos. Margarito no quiso despedirse de su padre cuando vio las lágrimas en el rostro de Paula. Ella quiso convencerlo de que no tenía que mezclar sus problemas con su papá, con el amor de hijo, pero el jovencito no dio su brazo a torcer.

La alegría que por un tiempo cubrió la hacienda del Fuerte, desapareció por cinco meses. La casa siempre estaba en silencio y ninguna risa se escuchaba en sus pasillos. Varios sirvientes decidieron irse al rancho la Negra, porque tratar con el implacable Rogelio era más de lo que podían soportar.

Ernesto, Ricardo y Alejandro, iban una vez a la semana para intentar hacer recapacitar a su amigo, pero él nunca quiso recibirlos y dio la orden de no dejarlos entrar. Rosaura era la única que vivía en la hacienda, porque no cuestionaba la actitud de Rogelio.

A medida que pasaban los meses. Paula perdía la esperanza de que su esposo regresara a ser el hombre amoroso que aún la tenía enamorada, y de no ser por Vanesa y Dany, habría tomado el primer avión a Estados Unidos, (recomendación de Jennifer), para no caer en la tentación de buscarlo.

Una mañana, Rosaura bajó sus maletas y Rogelio observaba desde la sala de la terraza, a sus peones subiéndolas en la camioneta y al terminar de acomodarlas, ella fue a sentarse frente a él.

R: Veo que también usted ha decidido que no puede soportarme.

Rosaura: Mi sobrina se fue porque usted le dijo que se arrepentía de haberla interpuesto por sobre su hermana.

R: No era exactamente lo que quise decirle.

Rosaura: ¿Entonces por qué no se lo aclaró?

R: Porque no me siento capaz de perdonarme por tantas tarugadas que he cometido... ¿Cómo puedo ser feliz, cuando he destruido parte de mi familia?

Rosaura: Quizás no ayude lo que voy a decirle, pero es bueno que lo sepa... Cynthia y el doctor Mendoza ansiaban la libertad que nunca iban a tener en vida... Sé que el modo en que la obtuvieron no fue la mejor, pero algo me dice que donde quiera que estén ahora, están felices porque se reencontraron, aún con sus pecados a cuestas.

R: ¿Y eso debería hacerme sentir mejor?

Rosaura: No, pero debe aceptar que no había nada que estuviera en sus manos para quitar de la mente de Cynthia, la idea de que sólo la muerte la uniría al amor de su vida... De una u otra forma, ella habría intentado alcanzar al doctor... ¿se ha preguntado el motivo por el que protegió a Ricardo y a mi sobrina?, (como Rogelio no decía nada, continuó), En la declaración de su concuño, se especifica que ella se ofreció a esos desgraciados, a cambio de comida y cobijas para él y Ana Paula dice que por ella lo hizo para que no la violaran... Cynthia ya había decidido morir, pero no quería dejarlo solo y por eso cuidó de las dos personas que le brindarían el apoyo que necesitaba... Me refiero a que protegió a su casi hermano y a la mujer que más ama en el mundo... Créame Don Rogelio, no importa si en lugar de Ricardo, la hubiera elegido a ella, porque la realidad es que sus deseos de vivir murieron con el doctor... El día que lo acepte, verá que está castigando injustamente a una mujer que sólo vive para hacerlo feliz.

Rogelio seguía callado y Rosaura se levanta para irse.

R: ¡Espere!, no es necesario que se vaya.

Rosaura: Cuando me trajeron a aquí, dejé muy claro que sería por un tiempo, y considero que es el momento de empezar a buscar mi camino.

R: Paula la necesita.

Rosaura: Mi sobrina sólo lo necesita a usted... ¡Adiós, Don Rogelio!

Rosaura se va de la hacienda y su partida deja más soledad en la casa.

Los días continuaban pasando y Rogelio soportaba menos el silencio... Cansado del resultado de sus decisiones, sale a dar una vuelta hacia los límites de la hacienda en su caballo Black Thunder.

