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CAPÍTULO 41

El amanecer del día siguiente había llegado más pronto de lo que Rogelio y Paula esperaban, (ambos tenían sueño). Pero para sus hijos, los rayos del sol que anunciaban el nuevo día, eran suficiente señal para levantarse y arreglarse pues estaban ansiosos de ir al poblado del que su papá les habló la noche anterior. Margarito fue a tocar la puerta del cuarto de sus padres, pero no recibió ninguna respuesta y como recordó las pláticas que les daban en la escuela, optó por darles más tiempo y mejor se puso a preparar unos sándwiches para que su hermana y él desayunaran. Sin embargo Mary no tenía la misma percepción de su hermano y sin avisar entra al cuarto de sus padres, (que por suerte traían su pijama). Margarito corre asustado a sacarla pero se encuentra a su padre abrazándola y riendo con ella.

R: (¿?), ¿Qué te pasa chamaco?... me estás viendo con una cara extraña.

Margarito: Es que pensé que ustedes... digo, pensaba que seguían dormidos y no quería que Mary viniera a despertarlos.

AP: (con los ojos cerrados), ¡yo sí sigo dormida! Y creo que tardaré un rato en levantarme.

R: ¡Caramba!, pero yo fui el que pasó por una baja de energía hace unos días y hoy amanecí mejor que nunca.

AP: No me hagas decirte por qué me siento cansada.

R: (tenso), Margaro, lleva a tu hermana a desayunar. En una media hora los alcanzamos.

El jovencito carga a su hermana y sale del cuarto. Rogelio se acomoda en la cama y abraza a su esposa.

R: Paula... Paula.

AP: ¿Qué quieres?

R: ¿Te sientes mal?

AP: (sonríe), el que me encuentre cansada, no significa que me sienta mal.

Paula abre los ojos y lleva su mano hasta el rostro de Rogelio.

AP: Anoche volviste a hacerme la mujer más feliz del mundo, pero creo que te aprovechaste de tus nuevas energías y consumiste las mías.

R: Sí ese es el problema, conozco una magnífica forma de devolverte la energía.

AP: (seductora), ¡Ah sí!... ¿cuál es?

Rogelio se incorpora y toma en sus brazos a su mujer para dirigirse al baño.

AP: ¡Espera Rogelio!, no podemos dejar solos a los gemelos. Anoche tardamos mucho en volver y...

R: No los vamos a dejar solos, pero no puedo con el peso de los tres.

Rogelio entra al baño... deja a Paula sentada en una silla... luego sale por los gemelos y regresa con ellos.

R: (le da a Rafael), la tina no es tan grande como el jacuzzi, pero al menos cabemos los cuatro.

Paula recibe a su hijo y se levanta para darle un beso a su marido.

AP: Entonces permíteme entrar primero para que sostenga a nuestros hijos mientras tú te quitas la pijama.

R: ¡Ta bueno!, nada más recuerde señora Montero que debe controlarse porque están nuestros chamacos.

AP: (sonríe), ¡Haré lo que pueda señor Montero!, pero todo depende de cómo te comportes.

Rogelio estira su brazo libre para que Paula deposite a su hijo. Ella se quita la ropa y enseguida entra a la tina. Por un momento el instinto de hombre se hizo presente en Rogelio. Sin embargo al darle a sus dos hijos y verla rociándoles agua en su cabecita, aquél sentimiento comenzó a cambiar por uno de admiración y ternura. Así que se apresura a desvestirse y también entra a la tina. Paula le da a Federico y ambos se dedican a bañarlos y a regalarles infinidad de besos. Ese momento compartido fue para ellos tan hermoso, que se prometieron hacerlo una costumbre de ahora en adelante.

San Gabriel – Pensión del pueblo:

Helena dormía despreocupadamente con un baby doll. David entra y azota la puerta, pero ella ni se inmuta por el ruido. Él deja su maleta para ir a quitarle las cobijas con brusquedad. Helena se sienta y mira hacia donde estaba David.

Helena: ¡Hola queridito!, (sonríe), apenas regresas y ya quieres divertirte.

David: ¡No seas estúpida!, desde hace mucho dejaste de atraerme.

Helena: Pero bien que lo disfrutaste en su momento ¿no?

David: Eras lo único que tenía a la mano, pero déjate de tonterías y dime si ya conseguiste el empleo en la hacienda.

Helena: ¿Tú qué crees?

David: Ve al punto.

Helena: Eres un gruñón de primera, pero está bien... Te informo que ya soy la asistente de los señores Montero.

David: ¡Asistente!... ¿no pudiste conseguir un puesto mejor?

Helena: Dijiste que hiciera todo lo posible para conseguir el empleo y ese era el único que había.

David: Siendo asistente no será sencillo que obtengas los documentos que necesitamos para hacernos del dinero de los Montero... (Medita), aunque pensándolo bien, supongo que si te instruyo encontraremos una forma de verles la cara... ¡así que levántate y vete a la hacienda!

Helena: Es muy temprano y yo quiero dormir.

David: Tienes que demostrarle a los Montero, que eres responsable con tu trabajo.

Helena: La mujercita se llevó a su marido y a sus microbios a un viaje a no sé dónde y no estarán en la hacienda, (suspira), ese hombre es realmente un macho apetitoso, (se ríe), que lo aproveche todo lo que pueda, porque después, yo seré quién lo disfrute.

David: ¡Con que ya conociste al socio de Edward!... Pensé que tardaría más en recuperarse.

Helena: Pues yo lo vi bastante sano... ¡ahhhh!, desde ayer no he podido sacármelo de la cabeza.

David: Lo mismo dijiste de Edward cuando lo conociste.

Helena: Ese idiota jamás me respondió con la pasión que creí que tenía... aunque pensándolo mejor, no puedo quejarme.

David: Seguramente no te respondió porque no le inspirabas ni siquiera cariño. Si hubiera sido Allison, otra cosa sería, (se sienta en la cama y toma su barbilla), ella refleja una inocencia que atrae a los hombres y que por mala suerte, tú no posees.

Helena: Estamos iguales queridito... Tampoco te respondió, y eso fue porque Edward tiene todo lo que atrae a las mujeres, y si además le agregamos lo bien que está, te deja muy mal parado... En pocas palabras, es mil veces más hombre que tú.

David: (aprieta más fuerte), De qué le sirve si en unos meses será un pobre ciego incapaz de hacer nada.

Helena: Para cumplirle a su pareja no necesita los ojos.

David: ¿Por qué siempre terminamos hablando de ellos?

Helena: ¿Será porque al final, sí los quisimos?

David: (la suelta), ¡Mira!, mejor olvidémonos de esos dos y concentrémonos en los Montero.

Helena: ¡Te di donde más te duele!, (él la mira molesto), pero tienes razón. Mejor hablemos de cómo conseguir su fortuna.

David: Hace un momento me diste a entender que querías divertirte con Rogelio Montero.

Helena: No te lo di a entender... te lo aseguré.

David: Te exijo que ni lo intentes.

Helena: ¿Por qué no?

David: La esposa podría enojarse y echarte de la hacienda.

Helena: ¡Por favor!, esa tipa ni siquiera tendría por qué enterarse... ya sabes que soy muy cuidadosa.

David: Pero él la adora y algo me dice que no conseguirás seducirlo. Aunque con lo que tengo en mente, quizás puedas quedártelo.

Helena: (¿?), ¿Y cómo?

David: ¡No comas ansias!... cuando necesite que te involucres con él, yo mismo te lo pondré en charola de plata.

David se levanta y de un jalón hace que ella también se ponga de pie. De su maleta saca unos trajes de mujer con pantalón y blusas de manga larga.

Helena: ¿Eso qué es?

David: Tu uniforme.

Helena: ¡Pero sí es para una monja!

David: No me conviene que des motivos de desconfianza... para todos en éste pueblo y la hacienda, serás una mujer decente... quiero que te ganes la confianza de Rogelio Montero, pero al mismo tiempo, debes sembrar en la esposa la duda sobre la relación de ustedes dos.

Helena: ¿Qué relación?

David: La que tendrás si imitas la decencia. Muy pronto te darás cuenta de que esa actitud te acerca más a él, que un ofrecimiento apresurado... De lo demás me encargo yo, (extiende un traje), ahora cámbiate y vete a la hacienda.

Helena toma el traje y se cambia. Minutos después se va rumbo a la hacienda en una camioneta que David comprara en Tuxtla.

Estados Unidos – Hotel:

Dany aún no lograba reponerse de la terrible petición que Alejandro le hiciera, y llevaba dos días sin salir de su cuarto. Esto hizo que su esposo se preocupara y en varias ocasiones quiso ir a verla, pero el orgullo era más grande y mejor enviaba a la recamarera. A media tarde la incertidumbre lo estaba matando y decidió ir con su esposa. Casi a punto de tocar la puerta, Fabiola lo llama.

Fabiola: ¿Qué haces Alejandro?

Alejandro: Estaba preocupado por Daniela y vine a verla.

Fabiola: La empleada del hotel me dijo que se la pasa acostada y que apenas y toma agua.

Alejandro: Sí... eso mismo me dijo a mí, por eso me preocupa, (desesperado), ¡no quiero que le pase nada porque si algo malo le sucede, no lo soportaría!

Fabiola: ¿Y por qué?... ¡no me digas que esa muchacha te interesa!

Alejandro: ...

Fabiola: Alejandro, quiero que seas muy sincero conmigo, pero prefiero hablar en otro lado... ¿podemos ir a la cafetería?

Alejandro: Es que antes quisiera verla.

Fabiola: ¿Y supones que ella quiere verte?... discúlpame Alejandro, pero no creo que tu presencia le ayude en algo.

Alejandro: (pensativo), tienes razón.

Los dos bajan a la cafetería y toman asiento, (uno frente al otro). Alejandro mantenía la mirada agachada porque el estar ahí le recordaba las cosas que le dijo a Dany. Fabiola lo observaba y eso le confirmaba que para él, ella era mucho más que una amiga.

Fabiola: ¿Y bien?

Alejandro: ¿Y bien qué?

Fabiola: ¿Por qué sí esa mujer te interesa, no están juntos?

Alejandro: Porque ella perdió a su esposo hace cuatro años y no logra olvidarlo.

Fabiola: ¡Cuatro años!... ¿y estás seguro de que aún lo recuerda?

Alejandro: Daniela es una mujer única... ella aceptó ser mi novia y con eso me dio la felicidad más grande que jamás haya sentido. Pero aunque quisiera que nuestra relación sea más íntima, simplemente no puede ser porque lo sigue amando, (lleva sus manos a su cabeza), te juro Fabiola que si fuera otro tipo de hombre hubiera aceptado su cariño, pero soy muy ambicioso y no me conformo sólo con eso... yo quiero su amor.

Fabiola sintió una enorme rabia hacia Dany, pues ella se pasó años esperando una oportunidad con Alejandro, pero éste nunca le hizo caso.

Fabiola: Me imagino que ese día que le pediste hablar, le rogaste por un poco de amor y ella no quiso corresponderte ¿no es así?

Alejandro: No... lo que yo le pedí fue terminar con nuestra relación... ¡no puedo continuar a su lado si no logro alejar de mi mente el hecho de que no soy el hombre al que ama!

Fabiola: ¡Hiciste bien Alejandro!, Tú eres un hombre con carácter y muy orgulloso... jamás te podría visualizar suplicando amor, y menos porque tienes a muchas mujeres esperando una oportunidad, (toma su mano), entre ellas... yo.

Alejandro: (¿?), ¿Cómo?

Fabiola: Yo te quiero Alejandro, y este sentimiento cada día se hace más grande.

Alejandro: Fabiola yo no...

Fabiola: No digas nada aún... Quiero que pienses que es lo mejor para ti y en base a eso, decidas si me aceptas o no... Alejandro, esa mujer jamás olvidará a su esposo y no es justo que desperdicies tu vida esperando algo que nunca sucederá.

Fabiola se levanta y le da un beso en la mejilla.

Fabiola: Piénsalo... Yo estoy dispuesta a ayudarte a olvidar a esa mujer... déjala con el recuerdo de su esposo y permítele liberarse de las cadenas que le impusiste al hablarle de tus sentimientos.

Alejandro:...

Fabiola se va y Alejandro vuelve a llevar sus manos a su cabeza en un intento fallido por sacar todas las dudas que lo inundaban.

Cuarto de Dany:

Una recamarera latina, entra sigilosamente y deja en la mesita de centro la charola con el almuerzo. Antes de salir, se queda observando a Dany que tenía en su rostro un camino de lágrimas. Conmovida por el sufrimiento que reflejaba, se acerca a despertarla. Dany siente el movimiento y piensa que la persona que estaba con ella era Alejandro. Así que abre los ojos y se incorpora rápidamente mientras decía su nombre, pero al darse cuenta de su error se disculpa con la mujer.

Recamarera: No tiene por qué disculparse señorita. En todo caso, soy yo la que se la ofrece por importunarla.

Dany: ¡Necesito saber si mi esposo sigue en el hotel!

Recamarera: ¿Su esposo?, (hace memoria), ¿se refiere a ese joven apuesto que siempre me pide venir a verla?, (apenada), otra vez le suplico me disculpe, no debí referirme a su esposo de esa forma.

Dany: No se preocupe. Sé perfectamente lo apuesto que es, (voz baja), y lo simple que me veo a su lado.

Recamarera: La apariencia no tiene importancia cuando hay amor, además es muy bonita... su esposo la ama y se encuentra muy angustiado por usted... Hace un momento vino a verla, pero esa mujer que parece lapa, se lo llevo.

Dany: Si él no se rehusó a ir con ella, entonces no le importo tanto.

Recamarera: Usted perdonará mi intromisión, pero cuando no se lucha por lo que se quiere, otro aprovecha la oportunidad.

Dany: (¿?), ¿A dónde quiere llegar?

Recamarera: A que si usted se queda aquí sufriendo y deja solo a su marido, otra aprovecha su ausencia para envenenarlo.

Dany: ¿Quiere decir que esa mujer está...

Recamarera: Más pegada a su esposo desde hace casi dos días.

Como Dany se queda pensativa, la recamarera hace una reverencia y sale del cuarto. Luego de analizar lo dicho por la mujer, se levanta y se arregla lo mejor que puede, pero de pronto siente un fuerte mareo derivado de los días sin comer. A pesar del malestar que tenía, va en busca de su esposo. Sin embargo un encargado le dice que salió, (solo), aunque dejó dicho que regresaba antes de la comida. Desilusionada, Dany vuelve a su cuarto y se recuesta en la cama quedándose dormida nuevamente.

Lagunas de Montebello.

Después de un delicioso desayuno, (preparado especialmente por Rogelio), la familia Montero sale rumbo al poblado que se encontraba al otro lado del lago. Para llegar hasta allá necesitaban irse en bote o en coche, (Margarito y Mary pidieron ir en bote). Por eso Rogelio llamó a un pescador que habitaba en ese poblado. El señor de edad, llegó en unos cuantos minutos y en un barco mediano. Toda la familia estaba sorprendida pues se imaginaban que el bote sería pequeño, (tal vez un poco más grande que el de Rogelio), pero al subir pudieron ver que tenía suficiente espacio para los cuatro, (los gemelos iban en los brazos de sus padres). Los dos hermanos estaban en la proa, admirando toda la extensión del lago. A un lado de ellos se encontraba Rogelio abrazando a Paula con su brazo libre.

El aire pegaba en sus rostros y los rayos del sol que caían sobre el agua reflejaban destellos de colores. Ese momento en familia hacían que Rogelio se recriminara por haberle dado prioridad a las cosas materiales. En un intento por liberarse de ese sentimiento, llena de aire sus pulmones y luego lo deja salir. Paula lo escucha y con cuidado libera su mano del cuerpo de su hijo y la lleva al pecho de su esposo.

AP: ¡Es muy hermoso!, ¿verdad?

R: ¡Mucho más que hermoso!... Estar aquí junto a ustedes me llena de una paz tan grande, que quisiera quedarme para siempre.

AP: A mí también me gustaría.

R: Desafortunadamente hay tanto que hacer que no...

AP: Rogelio, no pienses en eso ahora... disfruta éste hermoso lugar... disfruta de nuestros hijos y disfruta de nuestro amor.

Rogelio termina el abrazo para tomar su rostro y la besa con ternura.

R: ¡Gracias mi amor!... ustedes son mi vida... si no los tuviera conmigo me moriría.

AP: Por siempre estaremos a tu lado.

Margarito: (emocionado), ¡Ya estamos llegando!

Ambos voltean y ven que se estaban aproximando a la orilla. En cuanto el barco atraca, los cuatro bajan y son recibidos por la esposa del pescador. Ésta los lleva hasta un jeep que Rogelio pidiera para llevar a su familia a recorrer el lugar. Como tenía descubiertas las ventanas, Margarito sostenía a su hermana de pie sobre sus piernas y de esa manera la pequeña princesa podía sentir como si volara. Paula se había sentado junto con ellos y mantenía su atención en todo lo que sus dos hijos mayores hacían y a la vez cuidaba que los gemelos estuvieran bien. Rogelio los miraba por el retrovisor y sonreía por la cara de preocupación que su esposa ponía cada que Mary trataba de brincar. Él sabía que Margarito cuidaría bien a su hermana, pues desde que era bebé, el jovencito se convirtió en su protector, (aunque las precauciones no estaban de más).

El camino al poblado fue tan corto, que los dos hermanos se desilusionaron por un momento, sin embargo recuperaron su emoción al ver las cosas que los lugareños vendían en un mercado. El jovencito saco de su pantalón unos ahorros con los que compró regalos a su abuela y tíos. Mary vio un poni de peluche parecido al caballo que su hermano tenía en su recámara y usando su mejor arma en su padre, (su cara de puchero), logró que éste se lo comprara. Después de mucho caminar, la familia Montero se detuvo en un puesto de jugos y sentados en la banca de madera, se dedicaron a recuperar fuerzas pues ese no sería el único lugar al que Rogelio planeaba llevarlos.

Hacienda del Fuerte:

Consuelo y Helena dejaron listos algunos pendientes de la procesadora. Como Consuelo también debía supervisar el Rancho, se fue a la hora de la comida y dejó a Helena en la cocina. Sus ordenes fueron que al terminar de comer, buscara a Pancho para que le diera indicaciones, pero al verse sola en la casa, (María no se encontraba por ningún lado), decide revisar los documentos que Rogelio tenía en su despacho, sin embargo no encontraba nada interesante, hasta que se da cuenta que en el escritorio había un cajón cerrado con llave y trata de abrirlo, pero en ese momento entra Vanesa.

Helena: (nerviosa): ¡Buenas tardes!

Vanesa: ¿Qué hace aquí?

Helena: Es que soy la nueva asistente de la señora Montero y estaba buscando unos documentos que Consuelo me encargó tener listos para cuando regrese.

Vanesa: Aquí no puede entrar nadie más que los señores y los esposos Dueñas. Además, ese cajón que insiste en abrir, sólo cuenta con la llave de Rogelio.

Helena: ¿En serio?... ¡disculpe no lo sabía!... siendo así, mejor espero a Consuelo para que me diga en donde estaban los documentos que quiere, (se aproxima a la puerta), con permiso.

Helena estaba por salir pero la curiosidad la hace regresar.

Helena: Perdón pero no nos hemos presentado... mi nombre es Helena Santana.

Vanesa: Vanesa Galván, hermana de Ana Paula de Montero.

Helena: ¡Así que usted es la hermana de la señora Montero!... eso quiere decir que su esposo es el grandioso jinete Archer, o como le decimos los de habla hispana... "el Arquero", así se le conoce en las carreras de caballos ¿no?

Vanesa: Sí, pero ¿cómo es que conoce a mi esposo?

Helena: Bueno, yo viví diez años en Estados Unidos y una vez fui a verlo competir... en verdad que es muy rápido, sin embargo a últimas fechas no competía mucho, aunque cuando lo hacía les ganaba a todos.

Vanesa: Supongo que no me di a entender, lo que quiero es que me diga, ¿cómo sabe que es mi esposo?

Helena: Él se lo dijo a la mujer de la fonda que está en San Gabriel.

Helena la mira de pies a cabeza y se fija mejor en el vientre.

Helena: ¡Está esperando un bebé!... me imagino lo contento que debe estar el increíble "Arquero".

Vanesa: (molesta), ¡Podría dejar de llamarlo así!... su nombre es Ricardo Archer... el otro sólo lo usa en competencias.

Helena: Disculpe, es la costumbre... ¡bien!, pues me retiro. Yo creo que voy a la pensión y regreso cuando Consuelo esté aquí... hasta luego.

Helena sale del despacho y Vanesa se acerca al escritorio a verificar que todo estuviera en su lugar. En el patio, Helena voltea a mirar hacia la casa.

Helena: ¡Hay James!, ¿qué es lo que harías si supieras que el tipo que te causó tantos problemas, será papá?... aunque más o menos sé que es lo que harías, así que por el momento no es bueno decírtelo.

Helena da la vuelta y de lejos ve a Benjamín lavando una camioneta. Como recordó que el día anterior, él había acompañado a los Montero a su lugar de descanso, va a pedirle que la lleve al pueblo y en el camino le saca información de cómo llegar hasta Montebello.

Puerto de Londres:

Ricardo y Hugo llegaron a Inglaterra un día antes de lo previsto. Desde lejos, Hugo vislumbró unos edificios antiguos que le causaron curiosidad. Estaba tan sorprendido por la grandeza y hermosura del país, que no se fijo en que la mayoría de los tripulantes ya había bajado. Ricardo tenía rato mirándolo y con su risa hace que voltee a verlo.

Ricardo: Comprendo tu emoción, pero si no bajamos nos van a quitar la escalerilla y luego tendremos que saltar del barco con la ayuda de una cuerda.