Cerca del río que divide a la hacienda del rancho, escucha risas infantiles y movido por la curiosidad se aproxima a ver a quienes pertenecían. Cuando divisa a sus hijos riendo y jugando con su prima Valeria, sintió el peso del abandono que él mismo provocara, y lo que terminó por aplastarlo, fue ver a Ricardo y Vanesa celebrando el que los gemelos ya pueden estar sentados por sí mismos.

Los gritos de alegría de Margarito y Mary por el logro de sus hermanos fue aún más devastador, porque se había perdido una etapa importante de sus pequeños hijos... Deseaba correr hacia ellos para pedirles perdón, y cuando estuvo lo suficiente animado para hacerlo, se da cuenta de que alguien falta en esa escena tan tierna... Su amada Paula no se encontraba por ningún lado y eso lo pone nervioso. Casi tropezándose llega hasta sus hijos y aunque quería abrazarlos, se contiene por la mirada seria de Margarito.

R: (nervioso), ¡Hola hijo!, (el jovencito no le contesta y Mary trata de ir hacia su padre, pero su hermano la detiene)... ¡Margaro, por favor, perdóname!

Margarito: No es a mí a quien tienes que pedir perdón. Después de todo, estoy acostumbrado a tus arranques de hombre cruel.

Ricardo: (sujeta su hombro), Margarito, no le hables así a tu papá... Él ha pasado por muchas cosas y nuestro deber como familia es apoyarlo, no condenarlo.

Margarito: ¿Y cuándo será el día en que deje de desquitarse con Ana Paula, por cada desgracia que le pasa?

Ricardo: Por favor Margarito, no...

R: ¡No Ricardo!... el chamaco tiene razón. Fui injusto con Paula y aunque le pida mil veces perdón, sé que no me lo merezco.

Ricardo: Sobrino, ¿puedes ayudar a tu tía Vane con tus hermanos?... ya ves que es algo débil y no puede cargar a los gemelos y a Ricardo junior, al mismo tiempo.

Margarito asiente y se lleva a los gemelos en la carriola, mientras que Vanesa carga a su bebé y con la otra mano sujeta a Mary, (que al mismo tiempo iba agarrada de Valeria).

Rogelio no les quitaba la vista de encima y seguía mirando hacia el lugar por donde se habían ido, aún después de que no se encontraban en su campo de visión... Ricardo le da una palmada en la espalda, y le señala el suelo para que se sienten.

Por unos minutos ninguno dijo nada. Ricardo es quien habla primero.

Ricardo: ¿Cómo has estado?

R: Desde que Paula y mis hijos se fueron, he estado muerto en vida, (mira hacia todos lados), ¿en dónde está?

Ricardo: Se quedó en el rancho... Lleva meses encerrada en su cuarto y si come es porque María, Dany y Vane, la obligan, pero a pesar de su sufrimiento, no descuida a sus hijos.

R: (cubre su rostro con las manos), ¡Soy un maldito!... siempre le prometo que no voy a lastimarla, y es lo primero que hago.

Ricardo: Eres como cualquier humano que comete errores. Lo importante es que te arrepientas y repares el daño lo más pronto que puedas... Ana Paula espera por ti cada día.

R: Debería dejarla libre... Tengo miedo de lo que pueda llegar a hacerle cuando otra cosa pase.

Ricardo: ¡Te ama demasiado!, y sé que ella prefiere enfrentarlo todo junto a ti, que vivir una vida sin tu presencia.

R: ¡Es que fui tan injusto!, y no sólo con Paula. También contigo y con los demás... No tenía derecho a culparlos por mi pérdida.

Ricardo: Sobre eso, quiero disculparme... Jamás hubiera deseado ponerte en el dilema de escoger entre un ser querido y yo.

R: No estoy arrepentido de haberte ayudado. Mi rabia es el no haber sido capaz de protegerlos a todos... Mi debilidad provocó la muerte de mi hermana y eso es algo que nunca me voy a perdonar.

Ricardo: No fuiste débil... Al contrario. Fuiste muy valiente al tomar una decisión que iba a destruirte... De haber estado en tu lugar, dudo que hubiera hecho lo mismo.