Hugo: (¿?), ¿Eso es cierto?

Ricardo: (se ríe), ¡Claro que no!, pero me divirtió la cara de terror que pusiste.

Hugo: ¡Hace más de una semana te la has pasado jugando conmigo!

Ricardo: Perdóname... lo hice para no morirnos de aburrimiento, además, si no te distraía ibas a vomitar de nuevo.

Hugo: (alterado), eso fue porque no estoy acostumbrado a andar en barco, y menos al movimiento.

Ricardo: ¡Está bien!, pero en serio debemos bajar... Necesito comunicarme con la Compañía Smith para decirles que llegamos antes, (hace muecas), ¡Qué mala suerte que no pudimos usar el celular en el barco!

Hugo: Espero que respondan rápido porque no podemos dejar solo al ganado.

Ricardo: Del ganado no te preocupes. De todas maneras no van a entregarlo hoy. Primero deben hacer unos trámites muy largos y la Compañía Smith tiene que pagar los impuestos correspondientes para poder sacarlos.

Hugo: ¡Todo lo que dice suena muy complicado!

Ricardo: No mucho... Cuando tengas más experiencia, verás que hasta es pan comido.

Luego de bajar, Ricardo se pasó varios minutos tratando de comunicarse a Estados Unidos, pero nunca le respondieron.

Ricardo: Algo me dice que éste celular no tiene buena cobertura, u otra opción es que no hay nadie en la Compañía.

Hugo: ¿Y ahora qué hacemos?

Ricardo: Deja de preocuparte. Vamos a ver si se pueden adelantar los trámites... Si tenemos suerte y nos reciben los pocos documentos que traemos, le hablamos a Edward para que nos facilite unos camiones.

Hugo: ¡Ojalá tengamos suerte!

Ricardo: ¡La tendremos!

Ambos se dirigían al área de aduanas cuando una persona llama a Ricardo. Éste voltea y se sorprende al instante de ver de quién se trataba.

Jennifer: (¿?), ¿Ricardo?

Ricardo: ¡Jennifer!... ¿Qué haces aquí?

Jennifer: Yo soy la que quiere saber ¿qué estás haciendo aquí?

Ricardo: ¿Tú eres la que va a organizar la presentación de los Montero?

Jennifer: ¡Yes!, quise venir porque era un acuerdo que teníamos desde hace mucho.

Ricardo la mira y la encuentra más delgada.

Ricardo: ¿Es sólo por el acuerdo?, ¿o porque querías escapar de alguien?

Jennifer: (¿?), ¡Sorry!, no comprendo a qué te refieres.

Ricardo: (sonríe), No me hagas caso, ya sabes que siempre digo tonterías. Y respondiendo a tu pregunta, soy el encargado que manda Rogelio y Ana Paula para que te ayude con la convención... ¿qué te parece?

Jennifer: A mí no me dijeron que serías tú, sino Hugo.

Hugo: Yo no puedo hacerme cargo porque no hablo nada de inglés.

Jennifer: Entonces no era necesaria la presencia de Ricardo... ¡yo pude ayudarte!

Ricardo: ¿Te molesta trabajar conmigo?

Jennifer: Me eres indiferente.

Ricardo: ¡Directa como siempre!... pero pasemos a otra cosa, ¿cómo es que estás aquí, sí nuestro arribo estaba programado para mañana?

Jennifer: Se podría decir que fue pura casualidad el que te encontrara, (voltea hacia el mar), vengo diario.

Ricardo: Cuando éramos adolescentes platicaste sobre un anhelo que tenías respecto a éste país... Nada más que te faltó venir con la persona a la que le pediste traerte.

Jennifer: (melancólica), esa persona nunca podrá formar parte de mi vida.

Ricardo: Jennifer, quiero que sepas que Edward...

Jennifer: Deben estar cansados porque aún es de madrugada... si gustas puedes retirarte. Yo me quedaré haciendo las gestiones para la entrega del ganado que será a más tardar mañana.

Ricardo: ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?

Jennifer: Éste es mi trabajo y no necesito ayuda de nadie, (extiende su mano), dame el folder que traes, (él se lo entrega), ¡good!, ahora puedes irte... En cuanto sepa la hora de salida, te llamo para que vengas y estés al pendiente de que los manden a los corrales que rentamos.

Ricardo: No es necesario rentar ningún corral... Edward le dijo a Ana Paula que pueden usar su casa para dejar al ganado.

Jennifer: ¿Edward?... ¿él también va a venir?

Ricardo: Dijo que había un asunto de mayor importancia para él que un simple negocio.

Jennifer: (desilusionada), ¡entonces no viene!

Ricardo: No, pero sería bueno que te dijera cual es el asunto que más le importa.

Jennifer: ¡No!... ¡ya no quiero saber nada de ese hombre!, por mí puede disfrutar de su vida con las mujeres que se le venga en gana.

Ricardo: (mira a Hugo), ¿Mencioné a alguna mujer?

Hugo: No.

Ricardo: Eso pensé... Escúchame Jennifer...

Jennifer: (molesta), ¡stop!, ¡no me interesa!... váyanse a descansar, los papeleos son trabajo de la Compañía Smith.

Ricardo: Ni siquiera sabes dónde queda la casa de Edward.

Jennifer: ¡Sí lo sé!... vete ya Ricardo, te aseguro que el ganado estará en esa casa mañana por la tarde.

Ricardo: ¡Está bien!... yo me retiro pero quiero que te lleves a Hugo y le enseñes cómo se hacen los trámites.

Jennifer se acerca a Hugo y lo toma del brazo.

Jennifer: (le sonríe), ¡Tú sí me agradas Hugo!, (acaricia su antebrazo), ¡oye, qué músculos!... por eso me encantan los hombres que se dedican al trabajo duro.

Hugo: (nervioso), este... gracias señorita Smith.

Jennifer: ¡Llámame Jennifer!, (a Ricardo), Ricchi, me llevo a éste guapísimo boy... quizás no te lo regrese temprano, así que nos mandas la dirección del hotel en el que te vas a quedar.

Ricardo: Jennifer, ¿sí recuerdas que Hugo es casado?

Jennifer: ¡Yes!, pero no lo quiero para casarme.

Ricardo: ¡Por favor!, no te esfuerces en aparentar lo que no eres.

Jennifer: (seria), ¿Puedes asegurar que no soy así?

Ricardo: Por supuesto.

Jennifer: Friend, no tenemos mucho tiempo y hay que resolver hoy mismo lo del ganado, (mueve su mano), bye.

Jennifer y Hugo se alejan. Ricardo permaneció observándolos hasta que entraron a un edificio. Después de perderlos de vista, se va en busca de un hotel lo más cercano posible al puerto.

Poblado de las Lagunas de Montebello:

La familia Montero visitó la pequeña iglesia del pueblo. Estaba hermosamente decorada gracias a que toda la comunidad contribuyó con los adornos. Paula toma de la mano a Mary, y empujando la carriola que les rentaran a los gemelos, se acerca hasta una imagen de la virgen de Guadalupe para arrodillarse a rezar, (los dos hombres permanecieron de pie). En sus pensamientos, Rogelio pedía porque todos estuvieran juntos y con salud. También tuvo la imperiosa necesidad de pedir que nada lo separe del ser al que amaba con toda su alma. Paula se persigna y junto con su hija se levanta para irse, pero ve que su esposo tenía en su rostro un semblante de angustia.

AP: ¿Sucede algo amor?

R: (¿?), ¿Perdón?

AP: ¿Qué te pasa Rogelio?

R: Nada Paula... Sólo estaba rezando.

AP: (sonríe), ¿Y por eso tenías esa expresión?

R:...

Paula le pide a Margarito que lleve a su hermana a comprar dulces. Cuando sus hijos salen de la iglesia, se acerca a su esposo y lo abraza.

AP: ¿También pediste que nada nos separe?

R: (¿?), ¿Tú también?

Ella alza su rostro para perderse en su mirada y coloca su mano en su mentón.

AP: Hace unos días he tenido un sentimiento de miedo. Pero éste temor es a que me alejen de ti... Cuando miro a nuestros hijos, mi corazón permanece tranquilo... Sin embargo, te miro a ti y...

R: (coloca un dedo en sus labios), Nada nos va alejar Paula... Ni siquiera Bruno y sus mentiras lograron separarnos. Por eso confío en que seguiremos venciendo las adversidades que se nos presenten.

AP: ¿Y entonces por qué rezabas?

R: Bueno pues... Mi temor es por otro motivo muy diferente al tuyo, y rezaba para que nada malo suceda.

AP: (¿?), ¡Para mí es exactamente lo mismo que dije!

R: No lo es Paula, pero mejor, (la carga), olvidémonos de todas las preocupaciones, y vamos con nuestros chamacos para regresar a la cabaña... Acuérdate que trajimos los caballos y quiero seguir enseñando a Margaro a montar... Usted señora Montero, va a ayudar a la princesa Mary con las lecciones básicas.

AP: ¿Yo?... pero Rogelio, no soy buena con eso de las instrucciones para montar, además Mary es muy chiquita todavía.

R: Aunque es chica, mi princesa entiende todo perfectamente, por eso te pido que le des la teoría. Montar no es conveniente, porque no podemos dejar solitos a Rafael y a Federico.

AP: Bueno... y hablando de clases de montar, creo que voy a pedirle unas a Jen para ganarte en las carreras.

R: ¿Ahora sí te agrada Jennifer?

AP: Ella ama a Edward y por eso no se fijó en ti, (sonríe), así que ya me cae bien.

R: ¡Caramba!, ¡claro que se fijó en mi!... incluso me dijo que le gustaba.

AP: Gustar no es igual a amar... Por ejemplo, a mí me gusta, (medita)...

R: (alterado), ¡Espero que esto sea broma Paula!

AP: (le da un beso), Sabes bien que sí... Jamás podría mirar a otro hombre como te miro a ti... Mi corazón sólo late de emoción cuando estoy contigo.

R: ¡Ta bueno!, (vuelve a besarla), tú también eres la única mujer que hace que lata mi corazón.

AP: Lo sé.

Paula recuesta su cabeza en el hombro de Rogelio, (quién por su parte recarga la suya sobre la de su esposa). El tiempo transcurría y ambos se mantenían en la misma posición. Sus hijos entran para saber el por qué sus padres se estaban tardando. Margarito se detiene al momento de verlos y trata de no hacer ruido, pues siendo un adolescente comenzaba a entender ciertas cosas, y aunque Mary era una niña, le gustaba mirarlos así y por eso también se mantuvo en silencio. Desafortunadamente uno de los lugareños encargado de la iglesia no tuvo el mismo tacto y entró haciendo ruido con las cubetas que usaba para limpiar el lugar. Paula se retira de inmediato y le pide a su marido que la baje, (él a regañadientes lo hace), toma la carriola y salen del recinto. Luego de dar un último paseo por el poblado, regresan a la cabaña para la siguiente actividad que Rogelio quería hacer.