R: (sonríe levemente), ¡Sí lo hiciste!, (Ricardo lo mira interrogante)... Cuando ayudaste a Edward, tu padre fue quien murió... Pudiste ir tras James, pero decidiste llevar a tu amigo al hospital... Antes pensaba que eras más débil que yo, pero ahora veo que eres mucho más fuerte, porque tu reacción ante la pérdida fue distinta... Tú no te desquitaste con nadie, y yo herí a quienes más amo.

Ricardo: Todos tenemos debilidades que hacen daño a los demás, pero nuestra obligación es reconocer que nos hemos equivocado y luchar por sanar las heridas que infringimos.

R: Es que... ¿cómo voy a mirarla a la cara, después de las cosas que le dije?

Ricardo: Ella entiende tu dolor, y estoy seguro que no te culpa, (se pone de pie), voy a regresar al rancho. Hay demasiado trabajo y como la dueña no ha querido saber nada del negocio, estamos teniendo dificultades con algunos documentos que requieren su firma, así que por favor Rogelio, saca a Ana Paula de su letargo.

Ricardo empieza a alejarse, pero Rogelio lo llama.

R: Mientras estoy ocupado recuperando a mi familia, ¿podrías hacerte cargo de la hacienda también?

Ricardo: ¡Claro!, los dos negocios están vinculados y con tu autorización la hacienda podrá ayudar al rancho.

R: No creo que la hacienda pueda hacer mucho por el rancho. La verdad es que la descuidé bastante y he incumplido con algunos pedidos. Me parece que Alejandro consiguió que recuperara parte del dinero que James nos robó y si lo sabes administrar, quizás logres mantenerla estable por un tiempo.

Ricardo: (frunce el ceño), ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

R: Pues, (lo piensa un momento), unos meses.

Ricardo: (alza la voz), ¿Meses?, pero Rogelio, yo no...

R: (se pone de pie y se le acerca), ¡Por favor, Ricardo!... dame unos meses para que pueda sanar las heridas de Paula. Después de que regresemos del viaje al que planeo llevarme a mi familia, te prometo que haré lo que quieras.

Ricardo: Vane y yo pensábamos irnos en dos semanas a California. Incluso estoy en tratos para la compra de un terreno en Riverside. Lo cierto es que tengo ganas de levantar una hacienda como la que tenía mi padre.

R: ¿Y no podrías considerar ser mi socio?, en éste momento necesito todo el apoyo que pueda conseguir, y tú eres el único en quien confió para recuperar el esplendor que tenía la hacienda del Fuerte.

Ricardo: Me halagas, pero es una decisión que no puedo tomar solo. Vane es quien dirá si desea quedarse en México, pero mientras evaluamos tu propuesta, tómate el tiempo que necesites para demostrarle a tu familia, que eres nuevamente el hombre amoroso que creyeron perdido.

R:¡Gracias!, y siento estarte molestando todo el tiempo, pero he llegado al punto de aceptar, que ya no puedo, ni quiero tener todo el peso de la administración de la hacienda... Deseo estar presente en los momentos más importantes de mis chamacos, y darle a mi Paula las atenciones que como mujer necesita.

Ricardo: Viéndolo así, creo que empezar de cero me hará perder todo lo que mencionas, pero aunque yo acepte quedarme, Vane puede negarse, y para mí no hay deseos más importantes que los de ella.

R: Ojalá puedas convencerla... (mira hacia el rancho), y ahora viene lo que estaba tratando de retrasar, (jala su cabello), ¿crees que Paula quiera verme?

Ricardo: Lo más probable es que no quiera, pero si en verdad deseas recuperarla, tendrás que suplicar su perdón.

R: Entonces, (suspira), ¡deséame mucha suerte!

Ricardo le desea suerte, y con pasos indecisos, logra llegar al rancho. En la entrada de la casa se topa con Hugo y Consuelo. Los saluda cordialmente e intenta retomar el camino hacia dentro, pero Consuelo le impide el paso. Le costó mucho convencerla de que no iba para lastimar a Paula, y aunque le permitió seguir, le advirtió que estarían atentos, por si su patrona necesitaba ayuda. Su desconfianza era exagerada, sin embargo se cuestionó si algún día conseguiría hacer feliz a su mujer, porque para los demás, él era una mala persona.