Cuando llegan Margarito y Rogelio se dedican a colocar las riendas a los caballos mientras Paula y Mary les cambiaban los pañales de los gemelos. La paciencia y tolerancia de la niña sorprendieron a Paula, pues nunca hizo muecas de disgusto por la labor de limpieza para con sus hermanos. Al terminar de alistarlos y darles de comer, ambas salen a observar lo que los hombres de familia hacían. De repente el celular de Rogelio comienza a sonar y como él se encontraba sucio de las manos, le pide a Paula que lo conteste.

AP: ¡Bueno!

Alejandro: (¿?), ¿Eres tú Ana Paula?

AP: ¿Acaso otras mujeres responden el celular de Rogelio?

Alejandro: Disculpa, claro que no.

AP: ¡Más le vale!, y también va para ti, porque si me entero que lo alcahueteas te irá muy mal.

Alejandro: No te preocupes, si veo algo malo te aviso, y ahora quisiera pedirte de favor que me lo pases... ¿se podrá?

AP: Deja le pregunto, (hace memoria), ¡oye Alejandro!, Dany está contigo ¿verdad?... ¿podrías comunicármela?, es que quiero preguntarle algo.

Alejandro: ¿Aún no has hablado con ella?

AP: (¿?), No... pero si está contigo, ¿por qué habría de llamarme?

Alejandro: Daniela está en el hotel, yo me encuentro en un ba... en un restaurante con un cliente.

AP: ¡mmm!, bueno, entonces le llamo más tarde, (Rogelio se acerca), te paso a Rogelio... ¡hasta luego Alejandro!

Alejandro: ¡Hasta pronto Ana!

Paula le entrega el celular a su esposo y regresa junto a sus hijos.

R: Según escuché, el que llama es el niño, ¿no es cierto?... ¿qué tal te fue con Daniela?

Alejandro: Todo está igual que cuando me fui Rogelio. Tú me conoces y las decisiones que tomo jamás son echadas hacia atrás.

R: ¿Pero cómo es eso?... Daniela quería explicarte los motivos que tuvo para dejarte vestido y alborotado... La pobre te buscó en la clínica y llorando le dijo a Paula que se habían casado por el civil.

Alejandro: ¿Quiere decir que ella sí divulgó lo que me pidió callar?... y yo deseaba gritarle al mundo que ya era mi esposa, (sarcástico), pero la señora de Carmona me lo prohibió.

R: (molesto), ¡La señora de Hernández querrás decir!

Alejandro: Ese nombre se obtiene de la consumación del matrimonio. Pero en mi caso, ella no quiso, así que sigue siendo de Carmona.

R: ¿Qué te pasa Alejandro?... tú jamás te has comportado como un patán, ni tampoco te molestas con facilidad, pero ahora me hablas con una dureza que no creí que tuvieras.

Alejandro: Perdona Rogelio, pero comprende que esto me tiene muy alterado. Daniela es la única mujer que he amado, y darme cuenta de que jamás olvidará su esposo me llena de sentimientos que nunca creí que existían en mi.

R: En algo te doy la razón, y es en que nunca olvidará a su esposo.

Alejandro: Miguel debió ser un hombre increíble y aunque quiera, nunca podría superarlo.

R: Yo no hablaba de Miguel, sino de ti.

Alejandro: (¿?), ¿Qué?

Paula que estaba escuchando la conversación, hace una seña para que Rogelio le permita hablar con él.

AP: Alejandro quiero que me escuches, ¡y por favor, te pido que no me interrumpas!

Alejandro: ¡Ana!... perdona pero no me sentiría cómodo hablando contigo de tu amiga.

AP: ¡Pues te aguantas!... Alejandro, no es mi obligación abrirte los ojos porque la felicidad depende de cuánto estés dispuesto a luchar por ella. Y por eso sólo te diré que Dany se recuperó de la pérdida de un hombre por el que siempre sintió cariño, pero ésta vez, no creo que pueda sobreponerse a perder al que ama.

Alejandro: Ana, no hay necesidad de buscar excusas para que no me sienta mal. Aquí lo importante es el bienestar de Daniela y nada más.

AP: ¡No son excusas!, a mí me consta lo contenta que se pone cada que habla de ustedes y de otras cosas de las que mejor prefiero sea Rogelio quien te las explique, (le devuelve el celular).

Alejandro: ¿De qué cosas hablas?

R: Pues de esas que estabas tratando de hacer el día de su matrimonio... Si la hubieras escuchado no tendrías la menor duda de que te ama.

Alejandro: ¿Y qué dijo?

R: Cosas que un niño como tú no entiende, pero más o menos dijo que si no fueras tan desconfiado, esa misma noche se convierten en padres... ¡Caramba!, hasta parece que tú eres el que ama a mi cuñado porque siempre lo tienes en la mente y la pobre de Daniela se tuvo que aguantar para darte tiempo de olvidarlo.

Alejandro: Ella no dice cosas como esas y menos si estabas presente.

R: ¡Ya lo sé!... Daniela es muy tímida y jamás andaría divulgando sus necesidades, (Paula le pega), ¡auch!

Alejandro: ¿Auch qué?

R: Nada... regresando al tema, Daniela llegó desesperada a la clínica preguntando por ti. Yo estaba con los ojos cerrados y debió pensar que no la escuchaba. Fue de esa forma que me enteré de que es la única mujer a la que vuelves loca con ese sexapil que sepa Dios de dónde te lo ve... (Alterado), ¡Ves niño!, por eso te digo que debes aprender a tratar a las mujeres, nunca entendiste lo que Daniela deseaba por medio de los besos que te daba.

Alejandro: Pensé que era para irse olvidando de Miguel.

R: (suspira), Para empezar, si ella aún amara a mi cuñado, ni siquiera habría aceptado ser tu novia.

AP: (le quita el celular), ¡Es cierto Alejandro!... Dany no es de ese tipo de mujeres... si no hubiera olvidado a mi hermano, simplemente no desearía estar contigo ¿no crees?, (toma la mano de Rogelio), ambas somos iguales y pasamos casi por la misma prueba, pero ella quedó viuda antes de darse cuenta de que lo que sentía por Miguel era cariño... con eso se ganó la desconfianza de su verdadero amor.

Alejandro: ¿Por él sentía sólo cariño?

AP: Sí... para mí como hermana es duro decírtelo, pero no puedo permitir que sigas pensando que no te aman porque está de por medio la felicidad de mi amiga...Confió que a tu lado será muy dichosa pues eres tan opuesto a mi hermano, que tengo la seguridad de que sabrás velar por ella... ¿Verdad que la harás feliz?

Alejandro: No puedo prometértelo, al menos no por ahora, y disculpa debo colgar... nos vemos mañana en el Reclusorio para la liberación de Rosaura, (cuelga).

AP: ¡Espera Alejandro!

R: ¿Qué sucede Paula?

AP: El muy tonto me colgó... no entiendo por qué no puede creer que Dany lo ama.

R: ¡No es fácil Paula!, recuerda que primero fueron amigos y Daniela se dedicó a hablarle del gran amor que sintió por Miguel... Quieras o no, eso lastima nuestro orgullo porque deseamos que la mujer que amamos, sólo hable bien de nosotros, y nos llenamos de celos cuando ponen en un altar a otro.

AP: Rogelio, ¿tú aún...

R: No Paula, ya no tengo ese problema porque tú te has encargado de demostrarme lo mucho que me amas, (toma su mentón), amor, comprende que sólo el tiempo le demostrará a Alejandro que Daniela en verdad está enamorada de él... pero ya dejemos de hablar de ellos y mejor vamos con nuestros chamacos... los pobres están aburridos porque nos tardamos con el niño.

Rogelio le chifla a Margarito para que se acerque. Ambos suben a sus caballos y comienzan a trotar alejándose de la cabaña. Paula vuelve con Mary y trata de explicarle la manera apropiada de montar, pero en ocasiones se distraía pensando en las cosas que dijera Rogelio. Cada vez más comprendía las razones de esposo para apoyar a Alejandro, y se preguntaba ¿quién de ellos dos había sido realmente el inmaduro?... la conclusión no fue nada favorable y agradecía que su esposo no hubiera desistido en su lucha por estar juntos. Sólo esperaba que llegado el momento, pudiera corresponderle de la misma forma.

Londres – Hotel HS:

El hotel al que Ricardo fue a quedarse era de arquitectura antigua, ubicado en un jardín arbolado, una piscina, un restaurante y centro de bienestar. A pesar de que por dentro su decorado se acercaba al modernismo, afuera, el paisaje parecía provenir de la época medieval. El extenso bosque con sus lagos y la fachada del hotel tipo cabaña rústica, le brindaba un ambiente lleno de paz. La magnificencia del lugar le recordó al que Jennifer le describió hace unos años.

Rentó un cuarto con vista a uno de los pequeños lagos, y estaba parado en su balcón aspirando el aire puro. Después de unos minutos, saca su celular para hacer una llamada.

Edward: (contesta), ¿Cómo estás Ricardo?... ¿ya te encuentras en Londres?

Ricardo: Estoy bien y sí... llegué poco después de ver tu mensaje... qué bueno que se te ocurrió mandármelo porque si no, jamás hubiera sabido que existía un lugar tan hermoso.

Edward: De todas maneras te habrías enterado... Jennifer se está quedando ahí.

Ricardo: Debí imaginarme que elegiría un lugar como éste.

Edward: Sinceramente yo no me imaginé que iría a ese sitio... Pensé que lo que deseaba era olvidarse de mí.

Ricardo: Si no te olvidó en muchos años, menos lo hará ahora

Edward: Eso espero.

Ricardo: Dime amigo, ¿a qué hora vienes?

Edward: Ya voy de salida... Te marco en cuanto llegue y por favor, no olvides que voy a necesitar de tu ayuda porque si se vuelve a escapar sin escucharme, es capaz de regresar a Estados Unidos y será el cuento de nunca acabar.

Ricardo: ¡Confía en mí!, no voy a permitir que se eche a correr de nuevo.

Edward: Gracias Ricardo... nos vemos en un rato.

Ricardo: Hasta más tarde.

Al colgar, Ricardo marca a México.

Hacienda del Fuerte:

Vanesa y María estaban en la cocina tomando un té. Desde que se quedaron solas, María trataba de permanecer con ella todo el tiempo para que no siguiera deprimiéndose. Sin embargo parecía que Vanesa no podía animarse con nada. De lejos escucha el timbre del teléfono y se levanta a contestarlo.

María: Bueno.

Ricardo: ¡Muy buenos días señora!... aunque creo que allá pasa de las cuatro o cinco de la tarde... pero mejor olvidemos los horarios, y dígame ¿cómo se encuentra?

María: (¿?), Bien, gracias muchacho.

Ricardo: Ya no soy un muchacho, pero si soy un hombre muy guapo ¿no cree?

María: ¡Qué cosas preguntas mucha... señor Archer.

Ricardo: Si me llama Ricardo, dejo de molestarla... ¿acepta?

María: (suspira), ¡Está bien Ricardo!