Parado frente a la recámara que decoraran juntos, su cuerpo empezó a tener un ligero temblor y se río por la ironía... El hombre al que todos consideran cruel, se acobarda cuando de su mujer se trataba. Y es que con ella no podía adivinar si lo dejaría hablar, o si lo sacaría de su vida a patadas... y tiene miedo, porque lo único que podría destruirlo, es ver reflejado el odio y la decepción, en los ojos de la mujer que ama.

Antes de girar la chapa, toma todo el aire posible y sin hacer ruido, abre la puerta. De inmediato la oscuridad invade su vista y el leve sollozo que se deja oír, lo hacen sentir más miserable que nunca... Tarda unos minutos en calmar a su cuerpo de la tensión, y se dirige a las ventanas para descorrer las cortinas... La luz descubre el cuerpo de Paula, que estaba boca abajo sobre la cama. Tenía un camisón de seda blanco con tirantes y un escote en V, y según apreció, subido hasta los muslos. Sabía que ese detalle no debía descontrolarlo, pero llevaban tanto tiempo separados que no pudo evitar que sus ojos se mantuvieran fijos en sus torneadas piernas. La hermosura de su esposa no había desaparecido aunque lloraba sin cesar.

¡¿Lloraba?!... De repente fue consciente del daño que le ocasionó, y cualquier pensamiento sexual se convirtió en una inmensa desolación, porque su amada Paula derramaba lágrimas de dolor, y ese dolor tenía que ser inmenso, ya que la mantenía ignorante a su presencia en la recámara, pero de rato notó que estaba dormida y lo que la hacía llorar, era una pesadilla donde él era el protagonista, pues no dejaba de decir su nombre, y sin perder tiempo, se apresura a su lado para abrazarla.

Paula no abandona el mundo de los sueños, pero se tranquiliza al sentir la calidez del cuerpo de su esposo. Rogelio comienza a llamarla con desesperación y entre la bruma de su subconsciente, ella lo escucha y despierta.

Al abrir los ojos se encuentra con la mirada del hombre que ama más que a nada, y por un momento correspondió a su abrazo. La sensación de sus cuerpos juntos le devolvió la alegría perdida y se permitió recorrerlo con sus manos y aspiraba embelesada el aroma de su cuello. Por su parte Rogelio repartía besos en su mejilla, cuello y hombro. Era increíble que su esposa no lo rechazara. Incluso parecía desearlo de la misma manera en que él la deseaba, y animado por su reacción, se aventura a besarla en la boca.

La danza de sus lenguas subía de intensidad a cada roce de sus labios. Los dos querían embriagarse del sabor del otro y dejaron escapar los gemidos que confirmaban el placer mutuo que se brindaban.

Rogelio bajó los tirantes del camisón y llevó su mano a deleitarse con la suavidad de uno de los pechos de su esposa. Paula ardía por él, pero cuando la boca de su esposo empezó su recorrido al lugar que ocupaba su mano, recuperó la cordura y en su cabeza resonaba la última conversación que sostuvieron, y el dolor de las palabras no dichas, le dieron fuerzas para levantarse de la cama, dejando confundido a un jadeante Rogelio.

AP: (se sube el tirante y le habla seria), ¿Qué haces aquí?

R: Vine a suplicar tu perdón.

AP: ¿Después de cinco meses?

R: Sé que no tengo excusa, pero estuve deprimido y no veía las cosas claras.

AP: ¿Y ahora sí las ves claras?

R: Sí... Paula, amor, no era mi intensión hacerte sufrir tantos meses. Soy un imbécil que no aprende de sus errores, pero ésta vez te juro que...