Ricardo: ¡Gracias!... linda señora, no quisiera escucharme mal educado, pero ¿me pasa a Vane por favor?

María: Encantada... la pobre ha estado muy triste desde que te fuiste.

Ricardo: ¿De verdad?... ¡qué raro!... cuando estábamos esperando a Valeria, sólo se comportaba más dulce y hacía pasteles todos los días... Pero jamás se deprimía.

María: Pues ahora sí lo está, y por eso te pido que la animes.

Ricardo: Déjemelo a mí... Vane siempre se ríe con los chistes que le cuento, y por suerte, durante el viaje Hugo me dio material para rato.

María: Entonces voy por ella.

Ricardo: ¡Por favor!,... ¡y gracias!

María corre a la cocina y un poco alterada le dice a Vanesa que Ricardo la llamaba. Ella de inmediato echó a correr a contestarle.

Vanesa: ¡Ricardo!... ¡Dios!, no te imaginas lo que han sido estos días sin ti.

Ricardo: Para mí también Vane. Pero Hugo está peor... con decirte que andaba pensando que yo era Consuelo y por eso me la pasé encerrado en mi cuarto todo el viaje, (se ríe), no vaya a ser que también alucine y piense que él, eres tú, como en aquella película del "secreto en"... no recuerdo dónde.

Vanesa: Ya extrañaba tus comentarios absurdos, (nerviosa), Ricardo, te amo tanto.

Ricardo: Yo igual Vane... te amo.

Vanesa llora al escuchar nuevamente las palabras que en un momento llegó a pensar, las había imaginado en su desesperación de verlo partir. La llamada duró pocos minutos, pero fueron los suficientes para devolverle la sonrisa. De lo contenta que se puso, preparó un pastel de fresa junto con María, (Valeria no ayudó, pues aún era demasiado chica). Como les quedó muy grande, decidieron repartirlo a todos los trabajadores de la hacienda.

Lagunas de Montebello:

Margarito y su papá estuvieron recorriendo parte del bosque que rodeaba la cabaña. El jovencito estaba contento porque desde hace mucho no tenía la oportunidad de convivir con su papá, pero también comprendía que su mamá al igual que él, lo extrañaba. Con esa idea en mente, le pide que regresen y en el camino hacia la cabaña le dice que se quedaría a cuidar a sus hermanos mientras ellos daban un paseo.

En la cabaña:

Esperar a los hombres de familia, se había vuelto muy aburrido para madre e hija, así que se pusieron a preparar la comida y unos postres que la pequeña princesa le pidió incluir. Para cuando Margarito y Rogelio llegan, les faltaba únicamente el decorado de una tarta de manzana, (que fue terminado por Paula, ya que su hija la dejó sola por ir a recibirlos y no regresó). Rogelio la ve muy concentrada y con sigilo la abraza por la cintura.

R: (besa su cuello), ¡Qué delicia!... no creo que el postre pueda igualarte.

AP: (cierra los ojos), ¡No me hagas esto Rogelio!, todavía falta darle de comer a Mary y a los gemelos.

R: Nada más estaba adelantándote lo que haremos en la noche... ¿no te gusta la idea?

Paula gira para abrazarlo.

AP: ¡Tú sabes que sí!, pero primero hay que comer para tener energía.

Rogelio la besa con ansiedad por un periodo largo de tiempo.

R: (se separa), ¡Eso es lo que estoy haciendo!... tú eres quién me llena de energía.

AP: ¡Con razón anoche terminé exhausta!

R: ¡La que no quería salir del jacuzzi fuiste tú, y ahora dices que yo soy el que te quitó la energía!

AP: ¡Eso no es cierto!... tú insististe y como yo no me sé negar, te cumplí el capricho.

Los dos se quedan sumidos en la mirada del otro y sus rostros lentamente se acercan para unir sus labios.

Margarito: ¡Disculpen!

AP & R: (tensos), ¿Qué pasa hijo?

Ambos se miran y ríen por haber contestado al mismo tiempo.

Margarito: No pasa nada malo... Lo que venía a decirles es que si quieren y me tienen confianza, me quedo a darle de comer a mis hermanos mientras ustedes salen a cabalgar.

AP: ¡Muchas gracias Margarito!, por supuesto que te tenemos confianza, (orgullosa), si ya eres todo un hombre. Pero el problema es que únicamente trajimos el caballo de tu papá y el tuyo... Yo sólo estoy acostumbrada a Río, y por las condiciones del lugar prefiero no montar otro.

R: Pues eso se resuelve muy fácil.

AP: (¿?), ¿Y cómo?

R: "Black Thunder" es un pura sangre de muy buen tamaño. Incluso caben a la perfección dos personas y el animal no tiene problemas en soportar el peso... así que señora Montero, usted se viene conmigo a dar un paseo, ¿le gusta la idea?

AP: ¿Le pusiste "Black Thunder"?

R: ¿No te agrada?

AP: Si a ti te gusta, entonces está bien.

R: ¡Ta bueno!, voy a prepararlo... no te tardes amor.

Rogelio sale a ajustar las riendas del caballo. Paula y Margarito esperan a que esté lejos y luego se ponen a reírse por el nombre del caballo. Las risas son interrumpidas pues Rogelio vuelve por Paula y tomándola de la mano, la conduce hasta el caballo, la ayuda a subir y él lo hace también, sentándose atrás de ella. Luego estira sus brazos para agarrar las riendas y comienza a trotar. Paula podía sentir los brazos de su esposo y debido al movimiento estos rosaban los suyos. Cada vez que eso pasaba, su cuerpo se estremecía por las sensaciones que le brindaba ese tipo de contacto, y sumando al momento que estaban compartiendo, era imposible para ella controlarse.

Al llegar a una parte del lago, Rogelio detiene el caballo para observar el maravilloso espectáculo de colores que se apreciaban en el agua.

R: Te amo Paula y siempre te voy a amar.

AP: (¿?), Yo te amo mucho más amor, pero ¿a qué se debe que me lo digas de repente?

R: Fue un impulso... como si necesitaras saber lo que siento.

Paula trata de voltear pero era muy difícil por la posición, y no le quedó otra, más que dirigir una de sus manos hasta su mentón para que él agachara su cara y de ésta forma pudieran fundirse en un beso que llevaba consigo los sentimientos de calma, que ambos necesitaban.

Estados Unidos – Hotel:

Ya era hora de la comida. Dany bajó desde temprano al lobby en espera de su esposo, pero al igual que las otras ocasiones, él no llegaba. Aquel malestar de la mañana, estaba aumentando conforme las horas pasaban. Sus piernas apenas y la sostenían lo suficiente para mirar por la ventana y su mano acariciaba con insistencia el anillo de compromiso que Alejandro le dio. La recamarera iba pasando y se detiene al momento de notar la cara demacrada que tenía. Fabiola sale del elevador y se queda de pie observando a su rival.

Recamarera: (se acerca), ¡Señora, no debió levantarse!... no ha comido nada desde hace dos días y seguramente tiene deshidratación porque tampoco ha tomado mucha agua.

Dany: (sin dejar de ver la ventana), Estoy consciente de mi situación, pero él único que me devolvería las ganas de vivir, es mi esposo.

Dany comienza a llorar y la recamarera la abraza, pero ella se retira y extiende su mano para mostrarle el anillo.

Dany: Éste hermoso anillo me lo dio cuando me pidió ser su esposa... hubo otro momento similar, pero jamás sentí tantas cosas bonitas en mi corazón como en esa vez... (Solloza más fuerte), quiero oírle decir que me ama como yo lo amo a él... su desprecio va a terminar por matarme.

Recamarera: ¡Señora no diga eso!... su vida no depende de otra persona.

Dany: Cuando me casé con él, juré darle mi vida entera y eso es lo que voy a hacer.

Ésta vez, Dany abraza a la recamarera. Lentamente la mujer hace que camine hacia el elevador. Fabiola las ve dirigirse a ella, y se apresura a esconderse en un muro. Luego de que las puertas se cierran, sale de su escondite y mentalmente se felicita por una idea que se le ocurrió.

Una hora más tarde, Alejandro regresa al hotel. Fabiola se había quedado en el lobby a esperarlo y al verlo se acerca a abrazarlo, pero él la retira con fuerza.

Fabiola: ¿Ahora te molesta que te abrace?... ¿Es por lo que te dije ésta mañana?

Alejandro: ¡Fabiola!, tú y yo hemos sido amigos por años... aunque quisiera verte de otra manera, simplemente no puedo porque amo a Dany.

Fabiola: Pues ella no te ama a ti... hace poco estaba llorando por su esposo.

Alejandro: ¿Lloraba por Miguel?

Fabiola: Yo creo que sí porque mientras lloraba...

Alejandro: ¡No me lo digas!... ya tuve suficiente con las veces que ella me hablaba de él, (comienza a caminar), me voy a mi cuarto, y por lo que más quieras Fabiola... ¡no me molestes!

Fabiola: Antes de que huyas, necesito decirte que tu adorada "Dany", no dejaba de acariciar un anillo de rubí.

Alejandro se detiene y regresa con ella para sujetarla fuertemente de los brazos.

Alejandro: ¿Qué decía mientras acariciaba el anillo?

Fabiola: Decía que él se lo dio cuando le pidió ser su esposa, (hace memoria), también mencionó algo que no entendí bien.

Alejandro: (alterado), ¿Qué cosa no entendiste?

Fabiola: Habló de que ese momento lo vivió antes, pero que no sintió las mismas cosas bonitas... También dijo que el desprecio de su esposo terminaría por matarla. Eso es lo que no me quedó claro... por lo que me dijiste, yo supuse que el marido estaba muerto, sin embargo hablaba como si aún estuviera vivo.

Alejandro la suelta y comienza a golpear la pared.

Alejandro: ¡Pero qué estúpido!... ¿Por qué siempre termino lastimándola?

Fabiola: (¿?), ¿Qué te pasa Alejandro?

Alejandro: (grita), ¡Pasa que soy el hombre más estúpido del mundo!

En el momento que Alejandro deja de golpear, Fabiola se acerca hasta quedar frente a él. Lleva sus manos a su rostro y poco a poco acerca el suyo.

Fabiola: Si las estás lastimando, entonces mayor razón para dejarla... A tu lado jamás será feliz porque la sombra de su esposo permanecerá entre ustedes toda su vida.

Alejandro permaneció quieto y eso fue aprovechado por Fabiola para besarlo, sin embargo él no le corresponde. A unos pasos, Dany observa todo, pero se va a su cuarto antes de ver que Alejandro se alejó de Fabiola.

Alejandro: Por el cariño que te tengo, voy a hacer de cuenta que nada sucedió.

Fabiola quiso decir algo, pero él se fue sin darle tiempo. Alejandro subió rápidamente al cuarto de su esposa... Tocó tres veces y cuando iba a por la cuarta, la recamarera sale.

Recamarera: La señora dice que hoy no quiere hablar con usted, pero le suplica que venga mañana.

Alejandro: ¿Pero le dijo la razón?, (sarcástico), aunque no hay que ser muy listos para saber el motivo por el que se negó a verme.

Recamarera: Estos días que me ha pedido cuidarla, la he llegado a conocer un poco y algo me dice que aunque usted se haya equivocado, es tan grande lo que siente que lo perdonará.

Alejandro: (¿?), ¡Eso espero!, (se toca la cabeza), con su permiso, me retiro a dormir. Éste fue un día muy cansado.

La recamarera le dice que descanse y antes de irse, se cerciora que la puerta del cuarto de Dany esté bien cerrada. A él le pareció un poco extraño ese comportamiento sobreprotector, pero igual se retira a su cuarto. Al entrar se deja caer en la cama pues estaba agotado por tantos problemas, aunque ahora tenía un sentimiento de tranquilidad... El anillo del que Dany habló, se lo había dado él y eso le confirmaba que ella en verdad lo amaba. Sólo esperaba que al día siguiente pudiera arreglar las tonterías que cometió por ser tan inseguro.

Lagunas de Montebello:

Rogelio llevó a Paula a recorrer las partes del bosque que contaban con una fauna exquisita. Casi todos los lugares tenían flores y en cada punto en el que paraban, Paula cortaba una diferente. Rogelio no entendía la razón para cortar tantas y en su mente se decía que su esposa aún conservaba su alma de niña.

Continuaron otro rato con su paseo, pero cuando estaban por irse, Paula ve a lo lejos un claro y le pide a su esposo que la lleve ahí. Rogelio se puso renuente debido a que pronto se ocultaría el sol, sin embargo los ruegos de su mujer terminaron por convencerlo y halando la rienda, cabalga hasta aquél lugar. Rogelio detiene el caballo y Paula baja de un salto asustando a su esposo por su osada acción... Estuvo a punto de regañarla pero se detiene al momento de ver su rostro lleno de felicidad... Ella estira su mano para invitarlo a bajar. Rogelio no duda ni un momento en corresponder a la invitación y enseguida ambos se abrazan. Paula termina el abrazo y camina hasta una parte del claro que contaba con pasto finamente crecido y comienza a regarle las flores inundando el lugar de un aroma exquisito.

AP: ¿Qué te parece?, ahora sí es un paraíso ¿verdad?

R: ¡Vaya que sí!... ni por error se me ocurrió pensar que para esto querías las flores.

AP: Y aún falta completar el cuadro que imaginé.

Paula sujeta con sus dos manos el cuello de la camisa de Rogelio para después jalarlo hasta quedar en el lugar donde esparció las flores, (se sienta y hace que el la siga).

AP: (lo besa), ¿Te molestaría adelantar lo que íbamos a hacer en la noche?

R: ¡Claro que no!... si con éste beso ya me aceleraste por completo.

Paula vuelve a besarlo y se deja caer en las flores con Rogelio encima. La intensidad del beso aumenta, al igual que las caricias. Rogelio comienza a desabrochar su blusa y cuando estaba por continuar con el sostén, se detiene. Paula le pregunta por qué lo hizo y él voltea a todos lados.

AP: (¿?), ¿Qué buscas Rogelio?

R: Es que me cercioro de que no tengamos espectadores.

AP: (se ríe), ¡Con que el gran Rogelio Montero es penoso!

R: (ofendido), ¡Yo lo decía por ti!... ¿acaso crees que me gustaría que otros vieran tu desnudez?

AP: Por eso tienes que cubrirme perfectamente con tu cuerpo... Amor, este lugar es una fantasía que quiero cumplir.

R: (seductor), Pues entonces no me queda de otra más que ayudarte a cumplirla.

Rogelio retoma el beso pero con mucha más pasión. El néctar de sus labios hacían que Paula se olvidara del pudor, y con desesperación le quita la camisa y el pantalón. Rogelio no se quedó atrás y rápidamente se deshizo de aquellas prendas que le impedía sentirla.

Los pétalos de las flores se esparcían sobre ellos debido su ansiosa entrega. Cuando pensaban que habían calmado sus ansias, un simple roce reavivaba su deseo y volvían a sucumbir a la pasión. Al llegar al límite de sus fuerzas, ambos se quedan mirando el hermoso cielo mientras se abrazaban. Como el sol comienza a ocultarse, deciden que es tiempo de regresar con sus hijos, pero en todo el camino no podían dejar de sonreír.

Londres – Hotel HS:

El reloj del restaurante marcaba las tres de la tarde. Ricardo había ido a comer algo y a esperar la llamada de Edward, pero como no estaba acostumbrado al horario del país, en lugar de comer se recargó en la mesa y sin querer se quedó dormido. De pronto siente un jalón en el cabello y se incorpora rápido. Como nunca volteó a ver quién lo jaló, por dedicarse a tallar sus ojos, sacó de quicio al que lo había despertado, y en respuesta recibe un leve golpe en la cabeza que lo hace dirigir su vista hacia la persona que lo molestaba.

Jennifer: ¿Qué rayos haces en éste hotel?

Ricardo: ¡Ah!, ¿ya terminaste de divertirte con Hugo?, (mira a todos lados), por cierto ¿en dónde está?

Hugo: (llegando), ¡Aquí!, es que fui a lavarme las manos... La señorita Smith me invitó a comer y dijo que después me llevaría al lugar donde te encontrabas.

Jennifer: ¡Que pensé sería en el centro de Londres y no a las afueras!

Ricardo: Es que aquí me gustó más.

Jennifer: Todos los organizadores de la Convención, se quedan en el hotel del complejo central de Londres... ¿cómo supiste que había un hotel en ésta zona?

Ricardo: (saca un folleto), Uno de los capitanes del barco donde vinimos, me dio éste papel y fue así como supe de éste lugar.

Jennifer: ¡Me niego a que te quedes!... ya de por sí voy a tener que soportarte durante la organización del evento, y ahora también estás en el mismo hotel que yo.

Ricardo: (sonríe), ¡No te enojes!, nada más será un mes.

Jennifer: (abraza a Hugo), éste atractivo boy me es más que suficiente para sacar adelante el evento... tú no eres tan necesario.

Hugo: ¡Pero si todos los trámites lo hizo usted!, yo no intervine en nada y no creo que le sirva de mucho.

Jennifer: (acaricia su cara), Te quiero para otro tipo de ayuda, por eso no te preocupes, (lo suelta y mira a Ricardo), pero antes de seguir discutiendo contigo Ricchi, voy al toilet... excuse me.

Jennifer los deja solos y Hugo toma asiento en la mesa.

Ricardo: ¿Qué te estuvo haciendo?

Hugo: (¿?), ¿A qué te refieres?

Ricardo: ¡Sabes bien a lo que me refiero!, (se recarga en la mesa), aunque sé que no sería capaz de llegar a los extremos, es mejor salir de dudas.

Hugo: Pues... en cuanto entramos a las oficinas me soltó y se dedicó a llenar papel tras papel. Luego hizo unas llamadas y horas después me dijo que me invitaba a comer, y llegamos aquí.

Ricardo: ¿Eso fue todo?

Hugo: Sí... ¿por qué?

Ricardo: ¡Cómo le gusta fingir!, pero en parte lo agradezco.

Hugo: (¿?), El que no entiende soy yo.

Ricardo: Entonces te lo explico.

Ricardo se pone a platicarle a Hugo las cosas que pasaban entre Edward y Jennifer.

En un pasillo del restaurant:

Jennifer se dirigía hacia la mesa cuando un hombre (de más de treinta años, alto, cabello negro y con ropa informal), le impide el paso.

Hombre: ¡Buenas tardes señorita!... llevo días queriendo encontrar la oportunidad de hablar con usted, (trata de tomar su mano), mi nombre es Steve Lawrence, y usted es...

Jennifer: (la retira), Soy "qué te importa".

Hombre: ¿Disculpe?

Jennifer: Mire señor... a mi no me interesa tratar con usted, así que con permiso.

Jennifer continúa su camino y el hombre se queda diciendo infinidad de insultos por la forma tan grosera con la que le hablara.

En cuanto Jennifer llega con Ricardo y Hugo, ordenan dos platillos más, (Ricardo ya había ordenado). Los dos hombres comieron bastante bien y platicaban de varias cosas. Incluso se la pasaron contando chistes para animar a Jennifer, (que casi no probaba su comida y todo el tiempo permaneció lejana a la conversación). Ricardo revisaba constantemente su celular a la espera de la llamada de Edward. Por la cara de Jennifer, sentía que no tardaba en irse y eso no le convenía pues sacarla de su habitación sería imposible. En un intento por retenerla más tiempo, alarga la conversación, (pero todo su esfuerzo fue en vano). Jennifer se disculpa y se pone de pie.

Ricardo: ¡No te vayas!... hace mucho que no platicamos y quisiera decirte unas cosas que sé que te van a interesar.

Jennifer: Si me vas a hablar de tu instructor y amigo, prefiero irme.

Ricardo: ¡No te comportes como una niña!

Jennifer: (molesta), ¡Nunca me vuelvas a comparar con una niña!... para él siempre debí ser una y por eso jamás se fijó en mi.

Ricardo: Jennifer, permíteme decirte la verdadera razón por la que Edward se alejó de ti.

Jennifer: La única razón es porque nunca le importé.

Ricardo: No Jennifer... él sí quería quedarse, pero yo...

Ricardo no puede terminar de hablar porque Jennifer dio media vuelta y caminó aprisa rumbo al elevador. Él corre tras ella pero no evita que se cierren las puertas. En el elevador había una persona de la que Jennifer no se percató por la prisa de cerrarlo. Al pensar que estaba sola comienza a llorar. La persona en el elevador aprieta uno de los botones provocando que se detenga. En ese momento, Jennifer gira su rostro encontrándose con el hombre por el que lloraba.

Edward: (sonríe), ¡Hola Jennifer!

Jennifer: (¿?)...

Edward: Tenía planeado que Ricardo se mantuviera cerca de ti, por sí tratabas de huir como aquella vez en la oficina de tu hermano... pero al parecer la suerte está de mi lado.

Jennifer: ¿Acaso te cuesta mucho hacer el intento de ir tras de mí?... ¡o más bien!, no quieres gastar tus energías en una cualquiera.

Edward empieza a caminar hacia ella. Jennifer se pone nerviosa y retrocede hasta topar con la pared. Él se detiene a unos centímetros para no asustarla.

Edward: Si pudiera iría tras de ti por todo el mundo, pero para eso necesito que me des tu mano.

Jennifer: ¡Pon esta cosa en movimiento!... los espacios cerrados me dan miedo.

Edward: Si lo pongo en movimiento te vas a ir, y yo necesito que me escuches.

Jennifer: ¡No se me da la gana escucharte!

Edward: (da un paso adelante), ¡Quieras o no vas a escucharme!... lo único que podrías hacer, es intentar alcanzar los botones... Pero para eso, tienes que escapar de mí.

Jennifer trata de burlarlo, aunque no lo consigue porque él la detiene sosteniendo sus brazos. Por miedo a sus propios sentimientos, se suelta de una forma brusca que provoca que se golpee el codo. Edward quiere acercarse, pero al ver que ella estaba templando, decide no hacerlo.