AP: (alza la voz), ¿Qué vas a jurarme, que no me hayas jurado ya?... Siempre dices que vas a cambiar y yo de idiota te creo, pero cuando más confiada estoy, me das una puñalada más cruel que la anterior... Ya no puedo soportar tantas heridas... (se deja caer de rodillas), ¡ya no puedo!, ¡ya no puedo!

R: (se agacha y sujeta sus manos), ¡Perdón Paula!, ¡perdón!

AP: La palabra perdón es la que más he escuchado de tus labios. Es tan repetitiva como la de amor, pero nadie puede vivir sintiendo alegría y desolación en partes iguales, y sin embargo he estado engañándome y diciéndome que yo sí puedo hacerlo.

R: En ésta ocasión soy sincero. Sé que no me crees, pero por nuestro amor y por nuestros hijos tienes que darme una oportunidad.

AP: Te he dado demasiadas.

R: Sí pero ésta vez voy a jurarte que si no cumplo mi palabra, me iré lejos, tan lejos como quieras y jamás volveré a intentar hacerte cambiar de idea.

AP: Es que no se trata de pedir perdón y prometer lo primero que se te venga a la mente. En éste momento te encuentras en el límite de lo que no has cumplido y si te soy honesta, no me siento capaz de volver a confiar en ti.

R: ¿Esa es tu última palabra?

AP: (llorando), ¡Sí!... aunque me duele, acepto que es lo mejor para todos.

Rogelio evalúa el rostro de su esposa y ve que las lágrimas se habían hecho menos recurrentes, pero piensa que desde que entró en la recámara, Paula no dejó de llorar en ningún instante y eso le ayudó a comprender lo que le estaba diciendo.

Sabía que lo amaba, pero también sabía que la felicidad que él le daba era escasa, y no importaba lo mucho que se esforzara por hacerla sonreír durante un tiempo, porque con un arrebato suyo, las lágrimas que le provocaba se igualaban al número de sonrisas, e incluso las rebasaban.

R: Entiendo Paula... Finalmente me di cuenta de la razón que tienes y cumpliré tu deseo, (Paula lo mira sorprendida y él trata de sonreír), le había pedido a Ricardo que se hiciera cargo de la hacienda y el rancho para poder llevármelos a un viaje donde lucharía por compensar mis errores, pero viendo que jamás lograré borrar todo el dolor que les he ocasionado, voy a irme solo.

AP: (se tensa), ¿Vas a irte?... ¿cuándo?... ¿a dónde?

R: Aún no sé, pero aunque no creas nada de lo que te digo, te aseguro que no descuidaré el negocio... Quizás me vaya a atender personalmente a los clientes y de paso aprovecho para subsanar la relación que se afectó por mi falta de atención en los pedidos.

AP: ¿Tardarás en volver?

R: Lo mejor es que les dé tiempo a Margaro y a ti de perdonarme... Mi chamaco no quiere ni verme, y no voy a imponerle mi presencia.

AP: ¿Pero y Mary y los gemelos?

R: Si me lo permites, quiero llevarme a Mary a visitar París... Deseaba llevarlos a todos, pero Margaro me odia y los chamacos están muy chicos y ni cuenta se van a dar de dónde estamos... Además te necesitan.

AP: También a ti te necesitan.

R: Sólo estaré unos meses fuera de México. Cuando regrese podré pasarme más seguido a visitarlos.

AP: Casi tienen un año y te vas a perder la etapa más bonita de su crecimiento.

R: Tenemos mucha tecnología y por computadora podré verlos y hablarles a diario, (se ríe), ¡Claro que ellos se preguntarán quién es el loco que les habla a través de un aparatucho.

AP: (se pone de pie molesta), Y así de fácil resuelves el asunto, ¿no?... ¡típico de usted señor Montero!... cuando tiene un problema, prefiere alejarse de todo.

R: No es algo que quiera, pero como te dije, entiendo que no es el momento de imponerte ni a ti, ni a Margaro, la presencia de la persona que les ha hecho demasiado daño.

La fuerza de las lágrimas de Paula aumentan y Rogelio se pone de pie en un intento de abrazarla, pero se lo piensa mejor y da unos pasos hacia atrás.