Edward: ¡Por favor, Jennifer, te suplico que me perdones!... Yo jamás hubiera querido que sufrieras de esa forma porque te a...

Jennifer: Si dándote mi perdón, consigo que me dejes en paz, entonces... ¡lo perdono señor Sanders!, (lo mira duramente), ahora permítame irme.

Edward intenta acercase de nuevo, pero el insistente temblor en el cuerpo de Jennifer seguía deteniéndolo y regresa sobre sus pasos para apretar el botón que pone en movimiento el elevador.

Jennifer: (decepcionada), ¡Entonces sí venías únicamente por el perdón!

Edward: Debo ser alguien asqueroso para ti ¿no?

El elevador se abre y Edward levanta su brazo para señalarle la salida.

Edward: Ya no voy a cometer el error de decidir por ti, y aunque hemos desperdiciado muchos años, lo mejor es que seas tú la que acepte escuchar la verdad de lo que pasó... Cuando estés lista para oírme, llámame.

Jennifer: No pierda su tiempo señor Sanders... jamás podré olvidar que prefirió que me casara con otro hombre, antes de considerar al menos estar a mi lado como amigo.

Edward iba a responder cuando el hombre que interceptó a Jennifer en el restaurante entra y los mira confundido. Jennifer lo jala y le da un beso muy cerca de los labios.

Jennifer: ¡Steve cariño!, ¡qué bueno que viniste!... quería confirmar nuestra cita.

Steve aprovecha el trato de extrema confianza que le estaba dando Jennifer y la abrazarla por la cintura, pero como si fuera de su propiedad.

Steve: Es a las nueve preciosa, (la sujeta más fuerte), ¿ya te había dicho que eres guapísima?

Jennifer: (fije una sonrisa), Me lo has dicho como un millón de veces.

Edward sale del elevador con la mandíbula tensa. Al ver que se estaba yendo, Jennifer suelta a Steve y sale tras él.

Jennifer: ¿Lo incomodamos señor Sanders?

Edward: (voltea), ¡Te mentiría sí te dijera que no!... Pero es tú vida y yo no voy a intervenir en tus relaciones amorosas... (Se acerca y toma su barbilla), cuando te aburras de ese tipo puedes llamarme... siempre te esperaré.

El breve contacto desató en Jennifer un sinfín de emociones, pero cuando apenas comenzaba a disfrutarlas, Edward la suelta y continúa caminando hasta alejarse completamente del lugar. Steve esperó a que se perdiera de vista para abrazarla. Como ella se encontraba mirando hacia donde se había ido, no opuso resistencia.

Steve: ¿Sigue en pie lo de la cita?

Jennifer: (susurra), ¿Cómo es que un simple roce puede inquietarme tanto?

Steve: ¿Qué dices?

Jennifer vuelve a la realidad y se zafa del abrazo.

Steve: ¿Qué te ocurre?

Jennifer: ¡Sí sigue en pie!... nos vemos a las nueve en la entrada del hotel.

Jennifer se va y Steve se sonríe pues consiguió una parte de lo que quería y en pocas horas conseguiría lo demás.

Lagunas de Montebello:

Los esposos Montero no podían estar más orgullosos de su hijo mayor, pues no sólo había cuidado de sus hermanos, sino que también les dio de cenar y cambió los pañales de los gemelos. Rogelio le preguntó qué en dónde aprendió a cambiar a los bebés, a lo que el jovencito contestó que fue un experimento que les puso la maestra. Él hizo una mueca y hablando en el oído de su mujer, le pregunta sobre las cosas que les enseñan a los niños en la escuela, (ella se ríe por la cara de preocupación de su esposo).

R: ¿Qué te parece tan gracioso?

AP: Perdón amor, pero entiende que Margarito ya no es un niño, sino un adolescente.

R: ¿Y?... Yo a su edad no andaba viendo esas cosas.

AP: Es necesario que los eduquen desde ahora, porque sin un guía, es más probable que comentan un error.

R: ¡Ta bueno!... si con esto mi chamaco se vuelve responsable, entonces ya no digo nada.

AP: En realidad sí tienes mucho que decirle.

R: (¿?), ¿Cómo qué?

AP: Pues lo que un padre le debe decir a su hijo... Amor, yo siento que ya es hora de que hables con Margarito... Pronto tendrá quince años y necesita de tus consejos.

R: ¡Tienes razón!... voy a hablar con mi chamaco.

Rogelio jala al jovencito y se encierra con él en su cuarto. Paula va con Mary a ponerle la pijama y trata de que la pequeña se duerma, pero por más cuentos que leía, la princesa no mostraba ninguna intención de querer dormirse. Rogelio y Margarito entran con los bebés y se apuestan al lado de la cama.

AP: ¿Qué nueva diablura se te ocurrió Rogelio?

R: ¡Caramba!... no es ninguna diablura... nada más queremos dormir juntos como la familia que somos.

Margarito: Es verdad mamá... mientras mi papá me platicaba sobre las cosas que hacen los adultos, él estaba ideando una convivencia familiar en la que todos los integrantes participen.

R: ¿Y qué cosa podemos hacer todos juntos?, (orgulloso), ¡pues dormir!

AP: Quisiera decir que es la peor idea que se te pudo ocurrir, pero sinceramente no lo es.

Paula carga a Mary y sale de ese cuarto para entrar en el suyo, (Rogelio y su hijo entran después).

R: ¿Por qué te viniste para acá?

AP: (acomoda la cama), Porque aquí es más amplio y cabemos los seis... ¡Algo apretados, pero cabemos!

Rogelio le sonríe y coloca a su hijo Rafael en medio de la cama. Margarito hace lo propio con Federico y luego se acuesta a un lado de su hermano. Mary se pone a lado de Rafael, y el matrimonio Montero al extremo de la cama. Paula abraza a su hija y estira su brazo para que Rogelio tome su mano. Él lo hace y de esa forma, la familia Montero se siente más unida que nunca. Casi a la media noche, todos caen rendidos en los brazos de Morfeo.

A las siete de la mañana, Rogelio despierta a su hijo pues quería llevarlo de pesca. El jovencito se levanta sin muchas ganas, pero cambia de actitud en cuanto ve a su padre sacar la caña. Ambos salen con sigilo y llegan hasta el bote, (el cuál es abordado de inmediato por Margarito). Rogelio le permite remar y lo guía hasta una parte no muy alejada de la orilla, aunque ideal para la pesca.

Margarito: ¿Por qué tuvimos que salir tan temprano papá?

R: Porque ésta es la mejor hora para pescar... Los peces se juntan en la parte de la orilla, y como los lugareños se levantan temprano a hornear pan, tiran algunos trozos en el agua.

Margarito: Y los peces se acercan a comer ¿no es cierto?

R: Así mismo chamaco, (le extiende la caña), ahora escucha bien las instrucciones... ¡Yo espero que las entiendas mejor que tu mamá!

Margarito: ¿Mi mamá también ha pescado?

R: ¡Lo ha intentado que es diferente!... ¡pero tú si vas superarla!

Margarito: (nervioso), ¡Ojalá!

R: ¡Tú puedes Margaro!

Margarito toma la caña y la avienta tal y como le dijera su papá. El celular de Rogelio suena y ambos se miran confundidos porque aún era muy temprano como para llamar.

R: (contesta), ¿Sí diga?

Helena: ¡Buenos días señor Montero!

R: (¿?), ¡Señorita Santana!... no quiero sonar grosero, pero ¿no cree que es muy temprano para llamar?

Helena: Lo siento mucho señor, pero necesitaba pedirle un favor.

R: ¿Qué favor?

Helena: Sucede que no tengo coche y estoy saliendo muy temprano rumbo a la hacienda para llegar a mi hora de trabajo... Por eso quería pedirle que de ser posible, me permitiera usar una de las camionetas... ¡le prometo que sólo será hasta que me compre un vehículo!

R: Señorita Santana, no tenía por qué hablar conmigo para ese asunto... Consuelo es la encargada y ella bien pudo decirle sí se puede o no.

Helena: (apenada), ¡Discúlpeme por molestarlo!... lo que pasa es que aún no me acostumbro a la forma de trabajar de aquí y pensé que tenía que consultarle a usted.

R: Perdóneme a mí señorita Santana, tiene mucha razón. Nuestro deber es enseñarle todo lo que necesite saber sobre el trabajo de la hacienda y la organización... Así que pierda cuidado... puede usar la camioneta que quiera... Nada más que no se le olvide avisarle a Consuelo.

Helena: ¡Yo le aviso!... muchas gracias señor Montero.

R: De nada.

Helena: Antes de que cuelgue, le voy a pedir una cosa más.

R: Dígame.

Helena: Sólo llámeme Helena... el "señorita Santana", me hace recordar la primera vez que vi a Edward y... (Solloza), y en éste momento lo que más quiero es olvidarlo.

R: (suspira), ¡Ta bueno!... nos vemos luego Helena.

Helena: Hasta muy pronto señor Montero, (cuelga).

San Gabriel – Pensión del pueblo:

David: (aplaude), ¡Qué gran actriz!, hasta yo me estaba creyendo tu supuesto dolor.

Helena: ¡Déjame en paz!... ¡ya hice lo que querías!, aunque no entiendo ¿por qué tenía que ser hoy y no cuando regresara?

David: ¡Jamás usaras ese cerebro!... Cuando los Montero regresen de su paseíto, comprenderás el por qué.

Helena: Siempre de misterioso, pero como no tengo ganas de oír tus humillaciones, me voy a desayunar a la fonda.

Helena se va y unos minutos después David también sale del lugar.

En Montebello:

Margarito: Como que esa mujer es algo problemática ¿no te parece?

R: (¿?), ¿Por qué problemática?

Margarito: Porque te llamó por una tontería.

R: Margaro, no quiero que hables así de los empleados... Mijo, el verdadero pilar de una empresa, son sus trabajadores, ¿entiendes?

Margarito: Y estoy muy consciente, pero esa mujer no te llamó por algo importante.

R: ¿Nos vamos a arruinar la pesca por una secretaria?

Margarito: No papá... perdón, pero es que...

R: ¿Es que qué?

Margarito: Nada, sígueme enseñando.

Rogelio y Margarito retoman las lecciones y en menos de treinta minutos, el jovencito logró pescar tres piezas medianas. Rogelio no quiso quedarse atrás y obtuvo otros tres. Como ya tenían suficientes para el desayuno, regresan a la cabaña a prepararlos, pues el tiempo se les venía encima y a medio día estaba programada su salida rumbo a Tuxtla.