R: Ahí está un ejemplo de lo que te digo... Basta sólo estar frente a ti, para que sientas deseos de llorar.

AP: (grita), ¡Eres un idiota, Rogelio!

R: ¡Sí lo soy!... tenía una hermosa familia y una esposa maravillosa y por mis tonterías los he perdido.

Paula toma un libro del buró y se lo avienta, (Rogelio lo esquiva con facilidad).

AP: Seguramente tienes prisa por irte, así que ¡lárgate!

Rogelio da un asentimiento con la cabeza, y sin decir nada se dirige a la puerta.

Paula lo miraba alejarse de ella y un dolor aún más insoportable que el que tuvo durante cinco meses, amenaza con hacer explotar su corazón, y al escuchar el sonido de la chapa girando, corre hacia Rogelio y lo abraza desde atrás con todas sus fuerzas.

AP: ¡No te vayas, por favor, no te vayas!... Creía que sería fuerte al verte partir, pero si no logré mantenerme en pie en estos meses que estuvimos separados, mucho menos podré si te vas a un lugar donde no pueda encontrarte.

R: (gira y la abraza), ¡Dios Paula!, no te imaginas el miedo que tenía de que me permitieras cumplir con ésta promesa. Yo tampoco puedo vivir sin ti, ni sin mis chamacos... ¡Te amo Paula!, por siempre te voy amar.

AP: Yo también te amo tanto, y siempre será así... siempre.

Los dos sonríen antes de entregarse al beso que minutos después los llevaría a perderse en sus caricias.

Para Rogelio el cuerpo de Paula era un templo y lo prodigó de besos y caricias. Ninguna parte fue pasada por alto y Paula estuvo varias veces en la cúspide del placer físico, pero Rogelio no se conformó con eso. Su cuerpo se resistía a cansarse y usando esa fuerza, se dedicó también a decir las palabras más amorosas que pudieran comenzar a curar su alma... Paula respondía a sus caricias y palabras con otras que tenían el mismo fin... Quería calmar su dolor, porque a pesar del amor que le entregaba, podía percibir el arrepentimiento que emanaba de desde el fondo de su ser y odiaba cuando él sufría.

AP: Amor, por favor... ya no te culpes... Te he dicho que te amo y confió en que pronto dejaremos atrás las cosas malas que pasaron, pero no tiene que ser hoy.

R: Es que necesito que confíes en mí... este es el principio de mi penitencia, y aunque lo dudes, la estoy disfrutando mucho.

AP: (sonríe), ¡Pervertido!

R: Y tú eres igual, porque bien que la disfrutas.

AP: Soy cooperativa, que es diferente... No quiero que después digas que te pongo trabas para recompensarme por tus errores.

R: Podría demostrarte mi arrepentimiento con un juramento de castidad... Eso para un hombre tan apasionado como yo, es lo peor que podría prometer.

AP: ¡Ni se te ocurra prometerme tal cosa!... yo sólo estaba tratando de convencerte para que descansaras, pero como veo que tienes energía para continuar disculpándote, supongo que tendré que dejarte hacerlo hasta que ya no puedas ni hablar.

R: ¡Sí cómo no!, sé bien que estás exhausta y lo que realmente intentabas, era que te diera un respiro, pero no lo haré... Voy a disculparme hasta que seas tú la que ruegues que te permita dormir.

AP: ¡Ya veremos quién se cansa primero!

Paula usa toda la fuerza de su frágil cuerpo y lo empuja hasta hacerlo quedar debajo de ella. Con toda intensión de provocarlo, lo aprisiona entre sus piernas y lo tortura con besos húmedos, que esparce en cada rincón de su musculoso cuerpo... La tensión que invade a Rogelio lo tiene al borde la locura... Su esposa sabía cómo exterminar sus neuronas y no podía pensar en nada más que en esa pequeña y traviesa boca que mordía su sensible piel, aumentando considerablemente su temperatura. Sus caderas se alzaban suplicantes por atención a su muy deseoso amigo, pero Paula no planeaba complacerlo tan rápido y reforzó la prisión de sus muslos para que dejara de luchar, sin embargo la palabra derrota no se encontraba en el diccionario de su esposo, y valiéndose de las pocas neuronas que le quedaban, la levanta con sus brazos y cuidando de no lastimarla, la hace caer de espaldas y la besa con intensidad, consiguiendo al fin la rendición y el acceso a su maravilloso templo.

La ola de sensaciones golpea fuerte a Paula y en un grito gutural se desploma en los brazos de su esposo y casi al mismo tiempo, él experimenta el mismo placer y se lo hace saber con un sonoro gemido.

El cansancio provocado por los días separados y el momento vivido, los deja sumidos en un sueño profundo.

Horas más tarde, Rogelio despierta primero... Aún se encontraba sobre su esposa y con movimientos rápidos, pero torpes, se quita porque pensó que la estaba asfixiando, sin embargo Paula no da muestras de haber estado incómoda, aunque un suspiro de enfado le dice que no le gustó que le quitaran la fuente de calor que cubría su cuerpo, y se voltea dándole la espalda.

Rogelio sonríe y se queda largo rato mirando el perfecto cuerpo de su mujer, y ve con diversión como busca una posición que la relaje, hasta que parece encontrarla boca abajo, pero no dura mucho porque abre los ojos y alcanza a ver la risita que por más que trató de ocultarla, no lo consiguió.

AP: ¿De qué te ríes?

R: No es una risa de burla, sino de felicidad.

AP: (le sonríe), También estoy feliz, (cambia su voz a una seria), pero no es justo que te rías mientras estoy dormida y desnuda. Eso me da pie para pensar mal de ti.

R: (se acerca y la hace que voltee para abrazarla), Si tus pensamientos son de que me estaba burlando, te puedo asegurar que es nada más lejos de la realidad... Lo que sí es que se me ocurrieron más formas de disculpas y planeaba aprovecharme de tu inconsciencia para deleitarme con tu cuerpo.

AP: Y reitero lo dicho, ¡eres un pervertido!

R: Creo que allá afuera todos deben estar diciendo que los dos somos unos pervertidos... Lo verdad es que no fuiste muy silenciosa que digamos.

Paula se incorpora abochornada y se mete entre las sábanas.

AP: ¿Cómo sabes?, ¿alguien nos vio así?

R: (le quita la sábana que la cubría y la atrae para besarla), No señora Montero. Nadie ha venido, o al menos eso espero, porque no me gusta que otros vean lo hermosa que eres.

AP: (besa su nariz), Tampoco yo quiero que otros me vean... sólo tú tienes ese placer.

R: ¡Gracias amor!, y ahora viene una pregunta difícil... ¿aceptarías venir conmigo y los chamacos a un largo viaje de reconstrucción?

AP: ¿Vas a reconstruir nuestra familia?

R: Mi familia está entera, pero la confianza que me tenían está quebrantada y quiero repararla.

AP: ¡Está bien!, yo me encargaré de que vayamos todos, aunque en realidad, al único que tengo que convencer es a Margarito.

R: Sé que podrás porque te ama como a una madre, (le sonríe seductor), y ya que está decidido lo del viaje, vamos a continuar donde nos quedamos.

AP: (le devuelve la sonrisa), ¿Y dónde exactamente nos quedamos?

R: (la coloca sobre él), En donde te tocaba a ti, llevarme al cielo.

AP: ¿Al cielo?

R: Sí, porque estuve meses en el infierno y tú eres la única que consigue librarme de él.

AP: Y lo haré siempre que estés hundiéndote, porque si tú te hundes, yo me hundo, y si tu eres feliz, yo soy feliz, por eso nunca dejaré de luchar por ti.

R: Ni yo por ti... ¡te amo Paula!

AP: ¡Te amo Rogelio!

Y sus bocas se unen de nuevo, al igual que sus cuerpos.

Ambos saben que la vida no será sencilla. Está demostrado que existe una misma cantidad de amor y dolor, pero si aprenden a nivelar la balanza, jamás se perderán el uno al otro y su felicidad será eterna.

FIN

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