Londres – Hotel HS:

Steve pidió que arreglaran una mesa en una parte del bosque del hotel y especificó que fuera lo más apartado posible de la estancia principal. Jennifer lo esperaba en la salita. Iba con un vestido de minifalda color azul pastel con un chalequillo de manga larga y broche de plata. Su cabello lo llevaba recogido y sostenido por un pasador plata con oro y sus zapatillas eran blancas. Pero a pesar del esmero en su arreglo, en su rostro se reflejaba la tristeza. Steve desciende del elevador y queda maravillado por la belleza que sería su acompañante durante toda la noche. Le ofrece su brazo para salir y a Jennifer no le queda más remedio que aceptarlo. Él la lleva hasta el sitio en donde cenarían y lo primero que hace es servirle una copa de vino. La insistencia en que lo tomara, hizo que Jennifer sospechara de su compañero y cada que se distraía tiraba un poco del líquido en el pasto.

Steve le contó que era hijo de un inglés muy acaudalado, aunque jamás pudo especificar de qué parte de Londres era. Apenas tenían unos minutos de estar ahí, y Jennifer ya quería terminar con la velada, (no lo soportaba). En el momento en que su paciencia llega a su límite, se disculpa con él y se levanta para regresar a su cuarto. Sin embargo Steve la jala y con mucha fuerza aprieta sus brazos.

Jennifer: (asustada), ¿Qué haces?

Steve: ¡Déjate de juegos!... ¡Tú me diste entrada y supongo que fue porque buscabas lo mismo que yo!

Jennifer: ¡Yo nunca te di entrada!, lo que sucedió en elevador fue que quería que Edward pensara que teníamos algo, pero jamás cruzó por mi mente acostarme contigo.

Steve: ¡Eres muy directa mujercita!, y yo tratando de usar palabras más suaves, (sarcástico), como esa de "dar entrada"... pero ya que vas al punto, entonces te diré que desde que te vi, me juré que me divertiría contigo y eso es lo que voy a hacer.

Steve comienza a besarla sin ningún tipo de delicadeza. Jennifer trataba de zafarse, pero el ser bajita no le ayudaba mucho, pues la fuerza de su agresor era demasiada. Él lleva una de sus manos hasta el chaleco y de un tirón rompe el botón de plata, dejando al descubierto el escote del vestido.

Steve: ¿Con qué esto es lo que escondía el chaleco?, (la mira lascivamente), ¡estás bastante bien!, y pensar que eres algo bajita, pero de muy buenas formas.

Jennifer: ¡Suéltame imbécil!

Steve: Una boquita tan bonita no debería dejar salir palabras tan horribles.

Jennifer estaba muerta de miedo y comienza a gritar. Steve alza su mano para callarla con un golpe, pero alguien lo jala haciendo que caiga al suelo. Al verse libre, Jennifer intenta cubrirse con el chaleco, sin embargo estaba muy roto y no podía mantenerlo cerrado. De pronto siente sobre sus hombros que le colocaban una prenda. Ella levanta la vista y se encuentra con Edward.

Edward: ¿Estás bien?

Jennifer: ¿Por qué viniste?

Edward: No creo que sea buen momento para hablar porque...

Sus palabras se cortan debido a qué Steve lo sujeta del cuello. Edward lo golpea con el codo logrando que lo suelte. La poca visibilidad que le daban los lentes, lo hacen decidir quitárselos o de otra manera le sería imposible defenderse. Tan grande era la adrenalina, que no se detuvo a pensar en que Jennifer podía ver su ojo de vidrio. Steve se levanta y se impulsa para tumbar a su contrincante, pero como Edward lo alcanzó a agarrar de la ropa, ambos caen y se golpean con coraje. Jennifer les suplicaba que se detuvieran pero ninguno de los dos le hacía caso. Edward da un último golpe sobre la cara de Steve y lo deja inconsciente. Al ponerse de pie, Jennifer corre a abrazarlo.

Jennifer: (llorando), ¿Estás bien?

Edward: (sonríe), ¡Sí!... es un tipo muy débil... recuerda que fui jinete y siempre hice mucho ejercicio.

Hubo un silencio largo en el que ambos se transmitían sentimientos de confort, (él frotaba su espalda y ella la suya). Edward fija su vista en la mesa y nota que había varias botellas de vino. Esto lo hizo suponer que Jennifer había tomado y conociéndola, seguramente en la mañana olvidaría todo lo que pasó.

Jennifer: ¿Qué le pasó a tu ojo?

Edward: (nervioso), ¿Cómo?

Jennifer alza su cara y dirige su mano hacia el ojo de vidrio. Por inercia Edward lo cierra y ella acaricia su párpado.

Jennifer: ¡Edward, por favor!, dime ¿qué te pasó?... si te da pena contarme, de una vez te aclaro que nunca en mi vida podría burlarme y mucho menos sentiría lástima por ti.

Edward: De nada sirve que te lo diga en éste momento. Mañana habrás olvidado todo.

Jennifer: Pues entonces me lo vuelves a decir y asunto arreglado, (comienza a llorar), te lo suplico, dime lo que sucedió.

Edward la suelta un momento. Jennifer piensa que se iba a ir y se apresura a tomar su brazo dejando caer el saco. Él lo recoge, pero al ponérselo, alcanza a ver el escote del vestido. Después de tranquilizarse, se anima a intentar cargarla.

Edward: Sin esos estorbosos lentes puedo ser como cualquier hombre.

Jennifer: Una limitación visual no te hace menos hombre, además, no necesitas ocultar tu ojo, (sonríe), siempre me ha gustado el hermoso color que tiene.

Edward: Aunque no quiera debo cubrirlo... Pero eso te lo cuento en otro momento, porque primero tenemos que denunciar a éste tipo.

Edward la lleva de regreso al hotel en donde informan lo sucedido y él tiene que dejarla para acompañar a la policía por Steve. Aunque le dijo que volviera a su cuarto, ella no quiso moverse del lugar. No supo cuanto tiempo lo esperó... pero le pareció mucho. El cansancio por los acontecimientos vividos, la hizo recostarse en el sillón de la salita y se estaba quedando dormida, cuando siente una mano sobre la suya. Jennifer no necesitaba abrir sus ojos para saber de quién se trataba.

Jennifer: Te tardaste mucho.

Edward: (¿?), ¿Cómo supiste que era yo?... incluso tuve mucho cuidado de no tocarte la pierna porque con lo que te pasó, me imagino que estás nerviosa.

Jennifer: (abre los ojos), mi cuerpo siempre sabe cuando estás cerca.

Edward: (¿?), ¿Qué dices?

Jennifer se levanta y toma la mano de Edward para conducirlo al elevador. Cuando las puertas se cierran ella lo abraza.

Jennifer: No era asco lo que hacía que temblara... ¡Tenía miedo!, pero era porque tenerte cerca, estremece mi cuerpo... Yo sé que piensas que soy una cualquiera, y aunque no me creas, te juro que eres el único hombre que consigue hacerme sentir de esa forma.

Edward: ¡Perdóname Jennifer!... mis palabras de aquella vez fueron la cosa más estúpida que jamás haya dicho... Sé bien que tú no serías capaz de comportarte de esa manera.

Jennifer: (se separa), ¡Deja de pedirme perdón!... ¿Por qué no comprendes, que eso no es lo que quiero de ti?

Edward: Para decirte lo que yo quiero de ti, primero necesito oír que me perdonas.

Jennifer: (¿?), ¿Qué es lo que quieres de mí?

Las puertas se abren y ésta vez Edward la toma de la mano. Caminan por un pasillo largo y se detienen frente a la puerta de un cuarto que se encontraba al fondo.

Jennifer: ¿Cómo sabes que éste es mi cuarto?

Edward: Lo sé porque soy un hombre precavido y si no me permitías hablarte en otro lado, al menos te encontraría en tu cuarto. Por eso renté el que está a un lado del tuyo... (La suelta), Ahora es mejor que entres... debes estar cansada y dormir te va a ayudar a olvidar.

Jennifer saca unas llaves de la bolsa secreta del chaleco y abre la puerta para entrar. Pero cuando iba a cerrar, lo sujeta del brazo y hace que entre. Edward se desconcertó tanto que no se negó. Ella camina hasta su cama; se sienta y con su mano la indica que haga lo mismo. Por un instante estuvo a punto de hacer lo que le pidiera, sin embargo sabía que no era buena idea quedarse.

Edward: No quiero incomodarte... por eso mejor me retiro, (hace una reverencia), con permiso.

Jennifer: ¡Te perdono!

Edward: ¿Qué?

Jennifer: Dije que te perdono... ¡es más!... en realidad nunca he sentido odio por ti, ni te culpo por nada.

Edward: ¿Me perdonas a pesar de no haber estado cuando más necesitaste de mi apoyo?

Jennifer: ¡Bueno!... para perdonarte por completo necesitarías hacer muchos méritos.

Edward: (se acerca), Dime cuales y desde éste momento comienzo a hacerlos.

Jennifer: (estira los brazos), ¿Te puedes quedar conmigo ésta noche?... no te preocupes, no me voy aprovechar de ti... lo que pasa es que me da miedo estar sola.

Edward: ¡Por supuesto que me quedo contigo!

Jennifer: (sonríe), ¡Thank you!

Edward termina de acercarse y toma los brazos que ella le ofrecía... Suavemente hace que se mueva para que ambos se acomoden en la cama. Jennifer se recuesta dándole la espalda y pasa los brazos de él alrededor de los suyos. Aunque luego de unos minutos, se arrepienten de haber escogido esa posición debido a que podían sentir el calor que el otro emanaba y eso los ponía nerviosos. En su mente, Edward agradecía que Jennifer tuviera puesto su saco, pero la calma no duro mucho, porque de pronto, ella comienza a acariciar sus brazos.

Jennifer: ¡Extrañé tanto la seguridad que me brindan tus brazos!, aunque el problema es que también me inquietan.

Edward: Jennifer, quiero decirte que...

Jennifer: No me digas nada... Estoy consciente de que jamás sentirás lo mismo que yo siento por ti... Pero si no te lo digo, no podré liberar éste dolor que tengo en mi corazón.

Edward: Si no te he hablado de mis sentimientos, es por lo que te dije en elevador.

Jennifer: ¿Y por qué no lo haces, si ya te perdoné?

Edward: Porque mañana no serás capaz de recordarlo.

Jennifer: Pero si no... ¡Pensándolo bien!, puedes practicar lo que vas a decirme mañana.

Jennifer gira para verlo a la cara y coloca sus manos en su pecho.

Jennifer: ¿Cuáles son tus sentimientos?

Edward levanta su mano y con el dorso acaricia su mejilla.

Edward: Duérmete, mañana será otro día y podremos hablar de todo lo que quieras.

Con renuencia Jennifer recarga su cabeza en el hombro de Edward y a los pocos minutos se queda dormida. Él se dedica a acariciar su espalda y cuando siente que ya no lo escucha, comienza a besar su cabello.

Edward: ¡Te amo!... te he amado tantos años que ya no puedo seguir callándolo. Pero decírtelo en estas condiciones no sirve de nada... Por eso le ruego a Dios, que mañana me permitas aclarar los malentendidos para que por fin podamos ser felices, (susurra), Como siempre debimos ser.

Después de un rato Edward también se queda dormido. Jennifer aumenta la fuerza del abrazo y sonríe por un breve instante, antes de sucumbir al cansancio.

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